CAPÍTULO XII

 

Ross se quedó inmóvil durante unos segundos, inclinado ante la puerta, sin quitar los ojos del rostro de la mujer.

—Tengo prisa —dijo Taya, un tanto nerviosa—. Vamos, entra ya.

Ross tenía una de sus manos apoyadas en el borde del techo del vehículo.

—¿Por qué tanta prisa? ¿Es que nos persigue alguien?— inquirió.

—No la haga esperar más o disparará —refunfuñó el conductor—. Entre de una vez, diablos.

—¿Agentes de la Coalición?— sugirió el forastero.

—Por última vez —intimó Taya—. Entre o disparo.

Ross continuaba sonriendo.

—Me parece que has cometido un error, Taya —dijo—. ¿No te has fijado en el helitaxi? Como todos los vehículos de su género, está movido por antigravedad, lo que significa que, para tomar un pasajero, se mantiene suspendido en el aire, a veinte centímetros del suelo.

—Y eso, ¿qué diablos significa?— preguntó ella, muy intrigada, a su pesar.

—Muy sencillo, que el helitaxi carece ahora de puntos de apoyo.

Y apenas había hablado, Ross pegó un tremendo empellón al vehículo, usando ambas manos.

Era un hombre de grandes fuerzas físicas y el helitaxi se bamboleó de forma alarmante. Su conductor y la pasajera rodaron por el interior, lanzando gritos de sorpresa.

El costado izquierdo del helitaxi chocó ruidosamente contra el pavimento, pero los estabilizadores lo hicieron volver a su posición inicial. Entonces, Ross tiró del vehículo en sentido inverso, a la vez que saltaba hacia atrás.

El tercer empujón, en el mismo sentido que el primero, lo volcó definitivamente, con el piso hacia arriba. Taya y su cómplice estaban mareados y aturdidos, incapaces de reaccionar.

De pronto, Ross oyó pasos rápidos en la acera.

Pistola en mano, un hombre corría hacia él. Ross saltó hacia delante y rodó por el suelo, esquivando el primer disparo.

Alguien corrió en sentido opuesto. También estaba armado y disparó, pero lo hizo hacia el nuevo atacante, quien recibió el proyectil en el momento en que disparaba de nuevo.

El proyectil del atacante tomó un rumbo inesperado y alcanzó al volcado helitaxi, en cuyo interior, Taya y el conductor forcejeaban por escapar. Era un proyectil de alta penetración y alcanzó los generadores de antigravedad.

El blindaje saltó y un tremendo relámpago azulado brotó en el mismo instante. Dentro del coche se oyó un alarido aterrador.

Ross gateó y escapó como pudo del horno en que se había convertido el helitaxi. Su inesperado defensor, todavía pistola en mano, se le acercó.

—Le ruego dispense mi tardanza en ayudarle, señor —dijo—. Soy el capitán Thohun, de Seguridad, encargado de su escolta, jefe Ross.

A lo lejos se oían ya sirenas de alarma. Ross se mostró asombrado de las palabras de Thohun.

—Eso no lo sabía yo —declaró.

—Es una orden del Honorable Jub-Teun, señor —contestó Thohun—. Involuntariamente, me rezagué unos momentos…

Ross contempló el helitaxi, que era ya una masa de llamas azuladas.

—Parece ser que la Coalición tiene el brazo muy largo —comentó.

—En este caso, acaba de sufrir un buen corte —sonrió Thohun—. Y, permítame que se lo diga, jefe Ross, pero nunca había visto una demostración semejante de fuerza física.

—Oh, no tiene importancia —respondió el forastero—. Cualquiera puede hacerlo, capitán. El helitaxi estaba suspendido en el aire y ello facilitó mi tarea. Pruebe usted cualquier día y verá qué sencillo resulta.

—Es un truco que pondré en práctica cuando llegue el momento —aseguró Thohun—. Pero ahí viene ya la primera patrulla y voy a ver si soluciono las dificultades, para que no le molesten más, jefe Ross.

 

* * *

 

La llegada de Ross al astropuerto de Hamadú resultó impresionante.

Un pelotón de soldados descendió antes que él y formaron en dos filas, presentándole armas con el mejor de los estilos. Cuantos contemplaban la escena, se quedaron asombrados del espectáculo.

A continuación, Ross se despidió del comandante del espacioyate y del jefe de los soldados. Luego montó en el «graviscooter» que su fiel Rona le había llevado hasta el astropuerto.

Lita y Aldaz también habían ido a recibirle. Lita se esponjó al presenciar la llegada de Ross.

—Buenas noticias, jefe —supuso Aldaz.

—Si se llevan a cabo, lo serán, Juan —respondió Ross.

—La Pentalianza no le trataría así, de no considerarle ya como uno de los suyos —dijo Lita.

—Todavía no hemos cazado el oso, de modo que no vendamos la piel —contestó el recién llegado— Pero será mejor que vayamos a casa.

Aquella tarde, el abogado Peatts hizo un cáustico comentario en la cantina de Haray.

—En Hamadú hay quien se cree que la comida ya está puesta en la mesa, cuando ni siquiera se ha matado el cordero que debe ir al asador.

—El cordero está vivo y bien vivo y dudo mucho que se deje matar —declaró Ti-Kano rencorosamente.

—Puede que resulte un lobo en el momento adecuado —dijo Peatts.

—Y morderá entonces con toda la fuerza de sus colmillos —añadió el nativo.

Jess Haray se acodó en el mostrador y miró fijamente a Peatts.

—Abogado, hay muchos que se preguntan por su interés en contra de la integración —manifestó—. Ciertamente, es una manera lícita de pensar, pero nadie acaba de entender su actitud. Aquí, en Hamadú, no abundan los pleitos demasiado. Hamadú prosperaría, enormemente unido a la Pentalianza, y entonces sí se necesitarían abogados.

—Jess, usted toma como interés particular, lo que no es sino interés por el futuro de Hamadú. Y a mí me parece que estaremos mejor independientes que no unidos a la Pentalianza. Por eso lucho y lucharé siempre contra el cambio del actual status.

—Eso sólo se lo creen cuatro idiotas cortos de luces —refunfuñó el padre de Lita.

—Jess, no me insulte —exclamó Ti-Kano, colérico—. Diga lo que quiera en contra de mis opiniones, pero evite los insultos o lo pasará muy mal.

—Lo siento —contestó Haray—. En lugar de decir cuatro idiotas, debí haber dicho cuatro tipos muy listos. ¿Satisfecho, Ti-Kano?

Sonaron algunas risitas. Ti-Kano puso la mano en el mango del machete que pendía de su cinturón, pero Peatts le contuvo agarrándolo por el brazo.

—Déjelo, amigo mío —aconsejó—. No vale la pena molestarse por los graznidos de un cuervo sin seso. Ahora se burla de nosotros, pero llegará el día en que nos agradezca haber mantenido la independencia de Hamadú.

—¡Ja, ja!— dijo Haray, pero no se reía.

 

* * *

 

Ross se enteró muy pronto del incidente de la cantina.

— De modo que Peatts dijo…

—Exactamente esto: «Haber mantenido la independencia de Hamadú» —repitió Lita, a quien su padre había contado el suceso.

—Diríase que está seguro de conseguirlo. Él no ha dicho: «Luchar por la independencia de Hamadú», sino que ha dado por sentado que la va a mantener. ¿Cómo, Lita?

La chica se encogió de hombros.

—No lo sé —respondió.

Ross se acarició el mentón.

—Es probable que la «psicotryne» tenga mucho que ver con sus propósitos —dijo—. . Ahora bien, ¿cómo piensa administrar la droga a veintiséis millones de personas? Y, aunque lo consiguiera, ¿podría mantener eternamente ese estado de sometimiento?

—He vuelto a hablar con el doctor Roberts sobre el tema —declaró Lita—. El doctor asegura que un gramo de la droga, vaporizado, puede causar sus efectos en un espacio no menor de cinco o seis kilómetros cúbicos.

Ross se quedó atónito al escuchar aquellas palabras.

—¿Eso ha dicho el doctor?— exclamó.

—Sí —contestó ella—. La «psicotryne», me ha explicado, puede administrarse de todas las maneras posibles: en la comida o en la bebida, mediante una inyección o simplemente respirando una atmósfera contaminada por esa droga. Podría decirse que es usa droga polivalente, ¿comprende?

—Desde luego —convino Ross—. Pero lo que usted acaba de decir es terriblemente preocupante.

—Si la droga se usa pulverizada en la atmósfera, sus efectos máximos alcanzan hasta unos mil metros de altura. A una cota superior, la menor presión atmosférica la hace prácticamente ineficiente, lo cual resultaría muy bueno, de no ser por el pequeño detalle que la «psicotryne» tiene una densidad ligeramente superior a la del aire, apenas una centésima por ciento más, pero lo suficiente para que sus vapores no lleguen a más de mil metros de altura.

—Es decir, con un kilo de la droga se pueden contaminar cinco mil kilómetros cúbicos de atmósfera.

—En efecto, Ross. Ahora, imagínese una tonelada de «psicotryne»… Mil millones de gramos… Mil millones de kilómetros cúbitos… una extensión muy similar a la de las zonas más habitadas de Hamadú.

Ross casi se sintió anonadado.

—Una tonelada de la droga puede encerrarse en un cajón de forma cúbica, que tenga un metro de lado —dijo.

O en un cilindro de dos metros de largo y unos cincuenta o sesenta de diámetro… y si se cuentan una docena de recipientes, los resultados son, podrían ser, aterradores.

—Desde luego —admitió Ross—. Pero ¿cómo va a llegar la droga a Hamadú? Porque la que se propinó a Ti-Kano, es decir una dosis pequeñísima pudo haber llegado con toda facilidad. Sin embargo, no se puede decir lo mismo de cinco o seis toneladas.

—¿Y no se le ha ocurrido pensar que el mensaje cifrado a Julius Logan tenga algo que ver con el envío de varias toneladas de «psicotryne», Ed?

—Claro. —Ross chasqueó los dedos—. Ese es el «quid» del problema; la próxima astronave, traerá la droga, pero ¿cómo va a distribuirla, Lita?

La muchacha se quedó silenciosa unos momentos.

Antes de que pudiera hablar, se abrió la puerta y Rona y Aldaz asomaron en el umbral.

—¿Nos necesitas, jefe?— preguntó la bella nativa.

—Por ahora, no —contestó Ross—. ¿Es que pensáis ir a alguna parte?

Rona se ruborizó.

—Juan quiere aprender el manejo del arco —declaró.

—Y hemos pensado que una excursión de caza durante un par de días me proporcionaría una excelente práctica —añadió Aldaz, sonriendo de oreja a oreja.

—Las cosas están tranquilas ahora… —dijo Rona.

—No hay inconveniente. A ver si traen una buena pierna de venado; los de Hamadú tienen una carne exquisita —sonrió Ross.

—Cuente con ella, jefe —exclamó Aldaz, entusiasmado.

Ross y Lita se quedaron a solas nuevamente.

—Estábamos hablando de la «psicotryne» y del modo de esparcirla por la atmósfera del planeta —dijo.

—Sí, pero creo que mejor sería empezar a idear el modo de localizar y decomisar el cargamento de «psicotryne» que, sin duda, trae la próxima astronave procedente de la Tierra —sugirió la muchacha.