CAPÍTULO IX
Durante algunos minutos, Trudno y Camila contemplaron el incendio que había seguido al estallido de la astronave. Era inútil siquiera soñar en salvar nada de lo que el aparato había contenido en su interior.
Camila se sentía abatidísima. Trudno permanecía en silencio.
La nave de su adversario descendió lentamente hasta situarse sobre ellos, a cinco o seis metros del suelo.
—¡Trudno! —gritó Cortel, a través de un altavoz exterior.
—Habla, Cortel —contestó el joven.
—Te he cazado. ¿Lo reconoces?
—¿Por qué habría de reconocerlo?
—Bueno, he destruido tu nave y estás en un planeta desierto. ¿Quién te va auxiliar?
—Nadie, en efecto —contestó Trudno impasible—. Pero ¿por qué no disparas contra mí?
Sonó una fuerte carcajada.
—Entonces, la cosa dejaría de tener gracia —contestó el otro mercenario—. No, querido rival; te aguardo otro género de muerte.
—Cortel, no quiero pedirte gracia para mí, pero sí para la mujer que tengo a mi lado —manifestó Trudno.
—Ah, ¿pero, hay una mujer en Grann?
—¡No se haga el desentendido! —dijo Camila furiosamente—. Señor Cortel…
—Señora —la interrumpió el mercenario—, quienquiera que sea usted, y me importa un rábano su identidad, ha tenido mala suerte. Trudno, estás listo. Y tu chica también.
—¡Yo no soy su chica! —protestó ella furiosamente.
—Oh —dijo Cortel con fingido tono de pesar—. Entonces, es que Trudno ha perdido sus facultades de conquistador. Bien, muchachos, esto se acaba. Trudno, dentro de unos minutos comprenderás lo que os va a suceder.
—Estoy esperando —contestó Trudno sin inmutarse.
—A propósito —preguntó Cortel—, ¿qué es esa pirámide de metal que he visto ahí?
—Un radiofaro para astronaves. No la destruyas, Cortel; podría costarte muy caro.
—Ya. Ni siquiera se me había ocurrido. Bueno, de todas formas, aunque pudieras pedir socorro, nadie tendría tiempo para llegar a salvaros. ¡Adiós, Trudno! ¡Adiós, hermosa!
Cortel se despidió con una atronadora carcajada. Su nave retrocedió, pero sin ganar altura. Trudno vio que salía un chorro de vapor a gran presión por un orificio abierto en su parte inferior.
La nave describió un amplio círculo en torno a ellos, repitiendo la operación varias veces. Trudno se preguntó cuáles serían los propósitos de su adversario.
La nave volvió a situarse sobre ellos.
—Trudno, esto está hecho —dijo Cortel—. Dentro de unas horas estaréis rodeados por un insalvable círculo de espinos venenosos, a los cuales he regado con un activador líquido de crecimiento rápido. ¿Te imaginas el resto?
Camila lanzó un agudo grito de pavor.
Cortel añadió:
—Claro que ahora aún podríais escapar, pero ya me ocuparé de que eso no suceda.
Un potente chorro de gas bajó de la nave, alcanzándoles de lleno. Trudno y Camila tosieron, se tambalearon y acabaron por caer al suelo sin conocimiento.
Cortel soltó una alegre carcajada.
—¡He ganado la guerra! —exclamó.
Instantes después, desaparecía de aquel lugar.
* * *
Trudno fue el primero en abrir los ojos. Empezaba a amanecer.
Sentía frío, después de varias horas de dormir tumbado en el suelo. Se puso en pie y dio unos cuantos saltitos para reactivar la circulación de la sangre.
Luego miró en torno suyo. Se quedó asombrado.
Cortel no había exagerado. La droga había hecho crecer los espinos venenosos hasta una altura de más de un metro en aquel corto espacio de tiempo.
La altura no era insalvable para un hombre como él; ni siquiera para Camila. Lo que hacía infranqueable aquella barrera era su anchura, que medía cinco o seis metros como mínimo.
Camila despertó en aquellos momentos, aterida de frío.
—Haga algo de ejercicio —indicó él—. Aunque, la verdad, dentro de poco, vamos a sudar de veras.
Ella paseó la vista por el panorama que les circundaba.
—Estoy anonadada —dijo.
—Los espinos crecen muy rápidamente —manifestó él.
De cuando en cuando, se escuchaban ligerísimos chasquidos, procedentes de la masa vegetal que les rodeaba con un círculo infranqueable.
—Crecerán, crecerán… y acabarán sumergiéndonos en sus espinas —dijo Camila afligidamente—. Esta vez no tendremos salvación.
Trudno contestó con una evasiva.
—Escuche usted —dijo—. Se les puede «oír» cómo crecen.
—Sí —contestó ella, al cabo de unos momentos—. Y casi se les ve también… Ray, ¿no lleva cerillas encima? —preguntó.
—No fumo —contestó él—. Pero tengo algo mejor.
Camila se dio cuenta de que Trudno estaba manipulando con un aparato que parecía una cajita de control remoto. Una débil esperanza surgió en su ánimo.
—¿Qué está haciendo? —preguntó.
Trudno guardó silencio, abstraído en su labor.
Al cabo de unos minutos, se volvió hacia ella y sonrió. El primer sol de Grann surgía ya por el este.
—Ya lo tenemos —dijo.
—¿Qué es lo que tenemos? —preguntó Camila, impaciente.
—Espere un poco y lo verá —respondió él.
Transcurrió casi una hora. Camila tenía los nervios a punto de estallar. La barrera de espinos alcanzaba ya una altura de dos metros y el círculo interior despejado se había contraído extraordinariamente.
De pronto, Camila vio un punto brillante en el horizonte, que se acercaba con gran rapidez a aquel lugar.
—Mire, Ray —dijo.
Era una astronave. Trudno la guió por medio de su control remoto, hasta hacerla aterrizar en el centro de aquel infernal círculo de espinos venenosos.
Camila estaba atónita…
—Pero ¿de dónde…?
—No me fui de juerga en Asbro —explicó él—. Estuve trabajando todo el tiempo.
Ella le contempló con admiración.
—Ahora le comprendo —dijo—. Perdóneme lo que pude decirle de ofensivo.
Trudno sonrió.
—No se preocupe. ¿Vamos? —invitó.
Camila dio un paso hacia adelante.
—¡Oiga! —dijo, deteniéndose de pronto—. Esta nave lleva el mismo nombre que la anterior.
—Claro. Ya le dije que Sylvia es una mujer maravillosa y que nunca podré olvidarla.
—Se ve que es usted fiel a sus amores —dijo la joven, un tanto despechada.
—En este caso, sí. Suba, por favor.
La nave era un duplicado exacto de la anterior.
—Ahora me explico que se gastase usted tanto dinero —dijo Camila, mientras se acomodaba en uno de los sillones de la cabina de mando—. ¿Preveía la jugarreta de Cortel?
—Había que ser precavido —contestó él sencillamente.
—¿Y la nave? ¿Cómo no la vio Cortel?
—La tenía oculta en el otro hemisferio.
—Pero ¿y si él hubiese llegado a Grann por la cara opuesta? Habría detectado la nave y la hubiera destruido.
—En ese caso, yo lo habría sabido y hubiéramos despegado en el acto.
Camila meneó la cabeza.
—Tiene usted respuesta para todo, Ray. Conteste ahora a esta pregunta. ¿Por qué ha tardado Cortel tantos días en llegar a Grann?
—Respóndase usted misma —sonrió Trudno—. ¿Cuánto nos costó el viaje a nosotros?
—¡Oh! —Camila se echó a reír de pronto—. Trudno, ahora sé que ganará la guerra.
—No apueste por mí demasiado pronto. Cortel no es ningún tonto.
—Por ahora, no ha ganado ninguna batalla.
—No se trata de escaramuzas aisladas, sino de la batalla final. Ahí es donde se decidirá la guerra.
—Y… ¿cuándo se celebrará esa batalla?
Trudno se encogió de hombros.
—Por ahora, imposible saberlo —contestó.
Ya estaban en el espacio. De repente, Camila lanzó una exclamación:
—¡Ray! ¿Se le ha ocurrido pensar que Cortel habrá anunciado su triunfo?
—Es posible, pero nosotros apareceremos para desmentir sus palabras. Si lo ha hecho, correrá un ridículo espantoso.
—Será divertido ver la cara que pone cuando se entere de que nos hemos salvado —sonrió la joven—. Ray, él quiso matarme también a mí.
—Camila, no olvide que Cortel defiende a Khammys. Es el resultado final lo que cuenta.
—Sin importar las víctimas.
—¿Qué se cree que estamos haciendo? Es la guerra, Camila —respondió él significativamente.
—Sí —musitó ella—, creo que tiene razón.
Permaneció en silencio durante unos momentos.
Luego preguntó:
—¿Vamos ahora a Boore, Ray?
—No. He puesto rumbo a Hippion.
—¿Por qué? —quiso saber Camila.
—Usted debe ser sometida a un completo reconocimiento médico. Está curada, pero no sabemos si el veneno dejó secuelas que podrían manifestarse más tarde. Aparte de que yo no soy médico, carezco aquí de aparatos y elementos suficientes para un análisis completo.
—Entiendo. Le agradezco el gesto, Ray.
—Su prometido me lo agradecerá más —sonrió él.
Camila se ahuecó el pelo con gesto lleno de coquetería.
—No le quepa la menor duda, Ray —contestó.
* * *
La noticia de su llegada al astropuerto de la capital de Hippion se había extendido rápidamente y la nave fue acogida por una nube de informadores y periodistas de todo género. La curiosidad era general en la Galaxia por aquella singular guerra que se estaba librando entre dos planetas y sostenida por un hombre solo en cada bando.
Una ambulancia se abrió paso dificultosamente entre la masa de espectadores y periodistas. Camila se despidió de Trudno, embarcó en el vehículo y fue conducida inmediatamente al hospital.
Trudno afrontó serenamente a los periodistas.
—Cortel anunció que le había derrotado —dijo uno.
—Es un embustero —contestó el joven sonriendo.
—Khammys se atribuye la victoria.
—Son demasiado optimistas.
—¿Cómo se consideraría usted definitivamente derrotado, señor Trudno?
—Muerto.
—¿Mataría usted a su adversario, si se le presentase la ocasión?
Trudno estudió cuidadosamente la respuesta que debía dar.
—Sólo lo haría si para defender mi propia vida y viendo, además, que no me quedaba otro recurso.
—En ese caso, ¿cómo estimará usted que su adversario está derrotado?
Trudno sonrió.
—Atarlo de pies y manos y entregarlo al gobierno de este planeta sería una buena solución, ¿no es cierto?
—¿Consideraría el gobierno de Khammys el apresamiento de su defensor como una derrota?
—Si Khammys se queda sin «ejército», ¿cómo podría continuar haciendo la guerra?
Sonaron algunas risitas.
Un periodista dijo:
—Señor Trudno, no hay manera de cogerle a usted con un pie en el aire.
—Por eso estoy con vida todavía, caballeros. ¿Alguna pregunta más?
Varios informadores quisieron conocer datos de sus andanzas hasta su llegada a Hippion. Trudno fue amable y complaciente con todos. Conocía el valor de unas buenas relaciones públicas y sabía que entre los periodistas los había de numerosos planetas, sin excluir del propio Khammys. Sus respuestas, en general, fueron breves, pero certeras y cáusticas cuando se rozaba el tema de su adversario.
Trudno procuró realzar las cualidades de Cortel, aunque sólo en apariencia. En realidad, hizo una labor astuta, incisiva, brillante en la forma, pero demoledora en el fondo.
A fin de cuentas, estaba haciendo la guerra y… ¿no valía cualquier medio para conseguir la victoria?