Capítulo XIX
TRISHA vio los perros y se apretó temerosamente contra el cuerpo del joven. Sword procuró mantener la serenidad.
—Llegamos a creerla muerta, señora Rubbin —dijo, tras una pausa de silencio.
—Sufrí un colapso momentáneo —respondió la mujer—. Por fortuna, me repuse muy pronto.
—Y escapó, sabiendo que estábamos en la casa y que no tenía a Eva para su protección.
Sheila sonrió.
—Ahora tengo algo mejor y no hay un estanque con pirañas —dijo, moviendo suavemente las correas con las que sostenía sujetos a los perros.
Trisha se volvió hacia Challis.
—Septie, éramos buenos amigos…
El hombre meneó la cabeza.
—Lo siento —respondió fríamente.
—Tienes que seguir adelante, cueste lo que cueste, ¿eh? No te importan las vidas humanas, ni los sufrimientos ajenos…
—¡Basta, Trisha! —cortó Challis, colérico por primera vez—. Esto es algo que no quiero seguir discutiendo. Has venido aquí con tu amigo, y no saldrás hasta el momento en que yo lo desee.
—Quizá salgamos para ser enterrados en algún rincón del bosque —apuntó Sword serenamente.
—Tal vez —convino Challis—. Ahora, por favor, les guiaré a su habitación. Siento mucho no poder ofrecerles alojamiento individual, pero ustedes sabrán disculpar las pequeñas incomodidades que van a padecer durante su estancia en mi casa. En ese aspecto, les aseguro, no padecerán innecesariamente.
Challis echó a andar hacia la puerta.
—Síganme los dos —ordenó—. Y no hagan nada sospechoso, porque soltaríamos a los perros y les harían pedazos en unos instantes.
Sword contempló los canes un instante y sintió frío al ver aquellos terribles colmillos.
—Será mejor que nos resignemos, Trisha…, por ahora —murmuró.
Momentos más tarde se hallaban en una habitación del primer piso. La puerta se cerró y los dos jóvenes quedaron a solas.
Había una sola cama en la estancia y Trisha, completamente desanimada, se sentó en el borde, con las manos en el regazo, perdida la mirada en el infinito. Sword, más animoso, empezó a estudiar la situación interior del lugar en que se hallaban encerrados.
La habitación disponía de una sola ventana en la cual, apreció, había una sólida reja, que impedía pensar en la fuga por aquella vía. Vio otra puerta, la abrió y supo que disponían de un cuarto de baño, cuya ventana estaba asimismo protegida por otra reja de sólidos barrotes.
La puerta de entrada era muy resistente y no tenía cerradura por el interior. Sword apreció que Challis se había preparado para cualquier eventualidad. Escapar, sin herramientas apropiadas, sería imposible.
Había también una mesa y un par de sillas. Era todo el mobiliario de la estancia.
Agachándose, miró bajo la cama. Era de armazón de hierro y pensó si podría arrancar alguno de los elementos para utilizarlo adecuadamente.
Apesadumbrado, meneó la cabeza.
—Para los trabajos mecánicos soy una nulidad —confesó—. De todos modos… Levántate, Trisha, por favor.
Ella obedeció mecánicamente. Sword tiró a un lado las ropas de la cama y el colchón y, agarrando una de las patas, empezó a moverla a un lado y a otro.
—¿Qué piensas conseguir con eso, Oliver? —preguntó la muchacha.
—La puerta es de madera. Rascaré en torno a la cerradura, hasta abrir un agujero, que nos permita quitarla y salir fuera de aquí, Pero no iremos a la madrugada, cuando duerman en esta casa…
—Los perros andarán sueltos —advirtió ella.
—Tendremos que correr ese riesgo. Además, una vez fuera de este calabozo encontraremos algo mejor para defendernos. Pero —Sword se giró para mirar a la muchacha— lo que no podemos hacer es permitir que nos maten como corderos. O que experimenten con nosotros como si fuésemos conejillos de Indias.
Trisha pareció animarse al oír aquellas palabras.
—Tienes razón; no podemos permanecer inactivos —exclamó—. De todos modos aún falta mucho para la noche, Oliver.
—Cuando llegue el momento debemos estar ya preparados.
Sword continuó su tarea, aunque muy pronto se dio cuenta de que iba a ser más costosa de lo que parecía. Pero era mucho peor permanecer mano sobre mano y continuó tenazmente durante un buen rato, hasta que de pronto se oyó un ruidito en el exterior.
Rápidamente arregló la cama y se sentó en una silla. La puerta se abrió en aquel instante.
Challis apareció con una bandeja en las manos. Detrás, Sheila Rubbin mantenía los perros atraillados.
—No quiero que desfallezcan de hambre —dijo Challis con aparente benevolencia.
—¿Es la última cena de dos condenados a muerte? —preguntó Trisha sarcásticamente.
—Por favor, querida, no lo tomes por lo trágico. No quiero que mueras, sino simplemente espero tu colaboración. Un día, sin embargo, podrás marcharte libre…
—¿En la misma situación que Mattie Pequand?
Los labios de Challis se contrajeron, pero ya no dijo más. Dejó la bandeja encima de la mesa y los dos prisioneros quedaron nuevamente a solas.
—Oliver, ¿cómo es posible que Challis me engañase a mí durante tanto tiempo? —preguntó la muchacha después de un buen rato.
Sword no contestó por el momento. Ella observó que parecía preocupada por algo que no se sentía capaz de adivinar.
El joven estaba en pie, al fondo de la habitación, con la espalda pegada a la puerta de entrada y la vista fija en las alturas. Trisha se percató de que estaba contemplando la lámpara que pendía del techo.
Era una simple bombilla, con una pequeña pantalla cónica, pendiente del hilo conductor, cuya longitud era ligeramente superior al metro y medio. Terriblemente intrigada, Trisha se levantó y fue a situarse junto a él.
—Oliver, ¿qué miras con tanta insistencia? ¿Hay algo extraño? —inquirió.
Antes de contestar, el joven fue al baño y volvió con un vaso casi lleno de agua, que puso encima de la mesa. Luego se acuclilló para contemplar el vaso al nivel del líquido contenido por el mismo.
Al cabo de unos momentos hizo un gesto de asentimiento.
—Sí, ahora lo veo claramente —dijo—. Es lo que me extrañaba cuando llegamos frente a la casa, sólo que entonces no supe verlo.
—Bueno, pero ¿qué pasa? Por lo que más quieras, Oliver, no me tengas sobre ascuas…
El joven sonrió. Agarró el brazo de Trisha y la llevó nuevamente hacia la puerta.
—Mira la lámpara. ¿No ves nada?
Trisha aguzó la mirada.
—Parece como si…
—No lo parece, está —afirmó él—. La casa está inclinada hacia un lado, según su eje longitudinal. Yo diría que el desnivel es de dos grados, por lo menos. En el vaso puedes apreciar también la inclinación, porque el agua en reposo tiene siempre la superficie horizontal. ¿Te das cuenta ahora?
—Sí, pero eso, ¿qué significado tiene, Oliver?
—Verás. Estudié arquitectura un par de cursos, pero me di cuenta de que no era lo mío y me pasé a las ciencias económicas. Naturalmente, aprendí a dibujar y a trazar planos…
—Creo que entiendo —sonrió Trisha—. Desde entonces, te ha quedado cierta curiosidad por las construcciones, ¿no es así?
—En efecto. No es que sea un experto, pero tengo la seguridad plena de que los cimientos de esta casa están fallando en un punto. Por tanto, la estructura se inclina a un lado.
—Como la torre de Pisa.
—Así es, encanto.
—Pero la torre de Pisa tiene varios siglos de antigüedad y esta casa fue construida hace un año solamente —alegó Trisha.
—Debe de haber infiltraciones en el terreno. El estanque y la zona pantanosa están demasiado cerca —respondió él.
—Entonces la casa acabará hundiéndose algún día…
—Pero entonces ya no estaremos aquí —sonrió el joven.
—Ese miserable, a quien yo creí mi amigo, nos habrá matado antes —se estremeció ella.
—Aún estamos vivos, Trisha.
Sword fue a la cama y reanudó la tarea interrumpida con la llegada del almuerzo. Trisha, profundamente preocupada, murmuró:
—Oliver, ¿por qué habrá hecho Challis todo esto? No, no me digas que en interés de la ciencia, porque es una respuesta que no explica nada. ¿Qué opinas tú sobre el particular?
Sword suspendió un momento su tarea para mirarlo.
—Challis posee una gran fortuna y ello le ha permitido trabajar en algo que le gustaba, sin tener que depender de operaciones económicas ajenas. Como muchos, en su caso, aunque con diferentes objetivos, se cree una especie de Mesías venido al mundo para salvar a la humanidad. Unos lo hacen mediante dictaduras otros con el poder económico, tu amigo con sus investigaciones científicas…; pero todos, sin excepción, quieren que la gente haga lo que a ellos les parece lo correcto, sin pararse a pensar que los demás también tienen voluntad propia. ¿Lo entiendes ahora?
Ella asintió.
—Así, él haría un gran descubrimiento científico y conseguiría una fama mundial, honores, recompensas… Una especie de dios de la medicina o algo por el estilo, cuya autoridad en este campo no sería puesta en entredicho.
—Has definido exactamente lo que se propone tu amigo —respondió Sword—. Y, en cierto modo, sería como un vampiro que se apoderaría de las mentes ajenas…
—Los vampiros auténticos se alimentan de sangre, Oliver.
—Y él se alimentaría de la fama y la adulación. En el fondo, no es sino un ególatra, que desea vivir constantemente halagado y admirado. Aparta todos los obstáculos, sin reparar en medios y… ¡Ah, ya está!
Trisha oyó un fuerte chasquido a la vez que el joven lanzaba una exclamación de júbilo. Sword se irguió con un trozo de hierro en las manos y le enseño el extremo roto, de bordes irregulares y un tanto puntiagudos.
—Con esto rascaré la madera, hasta conseguir hacer un agujero que nos permita saltar la cerradura —dijo.
Inmediatamente se encaminó hacia la puerta, pero antes de llegar al suelo vibró ligeramente.
—¿Qué es esto? —preguntó Trisha, alarmada.
Sword frunció el ceño, a la vez que miraba hacia la lámpara.
—Si yo fuese el dueño de esta casa, presentaría una demanda contra el constructor que la edificó en un terreno absolutamente inseguro —manifestó.
—¿Es posible que el arquitecto no hiciera antes un estudio preliminar del lugar donde iba a ser edificada la casa?
—En todas partes hay desaprensivos, querida —respondió él críticamente.
Y acto seguido atacó la madera en las inmediaciones del lugar donde calculaba podía hallarse la cerradura. Virutas de madera empezaron a caer muy pronto al suelo.
Transcurridos unos minutos, Sword suspendió la labor.
—Continuaremos a la noche —dijo, volviéndose hacia la muchacha—. Seguramente nos traerán la cena y podrían notar algo. Además, tengo la impresión de que nos darán un narcótico y no quiero que nos sorprendan dormidos.
—¿Crees que nos narcotizarán?
—Es muy posible. Si piensan hacer experimentos con nosotros, saben que no accederemos de buen grado. Dormidos, podrán hacer lo que quieran. Por eso no cenaremos, aunque sí vaciaremos los platos, para engañarlos, ¿entiendes?
—De acuerdo, Oliver.
El suelo volvió a trepidar. Parecía como si en un lugar muy lejano se hubiera producido un terremoto y las ondas sísmicas llegasen hasta la casa, aunque muy debilitadas por la distancia.
—Esto me gusta cada vez menos —dijo el joven, sumamente preocupado.
Miró una vez más hacia la lámpara y le pareció que el ángulo de inclinación del edificio había aumentado ligeramente.