CAPÍTULO 04
Grace permaneció un instante tras las puertas del salón para que nadie pudiera verla y tomó aire varias veces para expulsarlo a continuación por la boca. Al mismo tiempo, rezó un padre nuestro mentalmente. La respiración pausada siempre le ayudaba a recuperar la compostura cuando esta se veía amenazada; la oración le servía para apartar sus pensamientos de lo que quiera que estuviera perturbándola en ese momento. Se lo había enseñado el obispo, era un truco que a menudo practicaba antes de hablar en el Parlamento.
Ambas acciones le confirieron cierto grado de paz a Grace, cuyos nervios se habían visto crispados de nuevo por aquel terrible hombre. Casi deseaba haberlo besado para que ya todo hubiese pasado. Al menos no habría tenido que verlo de nuevo. Estaría fuera de su vida.
Y, sin embargo, él le había dado una semana para desquiciarse, para imaginárselo, para perder el sueño, para castigarse por imaginarse la escena. Lord Rochdale era demasiado listo. Sabía exactamente lo que esa semana supondría para ella (la agonía de la espera, el temor a imaginarse lo que iba a acontecer). Y además la besaría en un acontecimiento que ella había organizado y en el que tendría que permanecer toda la noche. No podía montar ninguna escena. No podía escapar a su casa. Estaría atrapada allí, obligada a lidiar con la ansiedad previa al beso y el trauma posterior. Sería una velada insoportable de principio a fin. Y él lo sabía. Demasiado listo. Y Grace había caído en la trampa.
Cómo se estaría riendo de ella en esos momentos.
Se reprendió mentalmente. Si no se sacaba esos pensamientos de la cabeza, tendría que rezar una o dos oraciones más. Grace se sentiría muy avergonzada si sus amigas la vieran inquieta y quizá adivinaran la causa.
Lo cierto era que no se trataba de una reunión del Fondo en sí, tal como le había dicho a Rochdale. No de los asuntos referidos a este. Estos se habían abordado el día anterior. Ese día era una simple reunión de amigas. Wilhelmina, Marianne y Penélope habían acudido para saber cómo había concluido la búsqueda de Emily la noche anterior. Estaban preocupadas por Beatrice y su sobrina. Sus amigas se reunían en la casa de Grace en Portland Place para las reuniones periódicas del Fondo de las Viudas Benevolentes. Sin embargo, cada vez más a menudo esas reuniones acerca de las cuestiones del Fondo se convertían en reuniones de las Viudas Alegres, en las que se compartían todo tipo de secretos íntimos. Y así Portland Place se había convertido en el primer lugar en el que se reunían cuando alguna de ellas tenía algún problema.
Grace no se había sorprendido al ver a sus amigas, más bien esperaba su llegada, y había ordenado que prepararan té y pastas mientras les relataba lo acontecido la noche anterior. No había llegado al final de la historia cuando una de las sirvientas le había llevado la tarjeta de Rochdale. Grace se había metido la tarjeta en el bolsillo sin mencionar el nombre y se había excusado. Y ahora sus amigas querrían saber más detalles de la aventura de la noche pasada, que colocarían a Grace en el centro de atención. Si parecía levemente inquieta, ellas lo percibirían y preguntarían. Así que tomó aire y rezó hasta tornarse en la personificación de la serenidad.
Con la cabeza bien alta, entró en el salón. Era su sala favorita de la casa, y su elegante belleza serenaba la vista y el espíritu. Las paredes estaban cubiertas de damasco en color crema. Los nichos de los cuadros y los marcos de las puertas estaban tallados con ornamentos en rosas pálidos y fríos azules, repitiendo el mismo esquema de color del elaborado enlucido del techo. El estilo de Robert Adam no estaba muy en boga en esos momentos (se consideraba pasado de moda) pero a Grace le encantaba y estaba feliz de que el propietario original, a quien el obispo le había comprado la casa, les hubiera cedido todos los bocetos en acuarela de Adam para las alfombras y techos. Esas acuarelas estaban enmarcadas y colgadas en el vestíbulo del piso superior.
Marianne y Wilhelmina estaban sentadas en un sofá francés, hablando en voz baja. Ambas alzaron la vista cuando Grace entró en la habitación. Penélope siguió mirando por las enormes ventanas que daban a la calle. De menuda estatura pero enorme personalidad, lady Gosforth era la más directa del grupo y siempre daba a conocer sus opiniones sin artificios ni moderación. Era una mujer curvilínea con rostro en forma de corazón enmarcado en unos brillantes rizos castaños que captaban el brillo de la luz del sol que se filtraba por las ventanas. Se volvió y fue la primera en hablar.
—¿Ese era Rochdale? Un hombre que se parece sospechosamente a él acaba de salir de su casa, Grace. ¡Oh, Dios mío!
—¿Rochdale? —Marianne miró a Grace llena de asombro. —¿Aquí?
Tres pares de ojos se posaron sobre ella, acorralándola. Pero Grace estaba tranquila y serena.
Podía manejarlo.
—Sí, era lord Rochdale.
—¡Grace Marlowe! Descarada diablilla. —Los ojos azul claro de Penélope brillaron de asombrados y divertidos. —¿Qué hace el mayor vividor de Londres aquí?
—Sospecho que hay más detalles del episodio de anoche de los que hasta el momento nos ha relatado Grace. —Wilhelmina, una hermosa mujer de cabellos dorados cuya verdadera edad era un secreto (aunque Grace sospechaba que tendría cuarenta y pocos), era la más ecuánime e imperturbable de las Viudas Alegres. Tenía más experiencia que el resto de ellas. Había ido escalando posiciones en la sociedad, desde sus humildes orígenes como hija de un herrero hasta convertirse en amante de miembros de la nobleza bien posicionados, entre los que decían figuraba el mismísimo príncipe de Gales. Su último protector, el duque de Hertford, la había amado de verdad y, cuando su mujer falleció, había escandalizado a la sociedad desposando a Wilhelmina. Ahora ella era la duquesa viuda de Hertford, sumamente rica pero aceptada a regañadientes. Grace la adoraba, al igual que todas las Viudas Alegres. Era todo lo que ellas no eran y tenía gran experiencia en los caminos del amor.
Y también era muy observadora y captaba lo que a veces les pasaba inadvertido a las demás.
Grace suspiró. Se había estado preguntando cuánto debía contarles a sus amigas (si es que debía contárselo). Se había sentido tentada a quedarse muda como una estatua y no decir nada.
Pero ahora era imposible, no después de haber visto a lord Rochdale. Tendría que darles alguna explicación. Pero no estaba preparada para confesar todo.
—Sí, hay más que contar. —Se puso a verter más agua caliente en la tetera de una urna de plata colocada sobre una elegante base. Con una reconstituyente taza de té podría hacerlo. — Cuando todos estábamos listos para marcharnos, cedí mi asiento en el carruaje a Emily, que parecía no poder separarse del brazo del señor Burnett. Estoy segura de que un día no muy lejano se publicarán sus amonestaciones.
—¡Esa es una noticia maravillosa! —Marianne, que acababa de casarse, estaba de lo más romántica últimamente. Había tal felicidad en sus ojos marrones que a duras penas se la podía culpar de su ocasional sentimentalismo. —El señor Burnett está claramente enamorado de Emily.
Me alegra oír que al final ha sido capaz de atraer la atención de esa estúpida jovencita. Sin duda eso ayudará a atenuar el escándalo que su maldita madre ha causado. ¡Bravo, señor Burnett!
Penélope gimió.
—Baje de las nubes un instante, Marianne. La información más importante es que Grace cedió su asiento en el carruaje.
Marianne pareció perpleja unos instantes, pero al momento cayó en la cuenta.
—¡Oh!
Penélope frunció el ceño.
—Se quedó a solas con ese hombre, ¿verdad, Grace?
—Cuéntenos qué sucedió —dijo Wilhelmina.
—¿La importunó? —preguntó Penélope.
—No, por supuesto que no. —Un acalorado rubor se apoderó de sus mejillas y Grace rogó porque sus amigas creyeran que se debía a la pregunta y no a que la respuesta era incierta. No del todo incierta. Grace había consentido ese beso, después de todo. Parte de la culpa era suya, aunque fuera por ser una ingenua títere que se había dejado manipular por Rochdale. —Tan solo me llevó a casa en su carruaje. Por eso ha venido ahora. Para asegurarse de que estaba bien, considerando lo que había ocurrido.
—¿Y está bien? —preguntó Wilhelmina. Sin duda estaba leyendo más en aquellas mejillas ruborizadas que lo que Grace estaba dispuesta a admitir.
—Sí, estoy bien.
—¿Después de dos horas o más sola en un carruaje con Rochdale? —Penélope negó con la cabeza incrédula, lo que hizo que sus rizos rebotaran contra su rostro. —Es una mujer más fuerte que yo, Grace. Es uno de esos hombres desesperantes que le hacen a una desear estrangularlo o hacerle el amor. Bueno, a la mayoría de las mujeres. No a usted, Grace. Sé que usted no aprueba esas cosas. Aunque no me extrañaría si lo hubiese estrangulado. ¿Está segura de que se comportó?
—Sí, Penélope. No ocurrió nada indecoroso. —Más mentiras. Un par de horas con Rochdale y Grace había cometido todo tipo de perversidades. Sirvió más té a Marianne y a Wilhelmina.
Penélope declinó otra taza. Grace se sirvió una taza para ella, se sentó y tomó aire.
—Tuvo que ser una situación incómoda para usted —dijo Marianne. —Recuerdo que en nuestra boda le hizo sentirse un tanto violenta.
Grace y Rochdale habían sido los únicos testigos de la boda de Marianne y Adam. Rochdale había estado lanzándole miradas lascivas y mofándose de ella durante toda la ceremonia y en general consiguió que lo que tendría que haber sido un día feliz se tornara en un sufrimiento para ella. Marianne estaba radiante de felicidad y Grace había dado por sentado que no se había percatado del comportamiento de Rochdale. Pero ese día palidecía comparado con lo que había acontecido la noche anterior.
—No fue un viaje agradable, eso es cierto. Es una persona bastante... perturbadora. —Mayor eufemismo nunca antes fue pronunciado.
Penélope se echó a reír.
—Sí, lo es. Y endiabladamente guapo. Es una lástima que sea un horrible sinvergüenza. Sabe lo mucho que me gustaría que se soltara la melena. Que fuera una verdadera Viuda Alegre. Pero él no es el tipo de hombre que le conviene, Grace. La mordisquearía y escupiría sin mirar atrás. Y no le importaría quién se enterara de ello. Tiene suerte de que no intentara seducirla en ese carruaje.
Es lo que alguien como él haría.
—Creo que lord Rochdale puede ser un caballero cuando así lo desea —dijo Marianne. —O al menos eso es lo que no deja de decirme Adam. —Su marido, Adam Cazenove, era uno de los mejores amigos de lord Rochdale. Había sido gracias a la ayuda de Adam que habían dado con Emily en la casa de campo de Rochdale en Twickenham. —Y, después de todo, no tocó a Emily, así que quizá no sea el canalla que todos creemos que es.
—¡Oh, claro que es un canalla! —Dijo Penélope. —Yo estaba en el baile en Littleworth cuando le dio la espalda a la pobre Serena Underwood y se marchó de allí.
—Yo también —dijo Grace. Era un recuerdo difícil que había perseguido a Grace durante los últimos dos días. Penélope se estremeció.
—Fue horrible, Marianne. No se mostraría tan dispuesta a concederle el beneficio de la duda si hubiese estado allí. Serena estaba histérica, rogándole que se casara con ella porque le había arruinado la vida. Nunca lo olvidaré. Había un silencio sepulcral en la sala. Nadie decía nada, por supuesto, pues no querían perderse ni un instante de tan jugoso escándalo. La música paró. Todo el mundo estaba mirando. Y Rochdale, totalmente tranquilo, le quitó las manos que se aferraban a su cuello y dijo «Nunca». La pobre Serena se desplomó y sufrió un colapso mientras que él tan solo se dio la vuelta y salió de la sala. ¡Qué hombre tan horrible!
—Serena se recluyó al día siguiente —dijo Grace—y no puedo culparla. No apruebo su conducta por dejarse seducir por Rochdale y permitir que todos lo supieran. Pero él se comportó como un villano por abandonarla de una manera tan poco caballerosa y tan notoria. Su reputación quedó hecha trizas por completo. No creo que se la haya vuelto a ver en la ciudad desde esa noche.
—Se recluyó para tener a su hijo —comentó Penélope.
—He oído ese rumor —confirmó Grace.
—Conozco bastante a lord Rochdale —Wilhelmina las miró dándoles a entender que no quería que se la cuestionara en ese asunto. —No es un monstruo. Me atrevería a decir que hay una parte de su historia que nunca llegaremos a conocer. No deberíamos juzgarlo de forma tan severa sin conocer los hechos. —Su suave voz tenía cierto deje reprobatorio. Odiaba las habladurías, y por un buen motivo. Durante gran parte de su vida, ella había sido objeto de esos chismorreos.
—Así es —aseguró Marianne. —Adam cree que a Rochdale le encantan esas infames historias sobre su persona y no hace nada para contradecirlas. Le divierte su mala reputación. Incluso Adam nunca sabe qué es verdad y qué inventado.
—Muchas mujeres se sienten atraídas por el peligro —dijo Wilhelmina, —y Rochdale lo sabe, razón por la que cultiva esa imagen de libertino. Un hombre al que no le importa nada salvo su propio placer, que es capaz de hacer algo terriblemente malo en cualquier momento... a algunas mujeres eso les resulta excitante. Disfrutan del riesgo que conlleva una relación con él.
Grace recordó las palabras que Rochdale le dijo: «Un poco de riesgo añade algo de diversión al rutinario día a día. Debería hacerlo más a menudo».
No era probable que lo hiciera. Solo había que ver lo que le había ocurrido a Serena Underwood por correr un riesgo. Por no mencionar la dirección pecaminosa que estaban tomando sus propios pensamientos tras arriesgarse a viajar en el carruaje con él.
—Cuando el río suena, agua lleva—dijo Penélope. —Rochdale puede que disfrute siendo una mala persona porque es una mala persona. En cualquier caso, lamento que se viera obligada a sentarse junto a él en un estrecho vehículo durante dos horas, Grace.
—Yo también, querida —dijo Wilhelmina. —No creo que Rochdale sea el ogro que Penélope dice, pero debe tener cuidado. Sin duda es un hombre de sangre caliente en lo que a las mujeres respecta, pero también puede ser muy frío e insensible. No creo que le gusten las mujeres demasiado.
Grace resopló de una manera impropia de una dama.
—Más bien pensaba que le gustaban demasiado. —Incluso las viudas decorosas y recatadas de los obispos.
—Le gusta obtener placer de las mujeres, pero eso es todo lo lejos que se puede llegar con Rochdale. Creo que siente cierto desdén hacia las mujeres. No le preocupa más que él mismo, así que tenga cuidado...
En ese momento entró una sirvienta con el ramillete de Rochdale colocado en un jarrón de cristal.
—¿Dónde quiere que coloque las flores del caballero, señora?
La taza de té de Grace repiqueteó en el platillo. Maldito fuera ese hombre. Se levantó rápidamente y le cogió el jarrón a la sirvienta.
—Yo me ocupo de ello, Millie. Puede retirarse.
La joven hizo una reverencia y abandonó la sala. Grace dio la espalda a sus amigas por miedo a que vieran la vergüenza en su rostro y lo malinterpretaran. O peor, que lo comprendieran todo. Se dirigió hasta una mesa que había en la parte más alejada de la sala y colocó las flores allí.
—¡Santo Dios! —dijo Penélope divertida. —¿Son de Rochdale?
Grace no se volvió, pero asintió en silencio y fingió estar colocando la hiedra alrededor de los claveles.
—Bueno, bueno, bueno. Qué interesante, ¿no les parece? —Wilhelmina rió en voz baja y a continuación añadió: —Claveles rosas y hiedra. Un mensaje fascinante.
Grace se volvió.
—¿Qué mensaje?
—Mi querida Grace —dijo Penélope, —¿su madre nunca le enseñó el lenguaje de las flores?
Grace negó con la cabeza. No tenía idea alguna de qué estaban hablando, pero mucho se temía que no iba a gustarle.
Wilhelmina sonrió de oreja a oreja.
—Los claveles rosas significan « nunca la olvidaré ». Y la hiedra quiere decir que la persona que le ha enviado las flores está deseando complacerla. Creo que le ha causado una buena impresión a ese frío y egoísta libertino, querida mía.
—¿Qué le parece esa yegua torda?
Rochdale apartó la vista de un imponente castrado zaino y observó la yegua que Cazenove le señalaba y a la que estaban ejercitando en el recinto circular de Tattersall. Por lo general, a Rochdale no le gustaban demasiado las yeguas tordas. Eran demasiado llamativas pero no tenían suficiente rendimiento y cuando alcanzaban el grado máximo de color muchas de ellas tenían ya demasiada edad.
Sin embargo, aquella yegua parecía relativamente joven, quizá cinco o seis años. Una pequeña yegua árabe con mucha vida por delante. Tenía la cabeza en forma de cuña y el hocico pequeño propio de su raza y se movía con elegancia y brío.
—Tiene buen trote —dijo. —Sus cuartos están bien definidos y musculados. Patas fuertes. Sin embargo, tiene el cuerpo demasiado bajo como para ser veloz.
Cazenove se rió.
—No estoy pensando en competir con ella. Estoy buscando una montura para Marianne. Un regalo de bodas tardío.
El jinete se desmontó de la yegua y la condujo hacia el recinto principal con su famosa cúpula, donde sería subastada. Fue deteniéndose por el camino para que los compradores potenciales pudieran examinarla más de cerca. Cuando paró al lado de Cazenove, se encabritó y relinchó. No le había gustado que la atizaran, ni que la empujaran, ni que la obligaran a alzar las patas y le comprobaran la dentadura. La pobre consideraba que estaba por encima de todas esas vejaciones.
Mientras Cazenove realizaba su propia inspección de la yegua, Rochdale la rascó detrás de las orejas. La yegua resopló de satisfacción.
—Creo que es una belleza —dijo su amigo. —Cabeza ligera y flaca, patas largas y fuertes.
Parece tener buen temperamento. Me inclino a creer que sería una buena elección.
—¿Piensa pujar por ella, Rochdale? —Una voz familiar interrumpió su conversación.
Rochdale miró por encima del hocico de la yegua y vio que lord Sheane se acercaba hacia ellos, envalentonado y petulante como siempre, con un chaleco de rayas negras y amarillas que le hacía parecer un abejorro.
—No, yo no. Demasiado decorativa para mis gustos. Cazenove la quiere para su mujer. Además, estoy guardando mi último compartimento vacío para Albión.
Sheane rompió a reír.
—¿Debo entender que está realizando progresos en ese campo?
Rochdale estaba bastante seguro de que así era. Grace había aceptado concederle el beso que había ganado en la apuesta. No se habría sorprendido si ella se hubiera negado a cumplir con lo prometido, pero ahora sabía que era una mujer de palabra. Un conocimiento potencialmente valioso. Esa integridad podría venirle bien en el transcurso de su cortejo.
Había sido un momento de espontánea y brillante genialidad el que le había llevado a fijar el baile de máscaras como fecha para recoger su premio. Sin duda ella había estado toda la semana con el corazón en vilo, pensando sin cesar en ello. Y Rochdale estaría encantado de calmar y tranquilizar ese corazón haciéndole olvidar esa tensión con sus besos.
Rochdale no creía estar siendo arrogante por creer que ganarle la apuesta a Sheane sería pan comido. Habría quien opinara que estaba tardando demasiado. Pero algunas mujeres requerían más preámbulos que otras. Y estaría dispuesto a apostarse que Grace no había conocido preámbulo alguno en su vida. Tenía una inmensa pasión bajo esa fría apariencia, sin embargo, y Rochdale era el hombre que iba a liberar esa pasión.
Sería divertido mientras durara. Nada le gustaba más que un buen desafío, ya fuera en un hipódromo o en una habitación. Pero una vez hubiese obtenido el placer que buscaba en Grace y ganara la apuesta, se dedicaría a algo (o alguien) que requiriera menos esfuerzo.
—Sí, Sheane —dijo. —Las cosas están yendo bastante bien. Estaré listo para recoger a Albión a finales de mes, si no antes.
Sheane rompió a reír de nuevo, lo que hizo que algunas cabezas se giraran en su dirección. Ese hombre carecía de cualquier tipo de modales.
—Eso no ocurrirá, Rochdale, créame. Le arrebataré a Serenity de las manos antes de que se dé cuenta. Tiene un compartimento nuevo esperándola. ¡Ha! Ah, y Cazenove... Haltwhistle se ha fijado también en esa yegua. Últimamente ha tenido bastante suerte en las cartas y puede que tenga mucho dinero que despilfarrar.
—¡Maldición! —Adam miró de nuevo a la yegua mientras esta era conducida por el camino con columnatas que llevaba hasta el subastador. Había varios caballos por delante de ella en las listas, pero había despertado bastante interés entre los caballeros que se alineaban junto al camino.
—La puja va a ser elevada si Haltwhistle toma parte. El animal bien podría ser un caballo de carga ciego y lisiado, que le daría igual.
—Muy cierto —dijo Sheane. —A Haltwhistle simplemente le gusta poseer las cosas, lo que sea, que alguien más codicie. Deje de mirar a esa torda rodada y quizá no se dé cuenta de que está interesado.
—Tiene razón, Sheane. Le agradezco el aviso. Por cierto, tengo entendido que tiene una nueva obra. —Las cejas de Cazenove se arquearon interrogantes mientras sus ojos brillaban divertidos.
Sheane, que parecía una auténtica fuente de risa vulgar aquel día, rió de nuevo con tanto brío que su tripa a rayas tembló. Era un pintor aficionado cuya temática hacía que sus obras no pudieran ser exhibidas en público. Tenía una galería «privada» en su casa en la que enseñaba sus obras a caballeros con una invitación especial. Y también estaban las fiestas, que generalmente tenían lugar en la casa de campo de Twickenham de Rochdale, en las que Sheane llevaba a su última modelo y la pintaba allí mismo. Conforme las veladas avanzaban, otras mujeres invitadas a las fiestas se dejaban llevar por los efluvios del alcohol y se desnudaban para que Sheane las retratara. Al rayar el alba, había más gente desnuda que vestida. Rochdale tenía más de una de las pinturas de Sheane colgadas en su casa de campo, recuerdos de veladas especialmente animadas.
Cazenove era un experto en arte y consideraba que Sheane tenía cierto talento. A menudo le tomaba el pelo diciéndole que debería escoger temas que se pudieran exponer en la British Institution, de la que él era miembro, pero a Sheane no le interesaba. Prefería las bonitas y regordetas nalgas femeninas, u otras partes desnudas, a un paisaje o estudio clásico.
—Pues resulta que sí tengo una nueva obra —dijo Sheane mientras sonreía como un bobo. — Debe pasarse a verla, Cazenove. Creo que le gustará. Reconocerá el rostro, y quizá algo más, de esa nueva bailarina del Drury Lane, Delilah Munro.
—¿La pelirroja con el enorme...? —Cazenove hizo un movimiento curvo delante de su pecho.
—La misma —dijo Sheane. —Fue una modelo extremadamente... complaciente, y pude plasmar una pose de lo más interesante. Estoy deseando escuchar su opinión. Si me disculpan, tengo que ir a ver cómo va la puja por la potra negra.
Se dio la vuelta y se dirigió hacia la columnata, desapareciendo entre un mar de sombreros de copa y levitas.
—Hay algo endemoniadamente desagradable en ese tipo —dijo Rochdale.
—Una valoración interesante, viniendo de usted.
—Aun así.
—Pero, ¿qué es eso acerca de Serenity y Albión? —Preguntó Cazenove. —No me diga que se ha jugado su mejor caballo en una apuesta con él.
—Así es.
Las cejas de Cazenove desaparecieron bajo el borde de su sombrero y la mandíbula se le desencajó durante un instante. A continuación dijo: —No puedo creerlo. Pensaba que jamás renunciaría a esa yegua.
—No tengo intención de hacerlo.
—¡Ah! Una apuesta segura entonces.
Rochdale sonrió.
—Sí. La apuesta más segura en la que he tomado parte nunca.