Capítulo 10

Las ilustraciones la mantuvieron ocupada durante dos semanas. Cada vez que los niños estaban dormidos, Liv sacaba sus papeles y sus lápices y se ponía a dibujar sobre la mesa de la cocina.

Ben solía llegar tarde a casa y a veces ya ella no quería hacer preguntas, no quería saber. Había pasado por eso con Oscar.

La cena con Julie no volvió a mencionarse, pero seguía sobre su cabeza como una espada. Ben no había vuelto a invitarla a cenar a solas ni cuando tenía cenas de negocios y sabía que había tenido algunas.

De modo que eran amables el uno con el otro, pero nada más. Y día tras día, Liv añadía más dibujos a su carpeta.

Un día, empezó a contarle un cuento a Missy, ilustrándolo con sus dibujos y a la niña pareció encantarle. Lo intentó de nuevo con los niños de Kate y también fue un éxito.

Quizá aquello era lo suyo, pensaba. De modo que escribió el cuento, lo pasó al ordenador y lo envió por correo junto con los dibujos poniendo el remite de Kate porque no quería darle explicaciones a Ben.

Y esperó.

Y esperó y esperó. Pasaron enero y febrero y llegó marzo. Ben llegaba tarde casi todas las noches y cuando no salía, se quedaba en el estudio. Su conversación se limitaba casi exclusivamente a los niños.

Y, entonces, llegó una carta. Kate llamó al timbre una mañana y cuando Liv abrió la puerta, su amiga le mostró el sobre.

-¡Ábrelo!

Con dedos temblorosos, Liv abrió el sobre y sacó un papel.

Querida señora Warriner,

Gracias por enviarnos su cuento ilustrado. Lo hemos examinado con mucho interés y nos gustaría saber si puede pasarse por la editorial para discutir su trabajo. Por favor, llame por teléfono para concertar una cita y traiga su carpeta de dibujos a la reunión.

Un saludo...

Liv levantó los ojos del papel. -Oh, Dios mío. Quieren que vaya a hablar con ellos.

-¡Eso es genial! -exclamó Kate, abrazándola-. Es maravilloso, Liv.

Cuando Kate se despidió, Liv se quedó sola en la cocina. ¿Sería aquella la respuesta a sus preguntas sobre el futuro?

No podía quedarse con Ben indefinidamente, eso era seguro. Sabía que no tenía ningún derecho sobre él, pero cada vez que llegaba tarde o mencionaba el nombre de Julie, su corazón sangraba.

Kate volvió después de llevar a su hijo al colegio y mientras ella se encargaba de los niños, Liv llamó a la editorial para concertar una cita. El martes a las once. Eso significaba que podía salir de casa después de que Ben se hubiera ido a trabajar y volver a tiempo para preparar la cena.

Y si la reunión era un desastre, él no tendría que saber nada.

Liv estaba nerviosa, muy nerviosa. Cuando Ben llamó el lunes por la noche para decir que llegaría tarde, se alegró porque de ese modo no tendría que disimular.

Los niños estaban en la cama cuando sonó el timbre. Liv miró su reloj. Las ocho y media. Era raro, Kate no solía ir a visitarla tan tarde.

Cuando abrió la puerta, se encontró frente a una mujer rubia y gordita con un maletín en la mano.

-¿Señora Warriner?

-Sí.

-Soy Julie Bream, la secretaria de su marido. He venido a traerle unos papeles. Me he quedado a trabajar hasta tarde porque me ha dicho que los necesitaría esta noche -explicó la mujer-. Además, tenía ganas de conocerla. Ben habla tanto de usted. Y tiene las fotografías de los niños en su escritorio.

-Encantada -murmuró Liv, sorprendida-. Pero Ben no está en casa.

-¿No? Qué raro. Bueno, le habrá surgido algo.

-Sí, claro. Gracias por traer estos papeles -intentó sonreír Liv.

-Encantada de conocerla. Siento mucho que no pudiera venir a la cena en enero. Mi marido está muy contento de que trabaje para Ben -siguió diciendo la mujer, alegremente-. Bueno, tengo que irme. Es mi aniversario de boda.

Liv se quedó mirándola mientras entraba en el coche. ¿Aquella mujer era Julie? ¿Aquella chica tan simpática y casadísima era Julie? Era imposible que Ben estuviera teniendo una aventura con ella.

Cuando recordó la angustia que había sentido durante aquellos dos meses, casi se echó a reír.

Pero eso no explicaba dónde estaba Ben aquella noche. Julie pensaba que estaría en casa, Liv creía que estaba en la oficina y... él estaba en algún otro sitio.

Pero ¿dónde?

Liv se dio cuenta entonces de cómo se habían distanciado. Ben había sido tan cariñoso con ella y... unos meses después de casarse, apenas intercambiaban palabra.

Él llegó a casa a las once y Liv le dio los papeles que había llevado Julie.

-Tu secretaria ha traído esto para ti. Se sorprendió cuando le dije que no estabas en casa.

Ben se pasó una mano por el pelo.

-Tuve que ir a una reunión de última hora -murmuró. Liv pensó que estaba mintiendo y su corazón se encogió-. Voy a trabajar un poco. ¿Te vas a la cama?

-Sí. Buenas noches.

-Buenas noches.

Eso fue todo. Ni una sonrisa, ni un beso. Solo «buenas noches».

Liv se fue a la cama, pero estuvo dando vueltas hasta las cuatro de la madrugada. Por la mañana tuvo que disimular las ojeras con maquillaje, prácticamente le tiró los niños a Kate y se metió en el coche para acudir a su cita en la editorial.

Dejó el coche en la estación, tomó el tren con la carpeta de dibujos bajo el brazo y, después, tuvo que luchar para entrar en el metro sin que se le cayeran los papeles. Cuando llegó a la editorial, estaba un poco despeinada, pero aceptable.

¿Y si no les gustaban sus dibujos?, pensaba, sintiendo mariposas en el estómago. ¿Y si querían que cambiara su estilo?

-¿Señora Warriner?

Liv levantó la cabeza.

-Soy Trudy -la saludó una mujer-. Acompáñeme, por favor. La estábamos esperando ansiosos.

¿Ansiosos? ¿Por qué?

Pronto se enteró.

-Señora Warriner, nos ha encantado su cuento -le dijo el editor jefe-. Es cálido, divertido y lleno de color. Un poco demasiado lleno de color, de hecho. Nos gustaría pedirle permiso para reducir la paleta de color por razones de producción. Pero, aparte de eso, es maravilloso. El problema es que no queremos hacer mucha publicidad si solo va a ser un cuento. ¿Podría trabajar para nosotros deforma regular? De ese modo, tendríamos una colección y la publicidad merecería la pena.

Liv tragó saliva, incrédula.

-Claro. He traído un par de cuentos más. Como no sabía lo que querían, son de diferente estilo, pero puede darles una idea.

Los editores miraron la carpeta y Liv se dio cuenta de que eran un éxito.

-Son preciosos, Olivia -dijo Trudy-. ¿Puedo llamarte Olivia?

-Liv -dijo ella.

-¡Ah, claro, Liv Kensington! -exclamó la mujer-. La famosa modelo. Me había parecido que eras tú. Esto no es justo. Tanto talento en una sola persona.

Liv no daba crédito.

-Soy una persona muy normal.

-Podemos dejar la modestia de lado -rio el editor jefe-. La verdad, Liv, es que nos gusta mucho tu trabajo y nos gustaría que trabajaras para nosotros. Si te parece, podemos discutir el contrato mientras comemos.

-¿Comer?

-¿Es un problema?

-No, pero... ¿podría llamar por teléfono? Es que mi vecina se ha quedado con mis hijos.

-Claro -dijo el hombre, señalando un teléfono al final de la mesa. -Kate, ¿puedes quedarte un rato más? Quieren que coma con ellos -le dijo a Kate en voz baja.

-¡Claro que sí! ¡Los tienes en el bote!

-Luego hablamos -dijo Liv, antes de colgar-. Puedo ir a comer. Mi vecina va a quedarse con los niños.

-Excelente -dijo el editor, frotándose las manos-. Mi equipo se quedará revisando los cuentos. ¿Te importaría dejarnos los dibujos? Mi secretaria te los enviará por mensajero.

-Aún no los he registrado -dijo entonces Liv, con mucho sentido común.

-Son tuyos y seguirán siendo tuyos. Nuestro departamento legal empezará a redactar un contrato ahora mismo.

El editor la llevó a un restaurante carísimo, el tipo de restaurante al que estaba acostumbrada cuando era una famosa modelo.

Debía ser verdad entonces. Su trabajo les había gustado mucho.

El editor le habló de números, fechas de publicación, distribución y transferencias, pero lo más importante para Liv eran los derechos de autor.

Si escribía cinco de esos cuentos al año, podría ganar suficiente dinero como para ser completamente independiente. Tan independiente que su corazón no tendría que romperse cada vez que Ben no volvía a casa a su hora.

Liv llegó a Woodbridge casi a las seis de la tarde. Ben estaría a punto de llegar a casa, pensó. Unos meses antes habría estado deseando contárselo, pero la relación se había enfriado tanto que casi le daba miedo ver su reacción.

Cuando paró frente a la casa de Kate, vio que la puerta estaba abierta y descubrió, horrorizada, que Ben estaba gritándole a su amiga.

-Le he prometido no decir nada y no lo haré. Ella te lo contará cuando vuelva a casa.

-Entonces, ¿va a volver a casa?

-Claro que sí. ¿Crees que abandonaría a sus hijos?

Ben suspiró, agotado.

-No lo sé. Es como si ya no la conociera. ¿Seguro que no ha vuelto con Oscar?

¿Lo había imaginado o había miedo en su voz?, se preguntaba Liv.

-¿Por qué iba a ver a Oscar? Liv lo odia.

-¿Estás segura? Estuvo enamorada de él.

-Mira, Liv tiene suficientes problemas contigo como para volver con ese Oscar. Pero no sé por qué te importa tanto. Tú eres tan indiferente con ella...

-¡Indiferente! ¿Estás loca?

-No, pero Liv sí se está volviendo loca, Ben. Cree que lamentas haberte casado con ella. Me ha contado lo de vuestro... arreglo.

-¿Qué arreglo? -preguntó Ben.

-Lo de vuestro pseudomatrimonio. ¿Por qué lo has hecho, Ben? Podías haberle dicho que se quedase en tu casa hasta que quisiera. ¿Por qué tenías que pedirle que se casara contigo?

-¿Me creerías si te digo que estoy enamorado de ella? -preguntó él en voz baja.

Liv se quedó pálida.

-¿Estás enamorado de ella? Liv cree que estás teniendo una aventura con tu secretaria.

-¿Con Julie? ¿Y por qué demonios cree eso?

-Porque nunca estás en casa. Porque no muestras ningún interés en ella, excepto como madre. Liv me contó que le gritaste al enterarte de que estaba haciendo ejercicio para recuperar su figura. ¿Y sabes por qué lo hacía? ¡Porque está enamorada de ti y tú ni siquiera te fijas en ella!

-Eso no es verdad -dijo Ben-. Claro que me fijo en ella. Por eso vuelvo tarde a casa, porque quiero un matrimonio de verdad y ella no. Liv no me quiere.

-Pero quería tener un hijo contigo.

-Porque se sentía culpable. Porque cree que me debe algo. Con esa estupidez suya de la independencia... ¿no habrá ido a buscar trabajo como modelo?

-No -contestó Liv, entrando en el salón-. He ido a una editorial y me han contratado para escribir cuentos. Así podré ser independiente, aunque a ti te parezca una estupidez.

Ben se dio la vuelta, sorprendido.

-Creo que tenemos que hablar.

-Estoy de acuerdo -dijo Kate-. Yo me quedaré con los niños un rato más. Nos veremos después, mañana si es necesario. Pero no os atreváis a volver hasta que hayáis solucionado el asunto.

Ben tomó a Liv del brazo y, sin decir una palabra, la llevó a casa.

-¿Es verdad? -preguntó, cerrando la puerta.

-¿Si he ido a una editorial? Claro que es verdad.

-No. Lo que Kate ha dicho... que me quieres.

Liv lo miró, lo miró de verdad por primera vez en mucho tiempo y vio dolor en los ojos del hombre.

-Sí -murmuró-. Es verdad. Creo que siempre te he querido, pero no me había dado cuenta.

Ben cerró los ojos.

-Gracias a Dios. Creí que habías vuelto con Oscar. Creí que me odiabas.

-No te odio. Nunca podría odiarte, pero no querías mirarme cuando le daba el pecho a Kit, no me tocabas...

-Pensé que seguías enamorada de Oscar, Liv. ¿Cómo podía decirte lo que sentía cuando acababas de dejar la casa que habías compartido con él durante cuatro años? No era justo. Pensé que si me casaba contigo, algún día todo sería perfecta, pero ha sido más difícil. Y, sobre lo de mirar cuando estabas dando el pecho, ¿tienes idea de lo erótico que es para un hombre ver a la mujer que ama dándole el pecho a su hijo?

Liv respiró profundamente.

-¿Me quieres, Ben? -preguntó, con un nudo en la garganta.

-Siempre te he querido -contestó él, con voz trémula-. Desde que tenías quince años y mi madre me advirtió que me la cortaría si te ponía una mano encima.

-Pero dijiste que no podrías amar de nuevo. Dijiste que el amor de verdad solo ocurría una vez en la vida. ¿La conociste cuando me fui a vivir con Oscar?

-¿Conocer a quién?

-A la mujer que te rompió el corazón.

Ben rio suavemente.

-Eres tú, Liv. Estaba a punto de decirte que te amaba y tú me dijiste que te ibas a vivir con Oscar -explicó él-. Me rompiste el corazón y, desde entonces, me concentré en el trabajo. Y, después, cuando apareciste en mi puerta con los niños, pensé que Dios me había dado otra oportunidad. Pero estabas tan triste, tan vulnerable que no sabía qué hacer. No me pareció el momento de decirte lo que sentía -añadió, tomando su mano-. Se me ocurrió la brillante idea de pedirte que te casaras conmigo y todo empezó a ir mal desde la noche de bodas. Tuve que mentir tumbado a tu lado, deseándote como loco y sin atreverme a moverme para que no te dieras cuenta.

-Deberías haberme echado por encima el chocolate -murmuró ella, acariciando su mejilla-. Debería haberme puesto ese picardías y tú ese ridículo tanga.

Ben la miró y algo ocurrió en sus ojos, algo tierno y maravilloso y muy, muy sexy.

-No es demasiado tarde. ¿Verdad? -preguntó con un tono de duda enternecedor.

-No, Ben, no es demasiado tarde.

-Me alegro porque tengo una necesidad enorme de abrazarte y de tocarte y de decirte cuánto te quiero.

Ben la tomó en sus brazos y la llevó hasta su habitación. La puerta estaba abierta y Liv se alegró porque tenía la impresión de que sino lo hubiera estado, él simplemente la habría abierto de una patada.

-Pareces una mujer de negocios con ese traje. Tendremos que hacer algo -murmuró quitándole la chaqueta y dejándola caer al suelo. Le siguió la falda, que él deslizó suavemente por sus muslos-. Levanta los brazos -murmuró antes de quitarle la camisa de seda-. Yo llevo demasiada ropa.

Liv sonreía mientras le quitaba la chaqueta y la corbata. Cuando empezó a desabrochar su camisa le temblaban las manos, pero consiguió quitársela, aunque con los nervios, le arrancó un botón.

-Mi mujer se va a quejar -bromeó él.

-No. Te lo garantizo.

Liv empezó a desabrochar su cinturón y Ben tuvo que contener el aliento cuando introdujo la mano dentro de sus pantalones.

-¿Qué me estás haciendo? -murmuró, sin aliento.

-Lo que debería haber hecho hace semanas. Estoy haciéndote el amor, Ben.

Él tomó su cara entre las manos y la besó. No fue un beso ensayado sino un beso que salía del corazón, el beso de un hombre loco de deseo, el arma más poderosa del mundo, y ella se puso de puntillas para devolvérselo.

-Te deseo -murmuró Ben con voz ronca-. Te necesito, Liv. Llevo cuatro meses volviéndome loco.

-Me alegro -susurró ella, bajando la cremallera de su pantalón y dejándolo caer al suelo. Él volvió a tomarla en sus brazos.

-Estás demasiado lejos.

-Podríamos tumbarnos -sugirió Liv. Ben la depositó sobre la cama y se tumbó a su lado. Sus piernas se enredaron, sus bocas se encontraron la una a la otra y, por un momento, ninguno de los dos se movió-. Eres tan suave. Mucho más que en mis fantasías.

Liv pasó la mano por su hombro, disfrutando del satén de su piel y los músculos poderosos bajo sus dedos. Tan fuerte, tan masculino.

Ben acarició su pecho a través del encaje del sujetador.

-Quiero tocarte. Quiero desnudarte y mirarte, mirarte de verdad.

-Soy una madre -le recordó ella.

-Lo sé. Y eso te hace aún más hermosa. Déjame verte, Liv -murmuró Ben. Ella se dejó hacer, intentando reunir valor, mientras él le quitaba el sujetador y las braguitas-. Eres tan preciosa -murmuró, con reverencia, inclinándose para tomar uno de sus pechos con un beso ardiente que la dejó sin respiración. Después, deslizó la mano hacia la suave curva de su abdomen y el suave monte de Venus-. Te deseo tanto. Por favor, Liv...

Los calzoncillos no podían esconder su excitación y ella se los quitó, mirando sus ojos, brillantes como zafiros.

-Querías tener un hijo.

-Sí.

-Me alegro porque no tengo protección.

-Nos arriesgaremos -sonrió Liv-. Te necesito sin que nada nos separe. Al menos, esta vez.

Ben se colocó sobre ella para besarla de nuevo.

-Te quiero, Liv -murmuró con ternura. Un segundo después, estaban juntos, sus cuerpos mezclándose con un ritmo salvaje que estuvo a punto de hacerla perder la cabeza. El mundo desaparecía, pero Ben estaba allí, sujetándola contra su pecho, resguardándola de la tormenta.

Y, entonces, le llegó a él también y se quedó quieto, gritando su nombre con voz ronca, como si le saliera del alma.

Después, gradualmente la violencia de sus emociones fue disminuyendo, dejándolos uno en brazos del otro, sus corazones latiendo al unísono.

-Te quiero -murmuró Liv.

-Estoy empezando a creerte. Pero tendremos que intentarlo un par de veces más. -Podríamos usar el chocolate... a menos que lo hayas tirado.

-No lo he tirado.

-Será un poco pegajoso.

-Quizá más tarde, en el cuarto de baño.

-Suena divertido.

Ben rio, abrazándola, y ella dejó caer la cabeza sobre su hombro, suspirando.

-Háblame de ese asunto de la editorial.

-Kate vio uno de los dibujos que hago para Missy y me sugirió que hablase con una editorial de cuentos para niños.

-¿Y?

-Les han encantado. Quieren publicar cinco de esos cuentos al año, así que ya tengo trabajo. ¿Qué te parece?

-Yo sabía que querías hacer algo, pero no sabía nada de los dibujos.

-La verdad, yo tampoco sabía que podrían gustar a nadie -susurró Liv, acariciando su pecho-. ¿Te importa que trabaje?

-¿Por qué iba a importarme?

-No lo sé. Es como si quisieras que dependiera de ti.

-No necesito que dependas de mí. Quiero que sepas que podrías depender si quisieras -explicó él-. Y estoy muy orgulloso de ti por lo de tu trabajo. Siempre lo he estado. Después, sus labios encontraron los labios de ella y, con un suspiro, Liv se entregó de nuevo.

Mucho más tarde, fueron a buscar a los niños a casa de Kate. Su amiga abrió la puerta y los miró, suspirando.

-Gracias a Dios. Los niños están dormidos. Podéis dejarlos aquí esta noche, están bien -dijo con una sonrisa. Después, empezó a olerlos, sorprendida-. ¿Habéis comido chocolate?

Fin