Capítulo IV

El árbol era lo suficientemente alto para proporcionar una buena panorámica del terreno. Desde allí, Parnum podía alcanzar una mayor extensión y los prismáticos le servían para elegir la escena que merecía la pena ser filmada. El borde del estanque se hallaba a unos quinientos metros y podía ver su curso sinuoso e irregular, que concluía a dos kilómetros, en el océano.

En realidad, era un brazo de mar que se adentraba en unas tierras bajas de nivel. En algunos lugares, se veían islas de pequeñas dimensiones, cubiertas de una espesa vegetación, en la que anidaban muchas aves silvestres.

Los gansos y los ánades se movían casi constantemente sobre la superficie del agua. También había muchas gaviotas que acudían a un paraje excepcionalmente rico en alimentos. Pero los primeros no permanecían mucho rato en el brazo de mar y revoloteaban a otros puntos, donde había agua dulce. Aun así, pensó Parnum, habían sabido adaptarse a aquella especie de doble vida, buscando peces marinos en sus continuos buceos.

Una pareja de ánsares se movía irregularmente. Parnum pensó que se trataba de una parada nupcial y se dijo que convendría filmar la escena. Observó unos momentos más con los prismáticos y, de pronto, cuando se disponía a aprestar la cámara, vio algo que le dejó estupefacto.

Una cosa triangular se movió velozmente, trazando una raya de plata en la superficie de las aguas. La cabeza emergió una fracción de segundo, suficiente, sin embargo, para atrapar a uno de los desprevenidos ánsares, que no tuvo tiempo siquiera de emitir un graznido de protesta.

El otro se elevó inmediatamente, seguido por una cohorte de pájaros, asustados por la proximidad de la bestia peligrosa. Parnum se quedó estupefacto.

—Todavía sigue ahí…

Tal vez el escualo se había habituado a la vida en aquellos parajes, pensó. El hecho no dejó de preocuparle profundamente.

Se preguntó si sería conveniente filmar algunas escenas con el tiburón como protagonista. Bajó los prismáticos y se pellizcó el labio inferior con gesto pensativo.

Recorrió con la vista los alrededores. La alambrada de Manneaux Hall quedaba a unos trescientos metros. Para filmar al tiburón, tendría que pasar al otro lado, pero no le agradaba la posibilidad de tener que enfrentarse de nuevo al dueño de las tierras y a sus panteras amaestradas.

Al otro lado de la alambrada, divisó movimiento de alas. Con los prismáticos, pudo ver que eran buitres que devoraban alguna carroña, justo en el borde del estanque. Aquellos animales vivían de la muerte, se dijo.

Repentinamente, una cabeza asomó por el borde de la plataforma. —¡Hola! —saludó Philippa.

* * *

Parnum dio un ligero salto. Ella subió un peldaño más y asomó también los hombros.

—Le he sobresaltado —dijo—. Discúlpeme…

—Oh, no tiene importancia. Es que estaba viendo unos buitres, alimentándose de una carroña y me hacía reflexiones sobre la vida y la muerte. Me pilló completamente por sorpresa, eso es todo. Pero suba y acomódese como pueda. No hay mucho espacio, sin embargo.

—Suficiente —contestó Philippa. Llegó a la plataforma y se sentó sobre sus talones—. ¿Cómo va el trabajo?

—No puedo quejarme. Aquí hay para consumir decenas de miles de metros de película.

Siempre hay nuevas escenas que registrar… En el fondo, creo que empieza a gustarme.

—Lo celebro. Oiga, desde aquí se ve mejor Manneaux Hall —observó la muchacha.

—Sí, el tejado y el primer piso. Pero no me preocupo de lo que pueda pasar en aquella casa. El dueño no me es muy simpático, desde que le vi con sus panteras.

—Pues aún le resultará menos agradable cuando sepa la noticia que le traigo.

—¿Ha hecho algo malo?

—El veterinario vino esta mañana y examinó el perro. Lo encontró muy maltratado, cosa que ya sabíamos, pero aseguró que se repondría pronto. Y dijo algo que me dejó estupefacta. Es el mastín de Deckering, que dijo a algunos le fallaba hacía días.

—¿Seguro?

—El veterinario lo conocía bien y el perro también lo reconoció. No tenía motivos para mentirme. Entre paréntesis, el perro se llama «Bussy».

—Bueno, esto sí que es una noticia. ¿Cree que alguno le robó el animal a Deckering y lo maltrató para vengarse de él?

—No lo creo. «Bussy» era terriblemente fiero y no dejaba que nadie se le acercase, sin permiso de Deckering. Al menos, eso es lo que me dijo el doctor Shawn. Olvidé decirle que es el nombre del veterinario.

—Sin embargo, ayer, con nosotros, estaba manso como un gatito.

—Bueno, el animal había padecido horriblemente, víctima de la crueldad de una persona, y se encontró con unos amigos. El instinto le hizo saber que nosotros no pensábamos causarle ningún daño.

—Es una explicación muy sensata. Con tal de que no recobre su fiereza cuando esté curado…

—Nos lo agradecerá siempre. Lo dijo el doctor Shawn.

No podía decir lo mismo de la persona que le sometió a trato tan bárbaro.

—Bueno, el caso es que «Bussy» ha caído en buenas manos. Otra cosa, Philippa, el tiburón sigue ahí.

La mirada de la joven se estremeció.

—¿Cómo lo sabe?

—Lo he visto. Atacó a un ánsar y se lo engulló de un solo bocado. En esos momentos usaba los prismáticos, de modo que no puedo equivocarme.

—¿Le habrá tomado afición a estos parajes?

—Quizá.

—A ver, permítame los prismáticos…

Philippa se puso los gemelos ante los ojos y exploró el estanque, siguiendo su curso hasta el mar. Luego realizó la misma operación en sentido inverso.

De pronto, fijó los prismáticos en un punto. Casi en el acto, lanzó una ahogada exclamación.

—Oh, no… No puede ser… ¡Qué cosa tan espeluznante!

Parnum se alarmó.

—¿Qué es, Philippa?

Las manos de la muchacha temblaban al devolverle los gemelos.

—Allí… esos buitres… Estaban devorando un cuerpo humano —dijo con voz desfallecida. Parnum asestó los gemelos hacia un punto que ya había examinado antes. Había menos buitres y era más fácil captar mejor los detalles. La muchacha tenía razón, se dijo, mientras contemplaba el cráneo casi mondo y parte de la osamenta del tórax que se hallaban entre los carrizos de la orilla.

* * *

Habían abandonado el árbol y caminaban hacia la valla. Parnum se preguntó si debería atravesar la alambrada. Philippa, a su lado, se sentía muy nerviosa.

Después de llegar junto a la valla, caminaron paralelamente a la misma unos ciento cincuenta pasos. En aquel lugar, el borde de la tierra firme quedaba a unos cincuenta metros escasos.

Los buitres levantaron el vuelo con ruidoso aleteo. Philippa vio aquellos restos y volvió la cabeza bruscamente.

—No puedo mirar —dijo.

Parnum se dio cuenta de que estaba viendo solamente una parte de un cuerpo humano: la cabeza y los hombros, casi completamente descarnados, además del brazo derecho. El izquierdo estaba amputado en las inmediaciones del codo.

Las cuencas de los ojos estaban vacías. Aún había algo de carne en la cara, pero los dientes asomaban en una mueca macabra. Le hubiera gustado estar al otro lado, para arrastrar aquellos restos más al interior, pero no tenía ganas de conflictos con Deckering. —Philippa, tenemos que volver —dijo—. ¿Hay teléfono en su casa?

—Sí…

—Entonces, llamaremos al comisario de Thomaston o quienquiera que represente la autoridad. Nosotros no podemos traspasar los límites de una propiedad privada.

—Tiene razón. Vamos, Brett: empiezo a sentirme mal.

Un cuarto de hora más tarde, entraban en la casa. Parnum se fue directamente al teléfono. Al terminar, se enfrentó con Philippa.

—El comisario vendrá enseguida —informó—. Usted puede quedarse en casa; yo le acompañaré al lugar donde están los restos.

—Está bien. ¿Quiere tomar algo?

—Antes me gustaría ver a «Bussy». ¿Dónde está?

—Sígame, por favor.

El perro se hallaba en una de las habitaciones posteriores, tendido sobre un pequeño colchón. Al ver entrar a la pareja, alzó la cabeza y meneó la cola.

Parnum se arrodilló a su lado.

—«Bussy», tienes un aspecto mucho mejor —dijo, acariciándole la cabeza—. Pronto estarás bien y podrás corretear por los campos con tu ama.

—El doctor Shawn dijo que debemos dejarle cierta libertad de acción —explicó Philippa—. La puerta está abierta. Podrá salir cuando se sienta él mismo en condiciones.

—Magnífico.

Volvieron al salón. La sirvienta trajo café. Philippa llenó las tazas.

—Empiezo a sentirme nerviosa —confesó—. Un caballo devorado por un tiburón, las panteras, el pobre «Bussy» torturado… y, para remate, esos restos humanos…

—Bueno, siempre está a tiempo de marcharse —sonrió él.

—No. Quiero pasar aquí una temporada. El lugar es muy agradable, a pesar de la proximidad de Death Swamps. Bueno, proximidad relativa, ya que son casi cinco kilómetros…

—Pero tiene la playa muy cerca —observó Parnum, a la vez que se acercaba a una de las ventanas de la sala.

—Esa es la ventaja —admitió la muchacha.

La casa se hallaba sobre una pequeña elevación del terreno, de unos veinte metros, y la playa estaba a unos cien. A la derecha sobresalía un promontorio rocoso, que se adentraba casi trescientos metros en el mar.

El ambiente allí era diametralmente distinto. Parnum pensó que, si tuviese dinero, compraría la propiedad. Y entonces recordó algo.

—¿No le han hecho ofertas de compra de la casa? —preguntó.

—Oh, sí. Precisamente el otro día estuvo Rendow, con una nueva proposición. Pero sigo sin acceder: ni el precio me parece suficiente ni Rendow me ha caído simpático. Por si fuese poco, quiere comprar por mandato de un tercero, pero se niega a darme el nombre de esa persona. Y en tales circunstancias, no quiero vender.

—Si no lo hace a gusto y puede pasarse sin ese dinero, no venda —convino Parnum.

Un jeep se detuvo súbitamente ante la casa y una mujer se apeó del mismo. Tenía unos cuarenta años y era rolliza y de movimientos enérgicos. Parnum, atónito, vio su camisa con bolsillos, la falda de color caqui y la insignia sobre el voluminoso seno izquierdo.

—¡Atiza! ¡El comisario es una mujer! —exclamó.