CAPITULO X

 

Los ojos de Sphyllix se posaron desdeñosamente sobre el rostro de su visitante,

—¿Crees que me das miedo, Pete? —preguntó. Fuller llenó de nuevo su copa.

—No sé si te doy miedo o no, Quint —repuso—. Lo único que puedo decirte es... Bien, ya te lo he dicho. Y ahora, la solución está en tus manos.

—Tal vez sí, Pete —dijo Sphyllix sonriendo malignamente—, Tal vez sí —repitió.

—Tú no me das miedo, Quint. No puedes hacerme nada. ¿O es que piensas que no tengo todo previsto?

—Oh, claro que sí, me lo imagino perfectamente, Pero creo que tú tampoco te das cuenta de la situación.

—¿Cómo?

—Verás, Pete, aunque se llegara a realizar lo que has dicho, tú no podrías ya verlo. Cierto, yo sufriría tremendos perjuicios..., pero quedaría vivo. Cosa que tú no podrías decir, desde luego.

—¿Te atreverías...?

—Sí, Pete.

Sphyllix llevó la mano derecha a su chaleco, pero al no encontrar lo que buscaba, la retiró en el acto. Apoyada en la repisa de la chimenea, Deirdre contemplaba la escena con ojos burlones.

—No te atreverás —gruñó Fuller.

—Estás muy equivocado, Pete.

—Tendré buena protección. No me pasará lo mismo que a Readey.

—Tu protección no te servirá para nada. Escúchame bien, Pete. Ya hemos hablado bastante y discutido todo hasta la saciedad. No quiero darte un solo penique, así que ya puedes hacer lo que quieras. No me asustas, entérate de una vez.

Fuller vació su copa de un trago.

—Te doy una semana de plazo para que reúnas el dinero, eso es todo —dijo secamente. Avanzó con paso firme hacia la puerta, pero antes de salir, se volvió, y miró irónicamente a Sphyllix.

—Piénsatelo bien. No pido todo, sino una parte... y es mejor perder una parte que el todo —concluyó.

Después de que hubo salido, Sphyllix se volvió hacia el ama de llaves. .

—Esta noche —dijo solamente.

—Bien —contestó ella.

Sphyllix abandono la biblioteca. Cuando llegaba al vestíbulo, se encontró con Elsa.

—Señor Sphyllix, ¿quién era ese hombre? Parecía muy enfadado y decía unas palabrotas horribles...

El tutor sonrió.

—Es un hombre muy malo y quiere arrebatarte lo que es tuyo. No debemos consentirlo, ¿verdad, pequeña Elsa?

—No, señor, no lo podemos consentir.

—Bien, entonces, no te preocupes de más. Anda, sube a tu habitación a lavarte las manos; pronto será la hora de la cena.

—Sí, señor... Ah, mi prima y su amigo se han marchado ya.

—Oh, no lo sabía...

—Son muy buenos, yo los quiero mucho.

—No me cabe la menor duda, Elsa… Ese hombre, Pete Fuller, sí es malo, muy malo, créeme.

—Sí, señor. Ahora voy a lavarme las manos…

Elsa se alejó hacia la escalera, saltando a la pata coja. Sphyllix la contempló con la sonrisa en los labios.

Annie lo vio desde el salón y pensó que era la sonrisa de un demonio.

Sphyllix sacó un papel de su bolsillo y se tocó el chaleco con la mano derecha. Torció el gesto y la llevó al bolsillo superior de su chaqueta, de donde extrajo unos lentes semicirculares, que se colocó para leer lo que estaba escrito en el papel.

Entonces se le acercó la institutriz.

—Señor Sphyllix...

El tutor alzo la cabeza.

—Dígame, señorita Rawlins —respondió cortésmente.

—Mi amiga Scarlett y su acompañante se han marchado ya. Usted tenía una visita y no quisieron molestarle: por eso me encargaron les despidiera de usted en su nombre.

—Muy amable, señorita, gracias. —Sphyllix torció el gesto—. He perdido los impertinentes y no sé cómo...

—¿No le resultaban más incómodos que los lentes?

—Pues... estaba habituado a ellos y los cristales de estos lentes son un poco fuertes... Quizá lo considere usted como una manía, pero con los impertinentes me sentía muy a gusto. Además, tenían pinza para la nariz, de modo que resultaban también cómodos. Sin duda, la cinta estaba ya gastada y se me habrán caído en alguna parte... En fin, no es cosa que tenga demasiada importancia, señorita Rawlins.

—No, no la tiene —convino la institutriz.

 

* * *

 

Después de la cena, que transcurrió con cierta normalidad que a Annie se le antojó un tanto ficticia, Elsa, como de costumbre, se dispuso a regresar a su habitación para acostarse.

—Señorita Annie, ¿querrá leerme un poco cuando esté en la cama? —solicitó la niña,

—Claro, querida. Vamos allá.

Elsa y Annie se pusieron en pie. Sphyllix, galante, también se levantó.

—Yo me quedaré aquí, tomando una copa —dijo.

—Buenas noches —se despidió Elsa.

—Buenas noches, hermosa. Que tengas bonitos sueños.

—Gracias, señor.

Eran las nueve y medía cuando Annie volvía a su habitación. La joven se desvistió y buscó un libro para leer. Sentada en la cama, apoyada en los almohadones, abrió el libro, pero, a los pocos minutos, se dio cuenta de que no podía conciliar el sueño.

Estaba terriblemente preocupada.

Elsa era el centro de sus preocupaciones. ¿Cómo se habían desarrollado en la niña tan increíbles facultades?

Había deseado la muerte de Freddy Gardner y su deseo se había realizado. El segundo

«Duddy» había vuelto a la vida, después de que el jardinero asegurase que estaba muerto... Y tantas y tantas cosas.. ¿Qué espantosa anormalidad se había producido en el cerebro de Elsa?

Luego, de un modo inevitable, pensó en Harry Long. Sí, era sumamente extraño que el psiquiatra se hubiera marchado de Shadderness Court tan rápidamente, sin despedirse de nadie. ¿Cómo le había llegado la noticia de la enfermedad de su familiar?

Y si había muerto asesinado, ¿quién lo había hecho? ¿Sphyllix? ¿Por qué?

Había muchas preguntas y ninguna de ellas tenía una respuesta medianamente aceptable. Todo eran fantasías por el momento.

Annie empezó a pensar en sí propiamente. ¿Podría resistir aquella tensión durante mucho tiempo?

Intentó dormir, pero no pudo. Inquieta y desasosegada, empezó a dar vueltas en la cama, hasta que sintió su cuerpo empapado de sudor.

Entonces se levantó y buscó cigarrillos. Pero el tabaco no era suficiente para calmar su excitación. Una copa de algún licor, se dijo.

Estaba solamente con el pijama, de modo que se puso la bata y salió del dormitorio.

Shadderness Court apareció en el mayor silencio.

Annie avanzó a lo largo del corredor. De pronto, vio una puerta entreabierta, de la que salía un rayo de luz y, extrañada, se acercó a ella. Al empujarla, vio que el gabinete privado de Sphyllix estaba desierto.

Sphyllix solía tener licores para obsequiar a las escasas visitas que recibía. Annie se acercó a la mesa donde estaban las botellas, destapó una y la inclinó sobre la copa que ya sostenía con la mano izquierda.

De repente, vio algo que llamó su atención de una manera extraordinaria.

Era una ampolla que había contenido un líquido inyectable hasta hacía poco, a juzgar por el pico de uno de los extremos que había sido cortado, a fin de permitir la introducción de la aguja y extraer el medicamento por succión. Annie se preguntó quién podía estar enfermo en la casa, para necesitar una medicina después de la cena.

¿Acaso había alguien que se drogaba con morfina?

Llena de curiosidad, cogió la ampolla. En el vidrio, aunque con caracteres muy tenues, se podía leer sin dificultad el nombre del medicamento: «Pentotal Sódico».

Le pareció que un viento helado descendía por su espalda y llegaba hasta el tuétano de los huesos. ¿A quién se aplicaba en aquella casa el «suero de la verdad»? ¿Quién era sometido a hipnosis, por quién y por qué?

Un pánico horrible invadió su ánimo. Aquello era obra de Sphyllix, no cabía la menor duda. Y ahora se daba cuenta claramente de que Harry Lon no se había despedido, sino que había sido asesinado y su cadáver enterrado Dios sabe dónde.

El miedo le proporcionó la suficiente presencia de ánimo para no prorrumpir en alaridos, que habrían revelado su presencia en aquel lugar. Incluso consiguió hacer el esfuerzo necesario para apurar el licor de la copa y dejar ésta de modo que no se advirtiese su presencia en el gabinete.

La ampolla quedó en la misma posición. Luego, lenta y sigilosamente, Annie abandonó la estancia y emprendió el regreso a su dormitorio.

De pronto, se le ocurrió que no estaría de más dar un vistazo a Elsa. Cuando se acercaba a la puerta del dormitorio, oyó una voz harto conocida que pronunciaba unas palabras estremecedoras:

—¡Mátale, Elsa, mátale! Pete Fuller es un hombre muy malo... Debe morir, debe morir... ¡Mata, pequeña Elsa, mata!

Annie creyó desfallecer. ¿Qué estaba haciendo con la niña aquel horrible monstruo llamado Sphyllix?

Su primer impulso fue el de irrumpir en el dormitorio y sorprender al maligno tutor, pero, casi inmediatamente, se formuló una pregunta a sí misma: ¿Qué podría hacer ella contra un hombre robusto y capaz de cualquier cosa para evitar se divulgase su espantoso secreto?

Lo más sensato era callar, ocultar su descubrimiento, Scarlett y Ralph lo sabrían por la mañana. Sabrían que algo grave ocurría, ya que emplearía la clave convenida y añadiría que lo’ necesitaba urgentemente. No podía hacer otra cosa, ¡si en realidad quería ayudar a Elsa, porque tenía la seguridad de morir instantáneamente, si se presentaba ante Sphyllix para recriminarle por su actitud.

Silenciosamente, volvió a su dormitorio, se quitó la bata, apagó la luz y se metió en la cama,

Al cabo de un rato oyó voces en el pasillo.

—Fuller está listo —dijo Sphyllix.

—Sí, era un estorbo —respondió cínicamente la señora Broadhurst.

 

* * *

 

.Annie intentó comunicarse con Scarlett, pero todo fue inútil. Por tres veces, y siempre procurando no ser vista por Sphyllix y el ama de llaves, hizo llamadas a su amiga, pero no obtuvo la menor respuesta. Scarlett, se dijo, debía de haber salido. Estaría con Ralph y el inspector Ryan, averiguando datos sobre el pasado de Sphyllix. Por tanto, decidió dejar la siguiente llamada para mejor ocasión.

Elsa andaba por el jardín, como de costumbre. Annie, con un libro, bajo la mano, caminó apaciblemente, como si fuese a darle una lección al aire libre. No tardó en encontrar a la niña, al pie del enorme cedro, bajo el cual había estado a punto de morir Harry Long.

—Buenos días, señorita Annie —sonrió la chiquilla.

—Hola, Elsa. ¿Cómo te sientes?

Annie escrutó ansiosamente el rostro de la niña, en la que no se apreciaban síntomas de anormalidad. Si le habían aplicado pentotal sódico, ya no quedaban secuelas, supuso.

—Muy bien, perfectamente, señorita. Hace un día estupendo... ¿Quiere que demos clase? Estoy dispuesta —declaró Elsa.

—Aguarda un momento. —Annie se sentó sobre el césped, teniendo a la niña a su derecha—. ¿Cómo te sientes el brazo? —se le ocurrió preguntarle repentinamente.

—Oh, estupendo, no me duele en absoluto.

—¿De veras? ¿Me permites que te lo mire?

Antes de que Elsa pudiera formular la menor objeción, Annie le remangó el pullover que tenía puesto y dejó el brazo al descubierto. Sí; allí, en el hueco, se veía la señal diminuta, pero inconfundible, de la inyección aplicada la noche anterior.

Lentamente, Annie bajó la manga de nuevo.

—Elsa, ¿has tenido sueños esta noche? —preguntó.

—No, no recuerdo nada... He dormido estupendamente... De súbito, se oyó la voz chirriante del tutor:

—¡Señorita Rawlins!

Annie se levantó de un salto.

—Sí, señor —dijo.

Sphyllix estaba delante de las dos, después de haber contorneado el cedro. En los ojos del sujeto había un brillo que a Annie le pareció el reflejo del fuego del infierno.

—No me gustan las mujeres curiosas, que meten su nariz en asuntos que no les importan —dijo Sphyllix fríamente—. Señorita Rawlins, considérese despedida. Haga su equipaje y váyase de Shadderness Court inmediatamente. Su sueldo le será abonado con toda exactitud. Eso es todo.

Annie se quedó con la boca abierta, sin saber qué responder. Pero inesperadamente, Elsa dio un paso hacia adelante y exclamó:

—¡No, no quiero que ella se vaya!

Sphyllix miró a la niña como si estuviese contemplando a un insecto.

—Elsa, olvidas que soy tu tutor y que puedo emplear o despedir a quien me parezca — manifestó tranquilamente.

—Lo sé, pero no quiero que se marche la señorita Annie. —Con inmensa suavidad, como si estuviera dirigiendo unas palabras amables a su perro añadió—: Si insiste en ello, le haré morir.

Annie tenía la boca abierta por el asombro y el espanto simultáneos, pero no dejó de advertir la espantosa palidez que se había adueñado del huesudo rostro del tutor.