XIV
Fron estudió la pantalla.
Huss Oreal se hallaba a unos quince kilómetros de distancia. A la velocidad máxima que podía desarrollar en aquel ambiente le costaría unos treinta minutos situarse en las inmediaciones del campamento.
Estudió las indicaciones del nivel. El suelo descendía cada vez más hacia donde se hallaba Oreal. Esto era lógico, dadas las condiciones de aquel paraje. El nivel le dijo que se hallaba a unos cuatrocientos metros por encima de Oreal.
Desmontó del vehículo, tratando de no oír las vehementes protestas de la muchacha, entreveradas con abundantes carcajadas de Oreal. Fue hacia la parte posterior de la oruga y desató un aparato de forma oblonga, de casi un metro de largo, por otro tanto de ancho y la mitad de grueso.
En uno de sus lados, el aparato disponía de una especie de objetivo como si fuese una cámara de filmar. Tenía también un trípode de patas telescópicas, que permitió al joven dejar la caja a dos metros del suelo.
En la parte opuesta al objetivo, tenía unas esferas indicadoras y una pequeña pantalla de TV. Fron orientó el aparato, siguiendo las indicaciones de la pantalla, hasta que el objetivo estuvo en línea recta con el campamento de Oreal.
La luz del sol no llegaba a aquellos parajes, sumidos en una noche eterna. Aunque utilizaba reflectores, había momentos en que tenía que moverse a tientas.
El aparato estaba unido a otra caja por un largo cable, muy bien aislado. El cable proporcionaba la energía suficiente para el funcionamiento de la máquina, tomada de una batería especialmente destinada al efecto.
Fron dio media vuelta a una llave. Al instante, una lucecita roja se encendió en la parte posterior del extraño artefacto.
A continuación, volvió a la oruga. Montó en el sillín y arrancó de nuevo.
Imprimió al aparato toda la velocidad posible. Aun así, la resistencia de aquella densa atmósfera le impedía avanzar al ritmo que le hubiese agradado.
Zoé había quedado ya prisionera de Oreal.
En aquellos momentos, la muchacha estaba frente a su antiguo prometido. Éste se hallaba muy satisfecho por la inesperada captura que, según manifestaciones propias, parecía un regalo llovido del cielo.
— Supongo — decía Oreal en aquel instante — que ese Pesador entrometido debe de bailarse en las inmediaciones.
Zoé cruzó los brazos sobre el pecho.
No lo sé —contestó—. Y aunque lo supiera, no lo diría, ¡miserable!
¿Habéis oído, chicos?
Oreal se volvió hacia la media docena de sujetos que le acompañaban, riendo estrepitosamente... Aunque usaban escafandras, dada la atmósfera en que se desenvolvían, empleaban las radios individuales para comunicarse entre sí.
Sonaron algunas risitas. Uno de los presentes, sin embargo, se mostró receloso.
Huss, creo que no debieras subestimar al Pesador —dijo Dena Arlan—. Es un tipo demasiado correoso...
¡Cállate, Dena! —le interrumpió Huss, con acento de suficiencia—. Es posible, lo admito, que Fron Derr haya conseguido burlar nuestros detectores, pero ¿cómo va a vernos en esta atmósfera?
Movió la mano en sentido circular. Había cinco o seis postes, cada uno de los cuales sostenía un par de reflectores. La luz de éstos, sin embargo, apenas si lograba crear un estado de penumbra crepuscular, fuera del cual, a pocos metros, sólo había tinieblas.
El sol luce por encima de nosotros —siguió Oreal—. ¿Llega su luz hasta nosotros? Además, aun cuando ese condenado Pesador se nos acercase, primero, no nos vería...
Rió, muy satisfecho.
Segundo, tengo un precioso rehén, cuya vida él querrá conservar a todo trance. Y, tercero, en el peor de los casos, no se atreverá a que yo apoye el dedo en este botoncito, ¿verdad, preciosa?
Miró atravesadamente a Zoé. La muchacha sintió frío.
Sus ojos se fijaron en la caja de control, situada sobre un poste sustentador, clavado sobre el hielo. Encima de su tapa, brillaba, de forma siniestra, un botón rojo.
El índice de Oreal se hallaba a unos centímetros del botón.
Una leve presión aquí —dijo— y dentro de una hora... ¡pum!
¡ Canalla! —murmuró Zoé con los labios apretados.
Oreal se echó a reír. Exultaba de contento.
Mañana, a estas horas, tu padre habrá dimitido en mi favor. Del resto me encargaré yo, querida. ¿Dónde te parece que vayamos a pasar la luna de miel? Aquí no, ¿verdad? Una luna de miel, paradójicamente, requiere lugares soleados...
Oreal se interrumpió de pronto.
¿Qué pasa? —dijo, mirando angustiado en torno suyo.
Zoé sintió que se le alborotaba el corazón.
Sonaron algunos gritos de alarma.
¡ La niebla se disipa!
Las luces de los reflectores palidecían con gradual rapidez. A cada segundo que transcurría, las tinieblas se disipaban con notable velocidad.
Un minuto después de haberse producido el extraño fenómeno, el suelo estaba brillantemente iluminado por la luz del sol.
Entonces todos los presentes vieron la figura de un hombre que avanzaba despacio hacia ellos.
El hombre llevaba en las manos un objeto parecido a una escopeta de doble cañón, pero de enorme calibre; cada uno de los cañones medía diez centímetros de diámetro.
Oreal —sonó la voz de Fron Derr en todos los receptores—, será mejor que te entregues.
¡ Fron! —gritó Zoé, ebria de alegría.
Apártate a un lado, Zoé —aconsejó el joven—. Y ustedes —se dirigió a los compinches de Oreal— permanezcan quietos donde están, si quieren seguir viviendo.
Zoé dio un par de saltos, facilitada su acción por la escasa gravedad de Albyn II, y escapó de las manos de Oreal antes de que éste pudiera rehacerse.
Oreal lanzó un sonoro juramento.
¿Qué te pasa? —preguntó Fron, sonriendo bajo el casco—. ¿Te sientes molesto por no haberte dado cuenta antes de que también las moléculas de los gases pueden ser sometidas a la acción de las descargas descohesivas?
Zoé contuvo una exclamación de asombro. Así, pues, Fron había disipado las tinieblas, valiéndose de aquel singular artefacto, que debía ser una colosal pistola descohesiva, de efectos silenciosos, a juzgar por lo ocurrido hasta entonces.
Todavía no estoy derrotado —dijo Oreal, lívido de rabia. Estaba a dos pasos de la caja de control y se situó junto a la misma, colocando la mano sobre el botón rojo—. Un golpecito aquí y todo se irá al diablo, Pesador.
Fron no se inmutó.
Golpea el botón, te lo permito —dijo.
Oreal permaneció inmóvil.
Vamos, ¿a qué esperas? —exclamó el joven.
Estás fanfarroneando —dijo Oreal.
Apártese —ordenó el joven—. Si usted no quiere hacerlo, lo haré yo. Pero le advierto de antemano que esa caja de control está paralizada.
¡ Tonterías! rugió Oreal—. Lo único que quieres es apartarme de la caja. Pero no lo consentiré. Tira esa pistola o pondré en marcha el mecanismo descohesivo.
Te dije que no subestimaras al Pesador — se lamentó Dena Arlan nuevamente.
¡ Vete al infierno, estúpida! —bramó Oreal—. ¿Crees que voy a dejarme engañar por una argucia semejante?
Huss —dijo el joven con voz grave—, por si no me crees, te diré que esa caja de control está sometida a la acción de un campo de fuerza negativa, que interfiere y anula las ondas radiales que pueda emitir hacia el interior del satélite. Ese campo de fuerza —agregó— es de la misma frecuencia que la emisora de la caja de control, lo cual explica que nosotros podamos seguir utilizando los transmisores de radio.
Hubo una pausa de silencio. Oreal estaba como petrificado. Daba la sensación de que trataba de analizar las frases que acababa de escuchar.
De repente, emitió un grito que más parecía el rugido de una fiera herida de muerte y se abalanzó sobre la caja de control.
¡No toques el botón! —gritó Fron.
Era ya tarde. Brilló un chispazo deslumbrador y Oreal se retorció sobre sí mismo. Un segundo después, se derrumbó al suelo, muerto por electrocución.
Zoé volvió la vista a un lado, estremecida de horror.
Se lo advertí —murmuró el joven con voz sombría.
Los cómplices de Oreal aparecían inmóviles, estupefactos por la muerte de su jefe.
Todos ustedes quedan detenidos —anunció el joven—. Una patrulla de Orden Espacial aterrizará dentro de poco y se los llevará a...
Las palabras del joven fueron interrumpidas de súbito por un agudo grito de la muchacha.
¡ Fron, mira!
Zoé apuntaba con el brazo hacia arriba.
Estaban en el centro de lo que parecía ser un profundísimo hoyo de paredes gaseosas, de decenas de kilómetros de altura, por unos diez de ancho. Aquél era el resultado de la descohesión molecular provocada por el joven.
Fron miró hacia arriba. Se estremeció.
Enormes cascadas de aquel gas se desplomaban sobre ellos con aterradora lentitud. Sonaron algunos gritos de alarma.
Fron comprendió en un instante lo que sucedía.
El gas actuaba según la tendencia natural de todos los cuerpos similares a ocupar los espacios vacíos. Por todas partes hacia donde miraban se veían cataratas de una sustancia gris que se derramaba desde miles de kilómetros sobre ellos.
Tenemos que escapar —dijo, agarrando la mano de la muchacha.
La pistola descohesiva...
Agoté toda la carga para despejar este espacio —contestó él, corriendo hacia el aparato que había empleado Zoé—. No tenemos otro remedio que escapar.
Un enorme chorro de gas cayó a quinientos metros, levantándose luego en lentos surtidores de sucia espuma gris. El espectáculo era aterrador.
Fron sabía lo que ocurriría si se quedaba allí.
Durante horas, se produciría una colosal tempestad, un fabuloso remolino de gases, que arrasaría cuanto encontrase a su paso. Tornados que girarían a cientos de kilómetros por hora, devastarían el suelo, hasta que las moléculas volviesen a su primitivo estado de relativo reposo.
Alcanzaron la nave, zambulléndose en su interior. Fron cerró la escotilla de golpe.
A través de la lucerna, pudo distinguir a dos o tres desdichados que, habiéndose rezagado de los otros, no llegaban a su nave. Los infelices fueron apresados por un tremendo remolino de gas que los envolvió en sus impalpables tentáculos, ocultándolos en el acto de la vista de la pareja.
Agárrate bien —gritó Fron—. ¡ No tenemos tiempo de sujetarnos!
Puso en marcha el aparato y lo disparó hacia arriba. El hueco se rellenaba por segundos.
Sus cuerpos fueron aplastados contra los asientos. Fron sintió que se ahogaba.
El gas parecía descender a velocidad vertiginosa, pero era por efectos de la enorme velocidad de ascenso de la nave. El espectáculo era aterrador, alucinante.
La luz del sol palideció. Fron llegó a creer que no lograrían salir a tiempo al espacio libre.
Y, de pronto, vieron brillar las estrellas en una noche eterna, aterciopelada.
Fron disminuyó la velocidad. Ladeó el aparato a fin de poder mirar hacia abajo.
Es terrible —murmuró Zoé, contemplando el horroroso remolino de gases que se agitaba bajo ellos.
Fron asintió. Estableció una órbita rumbo a Albynia y conectó el piloto automático.
Se puso en pie.
Sería mejor que nos quitásemos los trajes de vacío —dijo.
Lo haré en seguida.
Fron se quitó el casco.
Así podré darte una buena zurra —dijo con severidad—. Has estado a punto de estropearlo todo.
Querido —contestó ella—, estaba ansiosa por mi Pesador...
No trates ahora de darme coba —rezongó él. De pronto, la estrechó entre sus brazos—. ¿No te arrepentirás de casarte con un hombre de mi profesión?
Ella le miró con ojos brillantes.
Las hazañas que has realizado se conocerán en todo el supersistema. Así se sabrá que un Pesador es un hombre que sólo actúa en cumplimiento de su deber. Y —concluyó ella—, le guste o no le guste a la gente, seré tu esposa.
Fron la besó suavemente.
Seguiré en mi oficio —dijo—. Hay muchos planetas que pesar; hay millones de vidas que salvar, aunque la gente no sepa reconocerlo.
Recorrerás el espacio, realizando tu labor —dijo Zoé—. Sentada al fuego, yo esperaré siempre tu regreso, orgullosa de ti.
Así sea —finalizó Fron, inclinándose para besarla de nuevo.
FIN