Capítulo 7

 

 

 

Dec condujo  durante horas sin mostrar ninguna intención de detenerse a descansar. Carol cambió el disco e introdujo otro. Él hizo un mohín de fastidio al escuchar una balada clásica, prefería el rock. Ella empezó a tararear la canción hasta que al final acabó  cantando. Dec la miró entre divertido y sorprendido, menuda situación, un vampiro conduciendo un Audi R8 mientras una loca cantaba una aburrida balada.

 

—¿Cuéntame más sobre ti? —rogó Carol.

 

—Fui convertido en tiempos del imperio romano.

 

—¿Y cómo fue?

 

—Me mordieron, me convertí y ya está.

 

—¡Joder! No sabes contar historias. Con todo lo que has debido ver y vivir, civilizaciones, guerras, inventos…

 

—La conversión no salió bien. —respondió Dec con tristeza.

 

—¿Qué quieres decir? ¿Eres un vampiro?

 

—Cuando eres humano posees un alma, esta desaparece cuando te conviertes en vampiro y en su lugar ese vacío se llena con la esencia de la sangre.

 

—¿Y eso qué es? —preguntó Carol confundida.

 

—Digamos que es el alma  de un vampiro. El problema es que mi alma humana no desapareció y ahora mi cuerpo contiene dos tipos de alma. Por eso no bebo sangre humana, la parte humana que permanece en mí me lo impide.

 

—Madre mía qué lío.

 

—Cuando los míos descubrieron mi secreto me desterraron, para ellos soy una abominación. Un error y la verdad es que tienen razón, no soy ni vampiro ni humano.

 

—No eres un error, además eres un tipo muy atractivo.

 

Dec la miró esbozando una sonrisa y ella se la devolvió aunque sus mejillas se sonrosaron un poco.

 

—Tú eres preciosa. —dijo Dec sin apartar la mirada de la carretera—. Será mejor que busquemos un refugio.

 

Cuando llegaron a Potterstown, tomó un desvío por un camino rural, mejor arriesgarse con una granja que posiblemente ocuparan un par de seres que una ciudad repleta de ellos.

 

Condujo durante unos veinte minutos hasta que a lo lejos divisó una pequeña casa de dos plantas y un granero, enfiló el camino que llegaba hasta allí y salió del coche. No se equivocaba, varios seres rondaban la entrada de la granja, por sus ropas debían ser la familia que vivía allí. Un joven con el rostro desfigurado se acercó a él y Dec desenvainó su espada y le atravesó la frente. El padre y la madre tenían las entrañas al descubierto, de su boca caía un fluido negro de aspecto repugnante. Desenvainó la otra espada y con un gesto rápido acabó con los dos zombies a la vez.

 

Olisqueó el aire, pero no halló rastro ni de humanos, ni de seres.

 

Carol bajó del vehículo y se acercó a él, parecía triste.

 

—Siento lo de esta pobre familia, al menos descansan en paz y nosotros podremos dormir en su casa.

 

—No, dormiremos en el granero.

 

—¿Estás de broma?

 

—La casa no es segura, está repleta de ventanas, no hay rejas. Mañana la inspeccionaremos, el granero solo tiene una puerta que parece sólida y una trampilla en la parte superior, desde allí podemos ver quién se acerca desde kilómetros.

 

Carol gruñó fastidiada, esperaba que el granero tuviera paja o algo lo suficientemente mullido como para dormir.

 

Dec revisó el granero, todo estaba despejado. Entró el coche tomando la precaución de entrar marcha atrás por si se veían obligados a salir huyendo. Cerró la puerta con una cadena que encontró y saltó a la destartalada planta superior donde había varias pilas de paja. Agarró una y la desmenuzó hasta crear algo parecido a una cama, cerró la trampilla y saltó junto al coche.

 

—Yo dormiré en el coche. —informó Carol con cara de pocos amigos.

 

—Me parece bien, yo dormiré arriba. —dijo Dec sin inmutarse.

 

—¿Me vas a dejar sola? —protestó Carol.

 

—Prefiero dormir sobre la paja, es más cómodo que un estrecho asiento deportivo.

 

Carol abrió la puerta del coche, sacó una bolsa con comida y su mochila, lo miró con rabia y subió la escalerilla que daba acceso a la planta alta. Dec observó divertido como se tiraba encima de la paja y abría una bolsa de patatas fritas.

 

Dos horas más tarde Carol se estremecía por el frío, Dec se quitó la gabardina y la usó para taparla. La sonrisa en la cara de ella dejó claro que se sentía mucho mejor y más calentita.

 

Mañana empezaré a entrenar a esta loca, espero que preste atención y que sea capaz de aguantar el entrenamiento.

 

Se giró y se sorprendió al ver los ojos de ella clavados en él.

 

—Gracias. —susurró Carol.

 

Dec la miró, no sabía qué decir, su parte vampira le inducía a ser práctico y frío, su parte humana le sugería locuras.

 

—Mañana comenzaré a instruirte, si quieres seguir viva tendrás que esforzarte.

 

Carol asintió, se acercó a él y lo besó en la mejilla, segundos después ya estaba dormida. Dec con los ojos muy abiertos se quedó mirándola, ese beso había provocado una descarga en él. ¿Sería posible que él se estuviera…? ¡No, imposible! Sacó su mp3 del bolsillo y lo conectó, ACDC le ayudaría a despejar su mente.

 

A primera hora de la mañana, después de un desayuno poco sano, Carol y Dec salieron al exterior.

 

—Lo primero será aprender a usar una pistola nueve milímetros. Este botón es para extraer el cargador, pulsas, lo extraes y para introducirlo lo encajas y encastra. Las balas se sacan así y se introducen de esta otra forma. La corredera, pulsas este engranaje y la extraes, debe engrasarse de vez en cuando,  el cañón también.

 

—Este campo está lleno de margaritas. —dijo Carol.

 

—¿Qué tiene que ver eso con esta arma? —protestó Dec levantando la mirada. Sus ojos se enrojecieron y sus colmillos empezaron a crecer, Carol estaba a varios metros, no le había prestado la menor atención.

 

—No voy a repetirte las cosas dos veces, o prestas atención o te abandono aquí mismo. —amenazó Dec.

 

—¿Serías capaz? —retó Carol.

 

—¿Por qué no debería serlo?

 

—Porque te gusto, he visto como me miras. —respondió Carol juguetona.

 

—Tal vez solo te mire porque deseo beber tu sangre.

 

La cara de Carol se ensombreció, se acercó y trató de prestar atención a las explicaciones que Dec le daba. Todo era tan aburrido para ella que de vez en cuando se le escapaba un bostezo.

 

—Bien municiona el cargador, introdúcelo en el arma y dispara a ese espantapájaros.

 

—¿Estás seguro? Nos pueden oír los seres.

 

—No hay ningún ser vivo o muerto en varios kilómetros a la redonda.

 

Carol siguió sus instrucciones al pie de la letra pero cuando intentó disparar no lo consiguió, algo le pasaba al arma.

 

—Está rota, no dispara.

 

—¡El seguro! —gritó Dec desesperado.

 

—No me dijiste que quitara el seguro, haberlo dicho.

 

Dec gruñó.

 

—Dispara. —dijo con voz gutural.

 

Carol apuntó al espantapájaros y acertó a la primera, colocó el seguro y empezó a contonearse y menear el culo.

 

—Soy la mejor, soy la mejor, nena que bien disparas, eres la mejor…

 

—Bien, avísame cuando dejes de hacer el idiota y te explicaré cómo manejar el resto de armas. —dijo Dec con brusquedad.

 

Carol lo remeó y lo siguió hasta la bolsa donde tenían las armas.

 

Sobre medio día, Carol se ajustó la pistolera para que le quedara bajo el hombro izquierdo. Llevaba varios cargadores ajustados a un cinturón, se sentía poderosa y más segura, pero temblaba solo de imaginarse cerca de uno de esos seres.

 

Los dos entraron en la casa en busca de útiles de cocina y con suerte más provisiones. Dec exploró la planta baja  y luego subió a la planta de arriba. Carol se quedó abajo registrando la despensa y buscando alguna sartén pequeña o cacito. Escuchó un ruido tras ella, sacó el arma y disparó.

 

—¡Genial! Si llego a ser humano ahora estaría muerto. —gruñó Dec.

 

—¡Dios mío te he matado! —gritó Carol corriendo hacia él, no podía creer que le hubiera disparado, empezó a llorar nerviosa y preocupada—. Lo siento, me asusté, creía que eras uno de esos seres.

 

Dec la agarró suavemente por las mejillas y le obligó a mirarle a los ojos.

 

—Soy un vampiro, no pasa nada, estoy bien.

 

—¿Seguro? —preguntó aún llorando.

 

—Seguro, sigue con lo tuyo, yo me quedaré por aquí y ya sabes, si escuchas un ruido antes de disparar mira bien que no sea yo.