Séptimo:

ACCIDENTES DE LA TRIBU

…la ciudad es una tribu accidental…

DOSTOIEVSKY


1

MEDOC D’AUBUISSON, el cocinero de la familia López, era el único sobreviviente de la explosión final, atribuida a los infantes de Turena y las Abadesas de Orleáns (INFATUADOS), la organización de terror legitimista que hizo volar en añicos el añoso restaurante del Grand Vefour, que ocupaba un hermoso rincón del Palais Royal en París desde tiempos del Duque de Choiseul.

La razón de los INFATUADOS era que en Le Grand Vefour se le servían comidas a los funcionarios del vecino Ministerio de la Cultura de la rue de Valois y que el ministerio era el centro de la propaganda roja y antimonárquica en Francia. Adiós Vefour, bienvenido Medoc: la celebridad del sobreviviente hizo que doña Lucha Plancarte de López, esposa del ex-superministro Ulises López, clamara por los servicios del chef de cuisine: la rabia de sus amigas cuando se enteraran!

Peleado por las burguesías del Perú, la Costa de Marfil, las islas Seychelles, el emirato de Abu Dhabi, y la República de México, Medoc aceptó la oferta última en honor a una circunstancia: su tatarabuelo había sido cocinero de la Princesa Salm-Salm, amante de Maximiliano en Cuernavaca durante el efímero Imperio mexicano. Además, un tío de Medoc, pistolero y matachín de Marsella, emigró a El Salvador y allí fundó los escuadrones de la muerte. Medoc quería estar al menos cerca de su pasado americano, pero aceptó con condiciones bárbaras: los metecos de Las Lomas del Sol no sólo le pagarían en dólares y en Nueva York (veinte mil al mes) sino que aceptarían sin chistar sus menús, conseguirían la materia prima, donde fuera, así fuera trufa romana de estación u hormiga china de las tumbas de Qin Shi Huang y al precio que fuera; una vez por semana la señora de la casa (doña Lucha en persona) le prepararía y serviría su comida a él, sólo para que se establecieran insidiosas comparaciones, y aunque Medoc se reservaba el veto relativo respecto a las personas que los López podían invitar a comer sus bocadillos, imponía su veto absoluto a una comida de más de ocho gentes.

Era esta última disposición la que chocaba frenéticamente con las ambiciones de doña Lucha, pues si la señora quería tener al mejor chef de México (perdón: del mundo) también quería ofrecer las más rumbosas y multitudinarias fiestas.

—Pida sandwiches a un hotel, le dijo Medoc cuando doña Lucha, plañidera, le explicó que la inminente celebración de los quince años de su hija Penélope López, la célebre Fresa Princesa del México en Crisis, la Debutante de moda de una Sociedad sin nada Debut y moda cual ninguna, requería por lo menos quinientos invitados, bien escogidos, pero medio millar al fin.

Medoc, con la frase arriba citada, se retiró a pasar sus vacaciones en los feudos del Club Med en Cancún, abandonando a la familia López a encontrar, no sólo viandas recomendables, sino ese medio millar de muchachos y muchachas jóvenes para acompañar a Penny en su onomástico. Nuevo problema: la peste política que rodeaba al licenciado López desde el ascenso vertiginoso de Federico Robles Chacón y su criatura, Mamadoc, hacía improbable que lo que restaba de la juventud dorada de la alta del ’92 acudiese a una celebración en el ghetto, dorado también, de Lomas del Sol, con lo cual el prestigio de madre e hija se vendría abajo.

Entra la señorita Ponderosa, seca y galvánica, segoviana a morir, flaca flaca pero con tobillo gordo gordo, bigote portugués y tufillos de ajo para desmentir el aspecto de austeridad implacable, inquisitorial, contrarreformista, que la distinguía. Señaló la señorita Ponderosa, primero, que para un segoviano cualquier chivo es bueno para hacer un asado y, en seguida, que tanto los doce mil y pico periódicos de la ciudad como sus innumerables cadenas de televisión anunciaban profusamente un nuevo servicio al público, titulado TUGUEDER, cuyo encargado, un simpático muchacho con cabecita de huevo, lo ofrecía para salir del laberinto de la soledad, reunir parejas (se sonrojó la señorita Ponderosa) y evitar las fiestas deslucidas en medio de la actual crisis asegurando el número de invitados requeridos por los contratantes.

—Ni siquiera tenemos pastel; yo no sé hacer pasteles, mugió doña Lucha: —Usted sí, señorita?

Ponderosa negó, pero triunfalmente: —Aquí abajo dice: Pasteles de cumpleaños preparados especialmente por La Niña Ba.

—Pero quién es el encargado de todo esto? Pertenece a una familia conocida?

—Aquí dice que el responsable se llama Ángel Palomar y Fagoaga…

—Labastida, Pacheco y Montes de Oca!, exclamó doña Lucha, que conocía de memoria su Gotha mexicano: —De las mejores familias chilangas, tapatías y poblanas!

—Si usted lo dice, comentó secamente Ponderosa y salió sin darle la espalda a su ama.


2

EL LICENCIADO ULISES LÓPEZ se paseaba de noche, como un fantasma, por su casa oscura de Las Lomas del Sol. De día, iluminada con tubos de mercurio, spots incandescentes y strobes multicolores, la mansión parecía el Duty Free Shop de cualquier aeropuerto internacional. Todos los mementos de la opulencia petrosetentas se daban cita allí, como en vitrina: perfumes franceses, cámaras alemanas, computadoras japonesas, grabadoras yanquis, relojes suizos, zapatos italianos, todo, sentía doña Lucha, debía exhibirse, pues como ella no se cansaba de repetir:

—Mi dinerito es mío y no tengo por qué andarlo escondiendo de los envidiosos. A mí mis timbres!

Pero a las cuatro de la mañana, el dueño de la casa iba espectralmente de su severa recámara de caobas y paredes forradas de pana a la disparatada escalera Guggenheim inventada por su esposa a los jardines de cemento a la pileta con la forma de los U.S.A. y un fondo pintado de barras y estrellas al casino privado y al palenque vacío, musitando para sí sobre su carrera y su fortuna, sin saber que Federico Robles Chacón su archirrival le ha regalado al cocinero Medoc D’Aubuisson una finca con árboles frutales y campo de tiro en Yautepec para que cada día le ponga en la papaya del desayuno a don Ulises un granito minúsculo de azúcar que en realidad es la computadora más novedosa inventada en

—————————————((Pacífica))—————————————

pues ingerida cada veinticuatro horas registra los murmullos y pensamientos más secretos, transmitiéndolos a un banco de información en la oficina del señor licenciado Robles Chacón, donde son descifrados y pasados a una computadora Samurai que se los pica al señor licenciado para su cotidiano deleite y gobierno. Como entra con la papaya, la microchip sale con la papaya y necesita renovarse diariamente. Pero Medoc no faltará a sus deberes escapándose de vacaciones para no darle de comer a medio millar de nacos. Al oído de la señorita Ponderosa ha hecho la promesa de que ésta abandonará, si no su virginidad, pues hace tiempo le fue arrebatada por fornido guardia civil, al menos su soledad presente

TUGUEDER (brilla el anuncio luminoso en coco ponderoso)

apenas regrese Medoc, si diariamente pone el granito de azúcar en la papaya del señor.

En un palenque solitario a las cuatro de la mañana, pues, insomne de rabia contra Federico Robles Chacón y justificando la rabia con el compasivo recuerdo de su carrera, está don Ulises López —fue un niño pobre en la costa chica de Guerrero, pero ahorrador desde entonces, un niño-urraca que todo lo guardaba, todo le servía, y así fue: cuando nadie tenía un cepillo de dientes, Ulises!, cuando se necesitaba un trompo, Ulises!, cuando le faltaba una balata al camión, Ulises!, cuando con una urna bien retacada de votos para el PRI se ganaba la elección, Ulises!, y cuando Ulises pidió prepa en Acapulco, escuela de derecho en Chilpancingo, doctorado en la UNAM, y postgrado en Southern California, pues se lo dieron porque Ulises López siempre tenía algo que le hacía falta a alguien: éste era su secreto y, de ahí pal real:

—Hice mi dinero de acuerdo con el lugar y la costumbre, acostumbraba decir y nadie lo desmentía: de los pequeños puestos subió a los grandes puestos pero en todos, grandes o pequeños, mantuvo o creó sus bases. Guerrero, la patria chica indispensable; la iniciativa privada nacional; las relaciones exteriores con las finanzas y los negocios en Estados Unidos; el gobierno federal y su partido. Historias bien sabidas. Sólo que Ulises las encarnó en un momento único de la vida de México: cuando entre 1977 y 1982, entraron al país más divisas que en los pasados ciento cincuenta y cinco años de nuestra independencia. Durante el boom petrolero, todo era caro en México menos el dólar. Ulises se dio cuenta de esto antes que nadie. Fundó el célebre Grupo Theta (cuyo único miembro era él) y se apoderó de bancos para prestarse dinero barato a sí mismo e importar una cascada de bienes de consumo que le vendió carísimos al mercado de símbolos de status del boom clasemediero; metió cientos de millones en bancos rivales y luego los retiró abruptamente, causando el desplome de la competencia; creó imperios de finanzas en México y en el extranjero, vastos laberintos de papel dentro de pirámides de créditos no asegurados y compañías que sólo detentaban documentos con base en la promesa petrolera del país, aprovechando los bajos intereses, los préstamos de petrodólares y el aumento de los precios de materias primas; sacó a carretadas sus ganancias a bancos de Europa y Estados Unidos, pero fue el primero en pararse a aplaudir como resorte cuando López Portillo nacionalizó la banca y denunció a los sacadólares en 1982: total, todos los denunciados estaban allí mismo, aplaudiendo a rabiar la denuncia que el presidente, en un acto teatral sin precedentes desde que Santa Anna se dio un golpe a sí mismo, hacía contra los demás y contra sí mismo; al cabo, se dijo Ulises y se dijo con certeza, mis bancos me serán indemnizados y el dinero lo mandaré muy segurito al Gran Caymán; y así fue: y aunque por muy Caimán que fuera don Ulises sufrió las consecuencias de sus especulaciones de papel, para 1989 ya había compensado sus pérdidas de 1982. En medio de la crisis, se encontró con que los accionistas extranjeros de su Mexico Black Gold Mutual Fund (subsidiaria fantasma del grupo Theta) habían comprado diez millones de acciones a doce dólares cada una en 1978; ahora sólo valían dos dólares acción. Él se convirtió, para compensar esta pérdida, en el primer latinoamericano que entró al racket de los greenmailers —los chantajistas verdes como sus verdes bonos, bono que te quiero verde, verde célula, verde acción, verde dólar, dolor verde: los préstamos que nos quebraron fueron préstamos pendejos hechos por bancos pendejos a gobiernos pendejos, decía Ulises; pudimos quebrar al sistema bancario internacional dejando de pagarlos, no nos atrevimos, nos jodieron por decentitos y nos olvidamos de que los Estados Unidos jamás le pagaron su astronómica deuda externa a los bancos ingleses en el siglo 19: yo encantado —saltaba Ulises, haciendo repiquetear sus talones en el aire: Yo soy fiel al capital, no a la patria!) Convertido en chantajista verde, don Ulises fue la estrella de una forma de chantaje financiero que consistió en comprar un vasto número de acciones de una corporación transnacional famosa, publicitar que estaba a punto de adquirirla, disparando el valor de las acciones hasta los cielos multinacionales y obligando a la compañía a comprar a un precio altísimo las acciones del licenciado Ulises López a fin de retener el dominio corporativo y silenciar las especulaciones, con lo cual el astuto guerrerense ganó limpiecitos cuarenta millones de dólares de un golpe y pudo rehacer su fortuna dañada por el derrumbe de los imperios de papel —no demasiado dañada, musita el chaparrito y taconeante Napoleón de los negocios, pues si no hay plazo que no se cumpla, como decía don Juan Tenorio, también es cierto que no hay deuda que no se pueda negociar a fin de no pagar en pesos de hélice lo que se contrató en dólares supersónicos; hay mucho que vender en México, empezando por dos mil kilómetros de frontera elástica y continuando con revaluados terrenos terremoteados, expropiados por el gobierno en 85 y renegociados por Ulises en 89.

En efecto, el principal cometido del superministro don Ulises López durante la Crisis del Año Noventa fue presidir en condiciones ventajosas los desmembramientos de facto que, de jure, se disfrazaron de condominios, fideicomisos, usufructos limitados y cesiones temporales, cediendo Yucatán al Club Med, creando el CHITACAM Trusteeship para las Cinco Hermanas, sancionando la existencia de Mexamérica y haciéndose guajes respecto a lo que ocurría en Veracruz y en el Pacífico al norte de Ixtapa.

Nada le otorgó mayor celebridad a Ulises López que estos trafiques, disfrazados con frases y lemas como “aceptación realista de la interindependencia”, “adaptación patriótica a las fuerzas dominantes”, “paso adelante en la concentración nacionalista revolucionaria”, “aportación patriótica a la coexistencia pacífica”, y etcétera y de acuerdo con las inclinaciones partidistas de cada quien: para todos hubo.

Por sus múltiples esfuerzos fue recompensado don Ulises durante la Crisis del Año Noventa con el portafolio de la SEPAFU (Secretaría de Patriotismo y Fomento Ultranacional); algunos dijeron que se recompensaban sus éxitos empresariales con un desastroso ministerio y otros que se premiaba con un portafolio brillante sus desastres como empresario. Nada de esto arredró al valeroso Ulises: desde la Super Secretaría Económica, anunció por todos los medios sus filosofías de mercado:

En público: —No importa quién haga el dinero, con tal de que pague sus impuestos.

En privado: —Estoy dispuesto a perder todo el dinero del mundo, con tal de que no sea mío.

En público: —El poder sólo se justifica mediante el servicio a los demás.

En privado: —El poder sólo se disfruta sin justificaciones, como el sexo.

En público: —La producción somos todos.

En privado: —Este país se divide en productores y parásitos. Yo no tenía nada en Guerrero. Me hice a mí mismo. Nadie me dio una tortilla gratis.

En público: —La justicia distributiva anima la producción.

En privado: —El gobierno sólo debe ayudar a los ricos.

En público: —La grandeza del país la hacen cien millones de mexicanos.

En privado: —La grandeza de Ulises López se hace sobre cien millones de pendejos.

En público: —Como decía el poeta, nadie debe tener lo superfluo mientras alguien carezca de lo necesario.

En privado: —Quién necesita un Jaguar o un Porsche para sobrevivir? Yo! Para quién es asunto de vida o muerte una botella de treinta onzas fluidas de Miss Dior? Para miguelito nomás!

Pública o privadamente, Ulises y sus políticas sólo ilustraban y arrastraban un secreto a voces: Ulises y los suyos se hicieron ricos porque el país se hizo pobre; ganó dinero gracias a la mala administración; el petróleo nos arruinó pero Ulises se armó; el gobierno saquea el país; los bancos extranjeros saquean el gobierno; Ulises saquea a ambos:

—Encarcélenme por ratero!, le gritó Ulises con amarga soberbia, esta noche, a los invisibles gallos del palenque vacío: Entánbenme! y esperen a que alguien con mi genio retoñe! Todos los aspectos de la naturaleza humana reverdecen, exigen presencia, crecimiento y fruto: TODOS!

Mas, de un golpe, el nefasto Robles Chacón había sustituido toda la sabiduría, la capacidad de intriga, el margen de maniobra, la sapiencia retórica, la simetría de favores y, asimismo, las contradicciones y el desprestigio, la falta de resultados y la inquina popular provocados por la gestión de Ulises López con una política de símbolos, Mamadoc, los concursos, Circo y Circo, con espectaculares resultados que Ulises, encerrado en su caserón, insomne en su palenque, bebiendo café a todas horas y pensando en cómo vengarse de Robles Chacón, del engendro ese de la Madre y Doctora, de los antiguos rivales financieros que se habían acomodado a la nueva situación, amenazaba con algo más que insultos, como lo haría cualquier resentido: Ulises López creía en la autoafirmación y su grito en la noche fue éste:

—Fui piraña y lo volveré a ser!

TODO LO DICHO LE IMPORTABA UN PEPINO a la distinguida señora Lucha Plancarte de López, mientras no afectara su estilo de vida, que para ella era todo. Parte esencial de este estilo era viajar al extranjero, y cuando su marido le anunció que de ahora en adelante se irían de viaje sólo a Querétaro y a Taxco, la dama casi sufre una apoplejía:

—Por qué, por qué?

—No podemos ofender a las clases medias impedidas de moverse por falta de divisas.

—Pues yo no soy clase media, a Dios gracias.

—Pero lo volverás a ser si no te cuidas. El horno no está para bollos, mi Lucha. Ya no tengo puesto en el gabinete y no quiero darle pábulo a Robles Chacón para sus venganzas.

—Piensa mejor en las tuyas, tarugo.

Doña Lucha López era alta, embestidora, morena, buenota, crespa en todas sus pilosidades, con nalgas de Narciso, decía su marido cuando la conoció, porque te puedes ahogar en ellas, y tetas de Tántalo, huidizas al tacto cercano, juguetonas, y fama de femme fatale en la ciudad de Chilpancingo cuando los dos salían a bailar de novios y él tenía que defenderse de la corte de rotitos y pachucos que la seguían a la buenota de la Lucha al cine, a los cabarets, a las vacaciones, a los merenderos. Pero Ulises hizo su primer millón antes que los otros y eso la decidió: alta y garbosa ella, chaparro y nervioso él, no perdieron mucho tiempo en lunas de miel: él la des-fatalizó como mujer fatal, ella lo des-tenorizó a su Tenorio de Chilpancingo, y los dos des-cansaron. Ella engordó pero mantuvo siempre —se dijo Ulises— “una divina calaverita”. Sabía sentarse como si estuviera posando para un cuadro de Diego Rivera toda la vida. Protagonizó, a sabiendas de su marido, una serie de amasiatos compensatorios que fueron el precio, él lo admitió comiendo su papaya cotidiana, del amasiato de Ulises con el poder y el dinero:

—Sólo uso a los que me usarían a mí o usan a los demás. Si los exploto, es porque explotan; si engaño, es porque engañan. Todos quieren lo mismo que tú y yo. Poder, sexo y dinero.

—En cantidades desiguales, tú.

Ella quería sexo y dinero, el poder no le importaba. Mientras se sintió joven, protagonizó el laberinto de los amantes ilícitos, las citas clandestinas, los hoteles de paso, las amenazas, las fugas, la excitación diaria y sobre todo la aventura de saberse perseguida por una docena de guaruras y detectives privados de su marido y que ninguno pudiera encontrarla nunca ni decirle nada seguro al pobre de Ulises. El capitán de industria decidió guardarse para el momento oportuno su venganza y gozar entre tanto del desinterés de sus relaciones sexuales y del interés que ambos profesaban en su hijita Penélope y su sitio en el mundo social mexicano.

La crisis lo echó todo a perder. Lucha no le perdonó a Ulises la pérdida de los viajes al extranjero. Ni la casota de Las Lomas del Sol, ni el cocinero del Grand Vefour, compensaron la emoción que doña Lucha sentía al entrar a una gran tienda en el extranjero.

—Somos o no somos mexicanos pudientes?, le decía con mala uva a su marido don Ulises López mientras éste tomaba su diaria ración de papaya con azúcar y limón, sin la cual el pequeño tycoon sufría de dispepsia e irregularidad intestinal.

Él no contestaba a esta recriminación, pero la compartía. El sueño de Ulises López, su compensación por la niñez guerrerense y el ascenso esforzado en México, era un sueño poblado por meseros y maîtres d’hotel, restoranes, hoteles, primera clase en los aviones, castillos europeos y casas de playa en Long Island y Marbella: oh, entrar y ser reconocido, saludado, zalameado, en el Plaza-Athenée y el Beverly-Wilshire, dirigirse por su primer nombre al maître de Le Cirque… Para don Ulises, estas recompensas, sin embargo, le planteaban una especie de esquizofrenia perpetua: cómo ser cosmopolita en Roma y pueblerino en Chilpancingo? No quería perder ni su base provinciana (pues sin ella carecía de sustento político) ni su mirador internacional (pues sin él carecía de recompensa a sus fatigas).

Mi Lucha, en cambio, disfrutaba menos de estos refinamientos que su marido: para ella, se trataba nada más que de tiendas, tiendas y más tiendas, sobre todo los malls norteamericanos; el premio por ser orgullosamente rica y mexicana era pasarse horas caminando, obsesivamente, por la Galleria de Houston y el Trump Tower de Nueva York, el Hancock de Chicago, la Rodeo Collection de Los Ángeles y el Copley Place de Boston: horas y horas, del momento de apertura al momento del cierre, Lucha Plancarte de López caminó más por los pasajes comerciales de los Estados Unidos que un tarahumara por la sierra de su nombre.

—Para eso hicimos lana, tú! y ahora nada? Te odio!

Con estas palabras esquiándole por las circunvoluciones cerebrales, Ulises regresó del palenque a su recámara, se recostó y en vez de contar borregos, repitió, yo hice muchos favores, me hicieron muchos favores, me los devolvieron, nunca hubo contradicción entre mis intereses y los intereses de la nación, todo es favor, yo le hago un favor a la nación, la nación me lo devuelve, yo se lo devuelvo, cómo me vengaré de Robles, cómo me vengaré de, cómo me venga/ zzzzzzzzzz y Lucha, en cambio, trataba de dormirse leyendo, por consejo de su marido, La suave patria de López Velarde, ilústrate un poco, corazón, no hagas el ridi, eres la mujer de Ulises López, no lo andes olvidando, y todo esto le parecía verdad a la señora, pero lo que se le atoraba en el gaznate era la línea aquella de “El niño Dios te escrituró un establo”, esto, en vez de reposarla, la ponía a dar de brincos, recordándole subliminalmente que Cristo era el dios nacido en un pesebre (donde menos se piensa salta la liebre) y literalmente que a ella le construían pesebres en sus terrenos una bola de paracaidistas y damnificados de los terremotos. Narices, decía doña Lucha Plancarte de López, esposa del eminente financiero y ministro, establos para los nacimientos del 24 de diciembre, pues, a mí Dios me escrituró mi casa en Lomas del Sol con cinco mil metros, cancha de tenis, con mis excusados de mármol negro y mis recámaras tapizadas de piel de lince para frotarse muy a gusto la espalda antes de hacer la memelolo en colchón de agua con melodiosas músicas entubadas por el gran compositor Mussart y mi báscula televisiva que me anuncia electrónicamente mi peso y la imagen de la figurita ideal a la que me voy acercando: tallita doce, cáiganse muertos! además de todo lo que le hicimos a Penny nuestra princesita para hacerle pues muy cute la existencia: un jacuzzi en forma de corazón, un salón de baile anexo con trescientos decks de casettes de moda, un casinito para que sus amigos se entretengan, con mesas de bagámon y ruleta, una sala de cine toda ella de terciopelo rojo, una cuadra con ponys que tiran carretas engalanadas cuando Penny recorre el jardín vestida de María Antonieta, dice ella, aunque a mí me parece una como pastorcita elegante, y un galgódromo, un palenque de gallos, una piscinita caliente con la forma del mapa de los Estéits, una reproducción discreta del primer piso de Bloomingdale’s pues para no extrañar ahora que vivimos en crisis y casi nunca viajamos, con dependientas norteamericanas y una sección de perfumes que ay Dios, hasta me tiemblan las… Narices! Tengan su pinche establo y brincos dieran!: yo mi dinerito, yo mis casitas, yo mi hijita que habla inglés, yo mis dolaritos para viajar de vez en cuando aunque sea a Mexamérica, yo mi grupito de cuatitas chistosas y jaladoras para reírnos mucho juntas y ponernos tantito cuetes: Establos? Para las posadas!

MIS PAPIS pasaron la mitad de junio corriendo de una oficina a otra, pues de la SECULEA, que era donde Ángeles hacía sus versiones teporochas de Chaquispiare y donde naturalmente debía tener incidencia cultural el Concurso, los mandaron de vuelta al Palacio de la Ciudadanía donde el mismo viejecillo de la visera verde les sacó la siguiente regla:

—No se pueden inscribir si no presentan al niño.

—No podemos presentarlo si todavía no nace.

—Ni modo; aquí dice que sólo pueden concursar si presentan al niño, razones que los condujeron a la SEDECONA (Secretaría de Demografía y Control de la Natalidad) para encontrar explicación posible a este requerimiento, pero sólo hallaron atendiendo allí de tarde al mismo vejete que de mañana trabajaba en Ciudadanía y haciéndola de portero al mismo tullido en su silla de ruedas y eternamente sentado en su propia mierda, sin nadie que lo ayudara. Mis padres, más cansados que desesperados (y Ángel pensando: de todas maneras ella va a tener al niño, con concurso o sin concurso, con quinto centenario o sin él) (y Ángeles diciéndose: este concurso era parte de la vida libre y azarosa de Ángel, el concurso le daba una meta; sin él, serán compatibles su aventura y su fe, su amor por la anarquía y su ideología del orden?) decidieron que por si las mouches lo mejor era aumentar los ingresos vía nuevas chambas e iniciativas y así nació la actividad paralela del

TUGUEDER

Servicio para Reunir Parejas

y Organizar Lucidas Fiestas

Salga Usted del Laberinto de la Soledad!

—Conocen ustedes a un proletario solitario?, inquirió y justificó a un tiempo Huevo: Verdad que no? Este servicio lo van a requerir los ricachones, ya verán:

Pastelería a cargo de:
La Niña Ba
Encargado del servicio:
Ángel Palomar y Fagoaga

mientras Ángel seguía traduciendo proverbios, Ángeles traducía clásicos al totacho, el Huérfano Huerta se contrataba en los diversos y novedosos partidos surgidos de la reforma Marcista del Señor Presidente Paredes, como professional pie-thrower o sea aventador profesional de pasteles de crema contra las caras de los oradores contrincantes en mítines políticos, el Jipi Toltec con su aspecto mágico vendía píldoras para soñar su programa de TV favorito y Huevo con la Niña Ba se encargaban, estrictamente, del servicio TUGUEDER.

—A que no sabes?, le dijo una tarde de junio Huevo a Ángel. Me llamaron de casa del licenciado Ulises López. Quieren que organicemos una fiesta de cumpleaños para su hija Penny.

Hizo una pausa Huevo mientras preparaba una lista y miró con intención a Ángel: —La recuerdas bailando en la boite Diván el Terrible en Aka?

Cómo la iba a olvidar? Huevo miró la ensoñación pasar por los ojos gitanos aunque miopes, rayados de moro y azteca, de su amigo Ángel: como los ojos de mariposa dorada de la nena Penélope López no se posaron casi en él la noche del Año Nuevo, los de él sí se posaron ahora en la memoria de ella, vista una sola vez y por eso más nostálgica, más bella, más brillante que si la hubiese visto diariamente y, sobre todo, que si ella lo hubiese visto UNA SOLA VEZ a él: ah, la niña dorada, se desprendió del sol para venir a consolar a las estrellas, dijo con razón esa noche Ada Ching, pasó posando los ojos como dos mariposas turbias sobre mi padre y luego miró a otra parte y no le hizo más caso; bailó, levantó la pierna, mostró el muslo bajo su falda de lentejuelas, y un repliegue de vello, un gajo de membrillo, una monedita de cobre húmedo que súbitamente, esta noche, mi padre desea más que nada en el mundo, rechazando de un golpe a mi madre, al Concurso y a mí, deseando más que nada una noche con Penny, su pene con Penny, penetrando a Penny, obligando a Penny a mirarlo a él con sus ojos de mariposa mientras se venían juntos, por esta promesa que en ese instante pasó por su mente llenándola de fugas de colores, círculos rojos y azules que se encendían y apagaban, murales futuristas y enérgicos disparados al infinito, todo en nombre de su pasión resurrecta por Penny López la hija del Ministro y todo porque sentir la nostalgia, vivir de la nostalgia de lo inalcanzable se convirtió para mi padre en algo intolerable, una especie de muerte al revés, una espera del pasado para morir en él, una impotente insatisfacción con lo que ya pasó para siempre: era posible una nostalgia catatónica por las películas de Constance Bennet o los discos de Rudy Vallee o los vestidos de Schiaparelli o postales de Baden-Baden a la vuelta de siglo, pero también una violenta nostalgia por recuperar Fiume, anexarse a los Sudetes o manifestar el destino hasta Texas y California: mi padre no quería nostalgia, quería Penny y que Penny quisiera pene y al querer todo esto nosotros (Concurso, Mamma y Bimbo Yoyo) pasamos a segundo plano aunque mi padre sintió el remordimiento de admitir las fallas de su caracterización estable, conservadora, tradicionalista; carajo, se atrevió a decirle en voz alta a Huevo, todo conspira contra lo que quiero ser; así sería también si quisieras ser lo contrario, le dijo con una sonrisa en la mirada nuestro cuate Huevo; no puedo dejar de ser galán, me cuesta un güevo, dijo ya en silencio mi padre (yo lo sé porque más adelante se lo dijo en voz alta a mi madre):

—Ésta es mi peor contradicción, chata. Quiero ser conservador sin dejar de ser galán.

—Cuál contradicción, tú?, le contestó mi madre. No te engañes. Más bien estás en la puritita tradición. No te andes creyendo que el capricho sexual es señal de progreso.

De todas maneras, Ángel recortó una foto a colores de Penny López aparecida en la sección de sociales de Nicolás Sánchez Osorio en Novedades y lo pegó sobre un artículo de Philip Roth en un ejemplar del New York Review of Books que Ángeles rechazaba leer por miedo a que se le pegaran más ideas. Mi padre tembló de emoción con el riesgo.

PERO eso ocurrió más tarde. Ahora se trataba de organizar para el 15 de junio la fiesta de quince de Penny López en casa de sus padres, el magnate y ex funcionario don Ulises y su esposa doña Lucha: quinientos invitados de primera solicitaba la señora, no los había dijo Huevo muy serio, la alta se despobló o huyó hace tiempo, sólo los que de veras están enamorados del poder siguen aquí porque ni modo que lo ejerzan desde un jacuzzi en Malibú California y además recordó mi madre Ángeles este Ulises está quemadísimo y nadie va a querer dorarse siquiera yendo a su casa y entonces se le encendió el coco a Pater Meus: Concha Toro! La cantante chilena existía, había salido en la televisión ganando un concurso de la Último Modelo de Playboy, qué hacía?, que el Huérfano y el Jipi que andaban el día entero por la ciudad lo averiguaran pronto y a las veinticuatro horas comunicaron efectivamente su ficha que Huevo tradujo del slang anglatl con su reconocida agilidad mental:

CONCHA TORO

(né) MARÍA INEZ ALDUNATE Y LARRAÍN

en Chillán, Chile,

el 6 de enero de (año indefinido)

a.k.a. DOLLY LAMA

Origen aristocrático

Familia arruinada por desplome mercado salitre

Ed.: Santiago College

Emigra a Argentina de joven

Proclamada Sacerdotisa Ultraísmo Sexual

Emigra USA

Iníciase en línea conga orquesta Xavier Cugat

Cantante de coros celestiales en películas MGM

Bailarina en chorusline de compañía viajera 42nd Street

Backup girl en espectáculo Dionne Warwick Las Vegas y

Boy George

Triunfa en México cantando boleros

Regentea el SIMON BULLY BAR

Preside servicios TEATRO A DOMICILIO

—Perfecto!, exclamó Huevo. Quién se entrevistará con ella?

—A mí me desvirgó, dijo Ángel mi padre.

—Entonces tú no. Queremos que esto sea de lo más pro, nada de personalismos, yo hablaré con ella, dijo con entusiasmo sin censuras nuestro cuate.

Y mi padre consideró que bastante tenía con su alma dividida entre la presencia de Ángeles y la potencia de Penny para darse el lujo de la nostalgia con una mujer seguramente sesentona a estas alturas: que Huevo dispusiera el teatro a domicilio en casa de los López para celebrar a Penny mientras mi padre intentaba agotar, inútilmente, las dos angustias de su vida en junio:

Podía confiar en el Concurso como avenida del futuro?

Podía ser fiel a Ángeles sin dejar que se le escapara Penny?

LA PRIMERA ANGUSTIA (y con qué rapidez vas corriendo, padre mío, del relajo a la desesperación!) se agravó cuando en su enésima, tesonera visita al Palacio de la Ciudadanía, encontró a todos los empleados en afiebrado plan de abandonarla, destazando documentos oficiales en máquinas de hacer confetti, empacando en cartones libros y máquinas de escribir, descolgando las fotografías oficiales del presidente Paredes y de Mamadoc, barriendo las hojas secas que habían invadido con un preternatural aire de otoño los pasillos del lugar; el oficinista de la visera ya no estaba en su ventanilla, ni el portero tullido en su silla, el doctor Menges y su compañera la dama con el camafeo de Goering estaban siendo retirados, bien tiesos, en camillas: sus rostros azules y sus lenguas como corbatas indicaban un final más bien siniestro; y la operación era dirigida por un rostro que, con supremo temor y excitación supremas, Ángel reconoció como el del implacable coronel Inclán, jefe de la policía metropolitana: quién iba a olvidar sus anteojos negros, su rostro de calavera, su color verdoso, su baba blanca escurriéndole por una comisura, su ronca voz dando órdenes rápidas y precisas:

—Rápido o me los trueno a toditi tos.

Supongo que las dos angustias de mi padre se resolvieron en una sola acción desesperada: dirigirse a Inclán, preguntarle por el concurso, por lo que pasaba; pero al verlo acercarse gritando, y el concurso, qué?, el Coronel se llevó la mano a la funda del pistolón, lo mismo hizo su guaruriza, Ángel tembló pero no sabía si Inclán lo miraba detrás de esos anteojos negros, enséñeme su credencial, estuvo a punto de decir, cagado del miedo mi padre, show me your badge!, le reclamó su exquisita memoria cinematográfica a esta especie de Indio Bedoya Para los Noventas que echaba espesa espuma amarilla por la boca mientras repetía incesantemente, la mano posada sobre el pistolón, acariciando la funda:

—Balazos sólo cuando de veras son necesarios. Cuenta hasta diez. Recuerda el estilo. No queremos Tlatelolcos. Cuenta hasta veinte. No le digas pendejo a este pendejo. Mentarme a mí el concurso de la Mamadoc! Mentarme a mí los símbolos de Robles Chacón! Pero no mates a este pendejo. Todavía no. Mejor tiéndele tu mano amiga. Tiende tu mano amiga. La prueba de la parafina para mi mano amiga. Toma mi mano amiga. Tómala. Tómala!

Ángel agarró la mano tendida del Policía Supremo ominosamente respaldado por los sardanápalos de verde; le quemó el frío de esa palma archirreseca, le arañaron levemente las uñas grises como de acero, buscó en vano calor, sudor, o pelo: como la piel de un cocodrilo, la mano del coronel Inclán no tenía temperatura, ni siquiera era fría, se dijo Ángel al soltarla y retirarse como Ponderosa ante su ama, sin atreverse a dar la espalda en el crepúsculo de esta Tenochtitlan de cemento donde el coronel Nemesio Inclán, inmóvil, sin temperatura, rodeado de sus asesinos, murmuraba violencia no, mano amiga, mano amiga con una voz cada vez más espantosa y gruesa, era tragado por la noche azteca y el águila viva posada en el nopal del Palacio de la Ciudadanía emprendió el vuelo contra un cielo rojo pero a los pocos metros fue detenida en su impulso por la cadena que le ataba la pata y al cabo fue a anidarse en una antena parabólica. Pero nunca soltó a la serpiente que traía en el pico y Ángel dio la espalda y corrió.


3

“LA VIDA, escribió un día Samuel Butler, es como dar un concierto de violín mientras aprendemos a tocar el instrumento” y nuestro cuate Huevo, vestido de jacket y pantalón a rayas, plastrón y fistol de perla, la recordó mientras intentaba afinar a la orquesta de siete piezas contratada para los festejos quinceañeros de Penny López por la amalgama del servicio TUGUEDER y del TEATRO A DOMICILIO de Concha Toro, alias María Inez Aldunate y Larraín alias Dolly Lama. Como los Four Jodiditos no podían manifestarse durante un año después de los sucesos de Acapulco, este conjunto salido de Dios sabe dónde no entendía a Huevo ni aun con las hojas de música compuestas por nuestro cuate enfrente de las narices; el conjunto se la pasaba afinando sus instrumentos y el medio millar de invitados balines hacía bulto pero no ambiente y sus disfraces eran deprimentes, folklóricos o cosmopolitas según visiones de cine mexicano de los cuarentas. Había gente vestida de tehuana y de chinaco, damas de sociedad con copetes de cemento y trajes de baile de corte diosa griega de la era de Eisenhower, caballeros con fracs de chaleco blanco demasiado largo o smokings con corbata blanca de piqué (y atada chueca), señores con pantalones de golf y señoras con zorros blancos y sombreritos inspirados por el paisaje de la Línea Maginot: la guardorropía entera de los Estudios Churubusco, los roperazos y herencias de Virginia Zury y Andrés Soler, hicieron su fantasmal aparición chez Ulises López, su esposa Lucha y su hija Penny el día que ésta cumplió 15 junios y el salón de baile de la mansión de las Lomas del Sol resultó insuficiente para dar cabida —así escribía doña Lucha una crónica en su mente— a las parejitas de la juventud dorada acompañadas de sus distinguidos chaperones que parecían (reprimió don Ulises su disgusto: peor era nada; había que atravesar el desierto político con dignidad) extras de alguna película de María Antonieta Pons y, según al cabo transpiró, eso y sólo eso eran: el TEATRO A DOMICILIO de Concha Toro daba ocupación a miles de viejos extras de películas mexicanas. Todo esto tenía muy sin cuidado a mi padre Ángel, en cuya mira sólo estaba esa noche la festejada misma, la adorable nena Penélope López, aparecida con minifalda y pechera de metal dorado, largas piernas doradas y zapatos de tacón alto de stiletto, un poco engentada, un poco en las nubes, mirando a través de la concurrencia como si fuesen de vidrio. La verdad es que no tenían más importancia que su bulto, su número, su expansión por el salón de baile animado por un conjunto que jamás logró tocar una sola pieza, que acompañaba afinando sin fin, afinando, afinando, desesperado nuestro cuate Huevo, qué se traían éstos contra su composición?, por qué no la tocaban? y Penny en su nube sin que Ángel lograra hacer contacto ocular con ella.

La señora Lucha Plancarte de López, en cambio, se dejó atraer de inmediato por la figura de mi padre Ángel (de las mejores familias); se le acercó con paso de pantera, lo guió al ponche y le habló de la gente como nosotros, usted sabe joven, los mexicanos pudientes y aristócratas, le relató pormenorizadamente su primera visita a Bloomingdale’s, un evento definitivo de su vida, y le describió detalladamente cómo era la suite que solía ocupar en el Parker Meridien de Nueva York, ay, otros tiempos, la burbuja se quebró pero ella (mi padre tomado del brazo, la mano de mi Lucha escondida en la axila de mi padre) sobreviviría a todas las crisis, con un poquito de cariño y comprensión. La verborrea de la señora López envolvió a mi padre Ángel: hablaba incesantemente de viajes al extranjero, y cuando esto se agotaba, seguía con parientes, enfermedades, criados y curas, en ese orden.

—No soporto más su conversación plana, le dijo brutalmente mi padre.

—Anoche fui a un terreno de mi propiedad ocupado ilegalmente por paracaidistas —dijo de repente y a guisa de contestación la señora Luz P. de López—. Llevé a mis pistoleros y pusimos fuego al campamento. Nadie salió vivo de allí, joven. Quién es su confesor? Quiere ver fotos de Penny cuando era niña?

Arañó la mano de mi padre. El licenciado Ulises López, con un puro en la boca, miraba de lejos el movimiento del salón, el acercamiento de su mujer a mi padre Ángel, la ansiedad con que Ángel buscaba la mirada ausente de Penny y el círculo que en su activísima mente estaba a punto de formarse fue roto por una aparición: un muchacho chaplinesco, sus cejas todo asombro, ayudaba a otro muchacho vestido con pieles de serpiente a cargar el estupendo pastel de cumpleaños a la mesa redonda dispuesta en el centro del salón; lo colocaron allí, encendieron las quince velas, invitaron a Penny a apagarlas, la Fresa Princesa se acercó y sopló como un toro, las velas se apagaron, todos cantaron el Japi Verdi sin acompañamiento porque el conjunto seguía afinando interminablemente, el Huérfano Huerta y el Jipi Toltec cortaron el pastel y pasaron las rebanadas a los invitados, primero a la propia festejada y a sus padres. Don Ulises vio entrar de reojo, al llevarse a la boca el trocito de pastel de chocolate con capa de azúcar de vainilla y relleno de fresa, a una muchacha color de té de canela, la carne morena visible a través del impermeable transparente, los guantecitos de plástico transparente, la sombrilla transparente, las botitas de agua transparente, entrando al salón con cara de pastora de ovejas extraviada, goteando la lluvia ácida de la noche de junio en el momento en que Ulises, Penny, Lucha, todos mordían el pastel y lo escupían, gritaban, vomitaban:

—Es de caca! El pastel está hecho de caca!

Y la muchacha de dientecillos afilados y atuendo transparente gritaba “I’m a lollypop!” y caía desmayada.

DON ULISES LÓPEZ le ofreció a mi padre Ángel una copa panzona de Ixtabentún-on-the-rocks y le confesó que los colores de este salón donde el elegante pater meus, madreado por los guaruras de la familia López, se secaba la sangre de la frente con un klínex color de rosa, habían sido escogidos por su esposa doña Lucha de acuerdo con identificaciones de la época en que eran novios e iban juntos al cine, de manita de torta compuesta y toda la cosa:

—Ja, rió el ilustre político y financiero en reserva de la República, a esas sillas las llama Azul Ángel Marlene, los tapices son Rojo Rhonda y el tapete es Garbo Beige, qué mona!, qué fantasiosa!

Ángel tomó la copa: la necesitaba después de la guamiza que le metieron (“conque responsable del servicio Tugueder?, tu moder cabrón! a comer caca con tu abuelita!”) y al tocar la mano de Ulises la comparó con la de Inclán: qué, nunca sudaban los que tenían el poder de México? nunca iban al baño?, cómo podían pasarse nueve horas corridas en giras, discursos y eternas reuniones del IEPES del PRI, sin necesidad de mear, u ocasión de sudar? Miró los ojos amablemente fríos de su anfitrión y los borró a través del filo de la copa para que los rasgos se licuaran en la marea dulzona del licor; ni así; Ulises salía vencedor, íntegro, sin titubeos, yo - sé - lo - que - quiero, de cada marejada de Ixtabentún.

—Pero yo la quiero mucho, joven. Sabes? Te soy sincero porque aunque me ofendiste gravemente admiro tu caradura y tu iniciativa, aunque sea para el relajo. Pero volviendo a mi Lucha: mientras estoy al lado de ella puedo ser generoso, incluso magnífico. Sabes una cosa? Todos los días en el penthouse de mis oficinas en Calle River Nylon está listo un banquete para cien gentes, con galantinas de pavo, paté de foie, camarón del Golfo, carré d’agneau, pasteles (de verdad, jajá, qué puntadón!), lo que gustes, listo para cien gentes, venga o no venga nadie, y lo que sobra se les da a las cinco de la tarde a los mendigos del barrio. Lo que pasa es que mientras estoy al lado de ella puedo ser generoso… —repitió don Ulises con una como ensoñación—: Temo volverme tacaño sin ella y por eso la amo, la conservo y temo su muerte.

Hizo don Ulises un mohín singular de recato, modestia o algo así.

—Para mí, mi mujer sigue siendo la muchachita a la que yo trataba de seducir con flores y cajas de chocolates cuando llegué a Chilpancingo de la Costa Chica.

Cariñosamente, le pegó con la palma abierta a Ángel Palomar en la rodilla y le dijo que seguramente mi padre sabía muchas cosas de él; la mayoría eran ciertas y con gusto se las confirmaba. Qué decían de él? Lo peor!, pidió Ulises. Y Ángel se lo dijo: Que es usted muy ladrón. Pues Ulises López dijo con ecuanimidad que él prefería a un gran estadista ladrón que engrandeciera a México a un estadista honesto que lo arruinase: por desgracia se habían dado hace poco el extremo del ladrón que nos arruina tanto o más que el inocente, pero se trata de restaurar el balance, ni tanto que queme al santo ni tanto que no lo alumbre, eso se proponía Ulises y por eso lo tenían congelado la mediocridad, la envidia y el resentimiento. Pero él medía su tiempo; un gran político, le dijo esa noche a Ángel, tiene que ser un pícaro abstracto, manejando inmoralmente las pasiones de los demás, pero poniendo en cuarentena las suyas.

—Me gustó tu iniciativa, repitió mirando con ojitos de mandarín a Ángel. Lástima que no sepas encauzarla. Aprende mi lección esta noche, chavo. Oye mis reglas para triunfar en México. En primer lugar, recuerda que la única pasión mayoritaria es el dinero. Las demás son pasiones privadas y cada cual mata pulgas a su manera. Tú sírvete de los mejores. Pero no les digas para qué te sirven. Habla muy poco. Piensa mucho. Recuerda que el que tiene el poder es grande cuando sólo quiere el poder. Pero si esto interfiere con la posibilidad de ser rico, más vale ser rico que ser grande. El problema es tener lana y poder, aunque es mejor tener lana sin poder que poder sin lana, porque la lana es poder: no necesitas más. Piensa que lo malo en México no es ser ratero; es no ser bastante ratero. Tú piensa esto siempre mientras declares en público que no se tolerará más la inmoralidad en el manejo de los fondos públicos y mete al tambo a dos o tres desgraciados del sexenio anterior. Recuerda que en este país puedes navegar medio sexenio sobre los pecados de tus antecesores. El otro medio sexenio, prepárate a que te acusen a ti, pendejo. Ja, Ja!

Don Ulises se rió mucho con esta salida y volviendo a palmear la rodilla de Ángel, le dijo para terminar: —Ya ves, joven; pongo todititas mis cartas sobre la mesa. Ahora tú debes ser franco. He notado que te gusta mi Penny.

—Yo voy a donde me lleve mi pene, dijo con cinismo mi padre: si se trataba de ser franco…

—Te repito que me gusta tu frescura, pero tienes que encauzarla mejor. Imagínate, si fueras mi yerno…

Los ojos de Ángel se dejaron nublar de emoción, no por Ulises, sino por Penny.

—Ya ves, repitió. Pongo todititas mis cartas en la mesa.

Mi padre entendió, reaccionando contra el sentimentalismo, que ésta era una reiterada invitación para que él hiciera otro tanto, pero se rehusó a sí mismo la tentación de caer en la trampa más obvia de don Ulises; sin duda el viejo tenía otros ases en la manga; repitió que era un hombre sincero, pero podía ser frío y calculador; acababa de repetir que su máxima de acción política era “No hables de nada, pero piénsalo mucho”, y su estilo de conversación un juego de ajedrez en el que Ulises con toda sinceridad podía decirse siempre al cabo de toda plática: “Ya lo sabía. Lo adiviné. No me sorprendes.”

No obstante, suspiró, junto a este hombre maquiavélico —yo, mi joven amigo, Ulises - López - yo— existe un hombre enamorado, sentimental y generoso. Apretó un botón y una pared mostró su opacidad vidriosa.

—Cómo no voy a estar enamorado de mi mujer? —preguntó inútilmente Ulises—: Si es mucho más bella que mi hija. Mírala.

Apretó varios botones y se adormecieron las luces del salón, pero las de la pantalla (o era una ventana unilateral, de esas que permiten ver sin ser visto?) se iluminaron y del otro lado Lucha Plancarte de López apareció bostezando. Estaba vestida con una bata de seda rosa con puños y cuello de plumas blancas. Se lavó los dientes. Luego se quitó la bata y apareció con un monokini de encaje escarlata y los pechos rebotantes, gordos, sedosos también y adornados por un par de enormes pezones negros como el zapote prieto. Doña Lucha enjuagó un diminuto rastrillo y se rasuró con esmero la axila derecha poblada por pequeñas cerdas negras. Hizo lo mismo del lado izquierdo pero allí se cortó. Gesticuló y con saliva se sanó la leve herida. A Ángel le fascinó el hilo de sangre en el sobaco tesoneramente grisáceo. Luego Lucha se miró el mono extenso que ascendía en rizos caucásicos casi hasta el ombligo y se extendía hacia los lados como un campo de golf, que diría don Fernando Benítez. Doña Lucha se enjabonó velozmente los extremos de su prado púbico y con una mano se rasuró mientras con la otra acariciaba suavemente las labias y su marido le decía a mi padre, no está sola, jajá, mira mientras ella metía un dedo en un frasco de cajeta de Celaya (envinada) y se lo untaba sobre el clítoris, que no está sola: un gato siamés de gesto enfurruñado observaba las operaciones de la señora y en un instante, al parecer habitual, esperado, saltó al regazo de su ama y comenzó a lamerle las carnes recién afeitadas, limpiándolas de cualquier traza de pelusa excedente.

Repentinamente doña Lucha dejó de tocarse, se detuvo, y los miró a ellos, miró a mi padre (o esto se creyó él), a través del vidrio los miró con todas las emociones del mundo, rabia de ser descubierta en su intimidad, sorpresa de que su marido estuviera acompañado de ese hombre joven, deseo del mismo, envidia de toda la gente acompañada del mundo, celos de sí misma y la soledad de su cachondería, invitación (a quién? a Ulises? a Ángel? los miraba a los dos? miraba sólo a Ulises porque estaba acostumbrada a hacerle este pequeño teatro y se encontraba con un extraño a su lado?, miraba a Ángel esperando encontrarlo solo como se lo había prometido a Ulises y en cambio encontraba a los dos, unidos contra ella? o deseándola —sonrió un instante— los dos? o riéndose de ella, y arrojó lejos de sus rodillas al gato malencarado) o quizás ella no miraba nada, no sabía nada, y su mirada era sólo de decepción y soledad ruinosas?; todas las pasiones del mundo se vieron en la cara de doña Lucha menos una: vergüenza. Se llevó el dedo lleno de dulce del clit a la boca. Se chupó el dedo mirándolos a ellos. Ulises apagó la pantalla. Escoja Elector.

Tocaban a la puerta del salón Dietrich-Garbo-Fleming.

—Pasa, Penny, dijo su padre.

La muchacha entró sin mirar a Ángel.

—Enséñale al joven la recámara Gloria Grahame, dijo don Ulises sin apelación posible de parte de Penny, que quiso interrumpir para decir pero Mommy duerme al lado, ni de Ángel, que quizás pudo decir, pero tengo una mujer embarazada que me espera.

La mirada de Ulises decía: —Ya lo sabía. Lo adiviné. No me sorprende. Pero obedézcame.


4

LA EMOCIÓN nubló la mirada, los reflejos, los andares de Ángel mi padre caminando de frente a Penny López por la rampa de caracol de la casa guggenhéimica de las Lomas del Sol, sin darle la espalda, dándosela en cambio al precipicio del descenso a las recámaras, ella sin mirarlo, desdeñosa a morir la muy pesada, él caminando chueco, de espaldas para no dejar de mirarla un minuto, y explicarle, y decirle lo que desde la noche de San Silvestre en Aka pensaba ahora que aquí estaba su quinceañera presencia a la mano, tocable, olorosa, tan cercana y sin embargo tan lejana: miraba por encima de él y cuando él se le paró enfrente para obligarla a verlo, ella dijo algo que él sintió, para suavizar el trancazo, como algo que Penny le debía decir a todos, a él también, okey, pero no sólo a él:

—Mírame y no me toques. Eres pobre, feo y naco. No eres para mí.

Ella siguió adelante pero él pensó que si no aprovechaba la ocasión quizás no la volvería a ver, nunca le diría lo que traía adentro, no importaba que ella no entendiera nada, Ángeles mi madre sí entendería y yo dentro de ella, ni hablar! y si sé todo esto, Elector, es porque lo mismo que mi padre Ángel le dijo a las carreras esa noche a Penny López cuando la Fresa Princesa lo conducía a su recámara de huésped, se lo dijo también de rodillas y sin prisas a mi madre días más tarde, cuando Ángeles y yo adentro de ella nos fuimos a vivir a casa de los abuelitos Rigoberto y Susana para dejarle a mi padre su libertad y ni ésta le quedó pues el tío Homero, bienquistado de vuelta con The Powers That Be (cuando descubrió que nunca estuvo malquistado, sino que los Poderes lo andaban buscando afanosamente, qué se fizo S. Md., le dijo el delegado del PRI que lo esperaba a la puerta de su casa cuando el presunto candidato a Senador se presentó e hizo un berrinche pensando que allí lo esperaban siempre y que había pasado todo ese tiempo perdido con los tocados y malagradecidos de sus sobrinos) llegó con una escuadra de guaruras azules, agentes del público ministerio, y abogados surtidos, a requisarle de vuelta la casa de los colorines en Tlalpan. Pero antes ocurrió lo que sigue, y que yo fielmente reproduzco para que S. Mds., en efecto, vean los peligros que corre un feto cuando todos se olvidan de su presencia y, si la recuerdan, lo consignan apenas a la lista de los errores. Pues yo soy y soy un error!: gigantesco error, fortuna gigantesca, aparición ocasional y pasajera en el infinito de una burbuja —YO— que logró exprimirle a la creación su gota de líquido en el momento de coincidir con la temperatura extraña, improbable también, de unas gotas mojadas en la tibieza improbable del amor, y qué chingados le importan todos estos accidentes a la gran nube prestelar que es inmutablemente eternamente infinitamente y yo les digo padres míos y universo mundo lo que escondidito aquí me sé para mí:

SÓLO LOS ERRORES HACEN POSIBLE LOS MILAGROS

Yo ya soy otro, Cristóbal o Cristina, no importa, tan diferente como si hubiera sido creado delfín o armadillo, yo diferente ya y único ya y siendo de ustedes ya no soy de ustedes, soy yo y soy diferente y soy todos, eso lo olvidaron, verdad?, soy otro, soy todos, mi pobre vidita prendida con alfileres es el triunfo de la vida, tan triunfal en lo suyo como las montañas de piedra, los nopales testarudos o los coyotes que bajaron a comerse a los gringos y a los críticos literarios. Yo soy Yo. Descanso, respiro, suspiro. Y ustedes? Síganse peleando:

—PENNY LÓPEZ —repitió aquella noche mi mamá y añadió en seguida, esta vez con cólera y tristeza—: Por qué te brillan los ojos así cuando la menciono?

—Eh? Pensé que estaba muerta, igual que tú. Nada más.

—Óyeme y deja de leer ese periódico.

—No es un periódico. Es el New York Review of Books. Me llegó de contrabando desde Sandy Ego, qué te parece?

—Oh fastidio. No me cambies el tema. Sí, fuimos a Aka a acabar con gente como ella.

—Ella?

—Penny! Gente como ella! Símbolos, tú! Pero por qué te ves tan interesado…?

—Estoy leyendo un artículo de Philip Roth, nada más. Escritores de Newark, Uníos! “No tenéis nada qué perder más que vuestro guante de beisbol…”!

—Oh fastidio, hazme caso: Por qué te pones tan nervioso?

—Te decía que a ustedes les encanta crearnos culpas. Es su misión en la vida.

—La misión de la mujer?

—Sí.

—Los hombres no?

—No. Nosotros no. Los hombres somos leales y sinceros los unos con los otros. Nunca hablamos mal de nuestros amigos.

—Sabes una cosa? Tendría un diario para escribir todas estas cosas que nos decimos, pero sólo si pudiera escribirlo en chichimeca antiguo. Qué fastidio!

—No: prefieres que tus acusaciones se sepan, no te engañes.

—Y tú de qué me acusarías?

—Yo? De nada. Yo simplemente estoy enajenado por los medios de reproducción.

—Pues ponte a pensar que este bebé que tanto te pesa…

—Yo no he dicho eso!

—Sí!, gritó ella, arrancándose los rizadores, sentada allí contra el respaldo de la cama mientras Einstein la mira con melancolía desde la pared y le enseña la lengua.

Le arroja los bigudíes a mi padre: hacen chac chac contra las páginas abiertas del New York Review of Books y ruedan hacia el regazo de mi padre, posándose sobre la bragueta de su piyama.

—Piensa que este bebé yo lo pude tener sola, que pude acudir a un banco de esperma de gente famosa y hacerme mi bebé sin tu concurso!

—El Concurso!, recordó súbitamente el muy distraído de mi padre que ya sólo pensaba en conquistarse a Penny López mientras duraba el embarazo de mi madre.

—Sí, que pude usar el esperma de don Ulises López el papacito de tu Penny, o del ministro Robles Chacón o de Julio Iglesias o del grupo Durán/Durán o del propio papa Juan Pablo o de Einstein que me saca la lengua desde la pared y que seguro dejó un guardadito de leche en su refrigerador! Ozom!

—No ganarías el concurso, so bemba, dicen que el niño sea de los padres que se inscriben…

—La madre siempre sabe que el hijo es suyo, el padre nunca sabe de quién es su hijo, voila!

—Quieres decir?

—No quiero, digo y repito y reitero y proclamo: tuve el hijo sin ti, no te necesito para nada, y además el niño es sólo mío, nadie puede probar que no sea mío, pero nadie puede probar quién es el padre y no eres tú, cabrón, no eres tú, dijo mi madre de rodillas sobre la cama y empezando a arrojar lo que encontró a la mano contra la cabeza fugitiva de mi padre, los seis tomos de Los indios de México de Fernando Benítez, la Carta de Deberes y Derechos de los Estados de Luis Echeverría, el cenicero de Tlaquepaque, Palinuro de México y Terra Nostra, la foto a colores de Penny aparecida en Novedades pegada a la página del New York Review con el artículo de Philip Roth = los celos visibles al fin, los celos hacia el objeto palpable del deseo, la marea ciega del odio como mirada cínica de mi madre, toda su ternura y comprensión olvidadas, los gises regados por toda esta casa de pizarrones, la foto de Albert Einstein sacando la lengua, la bacinica con florecitas pintadas abandonada por el tío Homero en su fuga encolerizada, mi madre gritando pude tenerlo sola!, sólo la madre siempre sabe que el bebé es suyo!, consumando la ruptura con mi padre que quizás él quiere más que ella, demostrándome ya a mí qué delgados son los sueños y con qué facilidad se destruyen las imágenes: dejándome desguarecido, a la intemperie, en el momento en que más los necesito porque al oírlos me doy cuenta de que el mundo es siempre un acto con dos actores, igualmente determinado por el que hace y dice y el que oye y recibe: mi cuerpo.

mi cuerpo

es el sistema

con el que voy a contestarle

al mundo físico, le contestaré al mundo

creando al mundo, seré el autor de lo que me precede,

contestándole, hagan lo que hagan ellos, se quieran o se

odien, se separen o se reúnan, yo tendré que responder con mi

cuerpo y mis palabras al mundo que ellos me están

creando, cuidado!, apenas aparezca yo

empezaré a crearles su mundo

a ellos

respondiéndole a ese mundo que ellos me crearon: no se escaparán sin consecuencias, ni se lo anden imaginando, no será gratuita su acción de pelearse o contentarse, acaso creen que apenas haga mi aparición ya no voy a intervenir con

palabra y carne

para crearme mi mundo a partir de ellos, cambiando así el de ellos que aún no me imaginan afectando sus ridículas riñas, ni se lo huelen, pobrecitos!

AHÍ VENGO!

CUIDADO!

Seremos tres en el mundo

y ya no podrán nunca más actuar o hablar exactamente como lo hicieron hoy! cuidadito, digo!

—…nada, iba diciendo Penny por

la escalera rampante, que mi mamá es

muy de armas tomar y me dice aprende ni-

ña para cuando seas grande, aquí le das la ma-

no a un naco de éstos y te toma el brazo y algo más,

no seas de a tiro tonta con pé, ayer Mommy fue y le pu-

so fuego a las chozas de unos paracaidistas y creo que todi-

titos  se achicharraron  como barbacoa  y hoy le pidió a mi apá

que fusilaran a mi chaperona la señorita Ponderosa frente a la pared

del jardín por haberlos contratado a ustedes la muy de a tiro gachunaca

por no decir pendejurris ay chulis y haber traído a esas momurrias de a tiro

apolilladas y el pastel de cuacha ese fuchi fuchi mil veces fuchi pero yo intervine de

rodillas y pedí su vida y mi apá decidió, mejor la mandamos de regreso a Segovia eso es peor que la muerte, ha de ser como Chilpancingo de donde salió el pobre de mi papá y aquí está tu recámara, joven, pásala bien y ni te atrevas conmigo, estoy fuera de tu alcance, nacurris, tú, fúchila.

Ángel vio como en un ensueño la cabecita bamboleante de Penny López que se retiró con sus rizos de color zanahoria brillante, sus cejas pintaditas y sus párpados regados de polvo de oro, su mirada de honduras oníricas y su mueca de tics salvadores: vaya, todo un istmo de bellezas y emociones, se dijo mi padre el punditero de siempre, guatemala y guatepeor: los labios de fresa, las orejitas graciosamente perfumadas y atravesadas por aretes con la forma de orquídeas y los andares neumáticos, las piernitas euzkadi y los muslitos goodrich y las nalguitas general popo, yéndose de su vida: entró a la recámara Gloria Grahame así llamada, se dijo el muy cinéfilo de mi padre, por su parecido a un set de film noir de los cincuentas: un art-deco deslavado, sin personalidad, hecho para resistir la identificación ideológica del presidente Eisenhower o del senador McCarthy: Una cama con cubierta de satín…

Mi padre, digo en complicidad imaginaria con él, entró con un sentimiento de frustración, incompetencia y reducida escala social, moral y sexual: todo esto le comunicaba la tal Penny pero aquí seguía él, el rebelde conservador, el limpiavidrios del edificio ennegrecido de México ’92, el purificador de la Suave convertida en Puta Patria, de rodillas ante una cursi de Lomas del Sol y qué más: reaccionó mi viejo, cómo no iba a reaccionar si para encontrar justificaciones él se pinta solo y dijo en voz alta:

—Voy a joder a Penny! Por eso estoy aquí!

—Ay monada, por qué mejor no me jodes a mí?, dijo una voz a través de la puerta, misma que unas uñas invisibles pero cachondas arañan con singular ritmo de invitación.

Ángel acercó su rostro a la puerta: olió una bocanada de mariscos y perfume Joy de Patou, revueltos.

La puerta se abrió y su vecina prevista pero de todos modos inesperada, excitante, apareció en toda su gloria adquirida en Frederick’s de Hollywood: peignoir de gasa negra transparente, con anchas mangas rematadas con plumajes de cuervo, cuello de lo mismo y debajo un brasiére de pastelitos negro, esperando ser arrancado olán tras olán como el de un bisquit, y las zapatillas de tacón de puñal de raso negro, las medias negras con dobladillos sostenidas por tirantes desde el calzoncito de encaje con apertura de olanes frente al monopolio y las letras bordadas encimita,

QUÉ ESPERANZAS!

CUANDO MI PADRE le dio las mismas razones a mi madre que antes le dio a Penny López en la escalerita de sacacorcho ésa, las palabras fueron las mismas, Señores Electores, pero todo sonó distinto, por ejemplo, aquello de que dejaba a mi mamá porque ella era su mujer ideal y él necesitaba a Penny para mantener viva su rebeldía, su odio, a nosotros nos pareció de risa loca, porque venir a decirnos que nos dejaba por ideología cuando era por pura cachondería era añadir una pequeña mentira a la gran mentira que él decía combatir. Yo no sé qué tan consciente era Ángel, mi padre, de que su rebelión era una actitud romántica, como piensa mi madre; pero ella le dice que a ella no le importan las razones porque para ella él siempre ha sido y será un hombre aparte, sólo que él ha calculado todo para ser un hombre aparte y en cambio ella lo ve naturalmente así, un hombre aparte, sin cálculo ni esfuerzo.

Ángeles teme en todo esto que Ángel esté usando contra ella sus propios deseos, sin entender que ella los comparte con él; esto es lo que más nos duele de la traición (cómo llamarla?) de mi papá instaladote en la recámara Gloria Grahame de la familia López y gozando de los favores de doña Lucha sin darse cuenta de que las palabras de mi mamá no eran puro jarabe de pico, que ella estaba con él hasta en este trance pero no podía decírselo para no humillarlo:

“—No dormí toda la noche, de pura felicidad, al conocerte”

esperando que él le contestara con las palabras de ella, recobradas por él para hacerlas de los dos:

“—Yo también estuve allí, recuerdas?”

y culminando con uno como coro al cual se uniría mi voce poco fa:

“—No nos hagamos daño.”

Pues nada de esto ocurrió. Ella se quedó sola y bien barrigona conmigo adentro mientras nosotros no sabíamos del señor Ángel Palomar y Fagoaga sino por lo que nos dijo la tarde en la que se las dio de muy sincero y nos disparó sus absurdos pretextos sin darse cuenta el muy baboso de que el halo de mi madre que él tanto decía cuidar estaba apagadísimo, maltrecho, desgastado. Lo peor que nos dijo mi padre fue que a mí me habían creado por lo del Concurso, pero que a ella le constaba que el tal Concurso no era más que una tomadura de pelo más del gobierno, y si el Concurso era una farsa, dio a entender el archicabrón, entonces no importaba abandonarnos a mi mami y a mí: la razón del embarazo fue el Concurso? Este insulto que a mí me pareció imperdonable mi madre lo tomó con mucha serenidad y aunque él no llegó a la grosería de decirle que lo de Penny era pasajero, que lo dejara agotar su capricho y ya regresaría allá por agosto o septiembre antes de que ella me pariera, ella de todos modos aceptó tanto la maternidad como la soledad por más que yo le gritara desde el vasto eco silencioso de mis seis meses de concepción: “Una mujer se queda sola! Crea un vacío! Cualquier cosa puede llenarlo!” Pero quizás ella no creía que yo lo llenaba de sobra (la adoro!) y que ella podía comprender el miedo de un hombre que no se atreve a abandonar a su mujer porque se siente inseguro de conquistar (no amar, sólo conquistar) a otra y ella prefería que él se atreviera, no se frustrara a riesgo de que no regresara nunca. Pero si regresaba, ella lo recibiría de nuevo esperando que él se diera cuenta de que ella lo dejó ir. Ésta era su manera de amarlo: dejarlo ir.

Todo esto me pareció una soberana pendejada, un disparate indigno de mi madre y de mí y desde ese momento decidí obrar mediante los misteriosos poderes que acaso perdería al nacer, para que mi madre, con panza y todo, conmigo y todo, le pusiera pronto cuernos al cabrón de mi padre Ángel. Muy scout, me dediqué a mirar a mi alrededor y pronto, sin que mediara persuasión de mi parte, el otro se hizo presente, aunque muy a su peculiar manera. No se puede tenerlo todo.

DIGO QUE ELLA se quedó sola y bien barrigona conmigo adentro mientras él vivía la ilusión rebelde de penetrar el santo de los santos de la familia López y darle en la mera madona al centro mismo del poder en México. Brincos diera!, como dice doña Lucha López. Pero entre paréntesis, cómo sabemos ahora qué se dice y cómo se dice? Pues bien sencillo: a la señorita Ponderosa la mandaron a Segovia por vuelo fatal de la Iberia que naturalmente se estrelló en Barajas cero y van y con él la ilusión y el secreto de la chaperona: aquélla, ser poseída apasionadamente por el chef de cuisine Medoc D’Aubuisson, en cuya ausencia pasaron estas tragedias; y éste, comunicarle al mismo cocinero de lujo que por causas de fuerza mayor se interrumpía el servicio de microchip en la papaya diaria de don Ulises. En resumen: como don Ulises le dijo a doña Lucha que el azúcar con que le servían la papaya le daba fuerzas sexuales duplicadas, la señora robó el tubito de granulados y se lo sirvió a mi papá con cada desayuno; la información interna de mi desviado progenitor fue a dar a la computadora Samurai del desconcertado ministro don Federico Robles Chacón, quien al principio no pudo entender qué chingados le había pasado al truculento don Ulises, por qué la mente del funcionario y financiero le mandaba mensajes extravagantes diciendo:

+ Cuánto dura una pasión?, cuánto un odio? Quisiera llevar mi rebelión al borde de la vida, no al borde de la ideología

+ Tengo miedo de volverme loco. Tengo miedo de volverme razonable

+ Qué es más difícil: ser libre o morirse?/

+ Busqué a un país hecho para durar, como las piedras de los indios y de los españoles: sólo el pasado de México fue serio?

+ Soy un conservador romántico post-punk/

+ Tiene que ser el futuro de México como su presente, una vasta comedia de latrocinio y mediocridad perpetrados en nombre del progreso?/

+ Mi corazón se ha llenado de una íntima alegría reaccionaria: tan íntima como la de millones de mexicanos que quieren conservar a su pobre país: conservadores/

+ QUIERO EL ORDEN A SABIENDAS DE QUE NINGÚN ORDEN SERÁ JAMÁS SUFICIENTE

+ Voy a reinventarme románticamente como un conservador rebelde: me estoy traicionando cogiéndome a la señora Lucha y deseando a su hija?

Fue esta última frase la que al cabo convenció a Robles Chacón de que su Samurai no le estaba transmitiendo el pensamiento de Ulises que no se traicionaba cogiéndose a su esposa aunque quizás sí deseaba a su hija.

INCEST IS BEST BUT ONLY WITH THE FAMILY, relampagueó la Samurai en diálogo inmediato con Federico Robles Chacón. Éste la apagó y se dijo: Quién estará comiéndose el microchip disfrazado de azúcar granulada destinado a mi rival Ulises López?


5

ELECTOR: PIENSA EN NOS. No nos abandones, excitado tu morbo por las aventuras de mi padre en casa de la familia López. Detente. Piensa. Recuerda que aquí nos quedamos ella y yo. Ella con su abdomen pesado por el intenso aumento de la circulación de la sangre, adolorida por la expansión del útero, pechugona como una vaca: Vela y compadécela con sus pezones irritados y su hambre colosal, aumentando de peso, aumentada la producción de hormonas en la placenta, estimuladas todas las glándulas, cansada, soñolienta, con ganas permanentes de echar la guácara feroz, imaginando banquetes de foie gras y cuscús y gulash y ahuautles y ni quién vaya a buscárselos, con estas ausencias del cabroncito pater meus que ha decidido vivir su vida hasta las heces (ése es) antes de convertirse en un hombre puro e idealista, cuándo, el doce de octubre que viene? Y como si no bastara, yo aquí robándole a la pobre el calcio, la leche, casi la mitad de su hierro (quiero huevos de avestruz con trufas!) y amenazada de que se le caigan los dientes! Carajo, señores electores, piensen ustedes nomás: para qué me tuvo mi madre? Para qué tuvieron cientos de miles de millones de madres a todos los hijos de la chingada nacidos a partir de Citizens Kane and Able? Y ni modo: no hay marcha atrás: estoy en mi quinto mes de concepción, y mis patitas me sirven ya para nadar, echarme clavados, bailar en el agua y patear: hasta este mes, daba pataditas en el agua, sin tocarla a ella; desde ahora, encima de las infidelidades de Ángel, la pobre señora tiene que aguantarse patada tras patada en los muros de la patria mía que es su vientre: mi madre siente que tiene metido a Moby Dick en persona allí dentro, la pobre está dada al cuás, cada vez más tensa, con secreciones vaginales, hemorroides, calambres, acidez estomacal (mi padre no le da amor: ella lo suple con melox), se le hinchan las manos, los pies, la cara, tiene hipertensión, respira con dificultad, está llena de agua, da gracias de que no tiene anillo de matrimonio porque no podría quitárselo, siente calor a las horas más extrañas, suda, quisiera comer pero también talquearse, colonizarse, oler bien, vive aterrada de apestar sin darse cuenta, el líquido se le seca en los pezones, quisiera aplicarse allí un tubito de Suzy Chapultepecstick, válgame!, y yo inútil dentro de ella, un pinche campeón de natación olímpico, el Mark Spitz de la Naquiza, olé y díganme sus mercedes bien si no es como para pensarlo dos veces!

Por eso te pido, Elector: Ahora más que nunca, no nos abandones! Date cuenta de que tu lectura es nuestra compañía, nuestro único consuelo! Todo lo soportamos si tú nos tomas de las manos! No hay que ser! Sigue leyendo!


6

QUÉ IBA A RECORDAR mi padre, al cabo, de su tormentosa pero olvidadiza relación con la señora Lucha Plancarte de López?

Esto nada más: Cómo la primera noche ella le dijo que no le importaba que su marido Ulises le hubiese dicho a Ángel: Espíala desnuda. Ella no sabía si se lo había dicho y nunca le diría a Ángel si los vio espiándola desde el saloncito de las Vedettes. Le pedía que él creyera que ella lo había sorprendido espiándola, lo hizo su amante pero no le exigió la muerte del marido a cambio de sus favores. Esto no se le habría ocurrido a Ángel si ella no lo dice y repite cien veces: No te exijo la muerte de mi marido por haberte incitado a que me espiaras desnuda. Pero la verdad es que la mitad al menos de las ideas que alimentan un amor no son nuestras, sino de la pareja; lo malo es que lo mismo es cierto de las ideas destructivas. Lo bueno de doña Lucha era que su vagina tenía vida propia, más que perrito tenía propulsiones autónomas equivalentes a los movimientos de una boca abierta (lo más banal), pero también una mano enguantada, un colchón de plumas ondulante, una cacerola llena de hof fudge hirviente, un jacuzzi en remolino, el triunfo de Seabiscuit en el Kentucky Derby, la emoción del Cuarteto Italiano interpretando el Emperador de Haydn, para no hablar de las andanzas de Ehécatl el dios del Viento al encontrarse con Anfirita diosa del Océano en medio del Mar de los Sargazos y sobre la Atlántica hundida, guau!

Cómo se sentaron noche tras noche, la Cherezada de Las Lomas y su Sultán inocente, a contarse actos de violencia en las calles, incidentes con la policía, robos a mano armada, historias de terror ecocida, el goteo criminal de la basura tóxica, los escapes de los camiones, la contaminación de agua y atmósfera: y cómo se excitaban con ello, ella más que él, pero excitándolo de verdad (lo sabía doña Lucha) cuando sacaba un álbum de raso azul y le mostraba la huella dibujada a lápiz del pie de Penny cuando era bebé, la lista de sus regalos de bautizo, la participación del mismo y sobre todo el rizo recortado de la nena, pegado a la página azul y adornado con listón del mismo color, y la excitación creciente de doña Lucha:

—Mira, Ángel, aquí está la prueba, de niña era güerita, mira, era güerita de niña, no es cierto lo que dicen las malas lenguas, no le oxigené los chinos ni se los planché, eso lo dicen mis enemigas, Penny es blanca, no tiene pelo crespo, no tiene sangre cambuja de la costa chica de Guerrero como su papá, me salió a mí que mi padre era comerciante honesto y emigrado de Zapotlán el Grande, Jalisco, donde los franceses dejaron un reguero de mocosos durante el Imperio, y todos son medio güerejos, me crees, Ángel de amor? y entonces le pedía que le mirara el mono caucásico, de vello abundante, ondulado casi, pero que se la cogiera ay como negra cachonda, rumbera, si ella sabía mover la cintura como la mejor bailarina de afro ay pero mi padre por más que trataba no lograba ascender con ella al clímax febril de mi concepción ni al anticipo de sus amores aplazados con Penny y llegó el momento en que con doña Lucha ya no se le paraba si no tenía frente a la mirada el rizo rubio de la infancia de Penny.

Cómo ella le recibió sollozando una noche y él no se dignó preguntarle que qué se traía y ella le dijo sin más:

—Estás casado?

—No.

—La noticia le va a gustar a tu esposa.

Cómo se desesperó Ángel de que noche tras noche doña Lucha lo chupara, lo extenuara, lo dejara en los huesos mientras nada le autorizaba a él a pensar que sus sacrificios lo acercaban a la codiciada meta de una noche con Penny, por lo cual se dedicó a fines de junio a hacer que la señora se sintiera vieja y jodida, recordándole a cada rato su edad —48, 50?—, obligándola a delatarse recordando el pasado remoto, poniéndole trampas para que admitiera haber aprendido a remolinear el culo estudiando a las exóticas del Tívoli en los cincuentas, a canturrear boleros escuchando a Agustín Lara en noches desveladas del viejo cabaret Capri del Hotel Regis, en vez de lograr que doña Lucha lo odiara por hacerle ferocidades como plantarla ante un espejo a hacer muecas o si no no hay Ricardito ce soir, a quitarse las partes postizas de los dientes frente a él, a maquillarse como gárgola pintándose cejas gruesas y puntiagudas, labios demacrados, fisuras en la frente y cavidades en los cachetes, a arrancarse el pelo para ofrecérselo a él, a caminar como renga por la alcoba y a provocarse a sí misma diarreas con abundantes dosis de papaya compartida y azúcar granulada abundante, secretamente la servía ella, esperando que el afrodisíaco surtiera efectos y mandando sin quererlo mensajes múltiples, incomprensibles, garabateados a la computadora de Robles Chacón, recargada y comprometida hasta la saturación por el hecho de que Medoc el cocinero regresó de sus vacaciones, comprobó con una sonrisa sardónica que la Fiesta de Quince Años fue un fracaso, no lloró la prematura desaparición de la señorita Ponderosa pero buscó afanosamente y sin éxito las minicomputadoras en forma de azúcar granulada para servírselas de vuelta a don Ulises y debió pedir un nuevo lote a su Mecenas secreto el licenciado Robles Chacón, quien así se enteró de que Ulises no tomaba ya azúcar con su papaya y en cambio lo hacía el no tan secreto amante de la señora López y que éste era un tal Ángel Palomar y Fagoaga y que era sobrino del nuevamente resurrecto candidato a senador por Guerrero don Homero Fagoaga y que aquí había gato encerrado o como decía don Bernardino Gutiérrez, primer callista del estado de Guerrero, en este país hasta los tullidos son alambristas.

—PERO YA ÓDIEME UN POQUITO, SEÑORA!

—Si me tratas mal, te quiero más; si me tratas bien te quiero más; no tienes manera de escaparte, querubín: Angelote!

—Está bien: pienso en su hija cuando me la ensarto, le parece bien?

—Me encanta la idea, querubín! Me excitaste con esa idea! Vente!

—Su esposo me la mostró encuerada, señora, quiere que se lo recuerde? No lo odia usted?

—Lo adoro más que nunca! A él le debo tenerte a ti!

—Yo la detesto, señora, me da usted asco, está usted jamona, con celulitis, halitosis avanzada, sus nalgas parecen un plato de queso cottage, tiene caspa y se le juntan pedacitos de tortilla entre diente y diente!

—Y a ti se te para a pesar de todo! Me quieres, me quieres, no lo niegues!

Y en efecto éste era su problema del priápico padre mío: su vanidad masculina era más fuerte que su posible asco y aunque no lo quisiera, precisamente por no gustarle la señora López pensaba en otras cosas, en Penny inalcanzable, en mi madre cuando lo excitaba, y ello lo ponía listo para doña Lucha, a la cual, según su decir, le venían guangos los motivos: lo que ella quería era el rigor del pene.

—Mira! Ya se te paró! Otra vez! No te cansas nunca?

—No es por usted, se lo juro.

—No veo a nadie más en esta recámara, tú sí? Yo no!, sólo yo, tu alcatraz fané pero amoroso!

—Pienso en otras mujeres.

—Brincos dieran! Estás encerrado aquí conmigo.

—No, puedo marcharme cuando guste.

—Ahí está la puerta, querube!

—Usted sabe que mi pasión por su hija me impide irme.

—Entonces sal a conquistarla!

—Usted sabe que no me hace caso.

—No le hace caso a nadie!

—Lo sé, y por eso me la voy a seguir cogiendo a través de usted.

—De eso pido mi limosna, rorro!

—Mein Kampf!

—A mí mis timbres!


7

LA “SERVILIA” EN FUNCIONES les sirvió su té (un Lapsang Suchong contrabandeado por su hermanito Homero desde Mexamérica y/o Pacífica?)

a Capitolina y Farnesia vestidas con sus batas de cocottes de farsa de Feydau: sedas, mangas anchas, boas en el cuello y los puños, pantuflas de raso. Decían las dos que así, por lo menos a la hora del desayuno en su boudoir compartido, podían vestirse con cierta alegría (no sólo de religión vive el hombre, ni la mujer tampoco) ya que sus múltiples deberes sociales las tenían siempre pendientes de agonías, velorios y entierros: vestían de negro casi siempre, pues como acostumbraba sentenciar Capitolina:

—El luto se lleva por fuera.

Era también la hora en que se comunicaban sus confidencias más íntimas, pero esta mañana de julio de 1992, diez años después de las catástrofes del portillato (la mayor de las cuales, para las hermanas, resultó ser la fuga de su sobrino carnal Ángel Palomar y Fagoaga, en el cual ellas habían fincado sus mejores ilusiones) había en la mirada de la decisiva Capitolina una malicia no desacostumbrada sino más vivaz a la vez que más retenida, más hambrienta por manifestarse y asombrar de manera inapelable a la hermana menor, generalmente afectada de vaguedad:

—Por lo demás… —fue la primera frase de esta mañana, y la pronunció, naturalmente, Farnesia, pero Capitolina sólo la miró de esa manera penetrante e inteligente que tanto asustaba a la hermana menor.

—Desatino, me amodorro, dijo en seguida Farnesia para salvar la situación, cubriéndose, sentada en su love-seat preferido, los ojos con una mano morena, semejante a un cisne oscuro. Capitolina sorbió lentamente su taza de té (sentada ella, muy a lo Madame Recamier, en su chaise longue particular, con las patitas regordetas cruzadas) y miró con intenciones indescifrables a Farnesia.

—Te veo preocupada esta mañana, dijo sin apelación Capitolina: —Qué te preocupa? Dime!

—Ay!, suspiró Farnesia. Algo que tú ya sabes.

Se levantó velozmente del love seat, arrojándose a los pies de su hermana y posando la cabeza sobre las rodillas sorelianas.

—Júrame, dijo Farnesia renunciando por una vez a su habitual “nosotros”, júrame Capitita que cuando me esté muriendo no dejarás que las viejas entren a hurgar en mis cajones y remover mis armarios.

—Eso es lo que más te preocupa hoy?

—Sí, sollozó Farnesia con la cabeza guardada en el regazo de Capitolina; hoy y siempre.

—Sigues temiendo que se descubra tu secreto?

—Sí, sí, eso tememos!, lloró Farnesia muy en forma otra vez.

—No temes aún más morirte sin compartirlo?

—Ay, ése sería un regalo. No tenemos derecho a tanto: tener un secreto y sin embargo encontrar a alguien digno de compartirlo!

—Casi lo logramos con el niño Angelito.

—Casi, hermanita, casi. Pero ya ves… En primer lugar…

—Sí, sí, interrumpió Capitolina, tomando la cabeza de Farnesia y obligándola a levantar la cara: —Y si te dijera que podemos cumplir ese deseo?

Farnesia abrió tremendos ojotes, redondos y oscuros como los de una muñeca quiupí, interrogantes y silenciosos.

—Te voy a decir lo que más debía preocuparte esta mañana, hermanita. Nuestro sobrino Ángel va a tener un hijo.

—Con quién, con quién? La conocemos? Están casados? Cuenta, cuenta…, ay qué curiosidad, me desmayo, en segundo lugar y finalmente, me da el soponcio!

—No, no te desvanezcas, Farnecita. Se llama Ángeles. No la conocemos. No están casados. Y agárrate: Él la ha abandonado por la tal Penélope López, esa muchachita nueva rica que vive en uno de esos fraccionamientos recién estrenados, donde sólo antier pusieron el tanque séptico.

—Más, dinos más!, habló sin aliento Farnesia.

Nunca en su vida había tenido oportunidad más dramática la señorita Capitolina Fagoaga, y la aprovechó consumadamente, poniéndose de pie (con lo cual la cabeza inadvertida de Farnesia pegó contra el descanso del Recamier), caminando hasta la alta ventana francesa sobre el jardín de la casa de Durango y jugueteando con los cordeles de las cortinas, cerrándolas poco a poco hasta ensombrecer el boudoir.

—Más, más… (las sombras se iban tragando la voz de Farnesia).

Capitolina se detuvo majestuosamente, su silueta apenas recortada por un filo de luz.

—Hermana: hemos logrado defender este hogar contra todos los horrores de los últimos cincuenta años.

—Además, estamos jóvenes todavía, tenemos bríos, podemos…, dijo sin terminar, Farnesia saltando de vuelta a su love seat.

—No es ésa la cuestión, sino preguntarnos, quién va a hacerse cargo de ese bebé cuando nazca?

—Ay, pues su mamacita, claro está…

—Tú te encargaste de tu bebé cuando nació?, dijo ferozmente Capitolina, abriendo de repente las cortinas para que el sol cegara a Farnesia, quien se tapó los ojos, volvió a llorar, dijo eran otros tiempos, yo era una Fagoaga Labastida Pacheco y Montes de Oca, el nombre, la posición, la familia, cómo iba a tener un hijo ilegítimo, cómo…?

—En cambio la amasia de nuestro sobrino sí?

—Es otra época, otra gente, lloriqueó con benevolencia la hermana menor, la cara cubierta enteramente por un pañuelo de organdí con un bordado en realce, atravesado por una saeta y con las iniciales FB.

—Eres una romántica incorregible, soltó Capitolina las cortinas y avanzó hacia Farnesia: —Hasta guardas ese pañuelo ridículo con las iniciales de tu amante.

—Por eso no quiero que al morirnos nadie hurgue en nuestro armario, dijo con su voz más tipluda.

—No se trata de eso!, gritó esta vez Capitolina: —Eso ya pasó! Él nunca renegó del niño, te rogó que si tú no lo querías se lo entregaras a él, fuiste tú la que lo hizo desaparecer, no te acuerdas? Qué hiciste con tu hijo, zopenca!

—No me grites, Capititita. Ya me olvidé! Te juro que me olvidé… quiero decir, nos olvidamos no, no… quiero decir que tú hayas sabido… es mi modo de hablar… no, no lo maté, te lo juro, lo entregué, no sé a quién, ya no me acuerdo, sólo me acuerdo que le puse una esclava en el tobillo, una esclava de plata extensible, para que creciera con ella, y nuestros nombres, Farnesia y Fernando, allí está la llave en un cofrecito, por eso no quiero… no queremos, verdad?… que nadie hurgue en nuestros…

—No seas imbécil ni me tomes por tal. Seguro que le entregaste el niño a Servilia.

—A quién?

—A la doméstica en turno. No te acuerdas?

—Pero si todas se llaman igual, cómo me voy a acordar. Quién era Servilia en 1964? En todo caso, es nuestro secreto…

—Querías compartirlo con Ángel.

—Sí. Tú sabes por qué —ahora le tocó a Farnesia mirar de frente y con malicia a su hermana—. Tú sabes qué cosa le íbamos a pedir a cambio de nuestro secreto. Tú lo sabes muy bien.

—Ahora no se trata de eso. Se trata de algo más importante —Capitolina se irguió majestuosamente—. Se trata de lograr de un golpe todo lo que siempre hemos querido.

—Un niño que comparta nuestros secretos, dijo Farnesia alargando la mano para tocar la de su hermana, un niño que supla al mío, hermanita, y al Angelito que se nos fugó…

—Y sobre todo un niño de nuestra sangre, que no debe crecer en la calle, de madre soltera y padre que lo abandonó. Un Fagoaga, al cabo!

—Sí, sí, debemos educarlo nosotras, exclamó Farnesia.

—No me vengas con esos comunismos, le contestó airadamente su hermana. La educación no se enseña. La educación se mama. Con las creencias de la casa basta!

—Perdona mi falta de ignorancia, dijo humildemente Farnesia. Es que desatino, me amodorro… tú sabes.

—Está bien. Entiende nuestro plan: nos vamos a apoderar de ese niño. He averiguado que nacerá en octubre. Estamos a tres meses del desenlace. Tenemos tiempo.


8

ELECTOR DEBE SABER que, en efecto, mi padre intentó varias veces escapar al círculo vicioso de estos amores que lo capturaban en brazos de la señora Lucha por la promesa de obtener un día los favores de Penny, abordando a ésta cuando, a diversas horas del día, apostaba a la ruleta en su casino privado, se sentaba en su sala de cine de terciopelo rojo a ver la filmografía completa de Shirley Temple, o cuando se bañaba en la piscina caliente con la forma de los Yunaites, pero esta muchacha tenía el don de no mirarlo nunca, aumentando así el ardor de su deseo casi medieval, como de caballero frustrado por la lejanía inviolable de esta doncella prisionera de los puentes levadizos, los cinturones de castidad y la pureza improbable de su propia construcción.

Sin embargo, un día que se introdujo en su recámara desesperado y no la encontró (ella siempre estaba en otra parte) prefirió acercar a su mejilla una toalla abandonada de Penny, olfatear su cepillo de pelo, tal era su pasión insatisfecha, su deseo de encontrar un tampón mensual de Penny y llevárselo debajo de la almohada ensangrentada como un día le dejó un condón lleno de su semen debajo de la suya a Penny y luego lo vio pasar flotando por el jardín inflado y con la figura de Superman, pintada.

Llegó a esconderse una noche detrás de las cortinas de la recámara de Penny para verla dormirse y así descubrió un pequeño secreto de esta princesa que no se dejaba tocar por príncipe o plebeyo cual ninguno: Penny se olía a sí misma! La vio recostada primero oliéndose las axilas con amor, lentamente, luego la mano largo tiempo guardada en la entrepierna, luego el dedito pinky escondido en el ano y luego sus pedos, tronaditos, audibles, guardados celosamente en un puñito llevado en seguida a las narices y allí absorbido con un espasmo, con los ojos cerrados de deleite y la boca agonizando de éxtasis, le daba a sus propios pedos más que a él, su galán incógnito! Un gas merecía mayores arrumacos que él!

Este descubrimiento arrebató a mi padre Ángel de su secuela de actos previsibles, monótonos pero prometedores y así llegó, no de mal talante, pero con disposición distraída y escaso humor, a la cena que cada noche reunía, perversamente, a los tres miembros de la familia López con mi padre alrededor de la mesa opípara preparada por Medoc D’Aubuisson, antiguo chef del Grand Vefour de París.

—Quizás vayamos a fines de este verano a un bonito lugar de vacaciones, dijo muy sin fazón don Ulises, como para iniciar conversación plana.

—Dónde?, arqueó la ceja pintarrajeada su esposa: —A tu Chilpancingo nativo? A los jardines flotantes de Xochimilco? O nos aventuramos hasta Pachuca, Hidalgo?

—Paciencia, tesoro, le dijo Ulises a Lucha, acariciándole la mano. Las cosas se compondrán, te lo prometo.

—Bah, gruñó la señora. Sólo se compondrán si nos hacemos Estado de la Unión Americana. Qué ganas! Así no tendría que ir a otro país para salir de compras.

—No seas frívola, la regañó dulcemente Ulises. La razón es que ellos son organizados y nosotros desorganizados. A la larga, sólo nos salvaremos si somos gobernados desde Washington. Lo demás son pretextos del nacionalismo trasnochado.

—Pues yo me conformo con ser Puerto Rico, dijo la señora. Algo es algo.

—Ay, yo me confundo, dijo Penny. No me gusta viajar, de plano, porque nunca sé dónde estoy parada, ni cómo se llama el lugar donde estoy. Soy muy mensa para la geografía. Y eso que fui a la Ibero.

—Dónde no has estado, Penny?, le dijo con ojo de borrego mi pobre padre.

—Ay, eso hasta yo lo sé. Casi nadie ha estado en ese lugar, tú, con ese nombre tan cucurris, Pacífica, así se llama?, por qué allí nunca vamos, eh?

Un helado silencio de parte de doña Lucha, una patada debajo de la mesa de la corta pierna de su padre, una curiosidad repentina de parte de mi padre que en ese instante se sintió exhausto de esta pasión, de esta comedia…

—Ustedes ya estuvieron en Pacífica?, preguntó con cara de inocente, repitiendo la pregunta de Deng Chopin en la difunta boite acapulqueña, Diván el Terrible.

Nadie le contestó y mi padre va a jurar que algo ocurrió allí que él no supo explicarse pero que explicó la invitación de don Ulises a visitarlo esa noche en el salón de las estrellas (Marlene! Rhonda! Greta!) donde sin mayores preámbulos, cortando cualquier fórmula social, sin invitarlo siquiera a sentarse, sin el menor intento de cabildeo político o evocación filosófica, el millonario le dijo a mi padre:

—A ver, Palomar, ya pasaste aquí más de un mes. Te preguntarás para qué te traje y te tuve aquí.

—Don Ulises: yo vine aquí en busca de su hija, no de su mujer.

—Sí, sí, dijo con impaciencia López, confieso que necesito colaboradores sexuales con mi mujer. Su ninfomanía me agota y no eres el primer garañón que pasa por su lecho. Pero al grano: a mi hija no has podido conquistarla. Quieres que te la entregue?

Mi padre no supo si lo correcto era afirmar o negar con la cabeza. En la confusión que se apoderó de él, sólo pudo decir enfáticamente:

—Mucho gusto.

Este desfase, como el de una falla de sincronización entre los labios del actor y el sonido de sus palabras en la pantalla, ya no se compuso a lo largo del diálogo entre mi padre y Ulises:

—Vas a poder descansar de mi esposa y sus exigencias.

—Para servir a usted.

—Pero no vas a poder tocar con el pétalo de una rosa a Penny.

—Mi nombre es Ángel Palomar y Fagoaga.

—A menos que me sirvas de la manera que te voy a indicar.

—Usted primero, no faltaba más.

—Necesito un serafín para mis trabajos sucios.

—Buenos días.

—Lo que hiciste con mi mujer tan eficazmente, quiero que lo repitas con mis rivales.

—Encantado de conocerlo.

—Rivales de negocios. Rivales en el gobierno. Quiero que aproveches tu buena estampa, tus relaciones sociales, tu pedigrí aristocrático, todo eso, para abrirte puertas que a mí o a mi familia no nos abren, seducir esposas e hijas, descubrir secretos, comunicármelos, y en su caso, humillarlos a todititos, y aun conducirlos a la bancarrota y, por qué no?, hasta darles cran.

Don Ulises saltó, casi dio una machincuepa, taconeó ruidosamente en el aire y cayó de pie mientras Ángel decía como sonámbulo:

—No, no he tenido el placer.

—Ves, Angelito, yo siempre he tenido algo que le hace falta a los demás, y hoy ese algo eres tú.

—No le importa pasarme la sal?

—Dependiendo de cómo me sirvas en esto, te iré acercando, poco a poco, al favor de mi niña santa. Tú dices.

—Qué milagro! Felices los ojos! Años y felices días!, exclamó mi padre mientras, atarantado, se retiraba de la presencia de Ulises, salía instintivamente a respirar aire al jardín y divisaba a lo lejos un brillo en la oscuridad. Se dejó guiar por esa luz. Era la de la reproducción del primer piso de Bloomingdale’s. Se acercó a las puertas electrónicas. Se abrieron. Subió medio piso en una escalera automática. Añoró, volviendo en sí, la libertad que le permitía buscar la mano de una desconocida que bajaba por una escalera mecánica cuando él subía o viceversa y entrelazar pasajeramente los dedos prohibidos, excitantes: amaba a las desconocidas, quería a las mujeres que aún no descubría, se preguntó si había agotado a mi madre, si la conocía ya completamente, que si lo creía era un imbécil, que a doña Lucha quizás tampoco la había agotado pero que ella sí lo había agotado a él, que le faltaba saber si Penny era agotable o agotante y por qué no preguntárselo a ella misma si allí estaba de espaldas a él en el facsímile detalladamente reproducido de esta Catedral de los Placeres Lopezcos, el Primer Piso de Bloomingdale’s entre la 3ª Avenida y Lexington Avenue en Nueva York, Penny sentada en el mostrador de perfumes y maquillajes de Bloomy’s, de espaldas, ocultándole ese rostro brillante, iluminado por dos mariposas en los ojos, polvo de oro en los párpados, corazones de fresa en los labios, aletas nasales temblorosas, orejitas perfumadas por Miss Dior, mentón insinuantemente partido, esa belleza ligeramente putañesca que él admiró, deseó, obsesionó desde la noche de Año Nuevo en la disco de Aka, ahora estaba aquí sentada de espaldas, ofreciéndole sus hombros desnudos, la camiseta de playa a rayas, la cintura y las nalgas cubiertas por la minifalda de mezclilla, puta, sí, así la quería, medio cambuja, guerrerense de la costa chica, alimentada durante generaciones por arroz con frijoles y plátanos fritos, calamares en su tinta y chocolatitos Larín. Todo lo que su madre dio a entender, lo más alejado de Palomar y Fagoaga y Pacheco Labastida y Montes de Oca y las mejores familias chilangas, tapatías y poblanas: Penny López de espaldas con un pincel en una mano y una toallita facial en la otra y él, torpe, que por andarla admirando se estrella contra el mostrador de Estée Lauder y derrumba una fila olorosa de frascos y ella, asustada, que deja caer el pincel y se lleva la toalla a la boca al voltear y dejarse mirar sin maquillaje, deslavada, perdido su brillo tropical y prostibulario: Penélope López Plancarte sin afeites, con la cara lavada, era (mi padre casi se desmaya) el retrato mismo de una mexicanita de buena clase, con siglos criollos detrás, misas tempranas y noches solitarias, meriendas de huevo con frijol y sopitas de fideo, desayunos de atole y chilindrina, siglos de veladoras coladas en la sangre, y él sabía distinguirlas genéticamente: Penny López sin polvos dorados y mariposas en los ojos era una monja pálida, deslavada, difícilmente distinguible de las monjas que las muchachas decentes de México representan para no parecerse a las putas que son la otra alternativa de su realidad: Penny López era de ellas, como ellas, apenas inclinada a borrar la semejanza con ellas, también ella parte de la legión de fantasmas de labios descarnados y ojos sospechosos, piel de polvo de arroz, manos de pila de agua bendita, dedos enrosariados, pechos de escapulario: la carne decente escondida durante cinco siglos de coloniaje en los conventos, lejos del sol, en las casas sombrías de patios húmedos y recámaras masturbadoras: mujeres de células muertas y la cicatriz de un silicio en cada peca: la vio así de descarnada, pálida, tradicional y vio en un relámpago oscuro a Águeda en la iglesia de Oaxaca, a las amigas de Águeda locas, marchitas o muertas en la plaza de armas de Oaxaca, a mi madre Ángeles aparecida entre los globos y los árboles de la Alameda, a la mujer que él quería, o merecía, o fatalmente amaba en una suerte de lotería desesperada en la que su verdadera mujer, la que debió querer locamente, aún no nacía o había muerto cuatro siglos antes, en un lupanar de Sevilla o en un convento de Quito: qué le iba a decir a una mujer ideal que no fuera esta absurda frase que ahora le repitió a la aterrada de Penny, pobrecita de Penny sorprendida in flagranti en su desnudez conventual, colonial, genética:

—Soñé con palabras, le dijo mi padre.

Ella se tapó la cara con la toallita facial, como una Verónica y le dijo a través de la tela: —Mi papá me dio permiso de que me beses las nalgas. Pero nada más, eh? cuidadito, currutaco, nomás las nalgurris, eh?

Ella se quedó repitiendo nomás las nalgurris eh? mientras mi padre salía lentamente de la esfera brillante de Bloomingdale’s a la noche fría del trópico alto, hasta la reja de la mansión de don Ulises López, hacia la figura friolenta y recogida que lo esperaba allí, del otro lado, siempre en la calle, paciente siempre defendiéndose de la llovizna ácida con su sombrillita transparente, sus botas, sus guantes, su impermeable transparente. Colasa Sánchez le dio a mi padre la mano a través de la reja garigoleada y le dijo te estaba esperando, sabía que alguna vez saldrías, te esperé y haré lo que tú me digas.

ALGO SINTIERON Ulises y Lucha la noche en que Ángel mi padre abandonó la casa de Lomas del Sol en compañía de Colasa Sánchez; algo sintieron al escuchar los sollozos de Penny en su recámara; algo que no habían sentido, ni juntos ni separados, en muchísimo tiempo; algo que como sonámbulos los sacó de sus respectivas alcobas y los condujo por la escalera serpentina a los brazos del otro, a un abrazo que no se daban desde hace años, desde…

—Chilpancingo, dijo don Ulises con su Lucha en los brazos.

—En qué estás pensando?, le dijo ella, temblorosa, al oído.

—No sé. En cosas sin importancia. No era un pueblo feo. Todo lo contrario. Era un pueblo bonito, de pinos en las calles y aire puro de montaña.

—Estás pensando que pudimos ser felices si nos quedamos a vivir allí?

Ulises afirmó con la cabeza lustrosa. —Me gustaba ir por ti a tu casa. Vivías, déjame ver, en…?

—La calle Heroínas del Sur. Eso te metió la idea de iniciar el cultivo de droga en Chilpancingo… El nombre de mi calle! La calle de tu noviecita santa, Ulises!

—Nos íbamos caminando por la Avenida Juan Álvarez, bajo los pinos, al cine, tomados de la mano. Te llevaba flores.

—En los parques nacionales empezaste a plantar amapolas, Ulises, recuerdas?

—Eras tan linda, Lucha. Todos te deseaban.

—Y ahora todos me tienen.

—Te saqué de Chilpancingo, te hice una reina, te di un castillo, para que nadie te arrebatara de mí. Mira nada más. Todo el dinero del mundo no ha impedido que te comparta con otros.

—Yo te lo agradezco, chaparrito. Palabra que sí. De mi parte no hay quejas.

—Lucha, no hubiéramos sido más felices si nos quedamos en Chilpancingo toda la vida?

—Tú también lo has pensado, Uli?

—Sí.

—Pues piensa y piensa: Una vida entera en uno de esos pueblos rabones. Toda una vida. Toditita. Sin cambio. La repetición y la repetición. Lo mismo siempre, como quien dice: la monotonía, Ulises! No te veo allí. Tú me ves?

—Sí.

—Ya no soy ésa. Ya no eres aquél.

—Déjame quererte esta noche.

—Gracias, chaparrito. Me siento muy sola, palabra que sí.

Penny los escuchó asomada por la puerta entreabierta de su recámara, desconcertada, escamada, igual que cuando la llevaban de viaje y nunca sabía dónde estaba parada, si es lunes debe ser Andorra y si es martes debe ser Orquídeas, oyéndolos hablar con voces que no eran las que ella conocía, ahora eran voces de una extraña melancolía, o sería ternura, cómo se llamaba eso?, hablando de pinos y parques y plazas recoletas y una iglesia tan blanca que cegaba nomás de verla, e invitaba a entrar a su solaz, a su sombra: tomados de la mano, mami y papi, casi lloriqueó Penny, y se preguntó si valía más una casita blanca rodeada de pinos en la calle Heroínas del Sur de Chilpancingo que este adefesio, con su Bloomingdale’s reproducido y su galgódromo y su pileta en forma de los USA. Pobre Penny; dejó caer la cabeza y se sintió afrentada por algo que nada tenía que ver con los lugares, sino con ella. Cómo la vio ese muchacho cuando al fin la vio como era. Nadie la había mirado nunca así, sin deseo, sino con asombro disgustado, con repulsión. A ése sí le entraba. A ése no le podía decir: “No soy para ti”. Escuchó a sus padres haciendo el amor y se dio cuenta de que el muchacho ya no estaba allí y que ella no podía imitar a Lucha y Ulises.


9

APENAS SE ENTERARON del abandono de Ángel, los Four Jodiditos acudieron, cada uno por su lado, como aves a su nido, a la cercanía de Ángeles en la casa de Tlalpan: el Huérfano Huerta y el Jipi Toltec, Huevo y la invisible Niña Ba, se encontraron allí con una puerta condenada por sellos de la Procuraduría en cada quicio; ventanas no había, pero a través de las rejas, los amigos pudieron comprobar el abandono.

Abandonados ellos mismos, se detuvieron a media calle, la imagen misma del desconcierto. Entonces Huevo, que era un hombre (para su desgracia, se diría a sí mismo) con memoria, ató cabos y les dijo a los demás que así como Ángel, cuando huyó de casa de los Fagoaga, buscó amparo en la de sus abuelos Rigo y Susy, seguramente Ángeles había hecho lo mismo.

—Vente conmigo, niña, no te quedes atrás, preciosura, vamos en busca de nuestra cuatita Ángeles, dijo nuestro cuate Huevo y acaso es tiempo de que yo reaparezca tras de prolongada ausencia y aproveche la referencia para contarles a Susmercedes que en éste mi sexto mes de gestación empiezan a amontonarse pros y contras para que en octubre próximo yo haga mi aparición repentina aunque aguardada, sumando mi existencia a los treinta millones de citadinos (o dirty million nacos en el calpulli como dice en su jerga el Huérfano) y desde ahora trato de ordenar en dos columnas como de notario, debe y haber, las razones para nacer y las que de plano me desaniman. Pues bien, esta referencia de Huevo a la Niña Ba es acaso, debo admitirlo, la más poderosa razón que hasta ahora tengo para aparecer un día.

Tengo la impresión de que ella me espera, de que me mirará al nacer y se enamorará de mí, y de que yo seré la única persona capaz de verla, aunque no pueda hablarle, no como el mentado Huevo que tiene la ruta abierta para declararle a mi madre: —Ahora te lo puedo decir, Ángeles. Yo te quiero mucho. Antes no podía, tú sabes, porque Ángel era mi mejor amigo. Pero yo te amo desde que te conozco, yo te miraba a ti mientras tocaba el piano en la boite de Acapulco y tú mirabas a tu marido y tu marido miraba a Penny López: yo, tu amigo Huevo, te deseaba a ti desde entonces!

Eso y el hecho de que no quiere establecer diferencias sociales con el Huérfano y el Jipi, que nunca han estado en casa de los abuelos Palomar ni tienen tradición, como mi padre y su amigo, en la ex colonia elegante de Bomberito Juárez; atormentan un poco el alma de Huevo nuestro cuate.

Pero cuando al fin llegan a la casa de la calle de Génova, y les abren, y entran, y encuentran a Ángeles y Su Servilleta (invisible yo) en la cochera donde creció mi padre entre montones de mementos inservibles, qué alegría, qué abrazos, qué lágrimas insólitas de mammy, qué apretujones de manos y besos en los cachetes, qué correr del abuelo don Rigoberto dándoles la bienvenida y de la abuela Susy agitándose en la cocina y prometiendo lo que en seguida les trae a todos, vasitos de rompope y quesadillas de flor, sopes en salsa verde y guazontles salados, ahuautles de temporada batidos en huevo como perlas del río y gusanitos de maguey fritos y crujientes envueltos en tortillitas tibias con guacamole, qué fiesta, qué alegría, la mejor que he conocido, la más calientita, la más cariñosa, la más fraternal, después de tanto jolgorio espantoso en Aka e Igualistlahuaca, y las calles del Defecar: cantaron el abuelo y la abuela unos corridos, y bailó el Jipi una danza extraída de la noche de los siglos, monótona como la noche o la lluvia, y el Huérfano sin memoria tuvo que inventar un sonsonete esperando que se le unieran, como sucedió, el Jipi y Huevo (y la niñita invitada por éste a participar y yo soñando con ella) y Huevo poniéndole una letra al son del Huérfano Huerta,

Viejo a los veinte, la edad no se siente

La mitad tiene menos de diez

A los treinta estiraste los pies

Veinte años de edad!

—Búfala!, dijo el Jipi Toltec.

—Qué padre set!, comentó exhausto Huevo.

—Kul, kulísimo, exultó el Huérfano Huerta.

—Animus! dijo Ángeles.

Luego todos le dijeron a mi madre que contara con ellos, que eran sus cuates, nadie mencionó a Ángel ni le echó nada en cara, qué va, bien complicada que está la laif ésta y nadie va a tirar la simónstone primero, la besaron, empezaron a irse, no querían pero

—Qué vas a hacer?

—I’ll go in a while, to the River Nile…

—Have some fun…

—Where’s fun in Mexicalpán Nanny tú, tú?

—Güeraguás it B-4?

—Don’let yur fílins chouenlai!

—Ainoz…

—Humungus…

—Ózom!

—Serbus!

—In ixtli!

—In yóllotl!

Gigantesco error, fortuna gigantesca, aparición pasajera: descanso, respiro, suspiro.


10

SÓLO HUEVO SE QUEDÓ aquella noche de nuestra reunión junto a mi madre en la cochera de la casa de los abuelos y le dijo sonriendo que su rutina verbal para atraer a las mujeres había sido siempre hablarles de ecología o de los efectos de la televisión sobre los niños; pero sospechaba que esta vez no iba a servirle.

Ella, mi madre, sólo le sonrió como tantas veces en su relación: Huevo el mejor amigo de Ángel mi padre. Eso mismo, dijo él leyendo la situación, o lo que se me ocurre esta noche ahora que estamos solitos, verdad? (y yo, cabrón, qué soy, aire o serpentina?) es que quizás la amistad sea la primera forma verdadera del erotismo, quiero decir que ves el cuerpo de un amigo y lo quieres porque quieres a tu amigo aunque ni se te ocurra un acostón con él, su cuerpo se te vuelve erótico porque no sólo no se te ocurre tener sexo con él, sino que sobre todo no se te ocurre para nada tener un hijo con él, y ves al cuerpo, que sirve para algo más que la reproducción y eso es lo más erótico del mundo: imaginar a un cuerpo, querer a un cuerpo sin que sirva para reproducir a otro cuerpo. Dijo que así quería a mi padre Ángel —bueno, ya lo soltó, el nombre, a ver qué ocurría— y ahora de repente él ya no estaba allí y era como si desapareciera un muro, o un biombo, y dejara ver a Ángeles por primera vez, sin la separación de antes.

Ella estaba reproduciendo, dijo en silencio mi madre (gracias, valedora, porras para ti, jipjipjú!)

Pero él la deseaba para algo más que la reproducción, le dijo él. E insistió: —Ángel es mi amigo y lo será siempre, a pesar de las apariencias. Quiero que entiendas eso.

—Me quieres ahora por lo que él hizo?, dijo mi mamá; nótese que no dijo “lo que él ME hizo” o “NOS hizo”, mejor.

—No, le contestó Huevo, te quiero para estar contigo. No porque te tenga compasión. Eso no. Pero no quiero que estés sola. No quiero que des a luz sola. Y quiero asegurar que el niño gane el Concurso. Y que nadie te lo vaya a quitar —añadió esto último por pura intuición, irracionalmente.

Ella nada más lo miró, se acarició la barriga y le dijo:

—Va a temblar esta noche. Eso lo sé. El Ángel de la Independencia se va a caer desde lo alto de su columna. No sé qué premonición es ésta, Huevo, y si debemos esperar. Soñé anoche con murciélagos, muchos murciélagos llenando el cielo y eso sí lo entendí. Dije que era una premonición del mundo siguiente. Seguí en mi sueño a los murciélagos, chillantes, ciegos, orejones, porque sólo ellos sabían dónde había que comer. Sólo ellos.

Doy un brinco intrauterino del puro sobresalto.

Sorprendido en mi actividad!, que es la de comunicarle pesadillas a la gente! Confieso que desde que comenzó este sexto mes estoy empecinado en pegarle pesadillas a los demás! Tenía que empezar por lo primero: mi madre! Y tuve éxito! Sólo ahorita lo supe! Cómo debo mostrarme? Alegre? Apesadumbrado? Debo comprobar mi poder para convertir esta palabra en realidad? Me llega en oleadas francesas: Cauchemar! Me llega en nocturnas cabalgatas inglesas: Nightmare! Me cae como plomo hispano, cejijunto, barbicerrado, coñodicente y perennemente encabronado: Pesadilla! Qué haré con esta lengua mía sino actualizarla como acabo de hacerlo; madre, sueña con murciélagos: volverán chillando; madre, sueña con un temblor y un Ángel caído: ocurrirá, te lo juro.

Pero ella ya está diciendo, sin importarle que yo acabo de adquirir este poder al enterarme de que lo tengo: —Me siento rodeada de todas las cosas no usadas por prisa, pobreza o indiferencia.

—Todo lo que Ángel dejó aquí?

—No, no sólo eso. Los parques. El pasado. La fealdad de la ciudad, no importa. La verdadera fealdad es el olvido.

—Quizás tengas razón.

—Perdóname, Huevo. Te agradezco, pero no puedo.

—Friends?

—Eso siempre.

—Nada más?

SÍ, PALABRAS, dijo ella, que creía en las palabras y no las gastaba y temía terriblemente estos carnavales verbales en los que la tenemos metidos todititos nosotros, pero con una buena intención, sabes mami?, que es darle en la ídem a todos los lenguajes oficiales, terminados, acabados, a todas las expresiones que pretenden al buen gusto, a toda la imagen verbal clásica, en la madona, digo, a carcajada limpia, a leperada impura, a payasada implacable, para que sepan cuántos que ya no hay nada estable, perenne, ni siquiera el encabronamiento español, todo mutable, mutante, imperfecto, inacabado, madre, óyeme, ninguna prohibición, ninguna norma, la vida al revés, la vida travestida, sin más corona que un papel sobre dorado, déjame nacer riéndome, mamacita, déjame burlarme, déjame vivir mi novela nonata como una vasta parodia sacra, una liturgia escandalosa, una diablería eucarística, un banquete, una jócula pascual, unión de cuerpo y alma, de cabeza y culo, de palabra y mierda, de fantasma y fornicio, mamacita, y que empieza a temblar y yo me echo un clavado delicioso porque aquí la tierra tiembla como sobre agua, oscilante y bamboleo ay ba ay ba ay babilonia que marea! y mi madre se abraza asustadísima a Huevo que dice gracias Dios mío por tus decisiones telúricas y andamos por el siete y medio de la escala de Jaroslav Richter tundiendo el Steinway geológico con el Emperador de Ludwig van y el temblor no para y el águila suelta piquiabierta a su serpiente e intenta sin éxito zafarse de su cadena para emprender un vuelo imposible y el Jipi recibe los restos de la culebra para hacerse un cinturón avec y Julio Iglesias se digna darle un autógrafo al Huérfano sin presión alguna en suite tambaleante de Grasshopper President, Josú, que el mundo se viene abajo otra vez y más vale morir firmando el nombre propio y el coño de Colasa Sánchez se abre incontinente e incontenible ante la mirada atónita de mi padre Ángel que se disponía a mangiare micifuz y en cambio ve unos dientes de tiburón alineando el dulce tesoro de la señorita Colasa hija del inefable Matamoros Moreno mientras cae con estrépito el Ángel dorado sobre el Paseo de la Reforma, desbaratando con sus gigantescas alas de metal los puestos y tendajones de la glorieta de Tíber/Florencia y dejando su cabeza de ojos ciegos y labios sensuales mirando directamente al Castillo de Chapultepec sigilosa aunque represivamente recuperado esa misma tarde por las fuerzas del orden a cargo del coronel Inclán quien ahora invita al señor presidente Jesús María y José Paredes a pasearse por el belvedere del alcázar pensando en lo que siempre piensa, que este país lo que necesita es un dictador vitalicio, que el drama de México es que ha pasado demasiado tiempo sin un tirano tradicional, reconocible, que sume adhesiones y concentre odios y acabe con esta pinche dispersión simbólica y entonces empieza el temblor y desde Chapultepec se ve clarito cómo se desploma el Ángel de la Independencia y el coronel se pregunta si en ello debe ver un signo, casi un mandato: mira a los ojos del presidente ex panista Chuchema que en ese instante asombroso perdió todo sentido de la filiación ideológica y, ante el portento visible, se hincó rápidamente pero el coronel lo obligó a levantarse, jalándolo de las solapas, que no lo vean así, Señor Presidente, que no lo vean así, y el Presidente al coronel: —Ya no quiero el poder! Ya no aguanto la carga! Se los regalo! y el coronel con su barba verde y sus gafas oscuras, bien lángara y bien taimado:

—No, Señor Presidente, gracias, pero don Benito Juárez se daría dos vueltas en su tumba si el ejército vuelve a tomar el poder: no, Señor Presidente. La tradición civilista del ejército mexicano es sagrada.

—Esto es un portento, dijo más sereno el presidente Paredes, que siempre le había tenido terror a los temblores de tierra. Como los avisos a Moctezuma en el año Ce Ácatl. Qué vamos a hacer si hay una revolución?

—No se preocupe, Señor Presidente. Yo me encargo de entregarle su cuota diaria de muertos. Todo está planeado por si ocurre algo. Barrio por barrio, calle por calle, donde los encuentren: su cuota diaria de muertos. Ahí se acaba la revolución.

—Bendito seas Dios!, suspiró don Chuchema.

—Que siempre está del lado de los que tienen la fuerza.

Dejó el coronel que la baba verde le escurriera por la honda comisura labial.

SIN SABER los dos poderosos en turno que allá a lo lejos, invisible para sus ojos, Mamadoc en persona mira directamente a los ojos de oro del Ángel de la Independencia y trata de leer en ellos una advertencia que la estatua caída no se atreve a comunicarle y Capitolina y Farnesia se abrazan llenas de congoja pensando que la muerte les llega, dejaron tanto sin hacer, quién se ocupará del pobre niño por nacer?, van a morir juntas quizás y ello alegra a Capitolina pero Farnesia llora amargamente pensando que todo el mundo vendrá a hurgar en sus cajones y a papalotear sus secretos, pero don Fernando Benítez no se arredra con temblores, y pega con el puño contra la puerta del pendejaus de don Homero Fagoaga, quien no tarda en salir amedrentado y nervioso, huyendo pero envuelto en una toalla y Fernando lo increpa, has faltado a tu palabra, gordo maricón, ni has defendido a la democracia ni has protegido a tus sobrinos, falto de honor! falto de palabra! pues ahora saldrás conmigo, miserable mondongo, a combatir a los que se enriquecen con el trabajo de los demás, vendrás, lapa inmunda, a caminar conmigo por las rutas de México, despojándote de tus sobrados kilos y dispuesto conmigo a dar la vida porque en Tepatepec Hidalgo se respete la organización de los campesinos y en Pichátaro Michoacán se respete la elección municipal!

A pura injuria y conminación asedia Fernando a Homero apartamento adentro, infeliz bodoque, chupasangre, resaca de las antesalas, náufrago del FUL, con un buen condón el mundo se hubiera salvado de tu lamentable presencia, asediado el gordo y encuerado Homero ahora sin Tomasito que lo defienda aunque el licenciado grite, Tomasito! Au secours!, y el implacable don Fernando Benítez, les darás a tus conciudadanos la confianza que nadie ha querido darles y verás que desde abajo, craso y graso pariente, si los dejamos los mexicanos practicarán la democracia sin pistoleros, sin crímenes, sin mordidas, sin órdenes y acarreos, arrinconado don Homero Fagoaga gritándole de vuelta a Benítez cómo no, pueblo de holgazanes, pueblo de irresponsables, ya verán si los dejas solos lo que hacen, lo que te hacen, lo que nos hacen, igual que en la carretera de Malinaltzin!, a palos nos agarran porque somos la minoría ilustrada que para bien o para mal ha hecho este pobre país a pesar de su masa de pulguientos pasivos pendejos atontados por el incesto el licor los genes la raza sin remedio la raza maldita la ra/ arrinconado don Homero que entró a esta historia volando por los aires en un paracaídas y ahora sale de ella dando un traspiés contra su balcón sobre la Mel O’Field Road y sobre el terreno baldío por donde un día lejano persiguió, con conflictivas intenciones, al Huérfano Huerta (peras, limones y higos!) y ahora con el amenazante tío Fer Ben (Fer-de-lance!) frente a él, exigiéndole todos estos horrores, cae desnudo el licenciado y académico desde un décimo primer piso de bamboleante edificio hacia temblorosa tierra, agarrado de su inmensa toalla Cannon importada faltaba más! y da siete volteretas en el aire su cuerpo desnudo como el mío en la panza de Mamma Mia porque el temblor no cesa y al cabo ella está abrazada de Huevo el mejor amigo de mi padre, nuestro cuate Huevo y a éste le entra un ataque de risa incontrolable, abrazado al fin a mi madre Ángeles llena de mí y yo, Elector y Amigo mío, dispuesto ahora sí a apoderarme de este texto, si no del mundo sí de la novela, en medio del estrépito de un Ángel que cae dorado y Huevo que le dice a mi madre: —Mira. Tu halo estaba apagado. Ahora ha vuelto a iluminarse y yo Cristóbal yo sin más armas que mi batalla pertinaz contra lo desconocido, mi irreverente mezcla de lenguajes y mi decisión de ponerlos a todos en juego, conflicto y causa: me digo cuando la tierra mexicana tiembla y el Ángel de la Independencia cae y los murciélagos vuelan buscando la comida que queda, que la Historia es más rápida que la Ficción (aquí, en México, en el Nuevo Mundo!) y que es tiempo de pasar, sin más, al mes de agosto y lo que en él nos aguarda, empujar hacia adelante, hacia el desenlace, hacia mi Na-Ta-Li-Dad! mi Mother-Ni-Dad!

PERO EL SUEÑO, QUE ES LA MEMORIA LIBERADA DE LA ACCIÓN, SE INTERPONE entre la realidad y mi deseo, y éste es el sueño de los abuelos la noche del terremoto y la caída del Ángel y la visita de los Four Jodiditos a la cochera donde mi madre y yo nos refugiamos y el sueño es éste:


11. PATRIA, SÉ SIEMPRE FIEL A TI MISMA

AYAYAY despertó gritando el abuelo Rigoberto Palomar: una pesadilla. No es nada, lo consoló la abuela Susana Rentería, recostada a su lado; estabas soñando. Un levantamiento?, dijo asombrado don Rigoberto. No, puras bolas, se rió la señora. Ay muchachita inocente, le dijo el general Palomar mi bisabuelo a su esposa mi bisabuela de sesenta y cinco años, nada más porque él tiene noventa y uno y te acuerdas Susy?

—No me digas que soñaste conmigo, Rigo.

Sonrió la señora, pausando, y le acarició el bigote sedosamente blanco a su marido.

—Porque recuerda que dijiste que era una pesadilla.

Él se le fue encima a besos, en el pelo, en los cachetes, en la boca, hasta que la manga de su piyama a rayas cafés y amarillas se le descosió en el hombro y los dos se rieron. Ella le pidió que se quitara la camisa del piyama y se sentó a cosérsela al filo de la cama, balanceando en el aire, como en un columpio, sus piernas demasiado cortas para pisar tierra, sus pies ideales.

Don Rigoberto, bien flaco el viejo, se abrazó a sí mismo sentado al filo del lecho. Ella suspiró: —Cuéntame lo que soñaste, Rigo.

Pues tú verás, niña inocente. Yo tendría unos veinte años y andaba en la guardia del señor Juárez por el norte de la república, perseguidos por los franceses y los traidores mexicanos que los auxiliaban. Dos años de viaje, Su, tú figúrate lo que era eso entonces, en calesas desvencijadas y carretas tiradas por bueyes, cargando con los archivos de la nación a cuestas y el señor presidente Juárez con uno como escritorio portátil en su carroza negra, donde escribía y firmaba.

Imagínate, muchachita pura, de Mapimí a Nazas a San Pedro del Gallo a La Zarca a Cerro Gordo a Chihuahua y de allí por el desierto al mero Norte. Cada vez menos soldados, menos agua, menos comida. Él aguantaba todo, porque según nos dijo cuando empezamos el viaje: “Esta oportunidad no se volverá a presentar en nuestra historia”, y cuando nos cansábamos, Susana, o nos preguntábamos qué chirriones andábamos haciendo aquí empujando carretas cargadas de papeles viejos por lodazales y peñascos, recordábamos sus palabras y las entendíamos rete bien. La oportunidad que teníamos era la de salvar a México de una invasión extranjera y un Imperio impuesto por las armas.

La oportunidad de defender la legalidad que por el momento se reducía a unos archivos viejos y un escritorio sobre ruedas.

Creo que nunca fue nuestro país más pobre y más querido por los mexicanos que entonces. Tú has visto, escuinclita del alma, cómo se hace feo este país con la riqueza y la arrogancia? Pues lo hubieras visto bonito, en mi sueño.

Yo qué iba a decir entonces, muñequita? Nada: lancero con cara de palo, a caballo, protegiendo al Señor Presidente que decidió un día poner a circular la riqueza de la Iglesia, hacer respetar la ley de los hombres para que se respetara mejor la ley de Dios, y quitarles sus fueros al ejército y a la aristocracia y vámonos, que le cae encima la de Dios es Cristo con todas las furias del cielo y del infierno también. Derrotó a los conservadores; pero los conservadores le heredaron una deuda externa de 15 millones de pesos, que era el precio de unos bonos comprados por negociantes franceses a cambio de una libra de carne mexicana. Los bonos no tenían valor real. La deuda reclamada por Francia sí. Juárez decretó la suspensión de pagos. Napoleón III le contestó con una invasión y un Imperio. Lo miraba nomás a don Ben, tan serio, tan digno, tan, cómo te diré? Susanita, tan seguro de su papel en la historia. Como no dudaba un minuto que a pesar de todos los pesares México acabaría siendo un país independiente y democrático, por eso tampoco dudaba que a él le correspondía que así fuera, ni más ni menos. Yo tenía ganas de preguntarle, oiga don Benito, y si usted falta, este país se hunde, ya no lucha, o qué? No sé qué me hubiera contestado. Muchos decían saberlo: se creía indispensable. Y como era heroico, pobre, y legalista, ni quién se lo disputara. Algo más también: era esposo y padre perfecto. Protegía a su familia; la mandó a Estados Unidos para que estuvieran seguros; les escribía puntual y amorosamente a su mujer y a sus hijos. Perdóname, Susy, pero me empezó a enervar: lo veía sentado como un ídolo dentro de su carroza, imperturbable, vestido de negro todo él, capa negra, levita y pantalón, chistera, un ídolo zapoteca vestido de qué?

De tanto mirarlo, acabé por decirme, óyeme bien adorada mía, que ese hombre estaba disfrazado de algo que amaba y temía al mismo tiempo. Por qué era tan singular? A veces lo dejaba escapar en su conversación; había sido niño indio, pastor de ovejas en Oaxaca, iletrado y sin la castilla, hasta los doce años; entre los doce y veintidós años, imagínate paloma mía, ese niño agrario, heredero desposeído de una cultura espectral, tan antigua cuanto muerta, Susana, ese niño perdido en la luz de una simplicidad mágica, aprende a ver su pasado como una noche irracional, lo imaginas muchachita?, un horror del cual hay que salvar a los mexicanos: en diez años aprende a hablar español, aprende a leer y escribir, se convierte en un abogado liberal, admirador de las revoluciones europeas, de la democracia norteamericana, de la burguesía legalista de Francia, se casa con burguesa blanca, se viste de profesionista occidental, y cuando así se encuentra armado, con todas las letras y leyes de la civilización occidental, zás mi Susy, que ese mismo mundo que él tanto admira se le vuelve en contra, le niega el derecho de modernizar a México, le niega a México la independencia y lloré por Benito Juárez, palabra angelita, cuando entendí esto: este hombre estaba triste, dividido, enmascarado por su gran contradicción que iba a ser de allí en adelante la nuestra, la de todos los mexicanos: sentirnos incómodos con nuestro pasado, pero mucho más con nuestro presente. Estar de pleito permanente con nuestra modernidad que dizque iba a hacernos felices de un rayo y sólo nos trajo desgracias. Cómo miraba con tristeza el señor Juárez esos desiertos que dejaba atrás rápidamente, que ni ese huizache era suyo, ni esas yucas.

Y yo que quería decirle, déjese ir, don Ben, no se contenga tanto, yo su lancero más amolado se lo digo porque lo quiero bien y me la paso mirándolo a través de la ventanita de su carruaje, lo miro a usted al ritmo bronco y famélico de mi caballo y usted al ritmo quebrado y violento de su carricoche; la tinta se le riega, Señor Presidente, los papeles se le manchan, el sombrero de copa se le va de lado, pero usted impasible, como si estuviera presidiendo un juzgado en Poitiers cuando está aquí nomás, con nosotros, rodeado de mezquite y pluma de apache; mire nomás para afuera, mire nomás lo que es Durango, lo que es Coahuila… ay nanita.

La primera vez que lo vi quebrarse tantito fue cuando el sentido común le dijo, oiga, ya no puede usted seguir cargando los archivos de la República desde la presidencia de Guadalupe Victoria hasta la fecha como si fuera un paquetito de cartas de amor: son toneladas de papel, don Benito, por más que crea usted que la realidad la crea el papel, como todos los santos leguleyos de nuestra santa tradición jurídica romana, hay un límite: los papeles nos van a ahogar, vamos a perder la guerra de los papeles como perdimos en el 38 la guerra de los pasteles contra estos mismos gabachos? Palabra que se le quebró un poco la máscara cuando se resignó a dejar los archivos escondidos en una cueva en la Sierra del Tabaco, allá en Coahuila. Se despidió de esos papeles como de sus propios hijos: como si hubiera enterrado cada una de esas hojas que para él tenían alma.

Nunca cerraba su puerta. Era un principio suyo: la puerta siempre abierta para que entrara el que lo quisiera ver. También para que vieran siempre que no tenía nada que esconder.

Él era cristalino. A veces se daba el lujo hasta de sentarse a escribir de espaldas a la puerta de los jacales, las viejas misiones derruidas, las casas de amigos en este camino que todos creíamos era el del destierro —él que no, era sólo el del desierto, que no es lo mismo. El punto es que para un lancero encargado de protegerlo, él me hacía la vida muy difícil con sus conscientes valentías de prócer destinado al mármol.

Una vez en el mero desierto de Chihuahua se cansó de escribir toda la noche y me miró vigilando la puerta abierta que daba sobre el desierto, medio dormido yo porque iba a amanecer, pero apoyado sobre mi lanza bien clavada en esa tierra dura. Sonrió y dijo que las matas grises que nos rodeaban eran más sabias que los hombres. Que mirara yo este amanecer toda la loma punteada de matas espaciadas perfectamente, con una simetría casi legal, como la de un buen código civil, dijo. Sabía yo por qué era así? Yo que no. Y él que las matas guardaban su distancia porque sus raíces son muy venenosas. Matarían a cualquier planta que creciera a su lado. Hay que mantener las distancias para respetarnos y sobrevivir. Ésa es la condición de la paz, dijo, y caminó de prisa a sentarse otra vez, a escribir algo rápido y corto y seguramente lapidario.

No, le hubiera querido decir, no es que quiera verlo a usted yendo al baño, limpiándose, o expulsando un gas, don Benito, o sacándose un moco, Señor Presidente, eso no, pero algo que no hiera su dignidad o la mía, eso sí, quisiera verlo lavarse los dientes, señor Juárez, o dándole grasa a sus botines, porque no me diga que no lo hace usted, aquí andamos rodando entre el palo verde y las biznagas y usted sin ayuda de cámara como Maximiliano pero con los zapatos más lustrosos siempre que un archiduque austriaco: Cómo le hace? Perdería algo su dignidad si se deja ver lustrando sus zapatos, señor?

Celebramos el Día de la Raza, el 12 de octubre de 1864, en la ciudad de Chihuahua y el presidente Juárez se la pasó leyendo periódicos retrasados en inglés que habían llegado de Nueva Orléans, quién sabe cómo, pero él tenía recuerdos de ese puerto de la Louisiana adonde fue exiliado por el dictador Santa Anna y se ganó la vida enrollando puros en una fábrica de tabaco (ay, y ahora sus amados papeles estaban enrollados también en la Sierra del Tabaco, pensó con alguna ironía) y aprendió inglés, como ahora lo hacían sus hijos en sus escuelas de Nueva York.

Leyó una noticia que le llamó la atención: un gringo llamado E. L. Drake había descubierto una nueva materia excavando pozos de veinte metros en el oeste de Pennsylvania. Según la noticia, la materia fue extraída por los pozos desde hondos yacimientos de rocas sedimentarias. Esta materia es líquida o gaseosa, leyó el señor Juárez, pero en cualquier forma puede sustituir con ventaja, según Mister Drake, al aceite de ballena cada vez más escaso para proporcionar iluminación brillante y barata a las ciudades modernas. El señor Juárez meneó la cabeza oscura, pensando quizás en los cabitos de vela que en las rancherías del Norte le servían para escribir de noche.

Comentó la novedad con otros huéspedes del señor Creel en Chihuahua y un ingeniero dijo que lo de la luz era importante, claro, pero más la aplicación de ese famoso petróleo, como lo habían bautizado, a la locomoción, a las máquinas de vapor, a los trenes, a las fábricas. Vi en ese instante el pasaje de un ensueño por la mirada casi siempre impenetrable de Benito Juárez, Susanita, como si se imaginara viajando velozmente por la desolación de la República, liberado de los accidentes del terreno y el clima, tan hoscos ambos, mi muchacha, tan enojadotes con el hombre.

Sacudió la cabeza; exilió el sueño. Si lo importante, precisamente, era recobrar la república palmo a palmo, lentamente, en el amor y la pobreza, quizás don Benito Juárez, chula, hasta llegó a imaginarse, quién quita?, volando en aeroplano de México a El Paso, Texas, con escala técnica en Chihuahua; pero entonces hubiera perdido el país: se trataba de demostrar que el país era nuestro, que aquí estábamos y que como el ocotillo, teníamos raíces hondas y espinas por todas las ramas: a ver quién nos arrancaba de aquí; a ver quién se venía a vivir con nosotros en esta penuria, no en esta fiesta. Ésa era la oportunidad irrepetible como él la miraba: “Esta oportunidad no se volverá a presentar en nuestra historia.” No el petróleo, Susanita, sino la dignidad. Te imaginas a don Benito Juárez aprovechando la lana del auge petrolero de los setentas para irse en un jet Grumman a París de francachela, Susy, con escala técnica en Las Vegas para echarse, qué sé yo, un pokarito en el Hotel Sands? Vaya, vaya.

Pero regresemos a mi sueño. Mi sueño que se llenó de muerte. Vas a ver. Primero se enteró de que su hijo predilecto, el niño Pepe, estaba enfermo. Toda la intuición, todo el atavismo, diría que toda la fatalidad, le salieron entonces a este zapoteca disfrazado de abogado francés. El fatalismo indio le dijo, Susy inocente, que Pepito ya estaba muerto y que no se lo decían para no hacerlo sufrir, para respetar a la estatua, cómo dices? Tú lo hubieras visto entonces en Chihuahua, chiquilla, temiendo por su chiquilín, su hijo que dijo era su “encanto, mi orgullo y mi esperanza”. Se desmoronó; dijo que perdió la cabeza y llenó de borrones sus cartas. Luego se repuso; pero yo lo vi como una víctima de lo que él creía haber dejado atrás para siempre: el sentimiento fatal del indio. Su voluntad se impuso. Volvió a ser el de siempre. No le escribían de su casa. Cosas del correo; accidentes del tiempo, tan accidentado.

Cuando su premonición se cumplió, Susana mía, sólo anduvo repitiendo como fantasma, paseándose por los corredores de la casona de Creel en Chihuahua:

—Murió mi adorado hijo… murió mi adorado hijo… Ya no tiene remedio!

Yo sentí que la muerte de Pepe precipitó un desastre tras otro; poco tiempo después, el señor Juárez recibió allí mismo la noticia de la muerte del presidente Abraham Lincoln y luego, en julio, los franceses lanzaron una ofensiva general contra la resistencia republicana en el Norte y en agosto tuvimos que salir de Chihuahua hasta la frontera —pero no más allá de ella, capturados en México, arrinconados en México, pero nunca fuera de México, dijo, nunca un exiliado al que pudieran echarle en cara el abandono del país:

—Señor don Luis (le oí decirle a su amigo el gobernador Creel, quien lo instaba a salvarse cruzando la frontera), usted conoce mejor que nadie el estado. Señáleme el cerro más inaccesible, más alto, más árido, y allí me subiré y allí me moriré de hambre y de sed, envuelto en la bandera de la república, pero sin salir de la república.

Salimos dando de tumbos otra vez, en las calesas, con las carretas, por la huizachiza y la bisnagoa, mi Susanita, allí donde no hay de piña, mi señor, sólo de horchata… Qué te cuento, pues. Que una noche en una ranchería del desierto de Chihuahua, de guardia yo, apostado contra un muro de adobes derruidos, él cerró la puerta. Se va a dormir temprano hoy, me dije. Pero al rato lo oí llorar. No me atreví a interrumpirlo; pero anduve activo al día siguiente y cuando me tocó apostarme con mi lanza medio doblada, Susy, me dije, si no llora otra vez, ahí la dejamos. Pues como dijo le dijo Tallarines a Napoleón, ni yo que soy la portera me asomo tanto al zaguán; y ahí muere el asunto. Pero si el viejo llora otra vez…

—Le ocurre algo, señor Presidente?

—No, Rigo. No es nada.

—Perdone entonces, señor Presidente.

—Sí, Rigo?

—Usted sabe que yo no me meto en lo que no me llaman…

—Sí.

—Pero, no me abre usted tantito?

No era un santo, no tenía por qué serlo, le bastaba con ser un héroe, y héroes hay muchos que ni conocemos ni nadie les dedicó una calle y menos una estatua: pero un santo, para qué? Me habló esa noche de sus amores, de sus hijos fuera de la familia, de Tereso que era feo y valiente y andaba luchando igual que su padre, en la resistencia contra el invasor; y de la pobre, dolorosa Susana —como tú, mi amor, ya ves, el mismo nombre, lo sabías?— su hija inválida en Oaxaca, virgen condenada, narcotizada para aliviar su dolor, y el mío por mi hija grande, qué?, lejana, dolorosa, extraña hija capturada dentro de un sueño artificial: Susana…

Le dije a la rancherita que entrara, no fuera modosa, esto era bueno, ella lo sabía, el señor Juárez también; que la mirara como la miré yo Rigoberto Palomar del segundo cuerpo de lanceros de la república, ni más ni menos; pues todos andábamos en campaña y no por eso se acabó la vida; que la mirara con sus cachetes de manzana y sus ojos de capulín, sus trenzas hasta la cintura y el talle de alfarería nueva; tiene un nombre, es Dulces Nombres, así se llama, le cruje el almidón de la blusa, viene descalza para no hacer ruido, un día va a morir porque sus manos ya anuncian el luto, la quise para mí, señor Juárez, pero se la entrego a usted, a usted le hace falta, a nosotros nos hace falta que a usted le haga falta esta moza púdica y cachonda a la vez, a usted le hace falta una noche de amor ilícito, don Benito, sabroso, tierno, dulce como una panochita de canela y fuerte como un temblor tan cercano a la vida de donde sale, que a usted quizás hasta le parezca ya, en la inmediatez de su entrega, una respuesta de la muerte: éntrele, señor Juárez, cójase a la rancherita, sáquese la tristeza, gane la guerra, recupere el país, quiera a esta muchacha como quiso a su hijo muerto, como quiere a su hija inválida: esto es tan digno como cerrar la puerta para ir al baño o abrirla para recibir a los amigos: no se me convierta en estatua, señor Juárez, todavía no se nos muere usted.

—Cerré la puerta detrás de ellos, Susana, y corrí el riesgo de que me castigaran, pero abandoné mi puesto. Ves, chiquilina inocente, yo no quería oír nada. Esta noche era suya; él se la merecía como nadie. Rogué que fuera feliz, pero no quise robarle ni el pensamiento de su gusto. Por eso me puse a pensar en cosas tristes e imposibles, Susanita. Pon tú que el señor Juárez gane. Va a estar más pobre que nunca la república. Cómo va a pagar las deudas acumuladas por los conservadores, el Imperio, la guerra? Cómo va a reconstruir al país? Ay, me dije cerrando los ojos en la noche del desierto frío que es como una recámara en el fondo del mar: si el señor Juárez tuviera ese invento del gringo Drake en Pennsylvania para iluminar como un ascua todas las ciudades del mundo! Ay, si en vez de deberle quince millones de pesos a los franceses don Benito Juárez hubiese recibido todos los años quince mil millones de dólares por exportar fósiles líquidos! Por eso grité, Susana. Tuve esa horrenda pesadilla.

—No te preocupes, Rigoberto. Tu sueño va a terminar bien.


12

CUANDO LA TIERRA SE APACIGUÓ Ángeles mi madre quiso apaciguarse con ella y hablar razonablemente. Nuestro cuate Huevo se paseó por la vieja cochera de mi padre tocando la guitarra y ella dijo que cuando una mujer se queda sola crea un vacío y cualquier cosa puede ser jalada a llenarlo; ella no quería que Huevo fuese un relleno y era mejor que antes la oyera y la comprendiera. Cuando lo conocí —nos dijo— le dije no dormí toda la noche, de pura felicidad, al conocerte. Y era cierto: Ángel me dio la felicidad de crearme. No me encontró: me inventó, me hizo suya inventándome. No dormí de pura felicidad porque Ángel me conoció exactamente como yo me conocí y cuando yo me conocí; ni antes ni después. Yo no recuerdo nada antes de él. No sé quién soy yo, de dónde vengo, nada.

“Déjame confesarte algo. Lo vi joven y rebelde. Entonces rápido me apropié de todo lo que creí que le gustaría a él, feminismo, izquierdismo, ecología, Freud y Marx, exámenes a título, la ópera completa, el rollo entero, lo que encontré a la mano, como en una guardarropía ajena. Imagínate mi sorpresa cuando me resultó con que era rebelde conservador! Ni modo; yo ya no podía cambiar mis símbolos sólo para darle gusto, Huevito.

”Decidí que mejor era que nos complementáramos y callarme la boca para gozar los actos del amor sin comprender demasiado bien los actos de la ideología. Acto tras acto, Huevo, relajo tras relajo y al mismo tiempo, corriendo parejo con todo esto, mi pregunta, qué significado tiene todo lo que estamos haciendo? Servirá para que él vea en mí todo lo contrario de él, pero vea al mismo tiempo todo lo que lo completa y hasta comparta conmigo la esperanza de que nos igualemos siendo diferentes (el ideal?); en qué momento pasará Ángel del relajo a la desesperación, sin haber ganado nada en medio?, tenemos todos miedo de volvernos locos o de volvernos razonables?, quién pierde, quién gana realmente en todo esto?, y quién dejará primero al otro cuando los dos nos demos cuenta de que nadie puede vivir solamente en la rebelión sin acabar desesperado, hace falta algo más, te lo juro, te lo juro, cuate, algo más y te juro que yo quise encontrarlo, muy racionalmente, yo quise creer en Ángel, seriamente, en su ideología, sólo porque realmente quiero creer que lo bueno de este mundo debe repetirse un día, no quedar atrás, no ser superado a fuerzas por el progreso. Piensa mientras tocas tu guitarra: Puede el progreso matar a tu canción, porque es tu canción, cada vez que la “tocas”, Huevo, un evento, una y otra vez, con penicilina o sin ella, con televisión o sin ella, lo que tú tocas sigue siendo un evento, pero las infecciones ya no y la imagen recibida en casa ya sí? El arte es un evento continuo, o una continuidad que acontece: hubiera querido comunicarle esto a Ángel para salvarlo de su either/or, sabes, locura o razón, estancamiento o progreso, su mundo de opciones dramáticas que tanto le gusta y tanto daño le hace. Acepté su hijo para darle realidad a esta idea, la idea de una continuidad del acontecimiento entre el relajo y la desesperación que van a devorar a mi pobre Ángel si no me entiende. Aunque sea a solas, sin mí, pero que me entienda.”

—Eres lovable. (Huevo dejó de rasguear.) Creo que eres capaz de sobrevivir con un poco de humor y de inteligencia a todos los desastres de la vida mexicana. Por eso te amo. Eres de plano lovable.

—Animus intelligence!, exclamó ella pero se dio cuenta de que éste era un acto reflejo. Mejor, Ángeles miró a nuestro amigo con una interrogación y la cabeza ladeada. Le dijo que él también había sobrevivido.

—El único genio de este país es el de la supervivencia. Todo lo demás le falla. Pero sobrevive.

Y él?

Le tomó la mano a mi madre y recordó que una vez, cuando murieron sus padres, no tuvo amigos ni dinero y cómo el descuido, la flojera y la ignorancia se posesionaron de él por un rato. Se dio cuenta y se alarmó terriblemente, porque se vio como si viera que eso le ocurría a otro. Entonces escribió su primer jit, TAKE CONTROL.

Y ella?

Tenía miedo. Tenía miedo de que las cosas pasaran sin que nos diéramos cuenta y que sólo cuando fuera demasiado tarde nos daríamos cuenta de que ya había pasado lo que fue lo más importante de la vida. También soñó que una enredadera le brotaba de la vagina.

—Hay días en que todo nos sale mal. Las opciones, los movimientos, no ser lo que se ve, no ver lo que es, creer que sé, saber que creo, todo es un error. Llevo treinta días así. Ayúdame, Huevito, por favor, ayúdame cuatecito. Palabra que te lo voy a agradecer rete harto.

Ayúdame a recuperar mi aureola, cuatito. No ves que se me apagó?

Así empezaron los agostos: el paso hacia el octavo mes de mi gestación.


13

RECORDARÁ EL AMABLE ELECTOR que en el mes de marzo Ángel y Ángeles vieron a la cantante chilena de boleros Concha Toro aparecer en uno de los Concursos Nacionales por Televisión, presumiendo de ser la última modelo de Playboy y que en junio Huevo fue a entrevistarse con ella en el Simon Bully Bar para pedirle el servicio de TEATRO A DOMICILIO que con tan desastrosos resultados se presentó en los quinceaños de Penny López. Recordará asimismo que Ángel se excusó de ese encargo porque Concha lo había desvirgado allá por los midochentas y a instancias solemnes del abuelo Rigoberto Palomar, general revolucionario a los quince e incapaz de soportar en su casa un nietecito virginal en edad comparable.

Como los Four Jodiditos no querían personalismos en sus proyectos apocalípticos (perennemente frustrados, ya se dieron bien cuenta sus mercedes ídem), Huevo fue a ver a la santa señora, pero la apariencia de Concha Toro, su fama, su historial, lo impresionaron tanto, que se precipitó diciendo que lo mandaba Ángel Palomar y Fagoaga y si ella lo recordaba?

—Pero cómo no me voy a acordar de él, cabro má bien dotao, pué, si al tirito reconocí el nombre, pasa nomá mijito, perdona el chiquero pero anoche hubo un desmoñe entre pacos que por poquito vamo tóo a dar a la capacha. Pero hay vino litreao, y palta, y damasco, y manjar blanco en la mesita. Toma nomá, pué, que nunca se diga que Concha Toro es una amarrete y má cuando ve a un pobre cabro angurriento como tú, pero hambriento de qué, me pregunto?

Dijo esto con su famosa caída de ojos que había trastornado a varias aunque recientes generaciones de viejos en el sótano de terciopelo del Simon Bully Bar, entrar al cual, por un largo túnel suave y rojo, era ya como penetrar una honda vagina aterciopelada: concebiblemente, la de la propia Concha.

La miró Huevo: ya no era la que fue y si nunca maravilla fue, atrayendo más por su coqueta sabiduría chilena, que por su belleza, ahora tampoco sombra era, sino una extraña superimposición en que cada etapa de su vida coexistía, en una especie de simultaneidad transparente, con todas las demás: Concha Toro! Né María Inez Aldunate Larraín y Cruchaga Errázuriz en Chillán, Chile la noche misma del gran terremoto del año 39 que acabó con la ciudad y aventó media costa, de Concepción a Puerto Montt, al mar para siempre. Creció a la sombra de los murales de Siqueiros en la Escuela México construida después del temblor: los poderosos puñetazos blanquinegros de los héroes indígenas Cuauhtémoc y Galvarino impresionaron su tierna mente aristocrática y si en la escuela veía revolución y melodrama, en el fundo paterno veía reacción y drama: la agricultura sureña era el último refugio de una familia que prosperó tempranamente al amparo de la exportación del salitre y cubrió su siglo XIX de grandes mansiones santiaguinas y chalets de playa en Viña y Zapallar, viajes a Europa y alegre dispendio comercial. La burbuja estalló en 1918 con la invención germana del nitrato sintético y la familia salvó un fundo del desplome general y en él se refugió a hacerles a los campesinos lo que antes le hacía al salitre: explotarlos, pero ahora sin poder exportarlos. Cómo se rió María Inez cuando el inefable presidente Wrinkle Wrecker pidió que los EE.UU. exportaran a los granjeros y se quedaran con las cosechas! Eso les hubiera gustado hacer a los Aldunate Larraín y Cruchaga Errázuriz, pero quién iba a querer comprarles a todos esos rotos pilientos con cascarrias en el ombligo, curaos el día entero, huitreaos hasta los ojos, lauchas humanas, trillentos y con las gùevas como platillos! Pucha la payasá!

María Inez resolvió sus conflictos entregándose a un huaso bien dotao —tanto como mi padre Ángel Palomar, supongo— aunque con el improbable nombre de Alejandro Pope, a los catorce años y en seguida cruzando los Andes por Puente del Inca a Mendoza y de allí a Buenos Aires, donde la inteligentísima chilena se dio cuenta rápido del terreno que pisaba, se cambió el nombre a Dolly Lama y ganó un concurso de cantante de tangos con la orquesta de Aníbal Troilo “Pichuco”, leyó Otras inquisiciones, se disfrazó de Miriam Hopkins en Dr. Jekyll and Mr. Hyde perfumada y rubia y platino, y pudo así seducir una noche en el pabellón de Armemonville a Jorge Borges, el guardián ciego del clavo oloroso que una joven patagona se robó del barco circunnavegante de Magallanes en 1521 y escondió en seguida en lo que los caballeros porteños elegantes llamaban “la leure de sa nature”: María Inez, alias Dolly obtuvo el famoso clavo oloroso de Magallanes a cambio de un acostón sensacional con Borges y, armada de Ilustre Clavo e Ilustre Ciego, fue proclamada Sacerdotisa del Ultraísmo Sexual en una ceremonia en la Librería El Ateneo y en seguida acompañó al escritor a Memphis, Tennessee, donde el autor de La historia universal de la infamia pidió al poeta Ossing (descendiente probable de Ossian) ser introducido hasta los tobillos en las aguas del Mississippi y luego beber el agua del río de Mark Twain. Dolly sintió que había cumplido sus deberes para con la literatura latinoamericana cuando venció la estupefacción de los menfitas que veían atónitos pasar un río de desperdicios industriales y basuras húmedas, ofreciéndole al viejo Jorge un vaso de Coca Cola que el Ilustre Ciego bebió lentamente, interjectando de tarde en tarde:

—Ambrosía, ambrosía!

Con clavo pero sin poeta Dolly Lama emigró a Hollywood, fue admitida en la orquesta catalanocubana de Xavier Cugat, e inició una exitosa carrera de backupsinger o cantante de respaldo que la llevó a cantar bubuppidup detrás de Dionne Warwick en Las Vegas a gemir narcótica y orgásmicamente ohohohuhm-huhm detrás de Diana Ross en Atlantic City a agitarse espasmódica y masculinamente aunque entrada ya en kilos y años más para establecer un contraste a la androginia triunfante, detrás de Boy George y el Culture Club en el Radio City Music Hall y el Madison Square Garden: a los cuarenta y cinco años, decidió que había cerrado un círculo viajando de Old George a Boy George aunque sin salir nunca de los Clubes Culturales y con más metamorfosis que un kafkakamaleón y temerosa de que círculo cerrado fuese círculo vicioso, viajó a México, invirtió sus ganancias en el bar de la esquina de Bully Bar y Car Answer, se cambió el nombre a Concha Toro y encontró al cabo su genio propio, su destino, la síntesis de su vida, en el bolero resurrecto, el bolero despreciado por la modernidad mexicana, la juventud del postpunk rockaztec de los earlynoventas, conservado como objeto de museo, Tezozómoc musical entre algodones y polillas, por Saldaña y Monsiváis: llegó ella, en una de esas coyunturas inesperadas, geniales, sin sospecha, purificadoras, y le devolvió al bolero lo que Homero Fagoaga no podía restituirle a la lengua: brillo, fama, emoción, esplendores incalculables: la clase media empobrecida y abandonada, sus hombres nostálgicos, sus mujeres ansiosas de una certeza, llenaron noche a noche el anfictiónico Simon Bully Bar a escuchar los boleros de Concha Toro, porque el bolero es música que se escucha, tomados de la mano, repasando el vocabulario y los sentimientos de nuestra íntima cursilería latinoamericana, levadura de nuestro optimismo melodramático (escucha mi padre el bolero “Vereda tropical”:

Con ella fui noche tras noche hasta el mar,

Para besar su boca fresca de amar;

Y me juró, quererme más y más,

Y no olvidar jamás,

Aquellas noches junto al mar

disfrazado de Quevedo en el cabaret de Concha Toro solo, disfrazado, suspendido entre los vértices (los vórtices) de mi madre embarazada, Penny desmitificada y Colasa resignada, mi padre escucha boleros una cierta noche del año del Quincentenario del Descubrimiento de América: y redescubre el Nuevo Mundo del bolero, la utopía degradada pero jamás renunciada, regada por agua que cae del cielo: la utopía de las islas, de Eldorado, de la monarquía indiana, mira mi padre alrededor suyo, escucha a Concha (quien no lo reconoce) cantar y a los rucos arruinados de la otrora próspera clasemedia embelesados, todos juntos rescatando el Paraíso —la vereda tropical— mediante las operaciones del corazón: tal es el proyecto imposible del bolero: lenguaje culterano de los modernistas adaptado a las necesidades sentimentales de la alcoba, la playa y el burdel

Era un cautivo beso enamorado

de una mano de nieve que tenía

la apariencia de un lirio desmayado

y el palpitar de un ave en agonía

Yo fui la encantadora mariposa

Que vino a los jardines de tu vida

Yo fui la princesita candorosa

Que iluminó tu senda oscurecida

LUIS G. URBINA

“Metamorfosis” (Poema)

AGUSTÍN LARA

“Cautiva” (Bolero)

recita mi padre, y define:

canta Concha Toro, y evoca:

—El melodrama es la comedia

sin humor.

—Yo no sé si tenga amor

la eternidad, pero allá tal como

aquí, en la boca llevarás

sabor a mí.

Mi padre mirando a Concha Toro susurrar bajo luces suaves, irradiadas (ellas mismas pálpito de ave en agonía, encantadoras mariposas, antorchas apagadas por el destino, besos encendidos), las inmortales palabras, Hipócrita, sencillamente hipócrita, perversa, te burlaste de mí.

ALGO QUE ENTONCES no era posible prever se inició cuando los asilos de ancianos empezaron a vaciarse para ir a oír a Concha cantar boleros; la revista TIME la sacó en su portada: The Darling of the Assylums, y noche a noche toda la población senil del Mundet y el de Actores, del Poder Gris y el Gerontoclub “Adolfo Ruiz Cortines”, en alas de la más pura nostalgia, se daba imposible cita en el sótano forrado de terciopelo del Simon Bully Bar: una marea de cabecitas blancas, cabecitas calvas, cabecitas pecosas y, a veces, las muy coquetas, cabecitas azules, iba y venía, meciéndose sentimentalmente, meneándose aprobatoriamente, al escuchar aquello de

Cuando aparezcan los hilos de plata en tu juventud

Como la luna cuando se retrata en un lago azul

Lo malo de esta emigración gerontocrática fue que los ancianos embelesados se negaron a regresar al asilo, en el bar de Concha encontraron su segundo aire, por nada del mundo iban a cortar amarras con la juventud recobrada, se plantaron en la pista y en los pasillos, desbordándose hasta la calle de Car Answer y cuando la fuerza pública, según inveterada costumbre e inclinación Pavloviana del coronel Inclán, se disponía a entrarles a matraca y gas, Federico Robles Chacón llegado en esos días al gabinete en respuesta a la crisis del Año Noventa, decidió acabar con la represión como solución a favor del simbolismo como eufemismo, propuso en cambio instalar a los ancianos en su propia colonia, unos terrenos por el camino de Toluca, donde construirían sus viviendas, y sus vidas también, con la promesa de llevarlos cada noche en autobús a oír a Concha. Los terrenos dizque eran de la esposa del superministro Ulises López, acusado generalmente de haber causado la Crisis con sus medicinas monetaristas friedmaníacas, le advirtieron al ministro Robles Chacón, y él contestó:

—Lo sé. Y qué?

Le faltó decir: Mejor, pero sus subordinados lo entendieron. Sucede que esta maniobra, sin embargo, fue el modelo de otras de consecuencias más importantes: la oficina federal de egresos hizo notar que el cierre de los asilos de ancianos había significado un ahorro de tantos más cuantos millones, y Ulises López, agarrado de esta prueba particular, la convirtió, como ocurre en política, en principio general: Ulises le contestó a Federico en su propio terreno y mandó vaciar los manicomios; miles de pacientes en clínicas psiquiátricas y hospitales mentales fueron des-institucionalizados entre 1990 y 1992, alegando que le salían demasiado caros al gobierno. Pero los locos sueltos no tenían una Concha Toro que los entretuviera ni un Bully Bar que los reuniera.

Artista que era, a Concha Toro todas estas turbulencias le parecían lisuras que ni le iban ni le venían. Pero su gran éxito escondía un profundo vacío en su vida: Concha Toro no tenía un hombre y mirándose, cincuentona ya y acompañada de su perrito pekinés Fango Dango en el espejo de su vestidor, se decía a sí misma, chilena pateperro, peor que una judía, chita diego con el vagabundear de la chilena, todo el éxito del mundo pero lejos de mi patria y sin un hombre que me quiera!

Se miraba al espejo y le gustaba lo que veía, se miraba vestida de lentejuela roja, traje largo para esconder la pantorrilla chilena, gorda, pinturas para resaltar la mirada chilena de mujer color de mar, escote profundo, polveado, blanco, con lunares selectos y labios muy pintados para disimular la mala dentadura chilena, agua de la cordillera, precipitada velozmente al mar, sin calcio: malos dientes pero sólo un dentista traidor podría decirle al mundo la verdadera edad de María Inez: María Inez!

Pronunció su propio nombre de pila cerca del espejo, dejando en el vidrio su cálido aliento empañado: Chile, canturreó, asilo contra la opresión, campo de flores bordado, puro Chile es tu cielo azulado: lejos, sin retorno, Pinochet para siempre en La Moneda, bah, Concha Toro reaccionó, se olvidó de la niñez aristocrática, del fundo, de los Aldunates y Cruchagas de su arbolito de genes, y repitió:

—Me miro ante el espejo. Me veo vestida así, con mi lentejuela roja y mi zapatito de satín, mi polvo dorado en el pelo y mi boca a lo Joan Crawford: eso vienen a admirar mis viejitos, eso les doy, a eso me agarro, aunque los demás me tapen a talladas: la vulgaridad sincera y el sentimentalismo con fe que necesitan tanto como un viaje de compras a Houston.

Se miró, se gustó, se suspiró Concha Toro, salió a la pista del bar, cantó,

Pasaste a mi lado con cruel indiferencia

Tus ojos ni siquiera voltearon hacia mí…

gustó, se gustó, hizo un chiste muy celebrado:

—Cuando el sexo es bueno, es bueno. Pero cuando es malo, también es bastante bueno.

Los ancianitos rieron y se codearon: maybe tonight…? Cantando esa noche bajo luces submarinas, azulencas y temblorosas, después de vuelta en su camerino, sola con Fango Dango, de nuevo frente al espejo, analizó su personalidad, su éxito, en qué consistía su éxito?, su éxito era querer querer, querer ser querida pero dar a entender con la letra cruel de un bolero que su cariño era sólo la fisura de una indiferencia: querer pero sin rendirse,

Pasaste a mi lado con cruel indiferencia

Tus ojos ni siquiera voltearon hacia mí…

Ella lo que quería era lo que sus congelados familiares siúticos y futres de nariz aguileña y piel sonrosada y cruel ojo gris y aguado más despreciaban: una amistad latina, entera, abusiva, pegajosa, inmortal, chorchera, bochinchosa. Le dio una patada viciosa a Fango Dango, cuyos chillidos llenaron el vacío del cabaret abandonado, pero luego lo abrazó, lo acarició, le pidió perdón y, como todas las noches, antes de apagar la luz y acostarse en su cama decimonónica de baldaquín y damascos rojos, escribió con lápiz labial sobre el espejo,

VIVA CHILE, MIERDA!


14

LA VIDA DE CONCHA TORO, andariega y variada, sufrió nueva transformación, acaso la más importante de su vida, la noche del 10 de mayo del año noventa y dos, el día de las madres del año del Quinto Centenario que para ella evocaba sus amados mares australes.

Ella cantaba dulcemente, con los ojos cerrados, aquello de

A través de las palmas que duermen tranquilas

La luna de plata se arrulla en el mar tropical

y al extender los brazos a su público de ancianitos y abrir los ojos diciendo

…mis brazos se extienden hambrientos en busca

de ti…

su mirada encontró la de ese hombre joven, mucho más joven que ella, una mirada que ella, de ese minuto en adelante, ya no pudo evitar más, no sólo por instinto de conservación, pues Concha se dijo que quien la evitaba corría el riesgo de ser demolido por ella: Concha Toro tembló, dejó de sentir añoranza de Chile, por primera vez se sintió de veras en México, esa mirada, esa cara, ese bigote, esos dientes, salidos de las películas que de niña vio en el Cine Santiago: Pedro Armendáriz, Jorge Negrete, Marlon Brando en Zapata…!

En la noche un perfume de flores evoca tu aliento embriagante

cantó Concha con los ojos cerrados pero al abrirlos la luz vagabunda del bar iluminó a la mujer sentada junto a este guerrillero mexafísico y no, no había traído a su cabecita de algodón a celebrar el día de las madres, sino a una muchacha extraña, extraña pero muy joven, vestida de carmelita, el pecho lleno de escapularios y una piel que parecía bañada en té de canela.

Siento que estás junto a mí,

pero es mentira, es ilusión,

cantó llena de desesperanza y amargura Concha Toro, né María Inez Aldunate Larraín y Cruchaga Errázuriz, alias Dolly Lama, y se desmayó en plena pista de cabaret.

Quería hacer la cimarra desde niña en Chillán, se dijo entre sueños, hacer la changa y ahora la llevaban en efecto de cochinito, de piggy back, al apa, como de vacaciones, sobre la espalda del único ser vigoroso de todo el cabaret, un hombre la llevaba cargada de la pista al camerino pero en sus sueños el huaso Alejandro Pope la llevaba otra vez en brazos detrás del trigal junto al río a despojarla de lo que él más quería y ella menos necesitaba: ahora la cargaba un hombre alto, fornido, prieto, bigotón, la cargaba como si anduviera empujando un cañón cerro arriba: se abrazó al cuello de este hombre con pasión y cuando él la depositó en su cama decimonónica, ella, en vez de cantar un bolero, recitó el poema de amor más bello, el más memorable y, se dijo, el más chileno también:

Yo la quise, y a veces ella también me quiso…

El hombre alto, fornido, prieto, bigotón, le dijo:

—Yo también quería ser escritor.

—Qué pasó?, gimió Concha.

—Me frustraron los envidiosos.

—No me pareces un hombre frustrado, dijo con coquetería Concha, pero mirando a la muchacha vestida de religiosa.

—Es mi hija Colasa.

—Ah!, suspiró sin frustración alguna Concha.

—La tuve muy joven.

—Colasa Sánchez, para servir a la señora.

Quién miró con una intensidad digna del bolero Piensa en mí al padre de la muchacha: —Y tú?

—Matamoros Moreno, para servirnos los dos juntos, dijo el hombre y Concha Toro se volvió a desmayar.

NO OLVIDEN LOS ELECTORES, mientras tanto, que por más acciones que ocurran allá afuera, acá adentro no estamos nadamás papando moscas: sumen ustedes todo lo ocurrido afuera, amores, desastres, bromas, viajes, política, economía, lenguaje, modas, mitos, costumbres, leyes, y compárenlo con mi escueta y esencial actividad: Mis manos, por ejemplo, han crecido más rápido que el resto del brazo, apareciendo primero con los dedos como capullitos; la falange final de los dedos ha salido de la palma de mis manos, las puntas de mis dedos se han formado, han aparecido unas uñitas muy cortas en todos los dedos y el esqueleto transparente y cartilaginoso de mis primeros cuatro meses ahora es hueso y yo muevo con energía mis brazos y mis piernas: sufro percances, me araño la cara con las uñas, sin quererlo; tengo placeres: me chupo sin cesar el pulgar; hago descubrimientos: ya puedo tocarme la cara.

Ah, mi cara: no hay hazaña mayor de mi pequeño organismo! No hay cara más cara! Primero, tengo un cráneo que es el refugio de mi cerebro. Fue de piel transparente; a la séptima semana una gran marea vascular avanzó hasta la coronilla para proteger y alimentar mi cerebrito recién nacido, que ahora flota en un baño fluido (no secarse nunca, susmercedes!) que absorbe todas las catástrofes externas a mi delicado mecanismo (y díganme ustedes si no han abundado en estos mis primeros siete meses!) Qué fuerte se hace mi tejidillo subcutáneo! Cómo crecen los huesos de mi cráneo moviéndose hacia la coronilla pero sin fundirse en la exquisita flexibilidad de mi carapacio, dotándome ya de una cabeza maleable que le permitirá a mi cerebro seguir creciendo: cuando nazca, mi coconut no tendrá el tamaño que llegará a tener un día: si vivo para verlo!

Pero hablaba de mi rostro: Puedo tocarlo con mis manos! Se dan cuenta sus mercedes? Tengo una cara y puedo recorrerla con mis manos! Mi cara que al principio era sólo una frente abombada sobre mi futura boca, se concentró más tarde sobre la ventana de mi alma oscura: apareció una retina que se hizo oscura, pigmentada; un lente y una córnea. El párpado se dibujó poco a poco. Mis orejas eran muy bajas. Mi cerebro brillaba bajo la piel translúcida. Mis ojos se cerraron. Pero eran enormes y había una gran distancia entre uno y otro. Unos gruesos párpados los cubrieron. Estoy ciego, señores electores! Mis ojos cerrados esperan la eternidad! Pero no están cerrados porque yo duerma. Piensen ustedes que aunque los cierro, no estoy dormido. Mis párpados pegados sólo protegen mis ojos que no acaban de formarse. He tomado el velo. Me agarro con más vigor que nunca a mi reata umbilical, como Quasimodo a la cuerda de la campana de Nuestra Señora. Jamás me enredo, por más que nade, por más que toque la campana: Me oyes madre? Yo sí te oigo a ti! Yo oigo al mundo, más que nunca! Yo oigo tu corazón, madre, bumbumbum, es mi turno y mi danza y cuando oigo a la banda de tus amigos tocar su rockaztec, créeme, madre, que sólo oigo, duplicado, intenso, el ritmo de tu propio corazón y el de mi gestación en tu vientre: bumbumbum.