Capítulo 8
Las cosas empezaron a mejorar a partir del día siguiente. Ben la ayudó a llevar sus cosas de vuelta a su habitación y tenía la cama para ella sola.
Lo curioso era que no podía dormir bien sin tenerlo a su lado.
Liv tuvo que mentir a la señora Greer y decirle que en los armarios de Ben no había sitio para su ropa y que, durante unos meses, seguiría durmiendo en su habitación para no despertar a Ben cuando tuviera que darle el pecho al niño.
-Lo que usted diga -murmuró la señora Greer. Pero Liv sabía que no creía una palabra.
Lo que más le preocupaba era el dinero. Con lo que le habían dado por sus vestidos había comprado ropa para los niños, pero Missy necesitaba un abrigo nuevo y la ropa infantil era cara.
Kate apareció al rescate. -Yo tengo muchas cosas para Kit. Ven a mi casa a echar un vistazo.
-¿Y si tienes otro niño?
-De eso nada. Ya tengo tres y no pienso tener más.
Después de meter a los niños en el cochecito fueron a casa de Kate a echar un vistazo a la ropa y casi acabaron pegándose porque Liv insistía en pagar por ella.
-No -le dijo Kate-. No pienso dejar que me des un céntimo. Es ridículo.
-De acuerdo -asintió Liv por fin-. Pero si vuelves a quedarte embarazada, te lo devolveré todo.
-A menos que tú tengas otro, claro -dijo Kate-. ¿No piensas tener un hijo con Ben? Los hombres siempre quieren tener hijos para que lleven su apellido y él es hijo único, además.
Liv se quedó sorprendida. Era algo en lo que no había pensado. Sabía que Ben deseaba tener hijos, pero no con ella. Quizá con la mujer que le había roto el corazón, pero no con ella.
Liv se llevó la ropa a casa y la metió en la lavadora. Después, le quitó el pañal a Missy para empezar a enseñarla que tenía que avisar cuando quisiera ir al cuarto de baño.
-¿Qué te parece, Missy? ¿Quieres que te quite el pañal para ver si puedes hacerlo en el orinal?
-Olinal.
Para la niña aquello era un juego y funcionó. Para asombro de Liv, Missy se levantó un momento después y le mostró su «regalo», orgullosa.
Liv abrazó a su hija, riendo.
-¿Nos ponemos el pañal otra vez? -sugirió, pero Missy la miró, indignada. Liv la dejó al cuidado de la señora Greer y fue al supermercado a comprar más pañales.
Y ya que estaba allí, compró también salmón para cenar.
Tendría que pedirle a Ben más dinero, pensaba mientras volvía a casa, sintiéndose culpable. Los pañales eran caros, igual que todo lo demás. Sin embargo, no le parecía justo que Ben tuviera que pagarlo todo cuando ella no estaba en posición de devolver nada.
No era una esposa de verdad. El pobre volvía a casa por las noches y se encontraba un caos en la cocina, cenaba mal, se iba a la cama solo y se marchaba a trabajar por la mañana antes de que ella se hubiera levantado.
Liv suspiró mientras salía del coche. Cuando entró en la casa, se encontró a la señora Greer nerviosa y a Missy llorando porque había tenido un «accidente» en la alfombra del salón.
-No llores, cariño. Solo es un poquito de pipí.
-No pipí -lloró la niña. La señora Greer se encogió de hombros.
Oh, cielos. Y, encima, le estropeaban las alfombras.
-He comprado pañales nuevos. ¿Quieres probártelos? -sugirió. Missy asintió con tristeza. La niña estaba tan cansada que pronto se quedó dormidita.
Mientras los niños dormían, Liv limpió la cocina, echó un vistazo a la alfombra que la señora Greer había limpiado y empezó a preparar la cena.
Pero antes de que se diera cuenta, los niños volvieron a despertarse. Cuando Ben volvió de la oficina, Missy corría por la casa medio desnuda, dejando juguetes por todas partes y Kit estaba llorando a pleno pulmón.
-Hola -dijo Ben, con el culito de Missy sobre la manga de su chaqueta. Sin darse cuenta, golpeó el orinal con el pie y el contenido fue a parar al suelo-. ¿Eso es un orinal? -preguntó, con expresión cómica.
Liv asintió, avergonzada.
-Lo siento. Se me ha olvidado quitarlo de en medio. Te has manchado el pantalón.
-No importa, tenía que llevarlo al tinte. Pero creo que también me he mojado los calcetines.
Liv limpió el suelo y tiró el contenido del orinal, regañándose a sí misma por no haberlo vaciado antes.
-Me temo que hemos tenido otro accidente en la alfombra del salón.
-No pasa nada -sonrió Ben, dejando a la niña en el suelo y besando a Liv en la mejilla-. ¿Estás bien?
Ella asintió.
-Siento que la casa esté hecha un desastre. Es uno de esos días.
-Dímelo a mí. Mi secretaria acaba de decirme que se marcha antes de que termine el año. ¿No sabrás usar un ordenador?
-No. Lo siento.
-Ya encontraré a alguien. Puede que le robe la secretaria a mi gerente. Se pondrá furioso, pero en fin... ¿Qué hay de cena?
-Salmón.
-Vaya. Te estás volviendo aventurera.
-Es lo más fácil de hacer -confesó ella.
Después de bañar a los niños y meterlos en la cama, Liv se concentró en la cena.
Solo tenía que calentar el salmón en una plancha, con un poco de sal y pimienta, pero le quedó demasiado hecho. -Está rico -dijo Ben-. Venga, relájate. Toma un poco de vino. Has tenido un mal día.
-¿Y tú no?
-Regular. ¿Los niños te han vuelto loca?
-La verdad es que me encanta estar con ellos, pero es un trabajo en el que se invierten las veinticuatro horas del día.
-Vaya, por fin te has dado cuenta.
-Pero todas las mujeres cuidan de sus hijos y llevan la casa al mismo tiempo.
-Y lo pasan fatal.
Kate no, pensó ella. Pero Kate siempre había sido una chica muy eficiente.
Liv tomó la copa de vino, preguntándose cómo sacaría el tema de los hijos. Al final, decidió hacerlo como lo hacía todo, de frente.
-¿Quieres tener un hijo, Ben? -preguntó, sin rodeos.
-¿Qué?
-Te he preguntado si quieres tener un hijo.
-¿Qué estás diciendo, Liv?
-Ya sé que nosotros no tenemos ese tipo de relación, pero si quieres que tengamos un niño... bueno, hay otras formas. La tecnología es muy avanzada.
-Me parece que no -dijo él, echándose hacia atrás en la silla-. Además, ya tienes dos. ¿No son suficientes?
-Solo era una idea. Había pensado que si teníamos un hijo sería más bonito para ti volver a casa cada noche.
-Yo no tengo ningún problema. Me gusta el caos de tus hijos. Es mucho mejor que estar solo. Pero otro niño... No, Liv. Así no.
Liv respiró profundamente, buscando valor.
-Siempre podríamos hacerlo de... la forma habitual.
-No, Liv. Sin amor, no. No estaría bien.
-Solo era una idea -murmuró ella, levantándose-. Voy a preparar café.
-La verdad es que yo tengo mucho trabajo -dijo Ben entonces-. Debería volver a la oficina.
Unos minutos después, se había marchado y el silencio la envolvía como una mortaja.
-Solo era una idea -repitió para sí misma, mientras limpiaba la mesa con lágrimas en los ojos-. Eres una tonta. Ya sabías lo que iba a decir. ¿Por qué has tenido que sugerirlo?
Liv se duchó y se metió en la cama, agotada. A medianoche, oyó a Ben subir la escalera y la angustia que su ausencia le producía disminuyó un poco.
Aunque tuvieran problemas, tenerlo cerca era mejor que no tenerlo y Liv se prometió así misma hacer lo posible para que su vida familiar fuera lo más agradable posible. Era lo menos que podía hacer.
Liv fue a la tienda de ropa de segunda mano y la dueña le dio otro cheque.
-Sus vestidos se venden muy bien.
-Estupendo. Tengo que comprarle un abrigo a mi hija. ¿No tendrá ropa de niño?
-No, pero al final de la calle hay una tienda de ropa infantil de segunda mano.
Liv encontró unas cosas preciosas para Missy. Le compró un abrigo, un sombrero, unos pantalones y un par de pijamas. Y se fue a casa satisfecha. No había tenido que pedirle dinero a Ben y eso la hacía feliz.
Más tarde, le mostró lo que había comprado, pero la expresión de él no era de alegría.
-Yo habría comprado todo esto, Liv.
-Son mis hijos, Ben. ¿Por qué ibas a pagarlo tú?
-Porque eres mi mujer.
-Solo de nombre.
Ben suspiró, pasándose la mano por el pelo.
-Creí que habíamos dejado eso claro.
-Y yo también. Creí que entendías que yo quiero ser independiente.
-¡Maldita sea, Liv, estamos casados! No tienes que ser independiente.
-Claro que sí -insistió ella-. No son tus hijos y no tienes que mantenerlos.
-Pero los quiero y me encantaría adoptarlos, Liv. Me da igual no ser su padre biológico. ¡No quiero que se pongan ropa de segunda mano por tu maldito orgullo! -exclamó Ben. Había levantado la voz, algo que no solía hacer-. Lo siento. Me resulta difícil que no aceptes mi ayuda. Creí que esto era algo que podría hacer por ti y por tus hijos, creí que podía daros seguridad, comida, ropa, algo para devolver el calor que traéis a mi vida. Pero no me dejas, Liv. No me dejas ser parte de la familia y eso me duele.
Liv tuvo que tragarse las lágrimas. ¿Así era como él lo veía?
-Ben, yo no quiero dejarte fuera. Pero tampoco quiero caridad.
-No seas tonta -murmuró él, abrazándola-. No es caridad. A veces me siento culpable porque creo que te he obligado a casarte conmigo. Al menos, deja que alivie mi conciencia haciendo algo por los niños.
-Ya estás haciendo algo. Les has dado un hogar y tu amor. Eso vale más que nada -dijo Liv, apartándose con desgana-. Pero sigo queriendo ser independiente. Estoy acostumbrada a tener mi propio dinero y me gusta comprar cosas por capricho.
-¡Pues compra lo que quieras! No me importa.
-Pero a mí, sí -insistió ella, sin mirarlo-. Como te dije, me gustaría volver a trabajar como modelo para ganar algo de dinero.
Ben se quedó en silencio durante unos segundos.
-¿De verdad quieres volver a esa vida?
-Es lo único que sé hacer. Y se gana mucho dinero, Ben. ¿Por qué no?
Él no contestó. En lugar de hacerlo, salió de la cocina y se encerró en su estudio.
Al día siguiente, Liv tomó el tren para visitar a su representante en Londres. Estaba lloviendo y cuando entró en las oficinas, tenía el pelo aplastado sobre la frente.
-Hola -sonrió alegremente a la recepcionista.
-¿A quién quería ver?
-Soy Liv Kensington -dijo Liv, deprimida porque la joven no la había reconocido-. Quiero ver a David.
-El señor Hamilton no ve a nadie que no tenga cita previa. Tendrá que hablar con su secretaria...
-¿Wendy?
-No. Wendy se marchó. Se llama Clara. ¿Quiere que le diga que baje?
-No hace falta. Subiré yo.
-No puede.
-Claro que puedo -replicó Liv, tomando el ascensor. David la vería, seguro.
Y lo hizo. Pero la tuvo media hora esperando en el vestíbulo.
-Lo siento, cariño. Tenía una reunión. ¿Cómo estás? Me han dicho que te has casado.
-La verdad es que he venido a verte porque quiero volver.
-¿Volver? ¿Qué quieres decir?
-Volver a trabajar. No como antes, claro. Ahora tengo dos hijos.
-Pero Liv, cariño, nadie querría contratarte. Estás pasada de moda. Tu cara está olvidada, más que olvidada, para ser brutalmente sincero. Y no digamos nada de tu cuerpo. Espero que no te enfades, pero los niños no te han hecho ningún favor. ¿Cuánto tiempo tiene el pequeño?
-Diez semanas -contestó ella, casi sin voz.
-Francamente, cariño, tienes que perder peso y aún así, no sé. No vas a poder hacer pasarela y de fotografías, nada. Quizá puedas hacer algún catálogo, pero si te digo la verdad, va a ser difícil. Ahora se buscan caras diferentes, gente muy joven y muy delgada. Liv lo miró, furiosa.
-Me marcho, David. Gracias por tu tiempo.
-De nada. Oye, dale un beso a tus niños...
Liv salió de la oficina sin mirar atrás y esperó hasta estar en la calle para soltar la primera lágrima. Después de eso, caminó sin rumbo durante horas hasta que se dio cuenta de que se había hecho de noche y tuvo que tomar un taxi para ir a la estación.
Cuando llegó a casa, Ben la estaba esperando con cara de pocos amigos.
-¿Dónde demonios has estado? La señora Greer ha tenido que marcharse a casa porque su marido se ha puesto enfermo, Kit no ha querido tomar el biberón y Missy no para de llorar. ¿Qué ha pasado?
-He ido a ver a David -contestó ella-. Para hablar sobre el trabajo de modelo.
-¿Y?
Liv tragó saliva.
-Me ha dicho que... que no hay posibilidad. Estoy pasada de moda.
Ben la tomó en sus brazos, suspirando.
-Liv, lo siento.
Aquello era demasiado. Después del rechazo de David y de pasear sin rumbo por Londres con los pies destrozados, la amabilidad de Ben era demasiado y Liv lloró hasta quedarse sin lágrimas. -No tenía por qué haber sido tan brutalmente sincero -murmuró después, quitándose las botas. Tenía una ampolla en la planta del pie y estaba exhausta.
-¿Por qué no vas a darte un baño? Te llevaré una taza de té.
La idea de un baño caliente era demasiado tentadora.
-¿Dónde están los niños?
-En la cama. Venga, ve a darte un baño.
Liv subió al cuarto de baño y echó en el agua una enorme cantidad de gel para esconderse bajo las pompas de jabón. No necesitaba más recordatorios de que ya no era la hermosa modelo que había sido.
-¡Más delgadas, más jóvenes!
Pero sabía que David tenía razón. Las modelos que triunfaban en aquel momento tenían menos de veinte años y la talla treinta y cuatro. Ni siquiera podía hacer fotografías porque su cara estaba pasada de moda. Se llevaban las latinas, las exóticas. Y ella era una madre, una esposa, aunque solo fuera de nombre. Y había sido demasiado famosa como para hacer catálogos. Sería una humillación.
Liv se mordió los labios. Tenía que haber algo para ella. No podía volver a la universidad con dos niños tan pequeños...
En ese momento, Ben llamó a la puerta. -Te traigo el té. ¿Puedo pasar?
Liv comprobó que no se le veía nada bajo las burbujas. Aunque hubiera dado igual que se le viera porque Ben no estaba interesado en ella, ni siquiera la encontraba atractiva.
-Entra.
-¿Te encuentras mejor?
-Un poco. Lamento haberte preocupado.
-Olvídalo. Voy a comprarte un móvil para que esto no vuelva a pasar. Y deja de matarte con lo de tu independencia, Liv. Ya habrá tiempo para preocuparte de eso. Los niños te necesitan en casa y tú los necesitas a ellos.
Ben dejó la taza de té sobre la bañera, le dio un beso en la frente y volvió a salir.
Liv suspiró. El tenía razón. Ya habría tiempo para ser independiente. Por el momento, llevaría la cuenta de lo que le debía y, algún día, se lo pagaría todo.
Liv Kensington nunca había dependido de nadie y no pensaba hacerlo.