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Aquella tarde regresó a su casa sin leña.
Su mujer no tenía ni un centavito para los alimentos del día siguiente, los que se obtenían siempre con el producto de la venta de la leña llevada la tarde anterior. Pero no le reprochó su pereza; en aquellos momentos estaba invadida por una sensación encantadora. Por la tarde, cuando lavaba los andrajos de los niños, un extraño rayo dorado, que al parecer no partía del sol, había penetrado todo su cuerpo, y al mismo tiempo había oído dentro de su corazón las dulces notas de una canción venida de muy lejos. A partir de aquel momento, sintió como si caminara suspendida en el espacio y no podía recordar haber gozado jamás de la serenidad de espíritu que la invadía. No comunicó nada de cuanto le ocurría a su marido; lo guardó para sí como una propiedad sagrada.
Cuando sirvió la cena, su rostro se hallaba iluminado aún por aquel rayo dorado. Hasta su marido se percató de ello cuando la miró casualmente, pero no hizo comentario alguno porque estaba demasiado ocupado pensando en sus experiencias de aquel día.
Antes de acostarse aquella noche, más tarde que de costumbre, ya que había dormido bien durante el día allá en el bosque, su esposa le preguntó tímidamente:
—¿Cómo estuvo el pavo, querido esposo?
—¿Por qué preguntas eso? ¿Qué quieres decir? Estaba perfectamente hasta donde a mí me es posible juzgar, dada la poca experiencia que tengo de comer pavo.
No dijo una sola palabra acerca de sus visitantes.
Al día siguiente la familia sufriría de hambre. El desayuno, incluyendo el de Macario, fue como de costumbre, en extremo frugal. Aquella mañana la esposa tuvo necesidad de reducirlo más aún con el propósito de que alcanzase para dos comidas más.
Macario acabó en seguida con el bocado de frijoles negros que le sirvieron. No se quejó porque comprendió que toda la culpa era suya. Tomó su machete, su hacha y sus cuerdas y se lanzó al bosque en la mañana nublada.
A juzgar por la forma natural en que se dirigía a cumplir con su dura labor, parecía haber olvidado la medicina y todos los acontecimientos a los que estaba ligado.
Apenas había dado unos cuantos pasos cuando su mujer lo llamó y le dijo:
—Macario, tu guaje todavía está lleno de agua. ¿Quieres que la tire y le ponga otra nueva? —preguntó mientras jugaba con el tapón.
—Sí, está lleno todavía —admitió él sin temer ni por un instante que su esposa obrara con precipitación tirando el precioso líquido—. Ayer bebí en el arroyito. Dame el guaje lleno como está.
Camino del bosque y a una regular distancia de su casa, que era la última en aquel lado del pueblo, escondió el guaje entre la maleza, enterrándolo.
Aquella noche regresó con la mayor carga de buena leña que había conseguido en muchos meses. Fue vendida en tres reales al primer intento que los hijos mayores hicieron por lograrlo. La familia se sintió poseedora de un millón.