ESCENA VIII
Dichos, Maravillas y Asunción.
(Es mujer de media edad, pero guapa y vistosa. Salen primera izquierda.)
ASUNCION. ¿Qué, te han convencido estos chicos?
NEMESIO. ¡Qué hacer, hija, ya ves!
ASUNCION. ¡Como a mí! Yo no quería, pero hijo, que la sacan a una de sus casillas. Que si usté no viene, que no podemos ir, que si patatín, que si patatán...; y yo, pa que vayan ellos...
LEONCIO. Sí, ¡pues menuda se ha puesto usté de guapa!
ASUNCION. Que de ir a un sitio, no va a ir una hecha un adefesio; pero vamos, que una ya está más pa sopitas y buen vino. Nosotros ya somos muy viejos pa garatas. ¿No te parece, Nemesio?
NEMESIO. Lo que tú digas, Asunción, que siempre tuviste buen juicio.
MARAVILLAS. ¡Sí, que nos va usté a hacer creer que está usté pa arrinconarse!
ASUNCION. ¡Mujer, tanto no digo!
MARAVILLAS. ¡Amos, no sea usté hipócrita!... ¡Pero si yo a su lao de usté paezco un trapito!
ASUNCION. ¡Ay, trapito!... Juventú como la tuya, quisiera yo, hija, que trapos... (Acariciándola.) ¡So guapa!
NEMESIO. No estás tú fea tampoco. Hay que decirlo.
ASUNCION. ¡Te he gustao a ti, hijo!... ¡Ya ves, qué más quiero!
NEMESIO. Y más me gustarás el día que te decidas a complacerme y vivamos como Dios manda, Asunción. Y perdona que en todas las ocasiones te lo repita.
MARAVILLAS. Tiene razón mi padre.
ASUNCION. (Cariñosamente.) Bueno, bueno; sermoncitos no, ¿eh?... Os he prometido que yo voy a vuestra boda ya casá con tu padre... ¿está bien eso?..., pues pocas son las aguas malas... Conque, hale, Neme, coge el sombrero, porque esa función es a las diez y media y vamos a llegar tarde.
NEMESIO. Voy por él. (Vase puerta izquierda.)
MARAVILLAS. Pero vamos, que yo caá vez que la oigo a usté...
ASUNCION. ¿Qué te pasa?
MARAVILLAS. Que a mí lo que no me cabe en la cabeza, no me cabe.
ASUNCION. Pos ensánchatela, hija, u explícate, que no te entiendo.
MARAVILLAS. Es que yo toa mi vida he visto a las mujeres que viven con un hombre, batallar pa que el hombre se case con ellas, y usté es al revés... Mi padre, queriendo, y usté, sin prisa. ¡Vamos, que no lo entiendo!
ASUNCION. Ya lo entenderás. Toas no somos iguales.
LEONCIO. ¡Cuando usté lo dice!... pero pa mí que no es hora de esas discusiones.
ASUNCION. ¡Too se andará, mujer!
MARAVILLAS. Claro, si el camino no s'acaba...
NEMESIO. (Que sale con sombrero y bastón.) ¿Qué, andando p'alteatro?
LEONCIO. Andando. (Vanse.)
NEMESIO. (Llamando.) Bibiano...
BIBIANO. (Sale) Mande usté.
NEMESIO. De que nos vayamos, cierra.
BIBIANO. Sí, señor.
NEMESIO. Pero ni te duermas.
BIBIANO. Sí, señor.
NEMESIO. Que a la una volvemos.
BIBIANO. Sí, señorita... (Salen todos. Se marchan; Bibiano cierra. Entra embobado.) Bueno, esa mujer, caá día me gusta más. La he visto irse, y al andar, de cintura pa abajo la hacía el cuerpo una cosa así... (Imita con las manos un movimiento de oscilación.) Y de cintura pa arriba... una cosa así... (El mismo movimiento en pequeño.) ¡Que no sé cuálo me gusta más, si el cimbreo d'abajo o el tembleteo d'arriba!... Y a más es un ángel de güeña... ¡Huy, paece mentira que esté enamora de ese tío ladrón!... Porque el señor Leoncio sí que tié un alma negra; y a mí no me cabe en el cránio, yo le llamo cránio a esto de aquí arriba, no sé los demás, cómo un hombre tan malo pué haber enamorao a una mujer tan güeña..., porque como ésta yo no he visto ninguna; y eso que tengo vistas mujeres muy güenas, pero muy güenas.