CAPITULO IX
El pánico irrefrenable de Opale se hubiera manifestado así en un largo alarido, capaz de atraer inmediatamente a los policías del exterior.
Pero no le fue posible exhalar aquel grito. Su miedo, su horror, fueron forzosamente mudos, mientras la recia mano la cubría, amordazándola sin contemplaciones.
—No, señorita Bentley, no grite... No debe hacerlo...
La voz ya no escapaba de los labios tranquilos del viejo Yancy Carey, sino de una boca descarnada, sólo dientes y encías a la vista, entre una masa rugosa e informe de carne desfigurada y negruzca. Un rostro de pesadilla, sin otra nariz que dos horribles orificios y unos ojos carentes de párpados, como globos colgando en el vacío, sobre mejillas que no eran sino arrugas espantosas y cicatrices horrendas, aparecía tras los últimos trozos de una perfecta mascarilla de cera, hasta entonces con las facciones amables, venerables y serenas, del viejo conserje Carey...
Detrás... era el monstruo del Morgue Hall, el hombre llamado Irwin Wallace, quien revelaba su verdadero rostro, recuerdo de la tragedia de quince años atrás.
—No grite, se lo ruego —hablaba con voz sorda, extraña, irreconocible ahora—. No debe hacerlo, hágame caso... Soy Yancy, el viejo Yancy, su amigo...
Opale movía frenéticamente su cabeza, en sentido negativo, incapacitada para gritar, contemplando con pavor aquella faz de obsesiva fealdad, aquellas facciones que algún ácido destrozaron años atrás, haciendo realidad la leyenda del siniestro teatro.
—Lo demás queda lejos, señorita Bentley... —proseguía el viejo conserje—. Muy lejos ya. Y nunca, nunca, debió ser resucitado... Pero todo volvió a ser como entonces, no sé aún en qué forma... y esto tuvo que suceder... No quisiera que usted nunca... hubiese visto mi verdadero rostro... Usted no, señorita Bentley...
El pánico crecía dentro de ella. La proximidad de aquel ser monstruoso que taponaba su boca, que hablaba amablemente, quizá antes de destrozarla entre sus dedos de ser enloquecido, le causaba un terror sin límites.
Y lo peor es que no podía escapar. Estaba atrapada. Irremisiblemente atrapada...
De pronto, a espaldas suyas sonó un leve ruido, un crujido en las tablas del escenario. Opale se debatió en los brazos de Carey. El conserje escudriñó las tinieblas, alarmado.
—Eh... —jadeó—. ¿Quién está ahí?
Una figura emergió de las sombras. Una figura familiar, fuerte y vigorosa...
La sorpresa aflojó la presión de las manos enérgicas de Yancy Carey. Opale vio su oportunidad. Y escapó de él, de sus garras, con una repentina sacudida. Corrió hacia la persona que acababa de aparecer en el escenario, con un cuchillo en su mano, con aire protector.
Era Marjorie Maxwell, la rubia matrona de los enanos, su amiga y compañera. Opale corrió a ella, estallando en un ronco sollozo. Buscó protección contra los fuertes pechos de la matrona.
La rubia lesbiana la acogió contra sí, rodeándola con un firme brazo izquierdo, en tanto el derecho se alzaba, dejando destellar el afilado cuchillo de que iba provista.
—Marjorie Maxwell... —jadeó el monstruo del teatro—. Tú...
—Veo que llego a tiempo, querida —murmuró Marjorie suavemente—. Ese horrible ser iba a hacerte daño, ¿no es cierto?
—¡No, maldita! —rugió Carey, crispando su horrible rostro, avanzando decidido hacia ellas—. ¡No engañes a esa muchacha! ¡Yo quise "alejarla de aquí a toda costa, cuando fracasó mi empeño por asustarte con la visión de tu maldad, y yo...!
No siguió. Al dar un paso más, Marjorie disparó el arma contra él. El cuchillo silbó en el aire, se clavó hasta la empuñadura, con inusitada violencia, en la misma garganta del ser de rostro monstruoso.
Yancy Carey, el hombre que una vez se llamó Irwin Wallace, cayó de rodillas, con un siniestro gorgoteo, la sangre brotando de su boca crispada, derramándose sobre sus ropas y manos.
Miró con sus espantosos ojos colgantes a ambas mujeres. Luego, cayó de bruces, en medio de un terrible golpe sordo, desprendiendo copiosas salpicaduras rojas.
Opale, en el paroxismo de su terror, quiso gritar, dar rienda suelta a su histerismo. No le fue posible. Ahora era Marjorie quien tapaba su boca con una mano grande y poderosa. Al tiempo, la estrujaba contra sus voluminosos pechos, musitando palabras entrecortadas:
—No, no, querida... No grites. Ahora no. Ya terminó todo... El monstruo ha muerto. Irwin Wallace no existe ya... Nunca más habrá crímenes en este teatro... La leyenda terminó... Sí, querida. He salvado tu vida... No sabía que era Yancy Carey. Sabía que tenía que ser alguien de esta compañía, del teatro... Pero el viejo conserje... jamás supuse que llevara una máscara de cera... No, querida, cálmate. Soy tu amiga... Voy a ayudarte...
La presión aumentaba por momentos. El cuerpo esbelto y menudo de Opale se perdía entre los grandes senos y los brazos de Marjorie Maxwell, la rubia matrona de los enanos.
Los ojos de Opale, fijos en ella, eran una muda acusación; su cabeza se movía, frenética, tratando de hablar, de emitir sonidos...
Pero el gesto de la muchacha era revelador. Había oído palabras del monstruoso Irwin Wallace. Y había visto morir al monstruo. Su mente había compuesto el resto del rompecabezas. Marjorie lo advertía. Era fácil de comprender. Y por eso aumentaba su presión, por eso estrujaba con más fuerza, a la muchacha...
—Veo que no quieres creerme, querida... —susurró, centelleantes sus ojos dilatados—. Lástima... Sí, lástima... Pudiste haber salvado tu vida... Ahora, ya es tarde. Veo que Jo entiendes, que has imaginado el resto... Ahora sabes que yo... YO MATE A LA SEÑORA COOLE. Sí, éramos muy amigas las dos por entonces... Wallace no podía hacer nada, estando yo. La mujer de Seymour sólo rae hacía caso a mí... Un día se rebeló, quiso romper nuestra... buena amistad... Yo lo impedí. Sí, peleamos... y la maté. No quise hacerlo, pero la maté... Pagó su marido. Luego, éste pensó que era Wallace... Y Wallace, sólo Wallace, sospechó de otra persona... De mí. Me estaba vigilando ahora, desde que volví a este teatro. Lo intuía. Lo presentía. Pero he cambiado bastante. No me reconoció al principio... Sí, querida. Yvonne descubrió mi identidad. Se había preocupado de investigar aquella vieja historia, encontró un antiguo retrato mío.,. Quería pedirme dinero, hacerme chantaje... La maté. La maté aquella noche, tras dejarte a ti en la pensión... Lo de Queen es diferente... El recordó que sólo yo era capaz de aproximarme a esa cesta sin tener miedo. Me citó abajo, durante la representación. Quería ponerlo en claro... Tuve que matarle. Sí, lo estrujé... como ahora te estrujo a ti. Soy fuerte, muy fuerte... Te romperé el cuello... Creerán que ha sido el reptil... Cuando os encuentren sin vida... Tú mataste a ese monstruo, aterrorizada... y la serpiente te mató a ti... Lo siento, preciosa. Eres encantadora... pero no puedes vivir. Mi vida está por encima de todo... No temas. Pasará en seguida. Una presión más y...
Ya estaba amoratada la faz de Opale. Jadeaba ronca, ahogadamente, a punto de asfixiarse. La presión de la mujer era terrible, y pronto lo sería más hasta quebrar sus vértebras...
—«Killer» es mi coartada... Pensaba acabar así con Wallace, cuando supiera quién era. Pero las cosas han ocurrido de otro modo... El quiso asustarme aquella noche. A mí, no a ti. Trajo ese cadáver, lo colgó ahí... Yo siempre soy la última en salir, él lo sabía... El se conocía todos los recovecos, salidas y atajos dentro del viejo teatro... Se movía fácilmente aquí dentro... Pero esa noche, yo salí por la platea, y tú te hallaste con e) cadáver... Entonces, Yancy, que debió tomarte afecto en este tiempo, quiso sacarte de aquí,., alejarte de todo peligro... y se dedicó a asustarte con ese cadáver... Ya, ya termino. Mira, ahora... Una presión más y...
En aquel momento, un sonido susurrante, un silbido ronco, sonó a espaldas de las dos mujeres.
Sin soltar su presa, Marjorie se volvió. Lanzó un alarido, llena de horror. Soltó a Opale, que cayó inconscientemente sobre el escenario...
* * *
«Killer».
Era «Killer».
Erguida, rígida, sibilante, frente a Marjorie Maxwell. Mirándola fija, malignamente.
Opale, torpemente, se agitó en el suelo, viendo retroceder lentamente, con horror, a la rubia asesina. La serpiente siguió vigilante... y de pronto, saltó.
Marjorie no pudo hacer nada. Nadie hubiera podido hacerlo. «Killer» cayó sobre ella. Implacable, ferozmente.
Era una masa de músculos y vértebras en inexorable ataque. Los anillos rodearon viscosamente el cuerpo de la matrona, antes de que ésta pudiera escabullirse. Su titánica fuerza física, nada podía ya contra la del ofidio, poderoso y demoledor.
Enroscóse al cuello y cuerpo, estrujó entre sus anillos el busto poderoso de la hembra. Lo trituró, mientras ella aullaba desesperadamente. Luego, la presión en el cuello y espalda se hizo espantosa. Crujieron todos los huesos del esqueleto, como si el cuerpo fuese de yesca.
Finalmente, un crujido más largo y estremecedor, unido a un alarido de agonía...
Los policías entraron en tropel por la puerta del escenario, atraídos por las voces, y tras ellos corría la alta figura de Jason Fry, pistola en mano.
Dispararon sobre la cabeza del ofidio. «Killer» recibió los proyectiles en su cuerpo, en su cabeza. Emitió bufidos terribles, agitándose, coleando furiosamente... Pero no soltó su presa.
El cuerpo destrozado de Marjorie Wallace se quedo entre los anillos del reptil que, lentamente, se distendió, tras morir acribillado a balazos. El esqueleto de la asesina, bajo aquel cuerpo turgente, debía de estar hecho añicos, a juzgar por la informe masa que formaba ahora la figura femenina, sobre el suelo del escenario.
El trágico grand guignol de la propia vida, había tocado a su fin.
Ahora, caía el telón sobre una tragedia increíble y sangrienta.
Jason Fry se inclinó sobre Opale, la alzó de las tablas, entre sus fuertes brazos. Y la besó, antes de llevarla consigo hacia el exterior, murmurando entre dientes:
—Opale... Opale, mi vida... Volví porque algo me decía que debía temer por ti... De repente, había pensado... y llegado a conclusiones. Tuve miedo... y veo que con razón...
—Jason..., ahora lo sé todo... —sollozó ella.
—Sí. Yo también creo saberlo... —miró los cuerpos sin vida, antes de salir al exterior—. La venganza fue de «Killer». El reptil no olvidó quién era la persona que mató a Yvonne... y la que mató a su amo. Tal vez desde las sombras fue también testigo frío de ese segundo crimen... y esperó su oportunidad. Esta noche la tuvo... y te salvó la vida... Pero luego, te hubiera atacado, excitada por su afán destructor. Creo que hemos llegado a tiempo. Muy a tiempo, querida...
—Jason... ¿No era éste tu deber de policía? —musitó ella.
—No —él se detuvo, bajo la húmeda niebla. La miró—. Era mi deber de hombre. De enamorado... Ahora, ya estás liberada de toda pesadilla, Opale. Ha caído el telón... Y ahora ya no tengo obligaciones oficiales contigo. Sólo quiero decirte algo más: ¿quieres ser mi esposa? A pesar de que soy un policía... y un maldito aristócrata, podrido de dinero...
—Oh, Jason... Mi Jason... —sollozó ella.
Y le rodeó con sus brazos. Le besó los labios, mientras lloraba y reía.
Jason Fry pensó que era toda una respuesta.
¿Para qué quería más?