CAPÍTULO 10

EL ENCUENTRO

LUNES. VÍCTOR acaba de apagar su ordenador tras la grata noticia de Laura. Se siente embriagado de emoción. Su deseo más anhelado se encuentra a tan solo 5 días y ya casi puede saborearlo en sus labios. Se pregunta si se cumplirá todo lo que ha imaginado sobre ella. Si su voz será cálida y dulce, si tendrá fluidez en el diálogo al igual que en la escritura. Se pregunta si hablará clavándote los ojos, o será de esas personas que te habla esquivando la mirada. ¿Será expresiva con las manos a la hora de comunicarse? Laura le parece especial sin duda, pero cuando sea viernes y esté con ella ¿Le seguirá pareciendo tan especial? En las fotos Laura parece una chica coqueta, preocupada por su apariencia, pero puede que solo eligiera sus mejores fotos para subirlas a su perfil. ¿Será una persona preocupada por su físico? ¿O tal vez se arregle solo en contadas ocasiones cuando el evento lo requiere? ¿Tal vez en su vida cotidiana prefiera ir con la cara lavada? Además de por su físico y de su manera de actuar, Víctor se pregunta por cómo será su carácter. Cuando se escribe con ella parece una chica honesta, sincera, tranquila y sociable. Víctor reflexiona sobre si cuando se despida de Laura el viernes por la noche después de estar con ella seguirá pensando lo mismo. Tiene un palpito de que así será, pero a la vez siente un horrible temor de que ocurra justo lo contrario. En nada le va a ayudar el pensar constantemente en eso, pero no puede evitarlo. Su cabeza solo piensa en el viernes y en el abanico de posibilidades que se pueden dar en esa fecha. En el fondo sabe que no se le va la vida en ello, pues pasado el viernes, Laura regresará a Dublín y sus vidas volverán a ser lo que eran y regresarán a la normalidad. Entonces ¿Por qué dar tantas vueltas a lo mismo? No sabría contestar a eso. Tan solo sabía que deseaba con todas sus fuerzas que ya fuese viernes y rezaba porque todo fuese perfecto.

Martes. Víctor despierta aturdido y medio somnoliento se dirige a la cocina. Se prepara una buena dosis de cafeína y solo al beberlo es consciente de que lo que pasó la noche anterior es cierto. Había incluso imaginado que hubiera podido ser tan solo un sueño. Pero no, lo recuerda perfectamente. Ocurrió anoche mismo cuando llegó a casa después de pasar la tarde con Oscar. Recuerda perfectamente toda la conversación. Se contaron como les fue el día. Tuvieron algún que otro momento cariñoso. Laura le contó la lamentable historia con aquel pasajero que la tocó el trasero. Inmediatamente después fue cuando Laura le dijo que iba a venir a Madrid el fin de semana. Le propuso que fuera a recogerla el viernes al aeropuerto y pasar la tarde juntos. No obstante le pidió por favor, aunque sabía que no ocurriría, que no faltase a su cita, pues ya había dicho a sus padres que llegaba el sábado. Si Víctor la fallaba no podía llamarles y decir que el vuelo se había adelantado un día, sencillamente porque era imposible y absurdo. Víctor le aseguró que eso no ocurriría, que no se preocupara, que se moría de ganas por estar con ella. Así fue cronológicamente, lo recordaba perfectamente. Había ocurrido de verdad. En cuatro días contando hoy se vería cara a cara con Laura. Víctor se encendió un cigarrillo mientras se terminaba de despejar. La primera calada entró fulgurante por su garganta, bajó por su faringe hasta llegar a sus pulmones y se expandió hasta los alvéolos pulmonares. Realizó el mismo recorrido hacia atrás y finalmente Víctor escupió una enorme bocanada de humo blanco. La primera calada siempre era la más deliciosa de todas. Recordó que inmediatamente después de aquello, Laura le había comentado que hoy estaría de standby, que, según le comentó Laura, era un día en el que ella no iba a trabajar y estaba en casa. Sin embargo, debía estar preparada porque en cualquier momento la podían llamar por cualquier problema con la tripulación y tenía que salir pitando para el aeropuerto. Le comentó que si no la llamaban por la ausencia de algún compañero o compañera, y a Víctor le apetecía charlar un rato, ella estaría conectada. Víctor le pegó otra calada al cigarro, esta vez no le supo tan intensa, pero era igual de agradecida. ¡Vaya! Se le olvidaba. Laura también le comentó que casualmente el jueves era su cumpleaños. Ante el evento le propuso ir a cenar, aunque fuese el viernes cuando se iban a ver, y así celebrarlo. Por supuesto, se obcecó en que ella le invitaría a la cena, pese a las infructuosas alternativas que le propuso Víctor de pagar a medias. Eso le hace pensar algo. Pese a que no se conocen todavía, ella le va a invitar a cenar por su cumpleaños, aunque se vean el viernes y su cumpleaños ya haya pasado. No puede acudir sin un regalo. Debe comprarla algo.

Víctor toma una ducha y se dirige hacia el centro comercial más cercano. Un perfume siempre es un buen regalo. Sin embargo, desconoce los gustos olfativos de Laura. Aunque con una gran esencia está casi convencido de que la impresionaría, nunca sabría si realmente le llegó a gustar. Además los perfumes son algo muy personal. Podría comprarle algo de ropa, pero sabe de buena tinta que, aun sabiendo sus gustos, que no los sabe, es tan difícil acertar con algo así como encestar una canasta desde campo contrario. Piensa que también podría comprarle un libro. Es un presente con el que se suele quedar siempre muy bien. Sin embargo, se da cuenta de que no sabe que tipo de literatura es la que suele leer Laura, es más, ni siquiera sabe si le gusta leer. Víctor piensa en la cantidad de cosas que sabe de ella, y la cantidad que le queda por saber. ¿Serían todas esas cosas desconocidas tan positivas como lo que ya sabía hasta el momento? ¡Basta! Céntrate en encontrar un regalo y deja de darle vueltas a todo. Después de dos horas deambulando de tienda en tienda sin que ningún detalle le convenza, se detiene delante de una joyería. Algo ha llamado su atención. Es una pulsera de oro blanco con pequeñas piedrecitas brillantes. Tal vez sea un regalo más propio de un novio o de un padre, pero la pulsera le parece preciosa y es como si tuviese vida propia y le hubiese llevado por sí misma a plantarse en frente del escaparate. A Víctor se le viene a la mente que en ninguna de las fotos que recuerda de Laura luzca ningún objeto en sus muñecas. Igual no le gustan y por eso no las lleva. Lo desconoce. Pero ha quedado seducido por esa pulsera y finalmente se decantará por ella.

Por la tarde Víctor se conecta a internet y allí está Laura. Hablan durante un par de horas. No deja de maravillarse por la conexión que existe entre ambos. Laura es esa persona que cuando te habla te dice justo lo que tú estás pensando, como un hechizo que poco a poco te va menguando la voluntad. Cada frase queda archivada en su cabeza con el deseo de que permanezca en ella para siempre. Se cumplen dos requisitos recíprocos: Laura no solo le entiende y le comprende, si no que quiere hacerlo, disfruta haciéndolo, desea que Víctor le cuente sus inquietudes y sus pensamientos, su forma de ver el mundo. De igual manera le ocurre a Víctor con ella. Cada historia y cada anécdota que Laura le cuenta las hace suyas propias. Podría narrarlas en primera persona aunque él no se hubiese acercado siquiera a vivirlas. No se podía hablar de amor entre ambos, por supuesto, pero si de una conexión que traspasa el amor. Víctor había conocido a muchas parejas, incluso relaciones de años y años de casados que carecían de esa conexión. De hecho algunas carecían de conexión alguna. Eran personas opuestas con direcciones y pensamientos opuestos. Tal vez esas diferencias también los hacían un complemento el uno del otro. Víctor desconocía cual era el alcance y la valoración que debía darse a estas interrelaciones, pero lo que sí sabía era que con Laura no tenía miedo y podía ser él mismo.

Miércoles. Laura le dijo ayer que tanto hoy como mañana no se podría conectar, ya que tenía la jornada más larga de todas las posibles y prácticamente estaría todo el día fuera. Se despidió con gran pesar de Víctor y confirmaron que se verían el viernes a las 18.00, que era cuando llegaba su avión al aeropuerto de Barajas, siempre y cuando no hubiera retrasos. Víctor no sabía en qué ocupar su tiempo. Estaba inquieto, pues más pronto que tarde tendría lugar el acontecimiento que había esperado tanto durante semanas. De nuevo debía exprimir su tiempo al máximo para evitar estar todo el día divagando con sus pensamientos a la intemperie. Se daría una vuelta por alguno de sus restaurantes.

Jueves. El día avanza lento como una majestuosa tortuga gigante al borde de la muerte. Solo quedan 24 horas para el encuentro y la cabeza ya a desconectado de todo dominio con el cuerpo. A las millones de preguntas que se hace sobre cómo será Laura y de cómo será el día con ella, le añade un tejemaneje más, que es el cómo va a actuar él con ella. Está tan tenso y tan nervioso que teme fastidiarla. ¿Debería ser educado y cortés? ¿O tal vez era mejor ser espontáneo y natural? ¿Debía tratar de impresionarla? Había esperado semanas este momento y no quería desilusionarla. Quería que fuese perfecto, aunque finalmente llegase el insalvable camino de regreso a Dublín y cada uno siguiese su vida. Quería sentir y que ella sintiera, que tanto tiempo había merecido la pena, que no había sido en vano, y que ambos habían conocido dos personas formidables. Ese quería que fuese el mensaje que se quedaran los dos a la hora de despedirse. Seguramente, lo mejor que podía hacer era ser él mismo, sin más. No debía acudir a su cita con ninguna idea premeditada. Debía actuar como lo había hecho hasta ahora, dejándose llevar por el cauce de ese río hasta donde quisiera llevarle la corriente.

Ha avanzado la mitad del día y decide que debe ocupar su tiempo de nuevo. Debe llenar todo el espacio vacío y a su vez despejar cualquier tipo de idea sobre lo que será el día de mañana. Cuanto mayor claridad haya en su mente mejor respuesta obtendrá sobre todo lo que haga. Decide llamar a todos sus amigos para que vayan a su casa y tomar unas cervezas. La compañía le ayudará a despejar sus ideas. Todos acuden sin excepción y la noche es amena y divertida. Consigue olvidarse casi por completo del viernes. Sin duda ha cumplido su objetivo.

Viernes. La noche en compañía le sentó formidable para alquitranar cualquier fisura o resquicio nocivo. Sin embargo, cuando sus amigos se marcharon a sus respectivas casas y tocaba descansar y dormir, no pudo hacerlo. Ha estado en vela pensando en esto y en aquello. Hasta tal punto ha sido así, que ha sentido un profundo agobio, un agobio autoinflingido pero no autoconsentido. No pudo evitarlo. Las ideas iban y venían, se quedaban, se marchaban, y al cabo de un rato regresaban. Aparecían otras ideas nuevas y cumplían el mismo recorrido. Y así una tras otra se iban apelotonando en su dura mollera. A eso de las cuatro de la mañana decidió que si no podía combatirlas, al menos podría aplacarlas. Se le ocurrió ponerse el MP3 para que la música que era su eterna aliada le ayudara en ese empeño. No consiguió dormir, pero al menos su mente se centró más en acordes, letras y melodías, que en lo que sucedería en ese día.

A las 17:00 en punto de la tarde salió de casa después de mucho divagar sobre qué ropa ponerse. No quería aparecer como un impresentable, pero tampoco quería que pareciese que iba a celebrar una boda. Optó por la pulcra informalidad de tejanos y camisa moderna y juvenil. Llegaba al aeropuerto a tiempo más que de sobra para la hora señalada, pues le gustaba acudir a sus citas con un colchón de minutos. Odiaba la gente impuntual. El camino hacia Barajas se hace más y más largo. Nunca antes había tardado tanto en llegar allí. En apenas una hora estará frente a frente con Laura. Está más inquieto de lo que había estado hasta ahora. Su corazón se agita agresivo y le mantiene en vilo. Para Víctor es algo nuevo, nunca ha tenido una experiencia similar. Siempre ha conocido a alguien en circunstancias que ayudan a perder toda vergüenza o todo temor. Lugares en los que el alcohol cumple su cometido y la desinhibición del ambiente ayuda a tal empeño. Se siente como un crío inmaculado momentos antes de lanzarse a dar su primer beso a una chica. Le hace sentirse extraño el desasosiego que produce en su persona, al enfrentarse ante un hecho hasta ahora insólito para él.

Por fin ha llegado al lugar donde parten en España las mayores autopistas del cielo. Ha metido el coche en el parking. Con paso seguro y decidido, pese al incipiente nervio que provoca el misterio, avanza hacia la zona de llegadas. Se nota que los aeropuertos no son su hábitat natural, pues al atravesar las puertas automáticas, en medio de esa maraña de gente que va y viene con sus maletas, los carteles y sus enormes pantallas, se siente como perdido en la jungla del Amazonas. Visualiza las pantallas de información de vuelos y se dirige hacia ellas. Encuentra el vuelo que buscaba, Dublín-Madrid, que había despegado a las 15:20 y era el que había tomado Laura. Según indicaban los carteles el avión llegaba en hora. Mira su reloj que marca las 17:50. El aterrizaje se produciría de inmediato y su encuentro era inminente. Según mencionaba la pantalla, el desembarque de pasajeros se efectuaría en la puerta D. Sin dejar de sentirse inquieto se dirige hacia dicha puerta. Tras una breve caminata la encuentra. Ahora solo queda esperar. A las 18:10 se abren las batientes y empiezan a salir pasajeros a cuentagotas. Poco a poco su cauce se va haciendo más denso. Por el momento ni rastro de Laura. ¿Podría ser que no la reconociese en persona? Solo había visto fotografías de ella, y a menudo las personas cambian mucho de una panorámica a como son en realidad. Víctor tiene plena confianza en que si la reconocerá. Los pasajeros que van saliendo se dirigen al metro o bien a coger un taxi de regreso a casa. Muchos de ellos se reencuentran con familiares que se hayan esperando como Víctor. Se abrazan afables y se besan con cariño. Sigue saliendo y saliendo gente, pero nadie es ella. Víctor empieza a impacientarse. De pronto, su pulso empieza a acelerarse hasta lo poco recomendable. Su alma encuentra la paz pero los órganos vitales de su cuerpo se vuelven beligerantes. El estómago se le cierra y el corazón retumba con furia. Es ella. La silueta de su rostro es inconfundible, tal y como sospechaba, pese a ser la primera vez que la vislumbraba de esa forma tan privilegiada. Su pelo ondea en el aire aliado de su paso ligero y decidido. Sus negros rizos son tan distintivos como imaginaba, y revolotean tras su nuca al compás de la danza de su cuerpo. Sus ojos son enormes, exactamente idénticos a los que lucía en sus fotografías. Van de un lado a otro ávidos de encontrar a su objetivo. Su cabeza gira a uno y otro lado buscando esa meta. Aún no ha visto a Víctor. Lleva unos vaqueros ceñidos y con algún descosido en la pernera, una camiseta blanca también ceñida y unos zapatos negros con tacones enormes. Pese a su tamaño no le impiden caminar con total soltura. Se detiene y empieza a buscar a Víctor entre la gente. Es más guapa de lo que había imaginado, más de lo que ya sabía que era. Víctor avanza hacia ella. Con un leve giro de cabeza hacia la dirección de Víctor, al fin sus ojos se posan en los suyos. En su rostro se esboza una sonrisa, le ha reconocido al instante. Víctor camina hacia ella y ya la tiene a escasos metros. No puede creer su suerte cuando piensa que ese rostro tan lindo haya cruzado el charco y esté ahora con él. Tiene una cara que parece moldeada para alcanzar la perfección. Es una muñeca.

—Un placer conocerla señorita Laura —Víctor rompe el hielo con una broma mientras sonríe al hacerlo.

Se dan dos besos en la mejilla de cortesía en el saludo. Laura ríe por el comentario.

—Lo mismo digo señorito Víctor —dice Laura sin que se borre la sonrisa de su rostro.

Su voz es como imaginaba, solo que mejor. Tiene un color meloso que hace temblar los cimientos del aeropuerto. Se hace un silencio. Parece que la timidez se ha apoderado de ellos. Parece imposible que con la cantidad de horas que han hablado sin descanso, ahora no se les ocurra nada que decir. Se sienten como cuando estás practicando un idioma y te sientes bloqueado, porque sabes lo que quieres decir pero no encuentras las palabras en tu cabeza. En algún sitio están almacenadas, pero no logras dar con ellas. Hay que soltar una lanza que corte el aire. Víctor la examina con gran disimulo, aunque deseara hacerlo con lupa.

—No cambias nada en persona. Eres como imaginaba—finalmente dice Víctor.

—Y eso ¿Es bueno o es malo? —dice Laura con la misma mueca sonriente.

—Es muy bueno —contesta Víctor devolviéndole la sonrisa. Le viene a la nariz su dulce perfume. Huele a vainilla. Acertó en no comprarle un perfume caro, le gustan los aromas de sabores. Eso le recuerda que debe felicitarla por su cumpleaños, casi lo había olvidado.

—Por cierto, felicidades con retraso.

—Gracias. Un año más vieja —dice Laura con gracia—. Tú también eres igual —dice Laura clavándole sus enormes ojos negros.

—Y eso ¿Es bueno o es malo? —repregunta Víctor con la misma cuestión que había planteado Laura.

Su sonrisa se vuelve sonora y se expande hasta los oídos de Víctor que lo reciben con agrado. Es una sonrisa que encandila desde el primer acorde.

—Es malísimo. —menta Laura con una pizca de maldad mientras estallan en una escandalosa risa que llena de alegría los pasillos del estresado aeropuerto.

—¡Tú si que eres mala! —siguen riendo incesantes.

El pulso de Víctor sigue acelerado, pero ya no queda apenas rastro de los nervios que arrastraba. Están allí el uno enfrente del otro hablando y bromeando como habían hecho días antes, cada uno desde su hogar.

—¿Nos vamos? Recuerda que trabajo en esto, y si estoy un segundo más en este aeropuerto desfalleceré —apremia Laura.

—Vamos, tengo el coche en el párking.

Laura le dirige hasta el centro de la urbe donde ya tiene reservada mesa en un restaurante. En el trayecto la conversación es vanal y cotidiana, pero Víctor la saborea con entusiasmo. El momento esperado ha llegado y ha tenido una entrada fulgurante. Laura es más hermosa de lo que reflejaban las fotografías, sin duda no le hacían toda la justicia que merecía. A lo que si eran fidedignas era a la eterna sonrisa que jamás se separaba de su rostro. Laura le cuenta lo bien que ha ido el vuelo y lo bien que sienta ir de pasajera en vez de recorriendo los pasillos. Incluso ha tenido tiempo de echar una cabezada. Le comenta lo feliz que se siente cuando pone los pies en su tierra al bajar del avión. Hasta el tóxico aire que se respira en el ambiente le parece delicioso. Le dice que por muy feliz que se sienta con su vida fuera, nada se asemeja a cuando regresa a la que es su casa, Madrid. Se la ve entusiasmada de estar allí. Todo lo contrario que cuando se encaminaba al aeropuerto, ahora la llegada al restaurante con la ayuda de su deseada compañía ha sido fugaz. Ya han llegado. Les acomodan en la mesa reservada y tras escuchar las recomendaciones, escudriñan la carta y se deciden por sendos platos. Laura pide una botella de Lambrusco para acompañar la cena, ya que según dice, es el único vino que bebe por su suave sabor. A Víctor le parece bien. El camarero toma nota del pedido y se marcha. Se hace de nuevo un silencio entre ambos. Se miran y albergan una sonrisa interna que acompaña a la gesticulada. Están contentos de haberse encontrado. Laura no sabe que hacer y empieza a toquetear los cubiertos y el vaso. Pierde su mirada en el infinito. Está inquieta. Víctor observa sus movimientos como si nunca los hubiese visto articular en otro ser humano. Laura vuelve a dedicarle esa bonita mirada y tras lo cual musita:

—¿Por qué me miras así? —dice Laura. Víctor agita la cabeza de un lado a otro y se pasa la mano por la cara—. Me pones nerviosa.

—Perdona. Verás... es que... esta situación... todo... la verdad es que me siento un poco extraño. La situación es extraña.

—¿A qué te refieres? —pregunta intrigada Laura.

—Pues a todo lo que ha pasado, la manera de conocerte, el tiempo que llevamos hablando, el tenerte de repente aquí y ahora, enfrente de mí por primera vez después de tanto tiempo. Todavía no me creo que haya quedado con alguien que conocí por internet.

—Si, te entiendo. Yo también me siento un poco extraña. En fin, estoy aquí sentada delante de ti, hablando contigo como si lo hiciéramos todos los días. Pero a la vez me resulta curioso que con todo lo que hemos hablado hasta ahora, pese a no habernos visto antes, tengo la sensación de conocerte desde hace mucho tiempo. Sin embargo te acabo de conocer. Supongo que eso te hace sentir extraño —reflexiona Laura.

—Exacto. Ese es el fondo de la cuestión. Es probable que tú sepas cosas de mí, cosas que nadie más sabe, y sin embargo te acabo de conocer. Es cuanto menos curioso —reflexiona Víctor.

—Seguramente es más fácil hablar y explicar los sentimientos a una pantalla de ordenador, aun a sabiendas de que al otro lado de esa pantalla hay una persona. Es como escribir un libro en el que dejas volar en libertad tu mente, solo que en este caso le hablas a una persona. Y si esta es una completa desconocida que no puede dañarte, supongo que da menos miedo todavía hablar con los sentimientos a flor de piel.

Laura estaba en lo cierto. Era más fácil hablar con la sensación de hablarle a tus propios pensamientos que hablar directamente con otro humano. En el tema del fallecimiento de sus padres, por ejemplo, jamás había sacado el tema entre sus amigos, y cuando salía lo esquivaba o bien cambiaba de tercio. No quería parecer débil, o que le viesen llorar, quería recordarlos en soledad. Hay cosas que sin saber por qué, prefieres vivirlas y sentirlas abrazado a tu propia sombra. En cambio con Laura había podido hablar de todo aquello sin ningún temor. Tal vez por eso, porque a través de la pantalla no sentía que nadie pudiese verle llorar.

—Tal vez tengas razón. Pero no me malinterpretes por lo que te voy a decir, me siento muy a gusto de estar aquí y de poder cenar y pasar un rato contigo. Pero para mí esto es algo nuevo e inusual, me siento un poco como en terreno inhóspito —explica Víctor.

—Creo que los dos pensamos lo mismo. Para mí esto también es nuevo. Jamás había quedado con alguien que hubiese conocido por internet. Ni siquiera se me ha pasado por la cabeza jamás. Es más, nunca pensé que yo llegara a involucrarme en una situación como esta. Siempre me han parecido ridículas este tipo de situaciones cuando las ves contadas en reality shows y escuchas a sus protagonistas. Y en cambio te he conocido a ti, de ese modo del que tanto me he mofado y del cual era incrédula que fuese real. Y esta vez soy yo la protagonista de ese reality.

Era una delicia escuchar a Laura. Pensaba justo lo mismo que Víctor y lo soltaban sus labios un minuto antes de que lo pudiera hacer él. Era maravilloso.

—Te entiendo perfectamente. Con las miles de millones de personas que hay pululando por el mundo, ¿Qué puede empujar a una persona a necesitar conocer gente por ese tipo de redes sociales? Siempre he pensado que en ese tipo de sitios solo hay gente depravada y gente inadaptada que es socialmente inestable, y solo en un sitio vacío de espíritu puede llegar a conectar con alguien —Víctor exponía sus argumentos tal y como los percibía.

—Estoy de acuerdo —correspondió Laura.

—Sin embargo, —prosiguió Víctor— me he dado cuenta de que eso no es tan veraz como yo pensaba. Incluso puede que sea todo lo contrario —Laura lo miraba con ojos alentadores mientras Víctor expandía su teoría—. Verás, creo que hoy en día, todo lo que tenemos, todo lo que queremos, lo que compramos y deseamos, tiene una fecha de caducidad instantánea. Cuando te das cuenta ha pasado de moda y ya no importa. Queremos lo inmediato y nos olvidamos de que las grandes cosas lleva un tiempo forjarlas. Conocer a alguien, descifrar sus inquietudes, saber lo que piensa antes incluso de que lo diga, eso lleva demasiado tiempo para un mundo que va a toda velocidad. Es como cuando la gente se descarga la versión 4.2 de android y está deseando tener la 4.3 que todavía ni siquiera existe. Todo va a toda velocidad y a veces nos impide disfrutar de las cosas. A lo que voy, que me enrollo mucho, es a que he cambiado de opinión respecto a esta forma de conocer gente. Tengo la sensación de que tú que me acabas de conocer en persona, sabes más sobre mí que casi nadie con el que comparta mi día a día. Y eso es porque hemos invertido los roles preconcebidos de una relación. En nuestro caso hemos descubierto nuestro corazón antes que nuestros rasgos. Puedes conocer gente que te atrae, pero a menudo es gente vacía y sientes que has mal invertido el tiempo en su cortejo. En nuestro caso no ha sido eso posible porque ya sabíamos de nuestras inquietudes. Y creo que puede ser bueno.

Mientras hablan el camarero les ha traído la cena.

—¡Guau! —menciona impresionada Laura mientras enarca las cejas. Víctor sonríe.

—Perdona. A veces me cuesta iniciar una conversación, y de repente me disparo y no encuentro el fin —Laura sonríe ante el comentario.

—No, está bien, está bien. Lo que me sorprende no es lo que has dicho, si no que es lo mismo que yo pienso. Cuando salí de casa esta tarde tenía mis dudas sobre lo que estaba a punto de hacer. Iba a quedar con alguien, que sí, bueno, según lo que yo sé es un buen chico, que parece honesto, es simpático y amable, pero hasta donde yo sé, podría ser un asesino violador de mujeres.

—Cosa que no puedes descartar aún —dijo en tono jocoso Víctor y los dos rieron.

—Sí, no puedo descartarlo. Aún estoy a tiempo de escapar corriendo de las garras del mayor asesino en serie de Madrid —los dos rieron—. Lo que quiero decir, es que en el fondo de mi ser estaba segura de que no ocurriría nada malo, pero aun estándolo, no he dejado de tener dudas sobre esto, durante toda la semana, incluso antes de subir al avión. De hecho no se me han ido las dudas hasta que te he visto en el aeropuerto.

—Te entiendo perfectamente porque he sentido lo mismo. Aunque tengo que decir que en mi caso no sentía ningún miedo de que fueses una violadora en potencia —los dos ríen escandalosos y algunos comensales les dirigen sus miradas atónitos.

—¿No ibas a poner mucha resistencia no? —dice Laura y los dos siguen riendo. Su conversación y el Lambrusco están haciendo su trabajo—. ¡Eres un idiota! —dice Laura mientras le da un ligero manotazo en la mano.

—¡Oye! ¿Ya nos faltamos el respeto y todo? Qué pronto se gana la confianza y nos lleva hacia lo ordinario.

—Tú te lo has buscado. Quien dice idioteces debe ser un idiota —dice Laura con los coloretes por la risa y por el vino rosado que poco a poco se va esfumando de la botella.

—Te aseguro que soy más idiota de lo que crees. Pero el primero que se ríe de mí mismo soy yo, así que soy feliz —dice Víctor.

La cena está poco a poco tocando a su fin. Ya tienen los postres en la mesa.

—Bueno, creo que ahora sí que es el momento —dice Víctor y pone su regalo al lado de Laura. Está envuelto en papel rojo y tiene un lazo rojo más intenso en una esquina—. Muchas felicidades.

—No tenías por qué comprar nada. Lo de invitarte a cenar era solo porque coincidía que ayer fue mi cumpleaños, y como estuve trabajando todo el día, esto era lo más cercano a una celebración. No tenías que haberlo hecho —Laura queda sorprendida, para nada esperaba un regalo de Víctor.

—Tenía, debía, y quería hacerlo. Lo cierto es que no sabía muy bien que comprarte, la verdad. No sé tus gustos. Espero haber acertado.

—Muchas gracias.

Laura quita con delicadeza el celo adherido al papel, deseando no dañarlo ni un ápice. Retira el envoltorio y saca la caja. Al abrirla no puede evitar que sus ojos delaten su asombro. No esperaba siquiera un regalo, pero siendo este posible, lo que más esperaba era un mero detalle. Pero aquello era una pulsera hermosa, algo que delataba un aprecio superlativo por la persona que lo realizaba. No podía creer que aquel “desconocido” le hubiese regalado algo semejante.

—Es preciosa —es lo único que le sale articular en relación al regalo—. No has tenido que gastarte el dinero de esta manera.

—No ha sido nada, ¿Qué debo hacer? ¿Guardar el dinero para cuando no sea capaz ni de disfrutar de él? Me apetecía hacerlo. Trae que te ayudo a probártelo.

Víctor porta la pulsera sobre su mano izquierda y con la derecha sostiene la mano de Laura. Su piel es cálida y suave. Puede sentir su energía penetrando en él. Le ajusta el broche y Laura queda con la mano extendida, vislumbrando la pulsera sobre su mano. Resplandece sobre su mano y la luz penetra en las piedrecitas que provocan pequeños haces de luz brillante.

—Es preciosa. De verdad, muchísimas gracias.

—¿De verdad te gusta? —pregunta Víctor, aunque en realidad por la reacción de Laura no hay lugar a la duda.

—Me encanta —confirma Laura.

—Me alegro. Quería comprar algo bonito para alguien bonito —comenta Víctor con el corazón en una mano.

A Laura se le queda una cara de boba felicidad que es entrañable, y Víctor la sigue a compás con un revoloteo en la boca del estómago.

—Eres un cielo.

Pese a una pequeña pelea por pagar la cena, finalmente Víctor tuvo que ceder y dejar que Laura le invitase. Le había asegurado que si no la dejaba hacerlo se enfadaría mucho y no le dirigiría la palabra en toda la noche. Ante tal amenaza Víctor no pudo más que sucumbir. No hay nada que hacer con la testarudez de una mujer.

Caminaron por la hermosa noche madrileña, con gente yendo y viniendo, subiendo, bajando, y recorriendo las calles. Caminaban sin destino mientras se sumergían el uno en el otro. Hablando de esto y de aquello, de temas vitales y de cosas nada importantes, gastándose bromas y riendo incesantes ante la caída de la noche. Para cualquier extraño que se les cruzase resultaban dos viejos amigos que estaban dando un paseo. Nadie podría ni imaginarse que se acababan de conocer ese mismo día. Lo cierto es que desde el primer momento congeniaron y se sintieron como dos gotas de agua atrapadas en el mismo vaso. Incluso antes de verse, ya podían notar y sentir la conexión de sus almas. Podían sentir el filo de un cuchillo cortando por la mitad todos los prejuicios que habían sentido con anterioridad. Eran una de las nubes que atravesaba esa noche el cielo de Madrid, levitando esponjosas mecidas por los azares del viento. Todo cuanto les rodeaba, incluido el bullicio del tráfico y la gente, no eran más que un escenario preparado para que los actores realizasen su función. Su único cometido era dar veracidad y autenticidad a lo que los dos protagonistas estaban dando vida. Habían olvidado el escenario, el decorado, el telón y los espectadores. Caminaban como si lo único que importase fuera el diálogo improvisado que los acontecimientos iban deparando. La noche iba avanzando y la conversación no cesaba. Como las gotas de rocío, las palabras iban brotando sin más de sus labios, sin alcanzar a ver donde se encontraba el punto y final. Como si fuese una estrella fugaz de la que disfrutas tan solo una fracción de segundo, escudriñaban cada intervención del otro y chapoteaban en el oasis que dejaban tras de sí las palabras.

Pasaron por delante de un cine. Era un cine antiguo de los que hay en Madrid. A Víctor le encantaban estos cines, le transmitían lo más puro de ese noble arte.

—Me apetece ver una película sin necesidad de verla en inglés, lo echo de menos. ¿Te apetece que entremos? —pregunta Laura.

Víctor accede sin ninguna objeción. Entiende que en Dublín las películas proyectadas sean en inglés, y le apetezca ver una en su idioma materno. Le parece buena idea. Además no sería él quien rompiese su ilusión. Eso sí, pese a la nueva intentona de Laura por pagar la entrada, Víctor no se ha dejado amedrentar. Esta vez fue duro y tajante y él se hizo cargo de su pago.

Laura eligió la película. Víctor no tenía ni idea de qué se trataba siquiera. Era una comedia. El cine no albergaba apenas gente, era la última sesión. La película dio comienzo y era francamente divertida. Laura no paraba de reír a carcajadas en todo el largometraje. Víctor no prestaba demasiada atención a la película. Disfrutaba infinitamente más viendo reír a su compañera de butaca. En mitad de la sala a oscuras las luces de la pantalla iluminaban su rostro incandescente por el esfuerzo al reír. Nunca había disfrutado tanto con tan solo mirar a alguien. Por enésima vez con Laura, disfrutaba de algo nuevo y desconocido. Cuando Laura hablaba era una delicia y un sumo placer escucharla. Víctor se da cuenta que disfruta tan solo con observarla, cada gesto, cada movimiento, cada carcajada es un manjar que saborea con gusto su paladar. Puede sentir que su felicidad es la suya propia. Disfruta con verla sonreír. Se siente boyante con tan solo eso. Nunca antes se había sentido tan dichoso con una sonrisa que no fuese la suya propia. Pero con Laura todo parece estar hecho de una masa diferente. Todo lo que había considerado importante hasta ahora se desvanece como una lágrima en la arena del mar. Y con Laura, todo lo que hasta hoy era insignificante, cobra vida y lo da forma con sus manos. Se había enamorado de esa sonrisa. De esa mirada penetrante. De su cálida voz y de sus palabras. De cada uno de los detalles que conformaban su carácter. Laura era lo más especial que había conocido, por lo especial que ella era, y por lo especial que le hacía sentir.

La película finalizó y los dos salieron del cine comentando algunas escenas graciosas. Eran las dos de la madrugada. El tiempo había arrasado la frontera del placer y parecía haber corrido a nivel olímpico. Los dos se pararon en mitad de la calle ahora desierta. Se miraron con la certeza de que tocaba despedirse. Había llegado a su fin ese día tan especial y tan feliz para ambos. Ninguno quería ser el que diese el paso hacia el fin. Pero no podían escapar al sentido de la razón, aunque les hubiese encantado dejarse seducir unas horas más por los caprichos de la pasión.

—Bueno. Creo que ha llegado la hora de despedirnos —comentó Laura con una pena palpable en el tono de su voz.

—Si, ya es tarde. Se me ha pasado el tiempo volando —dijo Víctor.

—Si, a mí también se me pasó rápido —Laura hizo una pausa y miró el suelo. Volvió a alzar alto su cabeza instantáneamente y miró a Víctor—. Ha sido una noche bonita —a pesar de la hermosura de sus palabras se pudo leer en su rostro la pesadumbre por la inminente despedida.

—Si, si que lo ha sido. Me ha encantado conocerte. Eres un encanto de niña —ante las palabras de Víctor, Laura siente la fuerza de las mismas y quisiera abrazarlas hasta el fin de los días.

—Tú también eres un encanto —asegura Laura.

La esquiva despedida es inminente, pero los dos parecen negados a dar el primer paso para que se produzca.

—¿Dónde vas a pasar la noche? —pregunta Víctor.

—No lo sé, probaré suerte en algún hotel. En alguno habrá una habitación para mí.

Víctor no quiere despedirse de ella. Quiere que ese momento se prolongue lo máximo posible y estirarlo hasta el tope de su resistencia.

—No quiero que parezca que te propongo algo que no es, pero me sabe mal que te vayas a un sucio hotel teniendo mi casa muerta de risa. Puedes venir a pasar la noche si quieres. Te aseguro que no soy un violador ni un asesino —menciona Víctor dando un toque de humor, recordando lo que hablaron durante la cena.

—Aunque galante, es atrevida tu invitación. Sería una osadía por mi parte aceptarla, seas o no seas un violador —comenta Laura con la sonrisa imborrable de su rostro mientras le toca con su dedo índice la nariz.

—Sé que puede sonar precipitado o atrevido. Nos conocemos de hoy al fin y al cabo. Pero como dijimos antes, nos conocemos mejor de lo que creemos. Me siento un poco ridículo diciendo esto, pero en estos días desde que te conozco te has convertido en una gran amiga. Te he sentido así. Tú me comprendes y me entiendes como nadie.

—Gracias. Para mí también te has convertido en alguien especial —especial, que palabra tan hermosa.

—Podríamos olvidar por un segundo que nos hemos conocido hoy, y pensar que somos viejos amigos que se han encontrado en sus caminos. Así podrías acceder a mi invitación sin sentir ningún temor —intenta persuadir Víctor.

Laura le mira con una ligera dosis de desconfianza, aunque le encantaría pasar la noche con él.

—No sé... —Laura se queda pensativa. No está convencida de la decisión que debe tomar.

—A estar horas no te va a resultar fácil encontrar una habitación —Laura lo mira en silencio, pensando, divagando en lo profundo de su mente—. Prometo ser bueno —una sonrisa se vuelve a dibujar en el rostro de Laura y finalmente dice.

—Está bien, me fiaré de ti.

Parecía que finalmente se iba a prolongar la despedida hasta la mañana siguiente. Las dos almas solitarias desandaron el largo camino en búsqueda del coche de Víctor. Su encuentro se hacía eterno, pues habían caminado muchísimo durante horas. Al fin dieron con él e iniciaron el camino hacia casa. En el trayecto siguieron charlando sin fin bajo el desvanecimiento de la noche. El tiempo corría raudo y voraz devorando la luz de la luna poco a poco. El cielo no poseía ninguna estrella pero ninguno se había percatado de ello. Los únicos haces de luz que brillaban esta noche estaban en un coche rumbo al paraíso. En torno a ellos las luces de la gran ciudad, las horas y los rostros pasan desapercibidas, como hologramas forjados con la única finalidad de crear un entorno. Lo verdaderamente importante viajaba en un vehículo cuyo interior portaba dos almas inherentes.

Al fin llegaron a la casa de Víctor. Este abrió la puerta de su hogar, y desde fuera introdujo la mano hasta tocar el interruptor para encender la luz.

—Como si fuese tu casa —dijo Víctor mientras con la mano le indicaba cortésmente que pasase.

Laura obedeció y entró despacio. Observaba minuciosa cada detalle de su hogar. Penetró en el salón con lentitud absorbiéndolo todo a su paso.

—Se nota que es la casa de un soltero —comentó Laura mientras se giraba y le dedicaba una mirada hermosa y una sonrisa inquebrantable—. Tienes una televisión enorme, un buen equipo de música, —tocó el sillón de piel blanco— un sofá confortable, — visualizó el ordenador donde imaginó que Víctor había pasado horas tecleando hablando con ella— tu ordenador —menciona sonriendo, imaginando la escena—. Pero no tienes un solo detalle en toda la casa. No tienes ni cuadros en las paredes.

—Cuantas menos cosas hay en una casa, menos cosas tienes que limpiar —dijo con gracia Víctor con una sonrisa que no pudo borrar en el transcurso del día desde que vio a Laura.

Laura sonrió acompañándolo y siguió observando todo.

—¿Puedo pasar al lavabo? —preguntó Laura.

—Claro, está al fondo del pasillo —indicó Víctor—. ¿Te apetece que prepare algo de beber?

—Mmmm ¿Tienes té? —preguntó Laura.

—Creo que si. Miro a ver.

Víctor se adentró en la cocina para buscar las infusiones. Ha habido suerte. Pone a calentar agua. Laura mientras pasa al baño. Cuando sale y apaga la luz, a su derecha visualiza una puerta. Posa su mano sobre ella hasta lograr entornarla. Enciende la luz y se percata de que es el dormitorio de Víctor. Sigilosa entra en él, escudriñando cada detalle. El cuarto está lleno de libros y discos de música que examina de pasada. A su derecha ve sobre la pared un tablón de fotos. En ellas aparece Víctor con alguno de sus amigos, en algunas abrazados como una gran familia, y en otras haciendo el tonto con gestos graciosos. Su vista se centra en una fotografía en la que Víctor sale con apenas quince años. Está entre las figuras de un hombre y una mujer adultos. Son sus padres. Parecen felices. Víctor tiene los ojos de su padre, que era un hombre apuesto por lo que reflejaban las fotos. Durante un segundo puede notar en su interior el dolor ante la pérdida.

—Ya está tu té preparado —dijo Víctor desde la puerta del dormitorio dando un pequeño susto a Laura. Estiró el brazo con la taza para que la cogiera Laura—. Aquí tienes —ella lo sostuvo entre sus manos. Estaba caliente y sopló en su interior para intentar templarlo—. esta será tu habitación. Yo dormiré en el sofá.

—No pienso robarte tu cama. Como buena invitada yo dormiré en el sofá —dijo Laura.

—No he impedido que vayas a pasar la noche a un hotel para que te quedes durmiendo en un sofá —insistió Víctor.

—Y yo no he venido de invitada a tu casa para arrebatarte tu dormitorio —se defendió Laura obstinada.

—¿Eres una guerrillera en toda regla eh?

—No lo sabes bien —Laura dio fe de las palabras de Víctor sin ninguna contemplación.

—Está bien, tú te lo has buscado. No voy a conseguir convencerte para que duermas en mi cuarto, y yo por mi parte no tengo ninguna intención de ceder en esto. Así que propongo que nos acomodemos los dos en el sofá a ver la tele juntos, charlando y pasando el rato, hasta que uno de los dos de su brazo a torcer —expuso Víctor.

—Está bien. Perderás —dijo Laura confiada de sus posibilidades.

Los dos se sentaron en el sofá y encendieron la televisión. Víctor adecuó el volumen al tramo horario para no molestar a ningún vecino. Víctor la pidió que se pusiese cómoda. Ante su obstinación, se inclinó y la ayudó a quitarse los zapatos.

—He dicho que estés como en tu casa. Quiero que estés a gusto.

—Está bien papá —dijo burlona Laura.

Laura tenía unos pies pequeños y preciosos, con las uñas arregladas. Víctor notó alguna dureza en ellos debido a la cantidad de horas que pasaba en pie con los tacones de azafata. Acto seguido Víctor la obligó a recostarse en el sofá y la tapó con una manta. Esta la cubría desde el cuello hasta las rodillas, dejando al descubierto sus lindos pies de piel albina. Víctor sonrió al comprobar que la manta no podría calentar todo su cuerpo. Laura le indicó que prefería estar tapada hasta el cuello y parecía despreocupada por permanecer destapada de cintura para abajo. Víctor se sentó y alzó con sus manos sus pies y los posó sobre sus rodillas.

—Si los pies se te enfrían sentirás frío en todo el cuerpo.

Posó sus manos en ellos y Laura los retiró con un gesto instintivo por temor a sentir cosquillas. Como un acto reflejo, de inmediato Víctor retiró las manos.

—Relájate. No te haré cosquillas.

Laura volvió a posar sus pies sobre él, no sin una dosis de desconfianza. Despacio pero con firmeza Víctor posó sus manos en ellos. Estaban helados. Con la fuerza justa para no lastimarla empezó a deslizar sus dedos por todo su entorno. Los agarró por el empeine y deslizó sus yemas firmes por la planta de sus pies y por sus pequeños dedos.

—Nunca nadie ha hecho eso sin hacerme cosquillas. Todo mi cuerpo es un hervidero de ellas. Pero me gusta como lo haces —musitó Laura.

—La clave está en que no hay que deslizar los dedos hasta que se conviertan en caricias. Las caricias no valen para esta zona, poca gente las aguanta —dijo Víctor mientras seguía moldeando los pies de Laura con sus manos con todo su empeño—. Los pies guardan muchas terminaciones nerviosas, por eso lo más importante a la hora de hacer un masaje en esta zona es la presión que ejerces sobre ellos. No debe ser demasiado frágil porque entonces te haré cosquillas —Víctor los miraba entre sus manos como si fuesen su bien más preciado mientras seguía resbalando sobre ellos.

—Lo haces muy bien.

Víctor permanecía inmerso en ellos y Laura sentía un relax que se apoderaba de ella desde la cabeza hasta la punta del dedo meñique del pie. Una relajación que rozaba la fruición. Se sumergió en los placeres que deparaban las manos de Víctor. Ninguno de los dos prestaba atención a lo que estaba retransmitiendo la televisión. Laura estaba concentrada en dejarse hacer y Víctor estaba inmiscuido afanosamente en sus pies como si fuese lo más importante que había hecho en toda su vida. Era una delicia sostener entre sus manos un bien tan preciado.

—Te he hablado mucho sobre mis viajes por todo el mundo, pero tú aún no me has dicho que sitios conoces —comentó Laura deseando escuchar la voz de Víctor mientras se desvanecía por el placer que estaba sintiendo en el extremo de su cuerpo.

—Ese tema tiene su gracia. No quería sacarlo por temor a que te rieras de mí —a Laura le embriagaba la curiosidad—. La verdad es que nunca he estado fuera. No conozco nada.

—¿Nunca? —preguntó con extrañeza Laura. Víctor afirmó con la cabeza.

—Me da miedo volar —según terminó de esculpir esa frase Laura empezó a reírse—. Sabía que no tenía que decírtelo —los ojos de Laura se humedecieron por la risa y solo le faltaba patalear en el suelo y revolcarse por él—. Para ya ¡malvada! —intentó relajar con pocos resultados Víctor—. Sé que resulta curioso. Tú pasas la mayor parte de tu tiempo en un avión y yo jamás he cogido uno —Laura seguía riendo. No podía creerse que a estas alturas del nuevo milenio alguien no hubiese volado jamás—. ¡Deja de reírte!

—Está bien, está bien. Perdona. No era mi intención reírme de ti. Es que es cuanto menos sorprendente —Laura hizo un gran esfuerzo por cohibir su regocijo pero al fin lo consiguió—. Lo mejor de todo, es que tu problema tiene fácil solución. Solo tienes que ser valiente, proponértelo, y hacerlo sin más.

—Es más fácil decirlo que hacerlo —contestó Víctor.

—Porque tú quieras. Basta con que compres un billete rumbo a donde te dé la gana, y con decisión te marches.

—No sé... No es solo el miedo a volar, mis amigos tampoco están muy interesados en salir fuera. Son gente muy sedentaria. ¿Dónde se supone que voy a ir yo solo sin dominar ningún idioma salvo el mío? Me sentiría perdido —dijo Víctor.

—Vente a pasar unos días a Dublín conmigo. Con tus temores a volar no puedo hacer nada, pero una vez allí, conmigo no sentirás ningún miedo. Además no siempre se tiene una amiga en el extranjero que te de cobijo y así ahorrarte el dinero de un hotel —dijo Laura.

—Casi no nos conocemos. Es una locura —reflexionó Víctor.

—¿Cuál es la última locura que has hecho? —preguntó Laura y Víctor quedó dubitativo.

—He hecho muchas en toda mi vida. Pero creo que como esa ninguna.

—Pues entonces tienes un doble aliciente: Viajar a un país extraño por primera vez, y volverte un poco loco y hacer algo hasta ahora impensable. Yo te daría un techo y te enseñaría la ciudad. Por el idioma no tienes que preocuparte, estoy convencida de que te manejas mejor de lo que crees, y si no es así, yo estaré allí para protegerte. Sonaba alentador, pero sin duda era una locura de verdad.

—Tienes mi cuadrante horario, solo tienes que decírmelo y en mi casa serás bien recibido. No serías VIP, pero casi —comentó Laura con tono bromista y con una sonrisa inmortal en su rostro.

—Te lo agradezco. Es un detalle por tu parte. Pero sigo pensando que es de locos. Aun así insisto, te agradezco mucho el gesto—dijo Víctor.

—Te lo repito otra vez. Porque tú quieras es de locos. Igual que he venido yo a tu casa puedes ir tú a la mía de la misma manera.

—Sí, con la diferencia de que esto de hoy ha surgido espontáneamente porque venías a ver a tus padres, y lo hemos improvisado así, y lo otro sería algo premeditado con alevosía. De todas formas te lo agradezco, lo pensaré.

—¡Buah! Sé que no lo harás. ¡Cobarde! —dijo Laura intentando picarle un poco.

—¿Cobarde yo? —pregunta Víctor poniendo cara de loco perturbado en tono de broma.

—¡Cobarde! — y según lo dice Laura un aluvión de dedos cosquilleros invade sus pies—. ¡Vale! ¡Vale! ¡Lo retiro! ¡Lo retiro! —implora Laura. Víctor cesa de su ataque sorpresa y quedan en silencio unos segundos.

—¡Cobarde! —dice con una sonrisa maléfica en el rostro cuando ya había negociado su rendición.

—Que poca palabra tienes —dice riéndose Víctor.

Los rayos del sol atravesaban el climalit anunciando el despertar de un nuevo día. Víctor apenas había dormido. Tenía a Laura recostada sobre su pecho. Se había quedado dormida en esa posición, acurrucada y con las piernas encogidas bajo la manta. A Víctor le llegó el dulce olor de su pelo y lo inhaló con gozo y deleite. Tenía una mano posada en su pecho latente. La imagen le resultó tierna e inaudita. Nunca había pasado la noche con una chica sin que hubiese sexo y se había despertado con una sensación tan nítida de felicidad. Esta vez no hubo sexo, pero lo curioso es que tampoco le importaba. Ojalá se detuviese el tiempo y la tuviese entre sus brazos durante horas, sintiendo su respiración en su pecho. Notando el calor de su cuerpo sobre el suyo. Sintiendo como si fuese una cereza y Laura su primavera. Laura se despertó y se sintió como perdida y como si no supiese donde estaba. Miró a Víctor y fue consciente al instante de la realidad.

—Perdona. ¿Te llevo aplastando toda la noche? —preguntó adormecida Laura con voz somnolienta. Víctor dibujó en su rostro una ligera sonrisa.

—Para nada. Estaba muy a gusto —confirmó Víctor susurrando sin apartar su vista de los ojos de Laura—. Deberías prepararte. Dentro de un rato debo acercarte al aeropuerto para que te recojan tus padres.

Laura se incorporó y pasó al lavabo para despejarse la cara. Mientras, Víctor preparaba café en la cocina. Después de desayunar los dos marcharon de nuevo rumbo a Barajas. En estos dos días la vida parecía ir a todo tren, como si sus cuerpos fuesen controlados por un invasor conductor kamikaze. Laura iba con la maleta arrastras tras de sí como llevaba toda la noche. En broma Víctor la ha empezado a llamar la eterna turista. Los dos reían por el ingenioso apodo. El sol abrasador penetraba en la luna del coche y les obligaba a bajar el parabrisas para proteger sus ojos. Al contrario que ayer cuando se dirigía al aeropuerto para recogerla, ahora el viaje es fugaz. Cuando se dieron cuenta habían atravesado el vestíbulo de facturación de maletas. Inmediatamente después se dirigieron al área de llegadas. Los dos se quedaron de pie, uno enfrente del otro conscientes de lo inevitable. Ahora si llegaba a su fin, era definitivo. La despedida era inminente. La eterna turista se escapaba de sus manos.

—Mi vuelo en el que no voy llega en veinte minutos —rió tímidamente Laura—. Gracias por todo. Me lo he pasado genial.

—Yo también lo he pasado muy bien —corroboró Víctor

—Bueno, debería irme o al final me van a pillar mis padres aquí.

—Si, claro. Con lo que nos ha costado todo esto sería una pena que te descubriesen.

—No me gustaría que se enterasen de que he estado por aquí sin que ellos lo supiesen. Imagínate —reflexionó Laura.

—Si, lo entiendo. No creo que les sentase muy bien. Deberías irte.

Laura hizo amago de darse la vuelta y esfumarse entre la gente. De pronto volvió a tornar la cabeza hacia Víctor y lo miró a los ojos.

—Podemos volver a vernos otro día que vuelva por aquí —dijo Laura apurando unos últimos segundos.

—Si, claro, eso está hecho. Podemos ir a cenar, o tomar algo, o podemos volver a ir a mi sofá a que te dé un masaje en los pies — dijo Víctor mientras sonreían los dos.

—Ufff, tienes unas manos que son una delicia —mientras lo dijo su rostro pareció viajar a ese momento y revivirlo con la misma intensidad—. O bueno, si finalmente te decides y pierdes tus miedos, puedes venir a visitarme ¡cobardica! —le recordó Laura.

Era la tercera vez que se lo proponía en dos días. Víctor sonrió ante la nueva intentona.

—Lo tendré en cuenta.

—Bueno, ahora si que me voy. Ha sido un placer conocerte. De verdad —Víctor asintió con la cabeza y Laura se esfumó rápidamente como con vértigo a las despedidas.

Desapareció poco a poco entre mil rostros portando maletas y caminando a toda velocidad de un lado a otro. Víctor se quedó mirando el contoneo de su cuerpo despidiéndose en el frío aeropuerto. La maraña de gente iba devorando su silueta hasta que desapareció por completo. Víctor se quedó quieto con la mirada perdida entre caras desconocidas. Deseaba ver su rostro una vez más antes de que se alejase de su lado para marcharse al calor de su hogar, pero ya la había perdido entre la multitud. Solo recordaba una vez en la que se había sentido tan solo, cuando sus padres se marcharon para nunca más volver. La diferencia era que ahora esa soledad le abrazaba con cientos de seres desconocidos que iban y venían incesantes. Los aledaños del aeropuerto se resquebrajaban mientras se deshacía en sus pasillos el tajante dolor del adiós. Los cimientos de su alma se retorcían y sintió una fuerte presión en la boca del estómago que no le dejaba respirar. Lo que había dado por perdido lo había tenido entre sus manos, y ahora veía como se marchaba con el viento, mientras él observaba con terrible dolor como se escapaba de entre sus dedos.

El resto del sábado lo pasó divagando. En una noche, Laura le había dado lo que nadie le dio en veintiséis años. No sabría expresar con palabras lo que a riadas fluía por sus adentros. Tan solo sabía que algo especial había surgido, que se había expandido por sus venas como un virus y que no podía controlarlo. Se había apoderado de él hasta sentir que no era dueño de su cuerpo. Hasta el color de la tarde se había vuelto melancólico. La gente que deambulaba por la calle parecía estar tan triste como él, como conscientes de la pena que se aguardaba tras sus ojos. Sonreía y a la vez tenía ganas de llorar. Sonreía recordando fragmentos de una velada magnífica. Se acongojaba cuando pensaba que había sido una maravilla con un lapso tan limitado que se lamentaba de no haber podido poseer de más tiempo. Tiempo para decir tantas cosas que finalmente se resguardaron en su pecho. Sentimientos aferrados al avance implacable y cruel de las horas. Ya sabía desde un principio que tan solo se trataba de una visita de paso, pero nunca pensó que deseara inmortalizar esa visita hasta donde alcanzaba el mismo tiempo. Sintió que nunca antes había recibido tanto con tan poco. ¿Acaso era esto una clase de broma macabra del destino? Nunca antes había sentido nada parecido. Pero ahora, justo ahora que con golpe de fortuna la sostenía sobre sus manos, se la arrebataban al instante sin ninguna compasión.

Aun haciendo grandes esfuerzos no podía quitársela de la cabeza, su olor a vainilla aún estaba impregnado en su ropa y su piel y lo acompañaba allá donde fuese. No podía seguir pensando en ella. Había sido una hermosa velada, pero ya había pasado. Después de esto, ella se marcharía a Irlanda y seguiría su vida, y él debía seguir la suya. Debía sacarla de su pensamiento. Lo mejor sería hacerlo igual que entró, de improviso y sin avisar azotando su alma. Pero sacarla de esa manera o de ninguna otra posible e imaginable suponía un reto inalcanzable. Laura había dejado su huella sobre el cemento y como por arte de magia el cemento ya se había secado. Debía romper el duro bloque para eliminar dicha huella. El problema era que no quería hacerlo. ¿Por qué querer borrar una huella que desearías tener grabada sobre la piel que cubre tu corazón? Sería tan utópico borrar a Laura de su mente como borrar un sentimiento o un recuerdo. Su único aliado era su único enemigo, aquel al que maldecía por su impaciente marcha velocista, el tiempo. El tiempo era el único capaz de difuminar todo lo ocurrido. El tiempo debía tragarse a Laura como las olas tragan castillos de arena. Después de eso solo quedaría el llanto de un niño que llora por su perdida. Lamento que dura los minutos necesarios hasta que su padre construya otro castillo.

Era ya domingo. El día avanzaba para Víctor tan pútrido como el anterior, torpe y sin ton ni son. Solo los muebles de su casa eran testigos de la amargura de su alma. Quería olvidar a Laura, o al menos que solo fuese un recuerdo que no le perturbase. El día avanzaba temerario. Podía sentir desde la distancia como las horas se retorcían. El segundero del reloj crujía con fragor. ¿No existiría otra Laura por las esquinas de ese sucio pueblo? No, Laura tenía que provenir de los confines del mundo para su pesar. Como una sirena varada había quedado atrapada en su costa de mar templado, pero solo por unas horas. Como un espectro había desaparecido de su vista. Víctor se sentía al mismo tiempo afortunado y desdichado. Afortunado por haber conocido a alguien tan maravilloso que le hacía sentir enorme ante el mundo. Desdichado porque la había conocido por un periodo caduco. Los sentimientos contrapuestos le anegaban el alma hasta dejarla sin oxígeno. De pronto, en la mitad de estos vacíos pensamientos recibió una llamada.

—Hola. ¿Qué tal? —era Laura.

—Hola. Bien, aquí en casa. Creí que ya estarías de regreso a Dublín.

—Estoy en el aeropuerto. Queda una hora para que salga mi avión y me gusta llegar con tiempo de sobra. ¿Te pillo en mal momento? —preguntó Laura.

Se oía de fondo bullicio de gente y mensajes por megafonía.

—No... no estaba haciendo nada. ¿Por qué?

—Sé que es un poco precipitado, y además no dispongo de mucho tiempo, pero si te apetece me encantaría que vinieras a despedirme. Hay una cosa que se me olvidó darte la otra noche.

—Vaya. ¿El qué se te olvidó? —preguntó Víctor intrigado.

—No puedo decírtelo por teléfono.

—No se si me va a dar tiempo a llegar, ya sabes que Fuenlabrada queda un poco retirado —se lamentó Víctor.

—Bueno, no te preocupes. Quizá tengamos una segunda ocasión en la que pueda dártelo —dijo Laura.

Ahora no podía marcharse y dejarlo así. Si solo con lo que había pasado no había parado de divagar, si se marchaba sin saber qué es lo que tenía para él quedaría deshecho.

—No, espera. Salgo ahora mismo para allá. Tú espérame —pudo oír sonreír a Laura por el auricular antes de colgar.

—Estás loquito.

Víctor salió raudo de casa y montó en su coche. Pisó el acelerador y las ruedas patinaron por el asfalto chillando vociferantes. Nada más doblar la esquina de su casa le pilló el semáforo en rojo. Nunca antes había durado tanto ese semáforo. Empezó a desquiciarse. Su disco tornó a verde y salió haciendo ruedas despavorido. Parecía que esa tarde había salido todo el mundo con su vehículo a dar una vuelta. Se topó con una mujer de edad adulta que iba con tranquilidad con su coche a veinte kilómetros por hora. La calle era de doble dirección. Después de cinco segundos la impaciencia pudo con él y la adelantó por dirección prohibida. Al fin salió a la autopista. En ella se ofuscó por la manía que tienen los conductores de ocupar los carriles de la izquierda sin querer adelantar a nadie. Tanto se enervó que empezó a adelantar vehículos por la izquierda o por la derecha, según le convino. Como un loco al volante aceleraba y presionaba el pedal del gas a fondo. Solo quería llegar a tiempo. Por fin visualizó el aeropuerto. Miró el reloj del coche que le advirtió que solo quedaban 15 minutos para que Laura se marchase y se quedase en ascuas. Aparcó y salió corriendo por el párking. Llegó hasta las puertas y subió las escaleras automáticas. Debía dirigirse al control de seguridad. Ya lo vio. Estaba plagado de gente y no conseguía distinguir a Laura. Hombres, mujeres, niños, familias, se agolpaban para pasar el arco de seguridad. Entre miles de cabezas registró con su mirada buscando los dulces caracolillos de Laura. De pronto una voz gritó:

—¡Víctor! ¡Víctor! —le gritaba una voz.

Miró a un lado y a otro y no la distinguió entre los cientos de rostros. Al fin vio entre el gentío a Laura con las manos agitadas hacia arriba para ser encontrada. Víctor le devolvió el saludo y se encaminó hacia ella, esta vez más relajado.

—Creí que no llegaba —dijo Víctor con aliento entrecortado. Laura se le quedó mirando mientras se le dibujaba una leve sonrisa y se mordía el labio inferior—. ¿Por qué me miras así? —dijo Víctor con una sonrisa en su rostro.

—Porque no estaba segura de algo, algo que necesitaba comprobar, y ahora acabo de verlo con mis propios ojos.

—¿A qué te refieres? —preguntó Víctor confuso.

De repente Laura se acercó hasta él y le besó en los labios. El beso se prolongó y parecía no tener fin. Para nada esperaba Víctor algo parecido. Era una delicia sentir deslizarse sus labios sobre los suyos. Cerró los ojos y pudo sentir el beso intenso, profundo, como si se lo estuviese dando en plena alma. Las manos de Laura se posaron en su nuca y su pelo quedó enmarañado entre sus dedos. Víctor posó las suyas delicadamente sobre su cintura. Sintió cálido su cuerpo en las palmas de sus manos. Todo había quedado en un segundo plano en silencio, la megafonía, el alboroto del aeropuerto, el ir y venir de personas, todo. Solo podía sentir los húmedos labios de Laura invadiendo los suyos y sintió que se le iba la vida con cada beso. Al fin se separaron y Víctor permaneció durante un segundo con los ojos cerrados. Al fin los abrió y pudo ver a Laura. Tenía una cara de satisfacción que debía reflejar la suya propia.

—No me podía ir sin dártelo —susurró Laura.

Víctor tenía la cara que se te queda cuando crees haber alcanzado la felicidad plena.

—Sabiendo que no podrás repetirlo, tal vez no debieras haberlo hecho —dijo Víctor con pesar.

—Tenía que darte algo para que me echases de menos y tuvieses una excusa para querer volver a verme —explicó Laura.

—Para querer volver a verte me es innecesario encontrar excusas, me basta con desearlo como lo deseo.

Laura sonrió por haber escuchado justo lo que quería oír. De pronto se oyó por megafonía que en cinco minutos iban a proceder a cerrar la puerta de embarque del vuelo a Dublín.

—Tengo que irme —dijo Laura y Víctor asintió con la cabeza con pesar.

—Cuidate mucho —Laura se acercó a él y le asestó un nuevo beso exquisito.

—No te olvides de mí —dijo Laura.

—No puedo hacerlo.

Laura se marchaba por segunda vez consecutiva en un fin de semana y era devorada por la multitud agolpada en el control de seguridad. El respeto que le infligían los aviones a Víctor era superlativo, y en consonancia los aeropuertos le causaban un sentimiento parecido. En cambio, hasta ese momento en que se despedía de él la silueta de Laura, nunca antes le habían aterrado de esa forma los aeropuertos. Hasta ese instante no sabía lo que significaba la palabra despedida, no al menos el dolor que causaba la misma. Víctor quedó con el sabor oxidado de la soledad mezclado con el intenso sabor de Laura en su boca. Sintió felicidad por lo que acababa de suceder, felicidad aderezada con alivio, pero a su vez sintió unos afilados dientes desgarrando su alma y reduciéndola a cenizas. Al menos tras la descorazonadora marcha de Laura le quedaban una emotiva despedida, así como la dedicatoria de unas palabras que no quería que se hubiesen quedado sin pronunciar que le aliviaban el corazón. Sin saberlo, ese momento cambiaría la vida de Víctor para siempre. Ya la había cambiado. Su eterna turista marchaba de nuevo, esta vez sin retorno.