Capítulo 1

Era una puerta muy grande. Una sólida puerta de roble en la que Liv se apoyó un momento mientras reunía valor para llamar al timbre.

A las cuatro de la madrugada, ella era probablemente la última persona en el mundo a la que Ben querría ver, pero se disculparía más tarde... si él seguía dirigiéndole la palabra. No había garantías de que eso ocurriera.

El timbre resonó en la silenciosa casa y Liv se apretó el abrigo sobre el pecho, temblando. No estaba segura de si era de frío o de miedo. Probablemente las dos cosas. Lo único que sabía era que Ben tenía que estar en casa porque no tenía otro sitio donde ir.

Tras el último acto de desesperación, Olivia Kensington había llegado al final de su cuerda.

-Ya voy, ya voy. Un momento -murmuró Ben, medio dormido, mientras se abrochaba el batín y encendía la luz de la escalera. Cuando por fin abrió la puerta, parpadeó, sorprendido.

-¿Liv?

Ella lo miró, con aquellos ojos que eran verdes como el mar. Su pelo oscuro estaba despeinado y su sonrisa, tan brillante como la luz del porche. Obviamente, no se daba cuenta de la hora que era y Ben estuvo tentado de estrangularla.

Siempre se había sentido tentado de estrangularla. Pero, en lugar de hacerlo, se apoyó en la puerta y cruzó los brazos, suspirando.

-¿Qué estás haciendo aquí a estas horas de la noche? -preguntó, con su habitual paciencia-. Estás muy lejos de tu casa. ¿Has venido a alguna fiesta? ¿Te aburrías? ¿Te has perdido? -preguntó. Ella negó con la cabeza-. ¿A qué le debo el honor de tu visita a las... cuatro de la mañana?

Ella sonrió de nuevo, cansada.

-Lo siento. Sé que es muy tarde. Es que... como me llamaste hace un par de semanas para preguntarme si conocía a alguien que estuviera buscando un puesto de ama de llaves...

-¿Ama de llaves? -repitió él, mirando el taxi que esperaba en la calle. ¿No se habría llevado algún acompañante? Solo Liv...

-Me gustaría solicitarlo... si aún está libre.

-¿Tú? -preguntó él, atónito. Entonces, se fijó en su palidez y se dio cuenta de que estaba temblando-. Por Dios bendito, Liv, ¿qué te ha pasado?

Ella se encogió de hombros. Su sonrisa había desaparecido.

-Oscar me ha echado de casa. Dice... bueno, mejor no te cuento lo que dice. El caso es que nos ha echado de casa. He intentado llamarte, pero mi móvil no funciona. El canalla ha debido darlo de baja inmediatamente...

En ese momento, el taxista apagó el motor y en el silencio, escucharon el llanto de un niño.

-¿Te has traído a tus hijos? -preguntó Ben, pasándose la mano por el pelo. Ella asintió-. Entra, Liv... entrad todos.

-Ben, tengo que pedirte un favor -murmuró ella, sin mirarlo-. No puedo pagar el taxi. Con las prisas, se me ha olvidado guardar las tarjetas de crédito y no tengo dinero...

-No te preocupes. Entra antes de que te quedes helada -dijo Ben, tomándola del brazo y dirigiéndose después hacia el taxista, que había bajado la ventanilla-. ¿Puede llevar dentro las maletas?

-No hay maletas -contestó el hombre-. Solo ella y estos niños que no dejan de llorar. Uno de ellos tiene el pañal cargado, por cierto. No envidio a quien tenga que cambiárselo.

Ben miró al lloroso niño tumbado sobre el asiento. El pobre no debía tener más de cuatro semanas, quizá menos. Ben no recordaba exactamente. Una niña, con los mismos rizos oscuros que su madre, dormía con un dedito en la boca.

Ben pagó al taxista y llevó a los dos niños a su casa.

Liv parecía exhausta. Tenía ojeras, estaba pálida y sus ojos habían perdido el brillo. La desesperación que veía en ellos hacía que Ben quisiera matar a Oscar.

Lentamente.

-Tienes que cambiarle el pañal a tu hijo.

Liv encontró una sonrisa en alguna parte y el corazón de Ben dio un vuelco.

-Lo sé, pero no tengo ninguno.

El niño empezó a llorar de nuevo y Ben lo miró, pensativo.

-¿Puedo ayudarte con el biberón o estás dándole el pecho?

Liv pareció entristecerse de repente, más aún si eso era posible.

-Yo... a Oscar no le gustaba. Se ponía celoso. Decía que no era bueno para mi figura, pero yo... -Liv no pudo terminar la frase-. Ben, no tengo nada. Ni biberones, ni pañales, nada. Siento aparecer en tu casa en esta situación, pero no sabía dónde ir...

-Te daré unas toallas para que las uses como pañales y después iré a comprar pañales -dijo él, apretando su mano-. Aquí al lado hay un supermercado abierto toda la noche.

-Gracias -murmuró Liv.

Ben subió las escaleras de dos en dos, se vistió rápidamente y volvió a bajar con un par de toallas en la mano. La niña estaba dormida en el sofá y Liv con el niño en brazos. El pobre lloraba desconsolado.

-Pobrecito. ¿Cómo te llamas? Conociendo a Oscar, probablemente te ha puesto Aníbal o alguna barbaridad por el estilo.

-Se llama Cristopher, como mi padre -dijo Liv-. A Oscar le daba igual como lo llamáramos. Yo lo llamo Kit.

-¿Siempre llora tanto?

-Solo cuando tiene hambre, pero no tengo nada...

-¿Cuándo dejaste de darle el pecho? -preguntó él.

-La semana pasada. ¿Por qué?

-Podrías intentarlo de nuevo. Puede que no consiga mucha comida, pero se quedará más tranquilo.

Liv lo miró, insegura.

-Puedo intentarlo, pero no sé si va a funcionar. El pobre tiene tanta hambre... no puedo soportar oírle llorar -murmuró, dándole golpecitos en la espalda para consolarlo. Pero el pobre Kit era inconsolable.

-Voy a poner un poco de agua a calentar para que te hagas un té mientras voy al supermercado. ¿Quieres que compre algo en especial?

-Todo lo que tengan -bromeó ella.

-Volveré en cuanto pueda.

Ben entró en el garaje y arrancó el coche, pensativo. De modo que el canalla de Oscar la había echado a la calle en medio de la noche. ¿Con qué pretexto? ¿Qué habría pasado?

Diez minutos después, entraba en el supermercado y se quedaba boquiabierto frente a las estanterías de pañales, sin saber qué marca escoger. Unos eran para niños, otros para niñas, unos con tira adhesiva, otros sin ella, de materiales diferentes, para diferentes edades...

Elegir la leche materna no resultó más fácil. Ben estaba perdido por completo. ¿Y la niña, Melissa? No recordaba cómo la llamaba Liv, Maisie, o algo así. ¿Qué comería ella?

Sacando el móvil del bolsillo, Ben marcó el número de su casa y esperó.

El teléfono sobresaltó a Liv, pero, afortunadamente, no despertó a la niña. Kit estaba dormido sobre su pecho, demasiado agotado para seguir llorando.

-¿Dígame?

-Soy Ben. Estoy perdido. ¿Qué tengo que comprar? -preguntó, suspirando. Liv le dijo la marca de los pañales y la de la leche materna-. Vale. ¿Cuántos pañales compro?

-Un paquete para cada uno, por ahora. Tendré que decidir qué voy a hacer -contestó ella, pensativa-. Oye, no te habré estropeado la noche ¿verdad? Quiero decir que... a lo mejor hay alguien esperándote en la cama.

Ben soltó una carcajada. Un poco forzada, desde luego, pero eran casi las cinco de la mañana.

-Estaba durmiendo como un bendito.

-Ben, lo siento -se disculpó ella de nuevo.

-No pasa nada, tonta.

-Gracias. No olvides comprar un esterilizador para los biberones.

Liv pensó que debería haber ido con él, pero estaba tan cansada, tan terriblemente cansada y desilusionada...

Se sentía herida en su orgullo por las crueles frases de Oscar. Y furiosa. Muy furiosa. Liv empezó a pasear por la cocina y cuando Ben volvió, estaba dispuesta a matar a alguien.

-Leche, biberones, comida para Maisie... -empezó a decir él, abriendo las bolsas. -Missy -corrigió ella.

-Perdón, Missy. Pañales, pijamas para los niños y... caramelos de café.

-Eres un cielo -sonrió ella, tomando uno. ¿Cómo se había acordado?-. Si no te importa, voy a llevar a Missy a la cama. Supongo que no te importará que nos quedemos unos días. Pero si no quieres, solo tienes que decírmelo y...

-Liv, por favor. No te preocupes. ¿Qué necesitas para esta noche?

-Pañales. Nada más. Kit se ha quedado dormido y no quiero despertarlo.

-De acuerdo. Ven conmigo, te llevaré a la habitación.

-A Missy la pondré en la cama y... al niño puedo meterlo en un cajón con unas toallas.

-Y si se pone a llorar, cerraremos el cajón -bromeó Ben, mientras subían por la escalera.

-No me tientes -intentó sonreír ella.

Unos minutos después, Missy dormía en una camita y Kit a su lado en un enorme cajón de caoba. Ben bajó con Liv a la cocina y le puso una taza de té en la mano.

-Tómatelo -le dijo.

Ella obedeció, pensativa. Ben no decía nada, solo la observaba. Unos segundos después, Liv se dirigió a la ventana. Frente a ella, el camino de gravilla y los arbustos bien recortados.

Pero no los veía. Lo que veía era a Oscar, arrogante, autoritario, aburrido, diciéndole dónde había estado y con quién, con vergonzosos detalles gráficos.

-¿No vas a preguntar?

-Me lo contarás cuando quieras hacerlo -murmuró él.

-Es un...

-¿Bastardo?

-Peor que eso.

Ben se encogió de hombros.

-Siempre lo ha sido, pero has tardado cuatro años en darte cuenta.

-Nadie me lo dijo.

-La gente no se atreve a decir esas cosas, Liv -murmuró él-. Es increíble que no te hayas dado cuenta antes.

-Pues así es -suspiró Liv-. Además, conmigo era maravilloso al principio... cuando tenía un tipazo.

Los ojos azules de Ben despedían chispas.

-¿Qué ha pasado?

Liv se sentó frente a él. Había un azucarero en la mesa y empezó a jugar con el azúcar, sin verla en realidad.

-Anoche llegó muy tarde a casa, un poco borracho. Yo me enfadé y él me dijo que había estado con su amante. La última, con la que lleva seis meses -explicó ella-. ¡Seis meses! ¡El canalla la ha instalado en un apartamento al lado de su oficina y así ni siquiera tiene que conducir para acostarse con ella! ¿Sabes lo que me dijo? -preguntó, levantándose-. Que quería una mujer de verdad, una que supiera darle a un hombre lo que necesitaba. Me dijo que estaba harto de que tuviera la tripa gorda y que... -Liv no pudo terminar la frase-. Que estaba harto de volver a casa y encontrarse a los niños llorando y una mujer que estaba constantemente cansada y fuera de servicio... como si fuera una lavadora estropeada, por Dios bendito. ¡Soy su mujer! Bueno, no, no lo soy porque ese estúpido no ha querido casarse conmigo, pero ya me entiendes.

-¿Y qué pasó después? -preguntó Ben.

Ella respiró profundamente.

-Le dije que si eso era lo que sentía, era absurdo que tuviera que seguir aguantándome a mí y a los niños y que me marcharía por la mañana. Entonces, me dijo que para qué esperar y decidí marcharme. Saqué a los niños de la cama y... aquí estoy.

-Sin tarjetas de crédito.

-Sin tarjetas de crédito -repitió ella-. Dejar a Oscar es lo mejor que he hecho en cuatro años -añadió. Cuando miró a Ben, él estaba sonriendo-. ¿Por qué sonríes?

-Ya era hora, Liv. Tenías que haberlo hecho antes, pero me alegro de que, por fin, hayas tomado la decisión.

Liv sintió que la tensión desaparecía de sus hombros. En ese momento, se dio cuenta de que estaba hambrienta. Hambrienta, exhausta y... libre.

-No tendrás un tostador, ¿verdad?

-Claro que sí. Además, son más de las cinco. Hora de desayunar.

Liv durmió como un tronco. Se despertó a las once al oír la voz de Ben en la puerta de la habitación.

-¿Liv? ¿Estás decente?

-Sí, entra -contestó ella, saltando de la cama.

Ben entró, con los vaqueros y el jersey que había llevado por la noche, o aquella mañana en realidad. Estaba fresco como una rosa, recién duchado, con el pelo húmedo y un lloroso Kit en brazos.

-Este niño está llamando a su mamá.

Ben empezó a acariciar la espalda del niño y el contraste entre aquel hombre tan grande y el niño tan pequeñito hizo que a Liv se le formara un nudo en la garganta. Liv se preguntaba por qué Ben era tan bueno con el niño cuando Oscar, su propio padre, solo había sido amargo e indiferente.

-Ni siquiera lo había oído llorar. Lo siento.

-No pasa nada. Creo que tiene hambre. Missy sigue durmiendo.

Liv tomó al niño y, sin pensar, se levantó la camiseta y colocó a Kit sobre el pecho.

Kit dejó de llorar y Liv levantó la cara, sonriendo. Al hacerlo, vio que Ben la miraba con una indescifrable expresión en sus ojos color zafiro. Después de unos segundos en silencio, él se dio la vuelta.

-Lo siento... -empezó a decir ella, avergonzada.

-No te disculpes. Te dejaré sola. ¿Quieres beber algo? Mis hermanas siempre querían tomar un té cuando estaban dando el pecho. Decían que les daba sed.

-Sí, por favor -murmuró Liv, mirando sus pechos, pálidos y suaves, no surcados por venas azules como cuando estaban llenos de leche-. Me gustaría darle el pecho, pero creo que va a quedarse con hambre.

-Podría hacer un biberón, por si acaso. Voy a llamar al hospital para ver si alguna comadrona puede venir a hablar contigo.

-Las comadronas solo se ocupan de ti durante los diez primeros días.

-Pues voy a intentar que venga una enfermera.

Ben salió de la habitación, dejándola sola con el niño. Kit chupaba, pero no parecía satisfecho y al final Liv tuvo que darle el biberón.

Una hora después, llegó una enfermera particular, contratada por Ben.

-No pasa nada -dijo la mujer-. Póngalo sobre su pecho cada vez que el niño tenga hambre. Puede darle un poco de biberón solo si es realmente necesario, pero pronto se dará cuenta de que tiene más leche de la que cree.

La mujer tomó al niño en brazos y empezó a hacerle carantoñas mientras Liv se preguntaba cuánto tiempo aguantaría Ben aquella situación.

Tenía que hablar con él sobre el trabajo de ama de llaves. Aunque ella no sabía nada sobre eso. Se había marchado de casa a los diecinueve años y había vivido de ensaladas y yogur hasta que conoció a Oscar. Y jamás había tenido que cocinar porque siempre comían fuera.

Las modelos no pensaban nunca en la comida. De modo que Liv no sabía hacer nada, pero tenía que intentarlo.

Aprendería. Tendría que hacerlo.

Ben estaba cómodamente sentado en un sillón del estudio, escuchando a Liv cantar a los niños en el piso de arriba. Era un sonido agradable y dulce que tocaba su corazón y lo hacía pensar que el mundo era un sitio mejor.

Cuando dejó de cantar, Ben escuchó sus pasos en la escalera y, después, unos golpecitos en la puerta del estudio.

-Hola. ¿Podemos hablar?

-Claro. Mejor vamos a la cocina, me apetece una taza de té.

Fueron a la cocina y Ben esperó, sentado en una butaca frente a la ventana del jardín. Liv hablaría cuando estuviera preparada. No se le podía meter prisa porque ella hacía las cosas a su modo.

Mientras esperaba, miraba el jardín, con las hojas de los árboles formando una alfombra sobre la hierba. Le encantaba la cocina. Era su lugar favorito en la casa. En verano, se sentaba allí con las puertas abiertas o se tomaba el café fuera, disfrutando del canto de los pájaros.

En realidad, apenas usaba el resto de las habitaciones a menos que tuviera invitados y cada día tenía menos.

-Sobre el trabajo...

Él levantó la mirada, sorprendido.

-¿Qué trabajo?

-El de ama de llaves. Me llamaste hace un par de semanas para darme la enhorabuena por Kit y me dijiste que estabas buscando a alguien.

Ben pensó en la señora Greer, que llevaba años con él. Aunque era un ama de llaves perfecta, no sabía cocinar y él quería encontrar a alguien que cocinase y limpiase a la vez. Aunque, si Liv necesitaba ese trabajo para salvar su orgullo... ¿por qué no?

Tendría que cocinar para ella y los niños, de modo que hacerlo para él no sería una carga. Además, así se quedaría algún tiempo y él podría cuidar de ella y de sus hijos.

Y tendría compañía.

Ben se dejó caer sobre el respaldo del sillón.

-¿Qué calificaciones tienes? -preguntó. Para su asombro, ella se tomó la pregunta en serio.

-No tengo ninguna -contestó, poniéndose colorada-. Pero aprenderé.

Ben se levantó y dio un paso hacia ella, con una sonrisa en los labios. -Me has convencido. Puedes empezar hoy. ¿Dónde está ese té?

Liv se dio cuenta de que, con los nervios, había aplastado las bolsitas de té con la cuchara y volvió a ponerse colorada.

-Tengo que volver a hacerlo. Parece que se han roto las bolsas.

Ben cerró los ojos y rezó para que aquello no fuera una profecía sobre su futuro gastronómico.