CAPITULO VIII
Después de la cena, Gallatin dijo:
—Y ahora, ¿quiere seguir manteniendo su amistad con un temible pistolero, ávido de sangre?
Stella le dirigió una intensa mirada. Mientras cenaban, Gallatin le había relatado puntualmente todo lo ocurrido.
—Estoy segura de que no mató por el placer de derramar sangre, sino porque verdaderamente se vio prensado a ello —dijo Stella, una vez él hubo concluido su exposición de los hechos.
—Veo que confía en mí —manifestó Gallatin—. Se lo agradezco sinceramente, pero no me gustaría que lo hiciese por remordimiento.
Stella enrojeció vivamente.
—Por favor, no me recuerde más aquel desgraciado suceso. Todo lo que se me ocurrió entonces, para darle las gracias por haberme salvado la vida, fue ponerle a punto de morir.
—A su modo, usted tenía razón —sonrió él—. De todas formas, vamos a no mencionarlo… Aunque lo que pasó entonces está relacionado con lo que ocurre en el valle, desde que me robaron el caballo y me dejaron otro que no era el mío.
—¿Por qué lo hicieron? —preguntó Stella, poniendo los codos sobre la mesa.
—Hay una razón muy sencilla, y es que el jefe de la banda necesitaba un caballo corriente. El mío era un alazán con las patas negras, y éste es un pelaje que abunda bastante. En cambio, el careto con una sola pata blanca, aun no siendo raro, ya es más difícil de hallar.
—Comprendo.
—Tal vez confiaba en que yo me detuviese luego en la comarca. Usted era la única superviviente y recordaba el detalle de la montura del bandido. Una vez muerto yo, él habría quedado libre de sospechas… y libre también para continuar sus depredaciones.
—Pero no contó con que Hatcher le recogería a usted y le daría hospitalidad en su cabaña de las montañas.
—Exactamente. Luego me marché de la comarca, sin darle más importancia al hecho, e ignorante, además, de lo que había sucedido. No pensaba volver por aquí, de no haber recibido la carta del supuesto Irving Schull en la que me ofrecía un buen empleo.
Stella frunció el ceño.
—Usted vivía muy lejos de aquí —dijo—. ¿Cómo se enteraron de su dirección?
—Muy sencillo, llevaba algunos documentos en el bolsillo de la camisa que me quitó el asesino, dejándome la suya a cambio.
—Y usted vino, creyendo en la sinceridad de la oferta.
—Sí, pero no había tal. El asesino necesitaba una víctima propiciatoria. Me había dejado un buen caballo y suponía que yo no iba a cambiarlo tan fácilmente.
—Eso es cierto —concordó Stella—, y yo fui la primera en caer en la trampa que ese hombre le tendió tan arteramente. ¿No tiene alguna idea acerca de su identidad?
—Por ahora, no, aunque he podido descartar a dos sospechosos.
Stella enarcó las cejas.
—¿Quiénes son? —preguntó.
—Merlane, uno, y el juez Girgey el otro. Las escrituras de ambos son muy distintas de la carta que recibí… y que conservo todavía.
—¿Cómo ha podido averiguarlo? —preguntó ella, admirada.
—En sus respectivos despachos. Ambos habían estado trabajando en los libros de cuentas y los observé con disimulo. No, ni Merlane ni Girgey son los culpables. Aparte de ello, me han parecido poco resueltos. No diré que no sean codiciosos, pero les falta valor para cometer tantos crímenes.
—¿Tiene ahí la carta? —preguntó Stella de pronto.
—Por supuesto.
Gallatin se la entregó. Stella leyó la misiva y al terminar, movió la cabeza negativamente.
—No reconozco la letra —dijo—, aunque bien es verdad que sólo he visto muestras de la escritura de Jacobson. Y éste no escribe así ni mucho menos.
Gallatin dobló la carta y la guardó.
—Estoy seguro de que el jefe de la cuadrilla sabe que yo tengo esta carta y que le resulta harto comprometedora. Pensó que acabaría pronto conmigo, pero la oportuna intervención de Hatcher frustró sus planes. ¿Estaría él en el lugar de la ejecución?
—Es posible —admitió la muchacha—. ¡Dios mío, no sabe cómo me alegro de la intervención del pobre Hatcher!
—Usted también pidió que no me ahorcasen —sonrió él.
—Ya no hubiese llegado a tiempo —contestó ella, con las mejillas encarnadas.
—Pero yo estoy vivo y sé que, en el último momento se arrepintió. Eso me basta, señorita Wreed.
—Me gustaría hacer algo para pagar lo mucho que le debo —dijo Stella.
—Bueno, me ha invitado a una cena opípara, así que estamos en paz —sonrió Gallatin. Para desviar conversación dijo—: A propósito, me encontré con Mills en Kenneth Rocks. ¿Qué opina de ese muchacho?
—Ya no es tan muchacho, tiene treinta y un años señor Gallatin. —Stella le dirigió una profunda mirada—. Vino a verme, para pedirme que me casara con él.
—¡Ah! —dijo Gallatin—. Y…, ¿ha sido afirmativa la respuesta?
La cara de Stella se ensombreció. Bruscamente, se puso en pie y se acercó a la ventana, cruzando las manos bajo los senos.
—No —contestó, tras una larga pausa—. No le amo en primer lugar, y en segundo… ¿Es que ya no recuerda que soy una mujer marcada?
Gallatin alzó las cejas.
—¿Marcada? ¿Por qué? —dijo.
Ella no contestó. Gallatin se puso en pie y se acercó a Stella. Puso sus manos sobre los hombros.
—Creo haberle dicho que usted no tuvo ninguna culpa de lo que sucedió. ¿Por qué se reprocha de algo de lo que es absolutamente inocente?
Stella realizó una profunda inspiración.
—Yo ya no podré amar jamás a un hombre —murmuró afligidamente.
—Vuélvase —pidió él. Y lo repitió con energía— Vuélvase y míreme a la cara. Diga de nuevo eso que ya no podrá amar jamás a un hombre. Vamos, dígalo de nuevo.
Stella se volvió lentamente. Sus grandes ojos estaban inundados de lágrimas.
—Kerry —dijo ahogadamente.
Gallatin la atrajo hacia sí. De pronto, Stella rompió llorar convulsivamente.
—Necesitabas este desahogo —murmuró él con acento cariñoso—. Te quedaste sola después de aquel terrible suceso y no habías tenido una persona de tu confianza, con quien hablar sin tapujos, descargar el peso que te abrumaba… y del cual no tenías la menor culpa.
Stella levantó los ojos humedecidos hacia él.
—¿Lo… Lo crees así, Kerry? —preguntó.
—Estoy firmemente persuadido de ello —respondió Gallatin—. Esa es mi opinión.
Stella ocultó la cara en su pecho.
—Me siento revivir —murmuró—. Nunca creí que un hombre me hablase de semejante manera.
—Mills ha estado —sonrió él—. Si pretendía casarse contigo, te habrá dicho, poco más o menos, lo mismo que yo.
—Sí, desde luego, pero… ha sido diferente. Él no eres tú, ¿comprendes?
Gallatin la oprimió suavemente contra su pecho. Stella lanzó un profundo suspiro.
—Ahora me siento mucho mejor —dijo, volviendo a mirarle.
—Dentro de poco te sentirás completamente bien, cuando yo haya regresado.
Stella enarcó las cejas.
—¿Te marchas? —preguntó, alarmada.
—Sí. Pienso dirigirme a la capital del condado para realizar unas investigaciones acerca de los títulos de arrendamiento de las tierras de Kenneth Bocks.
—Comprendo —murmuró la joven—. ¿Tardarás mucho?
—No, solamente lo imprescindible. Te prometo estar de vuelta aquí lo antes posible. A propósito —preguntó Gallatin de repente—, ¿conoces a Noah Oldner?
—Sí, es el capataz del rancho del juez Girgey.
—¿Qué clase de persona es?
.Stella hizo un gesto ambiguo.
—No podría hablar desfavorablemente de él. Girgey se siente muy contento por la forma como le dirige rancho, es todo lo que puedo decirte. ¿Por qué lo preguntas, Kerry?
Gallatin se acarició la mandíbula.
—He hablado hoy con él —dijo pensativamente—. No quisiera sentar un juicio prematuro, pero me parece que conoce al propietario de mi caballo.
Stella se llevó una mano a la boca.
—¿Dios mío? ¿Crees que Oldner puede… formar parte de la banda?
Gallatin negó vigorosamente.
—No, no lo creo, porque, en tal caso, no habría dicho nada del caballo. Ahora bien, si lo conoce, ¿por qué calla y no lo delata?
Stella le miró en silencio durante unos momentos con los ojos muy abiertos. Al fin, Gallatin dijo:
—Este es un problema que habré de resolver a mi vuelta. Ahora no puedo entretenerme, tengo demasiada prisa. —La miró y sonrió—: Tengo que pedirte una cosa, Stella.
—Lo que tú quieras —respondió la joven.
—Prepárame algunas provisiones, algo de café y azúcar, todo en un saquete. Mientras tanto, yo ensillaré uno de tus caballos, el mío está cansado.
—¿Es que te marchas ahora? —preguntó ella, sumamente asombrada.
—Inmediatamente; no puedo perder ni un solo minuto. ¿Cuál de tus caballos me recomiendas?
—Escoge el bayo de patas negras. No es el más veloz de todos, pero podrías galopar horas enteras antes de que diese muestras de fatiga.
Gallatin sonrió.
—Eres muy buena, Stella —murmuró—. Dios te bendiga.
Ella lanzó un ahogado gemido de alegría. Luego, impulsivamente, se echó en sus brazos.
Estuvieron así unos momentos. Al fin, Gallatin comprendió la necesidad de separarse.
—Voy a los establos —dijo—. Date prisa, por favor.
—Sí, Kerry, lo que tú digas —contestó ella, mirándole amorosamente. En pocos momentos, acababa de descubrir que, en lo sucesivo, ya no podría vivir sin aquel hombre.
Gallatin salió, para regresar poco después. Ella estaba terminando de prepararle las provisiones.
Le sonrió, sin dejar de trabajar.
—¿Qué te parece el bayo? —preguntó.
—Un animal estupendo, mejor que el mío —contestó él.
—Mills ha querido comprármelo en un par de ocasiones, pero nunca quise vendérselo.
—Bueno, de eso me felicito yo ahora —dijo Gallatin.
Minutos después, tenía preparado el saquete con las provisiones. Stella se lo entregó, con la vista fija en su cara.
—Cuídate, Kerry —pidió en voz baja.
—Lo haré, pensando en ti —contestó él.
—Y vuelve pronto, los días se me harán siglos hasta tenerte de nuevo a mi lado. —Stella casi lloraba de alegría—. Te conozco hace muy poco… pero sé que no podré amar ya a otro hombre.
Gallatin la tomó por los hombros y la miró fijamente.
—Te aseguro que nunca te daré motivos para arrepentirte de su decisión —aseguró con solemne acento.