CAPITULO VI

 

Con cierta extrañeza por parte de Scarlett, figuraban dos hombres en la reunión, además de Ralph, y a quien éste presentó como oficiales de Scotland Yard. Scarlett supo muy pronto los motivos de la asistencia de los dos policías, el inspector Thomas Ryan y el detective Bill Jaspers.

—Ambos están aquí a título particular —explicó Ralph, tras los primeros saludos—. Pero Tom y yo somos buenos amigos y él se ha sentido particularmente interesado en este asunto, a causa de algo que él mismo le dirá.

—Así es, señorita Lawrence —manifestó Ryan—. El amigo Ralph me ha contado algunas de las cosas que suceden en Shadderness Court y una de ellas, muy particularmente, ha llamado mi atención de un modo extraordinario.

—Todo lo que sucede allí es extraordinario —dijo Scarlett.

—Sí, pero algunas de las cosas pueden tener explicación absolutamente razonable, sin necesidad de pensar en poderes sobrenaturales.

—¿De veras, inspector?

—La muerte de Johnny Readey es absolutamente explicable. Cuando a uno le meten cuatro balas en el cuerpo, no hay que invocar a las fuerzas de la mente, salvo la del hombre que ordenó cometer ese asesinato. Eso no tiene nada de sobrenatural ni de misterioso.

—Pero Elsa lo predijo...

—Admito que lo vaticinase —contestó Ryan—. Sin embargo, cabe la posibilidad de que viera u oyera algo que le hizo conocer con antelación la muerte de Readey.

—No entiendo... ¿Qué podía saber ella de un gángster notorio?

—Aguarde un momento, señorita. Por lo visto, Readey quiso hacer un chantaje al tutor de Elsa.

—Sí, él mismo lo confesó. No lo ocultó siquiera y me dijo, además, que no había nada vergonzoso en su vida que le hiciese ceder a las pretensiones de un sujeto sin escrúpulos.

—Bien, eso es lo que dijo Sphyllix, pero no tenemos medios de comprobar la verdad de sus manifestaciones. Ahora bien, el hecho de que tuviese ciertas relaciones con Readey, lo convierte en sospechoso a los ojos de la ley y ello sin necesidad de relacionarlo con las facultades parapsicológicas de su prima.

—Es decir, usted cree que Sphyllix tiene un pasado turbulento,..

—Muy posiblemente, y por ello procuraré investigar, aunque sea indirectamente y de un modo privado, ya que sin tener la certeza de que Sphyllix ha cometido un delito, no puedo iniciar una investigación oficial.

—Ahora ya entiendo —dijo Scarlett—. Pero, por lo que yo sé, es un hombre absolutamente irreprochable...

Ryan hizo un gesto de escepticismo.

—Los hombres absolutamente irreprochables no se relacionan con gangsters —adujo Ryan—. Puede ser qué, eventualmente, un hombre decente conozca o sea conocido de un rufián, pero lo normal es que no suceda así ni mucho menos que sostenga con él una violenta discusión, como parece ocurrió entre Sphyllix y Readey. Por tanto, conviene saber quién es realmente Sphyllix.

—Quizá no haya medios...

—Los hay —afirmó Ryan—. Y aquí es donde interviene el amigo Bill Jaspers. ¿Bill?

El otro policía se situó frente a un caballete, sobre el que, apoyadas en un tablero, al cual estaban sujetas con chinchetas, había varias hojas de papel, de gran tamaño.

—Señorita Lawrence, Bill Jaspers es uno de los mejores dibujantes del Yard. Usted habrá oído hablar sin duda del procedimiento del «retrato-robot», ¿no es así? —dijo Ryan.

Scarlett comprendió en el acto.

—Sí, inspector.

 

* * *

 

Media hora más tarde, Ryan hizo un gesto negativo.

—Esa cara no me «suena» —dijo—. ¿Y a ti, Bill?

—Tampoco, aunque podemos examinar los archivos fotográficos —respondió Jaspers.

—Así lo haremos. Y ahora, Ralph, ¿qué hay de esa cena fría que nos habías prometido?

—Que cada uno se sirve según la capacidad de su estómago —exclamó alegremente.

Scarlett se levantó. Mientras ponía en su plato algunos fiambres, Ryan, a su lado, volvió a mencionar el tema.

—Insisto en que la niña tuvo que oír forzosamente algo sobre la muerte de Readey — dijo—. Si Sphyllix temía que Readey le perjudicase en algo y tenía en Londres ciertos contactos, muy bien pudo «contratar» su -asesinato, sobre todo, teniendo en cuenta que aún no hemos podido dar con el autor de los disparos.

—Admito tal posibilidad, pero sólo en el caso de Readey —dijo Scarlett.

—Los demás fueron simples casualidades —exclamó Ralph.

—No —contestó la joven con sombrío acento. De pronto, se dio cuenta de que no tenía apetito y dejó el plato a un lado—. Se lo escuché yo en persona, o sea que no me lo ha contado nadie. Elsa anunció que Morrow iba a morir muy pronto, aunque ella no lo quería así, puesto que le apreciaba muchísimo.

—Y, naturalmente, el señor Morrow, simple mozo de labranza, joven y robusto, debe de gozar de una salud a prueba de bombas.

—Robin Morrow ha muerto.

Un helado silencio descendió sobre la estancia. Ralph iba a llevarse a los labios una copa de vino y suspendió el gesto a mitad de camino, quedándose convertido momentáneamente en una estatua. Ryan y Jaspers lanzaron sendas exclamaciones.

Scarlett buscó su bolso y sacó la carta que había recibido aquel mismo día.

—Lean, por favor.

Ralph pasó la vista por los renglones escritos, lo mismo que Ryan.

—¡Pero fue un ataque cardíaco! —exclamó el policía.

—Ella lo predijo —insistió Scarlett.

—No lo comprendo —murmuró Ralph—. Esa niña...

—Esa niña puede convertirse en un pequeño monstruo —exclamó Scarlett apasionadamente—. Tenemos que hacer algo para sacarla de Shadderness Court. Creo que es la única solución, apartarla de aquel ambiente nefasto y llevarla a otro sitio, donde pueda olvidar esas ideas tan morbosas.

Ralph meneó la cabeza.

—Ningún juez revocaría la tutela, a menos que se probase concluyentemente que Sphyllix es un delincuente o que malversa los bienes de la niña. Por ahora, creo, la ley está de su parte, ¿no es así, Tom?

El inspector hizo un gesto de aquiescencia.

—Si el peso de la ley se pudiese medir como se miden o se pesan los alimentos que compramos en el mercado, no tendríamos entonces ni un solo gramo en el que apoyar una solicitud de revocación de la tutela.

—Entonces, ¿qué podemos hacer? —dijo Scarlett, al borde de la exasperación. Ralph apoyó una mano en su brazo, a la vez que la miraba con simpatía.

—Esperar —dijo—. Harry Long ha conseguido el empleo en Shadderness Court y pronto nos comunicará noticias sobre el estado mental de Elsa.

—Y yo me preocuparé de averiguar quién es en realidad ese sujeto que usa el pomposo nombre de Quintas César Sphyllix —prometió el inspector Ryan.

 

* * *

 

Con las manos a la espalda, Elsa contemplaba atentamente los trabajos que el doctor Long, convertido accidentalmente en ayudante de jardinero, realizaba en el parque, justo al pie de un enorme cedro de más de veinte metros de altura.

—Tenga cuidado con esa rama, Harry —advirtió la niña.

Long no había notado su presencia y se volvió al oír la voz infantil.

—Hola, Elsa —dijo—. ¿Cuál es la rama con la que he de tener cuidado? —preguntó.

—Esa misma, justo la que tiene usted sobre su cabeza. Está podrida y puede romperse en cualquier momento.

Long alzó la cabeza y contempló la rama.

—A mí me parece que está bien —dijo.

—Está podrida por dentro, aunque no se ve desde afuera.

Aquellas palabras atrajeron la atención del psiquiatra que era en realidad Harry Long.

—Yo la veo bien, normal... —insistió—. ¿Acaso tú puedes ver a través de la corteza?

—Está podrida por dentro —repitió Elsa.

Muy impresionado, Long dio un par de pasos hacia atrás y contempló la rama. De súbito, se oyó un fuerte crujido.

La rama, que por sus dimensiones parecía un árbol de buen tamaño, cayó al suelo con tremendo estrépito. Long sintió un escalofrío al pensar que aquel tronco tan pesado, podía haberle roto el cráneo como si hubiese sido una cáscara de nuez.

—Elsa, me has salvado la vida —dijo.

—Usted no me creyó, ¿verdad?

Long dudó un momento. Luego se arrodilló frente a la niña y la miró directamente a la cara.

—Elsa, dime, ¿tú puedes adivinar lo que les va a pasar a las personas? —preguntó.

—A veces sí...

—¿Lo ves con los ojos de la cara o de un modo que se te representa en el interior de tu cabeza?

—No sé. Lo veo y ya está.

—¿Viste «por dentro» la rama?

—Vi que estaba podrida, no sé más.

Long se pasó una mano por la cara. Aquella niña, se dijo, era clarividente por propia naturaleza. Ella podía predecir determinados acontecimientos, sin definir cómo se producía el fenómeno en el interior de su mente. «Lo sabe... como yo sé caminar sin mirar al suelo constantemente», pensó.

Forzó una sonrisa. No convenía presionar más a la niña, se dijo.

—Gracias, Elsa —dijo—. Lo recordaré toda la vida.

La voz de Sphyllix sonó chirriante en aquel momento.

—¡Harry!

El doctor Long se puso inmediatamente en pie.

—¿Señor?

—Deje a la niña. No quiero que hable con ella más de lo estrictamente necesario.

Usted tiene aquí un trabajo que realizar y eso es lo que debe preocuparle.

—Esa rama estaba podrida y se cayó —respondió Long, a la vez que extendía el brazo—

. Sólo le preguntaba a Elsa si el ruido la había asustado.

—Es verdad, señor Sphyllix —dijo la niña. El tutor apretó los labios.

—Vuelve a casa, Elsa —ordenó.

—No quiero —respondió Elsa con sorprendente rebeldía—. Ahora voy a jugar con «Duddy»... ¡«Duddy», bonito! ¿Dónde estás? ¡«Duddy», «Duddy»...!

El can ladró en las inmediaciones y Elsa echó a correr. Long, mentalmente, agradeció a la niña que hubiese corroborado su mentira. Por fortuna, Sphyllix no había visto el guiño de complicidad que Elsa le había hecho, con gesto de infantil malicia.

—Voy a buscar el hacha, para trocear la rama y tener leña para la chimenea —dijo Long.

Repentinamente, se oyó un agudo grito.

Los dos hombres volvieron la cabeza instantáneamente. Elsa, caída en el suelo, gritaba y gemía lastimeramente, mientras el perro lamía su rostro, como si quisiera aliviar el dolor que sentía su amita.

Sphyllix y Long echaron a correr, pero el psiquiatra, más joven, llegó antes y se arrodilló junto a la niña.

—¡Elsa! ¿Qué te sucede? —exclamó.

—El brazo... Me duele muchísimo...

Long, médico a fin de cuentas, tanteó el brazo izquierdo con la mano.

—Está fracturado, señor —dijo.

—¿Cómo puede saberlo usted? —preguntó Sphyllix despectivamente.

—Trabajé algunos años en un campamento de leñadores, en el Canadá —mintió Long-. En esos sitios, se adquiere experiencia en fracturas de huesos. Habrá que avisar a un médico...

El habría podido reducir perfectamente la fractura, pero si lo hacía, su verdadera personalidad quedaría desvelada, con el consiguiente perjuicio para Elsa. Levantándola en brazos con gran cuidado, empezó a caminar hacia la casa.

Annie, atraída por los gritos, salía corriendo, lo mismo que el ama de llaves. Sphyllix adelantó unos pasos.

—Señora Broadhurst, vaya a buscar al doctor Grover. Creo que Elsa se ha fracturado un brazo.

—No..., no lo haga.. —Dijo la niña—. Me curaré pronto...

—Vaya, señora Broadhurst —insistió el tutor.

—Está bien.

Annie se acercó a Long.

—Sígame, por favor; le indicaré el cuarto de Elsa.

Momentos después, Elsa quedaba en su cama, bien abrigada y con el brazo a lo largo del cuerpo.

—Procure que no lo mueva y dele un calmante si tiene a mano —aconsejó Long.

—De acuerdo —contestó Annie, un tanto sorprendida del aire de autoridad que emanaba de la voz del peón.

—Les repito que no será necesario que venga el doctor Grover —dijo Elsa—. Voy a curarme muy pronto.

Annie cambió una mirada con Long.

—Es una niña muy valerosa —sonrió.

—No me cabe la menor duda —respondió el psiquiatra.

Annie Rawlins no conocía su verdadera identidad. Scarlett no se lo había dicho y Long, aunque conocía la amistad existente entre las dos jóvenes, había juzgado prudente no decir nada por el momento, a fin de evitar un posible paso en falso de la institutriz. Por otra parte, Elsa no daba la sensación de sufrir grandes dolores, de modo que 1o mejor era dejarla en compañía de Annie, que la consolaría y animaría hasta la llegada del doctor Grover.

El doctor Grover llegó antes de media hora, con un maletín en el que traía todo lo necesario para el escayolado del miembro fracturado. Cuando entró en la habitación, Elsa dormía profundamente.

—Bueno, vamos a ver a esta muchachita...

—Le he dado un calmante, doctor —dijo Annie.

—Ha hecho bien, señorita Rawlins.

Grover se quitó la chaqueta y se subió las mangas de la camisa. Luego tanteó el brazo con dedos hábiles y expertos.

—Pero ¿qué diablos...? —exclamó de pronto.

—¿Sucede algo, doctor? —preguntó Sphyllix desde la puerta. Grover se incorporó en el acto.

—¿Por qué me hacen venir con tanta urgencia, obligándome a abandonar a la señora Mac Caine, a punto de traer dos gemelos al mundo? ¡Elsa tiene el brazo completamente sano!

—Bueno, el ayudante del jardinero dijo que lo tenía roto...

—¿Qué puede entender de huesos rotos un ignorante peón? —Grover empezó a bajarse las mangas de la camisa—. Elsa tiene el brazo tan sano como podamos tenerlo cualquiera de los presentes.

Annie oyó aquellas palabras y sintió que sus preocupaciones se agravaban.

Había oído gritar y gemir a Elsa y Harry, el peón, había afirmado rotundamente que el brazo estaba roto. En realidad, era algo que podía saber incluso el más lego en medicina..., pero lo misterioso, lo incomprensible era que Elsa había dicho que se curaría muy pronto y estaba curada.