18
Media hora después, me encuentro, con las piernas temblando, ante las enormes y ornamentadas puertas dobles de madera que se abren al patio. Por las veces que he visto las retransmisiones, sé que los acusados entran y salen de la Torre del Reloj para dirigirse a la sala del Tribunal, dando al público y a los medios de comunicación la oportunidad de verlos y expresar sus sentimientos. Papá y mamá están conmigo; mamá me coge de un brazo y el señor Berry del otro. Tina y Bark flanquean el grupo.
El señor Berry se ajusta la corbata.
—¿Está bien? —le pregunta a Tina.
Ella asiente y lanza una mirada significativa a Bark.
Tomo aliento mientras se abren las puertas, antes de enfrentarme a una visión y un bullicio para el que no estaba preparada. Lo primero que veo es una calabaza que vuela directamente hacia mí y me golpea en el pecho. Los abucheos y los silbidos llenan mis oídos y mi cabeza. El señor Berry empieza a caminar llevándome con él y, por un instante, percibo las dudas de mamá. Pero entonces, como si estuviera en una pasarela, da un paso al frente y se coloca a mi lado, me hace levantar la barbilla e intenta esquivar la harina, los huevos y los escupitajos que nos arroja el público.
El señor Berry no deja de darme órdenes sin abandonar su sonrisa. Sonríe, no sonrías, levanta la barbilla, no parezcas preocupada ni culpable, no reacciones, no hagas caso de ese hombre, cuidado con esa mierda de perro. Y siempre con su sonrisa perfecta, hoyuelo incluido.
Aprieto la mano de mamá y le echo un rápido vistazo. Va cogida del brazo de mi padre, cabeza alta, expresión completamente serena, cabello perfectamente peinado y rematado por un elaborado moño. Intento copiarla. Nada fuera de lugar. Compostura, inocencia, serenidad. Perfección.
Las cámaras me enfocan, los flashes me ciegan. Oigo algunas preguntas, otras no.
—¿Eres una imperfecta, Celestine?
—¿De qué diseñador es la ropa que llevas?
—¿Crees que tendrás un juicio justo?
—¿Esperas el mismo veredicto que Jimmy Child?
—¿Cuál es tu cantante favorito?
—¿Es cierto que te has operado la nariz?
—¿Qué opinas de la actual relación entre el gobierno y el Tribunal?
Pienso en todos aquellos que han hecho este recorrido a lo largo de las décadas, que han ido perfectos y regresado imperfectos. Un patio lleno de abucheos y condenas, empedrado de prejuicios, y lo único que se recuerda de él son los insultos y no el resultado. Me acuerdo de Carrick, que volvió esta mañana con la camiseta manchada de harina. Ahora sé el motivo. Para el resto del mundo representamos su peor pesadilla, chivos expiatorios por todo lo malo de sus vidas.
Las cámaras de televisión se centran en mi cara, y siento que jamás en mi vida he dado un paseo más largo. Micrófonos, burlas, abucheos, silbidos. Noto que me tiemblan los músculos de la cara y me pregunto si los demás lo advertirán. Echo un rápido vistazo a los rostros de la multitud. Son rostros de gente normal, pero que reflejan odio. Algunos solo están interesados en ver lo que ocurre, mientras que otros parecen desencajados de rabia. Una mujer me mira y asiente con la cabeza. Es un gesto respetuoso y le agradezco el esfuerzo.
Y, de repente, ya hemos entrado en el edificio.
—Creo que necesitamos convencer a la gente de nuestra historia —susurra el señor Berry, un poco alterado mientras sacude la pechera de su traje.
Tres jueces con togas rojas se sientan en un estrado que domina la sala, la mayor parte de la cual está ocupada por filas de sillas. No es la típica sala de un tribunal, sino el salón de actos del viejo castillo. No hay un solo asiento libre y, tras las sillas, se agolpa más público, de pie y apretujado. En un primer momento creo que se trata de la prensa, pero al fijarme mejor descubro que muchos llevan brazaletes y que son imperfectos. Están separados de dos en dos por un periodista o un espectador del público, tal como establecen las reglas de los imperfectos.
Me siento ante una mesa situada frente a las hileras de sillas con el señor Berry a mi lado.
Papá y mamá lo hacen en la primera fila, justo detrás de mí. No veo ni rastro de Juniper. Busco desesperadamente a Art, esperando que su mera visión me dé un chute de energía, pero no lo localizo y eso me rompe el corazón. En cambio, sí descubro a mi abuelo, y casi me echo a llorar. Me saluda tocándose ligeramente el ala del sombrero.
Bosco me pide que me levante.
—Celestine North —comienza—, te presentas ante este Tribunal acusada de ser una ciudadana imperfecta de este país por haber cometido un error de juicio, como resultado del cual afrontas la posible expulsión de la sociedad. ¿Te declaras culpable o inocente de esta acusación?
—Inocente —respondo. Mi voz suena diminuta en la enorme sala, y me alegra que todo haya acabado para mí. Eso es lo único que tengo que decir hoy, porque me tiemblan tanto las piernas que temo que me fallen en cualquier momento.
—Muy bien —dice Bosco—. Tomamos nota, y en el transcurso del proceso escucharemos tanto testimonios de los hechos como testimonios acerca de tu carácter. Ahora puedes marcharte a tu casa. Mañana por la mañana volverás a presentarte ante este tribunal para…
—Un momento, juez Crevan —interrumpe la jueza Sanchez—. El juez Jackson y yo misma quisiéramos presentar una moción para que la señorita North permanezca en nuestras celdas de retención hasta que se celebre el juicio.
Bosco parece sorprendido.
—Debido a la posición social de la señorita North y la atención despertada por este caso —continúa Sanchez—, creemos que la vuelta a su casa, a su vida, podría darle la oportunidad, o dársela a otros, de usar su situación y a ella misma en su provecho.
—Es la primera vez que escucho esa argumentación y me opongo —dice Bosco con rabia—. Solo mantenemos detenido a un acusado si hay riesgo de fuga, y ese no es el caso de la señorita North. Le sería imposible desaparecer dada la atención pública que ha despertado.
—Cierto, juez Crevan, pero, dada esa atención pública que menciona, nos gustaría que este caso no se convirtiera en un circo, en un espectáculo mediático.
—Pero si se queda en casa, sin hablar con nadie…
—Lo mismo le dijimos a Jimmy Child, y todos sabemos que esa prohibición no fue respetada.
Bosco parece tan enfurecido como si las palabras de su colega fueran una acusación personal.
—La señorita North no es el señor Child.
—No, no lo es, pero hemos aprendido de nuestro error. En interés del Tribunal, creemos que la acusada debe quedar confinada entre los muros de Highland Castle.
—Lo discutiremos en mi despacho, no es algo que deba ser…
—Propongo la moción —lo interrumpe fríamente la jueza Sanchez.
—Y yo la secundo —interviene el juez Jackson.
—Y yo me opongo —dice Bosco, perplejo por la evolución de los acontecimientos—. Solo es una niña.
—Cumplirá dieciocho años dentro de seis meses y su celda está separada del resto. Solo otro acusado de dieciocho años ocupa una celda contigua, que es lo mejor que tenemos dadas las circunstancias.
Bosco se queda mudo.
—Queda decidido, pues —anuncia la jueza Sanchez, golpeando con su mazo el taco de madera—. Celestine North seguirá en su celda mientras dure el juicio.
La sala estalla de furia.
El señor Berry, aturdido, observa a Bosco en silencio, mientras el resto de la sala bulle de movimiento.
—¿Cómo ha podido pasar esto? —le pregunta mamá al señor Berry, que permanece tan inmóvil que da la impresión de que no la ha oído. Le sujeta la manga de su traje diplomático a rayas rosas—. ¿Cómo ha podido dejar que ocurra?
—Aquí hay algo raro —susurra, más para sí que como respuesta.
Me mira y percibo una grieta en su apariencia flemática. Detecto lástima en sus ojos y eso es algo que, viniendo de él, me aterroriza.
—Lo siento, señorita North —añade—, parece que los enemigos del juez Crevan también han decidido utilizarte como peón en su juego.