XIII

 

Fron impuso caima con la voz y el gesto.

Repórtense, por favor —aconsejó. Y se situó delante del objetivo captor de imágenes del visófono—. Estoy aquí, Oreal.

Una cínica sonrisa flotaba en los labios del sujeto.

Tú eres el Pesador que quiere ajustarme las cuentas, ¿no es así? —dijo con acento fanfarrón.

Algo por el estilo —admitió el joven.

Bien, ya me imagino que ese tonto de Corex te dijo dónde estaba yo, pero de poco te va a servir, Pesador.

Tal vez —replicó Fron.

Sí, estoy en el Mar Opaco. Justo en el centro, en un sitio donde ni siquiera uno puede verse los dedos. Y, a dos mil trescientos cincuenta kilómetros de profundidad, tengo la disgregadora del profesor Doo. Una ligera presión en un botoncito y... ¿qué crees que pasará?

No hagas trabajar mi imaginación, por favor.

Oreal soltó una estruendosa carcajada.

La verdad, tienes un magnífico sentido del humor. Bueno, como eres un Pesador, sabes de sobra lo que puede ocurrir si se rompe el equilibrio gravitatorio que une a Albynia con su satélite Albyn II. En el mejor de los casos, una vez destruido Albyn II, Albynia se saldría de su órbita, lenta pero segura.

Y al cabo de algún tiempo, caería bajo la influencia de los planetas de otro subsistema y acabaría por explotar.

Exactamente. Pero ¿qué podría importar ya a nadie esa explosión? Sobre Albynia caerían tantos y tan grandes fragmentos de su hoy satélite, que se originarían unas tremendas convulsiones sísmicas, las cuales destruirían toda señal de vida, animal cuando menos, sobre la superficie del planeta. ¿Está clarísimo?

Como el agua.

Oreal volvió a reír.

Bien, entonces, ya no merece la pena seguir hablando. Dentro de tres días justos, apretaré el botón. Una hora antes, preguntaré si ese viejo zorro de Lossath ha hecho pública su dimisión y me ha encomendado a mí la rectoría. Si no es así..., ¡buen viaje!

Fue cortada la comunicación cuando todavía flotaban en el aire los ecos de la última carcajada de Oreal.

¡ Qué bandido! —exclamó Korsvan furioso—. Deberíamos enviar una fuerza espacial y...

Nada de eso —cortó el joven con viveza—. ¿Cree que Oreal no tiene detectores que le avisarían de las proximidades de naves extrañas?

Entonces ¿qué hacemos? —preguntó Zoé, invadida por el desánimo.

Las catástrofes que ha anunciado Oreal son exactas..., serán, mejor dicho —habló Lossath—. Si yo no dimito, por supuesto.

Fron sonrió.

Antes hablábamos de cierto desayuno —dijo—. Y también de un mapa del Mar Opaco de Albyn II.

Del desayuno me encargaré yo —expresó Zoé con desenvoltura, yendo hacia la puerta.

Yo haré que traigan el mapa —ofreció Korsvan, siguiendo a la muchacha.

Poco más tarde, Fron tenía ambas cosas delante. Desayunó rápidamente y luego examinó el mapa, contenido en una proyectora, en cuya pantalla podían verse con todo detalle los accidentes de la superficie de Albyn II, y aumentar o disminuir el tamaño de la región observada, a conveniencia del observador.

Fron estuvo estudiando el sector del Mar Opaco durante largo rato. La proyectora contenía todos los detalles ecológicos del satélite, aunque él ya los conocía por encima.

La atmósfera de Albyn II consistía sobre todo en gases helados, que habían tomado estado sólido, debido a que era mundo muerto y frío, orbitado en el espacio en torno a Albynia. No obstante, en la región que los cartógrafos habían denominado Mar Opaco, existía cierta actividad volcánica, que elevaba un tanto la temperatura superficial, lo justo para mantener los gases en su estado natural aunque altamente concentrados, lo cual causaba una total opacidad del ambiente, que había dado origen al nombre con que se conocía aquella zona del satélite.

Al cabo de un buen rato, Zoé vio que se dibujaba una tenue sonrisa en los labios del joven. La esperanza renació en su pecho.

¿Has encontrado ya la solución? —preguntó con edad.

Puede decirse que sí —respondió él, sin comprometerse a nada.

Y... ¿en qué consiste?

Fron se volvió hacia Lossath.

Señor —dijo—, necesitaría una autorización especial suya para realizar algunos trabajos en una de las factorías que fabrican pistolas descohesivas.

Korsvan se encargará de ello — contestó el rector.

Muy bien. —Fron se puso en pie—. Entonces no perdamos más tiempo.

¿Puedo ir contigo? —quiso saber la muchacha.

No es necesario. Sólo voy a trabajar allí y te aburrirías soberanamente. Espérame aquí. Volveré, creo, a la hora de la cena.

Fron se marchó, acompañado de Korsvan. Zoé quedó allí, dominando a duras penas su impaciencia.

Zoé aguardó en vano a que Fron acudiese a cenar. Esperó toda la noche.

Korsvan llegó a la mañana siguiente. Zoé fue corriendo hacia él, para preguntarle por el Pesador.

Marchó muy de madrugada hacia Albyn II — contestó Korsvan.

Pero ¿por qué no me dijo que se iba? —protestó ella, dolorida e indignada a un tiempo.

Dijo que era algo que tenía que hacer solo — repuso Korsvan.

Los ojos de la joven brillaron de un modo singular.

De modo que no quiso que fuera con él, ¿eh? —musitó.

Su padre se echó a reír.

Parece que ese chico te conoce bien Zoé.

Pero él no me conoce a mí todavía —respondió la muchacha.

 

* * *

 

El vuelo era lento y tedioso.

Fron había zarpado de Albynia cuando todavía era de noche. Dos docenas de astronaves habían despegado al mismo tiempo, en distintas direcciones, aunque con órbitas relativamente próximas al satélite, al objeto de confundir a Oreal e impedir que pudiera detectar su nave, caso de que fallara el plan ideado.

Fron había partido hacia Albyn II, pero siguiendo una dirección que, en apariencia, no le conducía al satélite. En realidad, lo que había hecho era orbitar por el espacio, con el fin de acercarse al satélite por el hemisferio opuesto al Mar Opaco. Una vez conseguida la aproximación, descendió hasta situarse a ras del suelo y voló despacio, pegado a la tierra, en dirección a su objetivo.

La superficie de Albyn II era sumamente accidentada. Casi de continuo, Fron tenía que dar grandes rodeos, a fin de eludir las altísimas cordilleras, de crestas afiladas como agujas, que le salían al paso. Volando a baja altura, evitaba la detección por el radar.

La travesía duró largas horas, casi todo un día. Al fin, cuando ya empezaba a oscurecer, Fron divisó en lontananza una nube gaseosa, gris, inmóvil, que cubría una extensa zona del horizonte..

Era el Mar Opaco, la zona de gases de enorme densidad, hasta el punto de que había científicos que sostenían que eran líquidos de menor densidad que lo habitual. Otros afirmaban que se trataba de una especie de mezcla de líquidos y de gases, en íntima suspensión, que era lo que producía aquel raro fenómeno.

En aquellos momentos, Fron le importaba un rábano lo que fuera.

Navegó unos veinte kilómetros más. Detuvo la nave casi al borde del Mar Opaco.

Presionó un botón. El vientre de la nave se abrió y una grúa dejó en el suelo un pequeño vehículo, con orugas, descubierto, prácticamente una motocicleta espacial.

Fron se puso la escafandra de vacío y cargó con algunos instrumentos que había llevado consigo. Bajó al suelo, montó en la oruga y, presionando el botón de arranque, partió de inmediato.

Un cuarto de hora más tarde, la niebla le ocultaba por completo.

Su velocidad de marcha se vio refrenada un tanto. El interior del Mar Opaco, en efecto, era considerablemente denso. Gas o líquido, se notaba en seguida su acción. Incluso por los mismos efectos del principio de Arquímedes, Fron advirtió que su peso había disminuido bastante, aun teniendo en cuenta la menor acción de la gravedad del satélite, un veinticinco por ciento de la de Albynia.

El tiempo continuó transcurriendo. Delante de la oruga tenía una pantalla detectora, en la cual se reflejaban los menores accidentes del terreno. El suelo, sin embargo, tal vez por la misma naturaleza de! ambiente, era muy liso y el oruga se deslizaba con la única dificultad que le oponía la densísima atmósfera.

El Mar Opaco tenía justificado su nombre. Una o dos veces, Fron encendió los reflectores. El alcance de los rayos de luz quedaba limitado a un par de metros. Aun teniendo iluminada directamente la pantalla, le costaba ver sus indicaciones.

Sin luz, no veía siquiera el extremo de sus dedos.

Pasaron dos horas. De pronto, un punto luminoso chispeó en la pantalla, desplazándose con rapidez en el espacio.

El Pesador arrugó el ceño.

Era una astronave procedente de Albynia.

Fron maldijo al imprudente. ¿A quién diablos se le había ocurrido aparecer en aquellos momentos, cuando él estaba ya a muy pocos kilómetros de Oreal y, según sus impresiones, no había sido detectado todavía?

Abrió la radio. Una voz áspera llegó a sus oídos.

— ¿Quién es usted? —preguntó Oreal—. Aterrice inmediatamente o dispararé el mecanismo que disgregará el satélite.

Fron se estremeció. Si Oreal ponía la máquina en funcionamiento, una hora después, se produciría la primera descarga descohesiva. Oreal tendría tiempo más que suficiente para escapar a los efectos del estallido del satélite.

Fron detuvo la oruga. En el mismo momento, oyó en los auriculares la voz de Zoé.

¡Huss, imbécil! ¿Te has vuelto loco? ¡Deja en paz esa máquina infernal o...!

Sonó una estridente risotada.

De modo que eres tú, mi encantadora ex prometida. ¡Cuánto me alegro, querida Zoé! Baja, baja, preciosa..., y hazlo cuanto antes, porque debes saber que tengo el índice en el disparador y, si dentro de cinco minutos no has aterrizado... ¿Entiendes lo que quiero decirte?