Soneto para una corona poética dedicada al «cipote de Archidona»
Dicen que hubo un carajo en Archidona
que, con nocturnidad y alevosía,
en la sombra de un cine se erigía
poniendo a gran altura su corona.
Una mano traviesa de madona
furiosa lo inquietaba y lo ascendía:
aquello era ya el sol al mediodía,
era ya el Tibidabo en Barcelona.
Como jugar con fuego tiene engaño,
la miel y nieve que guardaba el caño
hizo saltar su incontenible fuente,
y en la fila de atrás a una señora,
jodida por defuera y a deshora,
blanca se le quedó la permanente.
José García Nieto