Capítulo VI

1.

Pocos años después de las primeras incursiones nereahnas en el plano astronómico, comenzó a llamar poderosamente la atención de aquella raza la presencia de un astro vecino muy similar donde también el medio resultó apto para que se desarrollara una vida que culminó entonces, de igual manera, por abrirse paso.

Al promediar su historia, la civilización ya contaba con las herramientas necesarias como para realizar sus exploraciones iniciales, y pronto se percataron sus exponentes de que ese era sin lugar a dudas el cuerpo más interesante al cual estudiar por sobre el total de los descubiertos. Por sus características, resultaba ser el más indicado para la subsistencia. Los mundos restantes no ofrecían demasiado: la proximidad de Mercurio al Sol no lo hacía una alternativa conveniente, Marte poseía una atmósfera demasiado débil como para constituir una opción seria y ni hablar de los demás: gigantes gaseosos distantes donde las probabilidades de hallar rastros de vida se reducían de remotas hasta lo definitivamente imposible.

Fue en ese momento cuando quedaron pasmados al descubrir con certeza que no se hallaban solos en el Universo.

Para su sorpresa, el «hermano gemelo» se asemejaba a su par incluso en el gran porcentaje de especies representantes de la flora y la fauna que poseían en común, hecho posible por naturaleza gracias a la similar composición del hábitat. Pero existía una gran diferencia en ese campo que fue la que justamente marcó el impedimento del desarrollo del hombre: la presencia de un depredador que se encargó eficazmente de borrar de la faz del planeta al mono y a sus descendientes en el período de su más temprana e imperfecta evolución. Sus descubridores lo llamaron «ítica», palabra que en alguno de sus antiguos lenguajes significaba «devorador rapaz». Un ave salvaje que con su sola presencia atemorizaba a cualquiera que la divisara sobrevolando los cielos. La proyección de su sombra amenazante en la tierra revestía el preámbulo de una feroz cacería. De ralo plumaje oscuro, pico y garras que podían devenir en armas mortales, poseía entre 3 y 10 metros de largo y podía llegar a superar en algunos casos los 4 de envergadura. Justamente sus enormes alas eran el principal elemento que le otorgaba una capacidad de planeo envidiable. Se trataba nada más ni nada menos que del antecesor del cóndor, otro espécimen que también supo imponer su supremacía hasta sus últimos días sobre altos picos montañosos de la cordillera de los Andes. La ítica dejó de existir como tal poco tiempo después de acabar por completo con su presa, viéndose de esa forma imposibilitada de hallar un reemplazo adecuado para su dieta. Su descendencia resultó obligada entonces a modificar sus hábitos de alimentación y, con ellos, su metabolismo.

Al abandonar el planeta, los miembros del Consejo Directivo de la Agencia Espacial Internacional convinieron en dejar en el Sistema Solar una huella que fuera algo más que el homicidio de su propio hogar y sembraron con su semilla la Tierra.

En una primera instancia, intentaron clonar a los eslabones previos en la cadena de la evolución para asemejar al máximo la aparición del hombre tal y como había sucedido en Nereah. Pero el experimento no prosperó debido a que por esos entonces aún carecían de los conocimientos necesarios como para hacer de ella una tarea exitosa. Los resultados fueron catalogados como «grotescos y aberrantes»: deformes creaciones que no pudieron igualar jamás a la sabia mano de la naturaleza.

Entonces se vieron forzados a recurrir al plan B, seleccionando a un grupo compuesto por tres mujeres y tres hombres de distintas etnias que fueron depositados en territorio africano. Era de vital importancia que ellos careciesen de cualquier clase de conocimiento y cultura, así que fueron aislados desde su nacimiento hasta alcanzar la edad conveniente como para valerse por sus propios medios. Trasladaron también primates y enterraron cuidadosamente en los suelos fósiles propios de los antecesores humanos para crear la ilusión de una real evolución que nunca había tenido lugar.

El Proyecto se trató en realidad de una vil apuesta entre pocos, encubierta bajo la premisa de otorgar al ser humano la posibilidad de un nuevo comienzo y observar su evolución. Lo que en realidad quería saberse era si sus descendientes serían capaces o no de cometer los mismos errores.

Con el paso de los siglos, decidieron intervenir en el normal desenvolvimiento de la especie e introdujeron creaciones propias que reavivaron el interés por el estudio, agregando según ellos una «pizca de adrenalina» a los acontecimientos. Los resultados fueron sorprendentes. A causa de su intercesión se producirían hechos que marcarían nuevos y drásticos rumbos en la historia de la flamante civilización.

Lo presentado resume sintéticamente el Proyecto Planeta Tierra, sobre el cual Aluin se explayaría ante sus visitas de manera verbal y solo en los puntos convenientes, manipulando en forma previa y estudiada muchos otros y ocultando los restantes.

2.

La presentación de «Historia de Nereah» culminó al atardecer.

Casi al instante en que se encendieron las luces, Canthra y Aluin observaron en los rostros de sus huéspedes la necesidad imperiosa de efectuar millones de preguntas, pero a su vez la duda instalada en ellos en cuanto a hacerlo por el temor a las posibles respuestas.

—Sé que están al ansioso aguardo de la ratificación o no de un sinfín de cuestionamientos —les dijo Aluin, siempre con ese timbre de voz que emanaba sosiego (nunca utilizado de forma más adecuada que en esos momentos)—. Creo que una única imagen bastará para evacuar un gran porcentaje de sus dudas…

Tras sus palabras, solicitó cortésmente a Canthra que efectuase las gestiones necesarias como para poder él continuar con su explicación. La mujer tomó de su bolsillo un diminuto y extraño aparato que debía de oficiar de transmisor, ya que oprimiendo dos botones logró comunicarse con la persona encargada de poner a su disposición los elementos que habrían de requerirse.

—Sí… Habla Canthra, desde el salón de conferencias. Necesitamos efectuar una observación en el monitor. Sí… Por favor, fijen coordenadas para el sector X354; segundo cuerpo del Sistema Solar en cuestión. Exacto… Nereah.

El operador contactado acató el pedido desde dondequiera que estuviese.

Resultó que el «monitor» era una pantalla de cristal líquido que comenzó a descender lentamente desde los techos hasta cubrir con su impactante tamaño tres cuartos de la pared enfrentada a los asientos. La imagen que brindó fue la esperada; la temida.

Allí, suspendido en la inmensidad del espacio silencioso, Nereah mostraba los trazos rojizos y anaranjados que poblaban su atmósfera en la actualidad, conformando un velo impenetrable que imposibilitaba siquiera imaginar su ajada superficie.

—Venus… —pronunció Reed con un hilo de voz que fue casi inaudible. Su corazón galopaba incontenible dentro de su pecho por la furia con que la adrenalina lo hacía latir. Johnson tenía la misma sensación. Spenter, en cambio, estaba embelesado. Los tres sospechaban lo que vendría a continuación. Algo que forzosamente tendría que ver con ellos y con todo el resto de la humanidad tal y como la conocían hasta hacía escasas horas…

Las luces no se encendieron y la imagen del monitor no cambió durante el tiempo que duró el relato de Aluin. Esa situación produjo en los interesados un efecto de mayor impacto aún; lograron así sumergirse todavía más en la narración, si eso era posible…

—La historia de nuestra incursión en el espacio inició a muy temprana edad —comenzó el feeriano—. Su planeta fue el primer cuerpo distinto a la mayoría que nuestros antepasados lograron descubrir en el vasto firmamento. Y el que, a lo largo de los años, con su estudio, despertó mayor interés. Las primeras sondas no tripuladas fueron enviadas hace más de 300.000 años. Descubrimos al instante que no estábamos solos en el Universo.

El orador hizo una pequeña pausa para acomodarse en su asiento y mientras tanto efectuar una cuidadosa selección de las palabras a utilizar a continuación, con el objeto de que la revelación resultase lo menos chocante posible.

—Por esos entonces, poblaban su planeta una gran variedad de seres vivientes no muy diferentes a los que habían dejado su huella en el nuestro e incluso en algunos casos continuaban aún con su existencia. Pero no había habido jamás espacio para el ser humano. Un feroz depredador de primates denominado «ítica», que en Nereah no tuvo lugar por causas que todavía siguen siendo un misterio, se encargó eficazmente de acabar con la especie y así imposibilitar su desarrollo y evolución. Cuando llegó ese día, la ítica se vio forzada a cambiar su dieta y entonces el camino estuvo libre, pero ya no quedaba ningún espécimen del animal antecesor del hombre como para poder lograrlo. Mucho tiempo después, cuando la vida en nuestro hogar comenzó a tornarse difícil y nos vimos obligados a planear el inevitable éxodo, decidimos no abandonar completamente el Sistema Solar. Decidimos darle otra oportunidad al ser humano. Entonces seleccionamos un grupo de hombres y mujeres que poblasen el tercer planeta. Esos humanos no debían ser preparados; no debían poseer los conocimientos que nosotros teníamos y por eso, dentro del más completo aislamiento, se les impidió acceder a su educación. Debían comenzar de cero. Por esa razón los dejamos allí cuando tuvieron la edad suficiente como para valerse por sí mismos. No hubo preparación alguna, ni siquiera para enfrentarlos al arduo desafío que revestía la misma supervivencia. Los eslabones predecesores al igual que los primates fueron transportados desde nuestro planeta y enterrados bajo la tierra para que ustedes llegaran a la conclusión de una teoría lógica de evolución que, como han visto, no resultó errónea históricamente aunque sí geográficamente.

Los astronautas quedaron petrificados. Ninguno dudó de la palabra de aquel hombre. No tenían por qué hacerlo. No pensaban que existiese razón en él para mentir. Además, era perfectamente lógico esperar ese desenlace.

Reed no podía contener su llanto. La emoción de ser una de las primeras en conocer la respuesta a uno de los misterios más grandes que habían desvelado a la humanidad, sumada a todos los hechos acontecidos desde su llegada, le había ganado la batalla. Los propios padres de los terrícolas estaban haciéndolos partícipes de la historia más emocionante que les habían contado jamás. Gruesas lágrimas también surcaban el rostro de Spenter. Johnson, en tanto, sentía que su cerebro estaba a punto de estallar. Miraba a sus compañeros y a sus anfitriones, estupefacto. No podía creer formar parte de aquella escena. Así y todo, intentó reordenar sus pensamientos y lo logró como pudo, tras un titánico esfuerzo. Tuvo que luchar por desatar el nudo que oprimía su garganta antes de efectuar la consulta que haría a continuación.

—Significa que ustedes saben… supieron de nuestra existencia desde sus comienzos.

—Así es… Y desde este lugar remoto hemos estado observando y estudiando su evolución a lo largo de los siglos —observó Canthra.

—Sí… pero no volvimos a interferir —se apuró en agregar Aluin—. Si nuestros representantes humanos hubieran perecido sin reproducirse, no hubiéramos intentado realizar la prueba nuevamente. Respetaríamos los mandatos del destino. No sería, si no tenía que ser…

—Hemos vuelto a fallar —pensó Spenter en voz alta, y fue la primera vez que un terrícola unificó con sus palabras a las dos razas en una sola. Se refería al hecho de que la nueva oportunidad había sido otra vez desperdiciada.

—Con tristeza hemos descubierto que la historia ha vuelto inexorablemente a repetirse —finalizó Aluin—. Pero todavía hay tiempo. Aún no es tarde…

3.

Para el momento en que se encendieron las luces de la sala, Aluin y Canthra descubrieron a sus visitantes más turbados de lo que imaginaban.

El rostro de Sheena Reed mostraba signos de congestionamiento que indicaban su llanto previo. Su vida y las de sus compañeros ya no serían las mismas nunca más. Los acababan de hacer partícipes de una revelación por la que los suyos pugnaron afanosamente desde siempre, sin poder obtener más que un puñado de teorías.

—Las semejanzas en el aspecto físico, nuestras acciones a lo largo de la historia y hasta el mismísimo idioma no son una coincidencia…

Los tres giraron sus cabezas para observar a la mujer que efectuara el comentario.

Los días subsiguientes transcurrieron de forma muy distinta.

Los anfitriones de los astronautas dejaron de ser extraterrestres a los ojos de estos últimos para pasar a convertirse directamente en una especie de «hermanos mayores». Continuaron aprendiendo de ellos (ahora con más interés que nunca) a través de sus narraciones y una multiplicidad de viajes que tuvieron la oportunidad de realizar a distintos sectores del globo. Así conocieron un sinfín de ciudades y etnias que conservaban, a pesar del paso del tiempo, ciertos rasgos que las asimilaban con un pasado africano, europeo o asiático. Concluyeron por interiorizarse de la simpleza en los hábitos de sus pobladores, que podían vivir humildemente a pesar de saber a su disposición la tecnología jamás imaginada por los observadores. A pocos les sobraban lujos, pero ninguno carecía de lo básico como para cumplimentar su desarrollo dignamente: todos contaban con un hogar correctamente constituido, un buen trabajo y el tiempo suficiente como para gozar de los frutos que habían obtenido, porque la actividad laboral era considerada un medio para la subsistencia, no la finalidad de esta…

Se sorprendieron al ver que en el centro de cada uno de los emplazamientos aún se conservaban las inmensas naves en las que habían arribado sus antepasados desde Nereah, ahora recicladas y convertidas en sedes del CGF, con sus respectivos funcionarios. Todas eran iguales: poseían una robusta estructura circular y contaban con el espacio suficiente como para albergar el sorprendente número de 10.000 almas cada una.

Fue casualmente en una de estas ciudades donde se toparon con un hecho que les resultó por demás extraño.

El lugar se llamaba Carixta. Quedaba en el centro de uno de los tres continentes que se ubicaban en la cara del planeta que había quedado oculta a los astronautas al momento de su arribo desde el satélite artificial, unos cuantos kilómetros por debajo del Cinturón Desértico. Aluin dudó en visitarla al diagramar el recorrido debido a su cercanía con Hirkha, el poblado internamente conocido por ellos mismos como «el último bastión rebelde». Tamaña denominación venía acompañada de su respectiva historia; una historia que tanto el gobernante de aquel mundo como su séquito habían decidido resguardar celosamente del alcance de los visitantes.

Lo cierto era que Hirkha había sido fundada por un grupo de personas que no compartían la visión del resto de los nereahnos en lo que hacía al Proyecto Planeta Tierra.

Como era de esperarse, al plantearse el mencionado proyecto hubo voces a favor y otras en contra. Aunque estas últimas eran las menos, se hicieron oír con vigor a tal punto que la realización del mencionado experimento llegó seriamente a cuestionarse y corrió peligro de suspenderse.

Los que estaban en desacuerdo sostenían fundamentalmente que era inhumano proceder de esa forma con cualquiera de sus semejantes para estudiarlos cual si fuesen ratones de laboratorio. Y el descontento fue aún mayor al conocerse la decisión posterior de comenzar a intervenir en su normal desarrollo, jugando a ser Dios. Fue entonces que, al arribar a Feeria, todos los manifestantes quedaron literalmente deportados a un territorio inhóspito y lejano de la capital del planeta, teniendo que hallar la manera de subsistir en forma independiente del resto del mundo.

Como fue señalado antes, hubo muchas dudas sobre visitar Carixta por su cercanía con Hirkha. Por otra parte, el hecho de que al final se optase por realizar la excursión recayó en el posible riesgo de sospecha por parte de los visitantes en lo que haría al eventual sorteo de esa zona. Al comenzar el recorrido por los diversos puntos del globo, un asistente del comité cometió el error de entregarle a cada uno un mapa con la ubicación de la totalidad de los emplazamientos. Ya no hubo posibilidad de vuelta atrás. Al enterarse Aluin del fallo, impartió secretamente la orden de reforzar la vigilancia armada de la ciudad (que estaba cercada desde sus principios) con el objeto de anular la chance de cualquiera de sus habitantes de salir de ella para advertir a los astronautas acerca de las verdades que se les estaban ocultando. Pero ello ocurriría de todas formas.

4.

El líder hirkhano se llamaba Arxel Carl. Era un hombre maduro y vigoroso, tan aguerrido como el resto de los suyos. Su sola presencia, traducida en un físico escultural de más de 2 metros de altura, imponía respeto. Sus sienes platinadas contrastaban con su abundante cabello negro y su piel oscura. Vivía junto a sus gobernados un presente muy distinto al del resto de los habitantes del planeta, cuya supervivencia estaba seriamente dificultada por su confinamiento a una zona escasa en recursos. La pobreza e insalubridad favorecían la aparición de enfermedades que no siempre tenían una cura y que se hacían presentes sin mayores impedimentos. Los pobladores de Hirkha moraban en edificaciones precarias y subsistían sobre todo gracias a la agricultura de un suelo que a veces no era lo suficientemente fértil, y en menor medida de la caza de algún animal que esporádicamente frecuentase la zona.

A pesar de sus limitaciones, Arxel Carl era un buen dirigente. Trataba de impartir justicia y equidad entre su pueblo, y este lo reconocía y respetaba por ello. Era amable con quien lo merecía, pero también podía convertirse en la peor pesadilla de sus enemigos. La estirpe guerrera de sus antepasados se hallaba muy presente en él. Como todo buen líder, se preocupaba también por estar al tanto de cuanto pudiese y así disponer de las herramientas necesarias como para conservar el control. Contaba con fieles mensajeros que de alguna forma siempre conseguían traer frescas noticias del hostil universo que se cernía imponente pero no infranqueable a su alrededor. Fue casualmente uno de estos mensajeros quien le informó de la visita venidera al poblado vecino de los terrícolas que ya tenía conocimiento de que estaban en su planeta. Hasta ese momento, creía imposible poder dar con ellos, pero ahora sabía que habría una chance. Y la sabía única, por lo que no podía dejarla pasar.

Preparó con sus lugartenientes de mayor confianza un plan para eludir a la creciente guardia que rodeaba el perímetro a pocos kilómetros de las fronteras. Estaba al tanto de que sus enemigos aguardaban un intento de escape por parte de ellos y se valió de una estrategia kamikaze para lograr su objetivo. Disponía de un precario ejército jamás concluido de conformar, pero con el suficiente coraje y devoción como para responder a su llamado incluso en esas instancias y bajo esas condiciones. La estrategia consistiría en utilizar a sus hombres de armas como cebo para atraer la atención de una vigilancia que con certeza descuidaría así su flanco al acudir en su intercepción. Se libraría una batalla corta y desigual pero que les daría el suficiente tiempo como para brindar la posibilidad a dos guerreros más de atravesar la zona momentáneamente descuidada y llegar a pie a Carixta, tras dos días de viaje en que deberían soportar estoicamente los avatares del clima y arreglárselas con el poco alimento que pudiesen transportar consigo. El plan dio resultado, aunque solo uno de ellos logró llegar a destino.

5.

Extrañó a la expedición terrestre ver un comité de bienvenida tan numeroso cuando arribó a la ciudad. Ni siquiera podían imaginar que casi la tercera parte de este lo componían guardias armados encubiertos.

Había llegado a oídos de Aluin el intento de fuga hirkhano, pero no podía quedarse tranquilo a pesar de la confirmación de su inmediato sofocamiento.

El guerrero sobreviviente que respondía a Arxel Carl se hacía llamar Kurpko. Era un hombre joven, de estatura algo menor que su líder. Desde su adolescencia había decidido servir a las armas y así adoptar un papel activo en la lucha de su pueblo contra la opresión de las fuerzas de Aluin por el hecho de no compartir la misma opinión. Las cicatrices que marcaban gran parte de su cuerpo eran el signo inequívoco de un pasado de devoto servicio a su causa. Fue pilar de la resistencia hasta el día en que encontró su trágico final.

Llegó a su destino luego de transitar con sus pies desnudos 84 kilómetros, valiéndose únicamente de los restos de una harapienta y sucia piel de oso para resguardarse del frío por la noche.

Alcanzó las inmediaciones de la ciudad y se topó a la distancia con el puesto de guardia que flanqueaba la entrada al lugar. Dadas las escasísimas probabilidades de incursiones por parte de los «salvajes vecinos», un único centinela se hallaba a cargo de una vigilancia que de todas formas le obligaban a mantener, solamente por una cuestión de prevención. Kurpko se ocultaba del alcance de visión de este utilizando los árboles del bosque que se extendía al frente del puesto. Un oasis en medio de aquellos desérticos parajes.

La estrategia que utilizó para llamar su atención no fue improvisada, sino diagramada con cuidado por sus pares con anterioridad al comienzo de su aventura. Extrajo de su bolso un viejo transmisor lumínico de largo alcance con el que empezó a hacer señales hacia su presa. El aparato era utilizado por los cazadores del poblado que se adentraban en el bosque a buscar alimento cuando por alguna causa requerían asistencia externa. Los hirkhanos se habían hecho de él durante la última gran batalla entre ambos bandos, acontecida hacía ya más de 10 años.

Casi al instante captó la atención del centinela, quien dio aviso por radio a su base y se dirigió velozmente en su auxilio, pensando que con seguridad se trataría de un compatriota herido, tal vez por algún flégur. Montó para ello un transbordador unipersonal, similar en fisonomía a una motocicleta, que sobrevolaba el suelo a corta distancia de este y le permitió recorrer una distancia de varios kilómetros en minutos. Restando pocos segundos para concluir el viaje, la señal luminosa desapareció. El guardia, extrañado, aminoró de inmediato su marcha sin cambiar el rumbo, procediendo a inspeccionar minuciosamente la zona, con su arma desenfundada. Si la persona en su auxilio había cesado de transmitir, tal vez los flégures habían dado con ella antes que él, por lo que debía estar alerta si estaban merodeando el lugar.

De súbito, la señal se hizo nuevamente visible. El encargado del rescate reanudó entonces su búsqueda a toda marcha y ubicó al instante el punto desde donde aquella provenía. Le extrañó a su arribo hallar únicamente el transmisor. Nadie lo operaba. Caminó unos pasos hasta él y se acuclilló para recogerlo e inspeccionarlo. Le extrañó aún más encontrarlo en tan mal estado. En ese momento, sintió unos pasos que se acercaban tras él y enseguida el potente golpe de un tronco sobre su nuca. Su mundo se esfumó durante el tiempo que permaneció inconsciente. No tuvo la oportunidad de reaccionar, ni siquiera para ver el rostro de su atacante.

Una hora más tarde, recuperó el conocimiento. Aún atontado, llevó una mano a su cabeza y descubrió sangre que emanaba del profundo corte que le había producido el garrotazo propinado. Miró a su alrededor. La arboleda que se cernía sobre él se agitaba levemente por la suave brisa que comenzaba a arrancar de las hojas el sonido característico del viento al peinarlas. Algunas aves volaban a lugares más seguros para guarecerse de una llovizna que preveían inminente.

Bajó su vista al suelo y descubrió sorprendido que su vehículo había desaparecido. Instantáneamente, palpó su cintura para ubicar el radio con el que podía dar aviso a los suyos de lo ocurrido. Con fastidio, notó que también había sido sustraído.

6.

Para esos momentos, Kurpko ya había llegado al puesto de vigilancia. Aprovechó para asearse en el pequeño sanitario del que disponía. Afeitó en tiempo récord la tupida barba que lo había caracterizado cubriendo sus mejillas desde sus 18 años para mudar su aspecto a uno más prolijo con el cual minimizaría el riesgo de despertar sospechas en quienes lo observaran. Halló luego un armario del que extrajo un uniforme a su medida de entre los tantos que se hallaban a disposición del vigilante de turno. Se trataba de una única prenda con un cierre relámpago al pecho. La tela era gris perla, impermeable y suave como jamás había sentido otra en su vida. Un diminuto chip térmico medía la temperatura ambiente y lo adaptaba al ciclotímico clima para proteger a su portador, engrosando o alivianando los tejidos según correspondiese. Por lo tanto, por las noches podía ser lo suficientemente abrigada como para que quien la utilizara estuviese bien resguardado. Tomó luego de otro estante un casco del mismo color a su medida, que cubría su cabeza en su totalidad y protegía su cara con un velo plástico tonalizado que, de todas formas, permitía a cualquiera que lo observase contemplar sus rasgos si se hallaba cerca. Revisando otros cajones, dio con un arma láser que también se decidió a portar.

Dedicó unos segundos a mirar la imagen de su persona que un espejo cercano le devolvía. Era uno de ellos. Una oleada de repulsión lo invadió al saberse tan similar a la clase que odiaba, aunque neutralizó la sensación al recordar por qué hacía lo que hacía. Volvió a abordar su vehículo y se dirigió a toda velocidad hacia su destino. Carixta era la ciudad que imaginaba, pero no pudo evitar impresionarse ante las magníficas edificaciones que solo había tenido oportunidad de divisar a la lejanía, cuando arribara a las inmediaciones de sus dominios. Las calles, pulcrísimas, albergaban una gran cantidad de vehículos de última tecnología, aparcados a la entrada de las residencias de cada uno de sus respectivos dueños. Pocos eran los que las sobrevolaban, dado que comenzaba a oscurecer y todo el lugar empezaba a sumirse paulatinamente en su esperado descanso nocturno. Las puertas y ventanas de los hogares ya se cerraban con los protectores herméticos necesarios para guarecer a sus moradores de la helada que se avecinaba.

Llegó a la plaza principal y descubrió los vestigios de la celebración que había tenido lugar horas antes: un gigantesco escenario rectangular en su centro, guirnaldas y papel picado por doquier, los suelos aún alborotados debido a la intensa actividad que seguramente habían atestiguado.

Pero ni rastros de los visitantes, su séquito acompañante o los moradores que presenciaran el memorable acontecimiento. Todos se hallarían casi con certeza descansando ya en sus aposentos. Rodeó la zona en busca de alguna pista. Sabía que disponía de poco tiempo. Seguramente, el Control Urbano ya sospechaba del hecho acontecido en la frontera desde donde su responsable no había podido reportarse e iniciaría la búsqueda de los eventuales intrusos.

Se inquietó por unos instantes al no poder imaginar la forma en que lograría dar con su objetivo. El plan hirkhano era arribar en el momento mismo de la celebración para así no perderles pisada a los astronautas. Pero su viaje se había complicado; la muerte de su compañero lo retrasó. Ahora no sabía dónde estaban y a eso había que agregarle que probablemente ya habrían emprendido su búsqueda los responsables del control y la seguridad del lugar.

Todavía estaba en la plaza, cavilando sobre sus escasas alternativas. No tenía tiempo de efectuar un recorrido por toda la zona hasta dar por azar con algún lugar que él considerara propicio para albergar a los visitantes. Tampoco podía preguntar a nadie: no había gente en los alrededores, e incluso si así fuera, su consulta despertaría sospechas, ya que se había hecho público en el poblado el itinerario de los terrícolas y de su líder (semejante acontecimiento lo justificaba).

Su vista dio entonces con una pequeña caseta azul apostada en un extremo de la plaza. No sospechaba siquiera todavía que se trataba de una cabina pública de videollamada al servicio de cualquier transeúnte. Se dirigió hacia ella, sorprendiéndose en el instante en que su puerta vidriada se abrió silenciosamente al detectar su presencia cercana, invitándole a ingresar. ¿Sería una trampa? Poco probable. De todas formas, no contaba con muchas otras opciones en esos momentos.

Ingresó y descubrió un visor de unas 10 pulgadas suspendido a unos centímetros de una tarima plástica, listo para responder a cualquier solicitud que se le efectuase. Tomó asiento en el banco frente a él y presionó la pantalla con su pulgar derecho, pero nada sucedió. Observó alrededor del habitáculo y descubrió dos extrañas bandas en las esquinas a los lados del monitor. Dio un pequeño golpe en una de ellas y se sobresaltó al oír un fugaz zumbido que pareció emanar directamente de este. Lo observó y leyó en su interior las palabras «ORDEN NO INTERPRETADA».

Pudo hacerlo gracias a que en sus años de entrenamiento se incluyó un programa de aprendizaje del idioma de sus enemigos, sobre el cual siempre estuvo en desacuerdo (argumentando que con ellos no había que hablar sino actuar, y sin contemplación alguna) pero que por fin comprendió útil. Nuevas palabras aparecieron, reemplazando a las anteriores.

«INGRESE ORDEN».

Descubrió entonces que lo que anteriormente había golpeado era un parlante desde donde impartir por voz sus pedidos a la pequeña computadora. Había escuchado alguna vez en su vida de la existencia de estas. Ahora, por primera vez, tenía una frente a él. Y por fortuna el servicio era gratuito.

—Albergues —dijo, tras pensar unos instantes si esa sería la palabra adecuada. Tenía la sensación de que no, mas tampoco venía a su mente la que creía correcta.

El monitor desplegó un menú de seis opciones.

  1. Albergues estudiantiles.
  2. Albergues familiares.
  3. Albergues naturales.
  4. Albergues para la juventud.
  5. Albergues transitorios.
  6. Albergues turísticos en general.

El sistema también tenía la capacidad de asociar las palabras por su significado y, gracias a ello, más abajo proponía el siguiente listado:

SIMILARES

  1. Garajes.
  2. Guarderías.
  3. Hospedajes.
  4. Hostales.
  5. Hoteles.
  6. Pensiones.
  7. Retiros.

«¡Hoteles!», pensó. Esa era la palabra que buscaba. Enhorabuena… El tiempo apremiaba y él ya comenzaba a ponerse nervioso.

—Hoteles —dijo entonces.

Un nuevo menú desplegó nuevas alternativas.

  1. Hoteles familiares.
  2. Hoteles por horas.
  3. Hoteles turísticos.

—¡Mierda! —dijo en su idioma. El juego no parecía acabar jamás.

«ORDEN NO INTERPRETADA».

Tuvo ganas de destrozar el aparato que parecía estar gastando una broma a él y a su paciencia.

Respiró profundo, se serenó y volvió a la carga.

—Hoteles turísticos.

Un nuevo y último menú dio por fin las opciones buscadas. Aparecieron las fotos de cinco establecimientos, ordenados por grado de importancia, cada uno con su respectivo nombre.

La misma capacidad de discernimiento que lo llevó a comprender el funcionamiento del aparato que operaba (estaba plenamente convencido de que cualquiera de sus compatriotas, a excepción de unos pocos, hubiera tardado una eternidad en hacerlo, si es que alguna vez lo hacía) lo llevó a inclinarse por el Tres Lunas, al percatarse de sus comodidades y su posición por sobre las de los demás en el listado. Tomó nota mental por las dudas del segundo de ellos (del mismo nombre que la ciudad) y del recorrido a emplear para llegar a ambos desde su posición, información también disponible entre las opciones de la computadora.

Abandonó el recinto dedicándole una última mirada, subió a su transporte y reinició su marcha.

No sospechó que, desde otro punto remoto de la ciudad, una de las empleadas de guardia de la compañía de comunicaciones que ponía a disposición pública las cabinas las monitoreaba y estaba tomando nota de los acontecimientos; resultaba por demás extraño que alguien estuviese operando una a esas horas y el historial de solicitudes reflejara que la persona que las realizaba no estaba familiarizada con el funcionamiento de dichas cabinas. Ya se había corrido la voz por radio del incidente acontecido en la frontera y de que cualquier información al respecto sería debidamente recompensada. Todo el mundo estaba alerta.

La mujer no dudó y se puso inmediatamente en contacto con el Control Urbano.

7.

Los astronautas efectivamente fueron transportados al hotel Tres Lunas. Se trataba del lugar de descanso por excelencia de los viajantes pudientes que visitaban Carixta por cuestiones laborales, gubernamentales o simplemente por placer. Lo conformaban dos torres gemelas de 18 pisos, cada una conectada a la otra por un puente cubierto por un tejado transparente de 200 metros de largo en cuyo centro se hallaba el salón comedor, que ocupaba algo más de la mitad del total de su superficie. La plataforma giraba lentamente sobre un eje central que permitía a los comensales de turno gozar de la impactante vista panorámica de los alrededores que se ofrecía desde aquella altura.

Johnson y Reed dormían profundamente en sus lechos. Spenter, desde una tercera habitación, observaba embelesado el paisaje de la ciudad desde el ventanal vidriado que reemplazaba la pared de ese sector del piso 17. Desde allí podían ubicarse el famoso museo aeroespacial sobre el que le comentasen durante el viaje, una escuela más semejante por su fisonomía a un shopping que a un centro de enseñanza y un sinfín de construcciones menores que no debían ser otra cosa que viviendas. Más a lo lejos, la parte superior de la inmensa nave ahora convertida en Centro Gubernamental se erigía por sobre todo lo demás; lo único visible de la plaza en la que hasta hace unas horas él y sus compañeros habían vivido otro momento inolvidable.

Las calles estaban desiertas y fue por ello que le llamó la atención divisar un pequeño vehículo en movimiento que parecía dirigirse a buena velocidad hacia su hotel. A pesar de parecerle extraño el hecho, le restó importancia y decidió unirse a los demás en su descanso.

Para ese momento, dos vigilantes ya habían arribado a la cabina de videollamadas con el objeto de inspeccionarla. Varios más iban hacia el hotel, cuyo personal ya estaba advertido de las posibles visitas que recibirían en cualquier instante.

Uno de estos vigilantes fue el que halló la marca de una huella digital en el monitor. Enseguida extrajo un diminuto aparato de su bolsillo con el que la escaneó. La información fue enviada inmediatamente vía satélite a un centro de procesamiento de datos desde donde podían asociarla con la de cualquier persona que se encontrara registrada en las bases, requisito impuesto a todos los habitantes de la Feeria civilizada, ya que con las huellas digitales reemplazaban la necesidad de cualquier otro documento de identidad.

Segundos más tarde, el análisis arrojaba como resultado la imposibilidad de asociación.

—Comandante —dijo el vigilante a su superior al momento del chequeo de los resultados—. Confirmado. Hay hirkhanos en la ciudad.

Kurpko divisó desde la lejanía el inmenso letrero electrónico del hotel, que rezaba la bienvenida a los visitantes terrícolas, y se sintió orgulloso de contar con el agudo sentido que lo había dirigido hasta allí.

Rodeó las manzanas aledañas a la edificación y decidió intentar ingresar por la parte trasera. Seguramente, en ese flanco no habría la misma actividad que en la entrada principal.

En apariencia nadie estaba custodiándola, pero se equivocaba…

Los responsables de la seguridad del hotel aguardaban su inminente arribo. Fue por eso que en el hall principal había tres personas, civiles en apariencia, charlando distendidamente. Guardias encubiertos. Sabían estos que su o sus visitantes sospecharían al verlos. ¿Qué persona en su sano juicio se hallaría aún despierta a la 1 de la madrugada en una ciudad (y casi un planeta entero) donde todos respetaban cual ritual sagrado el horario normal de descanso? Los únicos en pie debían de ser trabajadores de horario nocturno. Y estos, por su parte, no hacían más que charlar. La ilusión entonces no había sido tendida sin tener el factor en cuenta. Más que nada se trataba de un plan para ocultar el verdadero motivo de una guardia ante un eventual e inesperado descenso al lugar de alguno de los astronautas, que no podían ser vigilados para no despertar sospechas. Los ejecutores del plan consideraban que, al observar la escena, el enemigo sospecharía también de una trampa e intentaría ingresar por algún otro sector, por lo que los accesos alternativos (parte trasera y boca al garaje subterráneo apostado del lado derecho de la edificación) se hallaban celosamente custodiados por más agentes, escondidos en lugares estratégicos con la finalidad de hacer que su presa cayera en sus redes. Esta se percataría del hecho en forma tardía, quedando anulado así su margen de acción y defensa, y se conseguiría el objetivo con el menor alboroto posible.

Kurpko estaba a una distancia de 50 metros de la entrada, pero su aguzada vista no tuvo inconvenientes para dar de inmediato con el sensor apostado por encima de ella. Se trataba de una cámara desde la cual una de las computadoras de la central del hotel leía el rostro de la persona que se hallaba frente a la puerta, asociaba la información con el archivo cargado en sus bases y, si se trataba de alguien autorizado, se le permitía automáticamente la entrada destrabando los cerrojos respectivos.

Sabía que con él el sistema no funcionaría, por lo que extrajo de su funda el arma tomada en el puesto de vigilancia y con una puntería excepcional dio en el blanco, destrozándolo en mil pedazos.

Ya con el camino seudoliberado se apresuró a llegar a su meta. Sabía que ahora los tiempos se acortaban; pronto algún informe indicaría a Seguridad que la cámara había dejado de funcionar. Posiblemente también la puerta enviaría una señal de alerta al sector desde los primeros momentos en que comenzarían a forzarla. Intentó sin éxito abrirla por las vías normales, asiéndose con fuerza del picaporte. Lógicamente estaba trabada. Dio entonces unos pasos atrás y ya con el arma en mano efectuó un nuevo disparo. Para su sorpresa, el láser «rebotó» contra la construcción (que ahora sabía blindada), pero afortunadamente al volver hacia él solo lo rozó en la parte derecha de su cintura. De todas formas, el disparo penetró ese sector de su traje y le causó una herida que lo hizo trastabillar y requerir de un esfuerzo sobrehumano para ahogar un grito de dolor. Se arrodilló para recobrar fuerzas. Sintió cómo la zona comenzó a quemarle y la sensación evocó en él los recuerdos de las otras dos veces en su vida donde disparos similares lo habían alcanzado: a los 14 años en su primera intervención bélica, desde escasos metros un haz enemigo rozó su mejilla izquierda, y a los 23, durante el segundo gran enfrentamiento entre ambos pueblos desde su nacimiento, otro impactó de lleno en un muslo atravesando la carne de un extremo a otro. En ambas ocasiones quedaron cicatrices que lo acompañaban desde entonces. «La tercera», pensó contrariado mientras llevaba una mano a la zona y se percataba de que la tibia sangre comenzaba a brotar lentamente.

Con mucho trabajo se puso nuevamente de pie y caviló sobre sus posibilidades. Decidió entonces protegerse tras su vehículo y efectuar un nuevo disparo, más prolongado. Esta vez, el láser volvió a ser rechazado y dio contra un sector del aparato que lo protegía, horadando lentamente en él y formando un hoyo que a medida que pasaba el tiempo se hacía más profundo. Por fortuna, el vigor de la proyección fue mermando a medida que el disparo hacía mella en el blindaje, concluyendo por atravesarlo y hacerlo desaparecer. Una vez logrado esto, fue fácil traspasar la estructura. Volvió a descubrirse para intentar accionar el picaporte, que ahora cedió con docilidad dejando a su merced el ingreso al edificio. Quedó a su vista un cuarto sumido en una profunda oscuridad. Lo inquietó la ausencia de iluminación, pero de todas formas se decidió a cruzarlo, munido del pequeño reflector ubicado por sobre la mirilla de su arma, apuntando siempre al frente y tanteando en el proceso la pared más cercana en busca de algún interruptor. De pronto, dio con un rostro que lo observaba atentamente desde un rincón. Acto seguido, escuchó las palabras «¡A él!». Las luces se encendieron y tres hombres cayeron sobre su humanidad intentando inmovilizarlo. Kurpko tenía vasta experiencia en luchar en desventaja numérica y, ayudado por su enorme físico, pudo deshacerse en un principio de los dos que se habían asido a sus brazos. Luego tomó al tercero, que desde atrás le quitó el casco y se prendió a su cuello como una garrapata dificultando su respiración, e intentó desesperadamente quitárselo de encima. Lo logró al aplicar un fuerte golpe con su codo en el estómago de este, pero para ese momento ya uno de los primeros se abalanzaba sobre sus pies y le hacía perder el equilibrio. Con potentes golpes de puño sobre su cabeza lo dejó fuera de combate, pero los restantes otra vez cargaban contra él. Comenzaron a patearlo. Desde el suelo solo, atinó a cubrirse hasta que encontró la oportunidad. Se prendió a la pierna izquierda de uno mientras soportaba potentes puntapiés sobre su espalda del otro. La giró de forma tal de dislocar su rodilla y hacer a su agresor caer tomándose la zona afectada y aullando de dolor. Al intentar incorporarse, un nuevo puntapié dio en su frente y le produjo un profundo corte sobre su ceja derecha que lo hizo volver a caer. Así y todo, desde el suelo con su pierna derecha pateó las del único enemigo que aún quedaba en combate y lo hizo caer también. Entonces fue sobre él y atestó sobre su rostro cinco o seis golpes que quebraron su nariz y ensangrentaron la expresión de terror que le dedicó unos instantes antes de desvanecerse por completo. Ya con sus adversarios vencidos, volvió a incorporarse tan pronto como pudo, asistido por un estante cercano empotrado a la pared. Todo su cuerpo le dolía indescriptiblemente. Y aún faltaba lo peor. Recuperó su pistola láser (que había volado unos metros en cuanto lo atacaron), se hizo de la de uno de sus vencidos y reemprendió su camino a pesar de saber que ya estaban al tanto de su presencia y que, con seguridad, lo estarían esperando otros muchos como aquellos. Pero no podía claudicar. Sabía que esa era su única oportunidad. Atravesó la habitación lo más rápido que pudo, cojeando levemente de la pierna izquierda, su sector más magullado.

Aluin ya había sido alertado y observaba con atención los movimientos del intruso desde el salón de operaciones, captados por las cámaras de seguridad colocadas en cada uno de los ambientes del hotel.

Kurpko continuó su camino. Se hallaba ahora atravesando un nuevo cuarto que debía ser el del personal encargado de mantenimiento, a juzgar por sus características y los elementos depositados en él: un armario de dos cuerpos de una madera muy fina sin barnizar, una mesa plástica y tres sillas, sobre una de las cuales se apilaban, dobladas con prolijidad, prendas a utilizar seguramente por los encargados de turno. En un extremo, una pequeña cocina eléctrica anexada a la estructura de un lavaplatos automático se ubicaba por debajo de otro armario de puertas corredizas, más pequeño y ancho, empotrado a la pared. Cerca de este, unos estantes servían de base a seis tazas hondas de porcelana. El cuarto se hallaba en apariencia vacío, pero por su experiencia previa no dejó en ningún momento de escudriñarlo al detalle mientras lo recorría, apuntando frenéticamente en todas direcciones con ambos lásers. Dio con unas escaleras que brindaban acceso al piso superior y comenzó a subirlas. Había también un ascensor de servicio unos metros más adelante, aunque descartó instantáneamente la idea de tomarlo para no correr el riesgo de caer en otra trampa, quedando atrapado dentro. Las escaleras tenían un descanso a mitad de camino entre planta y planta después del cual modificaban su dirección, obligando a tomar a la derecha a quien las transitara para continuar subiendo. Tras el primero de ellos, un nuevo guardia lo estaba esperando. Al doblar para continuar su ascenso, este le propinó un brutal puntapié que le dio de lleno en el rostro y lo hizo caer soltando ambas pistolas. Kurpko hubiera roto sus huesos de no haberse asido del pasamanos a su lado para detener su caída, valiéndose de unos reflejos notables que no lo abandonaron a pesar del dolor. Se incorporó de nuevo y vio a su atacante ahora descubierto, esperando por él en el descanso. El hirkhano reemprendió la marcha para ir a su encuentro, pero se detuvo en seco cuando vio que desenfundaba un arma y comenzaba a apuntarle, sin decir palabra alguna. Levantó sus manos.

—De espaldas, maldito. ¡Contra la pared!

Acató la orden. El guardia presionó el cañón de su arma contra su nuca y comenzó a palparlo enérgicamente. Dos segundos nada más, bajó su vista para chequear un elemento hallado en uno de los bolsillos del detenido; dos segundos que bastaron para que este contara otra vez con su oportunidad. Con su misma cabeza dio contra la frente del centinela y lo hizo retroceder. Acto seguido, dio media vuelta, lo tomó por los hombros y lo arrojó escaleras abajo. El guardia rodó hasta el final. Kurpko desde el rellano dedicó unos instantes a observar con desprecio a su vencido, que ahora yacía inerte. Oyó corridas en su dirección desde la planta inferior y se vio obligado a reanudar el ascenso, desarmado.

Aluin continuaba observando, sin mostrar signos de alteración. Canthra, ubicada tras él, comenzaba a inquietarse.

—Señor… ¿No cree que es tiempo de detenerlo ya?

—Todavía no… Dejemos que piense que podrá alcanzar su meta… Además, esta representa una oportunidad inmejorable de ahondar en el estudio de nuestro enemigo a través de su accionar. Veremos cuán inteligente puede llegar a ser.

La mujer dedicó una mirada inquisidora a su líder en lugar de ensayar una respuesta. Admiraba su capacidad de pensar tan fríamente en momentos de extrema tensión como aquel.

El intruso llegó al primer piso. Dio con un pasillo que tenía a pocos metros una puerta que seguramente daría al corredor principal y se arriesgó a investigar. La accionó con cuidado y asomó apenas su cabeza. El disparo de un nuevo láser pasó a escasos centímetros de su sien izquierda. Volvió a resguardarse en el corredor que daba a la escalera de servicio. Sentía los pasos del tirador que se acercaban veloces hacia su posición y aguardó expectante el momento indicado. Cuando su afinado oído los percibió lo suficientemente cerca, volvió a abrir la puerta, en forma abrupta. Esta lo hacía hacia el lado desde donde venía su perseguidor, por lo que toda su estructura dio con potencia contra él, derribándolo a la carrera. El hirkhano volvió al pasillo y descubrió a su atacante atontado en el suelo. Sin perder tiempo, lo tomó por los hombros y lo arrastró hasta el acceso a la habitación más cercana. Todas estaban dispuestas enfrentadas al sector por el cual había arribado, y cada una poseía un fino vidrio polarizado que impedía el acceso a cualquier persona que no estuviera autorizada a ingresar; lógicamente, esto no constituía un impedimento de envergadura para él, que logró su cometido propinándole una furiosa patada que lo hizo estallar en añicos. Volvió a tomar al guardia de la misma forma que antes y ambos ingresaron al recinto, que por fortuna se encontraba vacío.

Un minuto después, más miembros de seguridad arribaban hasta su posición; dos desde las escaleras de servicio y un último desde el pasillo donde instantes antes había caído su compañero. Los tres se parapetaron en la entrada de la habitación, de espaldas a la pared que la flanqueaba a su izquierda. Inmóviles, los que estaban más lejos aguardaron la señal del primero para proceder con la detención, dispuestos a abrir fuego en caso de que fuese necesario.

—Vamos —indicó el primero por lo bajo.

El grupo se paró delante del acceso a la voz de «¡Quieto!», apuntando hacia el interior. Una corriente que calaba hasta los huesos los azotó al instante. Indudablemente, alguno de los ventanales que daban al exterior estaba abierto o roto. Para su sorpresa, no hallaron a la vista a ninguna de las dos personas que esperaban encontrar.

Con enérgicos ademanes, quien parecía ser el responsable de la operación ordenó a los demás dirigirse al baño y al dormitorio mientras él continuaría inspeccionando el hall. Del dormitorio casualmente parecía provenir el viento helado.

El primero se adentró sin vacilar donde le habían indicado. Todo parecía estar en orden. No había allí tampoco indicios que revelaran la presencia de nadie, lo que resultaba lógico en un cuarto sin huéspedes como aquel. Frente a él estaba la bañera rectangular con hidromasaje, envuelta en el cortinado respectivo; a su derecha, el lavabo, y a su izquierda, un inodoro-bidé. Todo impecable. Avanzó unos pasos dispuesto a correr el velo amarillo opaco que ocultaba el interior de la tina, pero detuvo su marcha al oír el llamado del compañero que requisaba el dormitorio.

—Capitán…

Los dos se le unieron al instante y observaron la escena. El ventanal detrás de la cabecera de la cama estaba destruido y sus fragmentos, desparramados por sobre el lecho y sus alrededores. El guardia invocado presionó un botón ubicado en el sector lateral derecho de su casco y comenzó a hablar al micrófono situado delante de su boca para dar el parte a la sala de controles, que carecía de conocimiento alguno sobre la situación debido a que ninguna de las habitaciones poseía las cámaras de video que sí se diseminaban por todo el resto del hotel (por motivos obvios de privacidad de los eventuales ocupantes).

—Sala de mandos… Aquí equipo tres. El intruso parece haber escapado —informó el capitán, mientras luchaba contra el viento sujetando su casco protector, para asomarse a la abertura e intentar divisar a su esquiva presa. Una cornisa al mismo nivel que el suelo de la habitación rodeaba cada uno de los pisos. Parecía ser demasiado angosta y peligrosa como para que alguien se animase a caminar por ella y más aún de noche, incluso para escapar. Parecía y lo era.

Mientras los guardias, atraídos por el señuelo inteligentemente dispuesto, ensayaban conjeturas desde el dormitorio sobre su paradero, Kurpko aprovechó para salir de su escondite. Había permanecido hasta ese entonces oculto tras el cortinaje acrílico de la tina junto con el cuarto hombre, que aún permanecía inconsciente. Vivió un momento de real tensión cuando percibió que uno de ellos ingresaba al baño e iba hacia su posición (pensó que los tres se dirigirían directamente hacia la otra habitación), pero logró tranquilizarse cuando ocurrió por milagro el súbito llamado que interrumpió a este en su tarea de inspección. Fue con sigilo a su encuentro.

Todo ocurrió en un par de segundos. Tomó por sorpresa al más cercano, que se hallaba en la puerta observando a los otros dos trabajar al borde del ventanal, quitándole el casco protector y pasando su brazo izquierdo alrededor de su cuello, extrayendo al tiempo con el otro el arma que este poseía enfundada en la cintura. Le apuntó a la cabeza.

—Quietos, bastardos —les ordenó en un inglés algo tosco pero entendible. Ninguno osó realizar ningún movimiento.

—Arrojen sus armas en el suelo y levanten las manos.

Los otros dos obedecieron instantáneamente. El capitán llevó las suyas a la cabeza y con sigilo aprovechó para dejar presionado nuevamente el botón que le permitía hacer contacto con la sala de mandos para que sus ocupantes oyeran sus palabras.

—¿Dónde están los terrícolas?

—Calma, hirkhano —le dijo—. Todavía tienes la oportunidad de salir de aquí con vida. No cometas ninguna estupidez…

Kurpko dirigió su arma hasta la pierna más cercana de su rehén y efectuó un disparo. Este gritó, retorciéndose de dolor, pero su captor no lo dejó caer.

—¡Noooooooooooo! —aulló el capitán.

—¿¿Dónde están los terrícolas?? No volveré a repetirlo.

Su voz esta vez denotaba aún más signos de impaciencia y hastío.

—Está bien, está bien… Piso 17. Habitaciones D, E y F —contestó el capitán, siempre manteniendo su mano sobre el interruptor de transmisión.

—No lograrás salirte con la tuya… —advirtió el otro, dedicándole una mirada de odio—. El hotel está atestado de fuerzas de seguridad. Darán contigo antes de que puedas llegar a ellos.

—Quítense los cascos.

Los guardias se miraron mutuamente, sin lograr comprender aquel pedido, mas volvieron a obedecer.

Para ese momento, una importante cantidad de agentes ya se dirigía al lugar.

Kurpko observó sus rostros en silencio unos instantes. Luego, sin decir más, disparó a la frente de cada uno y a la sien del tercero.

Quitó con celeridad el uniforme del de contextura más similar a la suya y se lo probó. Le calzaba casi a la perfección. Tomó también el arma más próxima. Se deshizo de los cuerpos, arrojándolos al vacío por la ventana. Ya se oían las corridas de más guardias que venían hacia él. Pudo ocultar su rostro con uno de los cascos y esconder los otros debajo de la cama justo en el instante en que irrumpían.

—Soldado, ¿qué ha ocurrido aquí? —le espetó el primero que ingresó al observar la escena y la sangre en el suelo. Lo acompañaban seis hombres más.

—El hirkhano ha escapado por la ventana. Ha habido disparos. Mis compañeros han ido en su persecución. También hay un hombre herido en el baño, señor.

—¿Ha reportado las novedades, soldado?

—Con seguridad, señor.

Los recién ingresados se dispersaron y, entre el alboroto, ninguno se percató de que el falso compañero se escabullía de la escena para continuar con su pesquisa.

8.

—Capitán Conhell, capitán Conhell. Responda…

La solicitud era impartida por un operador descontrolado desde la sala de mandos, buscando afanosamente dar con el líder de la misión fallida.

Un revuelo colosal se apoderaba del recinto. Aluin, que hasta ese entonces permaneció sentado al lado del hombre observando las cámaras y siguiendo de cerca los acontecimientos, decidió ponerse de pie y abandonar el lugar en el más hermético de los silencios. Canthra no lo acompañó, pero vio cómo su rostro comenzaba a denotar graves signos de preocupación.

El mandatario feeriano emprendió una caminata en soledad por los alrededores con el objeto de aclarar su mente. Increíblemente, un único enemigo había logrado jaquear a decenas al conseguir dar con la ubicación exacta de su objetivo, y él, por su parte, se veía imposibilitado de hallar una solución al problema: no podían llenar el piso de guardias de seguridad ni evacuar a sus huéspedes. ¿Con qué excusa lo harían? La única oportunidad era dar con él antes de que lograra su cometido. Aún contaban con tiempo para ello. No debían desaprovecharlo. Pero no tenía la respuesta sobre cómo hacerlo.

Kurpko caminaba por los pasillos con celeridad, intentando no despertar sospechas. Las cámaras verían solo a un soldado más uniformado. No debía permitirse accionares que sembraran inquietudes. Ahora la balanza se había emparejado un poco más y tenía que sacar provecho inteligentemente de la situación. Llegó al extremo del corredor y a una hilera de cuatro ascensores. Tomó uno y se dirigió a su destino final.

Aluin, que barajaba sus alternativas deambulando de un lado al otro en la habitación contigua a la que se monitoreaban los acontecimientos, se sobresaltó al irrumpir en ella su ayudante.

—Señor… —le dijo Canthra con nerviosismo—. Tenemos novedades…

Retornó escoltado por la mujer al salón que abandonara tan solo unos minutos atrás.

El hombre que supervisaba los monitores e impartía las órdenes fue a su encuentro en cuanto lo divisó y se detuvo frente a él. Su rostro estaba desencajado.

—Han hallado los cuerpos sin vida del equipo tres en el parque de la planta baja. Aparentemente fueron arrojados desde la ventana de la habitación en donde estaba el hirkhano. Uno de los cuerpos está semidesnudo…

—Se ha hecho pasar por uno de los nuestros —observó el mandatario, invadido por una furia que apenas podía contener—. Den la orden a nuestros soldados de que se quiten los cascos de seguridad. Es la única forma de dar con él.

—Creo que ya lo hemos hallado, señor. Uno de los ascensores se dirige al piso 17… Nadie ha autorizado a su ocupante a ir hacia allí.

—¿Cuánta gente nuestra hay en ese piso?

—Solo un hombre, por prevención, caracterizado como parte del personal de limpieza.

—Detengan ese ascensor inmediatamente y envíe 20 guardias armados al lugar. Llegará de todas formas, pero ganaremos así algunos minutos. Que nuestros hombres se manejen con el mayor sigilo posible. Debemos intentar por todos los medios a nuestro alcance no perturbar a nuestros huéspedes para que no se enteren de lo que está ocurriendo.

El hirkhano sintió un cimbronazo que le hizo tambalear cuando su transporte se detuvo en forma abrupta. «Me han descubierto», pensó contrariado, aunque sabía que sería inevitable y solo cuestión de tiempo. Observó el visor electrónico que marcaba las plantas. Estaba en la 15. Presionó instintivamente los botones que marcaban cada una de ellas, aunque concientizado acerca de la inutilidad del intento. Obviamente nada ocurrió. Contaba con dos opciones: intentar abrir la puerta y salir por allí, o quitar la esclusa de emergencia en el techo para continuar su ascenso escalando por las paredes o por la misma cadena que trasladaba el elevador.

Se decidió por esto último, ya que era muy probable que lo estuvieran esperando al otro lado para dispararle y terminar de una vez con todo aquello.

Su altura le posibilitó llegar a la esclusa sin problemas. La hizo a un lado y subió.

Se encontró a sus flancos con los corredores de los ascensores contiguos, tenuemente iluminados por pequeñas luces rojas en la pared de atrás. Echó entonces un vistazo a izquierda y derecha para ver en ambos casos si disponía de alguno de ellos cerca. Nada había hacia abajo.

Alzó la vista y descubrió a su diestra uno, un piso más arriba. Se asió de la cadena y comenzó a trepar. La tarea fue por demás dificultosa, pero no podía permitirse desistir. A mitad de su ascenso, percibió sonidos en la planta que acababa de abandonar. Sus perseguidores ya estaban ahí.

Otros cinco hombres de seguridad llegaron al piso 15 y se detuvieron ante la puerta del elevador que creían ocupado.

—Estamos en posición —le informó uno de ellos a su sala de controles a través de un transmisor manual.

La puerta comenzó a abrirse lentamente.

—Prepárense para disparar —ordenó a sus compañeros. Todos apuntaron.

Se encontraron con la mitad inferior del transporte, que había sido inmovilizado a medio camino entre esa planta y la inmediata superior. No había nadie en su interior.

—Sala de mandos. El ascensor está en apariencia vacío.

—Procederemos a llevarlo a su piso por completo para que tengan una visión total de él y puedan ingresar a inspeccionarlo. Estén alertas —respondió una voz al otro lado de la línea.

Así ocurrió y los presentes pudieron observar que efectivamente ninguna persona se hallaba dentro.

El líder del grupo se adentró sin compañía en él. Alzó su vista y descubrió más allá de la esclusa al hirkhano trepado a la cadena. Se aprestó a disparar, pero los pocos segundos de ventaja que llevaba el intruso en relación con la situación resultaron fundamentales para que este último abriera fuego antes y acabara con su enemigo, destrozándole el rostro con su láser. Tres hombres más entraron al ascensor en ese momento a fuerza de nuevos disparos hacia arriba. Kurpko saltó al instante a la cadena de la derecha y evadió los haces. Continuó ascendiendo lo más rápido que pudo y llegó hasta la base del otro elevador. Manteniendo el gatillo de su arma presionado, formó un hoyo en él con su láser por el cual logró el ingreso. Oprimió el botón que abría la puerta y se recostó en el suelo, apuntando hacia fuera.

Los siete hombres del piso 16 se dirigieron hacia el lugar y comenzaron a disparar en cuanto percibieron el movimiento. El enemigo por su parte fue el único que dio en el blanco, destrozando los tobillos de todos ellos y dejándolos momentáneamente fuera de combate. Una vez indefensos, gritando y retorciéndose de dolor, se puso de pie y los remató, uno por uno.

Kurpko observó a su alrededor y se aprestó a buscar con celeridad las puertas de las habitaciones. Si las disposiciones del hotel mantenían cierta lógica, los cuartos D, E y F de ese piso se encontrarían justo por debajo de los que él tenía por objeto alcanzar. Se adentró a la fuerza en el F, que era el más cercano. También se encontraba vacío, como la gran mayoría de los demás en aquella época del año. Trabó la entrada con una biblioteca cercana para dificultar el acceso a otro importante número de perseguidores que ya venían a su encuentro. Comenzó a hacer un nuevo agujero en el techo.

Bill Johnson ya estaba desvelado. La cantidad de disparos, corridas y gritos oídos habían concluido por despertarlo al igual que a sus compañeros. Creyó oír un sonido que provenía de la planta inferior. Pronto se percató, presa del estupor, de que alguien o algo formaba un hoyo en el suelo de su habitación, el cual cedió y permitió el acceso a un habitante de aquel planeta que jamás había visto en su vida. Sus rasgos faciales lo diferenciaban bastante de los de todos los demás observados hasta entonces. Estaba gravemente herido. El recién llegado se mantuvo quieto, descubriendo su rostro unos instantes. Acto seguido, abrió su traje y extrajo de su interior una sucia hoja de papel doblado que le entregó, dedicándole solo unas pocas palabras al respecto.

—Todo esto es una ilusión —le dijo—. Esta es la verdad.

—¿Quién es usted?

—Eso no interesa ahora. Todas las respuestas a sus preguntas están en la nota que le acabo de entregar. No comente este hecho más que con los suyos. Es de vital importancia que lean este mensaje.

Johnson vio cómo por el mismo hoyo por el que el visitante había ingresado ahora accedían tres personas más, que se abalanzaron al instante sobre el intruso y lo inmovilizaron al tiempo que un cuarto concluía por llegar también y le inyectaba en el cuello un líquido rojo que le hizo perder el conocimiento. El terrícola ocultó la nota con sigilo mientras todo esto sucedía. Nadie lo vio hacerlo, ocupados como estaban en neutralizar al enemigo.

Reed y Spenter arribaron al lugar al instante, preocupados por el ajetreo que oyeron en la habitación de su compañero.

Quedaron petrificados al contemplar la escena.

Varios hombres se hallaban alrededor de uno más, auscultándolo. El hombre objeto de la requisa estaba en apariencia desvanecido.

Johnson se encontraba unos metros más adelante, observándolos sin emitir el menor sonido. No se había percatado de la llegada de sus colegas.