CAPÍTULO X

 

Sonó la campanita del visófono. Trudno se acercó al aparato y presionó la tecla de contacto.

La cara de Camila apareció en la pantalla. El fondo era blanco de hospital.

—Hola —saludó él—. ¿Cómo se encuentra?

—Bien —contestó la joven—. Agotada por tantos reconocimientos, pero nada más.

—Le conviene —dijo Trudno—. ¿Estará aún muchos días?

—Una semana, aproximadamente. Ray, he leído los diarios televisados.

—¿Y…?

—Sus declaraciones sobre Cortel son abrasadoras, por no calificarlas de otro modo.

Trudno sonrió.

—Una medida hábil, estimo yo, aunque sea inmodestia.

—Usted dice que Cortel es valiente, pero moroso en la acción.

—Lo admito.

—¿No es ésa una forma disimulada de llamarlo cobarde?

Trudno continuaba sonriendo.

—Sin comentarios —respondió.

—Además ha dicho que los planes de ataque de Cortel poseen el toque de una brillante imaginación. Sin embargo, adolecen del defecto de una lentitud en la acción y de la falta de ajustar los menores detalles.

—También es verdad —admitió Trudno.

—Ray, ¿qué se propone usted con esas declaraciones?

—Camila, póngase usted en el lugar de Cortel. ¿Qué haría?

—Loprimero, sentirme furiosa.

—¿Y después?

—Atacarle.

—¿Cómo?

—Pues…nolo sé, yo no soy un mercenario —dijo la joven—. Pero le atacaría sin pérdida de tiempo.

—Y tal vez sin meditar demasiado sobre las consecuencias de su acción, ¿no es así?

—Cierto. Cuando una persona se pone muy furiosa… Porque es preciso reconocer que usted, con buenas palabras, le ha llamado cobarde y traidor.

Trudno sonrió.

—Gracias por su comprensión, Camila —dijo.

Ella le miró aprensivamente.

—Ahora siento miedo por usted, Ray —dijo.

—Yo no soy su prometido, Camila.

—Oh, dejemos eso de una vez. ¿Por qué no se esfuerza por terminar la guerra cuanto antes?

—Victoriosamente, por supuesto.

Camila se mordió los labios.

—Terminar la guerra —dijo evasivamente.

—Como sea, ¿no?

—Como sea, pero con tal de que sobreviva usted,Ray.

—Lo intentaré, Camila. Confío en poder darle pronto noticias tranquilizadoras.

Ella suspiró con alivio.

—Así lo espero, Ray. Buena suerte.

—Gracias, Camila.

Trudno cortó la comunicación. Una extrañasonrisaflotaba en sus labios.

La conversación con Camila le había dejado unagradable sabor de boca. Valía la pena haber viajada hasta Hippion, se dijo. Luego consultó su reloj.

—¡Cielos, se me está haciendo tarde! —exclamó. Y se dirigió rápidamente hacia la puerta, puerta, puesquería efectuar una consulta antes de abandonarelplaneta.

*  * *

Enla Biblioteca Pública de la capital de Hippionllenó una ficha con el título del libro que deseaba leer.

El bibliotecario que le atendió hizo una rápida consulta.

—Pase a la máquina setenta y siete —dijo al cabode unos segundos.

—Muchas gracias.

Había varias salas de gran tamaño, llenasdelectoressituados cada uno ante su respectiva máquina, El silencio era absoluto.

Trudno buscó la lectora número setenta ysiete.Una vez la hubo encontrado, se sentó en un cómodo sillón y movió el brazo giratorio en el que estabansituados los mandosdel aparato. Presionó una tecla y la pantalla se iluminó de inmediato.

Un segundo más tarde, apareció el título del libro en la pantalla:

 

GEOGRAFÍA PLANETARIA DEL X SECTOR

DE LA GALAXIA

 

El brazo del sillón disponía de un mando con el cual se aceleraba o retrasaba la velocidad de lectura, según la capacidad de cada cual. Trudno hizo desfilar ante sus ojos sucesivas imágenes de páginas impresas —en realidad, eran rollos que se deslizaban de abajo arriba y no páginas que giraban de derecha a izquierda—, hasta que encontró la sección que deseaba.

Entonces refrenó la velocidad del rollo, hasta dejarlo en la correspondiente a su capacidad de captación visual. Durante largo rato, estuvo empapándose y aprendiendo de memoria los datos que necesitaba.

Repitió la lectura una segunda vez. Era un hombre rápido leyendo, pero, aun así, el tiempo total de estancia en la biblioteca superó de largo los noventa minutos.

Cuando salió era de noche.

Lloviznaba ligeramente. Las calles estaban casi desiertas. La capital era muy antigua en aquel sector, cuyos edificios no carecían de un indudable mérito arquitectónico. Por eso se habían salvado de la piqueta y no se habían destruido para elevar en su lugar otros más capaces y modernos, como sucedía en la parte nueva de la ciudad.

Dado el carácter de aquel sector, la instalación de aceras móviles resultaba punto menos que imposible. Hasta que no llegase a parajes ciudadanos más despejados, tendría que caminar a pie.

Caminó abstraído en sus pensamientos durante unos minutos. De pronto, creyó oír pasos a su espalda.

Inmediatamente, abandonó sus reflexiones. El espíritu de defensa renació en él de modo instantáneo.

No cometió la imprudencia de volver la cabeza. Siguió caminando con paso normal, pero al cabo de unos momentos divisó una calle transversal, más angosta y oscura, y se metió por ella sin vacilar.

La iluminación era deficiente. El pavimento, antiguo, de grandes losas de piedra, brillaba en la humedad de la noche.

Trudno alcanzó de repente una puerta y se guareció en el quicio. Los pasos de su perseguidor sonaron ahora con ritmo más vivo.

El hombre alcanzó el portal y lo rebasó. Entonces Trudno, cortésmente, preguntó:

—¿Me buscaba a mí?

El sujeto se revolvió velozmente, tanto, que su acción halló a Trudno casi completamente desprevenido. Llevaba algo en la mano y lo arrojó contra su perseguido.

El objeto chocó contra la barrera de energía y se deshizo en una violenta y casi silenciosa llamarada. Un enorme chorro de fuego brotó en el acto a treinta centímetros del pecho de Trudno.

El mercenario se lanzó a un lado y rodó varias veces sobre sí mismo. Su atacante conocía muy bien lo que era un escudo de energía. En consecuencia, le había atacado con una de las pocas armas capaces de atravesar aquella protección.

Era una bomba inflamable. La cáscara, sólida, por supuesto, se había deshecho al tocar la barrera de energía, pero el líquido contenido se había inflamado en el acto. Las llamas no eran un objeto sólido, como no lo era tampoco la atmósfera que envolvía a Trudno, a pesar de la barrera. De otro modo, no habría podido respirar.

Las llamas eran gases a elevada temperatura, que se encendían y atravesaban los obstáculos no sólidos. Trudno escapó por centímetros a una muerte horrible. Rodó varias veces, alejándose de aquel foco de fuego, hasta considerarse relativamente a salvo.

Su atacante había iniciado la fuga. Trudno, todavía en el suelo, sacó una pistola de proyectiles sólidos y disparó.

El fugitivo dio un salto y cayó al suelo. Trudno se levantó y corrió hacia él.

Se arrodilló a su lado y le golpeó en los hombros. Esperaba oír un ruido de metal forrado de plástico, pero se equivocó.

Aquellos hombros eran de carne y hueso.

Trudno dio la vuelta al individuo. Sus ojos estaban muy abiertos, pero no veían.

¿Era posible que Cortel hubiese recurrido a una argucia semejante?, se preguntó.

Ello le daba derecho a solicitar su descalificación como adversario. Por tanto, Khammys había perdido la guerra, pero ¿cómo probar que el individuo había obrado inducido por Cortel?

El combustible de la bomba continuaba ardiendo todavía, aunque con intensidad decreciente. Se oían gritos de alarma a lo lejos.

Trudno registró velozmente las ropas del cadáver. Un minuto después, se puso en pie y huyó a la carrera de aquel lugar, justo cuando los primeros curiososhacían acto de presencia en la entrada de la calle.

*  * *

La cartera de su atacante muerto contenía algunas cosas interesantes.

Según la documentación, se había llamado Tolben Nr'quax. El prefijo «Nr'» de su apellido indicaba sobradamente su origen hippionita.

También encontró un delgado fajo de billetes. Sólo había diez, pero cada uno de ellos era de mil talentos, moneda galáctica.

—La vida de un hombre, en Hippion, vale diez mil talentos —murmuró.

¿Lo había pagado Cortel?

Pudiera ser, calculó. A fin de cuentas, los gastos eran ilimitados.

Ni a él ni a su adversario les habían fijado un tope para los gastos. Sólo les pedían resultados. Bien, los obtendría, pensó, tras haber revisado a fondo los demás objetos personales del difunto.

Pero ya no encontró nada más interesante. Permaneció unos momentos pensativo, hasta que, de pronto, se le ocurrió una idea.

Era ya un poco tarde, no obstante, para ponerla en práctica. Tras asegurarse de que nadie podría entrar en su dormitorio sin su conocimiento, se metió en la cama y poco después dormía profundamente.

Los periódicos televisados publicaron la noticia a la mañana siguiente. Incluso se emitió una fotografía de Nr'quax. La opinión de la policía hippionita era de que el móvil del crimen habíasido el robo.

«Esto me conviene», pensó Trudno.

Después de desayunar, abandonó el hotel, tras haber conseguido una dirección. En la mano llevaba una fotografía de Nr'quax, obtenida de un periódico normal.

Media hora más tarde, entraba en un edificio de líneas austeras. Sobre el frontis de la entrada, se leía un rótulo:

 

DIRECCIÓN

DE INVESTIGACIONES TEMPORALES

 

Un individuo le salió al encuentro. Trudno le indicó sus deseos.

El empleado contestó negativamente.

—No puede ser —dijo.

—Primero, usted es extranjero. Segundo, debe traer una autorización del propio presidente del gobierno.

—¿Cómo se llama usted? —preguntó Trudno.

—Arrans Nr'bar, señor.

—Bien, amigo Nr'bar, hable usted con su jefe o con quien sea y dígale que yo, Ray Trudno, quiero realizar una investigación temporal. Si su jefe duda de mí, que haga una consulta al propio Primer Ministro. ¿Acaso quieren ustedes perder la guerra con Khammys?

Nr'bar le reconoció entonces.

—¡Gran Galaxia, no! —exclamó—. Perdón, señor; no le había conocido… Claro que, tratándose de usted, todas las formalidades sobran. Sígame, por favor, señor Trudno.

—Muchas gracias, amigo —contestó el mercenario amablemente—. Ah, durante la investigación, deseo estar solo, sin testigos.

—Sí, señor, por supuesto.

—Y otra cosa: mi visita aquí ha de permanecer en el más profundo secreto.

—Todas las investigaciones temporales que se realizan en este centro son confidenciales, señor —contestó Nr'bar con virtuoso acento.

—Eso me gusta mucho —sonrió Trudno complacidamente.