CAPÍTULO IX

VUELVE EL HORROR

Comenzó trivialmente. Casi de un modo agradable.

Tal vez no podía ella dormir tampoco. Por eso se incorporó y se acercó a mí. La vi entre la bruma, acercándose con paso suave. Respiró hondo, parándose frente a mi emplazamiento.

—¿Tiene un cigarrillo, por favor? —me pidió.

Asentí. Busqué uno y se lo di. Ella aceptó también el fuego de mi encendedor y fumó con fruición, pensativo el gesto. Se estremeció, al soplar una ráfaga de gélido viento.

—No sé si tengo frío… o miedo —confesó.

—Tal vez ambas cosas, señorita Sothern —sonreí, estudiando a la joven Rachel, milagrosamente rescatada de las cumbres heladas—. ¿Se encuentra bien?

—No estoy muy segura. Durante ese tiempo, una deja de sentir, se hace insensible al dolor, a las emociones, incluso al tiempo que transcurre. ¿Sabe lo que son meses enteros de soledad, sin lectura, sin nada que hacer, salvo sobrevivir, protegerse del frío, hablar con una misma o cantar canciones, para no terminar enloqueciendo?

—Lo imagino. Aun así, ha sido muy afortunada. Sobrevivir en estas condiciones, es como un milagro.

—Lo sé. Ahora vuelvo a la civilización —sonrió—. Va a ser divertido encontrarme de nuevo en Inglaterra, entre las gentes, en las calles, en los lugares de diversión… después de todo lo que he vivido en este infierno, Jeffries.

—No sé si será divertido, pero sí hermoso —admití—. ¿No tiene sueño?

—No, no mucho. Estoy nerviosa. Más bien diría que tengo sed…

—¿Sed? Tome agua. O un poco de brandy, si lo prefiere. Eso la entonará.

—No —negó suavemente Rachel, mirándome—. No resistiría ya los licores. Sólo he bebido leche allá arriba. Leche de yack, carne de yack… Quizá por eso siento cada vez más sed y más apetito, Jeffries…

—Lo comprendo —asentí—. Es usted una muchacha joven, llena de vida. Ha debido echar de menos muchas cosas en este tiempo…

—Demasiadas —murmuró ella roncamente—. ¿Sabe algo, Jeffries? Incluso la visión de un hombre, su proximidad… me estuvo vedada todo este tiempo. No vi a hombre alguno durante mi soledad… Los eché de menos, pensé en ellos… Ahora es confortante sentir a uno cerca. Notar la presencia varonil del macho de la especie. Usted, por ejemplo: un hombre joven, vigoroso, atractivo… Terriblemente atractivo, Jeffries. Lo sabe, ¿verdad?

—Pues… no me he parado a pensarlo —sonreí, algo cohibido, sintiéndome incómodo ante ella. Rachel, sin embargo, se aproximó más a mí. Tan sensual, tan llena de deseos y de lascivia como su propia prima Judy.

—Béseme.

—¿Qué?

—Béseme, Jeffries. Por favor. Aunque no le guste, béseme en los labios… Hágame sentir mujer de nuevo, se lo ruego…

Dudé. Allá, en el campamento, todos dormían. Incluso Sue. No hubiera sido agradable para ella verme complacer a aquella muchacha solitaria. Y Rachel lo pedía tan ávidamente…

Me tendía sus brazos, me rodeaba con ellos, entreabriendo sus labios resecos por los meses de intemperie, de vientos helados en su epidermis. Los humedeció con la punta dé la lengua, acercó su boca a la mía, suplicándome, casi como quien pide caridad.

—Béseme… se lo suplico…

Tuve que hacerlo. Tenía que hacerlo. La besé. Sentí palpitar los labios de Rachel bajo mis propios labios. Fue un contacto candente… y extraño.

Ella había cerrado sus ojos. Yo, no, aunque parecía bajar mis párpados en principio. La contemplé, cerca de mí. Sentí palpitar su seno apoyado en mi pecho… Mi rifle estaba a punto de caer de mis rodillas, empujado al parecer inadvertidamente por las piernas de la joven.

Recordé algo, borrosamente: un rifle en el suelo, lejos de su dueño… Un cuerpo bañado en sangre, mutilado, roto, medio devorado…

Luego, mis ojos incrédulos contemplaron la piel de Rachel, a menos de una pulgada de mi propio rostro. Y su cuerpo todo, apretado contra el mío…

Se erizaron mis cabellos. Un sudor helado cubrió mi cuerpo. Creo que tuve el tiempo preciso de bajar mi brazo y evitar que el rifle cayera al hielo, lejos de mi alcance definitivamente.

Al mismo tiempo, la epidermis de Rachel Sothern se cubría por momentos de aquel espeso y súbito vello grisáceo, como en la mutación cinematográfica del hombre-lobo…

Simultáneamente, el cuerpo de Rachel crecía, crecía, desgarrando las ropas que lo envolvían… Los senos femeninos brotaban ya, pero envueltos en pelambrera gris, lacia y abundante, igual que todo su cuerpo turgente… Era el cuerpo de un animal, de un animal en pleno crecimiento, lo que emergía de allí, en una mutación delirante y aterradora.

Entonces y sólo entonces comprendí la verdad, la espantosa verdad nunca imaginada. Una vaga idea estalló en mi cerebro enloquecido, cuando ya Rachel abría sus ojos, contemplándome con unas pupilas rojizas, llameantes, malignas, llenas de crueldad, de sed de sangre y de hambre de carne humana…

Mutación.

Mutación… y transformación de un ser humano en bestia inmunda. La Criatura. El yeti.

Era ella.

¡Ella, Rachel Sothern!

Sólo que, durante años enteros, había existido un error de concepto. El «abominable hombre de las nieves» era, pura y simplemente… La «abominable mujer de las nieves»…

Ahora, ella exhaló un rugido horrible… y se aferró a mí, abriendo unas fauces babeantes, nauseabundas, en busca de aferrar mi cuello con sus colmillos malolientes, para desgarrarme la carne, para decapitarme, como hiciera la noche antes con Dirk Kennedy.

Sólo que yo no grité con terror ni agonía. En vez de eso yo… yo disparé mi rifle de gran potencia, aplicado a quemarropa sobre el velludo cuerpo gris y monstruoso de la que, poco antes, era una joven y bella muchacha…

* * *

El estampido del rifle de caza mayor, retumbó como un trueno en la noche silenciosa y helada del Himalaya. Los hielos temblaron bajo mis pies. Una bala de poderoso calibre se hincó brutalmente en el cuerpo lanudo y gris, desgarrando sus tejidos.

La bestia aulló de forma inhumana, salvaje, apartándose de mí. Se tambaleó, boqueando ferozmente, mientras por el tremendo boquete empezaba a chorrear la sangre en abundancia. Sangre negruzca, espesa, fétida…

El campamento estaba ya en convulsión. Sue, Judy, Sothern… Los tres se incorporaron. Sothern, sin saber sobre quién disparaba, hizo fuego también con su rifle, sobre la forma velluda que oscilaba ante mí. Apuntó a la cabeza, y despedazó el cráneo de Rachel, sin saberlo.

Aquella «cosa» o lo que hubiera sido en vida Rachel Sothern, aulló roncamente, en un estertor agónico, y se precipitó por el desfiladero, dando tumbos, perdiéndose para siempre en una sima de la que ya jamás volvería… Alucinado, contemplé aquel trágico final, y me pregunté muchas cosas, mientras Sothern, lívido, corría hacia mí, con su arma humeante en la mano y, advirtiendo en el suelo las ropas desgarradas de su hija, entre manchas de sangre animal, me preguntaba, mortalmente pálido:

—Brad… Brad, por el amor de Dios… Esa bestia… esa bestia… ¿qué ha hecho con mi hija, con mi pobre Rachel? ¿Dónde… dónde está ella…? —jadeó.

Señalé al desfiladero, al fondo del abismo, donde se perdiera para siempre el cuerpo de la bestia increíble, entre una polvareda de nieves perpetuas. Musité, estremecido aún:

—Abajo, Sothern… Abajo.

—¿Abajo? ¡No, no es posible…! Sólo vi a… a ese monstruo…

—Iba con él. No pude hacer nada por evitarlo… Llevaba el cadáver contra sí. Había destrozado a Rachel. Ya ni siquiera parecía ser ella misma… Lo siento, Sothern. De veras lo siento… pero nadie hubiese podido hacer nada por impedirlo…

Y en cierto modo, le estaba diciendo la verdad. Una verdad que ni él ni nadie sabría nunca. Me había asomado a un abismo oscuro de horrores, para enfrentarme con la aberración más inaudita del mundo. Ahora, todavía sumido en un caos mental, quería tener tiempo para reflexionar, para tratar de comprender…

Sothern sollozaba como un niño, rota su última esperanza, comprendiendo lo inútil de sus afanes por rescatar a su hija. Judy estaba como en trance. Y Sue había corrido a mis brazos, en busca de amparo y protección.

Yo, con la vista fija en el abismo, me preguntaba qué fue realmente Rachel Sothern, si una mujer transformada en bestia, o una bestia que adquirió el aspecto de un ser humano.

Eso era algo que yo nunca sabría. Y que no revelaría a nadie… salvo a una persona.

* * *

—¿Sólo a mí, amigo mío?

—Sí, Ssu-Lai. Sólo a usted…

—¿Por qué eso?

—Porque si alguien puede ponerme en claro los hechos, ese alguien será usted, sin duda alguna…

—Confía demasiado en este pobre viejo —sonrió el anciano sacerdote tibetano. Inclinó la cabeza—. Me pregunta por un gran misterio que, quizá de siglos, existe en el Tibet. Yo escuché muchas leyendas, pero ningún relato directo, como el suyo… Ninguna verdad total, que abriera mis ojos a la comprensión. Aun ahora, cuando acabo de conocer la verdad, sigo preguntándome cómo pueden suceder ciertas cosas entre las criaturas vivientes.

—Yo me pregunto muchas más cosas, Ssu-Lai. Cosas para las que no hay respuestas —murmuré cansadamente.

—Para todo hay siempre una respuesta… si se sabe buscar. Aunque no siempre esté claro lo que esa respuesta nos dice…

—Mi pregunta es una sola, Ssu-Lai: ¿qué era Rachel Sothern? ¿Mujer o yeti? ¿Qué es un yeti? ¿Animal, ser humano, mutante…?

—La respuesta quizá sirva para ambos interrogantes —sentenció el lama—. Quiero imaginar que el yeti fue siempre… un mutante. Un ser cuya relación con los humanos TRANSMITE a éstos su genética propia, haciéndoles, a la vez, mutantes. Quizá eso llegue a través de un contacto sexual, no lo sé. El yeti puede ser macho o hembra. Rachel Sothern era la hembra. Ella nunca les reveló la verdadera historia de su supervivencia… porque en el fondo, ya no era ella misma la que encontraron en aquella cumbre, sino una mutación intermedia. Su cerebro y sus instintos eran ya los del yeti, dentro de una envoltura humana. En determinados momentos, cuando los apetitos asaltaban su cuerpo, éste sufría la mutación a la bestia, como en el mito del hombre-lobo o en el otro mito del hombre y el monstruo.

—Y Rachel… pensaba volver a la civilización… —murmuré con horror.

—Sí. Para devorar a los seres humanos, para succionar su sangre, que era su festín. Y para engendrar nuevos yetis, mutantes, de su contacto con hombres normales. Era… el principio de una invasión alucinante. Y ella misma la hizo fracasar, al ser vencida por sus instintos puramente animales. Atacó a su amigo Dirk, devorándolo en parte, porque en la Criatura, el instinto de saciar el apetito y la sed, supera a sus instintos sexuales. De otro modo, acaso Dirk o usted mismo hubieran sido seducidos por… por una «abominable mujer de las nieves», contribuyendo a la procreación de auténticos monstruos de pesadilla…

—Dios mío —musité—. Es tan espantoso, tan increíble…

—Todo lo que no ha sucedido antes, nos parece increíble, amigo mío —sentenció Ssu-Lai apaciblemente—. Pero en el fondo, la explicación es sencilla. De otro modo, Rachel jamás hubiera sobrevivido. Nadie sobrevive meses enteros entre los hielos, en las condiciones en que ella se encontró. Eso debió hacerles sospechar que era… un yeti en potencia, un ser cambiado por alguna razón que no podían entender…

—Aun explicado eso… sigo sin comprender cómo pudo ocurrir todo de modo que llegáramos aquí, que localizáramos a Rachel, en tantas millas y millas cuadradas de macizos montañosos… Era como buscar una aguja en un inmenso pajar… y la hallamos. Demasiado providencia, ¿no cree?

—No, no creo que fuese providencial en absoluto —sonrió Ssu-Lai—. Por el contrario, amigo mío, mi idea es que usted captó algo indefinible, algo sutil, que movía a las personas en la dirección elegida por «alguien».

—Pero… ¿por quién?

—¿No lo comprende? El cerebro mutante de Rachel era ahora de una fuerza desconocida para nosotros… porque también el propio yeti es desconocido, un perfecto enigma. Esa mutación provocó en su mente una alteración tan singular, que las ondas mentales de Rachel llegaban a enormes distancias, estableciendo contacto con el hombre que ella quería que acudiera a recogerla, para conducirla a la civilización: su padre. Ello nos hace ver el otro lado terrorífico de la cuestión: de haber seguido adelante ese proceso evolutivo, los hombres-yeti, los nuevos mutantes como Rachel, hubieran poseído una enorme potencia mental provocada quizá por la propia mutación del cerebro, y hubieran llegado a controlar a distancia a quienes hubieran deseado. En suma: hemos estado a punto de asistir al nacimiento de una nueva generación de monstruos, de una sociedad futura, terrorífica y devastadora, capaz de aniquilar a los humanos, dadas sus más poderosas fuerzas físicas y mentales.

Callé, tras lo que había hablado Ssu-Lai, el viejo filósofo tibetano de la pequeña aldea perdida en el Himalaya. Ciertamente, era una espantosa posibilidad la que había muerto con el yeti llamado Rachel Sothern, en aquella noche alucinante y terrible en que me vi frente a la más extraña y pavorosa forma de vida imaginable.

* * *

Aun ahora, cuando recuerdo todo eso, pasados varios años, en compañía de Sue, mi esposa, sin haber mencionado a ella jamás la terrible realidad que vivimos en el Himalaya, me pregunto si no estará germinando, pese a todo, allá en el misterioso Tibet, a lo largo de siglos y siglos de silencio, una nueva super-raza capaz de terminar con todos nosotros un día cualquiera…

Una raza de hombres y mujeres mutantes, capaces de parecer hermosos ejemplares humanos a veces… y terribles y voraces monstruos velludos en otras…

Me lo pregunto, y no encuentro respuesta satisfactoria a mis temores. Por eso recuerdo siempre con cierto terror aquel viaje inolvidable al Himalaya… y nuestro regreso de él, a través de un contacto con patrullas militares chinas, que nos devolvieron más tarde a la civilización occidental.

Sue nunca lo sabrá, pero… ¿llegará alguna vez una Criatura mutante hasta nuestro mundo actual, iniciándose de nuevo la gran amenaza?

Tal vez. Tal vez…

FIN