CAPITULO VI

 

—¿Eso le dijo el inspector de policía?

—Sí, Jason. Eso me dijo —Opale sonrió, animosa, arreglando en un búcaro las flores recién traídas por el joven—. Logró convencerme a mí misma de que estoy perfectamente bien.

—Y lo está —asintió Jason Fry—. Siempre estuve seguro de ello.

—Pero en ese caso... —Opale se detuvo en su tarea—. En ese caso..., ¿por qué lo hicieron, por qué pusieron ese cuerpo ante mis ojos?

—No lo sé, Opale, Yo no soy policía —rió suavemente el joven—. Pero imagino una respuesta.

—¿ Cuál ?

—Alguien tiene interés en provocar la inquietud, el miedo, dentro de ese teatro. Y pensaron en hacerlo gradualmente. Primero, esas apariciones fantasmales, y luego... luego, lo demás.

—Lo demás... —Opale se estremeció, bajando los ojos—. Cielos, no me lo recuerde... Cuando el inspector me relató lo sucedido, no podía creerlo...

—Viene en las ediciones especiales de todos los diarios de Londres —dijo Jason, pensativo—. Es un crimen inexplicable, por el momento. Pero eso confirma que algo sucede en ese teatro, Opale. Lo suficiente para quitarle ideas de su cabeza. Usted está perfectamente sana y equilibrada.

—No sé qué será peor —susurró la joven—. Antes, todo era imaginado, al parecer. Ahora, tenemos la seguridad de que ocurre algo siniestro allí, de que hay un criminal oculto en el teatro... ¿Qué cree que puede asustarme más? ¿Mi propia mente... o la seguridad de que existe un criminal, acaso un loco, dentro de esas paredes? No va a ser agradable trabajar así.

—Lo comprendo. Pero no debe dejarse vencer por el temor. Hay agentes de policía vigilando el teatro, fuera y dentro. El que mató a Yvonne Durand, no se atreverá a hacer nada parecido. Es posible, incluso, que haya huido ya de allí. Algunos periódicos aventuran la posibilidad de que fuese un merodeador, sorprendido por Yvonne durante una visita suya a la pitón...

—Yvonne nunca bajaba a ver a «Killer» tan tarde —negó Opale, preocupada—. Además, algo me dice que esa historia del merodeador no es la explicación para ese horrible suceso...

—¿Qué otra puede haber?

—Tal vez... la de ese monstruo desfigurado, que espera su venganza en las sombras del teatro.

—¿Esa vieja historia?

—Pudo enloquecer, durante quince años de vivir oculto en los lugares poco o nada frecuentados de ese viejo teatro... Tal vez ahora, ya ni siquiera razone lo que hace.

—Me resisto a imaginar a un hombre escondido durante quince años en un teatro, sin haber sido visto por nadie, de día ni de noche.

—Un teatro tiene mil recovecos útiles para un ser así: fosos, sótanos, buhardillas, telares, corredores de los pisos altos, almacenes polvorientos... Seguro que hay rincón donde hace años que no asoma ni siquiera la luz de una vela...

—Todo eso suena a demasiado fantástico. No creo en la historia del fantasma desfigurado —rió de buena gana Jason Fry—. Ya verá cómo la muerte de Yvonne tiene una explicación mucho más sórdida y menos romántica. Y que el hecho de hacerla aparecer a usted como visionaria, tendrá también su explicación lógica.

—De todos modos... voy a tener miedo, cada vez que actúe, Jason.

—No lo tenga. Le prometo ir cada noche a verla actuar, y estar cerca de usted, por si algo sucede.

—¿De veras hará eso por mí? —se animó la joven, esperanzada.

—Tiene mi palabra —asintió Jason—. No es ningún sacrificio hacerlo. Pero con más motivo en las actuales circunstancias. Me verá cada día en el patio de butacas. En las primeras filas o en un palco cercano a la escena. Bastará una mirada, un gesto, un aviso, para que acuda a su lado, por encima de todo. ¿Eso la tranquiliza?

—Jason, eso supone mucho dinero para... para un simple aficionado al teatro...

—No se preocupe. Dispongo de algunos medios de fortuna —sonrió el joven con expresión confortante para ella—. De otro modo, no podría perder mi tiempo en escribir por pura afición... Ahora, puedo dedicar parte de ese tiempo mío a velar por su seguridad, Opale. Será un trabajo muy agradable.

—Jason, amigo mío... —impulsivamente, ella se inclino hacia él, besó su mejilla, y luego se echo atrás, enrojeciendo levemente sus mejillas—. Perdone. No pude evitarlo...

—¿Perdonar? —Fry se tocó la mejilla, donde le rozaran los labios de la muchacha—. Al contrario, Opale... Gracias. Ha sido lo más agradable que pudo sucederme...

 

* * *

 

—¡Opale! ¿De veras ha vuelto al trabajo?

—Sí, señor Lee. Estoy dispuesta a actuar esta misma noche.

—Pero..., pero el doctor Johnson dijo...

—Olvide al doctor Johnson —sonrió ella, animosa—. Yo lo he olvidado ya. He reflexionado en las últimas horas. Me he tranquilizado. Sé que no necesito reposo alguno. No volveré a ver alucinaciones, seguro. Mis nervios están perfectamente, ya lo verá.

—Opale, siento mucho esto, pero... —el empresario no parecía saber por dónde empezar la cuestión. A] fin, se decidió—. Pero han ocurrido cosas en este teatro que quizá no resulten las más adecuadas para que usted trabaje esta noche...

—¿Se refiere a la muerte de la pobre Yvonne? —Opale se mostró risueña y segura de sí, ante el estupor de Herbert Lee, que no comprendía en absoluto su transformación—. Lo sé todo, señor Lee. Ha sido un crimen horrible, pero si lee los periódicos, Londres está lleno cada día de sucesos semejantes... Y por ello, no podemos dejar de caminar por sus calles, de día o de noche, por miedo a los maleantes y a los asesinos.

—Admirable... —ponderó Lee, perplejo—. Señorita Bentley, puede volver a su trabajo. Yo informaré al doctor Johnson, personalmente. Y la felicito por haber sabido sobreponerse de modo tan espléndido a toda posible crisis... Lástima que para Yvonne no sea tan fácil encontrar suplente... Ninguna mujer se prestaría a hacer lo que ella hacía con «Killer».

—No, seguro que no —Opale se mostró ahora algo más seria—. Ese reptil produce mucho respeto. Demasiado, para estar al lado de él...

Se encaminó a su camerino, con paso animoso. La presencia de policías uniformados, dispersos por el escenario y la sala, resultaba también muy confortante. Opale no sentía miedo, en estos momentos. Soto al subir a su camerino, sintió cierta aprensión, recordando lo sucedido la última vez que estuvo en aquel lugar.

Pero entre Jason y el inspector Blakely, habían logrado inyectar una gran dosis de moral y confianza a la muchacha. Opale entró decidida en su camerino, encendió las luces, y se puso ante el espejo del tocador para arreglarse.

Aquella noche, todo iba a ser diferente, aun con la influencia que ejercía sobre todos la ausencia trágica de Yvonne Durand. Opale Bentley sentía miedo, eso era cierto, y hubiera resultado absurdo negárselo a sí misma. Pero era un miedo concreto, a algo real, tangible, algo que existía en aquel recinto, no a su propiamente, a alucinaciones, a posibles terrores nacidos de su cerebro.

El miedo a lo que era de este mundo, por temible que resultara, se podía dominar. El terror a lo desconocido, no.

Con esa sensación reconfortante, Opale Bentley afrontó aquella noche la representación, ante el asombro de todos sus compañeros.

 

* * *

 

Los aplausos sonaban cálidos, en el patio de butacas y en los pisos altos.

La obra había terminado. Marjorie Maxwell aparecía en escena con sus enanos, y el Doctor Mistery preparaba, en solitario, su nuevo número con «Killer», ausente ya para siempre su partenaire.

Opale Bentley había tenido éxito, como cada noche. Un éxito halagador, sobre todo por los aplausos entusiasmados de Jason Fry, que ocupaba un asiento en la primera fila de platea.

Se sentía segura. A salvo. La presencia del joven era la que le producía aquella impresión tan agradable. Sabía que, en caso de emergencia, podía recurrir a él. Jason estaría a su lado, por encima de todo. Se lo había prometido, y estaba convencida de que cumpliría su palabra.

Se encaminó a su camerino, decididamente, despojándose por el camino de los adornos de su peinado. Jason la esperaba tras la representación para tomar algo en el cercano bar, y ella ansiaba salir de allí para estar en alguna parte, acompañada de su joven amigo.

Abrió la puerta del camerino. Entró, resuelta.

De nuevo el horror atenazó su garganta. Iba a gritar, desgarradoramente, cuando algo frenó su alarido, paralizando sus cuerdas vocales.

Quizá era el propio miedo. Quizá un repentino instinto de astucia, de cálculo, que sorprendentemente, se sobreponía a todos sus impulsos de mujer aterrorizada.

Allí estaba, otra vez.

Horrible, grisáceo, en pleno proceso de descomposición, despidiendo un horrible hedor...

El cadáver.

El cuerpo del hombre calvo, descalzo, con las ropas acartonadas por la sangre seca. Con el rostro ya cubierto de manchas hediondas, devorado por la corrupción... Los ojos comenzaban a ser solamente unas cuencas con algo húmedo y viscoso que se deshacía, al tiempo que tumefacciones repugnantes rodeaban su boca, sus crispados dientes.

Opale no gritó. Opale no cedió esta vez al terror que había helado la sangre en sus venas, y erizado sus cabellos en la nuca.

 

* * *

 

Con un valor inconcebible, que ella no hubiera imaginado jamás, se movió hacia el espantoso cadáver depositado ahora sobre el sofá de su camerino, rígido como un maniquí. Lo examinó, dominando su repugnancia, su horror.

Era el mismo que viera colgando de los telares. El mismo que situaran ante su tocador. Dio unos pasos más. Estiró la mano, que temblaba.

Lo toco.

Opale lo tocó, en un nuevo alarde de decisión increíble. Tembló con violencia al simple contacto con aquel cuerpo frío, tirante, hediondo por la putrefacción que se había iniciado en su interior. Pero lo tocó. Lo suficiente para saber que no era ningún producto de la imaginación. Era real, y bien real. Tangible. Existía.

Luego, lentamente, con una frialdad pasmosa, pero sintiéndose acosada, vigilada por ojos siniestros desde las sombras, regresó a la puerta del camerino, salió, cerró con una vuelta de la llave... y entonces sí corrió, desesperadamente, hacia el escenario.

Aferró el brazo de uno de los dos policemen que, apaciblemente, patrullaban entre bastidores, contemplando la representación. El policía se volvió a ella.

—Señorita... —dijo—. ¿Qué le ocurre? Está usted muy pálida...

—¡Pronto! —Susurró Opale—. Arriba, agente, por favor... En mi camerino... Venga conmigo, se lo ruego. Tiene que ver lo mismo que yo he visto... antes de que alguien se lo lleve otra vez... ¡Vamos, agente! Es muy grave... Hay un cadáver.

El policía casi dio un respingo. Se apresuró a ir con ella. Subió la escalera en primer lugar hasta- que Opale le detuvo ante su puerta cerrada. La señaló, al tiempo que clavaba sus ojos en la cerradura.

Asomaba una llave. Otra llave.

Opale mostró la suya, entre los fríos dedos crispados. El policeman asintió.

—Alguien vino después —musitó la joven—. Querían abrir para llevárselo, sin duda...

Y decidida, abrió la puerta. El policía entró.

Por un fugaz instante, Opale sintió el temor de que hubiese desaparecido, una vez más. La exclamación del agente uniformado, le dijo que no era así.

—¡Dios mío! —le oyó exclamar—. Es horrible...

Ahora, sí podía desmayarse ya. Pero no lo hizo. En vez de eso, se apoyó en el muro, tambaleante. Un leve, frío, sudor, cubría su frente, sus manos. Miró en derredor, al vacío pasillo de camerinos, a las sombras de los telares cercanos...

Allí, en algún lugar...

Alguien acechaba. Vigilaba. Alguien había sido burlado esta vez por su serenidad. Y el juego del terror había fracasado...

Pero ¿quién? ¿Dónde?

Aquellos ojos estaban allí. Los presentía. Los sentía casi, clavados en ella, defraudados ahora, acaso furiosos con la muchacha que había burlado al ser de las sombras.

Sólo que no sabía en qué lugar se encontraban... ni a quién pertenecían.

Pero, ciertamente, algo horrible, siniestro, se ocultaba en aquel teatro.