03
Me estaba columpiando en el parque desierto. Mi cerebro era un lavarropas automático. No podía reconocerme en esa mujer que se había apretado desvergonzadamente contra Malcom M. Daniels y odié a Nell por aparecerse en ese momento y odiaba más aún el hambre que me corroía. ¿Qué me pasaba?
Fuera lo que fuera, me estaba desequilibrando totalmente porque no los vi hasta que los sentí respirar tan cerca que si no fuera por el mal aliento no me hubiera dado cuenta. Cuando levanté la vista supe que esa era la última noche de mi vida.
Cinco. Vampiros. Y con las peores intenciones del mundo.
Intenté ponerme de pie pero alguien me sostuvo desde atrás con fuerza. No se los haría fácil. Podrían someterme pero no sería sencillo. En vez de intentar alejarlo de mí simplemente me empuje hacia atrás con fuerza cayendo sobre él. El columpio se movió y dificultó a los otros tipos que se abalanzaban sobre mí, golpeó a uno que se agarró la cabeza provocando que los otros se rieran. Pero eso no me salvó. El que estaba en el suelo no me soltó y aunque intenté darme vuelta, pegar patadas y golpes no fue suficiente. Entonces grité con todas mis fuerzas, y debo decir que grité de todo, insultos, auxilios, más insultos. De todo. Pero eran demasiado. Ellos me golpeaban mientras reían y hacían comentarios obscenos, lo que extrañamente no me molestaba, me enojaba. Estaba realmente furiosa. No asustada, solo muy enojada. Soy ágil y fuerte, lancé buenos golpes y eso también los molestó. De pronto comprendieron que no era tan sencillo como pensaban dominarme. Eso cambio el tono de nuestra “charla” de juguetona agresiva, a directamente matemos a la chica. Ya no les interesaba tanto el follarme, solo querían darme una lección. Y me mordieron. En el cuello, en los brazos, en las piernas…
Malditos sean por siempre.
De pronto los gruñidos me hicieron abrir los ojos, alguien sacó a ese tipo de mí. Alguien con una fuerza extraordinaria que lo levantó con una mano y de un solo manotazo arrancó su cabeza… la vi caer y rodar, vi su boca llena de sangre… mi sangre… su sangre. Ese alguien se acercó ante mí y escuché claramente cuando dijo:
—¿Lu?
¿Malcom M. Daniels?
Abrí los ojos. Una suave penumbra. Me sentía abrigada y caliente. Cómoda. Y viva. De pronto intenté izarme asustada pero una mano de dedos delgados me mantuvo en el lecho. Y recordé antes de girar mi rostro y verlo. El cabello oscuro, la cabeza rodando, los ojos platas, brillando como la luna llena. Ahí estaba, Malcom M. Daniels, mi salvador.
Sentí el tirón en mi cuello y llevé mi mano a él. Y un apósito. Otro en mi brazo. Y comprendí que también ahí había sido mordida. Junté fuerza y levanté la vista hacia mi… salvador.
¡Dios! ¡Qué hermoso hombre! Tenía puesto un pullover de cuello alto, negro por supuesto, y sus ojos color plata lucían cálidos. Me sonrió y juro que sentí el tremendo impulso de comerlo a besos.
Él se adelantó. Se acercó y me besó, en la boca, largo, suave, y muy largo. De pronto me dejó y vi el cambio en sus ojos.
—¿Puedes explicarme qué hacías en esa plaza cuando te dejé segura y protegida en mi departamento?
Varias cosas me hicieron ruido. ¿Mi departamento? ¿Qué estaba diciendo?
—Yo…
—¿Eres consciente de lo que te ha pasado?
—Yo…
—¿Sabes lo que sentí cuándo comprendí que la víctima eras tú? Me horrorizó pensar que había llegado tarde y ya estabas muerta.
—Yo…
—Si vuelves hacer algo tan estúpido otra vez voy a darte la zurra de tu vida. ¿Qué haces?
—Debo irme —Si eso sentí. Ganas de huir, salir de ahí, alejarme, de todo, de él, como fuera. Su amenaza me había corrido como si un látigo me hubiera atravesado y cortado mi carne. No recordaba haber sentido miedo, ese miedo… miedo a una estúpida amenaza de alguien que ni siquiera conocía.
—No puedes —me dijo. Noté el cambio en el tono.
—Claro que sí.
—No Luella, no puedes.
Ahí estaba, definitivamente el cambio el tono. De enfado pasó a cálido. Este hombre me desconcertaba.
—¿Estoy malherida? —Fue como un flashback, recordé las mordidas, las manos, los olores y el miedo que sentí. Levanté las mantas y miré. ¡Demonios! No solo estaba desnuda, como Dios me trajo al mundo, sino que también tenía vendadas las piernas. Mi cara de horror debió asustarlo.
—Lu, calma. Espera. Tengo algo que decirte. Por favor. Quédate quieta y escúchame.
¿Quedarme quieta? ¿Acaso estaba pensando que me iba a levantar desnuda como estaba?
—¿Qué quiere que escuche?
Sonrió. No sé porque pero tuve la idea de que sonreía porque lo traté de usted, alguien que te ha besado, desnudado y tocado íntimamente no es alguien a quien tratar de usted. No dije nada solo me quedé callada. Mi mente no dejaba de girar y girar sobre los acontecimientos del parque. Esos tipos eran…
—Los tipos que te atacaron eran vampiros —empezó.
Vaya noticia. ¿Y tú, fiscal general, qué eres? Pensé sin abrir mi boca. Él solo apretó su boca. Lo vi respirar y tomar un poco de aire para continuar.
—Y te mordieron.
Dime algo que no sepa.
—La… única manera de salvar tu vida era… terminar lo que ellos habían empezado.
¿Qué significa eso?
—¿Entiendes lo que digo?
Negué con la cabeza. En realidad no era lo que estaba pensando. No. Imposible. No a mí. Eso le sucede a la gente que quiere vivir mucho tiempo. Nahh, nunca estuvo en mis planes. Volví a negar esta vez con más fuerza.
—Lu, bebé, fue la única manera de salvar tu vida. ¿Entiendes?
Claro que no entiendo, ¿qué me estás diciendo? ¿Qué soy vampiro?
—¿Es una broma? ¿Cómo terminar lo que ellos empezaron? ¿Quién me sacó la ropa? ¿Por qué no puedo irme? ¿Tú departamento? ¿De qué estás hablando?
De pronto el recuerdo me golpeó: una cabeza rodando. Cuerpos volando. Una cabeza con labios llenos de sangre… y a MALCOM M. DANIELS sacando al vampiro de mi cuerpo como su fuera un pluma de ganso.
—¿Tú? ¿Estabas ahí? ¿Tú…?
Y como si fuera la señorita Gladys, mi señorita de tercer grado, comenzó a explicarme. Y ante cada palabra suya mi cabeza se sobrecargaba más y más. Cuando terminó me metí bajo las mantas y me tapé la cara. Por un largo rato ni me moví, luego me puse a llorar y cuando sentí su mano sobre mi hombro lloré más todavía. Lloré hasta que me quedé dormida.
Cuando desperté, estaba sola. Sobre la cama había un conjunto de pantalón y camisa de mi talle, un conjunto de ropa interior de seda Victoria Secret que jamás había usado y de exquisito gusto exactamente de mi talle. Me levanté y empezaron mis sorpresas. No tenía heridas, no tenía marcas, no tenía mi pelo rosa sino mi castaño natural ondeado que odiaba, por supuesto. Mi rostro lucía como si estuviera maquillado. Parecía el epítome de la salud, ¿entonces, por qué las piernas no me sostenían?
—Porque no te has alimentado —dijo Daniels detrás de mí. Casi me muero. Yo no había abierto mi boca y no me había dado cuenta que estaba detrás de mí.
¿Acaso lee mis pensamientos?
—Sí, lo hago.
—¿Qué?
—Las piernas no te sostienen porque aún no te has alimentado. Y sí, leo tus pensamientos. Y quizás en algunos centenios podrás hacerlo también.
Me llevó tiempo, un largo minuto, quizás un poco más pero la implicancia de nuestra charla y lo que acababa de decir me golpearon con fuerza. Soy un vampiro. Soy un vampiro… so-y-un-vam…
Debo haberme desmayado porque cuando volví en mí estaba recostada en un sillón y al señor Daniels mirándome. Cuando lo vi terminé el cuadro de angustia. Sí, soy un vampiro y él…
—¿Eres un vampiro? —le pregunté de improviso. Directamente, sin rodeos.
—Lo soy.
Me levanté y corrí al cuarto, cerré y caí al suelo detrás de la puerta. El mundo que conocía ya no existía y ahora era un monstruo.
—Lu, pequeña, no es así, no eres un monstruo ni nada parecido —dijo.
Pude sentirlo detrás de la puerta. ¿Aún ahí podía leer mi mente?
—La cantidad de cosas que un vampiro puede hacer, Lu, depende de sus años. Este año cumpliré 786 años. Y no eres un monstruo. Como los humanos, hay buenos y malos, santos y pervertidos, decentes e indecentes. Los vampiros no se diferencias de los humanos en sus apetitos y necesidades. Como los humanos añoramos amor, un lugar al que llamar hogar, comodidades, seguridad, una vida digna pero también odiamos, somos ambiciosos, infieles, matamos, robamos… en lo mejor y lo peor: somos iguales. Lu… abre la puerta, por favor.
—No entiendes...
—¿Qué cosa? ¿Qué eres una cazavampiros? ¿Qué te preocupa alimentarte? ¿Qué te gusto y me temes? ¿Qué temes lo que Nell puede pensar? ¿Qué de todo piensas que no entiendo Lu?
El maldito muerdecuellos sí que podía leer mi mente. Todo eso me preocupaba y mucho. No todo: no me gustas, señor fiscal.
—Claro… por supuesto.
Fue fácil imaginarlo sonriendo. ¿Tendría los lentes dichosos esos puestos?
—No. No los tengo. Y puedo asegurarte que sí estoy sonriendo. Abre la puerta y habla conmigo. Quiero ver tu cara.
Se preguntarán qué sentido tiene hablar con alguien que no quieres hablar y que puede leer tu mente aún con la puerta cerrada. Ninguno. Así que me puse de pie, bastante tambaleante, la abrí y le di la espalda para caminar hasta el lecho y sentarme ahí. Crucé mis piernas y abracé mis rodillas. Mi largo y odiado cabello rizado cayó tapando mi rostro. Sentí el peso de la cama ceder ante el cuerpo del señor Daniels.
—Dime Malcom, Mal.
Levanté mi cabeza y lo miré.
—Sí —respondió sonriendo—. A todo.
Ni siquiera había puesto en palabras mis pensamientos. Me preguntaba si el hecho de ser un vampiro tan viejo había sido la causa de sentirme tan mal cuando lo vi por primera vez. ¿Acaso me estaba influenciando de alguna manera? ¿Un vampiro fiscal, del lado de la ley? ¿Sobreviviré a esto?
—Sí, pequeña sobrevivirás, todos los hemos hecho pero debes alimentarte.
Mi estómago giró tipo turbina. El señor Daniels se acercó a mi lado y me abrazó, me puse a lagrimear. No se sorprendan ustedes también lo harían. Cuando sentí sus brazos rodeándome algo raro me pasó. No podría ponerle nombre, fue como una epifanía, un renacer, una cosa atávica, ancestral, inscripta en mis nuevos genes, la verdad, ya no sé cómo contarlo. Pero levanté mi cabeza y mordí su cuello. No pongan cara de asco, aunque si alguien me lo hubiera contado ya estaría dejando el desayuno sobre la alfombra, fue mágico, delicioso. ¿Cómo era posible algo así? ¿Estaría yo lastimando al señor Daniels como esos vampiros me lastimaron a mí?
Fue demasiado supongo. Porque no recuerdo cuándo dejé de beber y mucho menos cómo me quedé dormida.