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El viaje en carruaje duró horas y la joven se durmió exhausta después de haber pasado tantos nervios.

  Cuando llegaron a la mansión el criado habló en privado con su señoría contándole la extraña historia de la joven que aguardaba en el carruaje.

  Sir Lawrence, vizconde de Kensington bebía un trago de brandy frente al fuego con expresión distante, y el criado temió que como en otras ocasiones el caballero no hubiera escuchado por estar distraído. Hasta que habló y supo que había escuchado cada palabra.

  —Debo oír la historia con detalles Charles, y luego decidiré qué haré con la señorita. Tráela aquí ahora, por favor—dijo inflexible.

  Sir Lawrence, antiguo libertino y habitué de burdeles, había oído hablar de una dama que conseguía auténticas vírgenes para caballeros y él quería tener una. Una amante joven, sin experiencia, como una esposa, pero sin el título de tal por supuesto, a quien instruir y convertir en amante apasionada… Las mujerzuelas lo habían hartado, las niñas casaderas también, y hasta las amantes más ardientes: todas terminaban cansándolo.

  Así que alguien le habló de madame Guerine y sus meretrices inexpertas para estrenar y enseñar y la idea le había gustado.  Pero había puntualizado que debía ser una joven hermosa y que pagaría bien por ella. La tendría el tiempo que él lo creyera apropiado y, no quería una esposa, quería una virgen para tener una noche de bodas sin casarse, la idea del matrimonio lo espantaba. No tenía intención alguna de casarse, no después que esa jovencita tonta lo había abandonado para casarse con otro. Cuando creyó que él era el escogido de su corazón  ella se prometió a ese aburrido lord que le doblaba la edad.

  Apartó a Beth de sus pensamientos y terminó de beber el brandy y aguardó… Unos pasos suaves entraron en la habitación, seguidos de unas botas. Allí estaba la jovencita raptada por madame Guerine, la que acababa de comprar por un tiempo.

  Sus ojos la observaron con fijeza, no era una mirada caballerosa, era una mirada de cazador frente a su presa y al instante supo cuál sería su respuesta.

  Evelyn enrojeció al ver a ese caballero, era amigo de su prometido, ¡qué vergüenza! Sir Lawrence Kensington. ¿Entonces él había pagado a esa bruja para que raptara a una joven honesta?

  El joven sir dio un paso hacia ella y se acercó sin perder detalle de su tentadora figura. No era delgada y tampoco rolliza, pero apenas ver sus ojos y su rostro supo que la conservaría. Era preciosa, una belleza rubia de mejillas rosadas, labios rojos y ojos de un azul intenso. Delicada, etérea… La ternura de su mirada lo había conmovido, hermosa…

  —Buenas noches señorita Evelyn, bienvenida a mi casa. Espero que el viaje no fuera molesto para usted…

  Sin esperar que se acercara él besó su mano con suavidad y ella se estremeció.

  Evelyn lo saludó como exigía la educación y luego dijo que todo había sido un terrible error y contó con detalles que luego de ir a la fiesta de su madrina había sido raptada por un grupo de tunantes que viajaban en un carruaje y…

  Mencionó a su prometido. Sir Edmund Ravenston. Vaya, su antiguo compañero de salidas a clubs y burdeles… Qué extraña coincidencia.

  —Le ruego que me ayude a regresar a mi casa, mis padres han de estar muy preocupados pensando que…

  La joven lloraba nerviosa mirándole suplicante y él acarició su cabello y lo besó.

  —Tranquilícese, yo la ayudaré a regresar.

  Evelyn secó sus lágrimas deprisa y lo miró, sus miradas se unieron y él sonrió levemente e insistió en que lo acompañara a cenar.

  La joven estaba tan hambrienta como nerviosa, ese joven no dejaba de mirarla y temió que no cumpliera su promesa.

  —Usted es amigo de mi prometido de sir Ravenston, podrá avisarle ahora o…

  Esas palabras lo alarmaron.

  —¿Y cómo lo sabe señorita Casterleigh?

  —Mi prometido nos presentó una vez, ¿no lo recuerda? Y dijo que era usted un amigo leal.

  De haber tenido algo de vergüenza el vizconde se habría sonrojado pero en esos momentos no tenía escrúpulos, de haberlos tenidos no habría pagado para que raptaran a una virgen para llevarla a su casa.

  —Vamos a casarnos pronto y si alguien se entera que fui a ese horrible lugar o que usted… No puedo quedarme en su casa ahora señor, debo irme enseguida, le ruego que me ayude.

  Él había estado comiendo con mucha calma observando sus pechos redondos y el talle estrecho, su voz, su mirada dulce, inocente, una mirada inocente era lo más tentador en una señorita y él comenzó a desearla en el instante en que la vio entrar trémula con sus zapatillas de baile en el comedor.

  —Cálmese señorita Evie, no le haré ningún daño, soy un caballero sabe… Pero creo que es algo tarde para que viaje a estas horas. Mañana la escoltaré a su casa, lo prometo—dijo él—Y no tema, mis criados la guiarán a su habitación.

  Sus palabras la tranquilizaron en el acto, era tan ingenua la pobrecilla, creía ciegamente sus palabras. ¿Prometida de Ravenston y fueron presentados? ¿Cómo pudo escapársele esa beldad? Debió estar distraído pero ella sí lo recordaba, por desgracia, ahora no dejaría de recordarle su amistad con Ravenston.

  Ravenston no era mejor que él, en otros tiempos bebían en burdeles y se peleaban por la mujerzuela más bonita.

  —¿Cuándo será su boda con sir Ravenston señorita Evelyn?—quiso saber y pensó que hasta su nombre era bonito.

  Ella lo miró con fijeza y se sonrojó, siempre se sonrojaba cuando le hacía una pregunta y al hacerlo parecía una chicuela sorprendida en una travesura.

  —En un mes, sir Lawrence pero mi prometido dijo que… Conseguiría una dispensa especial porque no soportaría esperar tanto—confesó ella con inocencia.

  Sir Lawrence sonrió pérfidamente, él sí entendía la prisa de su amigo, deseaba disfrutar de ese sabroso bocado y deleitarse con ella a placer. Pues no podría hacerlo… Qué pena, debería regresar a la ciudad y saciar su lujuria con la apasionada ramera Peggy como hacía siempre.

  —¿Y por qué se prometió con ese caballero? ¿Lo ama usted?—su pregunta era una impertinencia, nadie mencionaba con tal franqueza intenciones ni sentimientos, pero le gustaba hacerla sonrojar y nuevamente lo consiguió.

  La jovencita lo miró perpleja, incómoda por la pregunta. No, no lo amaba por supuesto, pero su padre la forzó a aceptarle casi, porque dijo que no pensaba permanecer más tiempo en esa ciudad y si ella no conseguía una proposición matrimonial seria, se convertiría en solterona.

  —No comprendo por qué me hace esas preguntas, sir Lawrence. Siento un gran cariño por mi prometido, es un caballero de buena familia, respetuoso y muy inteligente.

  Vaya ¿y su viejo amigo tenía tantas virtudes? Esa joven no lo conocía en absoluto. Era un canalla, egoísta y lujurioso, cruel que había tenido la astucia de atrapar a la debutante más tentadora de la temporada. Debió seducirla con sus modales encantadores, fingiéndose un caballero. Él no era un caballero como sir Lawrence tampoco lo era, pero al menos él no era un hipócrita como su amigo.

  —¿Y está segura que desea convertirse en la esposa de un caballero que casi le dobla la edad? ¿No teme a que luego sea algo déspota con usted?

  —¿Déspota? ¿Por qué habría de ser déspota sir Edmund? No comprendo creí que usted lo apreciaba, que eran buenos amigos, ¿por qué dice esas cosas sir Kensington?

  El sostuvo su mirada con fijeza.

  —Señorita Casterleigh, debo confesarle algo: hace tiempo que su prometido no es mi amigo leal, sólo compartimos algunas aventuras juntos, nada más. En ocasiones saludamos a personas que no nos son gratas simplemente porque los modales civilizados así lo exigen. Y en lo personal creo que su matrimonio ha sido concertado por sus padres y su prometido, y que usted simplemente lo aceptó porque se vio obligada, convencida de las ventajas de ser la esposa de un caballero tan importante como Ravenston. Sin embargo yo podría contarle algunas cosas que la harían cambiar rápidamente de parecer.

  —No, no me interesa oír nada de mi prometido, es incorrecto que diga esas cosas no estando él presente para defenderse.

  —Está bien, tranquilícese, no quise ofenderla, en realidad no me incumbe para nada este asunto.

  Él dejó que terminara de cenar y se alejara rumbo a sus habitaciones.

  Necesitaría algo de tiempo con la chiquilla. No podría seducirla esa noche, ni la siguiente…  y sabía también que debería hacer alguna trampa para conseguirlo y que nada le daría más placer que tener a esa dulce doncella en sus brazos y despertarla al amor y convertirla en mujer.