CAPÍTULO 13
RECONSTRUCCIÓN
CUANDO VÍCTOR regresó a su hogar albergaba en su interior tantas emociones, que no pudo más que soltar su maleta en el salón y dejarse caer abatido sobre el sofá. Cerró los ojos durante unos segundos e inhaló profundo el oxígeno que invadía aquella habitación. Al final su loca aventura había tenido una respuesta. Tal vez ambos habían forzado a que se produjera. Metió su mano en el bolsillo de su camisa color azul de prusia y sacó un paquete de tabaco. Le dio un ligero golpe por el extremo cerrado, lo que hizo que asomase un cigarrillo por la parte abierta. Se lo puso entre los labios y lo encendió. Aspiró el humo como si fuese lo más reconfortante que podía hacer en aquel lugar desolado. Un color malva sombreaba sus párpados debido a la falta de sueño por no haber dormido apenas aquellos días. La luz entraba por la ventana y creaba una falsa ilusión, ya que en el exterior hacía frío. Permaneció allí sentado sin hacer nada hasta que consumió el pitillo por completo. Acto seguido se dejó caer y quedó allí fulminado.
Despertó como aturdido. La luz entraba por la ventana con la misma intensidad que antes de caer en el cine de la sábana blanca. Se pasó las manos por el rostro e hizo un esfuerzo por entornar los párpados por completo. Miró su reloj, marcaba las cinco en punto. No podía ser. La última vez que miró la hora fue antes de dormirse y no eran más de las ocho, y sentía la sensación de haber dormido más tiempo. Volvió a mirar su reloj como si no se lo creyera. Pronto se dio cuenta de lo que había ocurrido. Marcaba las cinco de la tarde, pero eran las cinco del día siguiente. ¡Había dormido veinte horas seguidas! No recordaba la última vez que había dormido tanto. Era increíble. Le costó recomponerse ante tal suceso. Sin duda su viaje había sido una experiencia a todo trapo y vivida con total intensidad y pocas horas de sueño, pero no pensaba que hubiera sido para tanto. Sentía su cuerpo destrozado y le dolía el cuello por alguna mala postura. Sacó del bolsillo de su camisa, ahora arrugada por haber dormido con ella puesta, un cigarrillo que se encendió. Vio una bolsa de patatas lays sobre la mesita del salón que le recordaron el hambre que tenía y las pocas ganas que sentía por cocinar. Empezó a comerlas sin descanso, y cuando se dio cuenta estaba rebañando las migas que quedaban en el fondo. Soltó la bolsa vacía de nuevo sobre la mesa. Se recostó sobre el sofá en una postura hiriente para su vértebras, manteniendo la espalda muy arqueada. Allí estaba rodeado de todo su mundo: su sofá blanco de piel con tres plazas y chaiselongue, sus cojines, su mesa y sus cortinas blanco hueso a juego, sus estantes y baldas color wengué adornando su pared, su minibar repleto de copas y botellas de licores, su gran televisor plano LED marca Samsung, su barra de sonido marca Panasonic, su pequeña biblioteca al extremo del salón, su potente equipo de música marca Sony, y una estantería repleta de cd´s que le había costado años completar. Allí estaba con todos aquellos objetos que tanto tiempo y dinero le había costado reunir. Eran su vida. Sin embargo, ahora significaban tan poco y le valían para tan poca cosa que sintió que durante todos aquellos años podía haber estado malgastando su tiempo. De todo lo que allí había, lo único que le hacía compañía y por lo que daría su vida era su equipo de música y la ristra de cd´s que había en sus estanterías. Eran lo único que le hacían sentirse vivo, lo único que no le podía juzgar. Todo lo demás podía salir ardiendo aquella tarde que no le importaría en absoluto. Se puso en pie y buscó entre sus discos. Hoy no se conformaba con cualquier cosa, hoy necesitaba algo especial. Metió el disco en la bandeja que escupió la cadena y pulsó el play. Al instante empezó a sonar light my fire del gran Jim Morrison y su férrea voz se apoderó de aquella casa. Víctor se puso en pie frente al espejo ahumado que cubría una de las paredes del salón y se puso a cantar. Allí estaba haciendo un dueto con Jim en el más ridículo de los escenarios. No importaba, nadie podía verle.
Una toalla húmeda cubría a Víctor de cintura para abajo al salir de la ducha. Su pelo negro carbón empapado le caía por el rostro poblado de una barba de tres días. Parecía que había adelgazado un poco. Tal vez lo poco que había dormido últimamente, su falta de apetito y el desenfreno sexual al que le había sometido Laura tenían algo que ver. Se miró al espejo y se sintió especialmente guapo. Su cara seguía siendo la misma, no había cambiado, pero él lo percibía así mientras se miraba, como si la belleza estuviese floreciendo en su interior. Se quedó fijo mirando su reflejo. No paraba de recordar el calor de Laura invadiendo su cuerpo, rodeado por sus piernas cual serpiente estrangulando a su presa. Con la mente entumecida en el centro de su andar, desatando su locura hasta hacerla agarrar con fuerza las sábanas para sostener el placer. Sus cuerpos húmedos rezumando amor, anestesiados por la fricción del vínculo de los mismos, dejándose llevar por el vaivén de la marea. Le hacía sentir como una piedra cayendo por un barranco, abriéndose paso por su ladera por inercia. Esos pensamientos le excitaban tanto como le dolían. Su recuerdo era tan claro y nítido que casi podía notarlo. Sentía sus pechos en contacto con su lengua y sus dedos en su boca, el fuego de sus manos invadiendo su pecho, sus uñas desgarrando la piel de su espalda. Se inmiscuía en esos pensamientos y era tan reconfortante como una noche fresca de verano sofocando el asfixiante calor del día. Pero abría los ojos y su casa y sus muebles le devolvían a la cruda realidad de su soledad.
Los días avanzaban tan despacio como la lenta formación de una estalactita en una caverna, gota a gota y milímetro a milímetro. El espeso correr de las horas era exasperante, tan inocuo como vacío, tan sólido como frío. Sonreía por un recuerdo que le venía a la cabeza y al instante se lamentaba por su ausencia. La felicidad le despertaba cada mañana y la amargura le cobijaba cada noche. Con tantos sentimientos encontrados era difícil dormir y encontrarse a uno mismo. Sentía como si se hubiese pasado días muertos construyendo en la playa una escultura de Laura en la arena, moldeándola grano a grano con mimo y cuidado durante horas. Y cuando ya tenía modelado ese montón de arena con la forma detallada minuciosamente de su rostro y su cuerpo, unos indeseables la hubieran destruido a pedradas en unos segundos. La felicidad con Laura había sido tan pura como momentánea, tan intensa como fugaz. Se le había quedado tan corto el tiempo con ella que le embriagaba su lento avance posterior, tan desesperante como descorazonador. Y así avanzaban tenebrosos y soleados días sin más emoción que el propio transcurso aletargado de las horas.
Había quedado con los chicos para tomar algo. Oscar refunfuñando le había echado la bronca por no tener la decencia de llamar al regreso de su supuesto viaje con sus tíos de Santander. Víctor se defendió diciendo que había estado muy ocupado con asuntos de los restaurantes. Oscar pareció no quedar demasiado conforme con su burda excusa, pero quiso dejarlo correr. Habían quedado en una taberna irlandesa que había en la entrada de la ciudad. ¿Una taberna irlandesa? ¿Acaso el mundo entero se empeñaba en recordarle a Laura una y otra vez? Era agobiante y agotador. Llegó a la taberna y Roberto, Chema y Oscar estaban allí sentados con sendas jarras de cerveza helada. Roberto les contó lo contento que estaba con su nuevo empleo de cajero en aquel supermercado. Era feliz con un trabajo tan sencillo y que le exigía tan poco. Puso especial énfasis en el resto de sus compañeras de trabajo y sus abultados pechos que describió explícito con sus manos. Decía que estaba como loco de contento por un oficio que no le exprimía la cabeza y por ser el único chico cajero de ese supermercado. Parecía emocionado ante la idea de que, según él decía, a alguna de todas aquellas chicas tenía que echarle el lazo. No hizo hincapié especial en ninguna de ellas, como si con cualquiera le valiese. Todos estaban convencidos de que en poco tiempo alguna caería en su red, aunque seguramente escapase al poco de caer. Lo cierto era que pese a la estupidez latente de Roberto, su inocencia y su bondad resultaban atrayentes, y pocas mujeres podían evitar no quererlo y desear abrazarlo como si fuese su osito de peluche. Aunque con el tiempo la convivencia con él era insoportable y ninguna aguantaba demasiado a su lado. Todos brindaron porque se tirase a alguna de aquellas cajeras y engulleron el rubio néctar. Chema siempre estaba en silencio, como ausente, escuchando las conversaciones del resto y forzando una sonrisa en forma de mueca. Había tenido una vida muy dura, su padre alcohólico y su madre loca de atar habían creado un ser reservado. Los chicos cariñosamente le llamaban el pequeño autista. No se lo tomaba a mal. Tan solo reía y seguía el curso de las conversaciones. Oscar como siempre alardeaba de esto y de aquello, siempre hablando de mujeres que anhelaba poseer. Era el chamán de mente lasciva del grupo. Muchas veces no tenía ni sentido lo que hablaba, pero tenía tanta gracia contándolo que no podías dejar de escucharlo. Y allí, en medio de esa maraña de conversaciones estaba Víctor, impasible. Simulando gestos para fingir que seguía las conversaciones. Se alegraba de verlos, y no podía negar que con sus estupideces le habían sacado alguna que otra sonrisa, pero no paraba de pensar en lo que le aturdía de forma continua. Era tedioso tener a los que durante toda su vida habían sido su familia, estar rodeado por todos ellos y a la vez sentirse tan solo. Pero allí seguía con el espíritu apagado, absorbiendo como una esponja todos los sentimientos de melancolía y nostalgia. Tras varias rondas de cerveza, y ya un poco perjudicados, se marcharon al garito de Héctor. Estaba lleno de gente, la música explotaba en los altavoces y los fríos vasos sobre la barra se iban desintegrando a toda velocidad. Allí tampoco cambió mucho el ánimo de Víctor, se sentía alicaído y cansado, como si su enjuta carne no dejase correr la sangre por sus venas. El alcohol siempre le animaba y le hacía reír y hablar más de la cuenta. Pero hoy no. Hoy los combinados de ron eran una cálida manta melancólica que cubría todo su cuerpo. Llevaba allí un par de horas y no sabía si quería marcharse para dormir y que amaneciese pronto un nuevo día o beber hasta caer al suelo. Toda esa masa de gente cantando, bailando y bebiendo le parecían ridículos y estúpidos, le resultaban insignificantes e indiferentes. Sus amigos sonreían en el calor del ambiente con los ojos enrojecidos y el furor de la noche en sus cuerpos. No había furor ni emoción en el pecho de Víctor, no se estaba divirtiendo. De pronto le urgió la necesidad de salir de allí y respirar el aire fresco en soledad. Al abrir la puerta una fría corriente de viento chocó con su rostro. Su silbido y las hojas galopando por el suelo eran su única compañía. La calle estaba desierta y la apremiante noche rociaba con colirio la patente tristeza de la acera magullada. Los comercios tenían sus cierres echados y su amasijo de metal estaba cubierto por barriobajeras pintadas de sprays de colores. Al final de la calle una pareja de adolescentes discutía bajo el fogonazo de luz de una farola. Ella le recriminaba por su desatención, y él tambaleándose buscaba una justificación oportuna con la poca ayuda de su trabada lengua. En el silencio de la noche podía escucharlos como si estuviese a un palmo de distancia. El aire mecía las hojas de dos abetos que balanceaban sus ramas al compás del viento. Una fuerte ráfaga creó un remolino de polvo y colillas del suelo que obligó a Víctor a cerrar los ojos. Se apresuró a adentrarse en un soportal que había a tan solo a diez metros para resguardarse del aire. Se puso un cigarro entre los dientes y protegiéndolo del viento, colocó una mano en forma cóncava sobre él para lograr encenderlo. Escupió una bocanada de humo que se la llevó el viento hacia el techo de teja. Apoyó la espalda y un pie sobre la pared y se quedó mirando el suelo. No paraba de pensar en Laura, en qué estaría haciendo y en qué estaría pensando. Si estaría durmiendo y soñando con él, o si estaba con la misma pesadumbre que soportaban ahora sus hombros. Mientras expulsaba una nueva nube de humo tóxico, la música de fondo del pub se vio más intensificada porque alguien había abierto la puerta. Era Oscar, que tras mirar a un lado y a otro de la calle dio con Víctor. Al verle caminó despacio hacia él. Cuando llegó hasta su lado se encendió un pitillo y se quedó plantado enfrente.
—Llevas toda la noche como ausente. ¿Te pasa algo? —preguntó Oscar.
—No, nada. Solo estoy un poco cansado —contestó Víctor mientras le asestaba una calada intensa a su cigarrillo. Oscar permaneció allí de pie, mirándolo.
—¿No has ido a casa de tus tíos a Santander verdad?—preguntó Oscar mientras a Víctor se le escapó una tímida sonrisa.
—No, no he ido a verlos —dijo Víctor sin dar mayores explicaciones.
Se hizo un silencio durante unos segundos.
—¿Es por esa chica con la que hablas? ¿Has quedado con ella y ha pasado algo? —preguntó Oscar muy seguro de lo que le preocupaba a su viejo amigo, aunque desconocedor del motivo exacto.
—Si, es por ella. Me tiene un poco confundido —dijo Víctor un tanto abstracto, como si le costase formular cada palabra.
—A veces las tías tienen eso. No sabes que tienen, ni que te dan, pero te engatusan hasta que convierten a ese tigre que llevamos dentro en un sumiso minino —dijo Oscar sin saber muy bien por donde iba la historia.
—Me invitó a pasar el fin de semana con ella en su casa, y es con ella con la que he estado estos días...
—Eso está bien.
—En Dublín —terminó la frase inacabada Víctor.
—¿Dublín? —preguntó extrañado Oscar—. ¿Tiene una casa en Dublín?
—Vive en Dublín —corrigió Víctor y se creó un silencio ensordecedor.
—¿Te has ido hasta allí solo para conocer a una tía? —preguntó sorprendido Oscar.
—Sí. Bueno, no es del todo así. Ya la conocía. Hace unos días ella vino aquí a Madrid a ver a su familia y pasé con ella una noche.
—¿Y ya está? ¿Pasas con ella una noche y sales despavorido a Dublín? —preguntó confuso Oscar.
—Es una chica fascinante Oscar. Nada más verla me quedé prendado de ella. Cuando estuvimos juntos sentí que eramos las dos únicas personas del universo. Aquella noche fue mágica. Nunca me había sentido así con ninguna otra mujer. Ni siquiera me acosté con ella ¿Sabes? No me hizo falta, en realidad lo único que necesitaba era su sola presencia. No sé que es lo que me dio aquella noche, pero al final acabé comprando un billete de avión para encontrarme con ella de nuevo.
—¿No irás a decirme que te vas allí con ella no? —preguntó Oscar un poco asustado.
Víctor volvió a reír con una leve mueca.
—Claro que no. Lo único que digo es que me llenó muchísimo su persona. Pero no paro de pensar en qué estoy haciendo, en por qué me pasa esto precisamente con ella que está tan lejos de mí. Creo que me estoy volviendo loco —dijo Víctor mientras dio la última calada a su cigarro y lo lanzó por los aires.
—La verdad que me dejas un poco alucinado. Nunca te había visto así. Cuando te metí en eso del Meetic mi intención era que tuvieses nuevas posibilidades de contactar con gente, pero jamás pensé que ibas a conocer a alguien de fuera —dijo Oscar.
—Y yo jamás pensé que esa paginucha pudiera ofrecerme nada que no pudiese encontrar de otra forma. Y mírame ahora —dijo Víctor un tanto apesadumbrado.
—Está bien, tampoco hace falta que te martirices. Cada uno debe jugar las cartas que le tocan por extraña que sea la mano. Te aconsejo que te dejes llevar por lo que te pida el cuerpo. Si esa chica te gusta, sigue viéndote con ella cada vez que puedas y disfruta. No te ahogues sin saber en que líquido te estás bañando. ¿Quién te dice que no has quedado seducido por la pasión de unos muy buenos momentos, y dentro de un tiempo te estás riendo de todo esto? Las mujeres son así, hay algunas que parecen dispuestas a dar su vida por ti, y tú no tienes ningún interés en ellas, y de pronto topas con una que apenas se ha esforzado y te cautiva sin saber como y te hace una presa vulnerable. Tienen esa magia —dijo Oscar.
—No sé si dentro de un tiempo miraré a atrás y veré eso que dices tú. Tal vez tengas razón, y solo me haya dejado llevar por unos buenos momentos, no lo sé. Solo sé que nunca me he sentido tan pleno como cuando estoy con ella —se sinceró Víctor.
—Vaya, veo que te has pillado bien —reflexionó Oscar—. De igual modo, mi consejo sigue siendo el mismo: déjate llevar por tus sentimientos. Si dentro de un tiempo nos tenemos que reír de todo esto, yo seré el primero que se ría contigo hombro con hombro, y brindaremos con una cerveza por su feliz ausencia. Y si por el contrario descubres que no era una bobería ni una taquicardia adolescente, algo ocurrirá que hará que las piezas por fin encajen. No quieras ver más allá, no sirve de nada. Sé que es difícil, hoy queremos saber qué pasará mañana, y mañana lo que pasará dentro de una semana. Disfruta cada segundo, que el mañana llegará, y la semana que viene también, y solo el paso del tiempo atestigua cual es el camino y nos indica que es lo que debemos hacer.
Nunca había visto a Oscar hablando de un tema tan serio y profundo como en aquel momento. Ni por asomo imaginaba que podía desenvolverse con tanta soltura en esos ámbitos. Le sorprendió gratamente, y su mensaje le llegó hasta el epicentro de su agonizante corazón.
—Supongo que tienes razón.
—Claro que la tengo coño —este vocabulario si se parecía más a Oscar—. Confía en mí. Si esa chica tiene que ser tuya, será tuya y nada te la arrebatará.
—Eres un buen amigo Oscar —dijo Víctor y los dos se fundieron en un abrazo.
—¡Ay! Que se me ha enamorao mi niño —los dos rieron mientras eran presos el uno del otro. Oscar se separó ligeramente—. Bueno, dime, ¿Es guapa esa Laura?
—Es preciosa Oscar.
Oscar había logrado animarle con sus palabras y su comprensión. Le pasó el brazo por el hombro y los dos unidos volvieron a penetrar en el local. Allí estaban Roberto y Chema revolucionados. Al entrar los cuatro se fundieron en un abrazo emocionante. Sonaba una maravilla de canción que a los cuatro les entusiasmaba. Estaba sonando Like A Rolling Stone y los cuatro la cantaron con toda la fuerza que le permitían sus cuerdas vocales con una sonrisa en el rostro. Era la primera vez en días sucesivos que vivía un momento de manera intensa sin necesidad de que fuera un recuerdo de un momento especial con Laura. Los cuatro cantando forzando hasta los límites de la potencia del chorro de voz mientras bailaban y sacudían la cabeza. La noche transcurrió perfecta en las sucesivas horas. Cuando Víctor regresó a casa sintió una gran satisfacción y se dejó caer en la cama cayendo en un sueño profundo al instante.