Capítulo 19

 

El resto de la noche transcurrió en un tenso silencio. Aunque volvieron a la cama, Jess se quedó en su lado, herido por la negativa de ella a tener en consideración su propuesta y por sus confusos insultos. Y por sus propios recuerdos.
Cuando solo dos horas después sonó el despertador, Corrie se vistió sin decir una palabra. Él percibió que se detenía en su lado de la cama antes de irse, pero decidió fingir que seguía dormido, sin querer arriesgarse a reanudar la discusión. Más tarde, cuando hubiera tenido tiempo para pensar en todo lo que habían dicho, estaría preparado para hablar.
Agotado, cayó en un sueño inquieto. Cuando despertó con el aroma del café junto a la cama, la brillante luz del sol invadía la habitación. Abrió los ojos, esperando ver a Corrie, pero en su lugar, uno de los chicos Johnson le devolvió la mirada con una ancha sonrisa.
—La señorita Maisie dijo que iba a necesitarlo —dijo el joven, ofreciéndole una taza.
De modo que había sido idea de Maisie y no de Corrie.
Le dio las gracias y le observó mientras se iba antes de sentarse para beber el café y pensar. Cuando iba por la segunda taza comprendió que estaba siendo demasiado duro con Corrie. ¿Por qué iba a esperar que ella fuera dulce y atenta después de haber discutido, cuando él tenía más espinas que un puercoespín? ¿Acaso no había fingido dormir en vez de dirigirse a ella?
Sus padres no solo le habían enseñado a ser un caballero, sino que además le habían inculcado una fuerte carga de honestidad consigo mismo. Jess no podía exigir de Corrie más de lo que él estaba dispuesto a hacer. Esbozó una ancha sonrisa a su pesar. Su madre estaría orgullosa de él si supiera lo frescas que seguían estando sus enseñanzas en su mente.
¿Y qué mejor manera de pedirle disculpas a Corrie que hacer que estuviera realmente deslumbrante en el baile de verano? Por supuesto, aparentemente cualquier vestido sería un regalo de su madre, pero Corrie lo sabría. Su madre se aseguraría de eso.
Una vez decidido, se vistió y salió por la puerta de atrás para que no le vieran.
Sin embargo, la partida de Jess no pasó inadvertida.
Roger Laughlin estaba repantigado en la mesa de un rincón de la Cafetería de los Sueños y sonrió burlonamente al ver cómo Garrett, sin afeitar y con los ojos hinchados, salía al callejón. Estando allí había llegado a pensar que el altivo y estirado teniente se estaba empezando a cansar de la ramera de pelo castaño. Había valido la pena arriesgarse a ir a la cafetería.
—¿Va todo bien señor?
Laughlin se sobresaltó y se puso en guardia por si acaso alguien se había dado cuenta de que estaba vigilando. Levantó la vista hacia la camarera negra con el ceño fruncido.
—Márchate.
—¿Quiere que le traiga algo más, señor? —preguntó la camarera al ver el plato vacío.
—Tarta. —Hoy todavía no había visto a la puta. Tal vez tuviera que esperar un rato más—. Y deja aquí esa cafetera, zorra. Uno puede llegar a morir de sed en este tugurio.
La mujer giró sobre sus talones y se marchó, meneando el trasero por debajo de toda aquella ropa. Laughlin notó que se endurecía al verla andar. Esta moza parecía ser muy amiga de la puta de Garrett. Puede que, llegado el momento, también la tuviera a ella.
La puerta de la cocina se abrió de golpe y por ella salió la cocinera portando una cafetera. Que le condenaran si no vestía otra vez con ropa de hombre, y provocando que todas las narices de las viejas apuntaran hacia fuera del tugurio, a juzgar por las cejas enarcadas y los susurros que la acompañaron.
Él esperó a que llegara hasta su mesa con una pierna fuera de la silla y el brazo rodeando el respaldo. Los pechos de ella tensaban su camisa haciendo que su miembro palpitara. Cuando llegara el momento de vengarse de Garrett no tendría que perder el tiempo desnudándola, un simple tirón sería suficiente para dejarla desnuda y lista para él. Exactamente igual que a aquellas indias.
Ella se detuvo frente a él.
—¿Quería usted más café?
Él asintió y la miró de arriba abajo detenidamente. Cualquier mujer excepto una puta hubiera puesto el grito en el cielo; ella se limitó a fulminarlo con la mirada.
Corrie le miró fijamente, reconociendo al hombre que la había abordado en la calle. Se inclinó, lleno la taza con el café ardiente y, con voz vibrante a causa de la ira, dijo:
—La próxima vez que llames puta a una de mis empleadas, vas a encontrarte con esta cafetera de café hirviendo en el regazo. ¿Lo has entendido?
Él se enderezó con sus vidriosos ojos negros ardiendo de ira, protegiéndose sus más preciadas posesiones de alguna salpicadura perdida.
—No sé lo que le habrá dicho esa negra...
—A esa mujer —dijo Corrie haciendo énfasis en el nombre—, hay que tratarla como a todo el mundo. Con respeto.
—Yo no recibo órdenes de la puta de ningún policía...
Corrie se apartó, pidiendo refuerzos por señas y deseando desesperadamente no haber discutido con Jess. De no haberlo hecho ahora él estaría aquí para vérselas con aquel gilipollas.
—Sal de mi cafetería ahora mismo.
—Este es un país libre, zorra —contestó él bebiendo un sorbo de café mientras la miraba por encima del borde de la taza con el ceño fruncido.
Algunos de los clientes más próximos hablaron en voz baja entre ellos y varios se levantaron, preguntando si podían ayudar. Alabados fueran los modales victorianos.
—He dicho que te vayas de mi cafetería y no vuelvas. —Levantó la cafetera en muda amenaza.
Por el rabillo del ojo vio a varios de los hombres Johnson saliendo por la puerta de la cocina. Evidentemente el hombre también los vio ya que pasó por delante de ella en dirección a la salida.
Pero no sin antes mascullar al pasar:
—Me las pagarás, zorra.
Todos los nervios de Corrie se tensaron de miedo, pero se obligó a dirigirse a todos los presentes en un tono de voz normal.
—Por favor, disculpen el percance.
Maisie acudió a hacerse cargo de la cafetera.
—Yo lo haré cariño. Usted vuelva a la cocina y siga haciendo allí su magia.
Mientras Corrie cruzaba el comedor en dirección a la parte de atrás, varios clientes la pararon y se dirigieron a ella con amabilidad. Incluso la señora Harrington, acompañada de varias de las mujeres del hotel.
Brava, señorita Webb. He visto a ese hombre vagando por las calles y he prevenido a mis chicas en su contra. Me temo que es un tipo especialmente desagradable.
Un bastardo más bien; sin embargo Corrie obsequió a la señora Harrington con el beneficio de su mejor educación. Podía insultar a ese cabrón como le diera la gana. Al menos para sí.
En vez de compartir sus verdaderos sentimientos sobre aquel hombre, sonrió.
—Gracias por su apoyo, madame.
Volvió a la cocina con ganas de echarse a reír. ¿En que iba a convertirse el mundo cuando personas como la estirada señora Harrington se rebajaban a ponerse de su lado?
Claro que teniendo en cuenta que la elección era entre ella y ese grosero.
Me pregunto si estará interesado en comprar una mula.
No, incluso Buford se merecía algo mejor.

 

 

 

Jess hizo una pausa para observar los rostros de sus hermanas y de su madre y concluyó su súplica.
—De modo que me pregunté a quién, sino a las mujeres Garrett, podía dirigirme para equipar adecuadamente a Corrie.
Su madre envió una mirada entendida a todo el grupo, luego le cogió la mano y se la apretó con cariño.
—¿A quién ciertamente?
—Tengo el vestido perfecto. Lo he visto en el Harper's Bazaar.
—Abby se levantó para revolver un montón de revistas que había en un rincón de la suite.
Su madre le obligó a sentarse a su lado mientras que el resto se reunían con la hermana mayor y empezaban a hablar de la tela y el color.
—Jess —empezó de manera que el resto no la oyera— ¿qué intenciones tienes respecto a Corrie? Ella no tiene familia aquí y me siento en la obligación de preguntártelo... incluso a mi propio hijo.
—¿No querrás decir, especialmente, a tu propio hijo? —bromeó él.
Ella se recostó en la silla dándole una palmada juguetona en el brazo.
—Es una chica estupenda, de buen corazón, sin importar el empeño que ponga en disimularlo con provocaciones.
Jess asintió. Esa era su pequeño patito marrón; fanfarrona, provocadora y debajo de todo eso, un buen corazón.
—¿Eres consciente de que le han hecho daño, verdad?
Miró a su madre a los ojos, asombrado.
—Si. Sí, lo soy, pero no sabía que te lo hubiera contado.
—No lo ha hecho —su madre se encogió de hombros—. No se educan a tantos hijos como tengo yo sin aprender un par de cosas. Una de ellas es ser capaz de reconocer el dolor que intentan ocultar.
En ese preciso instante aparecieron sus hermanas, chillando de placer ante el diseño del vestido que habían encontrado. Después de mandarlas a la otra punta de la habitación para que lo vieran mejor, su madre lo inmovilizó con la mirada.
—¿Tienes pensado casarte con ella? ¿O sólo acostarte?
—¡Mamá! —La exclamación salió con el mismo tono que cuando, a los doce años, lo sorprendió haciendo novillos, aunque él estaba convencido de que no había manera alguna de que pudiera saberlo.
—¿Y bien?
—Eres la madre más atrevida que un hombre ha tenido nunca.
—Gracias querido. Aprecio tu reserva respecto a tu relación con Corrie, pero contesta a mi pregunta.
—Tú me educaste, mamá. ¿Qué crees que voy a hacer? —Se pasó las manos por el pelo—. Ya se lo he pedido.
—Bien. —Una sonrisa estiró las comisuras de sus labios—. ¿Habéis fijado una fecha?
—No ha respondido que si... todavía. —Y su resistencia lo carcomía—. Me ha dicho que espere al final del baile de verano.
—Que extraño.
—Desmoralizante, si quieres saber mi opinión. —Jess se sacó brilló a las uñas con la solapa, fingiendo indiferencia—. Hay un gran número de mujeres que no dejarían pasar la oportunidad.
—¿Pero...? —La mano consoladora de su madre se cerró en torno a su brazo.
—Pero a quien amo es a Corrie. —Ya está, ya se lo había dicho a Corrie y a su madre. Ya no había forma de echarse atrás.
Su madre le dio otro cariñoso apretón en el brazo y cerró los ojos. Aparecieron los hoyuelos en sus mejillas.
—Lo sé.

 

 

 

Theodore Garrett se sentó en una mesa del rincón y suspiró. Los olores que salían de la Cafetería de los Sueños le hacían la boca agua. Si Jess no se casaba con Corrie, lo haría él.
Es decir, si no estuviera ya comprometido, pensó con una punzada de culpabilidad. Ah, sí, su novia sabía cocinar. Sin embargo, Corrie creaba obras maestras.
Realizó su pedido y se bebió un vaso de vino mientras leía detenidamente el último periódico de leyes. Solo levantó la vista cuando apareció ante él un filete sobre un colchón de tiernos espárragos miniatura y una salsa de mantequilla negra.
Corrie le puso el plato delante y luego se sentó en la silla de enfrente. Luchando entre su educación y lo que le gritaba el estómago, realizó una extraña reverencia desde su asiento y levantó la servilleta.
—No te preocupes por ser cortés, Teddy. Come. —Corrie le obsequió con una sonrisa que le hizo volver a darse cuenta de lo afortunado que era su hermano—. Cualquier chef se siente ofendido si no se come su comida, cuidadosamente preparada, cuando está a la temperatura justa.
Una mujer que sabe. Teddy le devolvió la sonrisa, cortó un trozo de filete y lo mojó en la salsa. Los sabores explotaron en su boca y no pudo contener un gemido de placer.
—¡Oh, Dios, esto es sublime!
—Come.
Saboreó unos cuantos bocados más antes de darse cuenta de que ella estaba arrugando el mantel con los dedos. Oh, oh. Reconoció la forma de actuar de sus hermanas cuando querían que les hiciera un favor.
—¿Teddy? ¿Puedo preguntarte una cosa?
—Depende. Por la confidencialidad y todo eso. —El suculento filete cayó como una bala de cañón en su estómago. Aquello olía a problemas.
—Se trata de algo personal. —Hizo un nudo con la mantelería—. Mejor dicho, es sobre tu familia.
—¿Por qué no se lo pides a Jess? Es un buen hombre. Es mucho mejor que se lo pidas a él. —Hizo una pausa para respirar y sorprendió su expresión decidida. Se acabó lo de pasarle la pelota a Jess.
—No puedo. Se trata de él. —Se inclinó hacia delante, extendiendo las manos y alisando el mantel—. Tengo un plan.
Lo que se temía: problemas. Pero, ¿cómo podía decir que no a una mujer que cocinaba como Corrie?

 

 

 

Aquella noche, Jess subió a las habitaciones de Corrie de muy buen humor. No sólo iba a poder sorprenderla con un precioso vestido de noche, sino que además había vuelto a disfrutar de la compañía de su familia, aunque solo hubiera sido de sus hermanas. Apartó el pensamiento de lo mucho que echaba de menos a sus hermanos y al resto de los hombres Garrett.
Hoy no. Hoy voy a disculparme con Corrie.
Con solo echar un vistazo a su alrededor, podía asegurar que ella se había pasado todo el día en la cafetería. Hasta las copas de vino de la noche anterior seguían estando sobre la mesa con la botella abierta al lado. Lo menos que podía hacer era ordenarlo todo. Después de pasar todo el día en la cocina, Corrie estaría agotada.
Antes de colocar la botella de vino en el armario de los licores, le puso el corcho. Le llamó la atención la etiqueta y se sorprendió al ver que era de California en vez de la denominación francesa que esperaba. Una etiqueta en la parte de detrás —algo extraño en sí mismo—, proporcionaba mucha más información sobre un vino de la que había visto nunca. Leyó con interés la descripción del viñedo y de la región. Le dio la vuelta a la botella para volver a leer la etiqueta de delante.
Luego leyó la añada por tercera vez y unos dedos helados se cerraron en torno a su corazón.
Allí estaba. No era un error.
El año de la vendimia estaba claro: 1996.

 

 

 

Corrie subió corriendo las escaleras hacia su dormitorio, ya que Big John le había informado de la llegada de Jess, sonriente y bromeando, hacía más de una hora. Tenía la esperanza de que estuviera tan dispuesto como ella a besarse y a arreglar las cosas. Le hizo gracia la forma en que pensar en un simple beso podía levantarle el ánimo y acelerarle el pulso. Llegó al descansillo con la piel hormigueando de anticipación, y abrió la puerta.
Se le cayó el corazón a los pies.
Jess estaba sentado en el canapé con una botella de vino, el montón de condones y la mochila encima de la mesa. Estaba tan pálido que su piel era gris. Sus ojos le helaron el alma.
Lo sabía.
—Estaba esperándote. Entra Corrie. —Apretó los labios—. Suponiendo que ese sea tu nombre.
—Jess, puedo explic...
—Cállate. —Su voz, su querida voz profunda que hacía que sus entrañas se convirtieran en gelatina, sonó áspera y dura—. No intentes decirme más mentiras.
Las rodillas estuvieron a punto de fallarle y se dejó caer en la butaca frente a él.
Lo sabía.
Jess tocó la mochila.
—He mirado esto una y otra vez, y no se parece a nada que haya visto antes. —Le dio la vuelta y señaló la etiqueta—. Tampoco he visto nada ni remotamente parecido a eso de "Japón".
—Por favor, deja que...
Su mirada la hizo callar igual que si le hubiera dado una bofetada en la boca. Luego Jess extendió los condones uno a uno y levantó el que había abierto.
—Estos los reconozco. Las putas los llaman "bolsillos franceses". —Un músculo palpitó en su mandíbula y se le dilataron las ventanas de la nariz al respirar—. Pero dudo de que alguna puta tenga un anticonceptivo como este.
Oh, Señor, ayúdame. Le he hecho daño.
—Esto —levantó la botella de vino— es lo que me llamó la atención en primer lugar. ¿Pensabas que no iba a mirar qué vino estaba bebiendo? ¿Creíste que no iba a leer la etiqueta?
—Jess...
Él sacudió la botella ante su cara.
—¿Pensabas que no iba a darme cuenta de que este vino no va a ser producido hasta dentro de cien años? ¿Y bien? ¿Lo hiciste?
Unas ardientes lágrimas caían por las mejillas de Corrie mientras negaba con la cabeza. Nunca se le había pasado por la mente la idea de contarle a nadie que venía del siglo XXI. Jamás había pensado en contarle la verdad. Y ahora la verdad los estaba destruyendo.
Si hubiera confiado en él...
Pero la confianza era algo que se aprendía en el seno de una familia y ella nunca había tenido la oportunidad.
Jess empezó a pasear por la habitación, hablando como si lo hiciera para sí mismo.
—Al principio creí que era un chiste, una broma extraña, que la etiqueta hubiera sido diseñada para hacerme gracia. —Inhaló profundamente—. Me vendría bien un buen chiste.
Se detuvo junto a ella, pero Corrie no era capaz de enfrentarse a su ira. A su dolor.
—Entonces encontré uno de estos delante del armario. También tenía algo extraño escrito y una "fecha de caducidad". Lo abrí y supe de inmediato lo que era, pero, con toda mi experiencia, jamás había visto un bolsillo francés como este. Sin embargo, sólo lo utilizan las putas.
Se acercó a la ventana, golpeándose la palma de la mano con la botella que llevaba en la otra.
—Después de eso, revisé tus habitaciones.
—No tenías ningún derecho. —La protesta era más simbólica que decidida. Ahora ya no había vuelta atrás.
—Tenía todo el derecho, maldita sea. Te amaba y tú me has estado mintiendo durante meses.
Amaba; en pasado. ¡Oh Dios!
—Dime —dijo él en un tono falsamente inquisitivo—, ¿cómo se llaman esos extraños cierres que tienen filas de metal que se entrelazan entre sí? Son ingeniosos.
—Se llaman cremalleras. —No había razón para no decírselo. Eso no iba a ser de ayuda para su causa. Ni para recuperar su amor.
—Cremalleras. —Repitió la palabra varias veces—. Son cómodas.
Su calma la puso nerviosa. Levantó la cabeza para mirarlo.
—Jess, siento no habértelo dicho.
—¿Decirme qué? —El fuego que desprendían sus ojos desmentía el tono suave de su voz.
—Que vengo del futuro. —Era extraño lo irreal que parecía al decirlo en voz alta.
—El futuro. —Otra vez aquella lenta repetición de las palabras.
—¿Me crees? Demonios, ni siquiera yo lo creía al principio.
—No sé lo que creo. —Se presionó la frente con la botella—. Sin embargo eso explicaría las cosas que tienes que son fuera de lo común, como por ejemplo los pantalones y las cosas raras que dices. Explicaría lo que he encontrado en tu habitación. Y que seas incapaz de encender una simple estufa.
—Sí, en mi tiempo hemos hecho algunos progresos.
—¿Cuál es tu tiempo? ¿De cuándo eres?
—Dos mil uno.
—Dos... mil... uno —Cerró los ojos—. No sólo del siglo que viene, sino además del próximo milenio.
—¿Jess? ¿Te encuentras bien?
¿Y si eso lo llevaba al borde de la locura? ¿Cómo iba a poder vivir consigo misma?
—¿Bien? Me entero de que la mujer que amaba viene del siglo XXI, ¿y se supone que tengo que estar bien? —La tensión de su rostro la sacudió—. Confesaste no ser virgen la primera vez que nosotros... nuestra primera vez. Olvidaste decir que te prostituías viajando en el tiempo.
De repente, lanzó la botella contra la pared de enfrente. Los cristales los rociaron a ambos, pero él no se inmutó, tan sólo se la quedó mirando con furia.
—¿Cuántos hombres tienes esperando en años distintos? ¿Dos? ¿Diez? ¿Mil?
—Yo no...
Arremetió contra la mesa y tiró al suelo los condones de un manotazo.
—Solo dime una cosa y te dejaré en paz.
—Jess, por favor...
—Una cosa Corrie. Contéstame y me iré. —Se alzó por encima de ella, temblando de rabia—. ¿Intentaste seducirme deliberadamente? ¿Hacer que te amara?
—Yo jamás...
Él le sujetó la muñeca con fuerza.
—Tú nunca me amaste. Lo sé. Todas las cosas que me dijiste eran mentira. —La sacudió y la acercó hacia el—. Pero, ¿decidiste deliberadamente hacer que me enamorara de ti?
—No te he mentido Jess. Es cierto que te amo. —Cada respiración era un infierno de dolor. Incluso agradecía que la estuviera sujetando, por brutal que fuera—. No planeaba que fuera así.
—De modo que no fue deliberado. Es lo único que quería saber. —La soltó como si fuera una basura que le estuviera ensuciando la mano, y se fue de la habitación.
Ella dobló las rodillas, llevándose la muñeca magullada al regazo. Las lágrimas rodaron por sus mejillas, cayendo sobre la falda. El único hombre al que había amado la odiaba.
Había esperado tener unas semanas más de felicidad antes de ser devuelta a su propio tiempo. Ahora Jess se había marchado llevándose con él su corazón y su alma.
El cielo se había convertido en infierno.

 

 

 

Las horas siguientes fueron borrosas. Jess sabía que estuvo dando vueltas por la ciudad hasta que por fin, llegó donde se encontraba King. Consiguió ensillarlo de alguna forma y cabalgó como alma que lleva el diablo hasta las montañas. Quizá allí pudiera pensar.
Pensar, ¡ja!
Corrie viajaba en el tiempo. Posiblemente tuviera un hombre en cada ¿año?, ¿década?, ¿siglo? En este él había sido el desafortunado elegido. Había intentado no creer que viniera de otra época, pero las pruebas eran irrefutables. Nadie era capaz de urdir una broma tan complicada.
Mientras él y King ascendían cada vez más en la montaña, luchaba contra los recuerdos de ella. Su risa, su olor, sus caricias. No, ella compartía esas cosas con otros hombres. En varias épocas.
Sin embargo se detuvo al recordar el tormento en sus ojos cuando la abrazaba durante sus pesadillas. Eso no podía habérselo inventado. Nadie era tan buena actriz.
¿Podía una mujer mentir tan bien cuando decía que le amaba? ¿Su reserva para confesar su amor era resultado de saber que no pertenecía a este tiempo o a que nunca lo había amado?
No. Tenía que ser una mentirosa. Tenía que ser la zorra sin corazón que él creía que era. Puso a King a medio galope y dejó que el viento le aclarara las ideas. El aire limpio de las montañas le limpió el cerebro del humo de la duda.
Entonces recordó la protesta de ella. "No estaba mintiendo, te amo". Redujo la velocidad de King hasta ponerlo al paso y desmontó para pasear. ¿Qué otra cosa podía pensar sino que le amaba, sobretodo cuando su voz, sus ojos y su alma así lo indicaban?
¿Corrinne Webb era una mentirosa? ¿O era el pequeño patito marrón del que se había enamorado hacía meses?
Maldita fuera. ¿Por qué no se lo había contado?