CAPÍTULO 07
—Gire a la derecha en la siguiente calle. Está tras la plaza, a la izquierda.
Rochdale giró, esperando que Grace quedara impresionada por sus habilidades como conductor mientras sorteaba a dos carros que se acercaban en dirección contraria. La mayoría de las mujeres admiraban a los hombres que podían girar sobre una rueda sin desequilibrarse o esquivar a otro vehículo con escasos centímetros de separación, dos proezas que había demostrado con facilidad durante el largo trayecto hasta Chelsea.
Grace Marlowe, sin embargo, no era la mayoría de las mujeres. O al menos no como la mayoría de las mujeres que entraban y salían de la vida de Rochdale. El tipo de mujeres a las que les gustaba correr riesgos, que consideraban que una conducción rápida estaba íntimamente relacionada con los preámbulos sexuales. El tipo de mujeres cuyas invitaciones había rechazado la noche anterior. Lady Drake y Cicely Erskine habían sido en el pasado unas compañeras de cama de lo más entregadas. Todavía seguía desconcertado por haberlas rechazado por el beso de la recatada viuda de un obispo.
La virtuosa señora Marlowe nunca sería tan «rápida» como lady Drake o Cicely Erskine o cientos de mujeres que había conocido, pero no se había quejado de la velocidad del carruaje, tal como se había esperado. Estaba dispuesto a frenar a los caballos y correr cual solterona en un carruaje de caza si Grace se hubiera quejado o si hubiera parecido alarmada. Al contrario, al primer indicio de velocidad, se había agarrado a la correa con una mano y sujetado el sombrero con la otra. Con ese gesto Rochdale quiso entender que estaba preparada para cualquier cosa (aunque no supo decir si estaba preparada para disfrutarlo o para soportarlo. Deseó que esa actitud fuera la misma para el resto de cosas que quería hacer con ella. Era alentador, o eso había decidido creer, que no se quejara una sola vez mientras conducía aquel vehículo deportivo como debía ser conducido.
Cuando se vieron obligados a disminuir la velocidad en el peaje de Knighstbridge, le había preguntado si conducía demasiado rápido para ella.
—Para nada. —Su dificultad al respirar parecía decir lo contrario. Bien podía meterse en una zanja y la muy testaruda seguiría sujetándose el sombrero y sin darle la satisfacción de haberla atemorizado. —Es sorprendentemente cómodo —prosiguió, —y el viaje ha sido bastante tranquilo. Supongo que es uno de esos vehículos de carreras, ¿verdad?
Rochdale estaba tan orgulloso de su carruaje que le costaba mucho no henchirse de orgullo y conferirle una importancia excesiva. Los caballos y los vehículos rápidos ocupaban un puesto preferente en su lista de los grandes placeres de la vida, y esa pequeña belleza había sido construida de acuerdo con su propio diseño.
—Sí, ha sido construido especialmente para las carreras —dijo, —y he ganado bastantes con él.
Mis caballos, por supuesto, son igualmente importantes. Estos son dos de mis mejores caballos para carruajes.
—He de confesarle que me ha sorprendido que un vehículo así no fuera llevado por unos caballos a su altura —dijo, —pero parecen funcionar muy bien juntos.
—Escojo a mis caballos por su velocidad y su resistencia, no por lo bonitos que puedan ser. —Se acercó más a ella y bajó la voz hasta adquirir un tono más seductor. —Pero quizá tendría que haber traído a un par de caballos grises. A juego con sus ojos.
Ella sonrió e hizo un sonido con la lengua como si se mofara de su adulación.
Rochdale pensaba que conocía a la remilgada viuda, pero esta no dejaba de sorprenderlo. Se había esperado un bufido, un gemido, que pusiera los ojos en blanco. Sin embargo, le regaló una sonrisa.
¡Progresos!
—Debería sonreír más —dijo. —Está todavía más bella cuando sonríe. —Esa había sido la frase más mesurada de la historia. Grace Marlowe era una belleza, pura y simple. Nunca olvidaría su aspecto en el baile de máscaras, con el cabello suelto (Dios, qué cabello) y mostrando su escote.
Pero incluso ese día, con una chaqueta Spencer de color azul abotonada hasta la barbilla y el cabello oculto bajo un sombrero de paja, Grace parecía tan apetitosa como un melocotón maduro, esperando a que él le diera un mordisco.
El tener que mantener las manos en las riendas no le había permitido tocarla de la forma en que le hubiera gustado, acariciar sus manos hasta sentirlas cálidas o temblorosas. Pero se había asegurado de que su muslo estuviera casi en contacto constante con el de ella. Era suficiente para que Grace lo tuviera presente, físicamente hablando. Cortejarla mediante una obra benéfica no bastaba. Lo más importante era el lento despertar de la pasión física. No quería que se olvidara de que era un hombre que la había besado y deseado. O que ella le había respondido con deseo.
Dos besos le habían enseñado mucho acerca de la viuda Marlowe. Poseía una pasión tan profundamente enterrada que tenía que haber estado aletargada o bajo estricto control durante años. Rochdale se había estado preguntando acerca de su matrimonio. No le sorprendía que el obispo se hubiese visto obligado a casarse con ella. De joven tenía que haber sido una belleza deslumbrante. Aquel viejo estúpido probablemente se había quedado estupefacto al contemplarla por vez primera. Toda esa delicada piel echada a perder por un viejo estúpido que le doblaba la edad.
Uno nunca sabía muy bien qué esperar de los pomposos clérigos que predicaban contra el pecado de la fornicación. En privado, quizá eran amantes mecánicos llenos de aversión propia por ceder a sus ansias animales, o quizá eran brutalmente sexuales con las mujeres, a las que consideraban la personificación de la tentación. El viejo Marlowe era un hombre robusto que había escogido a una bella joven como prometida. Ya tenía unos hijos crecidos, incluido un varón, así que ¿qué otro motivo que casarse con una joven que calentar su cama?
Por mucho que despreciara a aquel tipo, Rochdale dudaba mucho que aquel viejo y puritano fanfarrón hubiese sido un marido salvaje. Grace sería en ese caso una mujer asustadiza, pero de una manera diferente, un temor basado en el miedo. No había visto ese tipo de miedo en sus ojos (solo confusión e impresión, y estaba dispuesto a apostarse que estos se debían a su propia respuesta física y no a que simplemente estuviera escandalizada por los actos de un notorio libertino). Por tanto, o bien se sentía horrorizada por sentir deseo sexual hacia un hombre que no fuera su marido o simplemente por sentirlo.
Probablemente por las dos cosas. Se apostaría sus caballerizas enteras a que Marlowe nunca le había permitido sentir ningún tipo de pasión. Probablemente no se quitara la camisa de dormir e hiciera que se tumbara quieta y en silencio bajo él. Un gruñido y ya estaba todo, y se apartaría de ella sin preocuparse de su placer. Después probablemente le acariciaría la cabeza y le daría las gracias por satisfacer su naturaleza.
Podía estar equivocado con respecto a Marlowe, claro está. Pero resultaba obvio que Grace no estaba acostumbrada a dar rienda suelta a su deseo sexual. Le había costado muy poco liberar esa pasión sin explotar, apenas nada. Y eso era lo que le asustaba a Grace, Rochdale estaba seguro de ello.
Para ganar la apuesta, tenía que liberarla de ese miedo, enseñarla a aceptar su naturaleza sexual como algo que no era indecoroso o pecado. Había hecho algunos progresos con esos dos besos. Pero todavía no confiaba en él, y eso era esencial para la capitulación final. Esperaba que el viaje a Chelsea pudiera servir no solo para que Grace comenzara a confiar en él, sino también en ella misma.
La manera en que se aferraba a la correa mientras atravesaban a gran velocidad las calles de Londres, y esa leve sonrisa mientras lo hacía, le indicaba a Rochdale que estaba haciendo progresos, aunque pequeños, respecto a ambos objetivos.
Cuando se veían obligados a reducir la velocidad por el tráfico, entablaban conversaciones, como era natural. Rochdale la tuvo todo el rato hablando acerca de los actos benéficos y de sus planes futuros. En ningún momento mencionó besos o versos de la Biblia o apuestas. No le preguntó si el viejo Marlowe le había hecho el amor de verdad. Para que estuviera cómoda, dejó que fuera ella la que hablara prácticamente todo el tiempo, mientras él la acribillaba a preguntas acerca del trabajo realizado en Marlowe House. Para cuando comenzaron a ver el edificio, Rochdale sabía más de aquel maldito lugar de lo que deseaba saber.
—Aquí es —dijo ella mientras señalaba un edificio de ladrillo viejo en forma de «L». Solo la sección central de la parte alargada de la «L» tenía una segunda planta, y allí era donde parecía estar la entrada principal. El resto del edificio era bajo y pesado, como si llevara allí desde hacía siglos. Pero no parecía descuidado o abandonado. Estaba limpio y atendido, y tenía plantas junto a los muros y un roble que se alzaba sobre el edificio ahí donde se unían las dos partes.
—Era una casa de beneficencia —dijo Grace cuando el carruaje se detuvo en la entrada principal. —Creemos que se construyó alrededor de 1630, pero llevaba mucho tiempo abandonado cuando lo adquirimos.
—Deben de haber metido muchísimo trabajo aquí para devolverlo a la vida. —Se bajó del asiento y tiró de las riendas para dárselas a su palafrenero.
—Fue un acto de amor. —Ella contempló el edificio con una sonrisa de orgullo, a continuación bajó la vista y vio que Rochdale estaba esperando para darle la mano y ayudarla a bajar. Su sonrisa se desvaneció.
El carruaje no era particularmente alto, pero sí lo suficiente como para que a una dama con faldas le resultara difícil bajar. Grace se puso de pie y recuperó rápidamente el equilibrio. Se sujetó el borde de su sombrero y bajó el primer punto de apoyo para los pies. Hizo caso omiso a la mano que intentaba ayudarla (estaba demasiado ocupada asegurándose de que sus faldas de muselina blanca no mostraran a ese demoniaco libertino sus tobillos o, Dios no lo quisiera, sus piernas) mientras intentaba bajar hasta el segundo peldaño. Como no tomaba su mano, Rochdale la agarró por la cintura con ambas manos y la cogió.
Vio bastante más que sus tobillos. El cuerpo suave y esbelto de Grace se deslizó contra el suyo mientras la bajaba lentamente al suelo.
Grace había contenido la respiración en el mismo instante en que este había colocado las manos sobre ella. La soltó temblorosa mientras daba un paso atrás, lejos de él. Rochdale le lanzó una de sus mejores sonrisas y además le guiñó el ojo. Las mejillas de Grace adquirieron ese delicioso tono rosado que estaba comenzando a adorar y rápidamente se dio la vuelta para dirigirse hacia la entrada.
La siguiente hora transcurrió como en una nebulosa mientras Grace lo sometía a una terriblemente concienzuda visita por Marlowe House. Había visto las habitaciones, la zona del comedor, las cocinas, las aulas, la capilla, el taller, la enfermería y otra docena de habitaciones con propósitos que ya había olvidado. Era una operación mucho más extensa de lo que se había esperado.
Conoció a Alice Chalk, la matrona baja y fornida que supervisaba todas las actividades. Tenía un centelleo especial en los ojos y le gustó de inmediato. También conoció a otras personas que trabajaban en la casa, la mayoría de las cuales también residían allí.
—A las personas adultas que residen aquí se les pide que contribuyan en la medida que sea posible a mantener el funcionamiento del lugar —dijo Grace. Se había quitado el sombrero y todo su ser recordaba a una viuda respetable y decorosa, con sus cabellos dorados recogidos en un moño a la altura del cuello sin ni siquiera un zarcillo de adorno. No había prácticamente ni rastro de la reina de las hadas de la noche anterior. Pero cada vez que la mirara, él recordaría a Titania, con su cabello al aire y su pecho suave y níveo. Ya no podía esconderse de él, por mucho que lo intentara.
—Dependiendo de sus conocimientos, habilidades y preferencias —prosiguió Grace sin darse cuenta de que el interés que brillaba en los ojos de Rochdale nada tenía que ver con Marlowe House, —pueden trabajar en la cocina, en el jardín o en la enfermería. Tenemos ahora mismo a una enfermera. La señora Birch ayudó a los enfermos y heridos en las batallas en España y nos resultó de tanta utilidad cuando vino aquí como viuda que le hemos dado el puesto.
—¿Hay muchos trabajadores permanentes? —preguntó él.
—No, solo unos cuantos. Todo el mundo está aquí de manera temporal. Al menos esa es nuestra esperanza. Permanecen aquí con sus hijos porque no tienen otro lugar al que acudir.
Hacemos todo lo que está en nuestras manos para procurarles trabajo, o nuevos hogares, lo que sea necesario para que sobrevivan y no acaben en la calle.
Mientras caminaban por los pasillos, Grace tuvo palabras de amabilidad para todas las mujeres y niños que se encontraron. Les presentó a todos por su nombre a Rochdale, que se quedó impresionado por el hecho de que pudiera recordarlos todos. Las dependencias estaban llenas de gente, cada habitación por lo general acogía a más de una familia.
—¿Ve por qué queremos ampliarla? —Dijo Grace. —No hay sitio suficiente. Y hay tantas familias más que necesitan nuestra ayuda...
—Tendrá sus fondos para construirlo, se lo prometo. Me ha dado una lección de humildad con todo lo que ha conseguido aquí. Mi contribución no es nada comparado con el tiempo y esfuerzo que le ha dedicado.
Grace sonrió y Rochdale se dio cuenta de que había estado sonriendo casi desde su llegada. Esa era su pasión. Ese lugar y su trabajo era lo que la hacían feliz. Un día muy cercano, vería cómo dirigía esa pasión, esa sonrisa radiante, hacia él. Y por una razón muy diferente.
—No lo he hecho sola —dijo. —El edificio lleva mi nombre, o más bien el del obispo, pero todas las que conformamos el Fondo de las Viudas Benevolentes dedicamos nuestro tiempo a Marlowe House. Y cada una de nosotras tenemos nuestra área favorita. Lady Somerfield se encarga de supervisar las aulas. La duquesa de Hertford se ocupa del taller y la señora Cazenove del funcionamiento de la cocina. Y lady Gosforth supervisa los jardines, que todavía no hemos visto.
¿Quiere verlos?
Lo condujo por una puerta doble situada al otro lado de la entrada principal hasta un jardín enorme y cuidado.
—Tenemos un huerto allí, un jardín aromático detrás y esta sección es puramente ornamental.
Fue explicándole cómo habían diseñado cada jardín y cómo los residentes cuidaban de ellos.
Había varias mujeres trabajando, echando semillas, podando las flores marchitas y cambiando el abono. Cuando se acercaron al jardín de hierbas culinarias, había una mujer delgada y de cabello oscuro inclinada sobre un arbusto bajo, podando ramas y lanzándolas a una cesta que sostenía una muchacha de rostro anguloso y el mismo cabello oscuro. Un crío rubio de unos ocho o nueve años estaba sentado en el suelo, construyendo lo que parecía una pirámide de tierra.
—Ah, esta es la señora Fletcher —dijo Grace—y sus dos ayudantes incondicionales que mantienen cuidado nuestro huerto.
La mujer alzó la vista y sonrió, y Rochdale casi pierde el equilibrio. Santo Dios, conocía ese rostro, aunque no lo había visto en más de doce años. Un fantasma de tiempos pasados. Miles de recuerdos afloraron en su mente de repente a tal velocidad que creyó que las piernas le iban a flaquear. Miró a la mujer, momentáneamente impactado por aquel rostro de otro tiempo, de otra vida. Una vida que había dejado atrás hacía tiempo y que no deseaba revivir.
Ella abrió los ojos como platos al reconocerlo. Maldición. Había deseado haber cambiado lo suficiente como para que no lo reconociera, o que lo hubiera olvidado, para poder coger todos esos desagradables recuerdos y enterrarlos de nuevo cuando se hubiera marchado de aquel lugar.
Pero ella lo había reconocido y tendría que hacerle frente. Maldición, maldición, maldición.
—¿John? ¿John Grayston? Santo Dios, ¿es usted? Oh, pero ahora es lord Rochdale, ¿verdad?
Qué maravilloso verlo de nuevo después de tantos años.
Su voz, aguda y musical, lo trasladó a un lugar y a una época que había pasado media vida intentando olvidar. Supuso que no tenía sentido fingir no conocerla. Su respingo de sorpresa le había delatado.
—Jane. Discúlpeme. Estoy sorprendido de verla de nuevo. —Tenía que haberle tomado las manos y saludarla como a una vieja amiga, pero mantuvo las manos a la espalda. Lo cierto era que deseaba darse la vuelta y marcharse, pero supuso que aquello sería demasiado cobarde y cruel, incluso para un canalla como él.
Ella se limpió las manos en el delantal que llevaba sobre un vestido muy usado que en otros tiempos había sido azul. O quizá marrón. Había perdido el color tras demasiados lavados. En un gesto de timidez muy femenino, se metió unos mechones de cabello tras las orejas. Era cerca de dos años más joven que Rochdale, si no recordaba mal, pero parecía mayor. Cada rasgo de su rostro era tal como lo recordaba: sus ojos, enormes y marrones; una boca grande; su nariz, ligeramente achatada en la punta. Pero aquellos ojos y labios que le resultaban tan familiares estaban surcados por arrugas, su piel otrora llena de pecas estaba ajada y morena por el sol y tenía algunos cabellos canos. Y estaba mucho más delgada. Aun así, todavía conservaba parte de la belleza que él recordaba.
Por acto reflejo extendió una mano, sin duda esperando que él hiciera lo mismo. Pero no fue así. La retiró avergonzada y se la colocó en la cintura.
—Me alegro de verle, John. Lord Rochdale, debería decir. Dios mío, ¿cuánto tiempo ha pasado?
Sin embargo, no ha cambiado apenas. Sigue tan apuesto como siempre.
Dios, ¿por qué tenía que ser tan alegre? ¿Y por qué tenía que serle tan familiar aquella sonrisa?
—Usted tampoco ha cambiado, Jane. Sigue siendo la bonita muchacha que corría tras Martin y tras de mí por los pantanos.
Las palabras fueron displicentes, pero no sonrió ni suavizó su expresión.
Ella se echó a reír sin dejarse intimidar por su actitud distante.
—Adulador. Llevo todos mis años en el rostro, no puedo negarlo. Pero no hay nada que pueda hacer. Cada arruga y cabello canoso ha costado lo suyo. Oh, pero debe conocer a los niños que me han dado todas estas canas. —Rodeó con el brazo a la muchacha que tenía a su lado. —Esta es Sally, mi hija mayor. Hágale una reverencia a lord Rochdale, hija mía.
Sally le hizo una reverencia mientras lo miraba con cautela a través de sus largas pestañas.
Debía de tener unos once o doce años y no era tan bonita como su madre a su edad, pero los delicados huesos de su rostro dejaban entrever que sí lo sería con el tiempo.
Rochdale la saludó con un cortés asentimiento. No deseaba aquella violenta reunión. Dejaría que Jane le presentara a sus hijos y luego saldría de allí como alma que lleva el diablo.
—Y este es Toby. —El niño se había estado escondiendo tras su madre. Rochdale había quedado tan estupefacto al ver a Jane que apenas sí se había percatado de que estaba allí. Jane empujó al crío y a Rochdale casi se le escapa un grito ahogado. Era la viva imagen de Martin Fletcher, el hombre que sin duda era su padre, el hombre que otrora fue el mejor amigo de Rochdale. De pequeño, Martin era exactamente igual que el niño al que estaba contemplando en ese momento.
Rochdale miró a Jane, que estaba sonriendo y le dijo: —Es como él, ¿verdad?
—La viva imagen. Hola, Toby. Encantado de conocerlo también.
—Sí, señor. Yo también.
Mientras Rochdale miraba al crío con el rostro de Martin, cayó de repente en por qué Jane y sus hijos estaban allí en Marlowe House. Una punzada de dolor se alojó en su corazón. Miró a Jane.
—¿Martin está...?
La tristeza se reflejó en sus ojos oscuros.
—Sí. Murió en Albuerra, hace dos años ahora.
Rochdale cerró los ojos brevemente e intentó controlar el nudo que tenía en la garganta. Dios, no quería escuchar aquello. Finalmente, dijo:
—Lo lamento tanto, Jane. Ojalá lo hubiera sabido. Ojalá hubiésemos mantenido el contacto.
Ojalá... —Ojalá no hubiese sabido nunca lo que le había ocurrido a Martin. Ojalá no se sintiera tan responsable de su muerte. Sí, era verdad, probablemente hubiese sido una bala o una espada francesa la que se había llevado la vida de su viejo amigo, pero si las granjas arrendadas de su casa no se hubieran descuidado hasta caer en la ruina, Martin nunca habría tenido que alistarse en el ejército. Era un granjero, no un soldado. Tenía que haber muerto en su lecho muchos años después, con sus nietos a su lado y sus vacas pastando en el prado.
—No había nada que pudiera haber hecho, John.
Negó con la cabeza, rechazando esa idea. Pero, ¿qué podía decir? ¿Perdóneme por llevar una vida disipada mientras Martin iba a luchar a España, y su familia se veía obligada a vivir en una casa de acogida?
—¿Toby? ¿Sally? ¿Por qué no me enseñan las plantas en las que han estado trabajando esta semana? —Grace dio un paso adelante y colocó una mano en el hombro de cada niño, conduciéndolos hasta una zona del jardín situada a varios metros de distancia. Resultaba gracioso, casi se había olvidado de Grace. Esta debía de haber dado por sentado que Jane y él tenían cosas que hablar en privado, cosas que podrían resultar dolorosas para los niños. No podía saber que lo que menos deseaba Rochdale era saber de la vida de Martin y Jane tras Bettisfont. —Desde aquí puedo ver el hisopo. Y también olerlo. Vayamos a echarle un vistazo, ¿de acuerdo?
—Es una dama muy amable, la señora Marlowe —dijo Jane mientras observaba a Grace llevarse a los niños de allí. —Una gran mujer. Este lugar es todo obra suya. No puedo imaginarme qué habría sido de nosotros sin su ayuda.
Se produjo un largo momento de silencio durante el cual Jane lo observó con un centelleo en los ojos, sin duda esperando que le preguntara acerca de esos años perdidos. Santo Dios, cómo deseaba echar a correr. Pero supuso que debería superarlo. Además, si no le preguntaba por su vida, probablemente ella le preguntaría sobre la suya.
—¿Qué ocurrió, Jane? Lo último que recuerdo es que estaba con Martin y su regimiento.
—Sí, fui con ellos durante varios años. Era una vida buena, una vida interesante. Su regimiento fue por todo el mundo. Sally nació en Irlanda y Toby en Alemania, pero cuando las cosas se pusieron difíciles en Portugal, Martin insistió en que me llevara a los niños de regreso a Inglaterra para que estuvieran a salvo. Tenía una pequeña cantidad de dinero en metálico y la empleó en buscarnos una casita de una habitación en Kensington. Era extraño estar en la ciudad en vez de en el campo, pero el arrendador era el primo de uno de los soldados, así que pudimos tener la casa por un precio razonable. Y Martin enviaba lo que podía todos los meses, para comida y zapatos para los niños. Pero cuando murió, casi dos años después, no entraba ningún dinero en casa y fui yo quien tuvo que cuidar de los tres.
Lo miró con una mirada llena de arrepentimiento y perdón, como si hubiese sido culpa suya haberse quedado sola. Rochdale no dijo nada
¿Qué podía decir?, pero la desesperación de su voz era como un cuchillo clavándosele en el estómago.
—Comencé a lavar y a coser —dijo, —pero era difícil, muy difícil, ganar sustento para los tres. El arrendador nos echó cuando ya no pude pagar el alquiler. Encontré un lugar más pequeño donde vivir, pero no encontraba demasiado trabajo. Finalmente nos alojamos en una diminuta habitación en St. Gilles donde recogía harapos y descosía ropa, aunque nunca ganaba lo suficiente para alimentarnos de manera regular. Me preocupaba que los niños se vieran atrapados en ese mundo, en las calles, víctimas de solo Dios sabe qué. Estaba desesperada. Dispuesta a... a hacer todo lo que fuera necesario para mantener a mis hijos.
Rochdale cerró los ojos de nuevo y reprimió un gemido. Había estado dispuesta a prostituirse por sus hijos. Quizá lo había hecho. La dulce niña pecosa que había conocido, vendiendo su cuerpo en las calles. La bilis le subió por la garganta.
—Y entonces alguien me habló de este lugar —prosiguió—y de cómo, siendo una viuda de guerra, sería bienvenida. Le doy las gracias cada día a Dios por Marlowe House. No quiero pensar qué habría sido de nosotros si no hubiéramos venido aquí.
También él.
¡Dios! Ahora entendía de verdad lo que Grace hacía aquí. Estaba salvando vidas, literalmente.
Rochdale decidió en ese momento doblar la cantidad que había decidido darle. Pero no volvería de nuevo para ver cómo lo gastaba.
—Intentamos no pensar en esos tiempos, o en lo que podía haber sido. Aquí nos enseñan a mirar hacia delante, hacia un futuro mejor, y hacen que parezca que pueda llegar a ser verdad.
—¿Tiene algún lugar al que ir cuando se marche de aquí? —preguntó. —¿Le han encontrado algún trabajo? ¿Algo?
—Aún no, pero hay varias posibilidades. No dejan que una familia se marche de Marlowe House hasta que están seguros de que su situación ha quedado solucionada. He visto a muchas familias marcharse con excelentes perspectivas de futuro. Nuestro momento llegará.
—Yo... yo encontraré un lugar para usted y sus hijos, Jane. —Las palabras salieron de su boca antes de poder contenerlas. ¿En qué estaba pensando? No deseaba en modo alguno implicarse con alguien del pasado. Alguien que le recordaba lo alejado que estaba de la vida que había conocido. Pero había maneras de hacer las cosas sin implicarse personalmente en ellas. Podía pasarle el asunto al hombre que se encargaba de sus negocios y mantenerse al margen.
—Ya no existe Bettisfont —dijo, —pero tengo otros intereses. Encontraré algo. Se lo prometo.
Ella se acercó y le tocó vacilante la manga de la chaqueta, pero al instante la retiró.
—John, no tiene que hacerlo. No es responsable de nosotros.
—Déjeme hacerlo, Jane. Se lo debo a Martin. A usted y a sus hijos. —Su mirada siguió al niño mientras este estaba junto a Grace, aburrido del jardín e inquieto de tanta energía contenida. No dejaba de mirar a hurtadillas a Rochdale, pero se daba la vuelta avergonzado cuando Rochdale lo pillaba. —Dios mío, mirar a Toby es como ver a Martin de nuevo.
Jane sonrió.
—Lo sé. Y estoy agradecida por ello. Nunca olvidaré el rostro de Martin, pues lo veo todos los días en el de Toby.
—Lo enviaré a la escuela. Y a Sally también. —Una vez más, las palabras salieron sin pensarlas.
Parecía tan impresionado por haber visto de nuevo a Jane, y a Martin en el rostro de su hijo, que todo pensamiento racional lo había abandonado. No deseaba implicarse con la familia Fletcher.
Pero Rochdale era un hombre con recursos, a pesar de que la mayoría de su fortuna provenía de las apuestas, y no le parecía bien no ayudar a esa gente, a esa mujer que había conocido de pequeña y que se había casado con su amigo.
—Me gustaría ver que los hijos de Martin reciben la atención y cuidados que se merecen —dijo.
—Con una buena educación podrán encontrar un trabajo y mantenerse ellos mismos. Déjeme hacerlo, Jane. Intentaré resarcirla de todo lo que la irresponsabilidad de mi padre les ha causado.
Maldición. Ojalá pudiera mandarlos de vuelta a Bettisfont, pero nunca volví a construir la casa o las granjas. Solo las caballerizas.
—Lo sé.
Rochdale arqueó las cejas sorprendido.
—¿Lo sabe?
—Sí, por supuesto. Mantuvimos el contacto con algunas de las otras familias durante un tiempo. Y, desde que hemos vuelto, no es difícil oír hablar de las proezas del famoso lord Rochdale.
—Infame, diría yo.
—Quizá, pero al verle hoy, con la señora Marlowe... ¿significa eso que está enmendándose? — Miró a Grace, que estaba riéndose con los niños. —Es un ángel caído del cielo, en lo que a mí respecta. Y es muy bonita, ¿verdad?
—Sí, lo es, pero no se lleve la impresión equivocada. He acordado financiar una nueva ala aquí, pero eso es todo. Y todo lo que pueda hacer por usted lo haré, por supuesto. No soy una persona que se dedique a las buenas obras, Jane. Nada más lejos de la realidad. Me temo que es demasiado tarde para cambiar. Estoy demasiado inmerso en la disipación como para salir de ella a estas alturas de mi vida.
Jane frunció el ceño.
—No es el tipo de vida que esperaba de usted, John. La primera vez que escuché su nombre relacionado con... cierto escándalo...
—Serena Underwood.
—Sí. Cuando lo escuché, y luego otras historias, no podía creer que fuera el mismo John Grayston que conocí. Pensaba que...
—Bueno, sí, las cosas cambian.
Jane Fletcher parpadeó por el tono brusco y crispado de su voz, y una expresión de recelo se reflejó en sus oscuros ojos.
—La gente cambia —prosiguió Rochdale en el mismo tono, deseando que aquella mirada de Jane significara que deseaba mantener las distancias entre ellos y no una renovada amistad. —Ya no soy un estúpido joven idealista. Pero tengo dinero. Bastante. Y la ayudaré, Jane. Se lo prometo.
Es lo menos que puedo hacer.
—Dios le bendiga, John. No puedo agradecérselo lo suficiente.
—Tan pronto como tenga algo, se lo haré saber a la señora Marlowe y a la señora Chalk.
—Oh, de acuerdo. Pero, ¿volveremos a verlo de n...?
—¿Señor? —El joven Toby había ido corriendo junto a su madre. Grace y Sally se estaban acercando a un ritmo más propio de unas damas.
Rochdale frunció el ceño, a pesar de que se sentía aliviado por la interrupción.
—¿Sí?
Toby tragó saliva, pero le mantuvo la mirada. Sus ojos eran enormes y recelosos, con un destello de la tozudez de Fletcher que tan familiar le resultaba. Había un deje de algo más, una cierta actitud agresiva que probablemente se habría forjado durante los tiempos difíciles.
¿También él se había visto abocado a la vida en las calles antes de llegar a Marlowe House?
Mientras su madre descosía retales para vender la tela, ¿había robado Toby carteras o algo mucho peor?
—¿Es cierto que conoció a mi papá?
La pregunta, y el entusiasmo de su voz, disiparon cualquier idea de un pilluelo callejero. Quizá había robado un par de relojes en su vida, pero en ese momento era un niño que echaba de menos a su padre. La expresión de Rochdale se suavizó involuntariamente, y un pequeño rincón de su corazón también. El niño era tan parecido a Martin Fletcher que casi no podía soportar mirarlo, pero fue la mirada de sus ojos la que le hizo ceder.
Se puso en cuclillas para ponerse a la altura del crío.
—Así es. Lo conocí cuando tenía su edad e incluso menos. Podía ser un pequeño demonio.
Siempre haciendo travesuras. —Le alborotó el pelo al crío. —Al igual que usted, me apostaría. El pelo le caía sobre los ojos, como a usted.
El crío se encogió de hombros.
—No recuerdo mucho de él, solo tenía cuatro años cuando vinimos a Inglaterra.
—Ah, pero yo lo recuerdo muy bien. Era muy divertido y gracioso, siempre se estaba riendo.
Pero también era fuerte. Y valiente. Recuerdo una vez cuando una de las niñas de la propiedad se cayó a un pozo. Su padre la sacó sana y salva él solo. Era un buen hombre, su padre.
Los ojos de Toby se iluminaron de la emoción.
—¿Sacó a la niña él solo?
—Así es. —Rochdale consideró que no merecía la pena mencionar que otro chico y él sujetaban los pies de Martin mientras lo bajaban por el pozo. Después de todo, había sido Martin quien había sacado a la niña del pozo.
—Suponía que había sido valiente —dijo Toby, —para ir a luchar contra Napoleón Bonaparte.
¿Sabe más historias acerca de él? Mamá me ha contado muchas, pero bueno... es una mujer y ya sabe cómo son. Por favor, señor, ¿podría contarme más cosas de mi padre?
En ese momento, Rochdale supo que había sido pescado cual trucha y que tenía que enfrentarse a un pasado que había olvidado, pero estaba indefenso ante aquel crío con ese rostro tan familiar y ojos endiabladamente lastimeros.
—Por supuesto, Toby. ¿Qué es lo que quiere saber?