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Me doy cuenta de que el chico de la celda se yergue atento en su cama. Veo el destello rojizo antes de verlo a él. El juez Crevan es como un ser alado con su capa roja flameando tras él. Me fijo en su cabello rubio, en sus centelleantes ojos azules, y pienso en Art. Y me siento en casa, a salvo. Me sonríe a través del cristal blindado, y unas arruguitas aparecen en la comisura de sus ojos como siempre. Y me relajo. Me siento más segura.

—Celestine —me saluda, en cuanto Tina le deja entrar en la celda. Sonríe mostrando sus dientes blancos, perfectos, y abre los brazos. Al hacerlo, parece que esté extendiendo sus alas para acogerme. Corro hacia él, cierra los brazos y la capa roja me rodea, haciendo que me sienta protegida, como envuelta en un capullo. Todo se solucionará. Bosco me cuidará, no dejará que me condenen.

Al abrazarme, mi mejilla presiona contra la enseña de su pecho. Estoy cara a cara con la enseña del Tribunal y su lema: «Administradores de la Perfección».

Me da un beso en la cabeza y me suelta.

—Sentémonos, Celestine, tenemos mucho de qué hablar —dice, clavando en mí su célebre mirada severa.

Como siempre, la encuentro cómica, caricaturesca, no es la del hombre que estoy acostumbrada a ver en su casa.

Reprimo la risa nerviosa que pugna por asomar a mis labios. Reírme ahora no sería nada conveniente.

—Las cosas van a ser muy difíciles para ti en los próximos días, pero entre todos lo solucionaremos, ¿de acuerdo?

Mira a papá, que, de repente, parece completamente exhausto. Y, por primera vez, pienso en lo que tendrá que decirle a la gente con la que trabaja, en cómo va a poder dirigir una cadena de televisión cuando su propia hija copa los titulares del día.

Asiento a las palabras de Bosco.

—Tendrás que escucharme y hacer lo que te diga.

Vuelvo a asentir con la cabeza.

—Lo hará, lo hará —confirma mamá firmemente, muy rígida en su silla.

Bosco me mira, esperando mi respuesta.

—Lo haré.

—Bien, veamos. —Saca una tablet, manipula su superficie y veo pasar varios documentos. Termina suspirando y sacudiendo la cabeza—. Ese sinsentido del autobús de esta mañana… Art me lo contó todo.

No me sorprende. No creo que Art tuviera elección, y lamento otra vez que mis actos afecten a la gente que quiero. Doy por supuesto que Art le ha dicho la verdad, él nunca le ha mentido a su padre. Pero ¿lo habrá hecho por mí, para protegerme? De repente, no estoy segura de lo que tengo que contarle a Bosco, especialmente cuando mis padres me han recomendado que mienta.

—Por desgracia —sigue Bosco—, ya hay gente que quiere aprovechar tu relación con Art para obtener ventaja y socavar el trabajo del Tribunal. Es una minoría, por supuesto, pero quieren utilizarte como un peón en su juego. —Hace una pausa para mirar a mis padres y vuelve a centrar su atención en mí—. Este es un momento extraordinariamente delicado debido al veredicto de Jimmy Child de esta mañana, ya que la gente cree que he sido demasiado indulgente con él. Pero tú, Celestine, siempre has sido una de mis mayores simpatizantes. Todo saldrá bien…

Sonrío, aliviada.

—Tengo mis notas, pero quiero oír tu propia versión de lo que ha pasado esta mañana —añade.

Me pregunto qué le habrá dicho Art, pero decido contar la verdad, deseando que eso no lo meta en un lío. Al fin y al cabo, había treinta personas más en el autobús que testificarán haber visto exactamente lo mismo. Todo lo que tengo que decir es que sé que me equivoqué. Y eso debería ser fácil.

—Dos señoras habían ocupado los asientos destinados a los imperfectos —comienzo—. Una tenía la pierna rota, y se sentó allí porque así disponía de más espacio para acomodarla. La otra era su amiga. Un imperfecto subió al autobús y no había sitio donde pudiera sentarse. Empezó a toser, se doblaba sobre sí mismo, apenas podía tenerse en pie. Su tos empeoraba y empeoraba, y le pedí a la señora que no tenía la pierna rota…

—Margaret —me interrumpe Bosco mirándome fijamente, analizando cada palabra, cada cambio de expresión, cada mínimo movimiento. Me concentro en mi relato.

—Sí, Margaret —dije—. Le pedí que si podía cambiar de asiento para dejarle sitio al anciano.

—¿Por qué?

—Porque…

—Porque estaba molestando a los pasajeros del autobús, por eso —vuelve a interrumpirme—. Porque la asquerosa infección de ese imperfecto estaba contaminando a la buena gente de nuestra sociedad, y tú estabas preocupada por ellos y por ti misma.

Me quedo con la boca abierta sin saber qué decir. Miro a mamá, que asiente con sangre fría, mientras que papá aprieta los dientes y no levanta la mirada de la mesa. No sé qué decir. Esto no es lo que esperaba.

—Continúa —me anima Bosco.

—Bien, pues… Las dos mujeres no quisieron moverse, y pensé que a lo mejor había un médico en el autobús.

—Para impedir que su asquerosa enfermedad se extendiera —apunta Bosco—. Estabas pensando en la seguridad de los pasajeros del autobús, en protegerlos de los peligros del imperfecto. Sigue.

—Como no había ningún médico, le pedí al chófer que detuviera el autobús.

—¿Por qué?

—Para ayudar…

—Para que bajara del autobús —rectifica Bosco—. Para deshacerte de él. Para que el aire que respiraban los pasajeros estuviese más limpio, menos contaminado. De hecho, eres una heroína. Es lo que cree el público en estos momentos. Es lo que ha estado diciendo Pia las últimas dos horas. La gente se está reuniendo ante la puerta del Tribunal para aplaudirte, para darle las gracias a la heroína que se enfrentó a un imperfecto.

Me quedo con la boca abierta y miro a papá. Ahora comprendo por qué parece tan destrozado. ¿Se ha pasado toda la mañana preparando esa historia?

—Solo hay un problema —sigue Bosco—. Lo ayudaste a sentarse. En un asiento no autorizado a los imperfectos. Y ahí es donde mis colegas y yo disentimos; me he pasado una hora discutiendo con ellos. No le hemos mencionado esa parte a Pia, pero, por supuesto, había media docena de personas en ese autobús que ratifican ese detalle. Es probable incluso que lo hayan grabado.

Vuelve a mirar a papá, y papá asiente. Ya ha recibido esas imágenes, grabadas con el teléfono de alguien y enviadas directamente a la cadena de televisión. Es casi seguro que se ha pasado la mañana intentando que no se emitan, pues sabe lo que pasaría si eso ocurriera.

—No me cabe duda de que tu padre hará todo lo necesario para asegurarse de que esas imágenes nunca salgan a la luz.

La frase me suena a amenaza.

—Ya te he dicho que hago cuanto puedo —se defiende papá, mirándolo fijamente.

Bosco aguanta su mirada y durante unos segundos se observan impasibles.

Mamá carraspea para romper el hielo.

—Tras escuchar tu testimonio, me atrevería a decir que esta acusación es una grave injusticia —dice Bosco por fin—. Alguien que en realidad estaba ayudando al Tribunal no puede ser condenado como imperfecto. No obstante, mis compañeros jueces no están de acuerdo. Ni conmigo, ni entre sí. Normalmente, el juez Jackson, que suele ser un hombre razonable, cree que cometiste un error de juicio y pide un veredicto de imperfecta. La jueza Sanchez opina que ayudaste y socorriste a un imperfecto, lo que comporta una pena de prisión.

Mamá jadea, yo me quedo helada y papá no hace nada. Probablemente ya estaba al corriente.

—Como bien sabes, la prisión mínima por ayudar a un imperfecto es de dieciocho meses, pero teniendo en cuenta que esa ayuda fue ofrecida públicamente, en un medio de transporte igualmente público, ante unas treinta personas, se considera un delito grave. Hemos discutido eso una y otra vez. —Suspira y advierto el agotamiento, el auténtico disgusto por lo que está pasando—. Al final, hemos llegado a un acuerdo: tres años. Pero saldrás libre en dos años y dos meses.