Capítulo XV
—HAY alguien que no me quiere bien —dijo Sword a la mañana siguiente} mientras conducía el coche de Trisha, vehículo que habían decidido utilizar para el viaje.
—Te refieres a Yerkes, sin duda —apuntó la mu chacha.
—Supongo que sí, aunque, ¿cómo puede estar enterado de tantas cosas con respecto a mi personalidad?
—Yo creo que la respuesta es muy sencilla, Oliver.
—¿Quieres dármela? —sonrió él.
—Yerkes contrató a Wood, para que a su vez buscase a un hombre que quisiera matar a Challis.
—Fueron dos. Uno ha desparecido, Trisha.
—Bueno, lo mismo da. El caso es que Yerkes mató luego a Wood, enviando le la caja con las arañas. Más tarde fue a su casa y preparó la trampa del cianuro, para el que quisiera abrir la caja después de él. Y así, por los documentos que encontró allí, pudo darse cuenta de que tú constituyes un peligro que es necesario eliminar.
Sword meneó la cabeza, no demasiado convencido por los argumentos de la muchacha.
—No sé —dijo—. Puede que tengas razón, pero hay algo en este asunto que no acaba de quedar claro del todo. Para empezar, ¿qué diablos pasó con la falsa hija de la señora Rivers, Sheila Rubbin?
Trisha se quedó muy pensativa.
—No lo entiendo —contestó—. Ella parecía muerta…
—Pero se marchó.
—O se la llevaron.
—El matiz poco importa; el caso es que ella desapareció; por sí misma o porque alguien se llevó su cuerpo. ¿Adonde? Y ¿con qué objeto?
—Creo que tienes razón, Oliver —suspiró la muchacha—. Todo esto es tan endemoniadamente complicado… A veces dudo si algún día podremos resolver este enigma.
—Costará, pero confío en lograrlo —respondió él—. De todas formas, creo que pronto sabremos algo.
—¿Por qué lo dices?
—Llevé el vampiro a un amigo que estudió conmigo en la secundaria y ahora trabaja como biólogo en un centro de investigación particular. Sospecho que las uñas del quiróptero estaban untadas de algún veneno y le pedí que hiciera un análisis. Mañana le llamaré desde Shithmore, para saber qué ha averiguado.
—No ha sido mala idea —aprobó ella—. Pero no entiendo por qué tuvieron que enviarte un murciélago gigante…
—Yerkes es un tipo sádico y no querría verme morir de un simple balazo, eso es todo. ¿No hizo algo parecido con Wood?
—Es posible, Oliver. Cuando le vea le preguntaré por qué tuvo que asesinar al pobre Septie. Qué daño le había hecho, vamos a ver, ¿eh?
Sword se mordió los labios. Empezaba a notar que había algo que no encajaba con lógica en el conjunto de los acontecimientos y, aunque todavía quedaban muchos enigmas por solucionar, tenía la sensación de que estaba viendo algo que tenía prácticamente delante de los ojos, pero no conseguía saber de qué se trataba.
Durante unos minutos permaneció callado. Bruscamente, creyó haber hallado la solución para un problema que les mortificaba enormemente.
—¡Trisha, me parece que ya lo tengo! —exclamó.
Ella se volvió, muy intrigada.
—¿A qué te refieres, Oliver?
—A tu amigo, el profesor Challis, naturalmente.
—¿Crees saber lo que pasó? El pobre murió de una manera verdaderamente espantosa…
—Trisha, Challis no ha muerto. Está vivo.
La chica respingó.
—Oliver, de Yerkes no se encontró el menor rastro, lo que abona la hipótesis de su supervivencia. ¡Pero vimos el esqueleto de Septie y eso no deja lugar a la duda!
—Estás equivocada —insistió él—. Lo que vimos fue el esqueleto de un hombre, ciertamente, pero no era el de Challis.
Ella creyó comprender.
—¿Piensas que Septie mató a otra persona y que luego arrojó su cuerpo al estanque de las pirañas?
—Exacto, eso es lo que sucedió.
—En el esqueleto encontramos su reloj, un anillo…
—Se los puso después de matarlo, Trisha.
—Si fue como dices, ¿por qué lo hizo? ¿Qué interés tenía en desaparecer?
—Hay dos posibilidades, Trisha. Una de ellas es que está metido hasta el cuello en este asunto. La otra es que fue raptado y sus secuestradores dejaron dos cuerpos, uno de ellos inidentificable, a fin de hacer creer en su muerte.
—¿Con qué objeto, Oliver?
—No lo sé, pero ésa es una pregunta a la que tendrá que responder Yerkes.
—Si quiere —dudó ella.
—Le obligaremos, Trisha.
—Confío en que sea como dices. Y ahora, contéstame, por favor: si Septie está vivo, ¿quién ocupa su lugar en el cementerio?
—Dude Mows, el socio de Kerr Halvin —contestó Sword, firmemente convencido de lo que decía.
Cuando llegaban a las inmediaciones de Shithmore, Trisha dijo que le gustaría volver a ver Black Basin Hall antes de hospedarse en el motel que había a la entrada de la población.
—Muy bien —accedió el joven—. Vamos a Black Basin.
Sword tomó la desviación que conducía a la casa que había visto arder cinco años antes. A los pocos momentos contemplaron las quietas aguas del estanque, en el que se reflejaban el azul del cielo y algunas blancas nubes que se movían perezosamente a impulsos de una débil brisa.
Poco después alcanzaban la entrada del puentecillo de madera. Sword frenó, porque había visto algo que no acababa de gustarle.
—¿Por qué te paras? —inquirió Trisha, extrañada.
El joven se apeó, a la vez que hacía signos con una mano.
—Ven —llamó.
Ella le siguió. Sword le enseñó las tablas del puente, que ofrecían un aspecto realmente miserable.
—En cinco años nadie lo ha cuidado —dijo—. Hay una humedad constante, ha llovido durante los inviernos y no se ha repuesto un solo madero. Dudo mucho de que pudiera soportar el peso de tu automóvil.
—Entiendo —murmuró Trisha, sintiéndose llena de aprensiones.
—Además, la casa no está ya demasiado lejos —arguyó Sword.
—¿Qué casa? Se quemó hace cinco años, Oliver.
—Yo me refiero a la que se ve apenas entre los árboles del otro lado, a muy poca distancia del solar que ocupaba la antigua residencia de tu tía.
Trisha miró en aquella dirección y abrió la boca, estupefacta.
—Increíble —dijo—. No tenía la menor noticia de que alguien hubiera construido aquí otra casa.
—¿No te dijo nada tu tía?
—No, en absoluto. Claro que tampoco mencionábamos este lugar, ni hablábamos apenas de sus bienes y sus propiedades…
—Bueno, ahora podemos salir de dudas y ver quién vive en esa casa, ¿no te parece?
—Sí, pero habrás de permitirme que te diga que me siento absolutamente desconcertada, Oliver.
El joven se echó a reír.
—Estamos en la misma situación —dijo—. Anda, vamos —añadió, a la vez que se apoderaba de su mano.
Sword inició el paso del puente con verdadera aprensión. Las maderas estaban podridas y ofrecían una seguridad muy precaria. Precavido, tanteó el suelo antes de afirmar el pie en cada paso, separándose un poco de la muchacha a fin de evitar que sucediera algo desagradable por un exceso de peso.
El puente tenía un trazado ligeramente curvo, de modo que la parte central quedaba a cosa de metro y medio de las aguas. Cuando había rebasado el punto más alto, se oyó un fuerte chasquido.
Trisha lanzó un agudo grito de terror al ver a Sword hundirse en el agujero causado por el peso de su cuerpo. El joven, ágilmente, consiguió, sin embargo, agarrarse a un madero resistente y quedó colgando, con los pies colgados en el interior del estanque.
De pronto notó como una picadura en la puntera del zapato. Instintivamente encogió los pies. Una cosa plateada saltó fuera del agua durante una fracción de segundo, para volver a hundirse de inmediato, con leve chapoteo.
—¡Una piraña! —chilló Trisha, aterrada.
Muy impresionado, Sword consiguió trepar a lugar seguro y se sentó en el suelo.
—Has salvado el pie de milagro, Oliver —dijo ella.
Sword se miró el zapato un instante y luego, sonriendo, meneó la cabeza.
—Si hubiera sido una piraña me faltaría entera la puntera del zapato —contestó—. Ha debido de ser un lucio, simplemente.
Ella se puso una mano en el pecho.
—Me he llevado un susto de muerte, créeme.
—No seas tétrica —dijo él, a la vez que se ponía en pie y señalaba un trozo del puente, intacto todavía—. Pasa por aquí, pero agárrate a la barandilla.
—Sí, Oliver.
La travesía se consumó al fin sin demasiados problemas. Poco después pisaban terreno firme. Avanzaron unos metros, rebasaron una pequeña curva y entonces vieron la casa que se había edificado a menos de cincuenta metros del solar donde había estado la que ardió cinco años antes.
Era un edificio de aspecto corriente, de dos plantas, aunque relativamente grande. Estaba construido con mampostería y su estructura parecía bastante sólida.
Más cerca se veían los rastros dejados por el incendio: escombros cubiertos en su mayor parte por plantas y matojos que habían crecido ubérrimamente. En algunos puntos se veían todavía pequeñas manchas negras, que el paso del tiempo no había podido borrar por completo.
Sword recordó la trágica noche del incendio y rememoró el instante en que pareció que Yerkes se hundía con la casa. Era algo que jamás olvidaría, por muchos años que pasaran; la escena culminante de una tragedia cuyo desenlace había sido marcado por el destino. Pero el protagonista había sabido burlar al destino, engañando a los espectadores al hacer creer que estaba muerto, cuando en realidad había conseguido escapar, escondiéndose en algún lugar desconocido.
¿Estaba Yerkes en aquella casa cuya existencia ignoraban hasta aquel momento?
Irresoluto, avanzó unos cuantos pasos, seguido por la muchacha, hasta detenerse a poca distancia de la entrada. La puerta y las ventanas aparecían cerradas y no se apreciaba en el edificio el menor signo de vida.
De pronto se volvió hacia Trisha.
—Debemos ir antes a Shithmore —propuso.
—¿Por qué? —se extrañó la muchacha—. Ya que estamos aquí…
—Quiero hablar con los Masters. También conozco a otras personas en el pueblo. Creo necesario adquirir informes acerca de las personas que habitan esta casa.
—Está bien. Si te parece que eso es lo que más nos conviene, lo haremos, Oliver. Pero eso de pasar por el puente de nuevo…
—Ya sabemos los puntos débiles y ahora no hay peligro.
—Me pregunto por dónde vienen a esta casa. El puente no parece un camino seguro y no se ve que dejen los coches antes de cruzarlo.
Sword señaló con la mano un camino prácticamente oculto por la espesa vegetación del otro lado.
—Hay otra ruta y ni siquiera necesitan entrar en Shithmore. Cualquier persona puede venir aquí, sin necesidad de que nadie se entere de que está en esa casa.
—Si actúan así es que hacen algo non sancto, lo cual significa que no les gusta que se sepa lo que pasa aquí.
—Es lo más probable —convino el joven—. Anda, vámonos.
Regresaron por el mismo camino y subieron al coche. Sword maniobró para dar la vuelta y luego, una vez en la carretera, buscó el desvío que conducía a la granja de los Masters.
—Dejando a un lado lo que sucedió aquella noche, lo pasé muy bien cuando trabajaba en la granja —comentó el joven, al avistar el edificio donde vivían los Masters—. Fue una época muy agradable de mi vida.
—Y te gustaría repetirla, claro —sonrió Trisha.
Sword hizo un gesto negativo.
—Ya no sería como entonces. Hay cosas que pierden su encanto cuando se quieren repetir. Resulta mejor acordarse de lo que se hizo en determinada época; querer hacerlo de nuevo resulta casi siempre un poco amargo.
—Filósofo estás, Oliver —bromeó ella.
—Es mi forma de pensar. Puedo equivocarme, pero…
Sword lanzó un profundo suspiro. Trisha hizo un gesto de asentimiento.
—Tienes razón —admitió—. Si ahora quisiera hacer alguna de las cosas que hacía cuando era una chiquilla, no me sabrían lo mismo que entonces. Es preciso actuar acomodándose a cada época lo mejor posible, ¿no te parece?
—Es la única solución —afirmó él, mientras maniobraba para detenerse frente al edificio principal de la granja.