Capítulo 5
Lo pasaron maravillosamente comiendo patatas con pescado frente al mar, con Kit dormido en el cochecito y Missy entre los dos con una grasienta patata en la mano.
-Me voy a poner enorme -dijo Liv, chupándose los dedos.
-Tienes hambre porque te estás recuperando de un embarazo.
Liv deseaba que fuera cierto. Pero sabía que los días en los que adelgazaba comiendo tres tomates y un yogur habían desaparecido. Tenía que meterse en el gimnasio y sudar unos cuantos kilos.
Después de comer, fueron a dar un paseo por la carretera de la playa y la niña empezó a mostrarse inquieta.
-Coche -dijo Missy. Liv se paró un momento y colocó a su hija dentro del cochecito, al lado de Kit-. Abua.
-¿Te apetece tomar un café? -sugirió Ben.
Kit se despertó cuando entraron en el restaurante y Liv se sentó con el abrigo sobre el hombro para darle el pecho discretamente mientras Ben ayudaba a Missy a tomar su zumo.
Era todo tan fácil con él, tan natural.
Quizá funcionaría, pensó Liv. Posiblemente casarse no era una idea tan loca. Si podía esconder sus sentimientos por Ben.
-¿Nos vamos? -sugirió él un rato después.
Liv asintió.
-Estaba pensando en la boda -empezó a decir Liv cuando entraron en el coche.
-¿Qué? ¿Te lo estás pensando?
-No. A lo mejor eres tú el que se lo está pensando.
Ben negó con la cabeza.
-Cuanto más lo pienso, más me gusta la idea.
-A mí también -dijo ella. Los dos intercambiaron una sonrisa-. ¿Cuándo quieres que nos casemos?
-Cuando quieras.
-Yo había pensado que estaría bien antes de Navidad.
Ben apretó su mano.
-Estoy de acuerdo. Miraré mi agenda y buscaremos una fecha. Por cierto, no creo que nadie tenga que saber por qué hacemos esto. ¿No te parece?
Liv pensó en sus padres, que vivían en El Algarve, Portugal, y que estarían encantados, aunque un poco sorprendidos, al conocer la noticia. Contarle la verdad a sus familias sería absurdo. Los padres de Ben lo someterían al tercer grado y sus hermanas Janie y Clare no lo dejarían en paz.
No, debían creer que era un matrimonio por amor. Y, desde el punto de vista de Liv, lo era. Al menos, podría mirar a todo el mundo a los ojos y decir que amaba a su futuro marido.
La agenda de Ben tenía varios días libres; el primero, la semana siguiente.
-Tenemos que avisar a todo el mundo. A menos que hayas planeado que nos casemos en secreto.
Ben soltó una carcajada.
-¿Hacerle eso a mis hermanas? Mi vida sería un infierno durante los próximos cien años. No, quiero que asistan mis padres, los tuyos y nuestros amigos.
-¿Por qué no buscamos una fecha que a todo el mundo le convenga? -sugirió ella.
Y eso hicieron. Se pasaron la tarde del domingo al teléfono contándole la noticia a unos y a otros. Los padres de Liv estaban entusiasmados.
-Nunca te he dicho esto antes, hija -dijo su madre, emocionada-. Pero la verdad es que nunca pude soportar a Oscar. Es maravilloso que vayas a casarte con Ben. Siempre me he preguntado cuándo ibais a daros cuenta de que os queríais y estoy muy contenta de que haya ocurrido.
Liv miró el teléfono, asombrada. ¿Su madre lo sabía?
-¿Cuándo podéis venir?
-Cuando quieras. No hay nada más importante que tu boda. Aún no me puedo creer que hayas cortado con Oscar, pero supongo que no me lo has contado antes porque habrás estado muy ocupada con Ben.
Liv se puso colorada. Había querido decírselo, pero no sabía cómo hacerlo sin preocuparlos. Pensaba que una noticia así sería un tremendo disgusto para ellos.
-Volveré a llamaros dentro de unos días para deciros la fecha.
-Vale, pero avísanos con tiempo. ¿Quieres que vaya a ayudarte? ¿Dónde vais a casaros, en Londres o en Woodbridge? ¿Y las flores?
-Mamá, por favor -la interrumpió Liv-. Va a ser algo muy sencillo, probablemente una boda por lo civil.
-¡Eso no! -protestó su madre acaloradamente-. Tienes que casarte por la iglesia, Olivia.
-Ya veremos.
-Eso significa que no -suspiró su madre.
-No, significa que hablaré con Ben. Volveré a llamarte cuando hayamos tomado una decisión. ¿De acuerdo, mamá? -Liv se despidió y se volvió hacia Ben-. Mi madre quiere que nos casemos por la iglesia.
-Yo también.
Liv lo pensó un momento.
-La verdad es que yo también. Pero pensé que tú no querrías, como no es...
-¿No es qué, Liv?
-No es un matrimonio de verdad.
-Pero lo es. Vamos a compartir nuestra vida, vamos a estar siempre el uno para el otro. Lo hacemos por cariño y para darle a los niños el hogar que necesitan. Es un matrimonio por amistad y por otras cosas mucho más importantes que una pasión pasajera.
Ella se puso colorada, recordando cómo se había sentido entre sus brazos mientras bailaban y cómo deseaba que la relación también fuera física.
-Supongo que tienes razón. ¿Qué hacemos entonces?
-Podríamos ir a la iglesia para discutir la fecha con el párroco.
-¿Qué hacemos con los niños?
-Llamaré a la señora Greer.
-Pobre mujer. Debe estar harta de nosotros.
Cuando Liv entró en la iglesia poco después, pensó que era allí donde quería casarse, que era allí donde quería hacer los votos con Ben, donde miles de otras parejas habían hecho los mismos votos frente a Dios. ¿Cuántas de ellas seguirían juntas? Trágicamente, ni la mitad de ellas. Liv se juró a sí misma permanecer con Ben pasara lo que pasara, hasta que fuera él quien quisiera dejarla.
Y entonces, porque lo amaba, lo dejaría ir.
-Vamos a hablar con el párroco.
El sacerdote estuvo encantado de darles la bienvenida a su parroquia y cuando Ben le dijo que querían casarse, metió la mano en el bolsillo de su casulla y sacó una agenda.
-Yo podría ir a visitarlos para discutir la fecha.
-Para nosotros sería estupendo, por los niños.
-¿Niños? -repitió el sacerdote-. ¿Uno de ustedes ha estado casado antes?
-No -contestó Liv.
-¿Son suyos? -le preguntó a Ben.
-Aún no, pero estoy deseando que lo sean-contestó él, pasando un brazo por los hombros de Liv. Todo parte de la comedia, pensó ella, pasando un brazo por su cintura. Pero era una excusa perfecta para tocarlo y no pensaba desaprovecharla.
-Parece que tienen una historia que contar -sonrió el sacerdote-. ¿Qué les parece mañana a las diez?
-Muy bien.
Ben le dio la dirección y se despidieron.
Liv hubiera deseado no tener que soltar a Ben, hubiera deseado que su matrimonio fuera real en el sentido físico y hubiera deseado tener derecho a tocarlo como lo tocaría una esposa. Y tuvo que aguantarse las lágrimas mientras volvían a casa en el coche.
-Es una iglesia muy bonita.
-¿Estás contenta, Liv?
-Por supuesto -contestó ella, apartando la mirada-. ¿Por qué no iba a estarlo?
-Porque yo no soy Oscar.
-Gracias a Dios.
-Una vez estuviste enamorada de él.
-Pensé que lo estaba. ¿Y tú? No me has contado nada sobre la mujer que te rompió el corazón.
-No pienses en eso. Lo único que me preocupa es que estés contenta con nuestro matrimonio. Ben llevó a la señora Greer a su casa mientras Liv preparaba la comida. Kit estaba haciendo ruiditos alegres en la cuna, Missy jugando y ella... iba a casarse con Ben.
¿Qué más podía pedirle a la vida?
El amor de Ben, le decía su corazón. Liv cerró los ojos.
Quizá algún día, él dejaría de verla como una amiga y la vería como una mujer...
La boda tendría lugar el último viernes de noviembre, dos semanas después. El lunes por la tarde solicitaron la licencia, contrataron el servicio de catering y terminaron la lista de invitados.
El martes por la mañana, Liv decidió ir a comprar el vestido que Ben había insistido en regalarle.
-Lo único que tienes que hacer es elegirlo y yo me encargaré de todo lo demás -le había dicho-. Por favor, Liv, no discutas conmigo esta vez.
Y no lo hizo. Liv se puso delante del espejo en ropa interior y suspiró. ¿Dónde había ido su figura? Solía tener unas piernas interminables, caderas huesudas y unas clavículas como perchas. Cualquier cosa que le pusieran encima le quedaba elegante. En aquel momento, tenía barriga, había perdido la cintura y sus muslos, que siempre habían estado ligeramente separados, se juntaban en la parte de arriba.
Iba a tener que hacer ejercicio, pero sabía que era muy difícil reducir abdomen.
Ella solía tener una talla treinta y ocho, muy pequeña para una mujer de un metro setenta y cinco, pero en aquel momento tenía una cuarenta y dos.
Alguien llamó a la puerta en ese momento.
-¿Liv? Soy Kate. ¿Puedo entrar?
-Sí, por favor. Me estoy mirando en el espejo y me va a dar algo.
Kate cerró la puerta tras ella, mirando a Liv con ojo crítico.
-¿Por qué te va a dar algo? Si me ves a mí desnuda... Yo mido quince centímetros menos que tú y peso cinco kilos más. Por favor, Liv, estás muy bien.
-Tú no has sido modelo. No tienes a todo el mundo mirándote y diciendo: Qué horror, Liv Kensington está hecha una vaca.
-Y tú tampoco -dijo Kate, sentándose en la cama-. No estás gorda.
Liv no la creía, pero se sintió un poco mejor. Además, daba igual que hubiera perdido la figura porque tenía dos niños preciosos, se decía.
-Eres una amiga estupenda -murmuró, poniéndose los vaqueros-. ¿Dónde están tus hijos?
-Jake en el colegio y los otros dos en la guardería. ¿Por qué?
-Porque te necesito. Ben y yo nos casamos dentro de dos semanas y quiero que me ayudes a elegir el vestido de novia.
Kate se quedó boquiabierta durante unos segundos y después abrazó a su amiga.
-Oh, Liv, qué alegría. Claro que te ayudaré. ¿Quieres que vayamos a Londres?
-No quiero nada extravagante, quiero un vestido normal. Tiene que haber alguna tienda por aquí.
Ben insistió en quedarse con los niños y las dos se fueron alegremente de compras.
-Me dijiste que no había nada entre vosotros. ¿Era mentira?
-No. Es que he tardado un poco en darme cuenta.
Kate suspiró.
-Qué envidia. Bueno, tampoco es eso. Yo quiero mucho a mi marido, pero no es tan guapo como Ben. Imagínate dormir abrazada a ese pedazo de hombre todas las noches...
Eso no iba a ocurrir, pero Kate no lo sabría nunca. Entraron en los grandes almacenes de Ipswich y miraron en el departamento de novias, pero no encontraron nada. Todo era demasiado extravagante, demasiado sencillo o de un color que no le gustaba.
Media hora después, Liv encontró lo que quería en una pequeña tienda de Woodbridge. Era un sencillo vestido blanco de seda, con corpiño bordado y escote en forma de uve, manga larga y una falda que no era ni demasiado ancha ni demasiado estrecha, pero que arrastraba un poco en la parte de atrás.
Si se hubiera casado con Oscar, lo habría hecho con un traje de diseño, mucho más caro y adecuado para la famosa modelo que había sido.
Pero en aquel momento, Liv quería un vestido más sencillo, más femenino.
-Estás divina -dijo Kate.
-¿Qué me pongo en la cabeza?
-¿Qué tal esto? -preguntó su amiga, mostrándole un tocado hecho de bandas de seda del que salía un pequeño velo blanco de tul.
Liv pensó que podría llevar el velo sobre la cara cuando hiciera los votos y quizá así la expresión de sus ojos no la delataría.
En ese momento, sonó el móvil que llevaba en el bolso. Era Ben, por supuesto.
-¿Qué tal van las compras? Liv oía a Kit gritando e imaginó que Ben estaría desesperado.
-Bien. Ya hemos terminado.
-¿Vas a venir a casa? Kit no para de llorar.
Y, a juzgar por el tono de su voz, él estaba a punto.
-Enseguida estaremos allí -le prometió. Quince minutos después, estaban de vuelta.
Kate fue a buscar a sus hijos a la guardería, Ben se metió en su estudio y Liv le dio el pecho a Kit mientras atendía a Missy. Empezaba a dársele bien hacer varias cosas a la vez.
-Teño sueño -dijo la niña, tumbándose en el suelo.
Liv tomó a la cría en brazos y la metió en la cama.
-Duerme, cariño -murmuró, apartando los rizos de su cara. Cuando Kit se quedó dormidito, lo metió en la cuna y salió de la habitación. Quizá aquel sería buen momento para hablar con Ben sobre los arreglos de la boda.
-Entra -dijo Ben cuando llamó a la puerta del estudio.
No parecía estar de buen humor, pero debía estar equivocada porque se levantó de la silla y se dirigió hacia ella con una sonrisa.
-¿Los niños están durmiendo?
-Sí. He pensado que podríamos hablar sobre la boda mientras comemos.
-Claro -murmuró él, estirándose. Al hacerlo, se le salió la camisa de los vaqueros y Liv pudo ver un delicioso abdomen plano con una fina línea de vello que se perdía dentro de los pantalones. Y tuvo que tragar saliva.
¿Por qué tenía que ser tan atractivo?, se preguntaba. Nunca hasta entonces lo había visto de ese modo. ¿Por qué entonces, cuando se había comprometido a vivir años de tortura a su lado?
Estarían más lejos que nunca después de casarse, porque su ego le impediría hacerle proposición alguna sabiendo que estaban atados el uno al otro.
-¿Te apetece un té?
-Gracias -contestó él, jugando con el azucarero-. ¿A cuánta gente vamos a invitar y qué vamos a hacer con ellos?
Liv lo miró, sorprendida.
-¿Hacer con ellos?
-Por la noche, quiero decir. En esta casa hay seis habitaciones. Yo duermo en una y los niños en otra. Eso nos deja cuatro habitaciones libres y mis padres, tus padres y mis hermanas pensarán que tienen sitio para dormir. Te aseguro que todos esperan que nosotros durmamos juntos. Liv tuvo que darse la vuelta, avergonzada.
-Pues... iremos a un hotel. Les diremos que nos apetece pasar la noche fuera y nadie se enterará de que dormimos en habitaciones separadas.
-¿Y los niños?
Liv se quedó pensativa un momento y después su cara se iluminó.
-Podríamos alquilar una suite, con una habitación para los niños y otra para nosotros. Con dos camas.
-Buena idea. Lo último que necesito es a mis hermanas haciendo bromitas por la mañana sobre si tenemos ojeras o no -dijo él. Liv intentó sonreír. Una sonrisa falsa porque estaban hablando de su noche de bodas, una noche que debería significar mucho para los dos-. ¿Quieres que haga unos huevos revueltos?
-¿Es que no sabes hacer nada más? -rio ella.
-¿Y tú qué sabes hacer, lista?
-Pues... una tortilla, por ejemplo.
-Menos mal que voy a casarme contigo o tendría que demandarte por dejación de tus deberes culinarios -sonrió Ben. Ella hizo una mueca-. Era una broma, tonta -rio Ben, abrazándola-. Yo no soy Oscar, no te estoy criticando. Liv apoyó la cara sobre el pecho del hombre. Era tan agradable abrazarlo...
Pero, unos segundos después, los dos se apartaron, incómodos; como si, a punto de casarse, aquellos sentimientos estuvieran prohibidos...