EPILOGO
Los cuerpos se alineaban en las mesas de superficie marmórea y fría. Todo el ambiente olía a balsámicos, a desinfectantes. A frialdad. A muerte.
El inspector Blakely echó lentamente una sábana sobre el cuerpo rígido e inmóvil del hombre, cuyos últimos residuos de cera habían sido arrancados del rostro. Era un cuerpo normal, con una faz monstruosa, desfigurada atrozmente por el ácido, sin cabellos, sin labios, sin orejas apenas, sin nariz, sin párpados... Un horror viviente, que se había escondido en vida tras una hábil máscara de cera, posiblemente reproducida muchas veces.
—Pobre diablo... —suspiró lentamente el policía—. Irwin Wallace, el amante de Judith Coole... Víctima del vitriolo que arrojó Seymour Coole sobre su cara, se escondió en la personalidad de un humilde conserje nocturno del viejo teatro... En realidad, Yancy Carey nunca existió. Era un ente de ficción. Tampoco existía el llamado «fantasma del Morgue Hall», deambulando por entre las sombras.
—No... —musitó Jason, pensativo—. Estaba allí, a la vista de todos... esperando.
—¿El sabía que Marjorie había de volver al teatro? —preguntó tímidamente Opale, muy aferrada al brazo de Jason, temerosa quizá de deambular, una vez más, entre los muertos, aunque fuese ahora en el depósito de cadáveres de Londres.
—El conocía a Marjorie Maxwell por otro nombre, en los viejos tiempos. La rubia matrona, evidentemente, había cambiado de aspecto en esos años. Engañó inicialmente a Carey Wallace. Pero él tenía el presentimiento de que ella, la lesbiana que mató en el pasado a Judith Coole, había vuelto al teatro. Y vigilaba, esperaba...
—Por fin, vio cumplidos sus deseos...
—Sí —Jason Fry respiró con fuerza—. Lo malo es que Yvonne lo descubrió antes que él, y trató de sacar partido del secreto. Fracasó. Marjorie no toleraba coacciones, y mató a la partenaire del Doctor Mistery. Más tarde, a éste, cuando él comprendió que solamente Marjorie era capaz de aproximarse a la cesta de «Killer» sin temor, y dejar escapar al reptil... Para entonces, Wallace ya sabía que ella era la culpable, y aunque su idea de asustarla con el cadáver robado de este depósito fracasó lamentablemente, asustando en cambio a Opale, pensaba que la aparición y desaparición de extraño cadáver lograría asustarla o, cuando menos, preocuparla.
—¿Y... la preocupó, realmente? —puso en duda Opale, mirándole fijamente, mientras seguían su camino hacia la salida.
—Quizá —Jason se encogió de hombros, deteniéndose junto a otra mesa, alzando una sábana y encarándose con el cuerpo dislocado, de triturado esqueleto, de la propia Marjorie. Opale desvió vivamente sus ojos, impresionada. El joven policía siguió—: Marjorie era una mujer tan cruel como inteligente y decidida. Se dio cuenta de que Wallace, finalmente, la había encontrado e identificado. Iba a ser un duelo a muerte, dentro de los muros de ese teatro. Su idea era asesinar a Wallace, y culpar de ello al reptil. Ahora sabemos la rara fuerza física que ese monstruo femenino poseía... Creo, Opale, que tu sueño de aquella noche, el que me contaste que tuviste, con Marjorie Maxwell, no fue resultado de ninguna droga dada por el doctor Johnson, sino un auténtico sueño premonitorio. En él, tuviste un aviso, una advertencia onírica sobre el peligro cierto que representaba Marjorie en tu vida, pese a parecer amiga tuya y digna de confianza...
Cayó también la sábana sobre el cadáver de la mujer que un día, quince años atrás, matara a otra mujer y desencadenara una tragedia culminada ahora en el teatro de los horrores del Soho londinense. Los tres siguieron adelante, saliendo del depósito, y encaminándose ya hacia el exterior, hacia la luz del día, por el largo, lúgubre corredor de la Morgue.
—Y ahora que todo se ha terminado... —el inspector Blakely se volvió hacia Opale, con gesto cordial—. ¿Qué ha pensado hacer en el futuro, señorita Bentley?
—¿El futuro? —ella le contempló, curiosa—. ¿A qué se refiere, inspector?
—A su vida artística, claro —sonrió el policía—, A su carrera de actriz...
—No sé... —Opale desvió la mirada—. Ya no siento deseos de seguir representando esa clase de obras. Me traerían mal recuerdo...
—¿Ni siquiera aunque Herbert Lee estrene mi obra? —sonrió de buena gana Jason Fry.
—No, ni siquiera así —confirmó ella, rotunda.
—Hay otro teatro más digno: clásicos, comedia, drama... —aventuró Blakely.
—Me temo que no siga la carrera del arte —suspiró Opale Bentley—. Hay veces en la vida, en que una mujer debe decidir entre su vocación y otras cosas...
—¿Por qué, querida? —objetó Jason, muy serio—. Soy un hombre comprensivo. Sabré ser también un esposo complaciente. Si deseas seguir esa vocación...
—No, Jason —ella le sujetó con fuerza, le miró fijamente a los ojos, y dibujó una dulce sonrisa en su rostro—. Tengo otra vocación ahora, y es la de ser la señora Fry. Creo que la esposa de un policía... y aristócrata, además... no podría compaginar su carrera artística, con sus deberes del hogar. Y el esposo, el hogar... están por encima de todo lo demás...
Jason Fry la estrechó contra sí. Besó sus labios.
El inspector Blakely sacudió la cabeza con desalienta.
—Es demoledor —murmuró con un suspiro—. El amor, el matrimonio, son capaces de terminar con todo Incluso con el arte...
Pero ellos no le oían. Y el inspector Nicholas Blakely decidió alejarse sin decir más. En realidad, tampoco ellos llegaron a enterarse.
FIN