París, 12 de marzo de 1870

Señor[6]:

Permitid que me remonte un poco lejos. He hecho publicar una obra de poesías, en la casa Lacroix (B. Montmartre 15). Pero, una vez impresa, se negó a lanzarla, porque allí se pintaba la vida en colores demasiado amargos y el editor temía la acción de la justicia. Era algo en el género del Manfredo de Byron y el Conrad de Mickiewicz, pero mucho más terrible. La edición había costado 1200 francos, de los que yo había entregado ya 400. Pero todo se fue al diablo. Lo cual me hizo abrir los ojos. Me dije que, puesto que la poesía de la duda (de los volúmenes actuales no quedarán más que 150 páginas) llega así a tal punto de desesperación taciturna y de maldad teórica, ello se debe, en consecuencia, a que es radicalmente falsa, por esta razón: en ella se discuten los principios, y no se los debe discutir; es más que injusto. Los gemidos poéticos de este siglo no son más que sofismas abominables. Cantar el hastío, los dolores, las tristezas, las melancolías, la muerte, la sombra, los sombrío, etc., es querer ver solamente, a cualquier precio, los reversos pueriles de las cosas. Lamartine, Hugo, Musset, se han metamorfoseado voluntariamente en mujercitas. Son las Grandes Cabezas Fofas de nuestra época. Siempre lloriquear. He aquí por qué he cambiado completamente de método, para cantar exclusivamente la esperanza, la CALMA, la felicidad, el DEBER. Y así es como reanudo con los Corneille y los Racine la cadena del sentido común y la sangre fría, bruscamente interrumpida desde los presuntuosos Voltaire y Jean-Jacques Rousseau. No terminaré el volumen antes de cuatro o cinco meses. Pero, entretanto, me gustaría enviar a mi padre el prefacio, que contendrá sesenta páginas, editado por A. Lamerre. Así verá que trabajo y me enviará la suma total para el volumen que se imprimirá después.

Debo ahora, señor, preguntaros si mi padre os ha dicho que me entregarais dinero, aparte de la pensión, después de los meses de noviembre y diciembre. De ser así, harían falta 200 francos para imprimir el prefacio, que, de ese modo, podría enviar a Montevideo el 22. Si él nada hubiera dicho, ¿tendríais la bondad de escribírmelo?

Tengo el honor de saludaros.

I. Ducasse,
calle Vivienne 15