CAPÍTULO 16
CRUEL DISTANCIA
CUAN extensos eran los kilómetros que separaban los latidos inequívocos palpitando por amor. Hasta dónde no nadaría desde la costa para alcanzar el punto sin retorno del océano para que la única alternativa fuera seguir nadando hasta el otro lado. De dónde no sacaría fuerzas estando Laura en la otra orilla esperando. Engulliría esa masa de agua salada solo para que pudiera pasar caminando. Se tragaría al mismo tiempo de una tacada, con sus minutos y horas, sus días y meses, ansiando devorar el vacío perdido hasta encontrarse en el punto donde comerían perdices, ese punto que tanto le costaba visualizar. Qué no daría por aferrarse a ese instante. El jardín de Laura tenía mustias todas sus flores, el aire era cálido y seco y sus ríos eran barrizales cenagosos. El esplendor de sus colores había desfallecido en un segundo, justo lo que se tardaba en pronunciar un adiós. Como si fuese un lugar con solo dos estaciones, la de verano y la de invierno, la seca y la húmeda, la de la vida y la muerte. Ahora era un terreno inhóspito y baldío, yermo por completo, y en él no se albergaba vida alguna. Solo la unión de sus almas le haría recobrar todo su fulgor. Hasta cuándo aguantarían sus semillas el cambio drástico de su entorno. Cuánto aguantarían germinando y muriendo al instante. Hasta dónde estaría dispuesto a aguantar ese dolor por unos míseros días de fotosíntesis.
La eterna espera lo consume hasta que su cuerpo no es más que una carcasa, un recipiente vacío que no alberga ninguna esencia. Su alma está colmada de sentimientos y recuerdos, de sinsabores y espasmos de amor. Su cuerpo no es más que un organismo perfecto para seguir con vida, un cúmulo de procesos naturales que mantienen latiendo su corazón. Nada más. Todo lo que es Víctor está guardado bajo siete llaves en el altar de sus entrañas. Todo lo que era y todo lo que creía antes de conocer a Laura murió en un aeropuerto, en el momento justo en que la conoció. Todo desapareció aquel día para nunca más volver. Ahora sentía que era otra persona, no sabía quién, pero quería serlo. No tenía ninguna duda de que ese es el tipo de persona que quería ser. Un ser inundado de amor y de cariño, un ser que amaba a otro ser sobre todas las cosas aunque nadase a contracorriente. Un ser con un objetivo, una meta. No quería ser un vulgar pirata aborda barcos como había venido siendo, no lo necesitaba. Gobernaba su propia fragata cargada hasta los topes de popa a proa, suministros de sobra y fuerte artillería, y el mapa de un gran tesoro guardado a buen recaudo con una X sobre Dublín. Subido al más alto mástil, amanecer tras amanecer oteando el horizonte ambicionando divisar tierra firme. Mirase donde mirase solo visualizaba la infinidad del mar, ansiando algún día ver la costa y desenterrar su preciado trofeo, su tesoro, Laura. Día tras día bajaba de ese mástil y ordenaba a su timonel trazar un nuevo rumbo, y a la tripulación preparar pertrechos para la nueva travesía. Y así pasaba los días surcando los mares, con un objetivo muy marcado, y sin saber muy bien como darle alcance y conquistarlo, clavar su bandera y hacerlo suyo.
Laura vuelve y con ella la alegría de vivir. Una explosión de sentimientos se desata y provoca un huracán en el que ellos son el epicentro. Los días se atropellan y son arrastrados con vértigo por su propia marea. La temperatura, el agua y el oxígeno son las adecuadas. Las cubiertas de las semillas se rompen y comienzan a emerger sus tallos de la tierra. Crecen a toda velocidad y se expanden hasta donde los ojos alcanzan a ver. Pronto la tierra muerta se va llenando de vida y de vivos colores. Millares de pétalos se abren y se extienden sus estambres, con el anhelo de seducir a su portador de polen y sienta el deseo irrefrenable de hacerle el amor. Enajenado por su belleza, busca a su alma gemela para poseerla una y otra vez, y sin darse cuenta, gracias a su danza del deseo, miles de hectáreas van germinando hasta que el triste desierto se convierte en un oasis. Su visión es algo maravilloso. Cualquiera desearía permanecer allí vislumbrando todo aquello bajo la sombra de un ciprés hasta que se apagase su último aliento. Envuelto en un remanso de paz, sin ajetreos ni preocupaciones, tan solo disfrutando por la inminente belleza creciendo a su alrededor.
Como una metamorfosis terrorífica, con la misma velocidad con la que todo floreció, el aire se va secando y los vivos colores se van apagando hasta que quedan fulminados. Las hojas secas se vuelven mustias, hasta que hieráticas y débiles se dejan caer y morir. Todo se va despoblando de vida, y ahora lo único que inspira ese lugar es nostalgia y soledad, melancolía. Laura se marcha de nuevo y su jardín vuelve a ser un páramo maldito. No queda ni rastro del paraíso que de su manto resurgió, no se atisba a ver ni una sola brizna de hierba. Laura se va y con ella su olor a vainilla y sus dulces caracolillos. Laura se va y la vida se vuelve vacía y opaca. Laura se va y sufre una muerte en vida despiadada.
Los días caen y con ellos sus semanas y meses. Idas y venidas, encuentros y despedidas se suceden. Llegadas y salidas, carreteras y aeropuertos, horarios y calendarios. Todo ocurre con ansiedad y sosiego, con vértigo y letargo, a todo tren y sereno. Un millón de sentimientos contrapuestos se impactan en plena cara en breves periodos de tiempo. La belleza y la divinidad extrema son tan efímeras que cuando no han hecho más que emerger, ya se encuentra amenazante entre la maleza la melancolía al acecho. Incesante e irremediablemente se abalanza sobre su presa y la destroza con sus garras. La felicidad no es más que un mero punto en la inmensidad del océano, pero es tan plena y completa, tan perfecta, que merece la pena saborearla aunque dure solo unos segundos. Vale la pena deshacerse entre sus brazos aunque luego no seas más que un montoncito de tierra sobre el suelo. Vale la pena morir cada día, sentir el más frío vacío de tu interior, a expensas de saber que hay un punto minúsculo en el que te vas a sentir la única persona viva del universo. Al fin llega a ese punto y tan solo lo quiere devorar, engullirlo sin masticar con piel, pelo y hueso. Lleva esperando tanto ese momento que se revoluciona todo su organismo y entra en cólera todo su cuerpo. Lo deseaba tanto que el fragor de sus sentimientos se hacen soberanos de su persona. Es feliz a las órdenes de la tiranía de sus emociones, dirigido por palpitos de ternura en carne viva. Solo quiere besarla como si no fuera a haber un mañana, hacerla el amor como si jamás volviera a amanecer. Tan solo quiere eso, aunque sepa que al alba su alma moribunda se arrastrará por el suelo implorando por su desdicha. Quiere anidar en ese paraíso, rodar por ese jardín aunque solo sea por unos instantes, aunque luego se convierta en un cementerio desolado. No le importa saborear la muerte amarga día tras día con tal de libar por un segundo el cálido néctar de la vida eterna.
Y así una y otra vez se produce esta transformación, sin descanso, atropellada por unos sentimientos que florecen vertiginosamente y la pueblan de vida, y dolorosamente paciente esperando a que esto suceda. La locura abraza todo su cuerpo y le estruja las arterias. Los sentimientos opuestos son tan intensos cada uno con su estilo, que a veces desearía no sentir nada, quedarse completamente vacío, y ser un completo ignorante de todo lo que ocurre a su alrededor para no sentir dolor. Pero intentar evadirse de eso sería como haber intentado derribar él solo el muro de Berlín a cabezazos, imposible. No puede escapar de lo que siente porque lo que siente es lo que es, es el ser más puro que jamás ha conocido. Los meses van pasando y el amor cada vez es más acuciante, y a su vez el dolor por su ausencia es más intenso. Todo se eleva a su máxima potencia, y cuando cree que no puede dar más de si, aún tiene fuerzas para estirarse un poco más. Es como una tortura sin descanso, como un secuestro que no exige recompensa. Allí están mientras el mundo gira a toda velocidad sobre ellos. Esclavos del tiempo, de su urgencia y su velocidad. Fugitivos de su propia inocua existencia, recreándose con burdas anécdotas hasta que la verdadera trama da comienzo.
Víctor ha quedado con Oscar para tomarse una cerveza. No tenía ninguna gana de acudir, últimamente nada le entusiasma y está como perdido en el mundo. Su actitud pasiva tiene preocupado a Oscar. Tiene prácticamente abandonada su vida social, y cuando tiene un segundo para aprovecharla parece como ausente, perdido en los pensamientos de su interior. Oscar no va a desistir, es su mejor amigo y no piensa abandonarlo. Un amigo siempre está en los buenos momentos, debe estar presente en las alegrías de su compañero de fatigas, pero si en los momentos malos no lo encuentras, es que nunca has tenido un amigo. Y allí estaba Oscar que nunca en toda su vida le había fallado, dispuesto a levantarle del suelo una y otra vez. Cuando Víctor llegó al bar, vio a Oscar sentado al fondo de la barra. Se dieron un pequeño abrazo y unos golpes en la espalda.
—¿Qué tal neno? —preguntó Oscar siempre tan peculiar en su forma de hablar.
Acto seguido, Oscar le pidió un tercio de cerveza al camarero para su estimado amigo.
—Bien, como siempre —dijo Víctor un tanto desganado.
Oscar asiente con la cabeza e inmediatamente inclina su botellín helado y deja que resbale por su garganta. No para de quitarle ojo a su amigo.
—Tío, estás hecho una mierda —dijo Oscar mientras Víctor ponía cara de no querer hablar del tema—. No lo digo por tocarte las pelotas, y lo sabes. Tan solo me preocupo por ti colega. Apenas sales de casa, hacía días que no nos veíamos, te estás quedando escuálido tío. Tienes unas ojeras que como sigan creciendo pronto te taparán el rostro..
—¡Hey! No necesito que me restriegues por la cara el asco que doy —dijo Víctor un tanto enervado—. Para que me recuerden lo jodido que estoy me hubiese quedado en casa con mis pensamientos, que es lo mismo.
Oscar se quedó un poco sorprendido por la actitud ultradefensiva de su amigo.
—Está bien. Pero yo no intento joderte, tan solo soy un amigo preocupado, nada más —dijo Oscar tranquilizador.
—Lo siento tío, es que últimamente estoy muy cansado de todo, tengo la cabeza colapsada —se disculpó Víctor y se pasó las manos por su cabeza.
Oscar le dio una palmada en la espalda aceptando sus disculpas y engullió otro enorme trago de su cerveza.
—Escucha, sabes que yo siempre te he dicho lo que pienso, mi punto de vista sobre todo, sin importarme una mierda si te jodía o no. Si no fuese un verdadero amigo me callaría y seguiría tu corriente porque me importarías un carajo. Pero como si lo soy, te digo lo que pienso, porque es lo que yo creo que debo hacer —dijo Oscar completamente sincerándose, ensalzando su amistad.
—¿Y qué piensas? —preguntó Víctor.
Se hizo un breve silencio.
—Pienso que esto de Laura te está matando. ¿Qué llevas con ella? ¿siete? ¿ocho meses?
—Nueve —confirmó Víctor.
—¿Y quieres tirarte así toda la vida? No dudo del amor que sientas por ella. Estoy muy seguro de que si aguantas todo esto es porque tienes que quererla de la hostia, pero está acabando contigo —Víctor asintió con la cabeza las palabras de su amigo—. Hay veces en la vida que hay que tomar decisiones, decisiones muy jodidas, pero hay que hacerlo porque son las más importantes de nuestras vidas, son la marca y seña del devenir de todo lo demás —dijo Oscar muy cuidadoso con sus palabras.
—¿Y qué sugieres? —preguntó Víctor apesadumbrado.
—Que acabes con esto tío —sugirió honesto Oscar.
—¿Insinúas que deje a Laura? —dijo Víctor indignado.
—A veces hay que elegir el camino más fácil para poder seguir respirando —dijo Oscar.
—No tienes ni puta idea de lo que dices tío. ¿El camino más fácil? Quiero a esa niña con locura Oscar, dejarla sería como abandonar mi cuerpo en un jodido desierto para dejar que se lo coman los buitres. No pienso hacer eso —dijo Víctor midiendo perfectamente cada una de sus palabras.
Oscar se quedó pensativo, profundizando en cada una de las palabras de su socio, entrando en ellas para intentar comprenderlo.
—Entonces solo puedes hacer una cosa —dijo Oscar.
—Tú dirás.
—Marcharte con ella allí. Me jode decirte esto, porque no quiero perder a mi mejor amigo, pero si de verdad es lo mejor para ti, es lo que deberías hacer —dijo Oscar dejándose llevar por lo que pensaba que era mejor para su amigo.
—¿Y qué hago? ¿Abandono el negocio de mi padre que durante años tanto le costó forjar? ¿Toda una vida dedicada a eso y yo voy y lo pisoteo y lo dejo a su suerte? No puedo hacer eso tío.
—¿Y por qué no viene ella aquí? ¿Aquí están sus padres no? —preguntó Oscar intentando exprimir todas las posibilidades.
—Tiene un contrato de dos años y además la pagan muy bien. Le queda aún un año de contrato. Ha pedido un transfer para que la trasladen a Madrid y poder venir aquí, pero es muy difícil, solo los enchufados consiguen que les den los destinos que quieren. Podría intentar buscar trabajo aquí en otras líneas aéreas, pero tal y como está la cosa, no sale nada. Lo único que queda es esperar a que pase ese año y ver que sucede —dijo Víctor con pesadumbre.
—¿Un año más así? Eso es inaguantable tío —dijo Oscar sintiendo en sus carnes la amargura de Víctor.
—Dímelo a mí, pero es lo que hay.
Oscar pidió una nueva ronda de cervezas y los dos brindaron por esa asquerosa vida.
—Quiero que sepas que comprendo muy bien tu dolor. Puede que yo no sepa que hacer para que te sientas mejor, puede que sea un estúpido que no sabe lo que es el amor. Pero quiero que sepas que hagas lo que hagas y pase lo que pase, siempre estaré ahí para lo que necesites, por jodido que sea —dijo Oscar abriendo de par en par su alma.
—No sé cuantas veces te habré dicho que eres el mejor amigo que alguien puede tener, pero no me cansaré de repetirlo jamás —dijo Víctor orgulloso de su amigo.
—Aunque no lo hubieses dicho nunca, lo sé. Eres el hermano que nunca tuve Víctor.
Los dos se funden en un abrazo y sienten el amor fraterno corriendo por sus venas, a todo trapo resurgiendo de la espesura de la tristeza. Las botellas de cerveza van cayendo una tras otra mientras las palabras de aliento pasan silbando por sus oídos. Hoy será una larga noche de borrachera y amistad.
La resaca tras la noche con Oscar duró varios días. No recordaba la última vez que había bebido tanto. Pese al incesante dolor de cabeza, martilleándolo continuamente, y el malestar en todo su cuerpo, se sentía muy satisfecho de haber tenido esa velada con la mejor de las compañías posibles. Aquella borrachera no había sido la de un sábado cualquiera, una noche loca que se va de las manos. Aquella borrachera había estado plagada de espinas en pleno corazón, y Oscar había querido sentir todas esas espinas junto a él, como si fueran suyas propias. Fue la borrachera del dolor, y Oscar la quiso compartir con él. Puede que Víctor la tuviese un poco borrosa en su cabeza, pero recordaría aquella noche durante el resto de su vida. Una amistad como la de Oscar no tenía precio.
Aún quedan un par de días para que Laura vuelva entre sus brazos. Cuanto más cerca estaba de alcanzar ese momento, más despacio pasaban los días. Ojalá pudiera pasar todas esas horas restantes hibernando y no sentir el paso del tiempo. Pero no, por los caprichos de la vida tiene que levantarse para hacer sus necesidades y para comer, o más bien para malcomer, porque desde hace meses es lo que hace, malcomer, apenas dormir y malvivir. Laura le está devorando por dentro y en su interior apenas queda nada, un cuerpo vacío que solo tiene lo necesario pasa subsistir. Vive como en un descampado como un ser repudiado abandonado a su suerte, alimentándose de ratas y otros seres igual de deleznables. Como un ser apartado de toda sociedad, deshumanizado. Todo para que durante un par de días pueda rodar por la hierba del jardín de Laura, donde podrá alimentarse del sabor intenso de rojas manzanas y sabrosas cerezas. Todo medido y calculado para la satisfacción plena de ese momento.
Laura llega y la inmundicia es aniquilada. Al verla la sostiene en vilo en el aire y quisiera llevarla en brazos a las puertas del cielo. Quisiera morir en ese momento y tener una vida bohemia y contemplativa junto a ella desde las nubes. El amor invade todo su cuerpo como un alud de nieve que arrasa con todo. Su cuerpo está hundido a diez metros de la capa blanca de agua helada de amor. Laura vuelve y con ella el amor desmesurado. Laura vuelve y todo lo demás no importa. Laura vuelve y la felicidad puebla en sus venas. Los días pasarán raudos a su paso y no podrán detenerlos. Sus cuerpos desnudos impregnados de amor sediento gozan de sus escasos momentos de pasión desmedida. Las horas son devoradas por el salvaje momento del encuentro de sus cuerpos. La última noche antes de la partida de Laura les da alcance tan rápido que Víctor solo puede maldecir a Cronos. Desearía cortar al gallo su garganta para impedirle cantar al amanecer. Habían tenido una noche de sexo descontrolado y pasional. Ojalá se hubiesen quedado por siempre cosidos al colchón. Víctor estaba medio dormido, entre el sueño y la vigía, entre la luz y la oscuridad. De pronto escuchó un tímido lamento, una leve queja. Al cabo de unos segundos la escuchó con más insistencia. Se incorporó en la cama, era Laura que estaba llorando:
—¡Hey! ¿Qué te pasa mi niña? —preguntó Víctor preocupado al ver las lágrimas brotando de sus ojos.
—Nada —dijo Laura intentando disimular lo indisimulable.
Víctor la secó las gotas de la mejilla con su mano y la dio un beso en los labios.
—Si no te pasase nada no llorarías. ¿Qué ocurre? —preguntó Víctor.
Laura quedó en silencio y parecía no contestar.
—Cuéntame que te pasa —insistió Víctor.
—Ya no aguanto más Víctor —dijo Laura imprecisa. —¿A qué te refieres?
—A todo esto, a nosotros, nuestra forma de vida. Esto es horrible. Ya no lo soporto más —confesó Laura.
Víctor la acarició el pelo y posteriormente pasó su mano por su barbilla.
—Sé que esto es duro, para mí también lo es. No soporto tenerte lejos de mí. No poderte ver es la peor puñalada trapera que la vida me podía dar. Se me hace añicos el corazón cada vez que me despido de ti. Te quiero con toda mi alma, y eso es lo que me da fuerzas para olvidarme del dolor, pero si tú te derrumbas no puedo empujar yo solo de este carro. Te necesito —dijo Víctor intentando calmar a Laura.
—Yo ya no tengo fuerzas para tirar de ese carro Víctor —dijo Laura.
—Claro que las tienes. No he conocido una mujer más fuerte en toda mi vida.
—No, ya no las tengo. Estoy deshecha. Solo vivo un par de días al mes, el resto no es más que un mero trámite hasta que te vuelvo a ver. Esto es una tortura, y ya no lo soporto más —confesó Laura con palabras que hirieron el corazón de Víctor, pese a entender su alcance.
Víctor permaneció unos segundos en silencio. Hacía tiempo que estaba esperando esta conversación, sabía que en algún momento le estallaría en la cara, pero aún así no estaba preparado.
—Puede que estar lejos de ti sea lo más doloroso que ningún enamorado pueda sentir, pero todo lo que te amo y lo que yo siento cuando estoy contigo es lo más grande que jamás ha pasado por mis manos. Puede que el dolor sea insoportable, pero no hay dolor más hermoso que echarte de menos —dijo Víctor con el corazón bombeando en su garganta.
—Yo también te amo Víctor. Nunca he conocido a nadie como tú. Pero el dolor me está quemando por dentro y el humo no me deja respirar. Te tengo en la cabeza a todas horas. Antes me gustaba que estuvieras allí, fantaseaba contigo continuamente, pero ahora lo único que siento es el sabor amargo de la distancia. No siento nada más que dolor, y ya estoy cansada, no aguanto más —dijo Laura con lágrimas en los ojos dejando fluir todas sus emociones.
Víctor se quedó paralizado y derrotado. No parecía una típica pataleta ni un momento de bajón. Esta conversación la llevaba planeando Laura durante largo tiempo y no había visto el momento de sacarla a flote, y hoy había sido ese día.
—¿Qué intentas decirme? —preguntó Víctor con la voz hecha pedazos.
—Que ya no me compensa este sufrimiento. El dolor es más fuerte que lo que siento por ti, ha podido conmigo —dijo Laura con la voz entrecortada.
—¿Y? — preguntó Víctor, a sabiendas de cual sería su respuesta, para que Laura le diera la estocada final y por fin dejase de sufrir.
—Que quiero que dejemos de vernos —soltó la boca de Laura sin más dilaciones.
Al oír esas palabras el corazón de Víctor se detiene y nota que le falta el aire. Según iba hilada la conversación sabía que desembocaría ahí. Incluso desde hacía algunos meses que sabía que aquello algún día saldría a relucir. Pero nunca estás preparado para despedirte del amor, y menos cuando este es puro y cristalino. La punzada de aflicción en el centro de su corazón lo deja abatido y desolado, vacío, muerto. Siente una angustia y un tormento en su cabeza arrollador que le aniquila todas las neuronas. Desfallece en un instante tras las punzantes palabras de Laura clavándosele en el centro de su alma moribunda. Sin mencionar palabra, tan solo se recuesta dando la espalda a Laura. Ahora si que quiere dormir durante cien años, o al menos dormir y que todo haya sido un sueño, un horrible sueño del que quiere despertar. Laura le acaricia en el brazo y le dice que lo siente. Víctor permanece sin mediar palabra inmiscuido en su propio dolor, notando como supuran un millón de heridas abiertas en todo su cuerpo, sintiendo todo su escozor. Las lágrimas incesantes le caen de los ojos y van empapando gota a gota la almohada que hacía unos minutos estaba encharcada del sudor de la pasión. En unos míseros instantes había pasado de sentir la llama del fuego en su interior, a sentir un punzón de hielo en la diana de su corazón, haciendo mella y recreándose por todo el contorno de su cuerpo. Era la primera vez que en un encuentro con Laura lo que sentía no era emoción, placer, ni amor desbocado. Era la primera vez que sentía el desconsuelo del dolor incesante, el dolor del amor que se le escapaba y que en ese mismo momento compartía cama con él. Aún estaba allí a su lado, pero podía no estar, de hecho con sus palabras se daba por hecho que ya nunca más estaría. Aún lo tenía en su poder, a escasos centímetros se encontraba entre las sábanas, pero para él era como si ya se hubiese marchado para nunca más volver.
Cuando Laura despertó se encontraba sola sobre la cama y nadie más había allí. Tuvo que recobrar durante unos instantes la conciencia para cerciorarse de que lo que había ocurrido la noche anterior había sido real. Víctor no estaba en la cama con ella. Se preguntaba dónde estaría. Se liberó de las límpidas sábanas blancas y con su pijama de Hello Kitty atravesó la habitación. Recorrió todo el pasillo mientras un silencio espantoso invadía aquel hogar. Penetró en el salón y allí estaba Víctor sentado a la mesa enfrente de su ordenador. Había preparado café y tostadas, había mantequilla y mermelada y una bandeja de pasteles, todo ello colocado al detalle en cada hueco de la mesa. Al entrar Laura allí, Víctor alzó la cabeza por encima de la pantalla del ordenador.
—Buenos días. He preparado el desayuno. Siéntate y almuerza, el café aún debe estar caliente —dijo Víctor sereno y despierto.
Laura le dio las gracias y acto seguido se sentó a comer. Se sintió un poco desubicada ante tal suceso y la manera de manifestarse. Después de la conversación de aquella noche, Víctor tan solo había quedado en silencio, recostado, como si nada más quisiese que quedarse abandonado con su propio dolor. En cambio esa mañana, parecía como si nada hubiera pasado. Allí estaba con su desayuno recién preparado y no parecía preocupado por nada, como si no le hubiese afectado en absoluto. No entendía muy bien aquella situación. Laura empezó a prepararse sus tostadas y a untarse los condimentos. Sin dejar de pensar en la extrañeza de aquello, comenzó a ingerir su desayuno. Cuando hubo acabado se sentía igual de extraña, Víctor no le había dirigido la palabra, ni siquiera la mirada en todo el rato.
—Estaba todo muy rico —dijo Laura intentando sonsacarle alguna palabra. — Muchas gracias.
—De nada —dijo Víctor sin más.
¿Tal vez estuviese dolido de manera tal, que la tendría el resto del día hasta que se fuese con esa horrible sensación de desconcierto en la boca del estómago? No quería que se quedase así. Se acercó a él hasta que lo tenía a medio metro y pasó sus manos por su espalda.
—Víctor, siento muchísimo todo lo que pasó anoche, todo lo que hablamos. Tú sabes que ha sido tan doloroso para ti como para mí. Incluso sabías que esto iba a ocurrir. Debemos quedarnos con lo maravilloso que ha sido todo esto. No quiero que me odies —dijo Laura intentando ofrecer consuelo a Víctor.
Víctor se queda unos segundos mirándola y acto seguido responde:
—Yo no puedo odiarte, no sabría cómo hacer eso. Y no quiero quedarme con lo maravilloso que ha sido todo esto porque no pienso darme por vencido. Eres lo mejor que me ha pasado y no pienso dejarte escapar.
—Víctor, ya lo hablamos anoche. Es lo mejor para los dos —dijo Laura.
—Dame solo un instante por favor —rogó Víctor—. Nunca me había sentido mejor en toda mi vida, y nunca había visto las cosas con tanta claridad. Tú haces que sea mejor persona. Tú haces que sea la persona que quiero ser. Tú haces que me sienta afortunado cada día. Tú haces que mi vida tenga sentido. Cuando estoy contigo nada me importa. Se podría hacer añicos el mundo en un segundo, que si tú estás a mi lado me sería indiferente. Si te marchas me pasaré el resto de mi vida pensando si perdí la única oportunidad de hacer lo más importante de mi vida —dijo Víctor entregándole su corazón mientras Laura no le quitaba los ojos de encima.
—No me hagas esto más difícil Víctor —rogó Laura con los ojos brillantes como perlas.
Víctor buscó entre la mesa y la entregó unos papeles.
—Toma esto —dijo Víctor.
—¿Qué es? —preguntó Laura.
—Uno de los papeles es un billete a Dublín para pasar unos días contigo dentro de quince días. Los otros son dos billetes de avión a Canarias para ti y para mí para que pasemos allí una semana entera tú y yo solos dentro de un mes —dijo Víctor.
—¿Quieres que arreglemos esto con un viaje? —preguntó Laura un tanto confusa.
—No, pero pasaremos una semana entera los dos solos y tendremos tiempo para hablar de todo esto y ver qué es lo mejor. Solo te pido una semana, y en esa semana arreglaremos todo, te lo prometo. Y pase lo que pase en esa semana será definitivo y para siempre. Si es para bien no tendremos de qué preocuparnos, y si es para mal... bueno, si es para mal no volveré a molestarte nunca más, pues nada me haría más desdichado que seguir causándote dolor —dijo Víctor.
—Pero ni siquiera sé si me darán esos días libres, y solo falta un mes para eso, es un poco precipitado, no sé si me darán permiso —dijo Laura desconcertada.
—Sé que harás todo lo posible —dijo Víctor confiado.
Laura se le quedó mirando como si no estuviera del todo convencida. Finalmente asintió con la cabeza.
—Y ahora ¿Puedo besarte? —preguntó Víctor dubitativo.
—No puedes, debes hacerlo.