CAPÍTULO XII
Bain examinó la herida de Mufferlin.
—La bala entró alta —dijo—. Pero un «cuarenta y cuatro» cocea como una mula y le hizo perder el sentido en el acto. Ha sangrado bastante y le costará recuperarse, pero no morirá.
Tanteó la espalda de Mufferlin.
—La bala está a pocos centímetros de la piel —dijo—. Tendré que hacer una incisión para sacarla. Las mujeres se ocuparán de encender el fuego y poner agua a hervir. Rheba, ¿tiene ropas blancas en su equipaje?
—Sí, desde luego. Llevo mi ajuar, modesto, pero...
—Es suficiente. Vamos, muévanse.
Media hora más tarde. Mufferlin yacía sobre un colchón, en la carreta de Rheba. Todavía seguía inconsciente, pero su respiración era regular, sin altibajos alarmantes.
—Permaneceremos aquí unos cuantos días, hasta que pueda viajar sin riesgos —decidió Bain—. Procuraré cazar un ciervo, para que tenga sopa, que le sentará bien. Cuando despierte, denle café con algunas gotas de aguardiente. Vigilen, sobre todo, que no presente síntomas de fiebre.
—¿Entiendes también de medicina? —preguntó Thana, asombrada.
—He visto muchos heridos. Algo se aprende —sonrió él. Tendió la mirada a su alrededor y se estremeció—. Cristo, esto parece un matadero.
El lugar era el más adecuado para acampar y no podían trasladar al herido, de modo que empezó a llevarse los cadáveres. Para no cansarse, utilizó un caballo, al que enganchó una soga. El lazo se cerraba en torno a los tobillos de los muertos, que eran transportados así a unos cientos de pasos de distancia.
Encontró una cueva en una ladera y metió allí los cadáveres. Al día siguiente, se propuso, cerraría la boca de la cueva. Provocaría una explosión con pólvora sacada de los cartuchos. Había al menos diez rifles y quince o veinte revólveres, más unos cuantos centenares de cartuchos. Las municiones no constituían problema alguno.
Al terminar, fue en busca del muchacho y puso una mano en su hombro.
—Sonny, te has portado como un hombre. Has sido muy valiente y tu madre debe sentirse orgullosa de ti.
—Gracias, señor. Pero le vi actuar a usted y supe que no nos pasaría nada —contestó el chico.
—Eres un tipo adulador —rio Bain—. Bien, puesto que eres un hombre, ¿quieres ayudarme?
—Sí, señor, con mucho gusto. ¿Qué debo hacer?
Thana escuchaba el diálogo a pocos pasos de distancia. Bain la miró maliciosamente.
—Vamos a recolectar monedas de oro —dijo el joven—. Unos no pudieron llevárselas y otro... tenía mucha prisa y se las dejó abandonadas.
La noche llegó antes de que terminaran la tarea. Al día siguiente, sin embargo. Bain pudo ofrecer un balance a la joven.
—Te parecerá mentira, pero sólo falta una moneda —dijo.
—Un precio muy barato, ¿no crees? —rio ella.
—La pondré de mi bolsillo, no te preocupes.
—No digas tonterías.
—Me comprometí a vigilar el dinero. Soy siempre responsable de mis acciones y no me gusta quedar mal nunca.
—Bueno, no discutiremos por una nimiedad. Y ahora. Tex, ¿puedo pedirte un consejo?
—Sí, claro.
Thana volvió la visita a la carreta. Rheba estaba bajo la lona, atendiendo al herido. Sonny se hallaba junto al arroyo, con una caña improvisada, tratando de pescar algún pez.
—Dime, ¿qué debo hacer? —preguntó ella a media voz.
—En buena parte, depende de la conducta de tu padre. Algunos hombres, de repente, explotan, por no poder soportar la rutina de la vida que llevan. Pero, me parece, habrá quedado escarmentado y no volverá a las andadas.
—Se casarán.
—Parece que no hay dudas al respecto.
—Voy a encontrarme con un hermano —suspiró ella.
—El cual tiene tanto derecho como tú a los bienes de la familia. Pero éste es un asunto que se tratará a su debido tiempo y, si hay un mínimo de comprensión, no causará problemas.
Thana sonrió.
—Espero que sea como dices. Tex.
—Tu padre reaccionó cuando era más difícil hacerlo. No lo olvides nunca, Thana.
Los ojos de la joven estudiaron el bronceado rostro varonil que tenía ante sí. Thana se dijo entonces que el destino había jugado con ella durante muchos años, pero, en realidad, previendo el futuro que tenía derecho a esperar.
—Sí, Tex —contestó.
* * *
Mufferlin pudo hablar pasados algunos días. A pesar de los años, seguía siendo un hombre robusto y pronto dio claros síntomas de recuperación.
—Tuve un jaleo en Abilene —explicó a Bain—. Las cosas habían cambiado ya mucho allí y me condenaron a seis años de presidio, porque el hombre no murió y pudo sobrevivir. Por buena conducta, cumplí sólo cuatro años...
—Pero simuló su muerte —dijo Bain—. ¿Por qué?
—Sentí vergüenza... Ackerman era un fiel capataz y se puso de acuerdo conmigo. Un desconocido murió en una pelea y cuando vio que no reclamaba nadie su cuerpo, lo hizo pasar por mí, poniéndole incluso mis ropas, con el cinturón y el anillo de bodas. Y todo el mundo creyó que era yo el muerto.
—¿Es que no le condenaron bajo su auténtico nombre?
Mufferlin hizo un gesto negativo.
—Cuando me detuvieron, di otro nombre. Sabía que podía verme en apuros, como así fue, y no quería que Thana se sintiera herida de nuevo. Acababan de condenar a Keldon, su prometido, ¿comprende?
—Sí, eso está ya un poco más claro. ¿Qué me dice de Rheba?
El herido suspiró.
—Es hora ya de que siente la cabeza —dijo—. Voy a cumplir muy pronto los cincuenta y debo vivir en un sitio fijo.
—Su rancho.
—No. Aunque vuelva allí. Rheba, el chico y yo nos iremos lejos. No quiero que la gente vuelva la cabeza al vernos pasar por las calles de Yellow Rock. Sonny es un muchacho muy sensato, pero acabaría por sentirse herido, si empezase a ver actitudes extrañas hacia él y su madre. Debo evitarlo. Tex.
—Sí, tiene razón —convino el joven.
—Rheba está de acuerdo —añadió Mufferlin—. Tengo que decírselo a Thana, pero no creo que tenga nada que objetar.
—Lo comprenderá —dijo Bain. Palmeó una de las rodillas del convaleciente—. Ahora debe ocuparse exclusivamente de su curación.
—Rheba me ha contado lo que hizo usted. Me siento admirado, muchacho.
—También mí pellejo estaba en juego, señor.
—Pero no lo hizo solamente por usted mismo. ¿O me equívoco? —dijo Mufferlin.
—Si no le importa, prefiero no contestarle —sonrió Bain—. Perdone, pero ayer vi un prado donde abundan los pavos silvestres y usted necesita caldo en abundancia.
—No quiere enfrentarse con la realidad, ¿eh?
Bain saltó de la carreta. Sosteniendo la lona con una mano, miró penetrantemente a Mufferlin.
—No ha llegado todavía el momento —contestó sibilinamente.
* * *
Bain y Thana cabalgaban en cabeza, a poca distancia de la carreta, guiada por la señora Meeker. Sonny iba en el pescante, tocando una armónica. Mufferlin, pese a estar casi restablecido, seguía en el colchón, bajo la lona.
Bain llevaba el rifle terciado sobre la silla. Continuamente miraba a derecha e izquierda. Thana no dejó de notar sus aprensiones.
—¿Teme algo, Tex?
—Keldon está todavía vivo —respondió él.
—Huyó. No se atreverá...
—Todo lo contrario. Espero que nos ataque antes de llegar al rancho.
—¿Por qué lo dices? ¿Cómo puedes...?
—Primero está su orgullo humillado, abatido... Formó una banda y quedó completamente destruida. Si intenta formar otra, se reirán de él. Un jefe de bandidos en sus circunstancias no es más que una persona de la cual se puede burlar cualquiera.
—Comprendo —dijo Thana—. En tal caso, intentará lavar su afrenta...
—Y recuperar el botín que perdió. Ese es otro motivo tan importante como el primero.
—Has olvidado un tercer motivo. Tex.
—¿Sí?
—Yo. Se dio cuenta claramente de que le detesto. Hubo un tiempo en que estaba enamorada de él. Ahora sucede todo lo contrario. Matt lo sabe y ello habrá hecho aumentar más su rabia y su frustración.
—Yo no había pensado en ese problema, pero creo que tienes razón. De todos modos, estaré más vigilante que nunca. Tengo que defender algo que me pertenece.
Thana se sobresaltó ligeramente.
—¿Qué, Tex?
Bain volvió los ojos. Thana comprendió en el acto el sentido de aquella mirada.
Repentinamente, oyeron un sordo ruido, el de unos huesos que se rompían violentamente. El caballo que montaba Bain cayó fulminado, con tanta rapidez, que su jinete, sorprendido, no pudo sacar los pies de los estribos y cayó también, quedando con la pierna derecha atrapada por el cuerpo del animal.
Los ecos del disparo se alejaron gradualmente. Thana detuvo su montura y se dispuso a saltar al suelo para ayudar al joven a salir de la trampa en que había caído involuntariamente, cuando, de pronto, sonó una estridente carcajada en las inmediaciones.
Rheba lanzó un agudo grito:
—¡Es Keldon!
Thana volvió la mirada. Keldon estaba allí, sobre una roca, con el rifle en las manos, riendo como un poseso. A diez metros del suelo, su silueta destacaba con toda nitidez contra un cielo completamente limpio de nubes.
Furiosa, Thana fue a sacar su rifle, pero Keldon se lo impidió con una seca orden:
—¡Quieta o dispararé contra ti!
—¡Matt! ¿Qué es lo que pretendes? —gritó la joven.
—¿Es que no te lo imaginas? Bain está ahí, a mi merced. Tú tienes una fortuna que va a ser para mí. Y ahora, nadie me impedirá que me la lleve, ¿entendido?
Maldiciendo entre dientes, Bain intentó liberar la pierna del peso que la oprimía, pero sus esfuerzos resultaron inútiles. Ni siquiera podía sacar el revólver, atrapado bajo su costado derecho. El rifle, al caer, había saltado a unos pasos de distancia y no podía alcanzarlo.
Riendo como un poseso. Keldon hizo puntería con toda tranquilidad. Las dos mujeres y Sonny contemplaban la escena, impotentes para hacer nada.
—¡Adiós, Bain! —dijo el forajido.
De repente, sufrió una terrible sacudida. Algo estalló en su pecho, despidiendo fragmentos de tela y chorros de sangre. Los ojos de Keldon giraron horriblemente en sus órbitas.
El rifle cayó de unas manos que habían perdido bruscamente su fuerza. Detrás de él, tableteaban los ecos de una detonación.
Un hilo rojo asomó por la boca de Keldon y empezó a deslizarse por la comisura de los labios. Luego, lentamente, se venció hacia adelante y cayó dando vueltas, hasta estrellarse al pie de la roca.
Thana no comprendía lo sucedido, pero sabía que Bain estaba a salvo. Desmontó de un salto y corrió hacia el joven.
—¡Rheba, Sonny, vengan! —llamó.
La señora Meeker se apeó de un salto, seguida por el muchacho. Entre los tres, con grandes esfuerzos, consiguieron liberar a Bain, quien se sentó en el suelo, frotándose la pierna vigorosamente.
—La tengo magullada, pero no hay ningún hueso roto —dijo.
—Tex, ¿quién...?
El joven sonrió.
—Ahí viene —indicó.
Thana volvió la cabeza.
—¡Señor Fuller! —exclamó.
El viejo llegaba con un fusil prehistórico al hombro, moviendo las mandíbulas rítmicamente. Lanzó un escupitajo de jugo de tabaco, contempló unos instantes el cuerpo inerte de Keldon y siguió andando.
—Hola, socio. Estabas en un apuro, según creo —dijo.
—Has llegado muy oportunamente. Rick —sonrió Bain.
—Le seguía hace días. Me imaginé lo que quería hacer y llegué a tiempo de evitarlo.
Thana corrió hacia el individuo y le besó impulsivamente en una mejilla.
—Señor Fuller, por muchos años que viva, no olvidaré jamás lo que ha hecho —exclamó.
Fuller primero respingó. Luego se echó a reír.
—¡Socio! ¿Has visto? ¿No tienes celos?
Bain sacudió la cabeza.
—Te lo tienes bien merecido —dijo.
Hizo un esfuerzo y consiguió ponerse en pie. La pierna le dolía, pero se pondría bien muy pronto.
—Rick, ahora volverás a buscar tu carromato, supongo.
—Claro.
—Te esperamos en el rancho.
—Iré allí.
Fuller rozó el sombrero con dos dedos y dio media vuelta. Bain se acercó a la joven y la agarró por un brazo.
—Ven.
Thana se dejó llevar hasta la zaga de la carreta. Mientras caminaba, Bain le hizo una pregunta:
—Thana, una vez quisiste saber por qué hacía todo esto. ¿Lo recuerdas?
—Sí, Tex.
—Pues bien, ahora lo sabrás.
Apartó la lona y se encaró con el padre de la joven. Mufferlin se incorporó sobre un codo.
—Estáis bien, veo —dijo.
—Sí —contestó Bain—. Señor Mufferlin, voy a casarme con su hija.
Hubo un instante de silencio. Mufferlin volvió los ojos hacia la muchacha.
—¿Qué dices tú, hija? —preguntó.
—Seré su esposa —contestó ella firmemente.
—Es el hombre que necesitabas —aseguró Mufferlin.