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  Al día siguiente llovió torrencialmente y la joven observó la lluvia a través de su ventana, sintiéndose muy extraña al recordar la noche anterior. Sabía que pudo haberla forzado, o besado hasta que ella dejara de resistirse como al comienzo, pero no lo había hecho. Se había ido sin decir palabra y eso la había desilusionado porque ¡ay de ella, que quería ser tomada por ese seductor sin escrúpulos y ser su amante! ¿Acaso había perdido el juicio?

  Y sabía la razón, secretamente siempre le había gustado ese caballero pero él nunca se había fijado en ella, no como ahora lo hacía. Y luego apareció sir Edmund que también era guapo y aunque casi le doblaba la edad pensó que sería un marido serio y respetuoso. Se sintió muy culpable al pensar en sir Ravenston, imaginaba su tristeza y desesperación al buscarla y también la de sus padres. Pero eso tampoco la conmovía, su inquietud entonces no era  regresar a su casa, era por escapar de ese hombre que tanto la tentaba.

  Estaba furiosa con él y también fascinada y eso era mucho más confuso de entender. Furiosa porque sólo la deseaba y fascinada porque ella sentía lo mismo y quería saber si acaso podría lograr algo más que unas noches de lujuria con él. Era una jovencita sensata y entregarse a un caballero que no fuera su marido era impensable, así que debía mantenerse firme al respecto.

  Y si no resultaba, bueno todavía le quedaba sir Ravenston… No se quedaría solterona como su pobre prima Rosie por haber dado el mal paso, eso jamás.

  El caballero no imaginaba siquiera las maquinaciones de su bella cautiva, y su siguiente estrategia fue dejarla en paz unos días, porque no había algo que espantara más a una joven honesta y gazmoña que un enamorado insistente y ardiente que quisiera besarla a toda hora. La frialdad siempre era desconcertante.  Él mismo era un caballero desconcertante, que parecía frío pero guardaba sentimientos y pasiones muy ardientes.

  Y una noche ella, harta de su indiferencia y pensando que no lograría un interés más profundo que una pasión lujuriosa, le dijo con suavidad:

  —Creo que es tiempo que se dé por vencido sir Lawrence y me devuelva a mi casa. Pronto será mi boda y no quiero perdérmela, ni tener que soportar veladas ni esperar que otro caballero me pida matrimonio.

  La joven lo miró desesperada esperando alguna señal de que había mordido el anzuelo, pero él le dirigió una mirada impasible.

  —Usted no quiere marcharse, quiere quedarse conmigo y no se finja ofendida, lo veo en sus ojos, señorita Evelyn. Sé lo que desea, aunque se muestra fría y altanera, y es lo mismo que yo deseo. ¿Por qué no disfrutar de la pasión auténtica sin tener que tener un lazo en el cuello? Yo no deseo una esposa señorita Evelyn, sólo quiero una virgen para despertar y convertir en amante ardiente y usted sería más que ardiente.

  Ella se sonrojó furiosa.

  —¿Su amante? ¿Acaso ha estado seduciéndome sólo porque desea que sea su amante? Yo no fui educada ni deseo ser la amante de ningún caballero y no me hará cambiar de parecer con sus besos y caricias. ¿Y usted cree que puede tomar a una joven decente y robarle la virtud sin enfrentar las consecuencias de su seducción? Jamás lo haré sir Lawrence, temo que ha perdido el juicio.

  —Lo haría si estuviera enamorada de mí, si sus sentimientos fueran profundos y honestos se entregaría a mí sin reserva, pero usted sólo piensa en tener un esposo como todas las niñas casaderas de su edad—la acusó.

  Esas palabras la hirieron, ella no era una tonta niña casadera, era una señorita decente y bien educada, que jamás habría cometido la imprudencia de entregarse a un caballero que no fuera su marido por más amor que sintiera por él y se lo dijo, con palabras vehementes, y mortalmente ofendida. Porque durante meses había estado mirándole embelesada como una tonta y él ni siquiera se había dignado a mirarla hasta esa noche, cuando creyó que era la joven que había ido a entregarse a él, una meretriz comprada, eso era para él, nada más.

  —Usted se ha equivocado de joven sir Lawrence y exijo que me lleve mañana mismo a mi casa. Fui raptada por esos truhanes, vendida como una esclava pero ningún caballero aceptaría algo semejante. Usted debe devolverme de inmediato a mi casa.

  Evelyn abandonó la mesa furiosa, nunca la había visto tan enojada y pensó que la bella damisela tenía un genio vivo.

  Él la atajó cuando llegaba a la puerta y mirando sus labios le dijo:—Usted no se irá, se quedará conmigo señorita Evelyn, y si me complace tal vez la haga mi esposa…

  Forcejearon y él le robó un beso apasionado y desesperado. Días y días aguardando una señal, notando su turbación y deseo y el brillo de sus ojos al mirarle ¿y ahora ella quería marcharse? Pues no la dejaría ir.

  —¡Suélteme! ¡Se comporta usted como un bribón sir Lawrence!

  Pero ella anhelaba ser besada y yacer con él, aunque sentir eso la escandalizara, lo quería… Y al comprender que no podía ser, que él sólo quería tomarla por deseo y no por un sentimiento, su corazón se rompió, porque ella sí había empezado a sentir algo que no podía siquiera entender por él, que era mucho más que simple deseo sensual. Sí, habría querido ser su esposa y no podía condenarla ni llamarla astuta niña casadera por eso.

  Pero quería que la besara y cuando la liberó se quedó temblando y sintió deseos de llorar. Él la miró en silencio sin decir palabra y de pronto la abrazó despacio y volvió a besarla, a envolverla en ese juego sensual de besos y caricias esperando convencerla un poco más, hacerla madurar porque intuía que era como un fruto inmaduro prendido al árbol y él deseaba tanto que madurara y cayera en sus brazos, tenía tanto que enseñarle…

  Pero ella volvió a escapar como siempre hacía, sin embargo pensó que faltaba menos que antes para que cayera en sus brazos.