Anthee despertó de su largo sueño. Había dormido casi doce horas, y eso son muchas horas para una persona mayor, sobre todo para Anthee, que llevaba ya varios años teniendo muchos problemas de insomnio debido a que había algo en su interior que le inquietaba. Pero aquella noche había sido distinta, su cuerpo estaba relajado, su úlcera le dio una tregua y los huesos se olvidaron de su dolor por unas horas.
Al despertarse volvió a buscar con su mirada a Nod en su esquina favorita, pero no estaba allí. Extendió su búsqueda al resto de la casa, que consistió básicamente en incorporarse un poco y mirar la única habitación que había, pero tampoco estaba. El viejo se preocupó. Quizás le habían descubierto sus perseguidores, o lo que en el fondo era peor para él, quizás había decidido marcharse a su hogar, fuera cual fuere.
Se levantó lo más rápidamente que puede un hombre de su edad con los músculos agarrotados de dormir tanto rato. Se asomó por la ventana y lo vio allí. Nod estaba en frente de la casa, de espaldas a ésta, mirando desde lo alto del monte hacia Valleflor o a las montañas de más allá, no a los montes cercanos, sino a la Cordillera Helada del norte. En un día bueno podría llegar a intuirse el pico donde se asentaba Ciudad Montañosa. El joven estaba de pie y encorvado, como siempre, el viento ladeaba su pelo hacia su hombro izquierdo y tenía los brazos en cruz con las palmas abiertas. Era como si estuviera disfrutando de la naturaleza, sintiendo el viento en su cara y brazos.
─¡Buenos días Nod! Al despertar y no verte pensé que te habías marchado a tu hogar.
─Yo en hogar.
─Me alegro. ─La cara de Anthee era de felicidad─. He dormido demasiado hoy. Las cosas increíbles que vi ayer, y ese sabor, sobre todo ese sabor. He dormido como un bebé. ¿Qué haces aquí?
─Escuchar.
─¿Y qué escuchas?
─Naturaleza, viento, pájaros.
─¿También puedes hablar con ellos?
─Prefiero escuchar.
─¿Y dicen algo?
─Vienen de dentro del bosque. Están nerviosos. Guardan secretos.
─¿Qué secretos?
─Pájaros no decir, raro. Pero hay algo en bosque profundo que no les gusta. Dejar pasar por no querer hablar.
─Ya me dirás si te cuentan algo. Luego tengo que bajar al pueblo, ¿quieres venir?
─Si. ¿Gusta vivir pueblo?
─Si, supongo. ─Anthee no respondió con mucha convicción─. Antes me gustaba mucho, pero hubo una vez que decidí marcharme de él. Al final mis recuerdos pudieron con mi voluntad y tan sólo llegué hasta esta casita. Es como vivir alejado y cerca a la vez, según lo necesites. A veces me siento, miro y recuerdo. Recuerdo cuando… Da igual. Voy a comer algo.
Anthee se metió en casa dejando su diálogo a medias, sacó un poco de fruta y se sentó solo a comérsela.
Nod se quedó fuera con la cabeza girada mirando al viejo mientras desayunaba, estaba extrañado de la reacción que había tenido. Aunque lo conocía de hace dos días, ya sentía como si le conociera de mucho antes, así que aquella reacción le sorprendió. Vio una mirada de tristeza en los ojos de su amigo, tenía algo dentro que le hacía daño. Decidió ir a sentarse con él.
Durante los siguientes diez minutos Anthee y Nod estuvieron sentados en la mesa en silencio. El viejo comía y Nod sólo estaba allí, pero en aquella circunstancia, el estar a su lado en silencio significaba mucho más que cualquier palabra que pudiera pronunciar.
─Mi casa arder.
─¿Cómo dices? ─dijo Anthee con la boca llena.
─Mi casa arder, hombres quemaron. Yo siempre en bosque, no recuerdo padre, no recuerdo madre, vivir solo. Principio frío, hambre, miedo. Yo mirar animales y aprender. Comer frutos, muchas veces enfermo por frutos, comer setas, casi morir. Arropar con ramas y hojas.
»Luego hacer amigos. Ciervos amigos, ciervos dar calor, ellos comen hierba, yo no como hierba, yo no ciervo. Luego amigo de lobos, pero lobos comer ciervos, yo no lobo, yo no comer ciervo. Vivir solo. Alguna vez vi hombres. Ellos no mirar, algunos dar pan y marchar. Muchos pegar y yo correr a bosque. Yo no hombre.
»Muchos años solo. Aprender a escuchar árboles, animales, plantas, viento. No querer ver hombres más. Yo no ciervo, no lobo, no hombre. ¿Quién yo? Años pasaron. A veces robar comida en pueblo, ellos llamar ladrón, pero no ayudar. Hombre santo aparecer camino, rueda rota con lluvia, yo ayudar y él comer, luego hombre santo marchar y yo no comer. Años sin ver hombres más, solo.
»Luego yo tener mucha hambre. Yo robar, ellos perseguir, atacar perros, morder. Tú ayudar, tú dar comida, ropa, tú lavar. Tú amigo. Tú primer hombre bueno yo conocer. Lobos buenos, pero yo no ser lobo; ciervos buenos, pero yo no ser ciervo; hombres malos, yo no hombre; tú bueno, yo querer ser tú.
A Anthee se le cayó una lágrima por la mejilla. Nod había tenido la vida más dura que jamás hubiera visto o escuchado. Una vida increíble que le convirtió en un ser increíble, y sin embargo, era la primera vez que se sentía identificado con alguien, y era con él, un hombre viejo, amable, alegre por fuera pero triste por dentro. Probablemente, Nod nunca había contado su historia a nadie por lo que se sentía afortunado de haber sido el elegido. La confianza es algo que cuesta ganarse y que se pierde con facilidad.
Ahora tenía una responsabilidad aún mayor con aquel chico, ahora no podía defraudarle. Cuando tratas a alguien de tal manera que acaba confiando en ti, ya no puedes fallarle, ahora eres parte de su historia, de su vida, tienes una responsabilidad con él. Por eso es importante que antes de dejar que alguien confié en ti, te pienses dos veces si puedes hacerte cargo de la parte de carga que te tocará soportar a partir de ahora. Es como un contrato que has de cumplir, no hay que firmarlo a la ligera. Pero a Anthee no le importaba, hubiese firmado ese contrato hasta con su propia sangre.
─Es una historia realmente increíble ─dijo alborotando el pelo de Nod con una caricia. Ven, acompáñame al pueblo.
Nod y Anthee abandonaron la seguridad de su hogar y se dirigieron colina abajo hacia Valleflor. No era un día apacible, casi parecía más un jornada otoñal que una de primavera. Pero tan al norte del continente los días nublados se alargaban hasta bien entrada la época estival.
─No vayas tan rápido chico. Mi corazón ya no está para estos trotes.
─¿Enfermo?
─Sí, muy enfermo. Tengo una enfermedad muy grave. Me afecta a los huesos, hace que me duelen las articulaciones cuando no me muevo, y me duelen aún más si me muevo. Me canso, pierdo el equilibrio y alguna vez hasta me caigo. Me duele el corazón por culpa de ella.
─¿Qué pasar?
─Se llama vejez. Estoy viejo Nod.
─¿Por qué gente hacerse mayor?
─Pensé que tú sabrías responderme a esa pregunta, creí que tú tendrías todas las respuestas a las preguntas de la vida. Realmente no sé por qué nos hacemos viejos, debe ser alguna venganza que tiene la vida para bajarnos los humos, porque con los años vamos aprendiendo cada vez más cosas, y nos iríamos volviendo más insoportables si no fuera porque a la vez que la vida te da conocimiento te quita salud para compensar, poniéndote los pies en el suelo. La vida suele darte muchas lecciones que te demuestran lo insignificante que eres y que no eres distinto ni mejor que otros. Puedes ser el rey más rico y poderoso del planeta, pero al final acabarás viejo y compungido como el más humilde de tus pastores.
─No entiendo.
─Porque eres joven. Cuando te duelan las caderas lo entenderás.
Al cabo de veinte minutos habían llegado a la Plaza Mayor de Valleflor. Se dirigieron a un gran edificio con un cartel enorme que decía «Servicio Postal». Al entrar por la puerta llegaron a una gran sala, con un mostrador al fondo. Detrás del mostrador había un hombre y detrás del hombre dos estanterías, en una ponía «Correos oficiales» y estaba llena de cartas; la otra indicaba «Correos personales» y estaba vacía.
─¡Buenos días!, Emith Casen. ─Emith era el trabajador de la oficina, un joven delgado, con gafas, con un peinado a rayas y vestido de forma muy seria para su edad, pues parecía un señor de cincuenta y apenas tendría veinticinco.
─Buenos días, señor Anthee.
─He venido a mandar una carta.
─¿Mismo destino que cada semana?
─Sí, ya sabes que sí.
─Mi deber es preguntar.
Anthee entregó una carta manuscrita al joven trabajador. Emith la recogió, la introdujo en un sobre, rellenó la dirección y la colocó en la estantería de correo personal.
─¿Qué hacer? ─preguntó Nod.
─Mandar una carta.
─¿Para qué sirve?
─¿Las cartas? Para decir algo a alguien.
─¿Por qué no hablar?
─Pues porque puede que la persona esté muy lejos o porque la relación con esa persona no sea buena aunque esté cerca, por ejemplo. Ven vamos a comprar algo que no sea carne para ti, que no vas a alimentarte sólo de tomates por muy buenos que estén.
Salieron del edificio postal y se dirigieron a la tienda de Micri, que no estaba mucho más lejos.
─Espérame un segundo aquí, se me ha olvidado comprarle un poco de papel a Emith. ─Anthee se dio la vuelta y regresó al edificio del servicio postal.
Nod estuvo observando a su alrededor. Había personas yendo de un sitio para otro y parecía que nadie se fijaba en él, era la primera vez en su vida que pasaba desapercibido. Poco a poco fue perdiendo el miedo a moverse y con ello destacar aún más. Comenzó a pasear pausadamente por la plaza y a mirar los edificios. Su cabeza destacaba por encima de los transeúntes.
El número de personas que había en la zona fue aumentando repentinamente, iban pasando de una calle a otra, cruzándose en la plaza. Era la hora punta del trasiego callejero. La gente iba a comprar, a por el correo, al ayuntamiento o a realizar cualquier otra labor. Nod se quedó parado en medio de dos corrientes de personas andando, no le miraban pero le incomodaban. Nunca había estado rodeado de tantas personas y le estaba entrando una extraña sensación de angustia. Parecía que el lugar fuera una pequeña habitación llena en vez de un espacio abierto, cuyas paredes y techo se iban encogiendo poco a poco, haciéndose cada vez más claustrofóbica. Algunos chocaron con él, sin mala intención, hasta que no pudo aguantar más y le entró un ataque de agorafobia. Nod empezó a correr por una calle cualquiera, alejándose de la oficina de correos. Giró en algunos cruces y siguió hasta que pudo sentirse solo de nuevo. Intentó ubicarse.
─¡Hola!, ¡qué alto eres! ─dijo una pequeña niña morena con coletas y gran sonrisa, que iba vestida con un vestido verde y blanco.
─¡Hola! ─Nod miró hacia abajo extrañado porque le hablaran.
─¿Cómo te llamas?
─Nod.
─Yo Ame.
─¿Sabes donde plaza?
─¿Buscas la plaza? Es fácil, vuelve sobre tus pasos por esta calle y gira la segunda calle a la derecha y verás la plaza.
─Gracias.
─¡Adiós!, Nod.
Nod siguió las indicaciones de Ame y llegó de vuelta a la plaza, donde estaba buscándole Anthee.
─¿Dónde estabas? Me asusté.
─Miedo, mucha gente, miedo.
─Claro, no estás acostumbrado a ver a tanta gente. Tranquilo, no te harán nada. La gente de este pueblo ni te mirará. Aunque hubiese un dragón bebiendo vino en el bar no se acercarían a curiosear. No tenía que haberte dejado solo. ─Anthee se sintió un poco mal─. Ven vamos a la tienda.
Veinte minutos más tarde la pareja de amigos salía de la tienda de Micri. Nod iba cargado con dos bolsas de papel llenas de verduras y tubérculos variados, que portaba pegadas entre los brazos y el costado.
─Antes me costaba mucho esfuerzo hacer la compra y llevarla hasta casa. Gracias por ayudarme, es un gran alivio. De hecho llevo unas semanas en las que me encuentro más bajo de energías y fuerzas.
─Gente en pueblo no hablan.
─¿Te has dado cuenta? La gente aquí es muy seria.
─¿Por qué?
─Bueno, antes no eran así. Ahora están tristes… tristes tampoco es la palabra. No sé cómo explicártelo.
─Triste no servir para vivir.
─Hace muchos años Valleflor era un pueblo encantador, con gente amable, simpática y charlatana. Se celebraban grandes fiestas, la gente compartía su comida y se bailaba y cantaba. «Y en las noches de estrellas, la luna que es bella, la luna que es llena, alumbra los rostros de gente que cena…» ─Anthee canturreaba en voz baja intentando recordar la canción.
─¿Qué pasó?
─Lo que la vida te presta, la vida se lo lleva.
─¿Cómo?
─Ven sentémonos aquí ─dijo Anthee señalando a una gran roca en medio de la colina.
Estaban a quinientos metros de casa, colina arriba, subiendo. Anthee estaba ya cansado de andar y parecía que lo que estaba recordando había hundido un poco más sus pasos en la tierra. Ambos se sentaron.
─¡Pero deja las bolsas en el suelo!
Nod soltó las dos bolsas y las equilibró contra el lateral de la roca. Luego apoyó sus pies en un saliente de la peña que estaba elevado del suelo y se abrazó las rodillas con sus interminables brazos.
─Yo siempre viví en el pueblo. Nací aquí y al final moriré aquí también. Mis padres eran del pueblo y mis abuelos llegaron con sus padres cuando eran niños, porque formaban parte del grupo fundador de Valleflor, que iba viajando extendiéndose hacia el norte. ─Anthee miraba de reojo hacia arriba, como recordando. A ciertas edades los recuerdos más antiguos parecen los más frescos.
─¿Fundador?
─Si. Antes, aquí no había nada más que árboles. Nosotros, los hombres y mujeres, cuando llegamos al continente, empezamos a colonizar el sur y nos fuimos extendiendo hacia el norte poco a poco. Esta zona es de las de más reciente colonización, apenas tres generaciones.
─Entiendo.
─Cómo te iba diciendo, yo siempre viví aquí. Siempre conocí el pueblo igual, casi inalterable, no creció ni disminuyó su población de forma notable en ningún momento. ─En este instante, Anthee hizo un parón e inspiró aire lentamente, como intentando reunir fuerzas para continuar─. Y así fue siempre hasta el día maldito.
─¿Maldito? ─Nod conocía esa palabra, pero le extrañaba que la usara.
─Al principio sólo eran simples enfermedades cotidianas, como la gripe o los resfriados. Mucha gente enfermó y pareció curarse de forma normal. Pero luego, a los días, volvieron a enfermar, pero de forma más intensa. La gente tenía escalofríos, fiebre, tos, tiritaban y estaban semiinconscientes. El doctor Rafael, que en paz descanse, no pudo hacer mucho, era un buen chico y dio su vida por el pueblo, jamás abandonó su labor. Muchos de los enfermos empezaron a morir y la enfermedad se convirtió en plaga, o en maldición, según quien lo cuente. ─Anthee volvió a detenerse y apretó con sus dedos un viejo colgante con el símbolo de Arthros.
La insignia consistía en un cuadrado con una circunferencia dentro que a su vez tenía un triangulo isósceles en su interior. Significaba Arthros el que contiene a los tres. Killeth, que es el círculo, porque une la vida con la muerte, el ciclo de la existencia, la circunferencia que recorre el camino y vuelve al mismo lugar, porque partimos de Arthros y regresamos a él. Geng se representa como el triángulo, situado en el vértice superior, que juzga a la persona, que está representada en uno de los vértices de la base, basándose en sus hechos y circunstancias que los representa el otro vértice. Y por último Teru, dios de la naturaleza, representado por los cuatro elementos: tierra, agua, fuego y aire. Cuatro elementos situados en las cuatro esquinas del cuadrado.
─Los enfermos tuvieron que ser puestos en cuarentena, y al resto nos evacuaron durante sesenta y tres largos e interminables días. Todos en mayor o menor medida tuvimos que dejar a alguien atrás y sobrevivir con el peso de la duda sobre nuestras cabezas. ─Anthee se señaló con el dedo índice la sien─. Cuando el ejército levantó el campamento y nos dejó volver, nos encontramos de golpe con la dura realidad. ─Los ojos del viejo empezaron a humedecerse y brillar─. Ninguno de los enfermos que estaban en el templo había sobrevivido. Más de la mitad de los que habían sido retenidos en sus hogares habían fallecido. Parte del cuerpo médico del ejército había perecido también. Y el doctor Rafael llevaba ya dos semanas muerto. ─Agarró el medallón con todo el puño y lo apretó fuerte─. La primera semana fue de celebraciones de funerales simbólicos, pues ya estaban enterrados hace días, aunque posteriormente algunos trasladaron las tumbas; las tres siguientes semanas fueron de guardar el luto. Nadie sonreía, nadie cantaba, nadie hablaba. Con el tiempo la vida fue abriéndose camino entre el dolor, como los rayos de sol lo acaban haciendo entre las nubes. Los vecinos volvieron a sus trabajos, pues había que comer. Pero ya nunca volvió a ser igual. ─Agachó la cabeza.
─¿Y por eso no hablar? ¿Tristes?
─No, eso ocurrió tiempo después. Durante años la gente estuvo triste. Éste ya no era el pueblo de antes. Hubo personas que lo llevaron mejor, pero algunos no pudieron soportarlo y tomaron decisiones drásticas. Unos se marcharon, otros cayeron en el abrazo del alcohol e incluso alguno llegó a suicidarse. Durante mucho tiempo Vallefor quedó marcado por la tristeza.
»Pero hará como diez años, año arriba, año abajo, que la gente empezó a cambiar. Nunca recuperaron la alegría, pero perdieron la tristeza. Fue poco a poco, noche tras noche. Cada día que pasaba fueron transformando la tristeza en indiferencia, se volvieron insensibles. Y desde entonces siguen así, impasibles ante todas las cosas de la vida. Por un lado está bien que no sufran, pero aquí hemos venido a vivir y eso implica aceptar todos los hechos con los que nos topemos. Vivir no es sólo ser feliz y reír. Vivir es sentir en toda tu plenitud.
─¿Por qué dejar de sentir?
─Eso amigo, es otra historia. Ya hemos descansado suficiente. Sigamos.
Anthee y Nod se levantaron y continuaron el camino que les quedaba hasta casa sin hablar.
El viento había empezado a despertarse en lo alto de la colina, y con su despertar había traído consigo algunas nubes oscuras que empezaban a descargar su humedad, de forma pausada, en forma de finas frías gotas de agua. Parecía que el cielo estaba triste por volver a recordar la historia de Valleflor. Una llovizna un poco molesta para los caminantes, pero no lo suficientemente fuerte para que Nod y Anthee tuvieran que darse especialmente prisa en alcanzar la cabaña.
Nod se detuvo, extendió los brazos en horizontal al suelo y elevó su rostro a las nubes. Se fue dejando empapar lentamente por el agua mientras su pelo se iba humedeciendo. Las gotas corrían por su frente hacia las orejas y caían desde sus lóbulos hasta los hombros.
─¿Te gusta la lluvia?
─Lluvia alimento de la naturaleza. Viento y lluvia
─A mí me recuerda siempre a cuando tuvimos que abandonar el pueblo.
─¿Recuerdos duelen?
─Con los años vas acumulando más recuerdos dolorosos de los que no puedes desprenderte. Y tan sólo una pequeña chispa en forma de olor, sonido o sensación hace prender la mecha de la memoria en tu cabeza. ¿No tienes recuerdos dolorosos?
─Yo recuerdo donde guardar comida, donde haber agua, pero no gustar recordar cosas malas. Cosas del pasado son de vida pasada, y cosas del futuro no saber si pasarán.
Anthee pensó en cómo Nod le había contado por la mañana los momentos duros de su vida, y si no le gustaba recordar, debía valorar aún más lo recibido. Había recibido un regalo mayor que cualquier cosa material.
Durante los últimos metros hasta casa tuvieron que aumentar el ritmo de su caminar, pues la lluvia se había intensificado. Todo parecía que iba a quedar en una tormenta pasajera, ya que a lo lejos se veían nubes blancas procedentes del sur. Al llegar cerraron la puerta tras de sí de un portazo. Nod se sacudió la cabeza y se giró sonriendo para compartir ese momento con su amigo Anthee. Pero el viejo estaba inclinado y apoyado en el pomo, con una mano en el pecho e intentando respirar.
Nod no sabía cómo actuar, así que alargó un brazo sobre el hombro de su compañero y agachó la cabeza para mirarle a los ojos. Pudo notar su tristeza con el contacto.
─Estoy bien chico, se me pasará. Ya no estoy para estas carreras. Mi viejo corazón no funciona como antaño.
Anthee hizo un esfuerzo para llegar a la silla y sentarse. Nod cogió un vaso de madera, lo llenó de agua de la tinaja y se lo acercó.
─Gracias chico, ya me encuentro mejor. Que haya sobrevivido a una pandemia y que casi me muera por un poco de lluvia… ─Anthee se secó unas gotas de la cara─. Alcánzame aquella toalla y sequémonos un poco.
Por la tarde la tormenta ya había pasado y se perdía por las montañas del norte. A última hora del día el ambiente refrescaba e invitaba a recogerse en casa y a echarse una fina manta por encima.
Anthee salió de la trasera de su cabaña portando dos troncos de madera de los que tenía acumulados en la trasera de su hogar. Introdujo los leños en su estufa y la encendió. Movieron un poco la mesa para acercarla al calor y se sentaron a cenar. Sobre la mesa había patatas asadas con un poco de cebolla, pimientos verdes y pimentón picante, unas hogazas de pan, un par de salchichas especiadas para Anthee y tomates de los recogidos el día anterior, que destacaban sobre el resto por su brillo provocado por el reflejo de la luz cálida de la lámpara de aceite.
─¿Sabes qué, Nod? Creo que tengo que devolverte la confianza que tuviste conmigo esta mañana contándome sobre los momentos duros de tu vida. Al final de esta noche ambos estaremos en igualdad de condiciones ─dijo Anthee mirando a los ojos de Nod─. ¡Maldita sea chico! Ahora ni me apetece comer salchichas, me da cosa comer carne delante de una persona que sólo come vegetales.
Nod cogió una salchicha clavándole una de sus uñas afiladas y la elevó delante de su cara, pegada a su larga y picuda nariz. La miró, chorreaba grasa. Luego dio una profunda inspiración y absorbió todo el aroma del manjar.
─No entender porqué comer esto. Fuego mata. Coméis muerte.
Anthee quitó la salchicha del dedo de Nod y la volvió a colocar en el plato junto a la otra. Luego se levantó, se fue al fondo de la habitación y empezó a rebuscar en los sacos apilados, donde había encontrado la ropa que le prestó a Nod el primer día. Al cabo de un rato, sacó un vestido marrón y muy viejo. Lo olió fuertemente con los ojos cerrados y lloró.
─El otro día cuando te busqué ropa lo vi, y desde entonces llevo pensando en cosas del pasado, cosas tristes. Era de mi mujer. Y la ropa que te dejé era de uno de mis hijos.
─¿Tener familia?, ¿qué pasó?
─Si, yo tenía mujer y dos hijos. Ella se llamaba Melys, y mis hijos eran Norein y Antares. Melys era la mujer más increíble que jamás he conocido. Era preciosa, tenía una larga melena ondulada que siempre brillaba y unos ojos azules tirando a gris claro que eran capaces de iluminar tus momentos más oscuros con tan sólo una mirada. Era inteligente como nunca lo fue nadie, aprendía de todo con tan sólo observar, y con un par de días de práctica, lo mismo aprendía a tocar una guitarra que a bordar.
»Yo nunca fui muy listo, y jamás pensé que podría enamorarla, pues todo el pueblo andaba detrás de ella, y yo sólo era un humilde agricultor. Pero a veces resulta que lo que uno ve vulgar otros lo encuentran increíble. Según ella, se enamoró de mí por mi bondad y por la forma en la que la hacía reír siempre. ¡Ya ves!, yo pensaba que era un humilde hombre de campo, y resultó que la humildad que yo despreciaba me consiguió a la mejor mujer del mundo. Al final nos casamos y vivimos juntos los mejores años de nuestra vida. Resumo para no aburrirte, pues podría hablar de ella durante horas.
─No aburrir. Continua.
─Tuvimos dos hijos. Primero Antares, un chico alegre que siempre veía las cosas buenas y nunca estaba triste. Era sociable, cariñoso y religioso. Participaba en todas las cosas que se organizaban en el pueblo. Heredó los ojos de su madre, por lo que su mirada era penetrante. Años más tarde nació Norein, que siempre fue más introvertido, muy estudioso, un poco empollón, pero también era muy buena persona. ¡Gracias a Arthros que se parecían más a su madre que a mí! Antares adoraba a su hermano pequeño y siempre se encargó de que su inteligencia y timidez no le causaran problemas con otros niños del pueblo.
»Recuerdo esos veinticincos años de mi vida como los mejores. Puedes haber nacido hace mucho tiempo, pero hay veces que sientes que tu vida realmente empieza en cierto momento concreto. Y yo empecé a vivir cuando conocí a Melys y formé mi familia.
─¿Qué pasó?
─¿Qué va a pasar? Que ni las mejores personas se libran de las maldiciones. Cuando llegó la enfermedad al pueblo, casi ninguna familia se libró de ella. Dos días antes de la llegada del ejército, Norein, que tenía ya doce años, empezó a sentirse mal. Unos días atrás había estado enfermo levemente, y recayó, o al menos eso pensamos.
»Luego pasó lo del ejército. Nos sacaron a todos de casa y nos hicieron formar en cuatro largas filas. Nadie sabía para qué era aquello. Yo iba el primero, Norein después, seguido de su hermano y de su madre. Cuando llegué, un soldado empezó a examinarme sin tocarme, y en apenas treinta segundos me mandó hacia una calle, sin posibilidad de quedarme a esperar a mi familia. Tras de mí llegó Norein. Se dieron cuenta enseguida de que estaba enfermo, y lo forzaron a ir hacia el lado opuesto de donde estaba yo. Intenté volver para ver qué pasaba, pero los militares me lo impedían. Estaba allí de pie, bajo la lluvia y solo, mirando impotente. Antares peleó con uno de los guardias intentando que no se llevaran a su hermano, pero no pudo hacer nada y Norein le tuvo que contener como buenamente pudo. Cuando todo se calmó, procedieron con Antares, que se plantó allí de pie, cara a cara con el sanitario, con porte desafiante como no le había visto nunca. Empezaron a examinarle y Antares, sin perder su posición de firmeza, tosió. ¡Pero por Arthros que fue a propósito!, estaba totalmente sano, estoy seguro. El sanitario no lo dudó y le mandó con su hermano, tenían órdenes de no arriesgar y a cualquier mínimo síntoma debía apartar a los posibles enfermos. Antares llegó a la altura de su hermano y le abrazó librándole de gran parte del peso de su cuerpo para que sufriera menos por su debilidad. ─Anthee miraba a la mesa todo el rato, no era capaz de levantar la mirada en ningún momento, como si la historia que estaba contando pesara demasiado─. Yo seguía de pie, de puntillas, intentando ver lo que pasaba desde lejos.
»Vi como empezaban a examinar a Melys, ella también estaba totalmente sana. Pero aún recuerdo esa mirada que me lanzó desde la fila. Sus ojos penetraron la lluvia y sentí su mirada como nunca la había sentido. Era una mirada pidiendo perdón, era una mirada de despedida. Levantó una mano y empezó a hacer como que le temblaba. Yo quería gritar por lo que había hecho. Pero la comprendí, la perdoné y me despedí sólo con mis ojos. Si yo no hubiese ido el primero, también lo hubiera hecho, pero me quedé solo. Mi maldición era estar en la fila de los sanos. No había motivos para la esperanza en mí ─dijo mirando a Nod con gesto de rabia e impotencia y con los ojos llenos de lágrimas─. Pasé los peores días de mi vida. Apenas comí, casi no dormí. Me pasaba el día entero mirando a la letanía, sentado al lado del vallado del campamento, por si trasladaban desde Valleflor a alguno de los que se fueran curando. Pero eso nunca pasó.
»Al final nos hicieron regresar a casa. Pero aquello ya no era mi hogar, lo que yo encontré allí ya no era mi familia. Esa maldita enfermedad había acabado con las personas que más amaba en el mundo, las había consumido. Por lo que me contaron, primero falleció Norein, y a las tres semanas Melys, contagiada por nuestro propio hijo. A quién dio vida se la había arrebatado. Luego se desvaneció Antares poco a poco. En menos de dos meses había perdido todo lo que había construido en veinticinco años. Lo que la vida me prestó, la vida se lo llevó.