3
Evelyn despertó agitada sin saber dónde estaba y al recordar los sucesos de la noche anterior se sintió inquieta. Debía escapar cuanto antes de esa mansión, sus padres, su prometido… Al reunirse con el caballero a media mañana durante el almuerzo, le recordó su promesa.
Él se fingió sorprendido, ¿acaso lo había olvidado?
—Perdóneme pero mi carruaje se ha averiado y escuche… Pediré a mis criados que avisen a su familia. Lo haré, puede quedarse tranquila.
Esa fue la primera excusa.
La joven se sintió incómoda.
Durante tres días inventó algo. Y aunque era un anfitrión gentil y considerado que le consiguió vestidos bonitos (y decentes) y la llevó a recorrer la propiedad, siempre tenía alguna excusa para retenerla. Evelyn comenzó a desesperarse, a llorar. No la había tocado, ni siquiera un beso, pero había algo que ella a pesar de su inexperiencia intuía y ese algo se hizo patente una noche mientras cenaban. Cuando le acercó la silla pudo sentir su respiración en su oído y la inquietante sensación de que él olía su piel con ardiente deseo. Y ella percibía ese deseo y la asustaba porque cada día que pasaba se sentía más tentada por ese guapo y egoísta libertino. Porque solo un libertino cruel y egoísta pagaba a una horrible mujer para que secuestrara a una joven honesta para poder tenerla…
Él no la había tocado pero deseaba hacerlo y postergar su partida era una manera de convencerla, de arrastrarla en su malvada seducción. Ella no era tonta. Parecía ingenua pero había oído algunas historias escalofriantes sobre ciertas señoritas que se dejaron arrastrar por la pasión y terminaron encintas y sin marido llevadas con algún pariente para luego entregar al fruto de la seducción para que lo criaran y después…
Evelyn observó al caballero, alerta a todos sus movimientos y miradas.
Cenaban a la luz de las velas y ella seguía esperando que la llevara a su casa al día siguiente y nunca lo hacía. “Sus familiares vendrán pronto a buscarla señorita Casterleigh, no se inquiete” le decía.
De pronto notó que volvía a llenar su copa con la astucia de un zorro. Por supuesto: ¡él pensaba embriagarla para que todo fuera más sencillo y así poder arrastrarla a la perdición!
Evelyn dejó la copa intacta y cuando la cena hubo terminado pidió permiso para retirarse. No estaba ebria pero sí asustada al comprender sus planes. Y cuando él la siguió a sus aposentos con el candelabro se detuvo frente a la puerta de su cuarto y lo enfrentó.
—Sir Lawrence Kensington, si da un paso más y me arrastra con su malvada lujuria, si acaso intenta convencerme o engatusarme con falsas promesas quiero advertirle que pierde su tiempo. Jamás cederé a sus deseos así se ponga de rodillas y me lo suplique. Así que le ruego reconsidere todo esto y me devuelva mañana a mi casa como ha prometido.
Él sonrió tentado y sorprendido, ¡vaya! A fin de cuentas la jovencita no era tan ingenua como parecía, era astuta y no sólo había dejado intacta la segunda copa de vino sino que había descubierto sus aviesas intenciones. Y sin dejar de mirarla le dijo:—Usted también lo desea señorita Evelyn y lo sabe, lo siente en su piel. Usted desea quedarse y ser mía y abandonar esa vida planeada por sus familiares pero es demasiado cobarde para admitirlo—Avanzó hacia ella lentamente sin dejar de mirarla.
—¿Cobarde? ¡Yo no soy cobarde!—protestó la joven retrocediendo asustada.
—Sí lo es.
—Soy sensata y tengo juicio, y no permitiré que me tome por deseo si es incapaz de sentir en su corazón sentimientos más profundos por una mujer. Lamento que pagara a esa horrible mujer para que me raptara, jamás debió hacerlo. Y en cuanto a lo demás le diré que no soy tonta y jamás me entregaré a un caballero que no sea mi marido, ¿ha comprendido? Y faltan tres semanas para mi boda, he perdido mucho tiempo aquí y no quiero quedarme un día más.
Abrió la puerta y entró en su habitación a prisa temiendo que él entrara y la tomara por la fuerza. Estaba a su merced y lo sabía pero maldición, la puerta no tenía llave ni cerrojos y al saberse indefensa corrió y él entró despacio en la habitación, sosteniendo un candelabro.
—Usted lo desea también, lo veo en sus ojos, desea sentir en su piel ese deleite que sólo ha imaginado en sueños. Usted ansía ser tomada por la pasión señorita Evelyn, lo desea…
—Aléjese de mí o gritaré—le advirtió ella.
Estaban frente a frente y la joven lo miraba aterrada y fascinada, trémula de miedo y de deseo, sí, quería ser suya, que la tomara y esas fantasías la torturaban. Era un hombre muy atractivo y seductor como un demonio.
Quiso correr pero él la atrapó entre sus brazos como ella quería que hiciera y le robó un beso salvaje, profundo, un verdadero beso de amantes: húmedo, embriagador. Y la joven gimió al sentir su lengua invadiendo su boca, deleitándose con su sabor dulce.
Esa era la joven que quería sentir, la virgen ardiente que tanto había soñado, no la joven sensata y racional que exigía una boda antes de entregarse. Porque ella respondió a su beso y no se resistió cuando la tendió en su cama y siguió besándola.
Evelyn suspiró al tiempo que un deseo ardiente recorrió su piel al sentir el peso de su cuerpo en ella; su olor, sus besos, se sintió embrujada y mareada, tan mareada como si la hubiera embriagado como pensaba.
Pero no podía hacer eso y que luego pensara que ella estaba dispuesta a convertirse en su amante, debía detenerle.
—No, deténgase de inmediato sir Lawrence, esto no es correcto y lo sabe. Soy una joven decente, no una meretriz comprada en un horrible burdel.
Él se detuvo y la miró desesperado, estaba tan excitado que la habría atado a la cama para que no se resistiera, pero no podía hacer eso, no era un malvado aunque todos lo llamaran el diablo Kensington. Así que la dejó ir, muy contra su pesar, debió detenerse.
Evelyn supo que había escapado a tiempo de que la desnudara, turbada y nerviosa, comenzó a llorar. Pero no estaba triste, estaba furiosa al comprender que ese desalmado casi había conseguido sus propósitos, pues todo su ser respondió a sus besos y deseó, deseó que la convirtiera en su amante con un deseo fogoso, casi doloroso.
El caballero la abrazó despacio como si quisiera consolarla. Esos días con la chiquilla había sentido crecer su deseo de una forma insoportable y al tenerla entre sus brazos ese deseo lo volvió loco.
Debía convencerla, era un hombre paciente… Pero ella se resistió y dijo que nunca sería suya y que lo mejor era que la devolviera a su casa cuanto antes.
Entonces besó su cabeza con ternura y la miró, bueno, para ser un primer acercamiento no había estado tan mal. Al contrario, había estado muy bien.
Lentamente se alejó sin decir palabra. Era un seductor, y era muy hábil en su oficio y pensó que la tendría, no importaba cuánto debiera hacer para conseguirlo y ella le había demostrado esa noche que disfrutaba sus caricias y deseaba ser despertada. Era una jovencita tímida pero apasionada, podía intuirlo y él era un experto en mujeres.
Le costó conciliar el sueño, no hacía más que recordar el aroma de su piel, su dulzura y suavidad, se moría por tenerla… Y no volvería a dormir tranquilo hasta que lo consiguiera.