Un gran día, así podría definirse la jornada de hoy, un día soleado, cálido, pero no de ese calor empalagoso de verano que te deja negro de moreno, sino del calor que te tuesta lentamente hasta dejar tu piel dorada y reluciente como el oro, siempre las cosas hechas despacio fueron mejor que las rápidas. Una larga exposición a aquel sol podría ser dañino si no fuera por el viento, que soplaba de una forma tan sutil que incluso a las hojas de los arboles les costaba enterarse de su presencia. Pero era el suficiente para aliviar poco a poco el calor acumulado en los poros de la piel, aportando un frescor que daba equilibrio a la sensación térmica.
Los rayos del astro brillaban con gran intensidad, cayendo como puñales divinos sobre la tierra, colándose entre las escasas nubes blancas y algodonadas que sobrevolaban el cielo azul claro. La humedad del rocío transformada en finas gotas de agua cristalina se acumulaba sobre las hojas y tallos de las plantas, añadiendo un peso extra que estaban dispuestas a soportar. Y aquellas gotas devolvían parte de la luz recibida, dando la sensación de que un simple vegetal podía permitirse el lujo de enviar de vuelta hacia el todopoderoso sol la energía que para ella era tan nutritiva. Pero aquel acto de insumisión era algo sencillamente precioso, que hacía que la vegetación y jóvenes flores recién nacidas brillaran y convirtieran el paisaje en una especie de mina a cielo abierto llena de florecientes piedras preciosas de todos los colores, blancas, rojas, verdes y amarillas. Era una visión que podría ser la definición perfecta e idealizada de la primavera.
La piel tersa y clara de Anay estaba sonrojándose por momentos. Normalmente evitaba exponerse al sol a cara descubierta, pero hay días en los que nos saltamos nuestras propias normas para obtener un beneficio mayor que el obtenido con su terco cumplimiento. Un paseo matutino por el campo con tu hija, disfrutando del paisaje, un buen y sabio amigo dándote conversación y un extraño joven que aporta originalidad al grupo, hace que merezca la pena saltarse todas nuestras estrictas reglas.
Nimad estaba trabajando en el aserradero, aislado en su pequeño mundo laboral, mientras Anay, Anthee, Nod y Ame habían decidido pasar la jornada en el campo, yendo al río a pasear y disfrutar de un pequeño picnic a mediodía. La cita estaba cerrada desde hace un par de días y fue propuesta por Anthee como gesto de cortesía por las veladas a las que había sido invitado en casa del matrimonio amigo. Una simple invitación a pasear por la naturaleza puede ser a su vez una gran oportunidad de relacionarse e integrarse en el entorno; y con una niña como Gusanita, aquello podría convertirse en la más grande de todas las veladas, o al menos así lo vería ella, acostumbrada a magnificar las cosas pequeñas e insignificantes y a minimizar los problemas superficiales que sólo sirven para que perdamos tiempo preocupándonos de ellos.
─Ame, ¿dónde vas? ─preguntó su madre.
─A ver una mariposa.
─¿Has visto alguna mariposa extraña, reluciente, con un colorido diferente o que merezca la pena?
─Cualquier mariposa merece la pena.
─Tú te pararías hasta a mirar un gusano revolcándose en el barro.
─Un gusano también es especial.
─Un gusano no tiene el color de una mariposa, ni puede volar.
─Si lo que hace especial a un ser vivo es poder volar, los hombres seríamos vulgares. Además, ¿un niño que acaba convirtiéndose en un adulto es más especial cuando es niño o cuando es adulto?
─Cuando somos niños todos somos más especiales.
─¿Por qué?
─No sé. Cuando uno es niño tiene toda la vida por delante antes de convertirse en adulto, luego te haces más grande, más fuerte y más sabio pero pierdes la inocencia y la espontaneidad.
─Hay gusanos que pueden convertirse en mariposas como un niño en un adulto. Así que en cierto modo tiene toda la vida por delante y viéndole ahí revolcándose en el barro yo diría que es bastante inocente. La mariposa es al adulto como el gusano al niño.
─Pues vete a buscar un gusano.
─No. Prefiero ver la mariposa.
El cuarteto de amigos ya se había alejado como unos dos kilómetros de Valleflor a través de una zona de campo abierto, llana y rodeada de grandes extensiones de plantaciones de cereales. Se dirigían hacia una parte del río con un acondicionamiento natural propicio para hacer un picnic, pues la zona cercana de la orilla estaba densamente poblada de hierba fina y suave de unos cinco centímetros de altura que resultaba ideal para tumbarse sobre ella y no llegar a tocar el suelo, y todo acompañado con la sombra proporcionada por una decena de higueras que se extendían siguiendo el cauce del río. Puede que la gente opine que todas las sombras de los árboles son iguales, pero eso es porque nunca se han echado una siesta bajo una higuera.
─Señor Anthee, no sabe usted bien lo que le agradezco este paseo. Han sido unas semanas muy estresantes con todo este asunto del allanamiento y aunque ya vamos superando y olvidando el asunto, nos viene bien distraernos un poco. Es una pena que mi marido no haya podido venir, él lo necesitaba más que yo.
─Lo entiendo. Un intento de robo nunca es agradable. Uno tarda mucho tiempo en recuperar la confianza y a volver a dormir profundamente. Es una pena lo de Nimad, pero trabajando tendrá la mente ocupada.
─Con días como éste se me olvida todo y los problemas me parecen más pequeños. La gente me parece más simpática, o al menos me importa menos que sean tan sosos. Hasta el caserón me llega a parecer una bonita casa de campo de algún marqués.
Anay se sentía liberada después de unas semanas duras de aclimatación a su nuevo hogar. Para una mujer cultivada, como ella, era difícil vivir en un lugar con todos sus escasos centros culturales cerrados y abandonados, algo poco común entre los pueblos, que siempre miman sus instalaciones lúdicas. La gente era rara comparado a lo que ella estaba acostumbrada y eso la inquietaba, pero podía aguantarlo y adaptarse como se había adaptado siempre a todas las situaciones.
Su cambio más importante fue al contraer matrimonio con Nimad, ya que ella era de una familia, que aunque no era rica, si estaba acomodada, por lo que se movía en un contexto social cultivado, de conversaciones de política y un ambiente musical refinado; mientras que Nimad era de un origen más humilde y no había tenido tiempo para formarse debido a que siempre tuvo que trabajar desde muy joven. Lo que le había supuesto realmente una angustia eran las situaciones vividas con Ame y su historia del hombre que la observaba, y sobre todo la intrusión en su hogar de una persona muy extraña de la que desconocían sus intenciones. Y si ya era raro de por si el hecho de sufrir un allanamiento de su hogar, aún lo era más lo incómodo que notaba a las personas cuando lo contaba. Todos reaccionaban igual, o evadiendo la respuesta y cambiando de tema, o intentándoles manipular sus recuerdos de lo acontecido, minimizando la situación, como si ellos fueran unos exagerados.
─¡Bueos días señores y señora! ─dijo un pastor que apareció por la zona con su rebaño de ovejas. Probablemente una veintena de óvidos con unas lanas espectaculares, largas, densas y limpias, de un blanco reluciente, como adecentadas para la ocasión.
─¡Buenos días! ─contestaron al unísono Anay y Anthee. Nod y Ame estaban entre la maleza curioseando.
─Bonitas ovejas. Creo que nunca he visto unos animales tan bien cuidados. ─Anthee era una persona de campo y estaba realmente sorprendido.
─Son mis meores reses, alimentás, lavás e incluso peinás pa la ocasión, pues marcho camino de Riogrande al gran mercao anual de ganao.
─¿Va a concursar?
─No, más quisiea yo. Antes si solía ir a los concursos, y no me iba mal del tó. Hasta tres veces conseguí un segundo lugar en macho cabrío. Pero los tiempos no están pa malgastar los cuartos. Voy a venderlas.
─Es una pena, con lo bonitas que son ─dijo Anay.
─Con lo que saque por ellas y lo que me proporcionen las otras ovellas que dejé en casa, tendré suficiente como pa vivir bien un tiempo. Si no necesitase el dinero no las vendería y mucho menos andaría solo por estas rutas. Nunca me fue de buen agrao pasar cerca de este pueblo y menos ahora que los caminos están llenos de asaltantes.
─La cosa anda peligrosa cuando uno se aleja del pueblo.
─Peor é pasar por el pueblo.
─¿Por qué dice eso? Puede haber algún robo aislado, yo mismo he sufrido un intento en mi casa. Pero la gente no es mala.
─¡Ese pueblo está maldito! ─El pastor acercó su rostro moreno y arrugado a Anay y le habló a la oreja.
─¿Cómo que maldito?
─No le hagas caso Anay. A la gente solitaria no le gustan los pueblos. El hecho de que haya gente que vaya al templo ya lo ven extraño.
─No señó. Sé de qué hablo. ─Al pastor no le gustaron las palabras de Anthee─. Señorita, Vallefló era un gran pueblo. Pero un día empezaron a ocurrir cosas del demonio. La gente ya no pasa por aquí.
─Eso no es cierto caballero. Al pueblo acuden cada día comerciantes procedentes de todas partes. ─Anthee rebatía al pastor.
─Los comerciantes se venderían a ellos mismos si ganaran una buena suma con ello. Hay gente rara por las noches, que vaga por las calles buscando. ─El pastor se calló de repente y se quedó mirando fijamente.
Nod y Gusanita habían vuelto de su corta excursión en búsqueda de cualquier cosa que llamara su atención. Habían escuchado una conversación y se acercaron. Ame estaba acariciando a las ovejas que se arremolinaron a su alrededor.
─¿Buscando qué señor? ─Anay estaba intrigada.
─Buscando… ─El pastor estaba mirando fijamente a Nod, que destacaba por encima de todas las ovejas, debido a su altura, su ropaje negro y su pelo, sobre todo teniendo en cuenta el pelaje blanco lanudo del rebaño─. No importa señora. Tengo que marcharme. ¡Pasen un buen día!
El pastor reanudó su marcha casi al instante, sin apenas despedirse y volviendo su mirada una y otra vez hacia atrás. Llevaba prisa y parecía no sentirse cómodo con la presencia de Nod. Arengaba a sus ovejas con una garrota fabricada por el mismo a partir de una rama, e iba haciendo ruidos extraños para que le obedecieran, y parecía funcionarle bien, pues los animales le seguían fielmente.
─Que extraño señor. ¿Qué querría decirme?
─Nada, olvídalo. Esta gente pasa mucho tiempo sola en el campo y se van volviendo cada vez más huraños. Desconfían de todo y de todos. No son mala gente, pero su profesión acaba transformándolos.
─Pues a mí me parecía bastante sociable.
─Eso es porque usted siempre busca el lado bueno. Cuando te centras en encontrar algo con ahínco, al final no observas todo lo demás que lo rodea.
Los cuatro continuaron su camino hacia el río, a donde se dirigían, Anay y Anthee juntos al lento ritmo del anciano. Mientras, Nod y Ame iban de un lado para otro, cruzando el camino una y otra vez.
─¡Mira Nod que flor más rara! ─Ame sostenía en su mano y sin arrancar una pequeña flor violeta con los estambres amarillos que la hacía muy atractiva a la vista.
─No es rara, en el bosque hay muchas.
─Pues yo es la primera vez que la veo. Voy a llevármela, es muy bonita. La secaré entre las hojas de un libro para conservarla.
─No, no arranques una flor sin motivo. ─Nod sujetó la mano de Gusanita para que no la arrancara.
─¿Por qué? Si no va a sufrir.
─A la planta si va a doler y cuando algo es bello lo es en parte porque pertenecer a algo más grande. Una flor en un libro ser como un colibrí en jaula, puede resultar bonito a tus ojos, pero ni la flor alimentará al pájaro, ni el ave esparcirá su polen. Además, tu miras la flor y ver bella, pero mira a tu alrededor y verás muchas más flores.
─Aquí no hay más flores.
─Mira bien. ¿Ver esos pequeños capullos? Están a punto de abrirse y convertirse en flor, y entonces este trozo de campo será más bonito.
─Ya, pero no lo voy a poder ver, porque eso no ocurrirá hoy.
Nod se arrodilló y pasó su mano por encima de los capullos florecientes con delicadeza y sin llegar a tocarlos. Un movimiento en forma de barrido que realizaba lentamente mientras susurraba algo que Ame no alcanzaba a escuchar a pesar de que le ponía empeño.
Una suave brisa se levantó sobre la hierba haciendo que se balanceara la vegetación, y los capullos fueron abriéndose uno a uno de forma repentina. Las flores se volvían más coloridas, pues la parte inferior de los pétalos eran de un color violeta muy oscuro y menos llamativo, y cuando estaban envueltas, antes de abrirse, era la cara que mostraban. Pero al florecer dejaron ver la parte interna de un violeta más vistoso y su centro de filamentos amarillos que llenaron de color esos dos metros cuadrados que poblaban.
─¿Cómo has hecho eso? ─decía Ame asombrada por el repentino florecimiento tras el gesto de su amigo.
─¡Shh! ─Nod le mandó callar poniendo el dedo índice sobre sus labios.
─¿Pero cómo sabes hacer eso?
─No he hecho nada. Estaban a punto de florecer, sólo les di un empujoncito. Vivir mucho tiempo entre las flores y las entiendo.
─Yo he vivido muchos años entre la gente y todavía no les entiendo.
─No es nada. Sólo iban a florecer y al recibir un estímulo se han abierto.
─Hay veces que la diferencia entre que algo maravilloso ocurra o quede en el olvido es tan sólo un empujoncito a tiempo. ─A Gusanita le había convencido el razonamiento de Nod. De hecho sus formas de razonar eran similares, sin interferencias y bastante puras.
Nod dio un pequeño empujón a Ame, que estaba de cuclillas, con la fuerza justa para desequilibrarla y tirar al suelo de culo.
─¿Pero qué…?
Ame se incorporó rápido y fue a agarrar a Nod para darle su merecido, pero éste, ágil como una gacela, se incorporó de un brinco y con dos zancadas se acercó a un árbol. Luego se agarró a una de sus ramas de un salto y con una pequeña pirueta con sus brazos, balanceándose y cogiendo impulso, encaramó sus pies y se agarró para quedarse allí colgado bocabajo a salvo de su amiga.
─Baja ahora mismo cobarde.
─Prefiero enfrentarme a un oso que a ti.
Ambos rieron durante un largo rato con sus juegos y pequeñas aventuras. Nod estaba viviendo la infancia que no tuvo cuando era niño, y Ame tenía un amigo un tanto raro con el que pasar el rato, aunque ella prefería pensar que eran especiales y no raros.
Tras diez minutos más de paseo, con las debidas interrupciones y parones de Nod y Ame, los cuatro amigos alcanzaron a ver las higueras que poblaban la zona de la orilla. En el ambiente se intuía una ligera humedad, síntoma de que el río estaba allí mismo. Ya se podía escuchar el fluir del agua a través de su cauce, uno de esos sonidos de la naturaleza que no molestan, si no que tranquilizan, e invitan a sentarse a escucharlos sin hacer nada más que apreciar el entorno en una especie de reunión entre el ecosistema y nuestro propio yo interior.
Era ya casi la hora de comer y el paseo había abierto el apetito del cuarteto, que venían provisto de unos pequeños manjares para tomar sentados sobre una manta, encima de la hierba fresca y debajo de una higuera. En una bolsa de tela Anay portaba un trozo de queso de oveja curado, de sabor muy intenso con toques a hierbas, un fuerte aroma y recubierto de pimentón; un pan grande y redondo hecho en un horno de leña; y un poco de membrillo preparado por ella misma para suavizar el fuerte sabor del lácteo. Anthee, por su parte, llevaba tomates de su propia cosecha, de los que cultivaba con la ayuda de Nod. Sabía que no era necesario llevar más cosas, pues en cuanto probasen el sabor quedarían prendados de él. Y con juntarlo con un pedazo de pan y un poco de aceite de oliva, que portaba en una pequeña botella, conseguirían la mezcla perfecta para disfrutar en comunidad y armonía.
Ame y Nod pasearon un poco por la orilla del río en sentido contracorriente, aunque apenas se alejaron cincuenta metros del lugar. Ame rebuscó entre las piedras del suelo, y cogió una bastante plana y no muy grande. Luego la lanzó al agua de forma casi paralela, y consiguió que rebotase dos veces antes de hundirse hasta el lecho.
─Mira, me ha rebotado dos veces. Creo que puedo conseguir tres botes. ─Se puso a buscar otra piedra con las características adecuadas.
─¿Cómo?
─¿No sabes hacer rebotar las piedras?
─No.
─Es muy fácil. Toma, coge esta piedra. ─Ame le entregó una piedra que iba a lanzar ella─. Ahora lánzala paralela al agua con fuerza.
Nod estiró su brazo y con impulso insuficiente lanzó la piedra que tomó una trayectoria bastante bombeada y corta. La piedra se hundió sin bote alguno cerca de la orilla.
─¡Pero te he dicho que la lanzases paralela al agua! ─Ame cogió una piedra cualquiera y la lanzó, rebotando una vez─. ¿Ves? Y dale más fuerza.
Nod estiró el brazo de nuevo, y esta vez giró su tronco para coger mayor impulso. Hizo un movimiento muy rápido, como si estuviera segando con una hoz. La piedra esta vez fue en plano con el agua, pero con tal fuerza que atravesó el ancho del río y acabó estampándose contra un árbol de la otra orilla, provocando que los pájaros que se posaban en él salieran volando asustados.
─Pero… ¿Cómo puedes ser tan malo? Si es muy fácil. ¡No la tires tan fuerte! ¡Toma! Lánzala a lo largo del río y no a lo ancho. ─Gusanita se agachó y buscó otra piedra plana.
Nod cogió la piedra que le ofrecía su amiga, se giró un poco para ponerse de cara al curso del agua, y volvió a estirarse para lanzar la piedra. Ahora si parecía ir bien dirigida. La piedra se desplazó en una trayectoria paralela a la superficie, y fue descendiendo lentamente hasta tocar por primera vez el agua. Al chocar contra el líquido elemento, el improvisado proyectil vibró con el contacto y se volvió a elevar dejando como rastro una serie de ondas circulares y concéntricas. El proceso de rebote se repitió cuatro veces más, hasta que la piedra se hundió tras el quinto rebote cerca de la zona donde se encontraban Anay y Anthee. Ame apenas alcanzó a ver los dos últimos choques por la lejanía y el reflejo del sol en el agua.
─¡Guau! ¡Cinco rebotes! Nunca había visto tantos, ni siquiera a mi padre. ─Ame tenía cara de asombro con la boca abierta.
─¿Es mucho?
─Si, es mucho. Pero es la suerte del principiante. ─Parecía que Gusanita se había picado con Nod, pero de forma amistosa e inocente─. A ver si encuentro otra. ─Ame buscó más piedras con las condiciones adecuadas─. ¡Mira qué bonita! ─Portaba en la palma de la mano una piedra─. ¿Qué es?
─Una piedra ─respondió incrédulo Nod.
─No, no es una piedra. Es un corazón. ─La piedra tenía forma de corazón.
─Es una piedra.
─Eso depende de cómo lo mires. Si lo miras con tus ojos será una piedra, si lo miras con tus manos un arma, pero si lo miras con tu imaginación será lo que tú quieras que sea. ¿Qué quieres que sea?
─Una piedra.
─¡Venga ya!
Nod era más racionalista que Ame en sus respuestas. Para él una piedra era una piedra y nada más.
A unos metros Anay y Anthee ya tenían preparado lo necesario para hacer el picnic campestre. El mantel sobre la hierba y los alimentos sobre el mantel. Anay trababa de impedir que las hormigas invadiesen la comida mientras que Anthee permanecía de pie y pensativo, como absorto en algún pensamiento.
─Solía venir a este lugar con mi mujer cuando éramos novios. Apenas ha cambiado en todos estos años. En estos tiempos el reloj parece moverse más rápido. La vida ajetreada moderna hace que todo evolucione velozmente, pero en pueblos aislados como éste, la quietud se mantiene intacta e inunda sus rincones.
─Es un sitio muy bonito para pasear.
─Solíamos hacer picnics aquí mismo y luego dormíamos sobre la manta, e incluso hicimos el amor varias veces. ─Anthee se sonrojó─. En verano, durante los días más cálidos, nos bañábamos en el río, a pesar de que sus aguas son muy frías, incluso para la época estival. ─Se arrodilló con dificultad e introdujo su mano en el agua, agitándola con delicadeza para provocar suaves ondas en la superficie─. Luego empezamos a venir menos. Con el nacimiento de Norein y Antares sentí una mayor responsabilidad sobre mí y empecé a trabajar durante muchas horas para intentar ganar el mayor dinero posible. No quería que les faltase nada a mis hijos, pero no me di cuenta de que lo que ellos querían no era ropa o juguetes, sino pasar más tiempo en familia.
─A veces los padres nos empeñamos en hacer cosas por el bien de nuestros hijos, pero resulta que nadie nos pidió que las hiciéramos. ─Anay echó una mirada en busca de Ame.
─Ahora me arrepiento de no haber pasado más tiempo con ellos. Siento que tenía que haber aprovechado con ellos cada uno de los minutos libres de los que disponía. Pero nunca nadie sabe qué es lo que va a pasar. Uno siempre se hace una idea de cómo serán las cosas en el futuro, de cómo sus hijos crecerán sanos, estudiarán, se formarán y llegarán a ser alguien importante. Pero todo eso no es más que una mera ilusión de nuestra mente. La realidad es que no sabes que va a ocurrir el día de mañana.
─Estoy de acuerdo, de ahí que siempre se diga que hay que vivir cada día como si fuera el último.
─Eso sería tremendamente cansado. Tampoco puedes pasarte cada día divirtiéndote como si no hubiese mañana, porque si da la probable casualidad de que sí que haya mañana, ¿de qué vivirías? Quizás haya que buscar un equilibrio entre lo conservador y lo alocado. Trabaja un poco más de lo justo para tener satisfechas tus necesidades, porque puede que surja algún imprevisto y conviene tener cierto margen de maniobra. Pero luego disfruta con los tuyos. Nunca juegues tu futuro a una sola carta cuando las posibilidades de ganar son mínimas.
─De eso saben mucho los inversores de las grandes ciudades. Nunca arriesgan todo su dinero a una sola inversión por muy segura que parezca.
─Me sorprende la cantidad de conocimientos que posee, Anay. Hasta de finanzas sabe.
─Estudié algo en mi juventud.
─El caso es que ahora sólo me queda pensar en lo que hubiera sido si me hubiese centrado más en la familia.
─Usted fue un buen padre y marido según lo que me cuenta. Sólo que trabajó muy duro para los suyos. ¿Hubiera cambiado mucho la cosa si eso no hubiera sido así? No lo creo.
─Yo no estoy tan seguro de eso. Quizás hoy las cosas serían muy diferentes por aquí.
Anthee se incorporó con la misma dificultad con la que se había agachado y se sacudió la mano lanzando el agua hacia Nod, que acababa de acercarse con Gusanita.