–¿Y eso lo sabes sólo con haber leído dos renglones de mi diario?
Oh, mierda. Intentó encogerse de hombros y ocultar la verdad.
–Bueno, sí.
Ella no se dejó engañar ni por un segundo.
–Has leído mi diario. – Ni siquiera era una pregunta.
–Sólo un poco. Diez páginas.
–¿Diez páginas?
–Ese cuento que escribiste sobre Jane…
–¡Eso era particular!
–Era muy bueno. – Sabía que estaba equivocado, y eso lo hizo enfurecerse de nuevo, contra ella, contra sí mismo, contra el entero. Quería que Allie se quedara, y a la vez no quería-. Deberías dedicarte a escribir -dijo otra vez-. Limpiar casas… Es lo más estúpido que he oído en mi vida.
Alessandra estaba tan enfadada que temblaba.
–Sí, no soy famosa por ser superinteligente. Fíjate a quién he es cogido como amigo. No podría estar más equivocada contigo, Harry. Me alegro de haber descubierto la verdad antes de cometer alguna tontería auténtica, como enamorarme de ti.
Harry no pudo responder a aquello. ¿Qué iba a decir? Su rabia se transformó al instante en algo más frío, más duro. Algo que provocaba un profundo daño.
–Estaba… hm… pensando en darte algo de dinero -le dijo, asombrado de poder hablar a pesar del dolor que sentía en el pecho-. Ya sabes, para poder empezar, para pagar el primer mes de alquiler de un apartamento.
–No quiero tu dinero -replicó ella al tiempo que echaba a andar de nuevo-. No quiero nada de ti.
–Pero…
–Puedo vender mis anillos de compromiso y de boda. Ya no los necesito.
–No, Allie, por favor. No hagas eso. Yo te daré el dinero.
Ella dejó de caminar y se volvió hacia él.
–Ya no soy responsabilidad tuya -le dijo-. Vaya, qué fácil ha sido, ¿verdad? Ni siquiera te ha hecho falta firmar nada para librarte de mí. – Se apartó del coche-. Vete, Harry, no te necesito. Como ha dicho Shaun, estoy mejor sin ti.
Y se alejó, y esta vez Harry la dejó marchar.
Capitulo 17
–Se está haciendo tarde. ¿No tienes que marcharte dentro de poco? – George alzó la voz para que Kim lo oyera desde la cocina.
La chica asomó la cabeza por la puerta.
–Esta noche libro. He cambiado el turno con Paulette, de modo que mañana haré un turno doble.
–Oh, mierda -dijo George. Aquella era la noche en que por fin había convencido a Nicole de que viniera a hablar con él. Le había llevado casi una semana volver a hablar con él, y varios días encontrar una fecha que a ella le viniera bien y en la que Kim tuviera que trabajar.
Iba a llegar en cuestión de minutos.
Kim volvió a asomar la cabeza.
–¿Qué?
–Odio que tengas que hacer turnos dobles -se inventó a toda prisa.
–Pobrecito. – Kim le mandó un beso-. Estoy haciendo palomitas. ¿Quieres unas pocas?
–Eh… sí -dijo George, buscando frenético el teléfono inalámbrico entre los papeles y las revistas que había esparcidas sobre la mesa de centro. Lo agarró a toda prisa y marcó el número de Nicole, pero al cabo de dos timbres saltó el contestador automático. Aguardó el pitido y luego habló en el tono más bajo que pudo-: Soy yo. No vengas. Cambio de planes. Llámame.
Existía una posibilidad, si bien muy remota, de que Nicole escuchara los mensajes del contestador antes de salir.
–¿A quién estás llamando esta vez? – inquirió Kim, viniendo de la cocina con una bolsa de palomitas para el microondas y dos botellas de cerveza.
–Es… uno de los casos en los que estaba trabajando. He intentado llamar a uno de los otros agentes, pero… no estaba en casa.
Kim se sentó a su lado y le entregó una de las botellas.
–¿Se trata del caso en el que estabas trabajando cuando te dispararon? El de… cómo se llama, ese jefe mafioso de Long Island. ¿Trotta?
George sonrió y volvió a dejar el teléfono encima del desorden que atestaba la mesa.
–Ya sabes que no me permiten hablar de eso.
–Pero es muy emocionante. Quiero decir, podrían haberte matado. ¿No me merezco saber aunque sea sólo un poquito?
–Ya te has enterado de demasiado a base de fisgar en mi despacho.
Kim fingió sentirse insultada.
–¡No estaba fisgando! Vi ese expediente por casualidad.
–Te está creciendo la nariz.
Ella alzó una pierna y se sentó a horcajadas sobre las rodillas de George.
–Eso resulta muy gracioso. – Lo besó, y sólo con hacer eso desapareció toda diversión. Cuando se apartó para mirarlo, él sabía exactamente adónde se encaminaba la cosa. Y él se moría por ir en la misma dirección, excepto por el hecho de que Nicole estaba a punto de presentarse.
Tocó a Kim en la cara deslizando los dedos por la suave curva de su mejilla.
–Nena, estás acabando conmigo.
Ella sonrió. Fue una sonrisa muy juvenil, muy tímida, que a George le provocó una cierta opresión en el pecho. Dios, cuando lo miraba de aquella forma…
–¿Por qué te interesa tanto Michaél Trotta? – le preguntó.
Ella desvió la mirada y su sonrisa se esfumó.
–No lo sé. He oído cosas acerca de él. Es peligroso. Me asusta un poco pensar que podría hacerte daño a ti. Me asusta bastante.
–Y eso es todo -dijo George-. ¿No hay otro motivo?
Kim lo miró y aspiró profundamente como si fuera a decir algo. En aquel momento sonó el timbre de la puerta.
Era un momento de lo más inoportuno.
–Mierda -dijo George.
–¿Esperas a alguien? – preguntó Kim.
–No. – Embustero… Ayudó a Kim a levantarse y se estiró para coger sus muletas.
Kim corrió a la puerta.
–Ya abro yo.
–¡No! – gritó él, y Kim se quedó petrificada. Al ver su mirada de sorpresa, se aclaró la garganta-: Quiero decir que me dejes a mí. Por favor. No me gusta que abras tú la puerta a estas horas de la no che.
–Por Dios, George, siempre me haces sentir tan segura. – Espió por la mirilla y a continuación se volvió hacia él con una expresión ceñuda de sorpresa-. Es tu jefa.
George se obligó a fruncir el ceño y parecer perplejo.
–¿Nicole? ¿Qué estará haciendo aquí? – Embustero… Abrió la puerta-. Nic, vaya, qué sorpresa. – Elevó el tono de voz-. Sí, Kim, tenías razón. Es Nicole. ¿Qué te trae por aquí a estas horas, Nic, cuando no te esperaba en absoluto?
Nicole estaba guapa. Viniera de donde viniera, iba vestida con ropa de salir, no ropa de trabajo sin más. Un vestido negro que le daba un aire más femenino y que destacaba aquel cuerpo fibroso y atlético que normalmente ocultaba debajo de trajes de chaqueta. Llevaba c pelo más informal que de costumbre, hueco y con laca, y se había puesto perfume, uno que a él siempre lo había encantado.
Nicole arqueó una ceja perezosamente y sacudió la cabeza en un gesto negativo.
–Menos mal que no he usado mi llave -dijo en un tono apenas audible.
George compuso una mueca de dolor.
–Lo siento -articuló sin emitir sonido alguno.
Kim se asomó con cara alegre por detrás del hombro de George.
–Hola, Nicole. Menos mal que no has llegado cinco minutos más tarde, porque probablemente nos habrías encontrado desnudos.
Y George no habría acudido a abrir la puerta, y Nicole habría encontrado con su llave. La llave que no había devuelto después de mudar- se. Aquello habría sido horrible.
–Estás muy guapa -continuó Kim-. Esta visita no puede ser de trabajo…
–De hecho, sí -se inventó Nicole rápidamente-. Estaba por la zona y vi que tenías la luz encendida. Tengo un archivo de ordenador que quería volcar, es demasiado sensible para enviarlo por correo electrónico. – Extrajo del bolso una pequeña caja de disquetes y la abrió, y entregó uno de los discos a George con una sonrisa serena-.
¿Cuándo crees que tendrás un momento para echarle un vistazo?
–Mañana por la noche -respondió él-. Sin duda alguna. Kim tiene un turno doble que empieza a las… ¿A qué hora, nena?
–A las seis y media.
–Eso es, y dura hasta las dos de la madrugada.
–Bueno, no estoy segura de cómo está mi agenda -dijo Nic-, pero si estoy libre…, te daré un toque por teléfono.
–Estupendo -dijo George-. Porque, verás, mientras Kim no esté en casa, no practicaré el sexo salvaje, así que no interrumpirás nada. – ¿Pero por qué había dicho eso? Se había prometido a sí mis mo que se había terminado lo de atormentar a Nic. Y no quería ale jarla, quería acercarla. Tenía que hablar con ella.
–Bueno -dijo Nic secamente-. Eso es bastante más de lo que necesitaba saber. – Le dedicó una breve sonrisa a Kim-. Buenas noches. Siento haberos molestado.
George se guardó el disquete en el bolsillo de la camisa y después cerró la puerta con llave.
–¿No te parece que ha sido mucha coincidencia? – Kim estaba de pie cruzada de brazos y con los ojos ligeramente entornados.
–Hum -dijo George. ¿No? – Le estaría creciendo la nariz…
–Resulta que precisamente estaba por la zona -musitó Kim-. ¿Por casualidad va arreglada de arriba abajo y decide que precisame te ahora es el momento de traerte un disquete?
George sonrió débilmente.
–Ya, bueno… Ya sabes… Trabaja todo el tiempo. Por eso es ella la jefa, en vez de serlo yo.
–No -dijo Kim en tono decisivo-. Aquí hay algo más. ¿Sabes qué creo?
George alzó las manos en un gesto de rendición.
–¿Qué crees?
–Creo que está loca por ti.
George se ahogó.
–Eso es absurdo.
–No, hablo en serio. Creo que tu jefa quiere hacérselo contigo. He visto cómo te mira. ¿Y cuántos jefes cruzarían el estado entero para ir a ver a uno de sus empleados al hospital? – Sacudió negativa mente la cabeza-. No, George, estoy segura; mejor será que tengas cuidado con ella. Se muere por pillarte a solas en el ascensor.
–No sé -dijo George, usando sus muletas para maniobrar hasta el sofá. Kim no tenía ni idea de que Nic y él habían estado casados, y las chispas que había creído ver eran de furia, no de deseo. Bueno, tal vez un poco de deseo, sí; Nic y él siempre habían tenido sus mejo res momentos en la cama después de una pelea.
–Yo creo que esta noche ha venido con la esperanza de que yo no estuviera en casa.
–Y yo creo que te equivocas -mintió él. Kim se giró de repente.
–¡Te está creciendo la nariz!
George se sintió culpable.
–Yo no…
–En eso estábamos cuando nos interrumpieron de forma tan brusca. – Kim le sonrió con dulzura, ignorante de todo, gracias a Dios. Su sonrisa se tomó pícara-. ¿No ibas a hacerme no se que con esa nariz tan larga?
–¡Ahí viene otra vez! – La señora Gerty estaba asomada por la ven tana del frente-. Es uno de esos coches japoneses pequeños. De co lor rojo oscuro. Y el conductor parece un auténtico gamberro.
Alessandra no tuvo que acercarse a la ventana para saber quién iba en el coche, pero miró de todos modos para tranquilizar a la anciana.
–Es sólo Harry.
Llevaba casi una semana entera siguiéndola.
–Te está acechando -insistió la señora Gerty-. No, no toques las cortinas, se dará cuenta de que lo hemos descubierto.
–No es ningún asesino. Es una especie de… guardaespaldas.
–Harry nunca salía del coche; se limitaba a quedarse repantigado detrás del volante y la seguía a dondequiera que iba.
Había entrado en una rutina diaria. Se despertaba temprano, salía de su diminuto apartamento amueblado situado encima del garaje de los Yurgen e iba andando a la oficina de Merry Maids. La propietaria, Natalie MacGregor, tenía la suerte de verse abrumada por solicitudes de clientes, y la minúscula oficina se encontraba en un permanente estado de caos.
Allie pasaba aproximadamente una hora todas las mañanas organizando los pedidos por su proximidad y cerciorándose de que las camionetas estuvieran cargadas. Luego salía en una de las camionetas y corría de un encargo a otro hasta que regresaba a casa a eso de las siete, se daba una ducha y se dejaba caer en la cama con un libro. E in tentaba con todas sus fuerzas no echar de menos a Harry.
Durante la pasada semana, él no se le había acercado, ni siquiera le había dicho una sola palabra. Sólo la había seguido.
Aún estaba furiosa con él. Cuando lo descubrió por primera vez siguiéndole los pasos, se atrevió a albergar la esperanza de que, como todavía se encontraba en la ciudad, estuviera intentando arreglar las cosas con sus hijos. Pero se tropezó con Marge en el supermercado, y ésta le dijo que Harry no se quedaba con ellos. No había ido a verlos, ni había llamado, ni había pasado por allí. Se quedaba en el motel que había cerca de la carretera.
Excepto que Allie sabía que en realidad no dormía allí, pues lo veía sentado en su coche cuando regresaba a casa por la noche, y se guía estando allí, exactamente en el mismo sitio, cuando se despertaba por la mañana.
Por lo visto, su único objetivo consistía en cerciorarse a fondo de que Alessandra se encontraba a salvo. Al parecer, hablaba en serio cuando firmó los papeles en los que cedía la custodia de sus hijos.
Por muy enfadada que estuviera con él, lo echaba muchísimo de menos. Echaba de menos su incesante conversación, su basto sentido del humor. Hasta echaba de menos lo mal que hablaba. Pasaba la mayor parte de los días y todas las noches completamente sola. Excepto por el hecho de que estaba trabajando mucho, la falta de compañía era muy similar a cuando estaba casada con Griffin. Éste se ausentaba du rante el día, y cuando estaba en casa por la noche hablaban muy poco. Él pasaba gran parte de su tiempo leyendo o viendo la televisión. Si hablaban algo, era acerca de compromisos sociales y de la agenda de trabajo de él.
Sí, había pasado siete años con muy poca conversación, y cierta mente nada de confrontaciones ni discusiones. Resultaba curioso que tan poco tiempo después echara tanto de menos aquello, que echara tanto de menos a Harry.
Pero no pensaba -en absoluto- realizar ningún acercamiento a él. Si él quería venir a ella y pedirle disculpas, bien, podría ser. Pero ir ella a él… No, no pensaba hacer tal cosa. Era lo bastante fuerte para no hacerlo, lo bastante fuerte para saber que por mucho que lo echara de menos, no lo necesitaba en su vida. Estaba mejor sin él. Él llevaba un excesivo bagaje emocional a cuestas, y cualquier tipo de relación que superase una simple amistad resultaría un completo desastre. Y antes de alejarse de él, había estado muy a punto de barrer totalmente toda pretendida casualidad.
No iba a permitirse enamorarse de él. Por nada del mundo.
–He comprado galletas de mantequilla en la panadería. – La señora Gerty abrió una lata de galletas que era casi tan grande como ella, y Alessandra terminó de fregar los platos-. Necesitas comerte unas cuarenta, así engordarás un poco.
–Oh, no, gracias -dijo Alije-. No puedo, soy… -Alérgica. Se suponía que no debía decir a nadie que era alérgica a la leche y a la mantequilla-. No tengo hambre -terminó sin mucha convicción.
La señora Gerty no la creyó.
–Voy a ponerte unas cuantas en una bolsita para que te las lleves. Hoy no podrás tomarte un café conmigo, ¿verdad?
–Lo siento, pero no. Pero gracias de todas formas Alessandra terminó de limpiar el fregadero y se quitó los guantes de goma que la señora Gerty insistía en que usara para protegerse las manos. Tenía que ir corriendo al siguiente trabajo y luego al siguiente, o de lo contrario no llegaría a casa hasta pasadas las ocho.
Se sentía mal por no poder quedarse a hacer compañía a la anciana. Estaba claro que la señora Gerty deseaba tener a alguien con quien conversar tanto -o quizás incluso más- como deseaba que alguien le limpiara la casa. Pagaba ese servicio cuatro veces por semana. Allie ya había ido tres veces aquella semana, y la vivienda estaba inmaculada.
–Supongo que tampoco podré convencerte para que des un paseo con Hunter y conmigo -suspiró la señora Gerty.
–Lo siento, no.
La señora Gcrty pesaba unos cuarenta kilos, medía uno cincuenta y era como un pajarito. Su enorme perro, Hunter, pesaba casi diez kilos más que ella. Y aunque Allie no sabía de qué raza era exacta mente, estaba claro que era un perro de presa. Tenía que pasar junto a su patio cercado para llegar a la puerta de la señora Gerty. La primera vez que fue a aquella casa, paró en seco al ver al perro. Habría dado media vuelta y habría pedido que asignaran aquel cliente a otra persona de la empresa, pero sabía que Harry la estaba observando desde el coche.
Tenía que ser fuerte y dura. Tenía que demostrar que era capaz de hacer cosas que fueran difíciles. Tenía que mostrarle a él que no era de las que salen corriendo, como algunas personas que conocía.
De manera que contuvo la respiración y pasó por delante de Hunter, y sobrevivió. Sobrevivió otras siete veces. Cuatro viajes al in terior de la casa y tres viajes al exterior de la misma. Y aunque sabía que no era lo mismo que dejar que un perro le lamiese la cara, para ella suponía un paso muy importante.
–Señora Gerty, esta noche voy a cenar a casa de una amiga. Marge Novick, ¿la conoce? Es profesora de inglés en la universidad. Íbamos a pedir una pizza y ensalada, y tal vez alquilar una película. Seguro que la encantará que usted nos acompañe.
La anciana se volvió, fingiendo estar totalmente ensimismada en quitar las hojas muertas a sus violetas africanas.
–Oh, es que no puedo…
–Seguro que sí puede. – Alessandra sabía lo que era estar sola-. No pienso aceptar un no. La recogeré a eso de las siete. – Tendría que pedir prestada la camioneta a Merry Maids, pero ya lo había hecho el día anterior para hacer la compra, y Natalie no había tenido ningún problema al respecto. Tendría que ir andando a casa de noche desde el aparcamiento de Merry Maids, pero con Harry siguiéndola, estaría perfectamente a salvo-. ¿Cuento con usted?
La señora Gerty de hecho tenía lágrimas en los ojos.
–Suena… maravilloso. Gracias, Alice.
–Mis amigos me llaman Allie -dijo ella-. Hasta las siete.
Salió de la casa, y al pasar junto a donde estaba Hunter se obligó a sí misma a detenerse y mirar al perro a los ojos. Eran de un marrón oscuro y estaban llenos de inteligencia y posiblemente… ¿amistad? El animal ladeó la cabeza en un gesto interrogante, se acercó trotando a la cerca y meneó la cola.
Parecía reconocerla, incluso apreciarla.
Pero entonces se puso a ladrar, y ella dio un salto atrás con el corazón disparado. Echó a correr por el camino de entrada, se subió a la camioneta y cerró de un portazo. Buscó las llaves en el bolsillo delantero de los vaqueros, pero en aquel momento levantó el trasero del asiento porque se dio cuenta de que se había sentado encima de algo.
Era un sobre. Un sobre muy grueso.
Dentro había una tarjeta de la Seguridad Social con el nombre de Alice Plotkin y casi cuatro mil dólares en billetes nuevos de cien, orgullosos y crujientes.
En el reverso del sobre había una nota escrita a mano: «No vuelvas a usar nunca tu número de la Seguridad Social». No había ningún «Querida Allie» ni «Te quiere, Harry», pero supo que provenía de él.
Vio a Harry por el espejo lateral, estacionado a unos quince me tros detrás de la camioneta. Tomó la tarjeta de la Seguridad Social y la guardó cuidadosamente en la guantera junto con la cartera, y acto seguido se apeó de la camioneta y se dirigió hacia él con paso resuelto.
Le arrojó el sobre a las rodillas a través de la ventanilla abierta.
–No quiero tu dinero.
Él se encogió de hombros.
–Como quieras. Pensé que a lo mejor agradecerías poder tomar un apartamento en una zona del pueblo que sea un poco mejor.
–Resulta que mi apartamento me gusta, gracias. – Era suyo, completamente suyo. Ella sola y nadie más lo había escogido, y ella sola era la responsable de pagar la renta. Era una sensación agradable, poderosa. Poco le importaba que no fuera el Taj Mahal.
–Me sentiría mejor si cogieras unos cuantos pavos y pusieras cierres en las ventanas y quizás un pestillo en la puerta. Ese sitio es una pesadilla, por lo que se refiere a la seguridad.
Tenía un aspecto horroroso. Los ojos enrojecidos y el rostro casi grisáceo por el cansancio. Parecía llevar una semana sin dormir. Y des de luego, tampoco se había afeitado en todo ese tiempo.
–Ya, muy bien, pues es una pesadilla mía -le dijo ella en tono tenso-, no tuya.
Harry la miró, se fijó en su camiseta de Merry Maids que le venía grande, en los vaqueros sucios, en el pañuelo que llevaba atado a la cabeza para retirarse el pelo de la cara.
–Estás trabajando mucho. Tienes un aspecto que da pena.
–Tengo un aspecto de pena porque ésa es mi tapadera, ¿no te acuerdas? Por Dios, Harry, tú siempre sabes exactamente qué decir, ¿verdad? Y si estoy trabajando mucho o no, no es asunto tuyo. ¿Cuándo vas a dejar de seguirme a todas partes?
–Oye, no es precisamente que yo quiera seguirte, sino que… necesito estar seguro de que te encuentras a salvo. Perdóname por ser diligente y hacer mi trabajo.
–Estoy a salvo. Además, dejé de ser tu «trabajo» cuando me fui de Nueva York.
–Nueva York. – Harry se pasó la mano por la cara y se frotó los ojos-. Tengo que volver, pero… -Sacudió la cabeza en un gesto negativo y emitió un ruido de profunda exasperación-. No sé por qué tengo la extraña sensación, como un sexto sentido, de que va a ocurrir algo. Ya sabes, presiento que va a suceder algo malo. Me está volviendo loco. No hay forma humana de que Trotta te siga hasta aquí, pero aun así…
Se frotó la frente con una mano, como si sufriera un tremendo dolor de cabeza, y la furia de Allie se ablandó.
–Puede que ese sexto sentido no tenga nada que ver conmigo -dijo-. Puede que sea porque sabes que si te vas, jamás podrás arreglar las cosas con Shaun. Mira, Harry, esta noche voy a cenar en casa de Marge. ¿Por qué no…
El levantó una mano.
–No empieces -dijo-. Tú… regresa al trabajo, Allie. No puedes salvarme. Fuiste muy inteligente al dejarme. Voy a… Sí, decidida mente voy a marcharme el lunes. Tú estarás bien. Voy a esperar sólo unos días más.
El lunes. Faltaban cuatro días para el lunes.
–¿Vas a…? – Tragó saliva y tuvo que empezar de nuevo-. Es pero que vuelvas pronto, para ver a tus hijos. – Y a mí. No pudo decir aquello en voz alta; era demasiado orgullosa, tenía demasiado amor propio.
Harry sonrió, pero fue una sonrisa que expresaba dolor.
–Ésa es una de las cosas que más me gustan de ti, Allie. Aunque una situación ya no ofrezca la menor esperanza, tú todavía encuentras un modo de que la tenga.
–Harry, tu situación no es…
–Voy a despedirme ahora -dijo él-. Creo que así será más fácil.
Kim paseaba por la sala de estar mientras George dormía una siesta. Hacía más de tres horas que había ido a la habitación a echarse un rato, y aún continuaba profundamente dormido.
Kim quería despertarlo. Iba a despertarlo. Pronto. Le quedaban sólo unas horas antes de regresar al trabajo, y tenía que hablar con él.
Tenía que hablarle de Michael Trotta.
Iba a ser sincera. Iba a contarle cómo Michael la obligó a acercar- se a George en el Club de la Fantasía. Iba a decirle que al principio sólo estaba trabajando, pero le haría comprender que todo cambió cuando se enamoró de él.
George lo entendería. Sabía que lo entendería. La besaría dulce mente, como hacía siempre, y le sonreiría, y por primera vez en su vida todo iría bien. George idearía un modo de mantenerla a salvo de Michael. Si había alguien capaz de hacerlo, ése era George.
Completó otro circuito alrededor de la sala de estar y aminoró el paso al acercarse a la estantería de libros de George. Tenía toneladas de libros, veinte veces más de los que ella había leído en toda su vida, tal vez. Tenía libros de todos los temas: libros de medicina, libros de pistolas, libros sobre la Segunda Guerra Mundial, todos esmeradamente colocados en grupos según el contenido. Sonrió. George tenía una balda entera de libros sobre Star Trek. Era un apasionado de la ciencia ficción. Debería habérselo imaginado.
Había otra estantería dedicada a lo que parecía una colección de álbumes de fotos, y otra llena de libros sobre salud y dietas. Uno de los títulos le llamó la atención: Consiga unas nalgas más firmes en treinta días. Vaya, ¿se habría comprado aquel libro simplemente para mirar las fotos de traseros femeninos, o es que deseaba en secreto mejorar su figura?
Sacó el libro y se puso a hojearlo. Decididamente, era un libro escrito para mujeres, y las fotos no eran nada especial. Cualquier catálogo de Victorias Secret provocaba emociones mayores. Pero entonces vio algo escrito a mano en la portada… una nota. Lo acercó a la luz.
–Para Nic, el mejor trasero de la agencia. Feliz aniversario. Tu marido, G.
Kim se quedó mirando la nota, deseando que no significase lo significaba.
Nic. Nicole. G. George. Aniversario. Marido.
Oh, Dios.
Podría estar equivocada. Tal vez lo estuviera. Aunque de pronto todo empezó a encajar. Nicole dejándose caer por allí a todas horas del día y de la noche. Los comentarios mordaces que se hacían el uno al otro, la vibrante tensión que había entre ellos.
Y la noche anterior…
La noche anterior Nicole había llegado esperando que Kim no estuviera en casa, porque George le había dicho que no estaría.
George la estaba engañando con su ex mujer, la mujer de la que había confesado seguir colgado. La mujer a la que aún amaba.
A lo mejor estaba equivocada.
Cogió los álbumes de fotos con la esperanza de encontrar alguna pista. El primero contenía fotos de unas vacaciones. Paisaje. Montañas y valles. ¿Quién diablos iba a molestarse en hacer fotos sólo del paisaje?
Cerró el álbum de golpe luchando contra las lágrimas para no llorar; después de todo, podía estar equivocada. Lo dejó de nuevo en su sitio y sacó otro que tenía las cubiertas de color blanco. Blanco, boda… Se trataba de un álbum profesional, con un fino papel que protegía las fotos. Retiró el papel y… aparecieron George y Nicole, mirándose a los ojos. George impresionantemente guapo con un traje negro, y Nicole, la muy zorra, con un vestido blanco y un velo.
¡Dios! Era de Nicole de quien George todavía estaba enamorado. Excepto que su relación era tan perversa y retorcida que tenía que servirse de Kim para poner celosa a Nicole y hacerla desear que él volviera. George no amaba a Kim, nunca la había amado y nunca la amaría.
Kim siguió mirando fijamente la foto, y todas sus esperanzas de que todo se arreglase por fin quedaron destrozadas.
Shaun encontró a Mindy en las pistas de baloncesto que había al lado del colegio. Estaba jugando sola y, para su sorpresa, encestaba la mayoría de los lanzamientos. Supo exactamente cuándo ella lo descubrió: cuando empezó a fallar los tiros.
Le había dicho cosas horribles. Ya había transcurrido más de una semana, y ella todavía no había aparecido por su cuarto de jugar. Ahora era ella la que lo esquivaba en el colegio, y echaba a correr si lo veía acercarse.
Shaun sabía que había destruido la amistad que ambos tenían. Con las cosas que había dicho, había rebasado el punto en el que aún era posible el perdón. Sabía que era posible -no, era probable- que ya no pudiera decir nada para enderezar de nuevo las cosas.
Pero tenía que pedir perdón. No soportaba la idea de que Mindy se pasara el resto de su vida creyendo de verdad que había dicho aquellas cosas en serio.
Mindy continuó lanzando, continuó fallando, mientras él aparcaba la bicicleta y penetraba en la cancha.
–Deberías tener cuidado -dijo ella, lanzando por encima de la cabeza de él-. Podrían verte hablando conmigo.
–No me importa.
–Ya. Bueno, a lo mejor a mí sí que me importa que me vean ha blando con un perdedor como tú.
¿Qué podía contestar a eso?
–Yo…
–¿Qué quieres? – preguntó Mindy, fuertemente agarrada a la pelota, como si se estuviera conteniendo para no arrojársela a la cabeza a él… Pero no-. Suéltalo. Si vienes para decirme que lo sientes mucho, dilo de una vez, y así podré mandarte a la mierda y seguir practicando.
–He traído unas fotos de mi padre para enseñártelas.
No era aquello lo que Mindy esperaba oír, y parpadeo con sus enormes ojos, callada de momento.
Shaun le tendió el álbum de fotos para demostrar lo que decía y Mindy se acercó un poco. Él abrió la tapa, y ella se situó ligeramente detrás para mirar por encima de su hombro.
–Éstas son de cuando Em cumplió dos años -le explicó-. Harry y mi madre ya estaban divorciados por entonces, pero estuvieron juntos en la fiesta. Fueron muy agradables el uno con el otro, pero yo sabía que no existía ninguna posibilidad de que volvieran a estar juntos, porque mi madre ya pasaba mucho tiempo con otro hombre, Tim. Tim… ya sabes, se quedaba muchas veces a dormir.
Mindy tocó el plástico transparente que protegía las fotografías y señaló una que mostraba a Harry sosteniendo a Emily en un brazo mientras con el otro abrazaba estrechamente a Kevin. A Shaun, con casi doce anos y aún muy pequeño, se le veía cerca de ellos.
–¿Éste es tu padre? – le preguntó.
Él afirmó con la cabeza. En la foto, Harry estaba riendo. Estaban riendo todos… excepto Shaun, que tenía una expresión melancólica.
–Y ésta es mi madre. – Había otra foto debajo en la que se veía a Sonya con Shaun en brazos. Shaun nunca forcejeaba por soltarse, como hacían otros niños que tenían casi doce años; quería mucho a su madre.
–Éste eres tú. – Mindy pasó el dedo por la cara de la foto-. Sí que eras bajito. Ahora eres el doble de grande. – Volvió la página para mirar las demás fotos, todas tomadas durante la misma fiesta.
Shaun y Kevin jugando a la pelota con Emily. Todo el mundo haciendo muecas frente a la tarta de cumpleaños que habían decorado entre todos. Harry llevando a hombros a Kevin. Em y Shaun colgados de sus piernas.
–¿Quién es éste? – preguntó Mindy señalando a Kevin-. ¿Un primo?
–Era mi hermano Kevin. – Shaun no levantó la mirada, pero notó el cambio que se produjo en Mindy: se había quedado muy quieta al oír la palabra «era». En pasado. Lo decía todo sin necesidad de pronunciar palabras fatídicas, horribles, como «murió». Shaun sabía que Mindy no iba a pedirle detalles, pues nadie lo hacía. Era como si, ahora que Kevin ya no estaba, nadie quisiera mencionar su nombre.
Todo el mundo quería apartarse de la muerte, mantenerse a distancia. El problema era que la muerte había llegado y se había instala do de forma permanente en el jardín de Shaun. No había modo de evitarla; estaba allí para él, todos los días, delante de sus narices cuando se despertaba por la mañana y se daba cuenta, con un profundo dolor, de que Kev y su madre estaban muertos.
Muertos. No se habían ido, ni habían fallecido, nada de un verbo amable, sino que habían muerto violentamente, de una forma horrible.
–Mi madre y él murieron cuando un camión se estrelló contra su coche -explicó-. Ocurrió unos meses después de hacer estas fotos.
–No lo sabía -susurró Mindy.
–¿Cómo ibas a saberlo? No te lo he contado.
–Oh, Shaun. – Sus ojos gigantescos se llenaron de enormes lágrimas.
Él se obligó a sostenerle la mirada.
–No es excusa para las cosas que te he dicho. – Tampoco era excusa para las acciones de Harry. Emily necesitaba a su padre, él mismo lo necesitaba también. Pero Harry había dejado que ambos superasen solos aquel trago.
–Es posible -le dijo Mindy-, pero hace que sea mucho más fácil perdonarte.
–Bueno, ¿y qué tal está Harry? – preguntó Marge-. Tenía un aspecto horrible. ¿Está bebiendo? Su madre bebía mucho.
–Desde que yo lo conozco, sólo se ha tomado un par de cervezas. – Allie jugaba con la masa de su pizza. Marge, bendita fuera, su fría intolerancia a la lactosa y había pedido una de las pizzas sin que so, lo cual salvó a Allie de cenar sólo ensalada-. Pero no duerme bien. Está… obsesionado.
–Me tiene preocupada -dijo Marge-. Las pocas veces que lo he visto por el pueblo, tenía pinta de no poder tenerse en pie. Si lo ves, hazme el favor de decirle que he empezado a dejar el contestador puesto por las noches y a quitar el timbre del teléfono. He tenido una serie de llamadas de bromistas en mitad de la noche. De estudiantes, supongo. Estoy bastante segura de que el año que viene no voy a dar clases. De todas formas, tú díselo, ¿quieres?
–En realidad, hace tiempo que no hablo con él -dijo Alije.
Marge volvió la vista hacia la sala de estar al oír la risa de Emily. La niña había hecho migas instantáneamente con la señora Gerty. Annarose Gerty. Allí todos se conocían por el nombre de pila.
Shaun y Mindy habían subido al piso de arriba, al cuarto de jugar, y estaban viendo la televisión. Shaun había estado lacónico durante toda la cena; Mindy, nerviosa.
El hijo de Harry era bailarín, precisamente. El próximo fin de se mana Marge iba a llevarlo a él y a Emily a Denver, a una audición en una compañía de danza de verano que iba a instalarse en el centro universitario de Hardy. Según los profesores de Shaun, éste tenía casi garantizado que lo eligieran para un anuncio.
–No tengas reparo en decirme que me meta en mis asuntos -dijo Marge-, pero me resulta un tanto raro que vengas hasta aquí con Harry para que luego él se marche y tú te quedes. Sobre todo, teniendo en cuenta que él está tan locamente enamorado de ti como tú de él.
–Oh -dijo Allie-. Oh, no. – Rió-. Estás equivocada, no somos… no somos más que amigos.
–Ah -dijo Marge-. Perdona, entonces.
Capitulo 18
Harry estaba sentado a oscuras, con la ventanilla del coche abierta, escuchando los leves ruidos de aquella templada noche de primavera.
La luz del apartamento de Allie se había apagado hacía horas, y todo estaba en completo silencio.
Sabía que debía regresar al motel y dormir un poco; sabía que había llegado al punto del agotamiento físico. Se quedaría dormido en el mismo momento de tocar la cama. O más bien sería así si pudiera sacudirse aquella sensación de pánico que lo había acompañado duran te toda la semana.
Algo andaba mal. Aquella sensación se cernía sobre él sin descanso. Era la misma sensación que tendría si se hubiera dejado el fuego encendido al salir de casa. La amenaza de un desastre inminente lo incomodaría constantemente hasta que regresara para comprobarlo. De alguna manera, una parte de su cerebro sabía que había algo que había quedado pendiente, que había algo que se le había pasado por alto.
La vida de Allie dependía del hecho de que ahora no se le pasara nada por alto. Sabía con seguridad que lo había hecho todo bien; sabía que Allie estaba perfectamente oculta de Trotta. Entonces, ¿por qué no podía quitarse de encima aquella sensación?
Podría ser que la fatiga tuviera algo de culpa. Y también podía tener mucho que ver el hecho de que la echara tanto de menos. Aquello,
sumado a la vergüenza de saber que las acusaciones de su hijo habían dado justo en el clavo. Era cierto que se había hecho cargo de las necesidades económicas de Shaun y Emily -se había asegurado de que tuvieran una casa donde vivir y de que alguien los cuidara y les diera de comer-, pero había abandonado a sus hijos en el aspecto más básico, más emocional.
Y no había nada que pudiera hacer para cambiar el pasado, ninguna forma humana de deshacer lo hecho.
Así que, en vez de eso, se separó de sus hijos para siempre. Sabía que si podía hacer eso, dejar a Allie sería pan comido.
Salió del coche con cuidado de cerrar la puerta sin hacer ruido. Empezó a pasear lentamente alrededor del garaje; la vivienda de Allie estaba situada en la segunda planta de aquella construcción exterior. La puerta del apartamento era barata, y la cerradura ridícula. Cual quiera podía echarla abajo de un buen empujón. Y si quisieran entrar sin hacer ruido, podrían trepar con facilidad hasta una de las ventanas, pues ninguna de ellas tenía cierres.
Debería haber insistido en que alquilara un apartamento que dispusiera de algún sistema de seguridad. Debería haber insistido en que cogiera aquel dinero.
Debería haberle dicho la verdad: que una vez que se fuera no volvería nunca. Debería haberle dicho que dejara de tener esperanzas. Pero esperar que Allie dejase de tener esperanza era tan ridículo como creer que podría dejar de respirar. Si había algo que ella poseía en abundancia, era esperanza.
Él sí había dejado de tenerla. La había consumido toda el día en que lo llamaron para que fuese a identificar los cadáveres de Sonya y de Kevin. Durante todo el camino hasta el hospital, esperó que se tratase de un error, que fueran la ex esposa y el hijo de otra persona los que habían ingresado cadáveres.
Pero esperó en vano.
Así que ya no perdía el tiempo en albergar esperanzas. Eso quedaba fuera de la ecuación. No esperaba no volver a hacer daño a Shaun y a Emily; lo había resuelto definitivamente quitándose de en medio. Del mismo modo, había salido de la vida de Allie. No debía esperar que Trotta no la encontrase; debía saber que aquello no iba a ocurrir.
Pero aquella incómoda duda persistía, y al contemplar la ventana abierta de su dormitorio, descubrió que esperaba -fervientemente- que todo aquello se debiera a que estaba agotado, que en alguna parte, de algún modo, no hubiera dejado un quemador encendido, a punto de explotar en llamas.
–Linguine con limón y pimienta -dijo Harry con una sonrisa, posando su mirada cálida en los labios de ella justo antes de inclinarse para besarla.
Alessandra sabía que no debería derretirse contra él, sabía que debía advertirlo, decirle que tenían que huir.
Estaban otra vez en el supermercado, y en cualquier momento iban a disparar a George. Pero entonces se oyó el fuerte estallido del disparo, y fue Harry el que se estremeció, fue Harry el que cayó herido. Era la de Harry la vida que ella estaba intentando salvar desesperadamente.
–No me hagas esto -le rogó mientras la vida iba abandonando su cuerpo a través de un tremendo agujero en el pecho. Su sangre la cubría. No había modo de parar aquello, no había modo de salvar a Harry-. No me dejes, ¡no me dejes!
–Voy a despedirme ahora -le dijo él-. Creo que así será más fácil.
Señaló hacia el techo, y Allie levantó la cabeza.
Allí estaba Hunter, el perro de la señora Gerty, subido en lo alto de las estanterías, de pie sobre las pilas de comida en lata. Meneaba la cola y parecía sonreír, pero en aquel momento le cambió la cara y dejó de ser el amistoso Hunter para convertirse en Pinkey, el pero de Michael Trotta. Rugió y ladró, mirándola con expresión furiosa aquellos ojos endemoniados, tensó el cuerpo y saltó enseñando los dientes.
Y Alessandra chilló y chilló.
–Es una pesadilla, Allie. Vamos, despierta. Estás teniendo una pesadilla.
Abrió los ojos y vio allí a Harry, allí de verdad, a salvo y de una pieza, inclinado sobre su cama a la luz de la luna. Extendió las manos hacia él, y él la atrajo a sus brazos y la estrechó con fuerza.
–No pasa nada -murmuró-. No te pasa nada. Cielo santo, me has dado un susto de muerte. Te oí gritar desde la calle.
Sus brazos eran tan cálidos, su pecho tan sólido, que Allie no podía hablar. No podía hacer otra cosa que aferrarse a él y esperar que no la soltase nunca.
–Ese perro te ha dado hoy un buen susto, ¿eh? – le dijo-. Vi cómo corrías.
Le apartó el pelo de la cara y le pasó los dedos por él una y otra vez. Era una sensación mareante. El olor de él le resultaba familiar, y sus brazos eran como sentirse en casa. ¿Cómo podía dejarla? ¿Cómo podía pensar siquiera en dejarla? Sintió deseos de llorar.
–Estás temblando -le dijo Harry-. Ha debido de ser verdaderamente un mal sueño, ¿eh?
Ella asintió.
–¿Quieres que te traiga algo? – le preguntó-. ¿Un vaso de agua, o… ¿O qué?
–Quédate conmigo. – Se le rompió la voz al pedirle aquello… No, no se lo estaba pidiendo; se lo estaba rogando. Era fuerte, sabía que era fuerte. Había pasado toda la semana anterior siendo fuerte, demostrándose a sí misma y a Harry que podía apañárselas sin él. Y así iba a ser. Pero eso no la hacía desear menos a Harry. De modo que le rogaría si hiciera falta-. Quédate conmigo esta noche.
Esta noche y para siempre. Pero no se atrevió a decirlo en voz alta.
Pero ni siquiera la suavidad de la luz de la luna podía disimular la desesperación que asomó a su rostro.
–¿Es eso inteligente? – preguntó él, escrutando sus ojos.
–No -contestó ella, y lo besó.
Harry hizo un ruido semejante a un neumático al deshincharse, pero entonces la besó a su vez apoderándose de su boca como si también él hubiera pasado la semana despierto por las noches, recordando cómo habían hecho el amor, recordando todos los detalles íntimos, uno a uno.
–Tengo que cerrar la persiana -susurró. Se apartó de Allie y se acercó a la ventana. Por ahí debió de ser por donde había entrado. De alguna manera había trepado hasta la segunda planta-. Creo que la he roto -explicó-. No he tenido mucho cuidado al entrar.
–Cierra sólo la ventana -le dijo Allie, pero él se quedó allí, como si estuviera pensando en la posibilidad de irse, en aquel momento, por donde había venido-. Harry -susurró Allie-. Por favor.
La claridad de la luna arrojaba una luz plateada y brillante al interior del dormitorio. Allie distinguió el rostro de Harry desde el otro lado de la habitación, y supo que él también podía verla con la misma nitidez, pues la luz que penetraba por la ventana situada sobre la cama se derramaba sobre ella igual que un potente foco.
Se desabrochó los botones de la parte de arriba del pijama y, por una vez, él guardó completo silencio. Allie lo dejó resbalar por los hombros y a continuación sacó las piernas del pantalón y tiró las dos prendas al suelo.
Contaba con el hecho de que él le hubiera dicho la verdad; dependía del hecho de que Harry la encontrase irresistible, porque allí estaba, a plena luz. Sin esconderse, sin excusas. Tal vez no le gustase lo que veía cuando se miraba al espejo, pero le gustaba lo que veía reflejado en los ojos de Harry. A él sí le gustaba, aun con el pelo hecho una pena.
Harry cerró la ventana.
Pareció tardar una eternidad en regresar a ella en aquella diminuta habitación. Acto seguido, se sentó en el borde de la cama y se limitó a mirarla, a tocarla sólo con el ardor de su mirada.
Y continuó silencioso. Igual de silencioso.
Ella sacó un preservativo de la mesilla de noche y se lo tendió. Al ver su mirada interrogante, explicó:
–Tenía la esperanza de que volvieras.
Entonces sí la tocó, sólo con un dedo en la mejilla.
–Tú nunca pierdes la esperanza, ¿verdad? Aunque una situación sea totalmente desesperada.
–Pero has vuelto, ¿no es así?
Él rió asombrado.
–Debería irme, aunque fuera sólo para demostrarte que estas equivocada.
–Espero que no lo hagas. – Se movió y se sentó a horcajadas sobre él, empujándolo contra la cama-. Naturalmente, siempre está bien ayudar un poco a la esperanza en la medida de lo posible.
Alessandra lo besó apasionadamente, tirando de su camiseta, apretándose contra él. Y supo que para Harry, el hecho de estar sentado allí, sin tocarla, había consumido hasta la última gota de control. En aquel momento Harry explotó, atrajo a Alessandra contra él y empezó a tocarla por todas partes, recorriendo su cuerpo con las manos, gimiendo al llenarse las palmas con sus senos.
–Sí, decididamente esto ayuda. – Se sacó la camiseta por la cabeza y después procedió a desabrocharse el cinturón.
Se puso el condón en un instante y acto seguido tomó a Allie de las caderas y la situó encima de él.
Su silencioso «Oh, sí» fue un eco del asombro de ella al ver que encajaban de modo tan perfecto el uno en el otro, incluso se le humedecieron los ojos. Harry se marchaba el lunes. Iba a dar la espalda a algo que parecía increíblemente perfecto.
Allie lo besó otra vez al tiempo que se movía encima de él, inundada por la sencillez de la verdad que había negado durante tanto tiempo. Amaba a Harry. Lo amaba como jamás había amado a nadie. Era su amigo, su amante, su único verdadero amor. Llenaba su corazón y le alegraba el alma. Sin él se encontraba bien, pero ¿cómo iba a conformarse con estar bien sin más, sabiendo que con él podía disfrutar de aquel placer irreemplazable, de aquella irrepetible sensación de felicidad?
La intensidad de aquel sentimiento debería asustarla, el amor siempre había sido algo opresivo. Había amado a Griffin, por lo me nos al principio, y él la había aislado del mundo. Había tomado su amor y le había dado a cambio sólo cosas materiales, y la había trata do como si fuera una posesión.
Sabía que para Harry ella no era ninguna posesión, él jamás la trataría de aquel modo. La respetaba demasiado. Y, quizá por desgracia, él tampoco era una posesión de ella.
Y como no había cadenas que lo retuviesen, él estaba decidido a marcharse.
Harry gimió mientras se movía debajo de ella, tan cerca de su orgasmo como estaba ella del suyo. Cuando Allie bajó la vista para mirarlo a los ojos, cuando vio sus sentimientos reflejados en su rostro, supo una verdad más, una verdad más dura de afrontar.
Simplemente, no se trataba de hacer que Harry se enamorase de ella. Porque aunque él la amara, no se quedaría. Amaba a sus hijos, es taba segura, y sin embargo también iba a dejarlos a ellos. Era la situación más desesperada en la que se había encontrado nunca.
Harry introdujo una mano entre los cuerpos de ambos para tocar la y llevarla hasta el borde del clímax, sin dejar de mirarla a los ojos. Ella los mantuvo abiertos y le permitió ver todo lo que estaba sintiendo, la dulce intensidad del placer que él le procuraba, la pasión sin límites que sentía por él, la fuerza de su amor. No se atrevía a expresar todo aquello en voz alta, pero si él quería, lo tenía a su disposición allí, en sus ojos.
Harry alcanzó el orgasmo casi de inmediato, y aunque él también le sostuvo la mirada, Allie cerró los ojos. No quería ver su verdad: Que a pesar de todo lo que ella estaba dispuesta a darle, a pesar de que ninguno de los dos encontraría jamás aquella perfección, él ya se había ido.
Aun así, mientras mantuvo cerrados los ojos, todavía albergó la esperanza de que Harry se quedara.
Eran poco antes de las dos y media de la madrugada cuando Kim entró en el apartamento de George. Estaba lloviendo, no había podido parar un taxi, le dolían los pies, y aquella noche la habían tocado los clientes de manera inapropiada no una sola vez, sino dos. Tuvo que intervenir el gorila de seguridad, y pasó un rato desagradable.
La sala de estar estaba oscura, de manera que avanzó sin hacer ruido, pensando que George ya se habría acostado. Pero cuando colgó la gabardina en el ropero de la entrada, oyó su voz procedente del dormitorio.
Estaba hablando por teléfono.
–No, todavía no ha llegado a casa. Y no voy a preguntarte donde has estado tú, nena, a estas horas.
Rió, una risa grave e íntima, y a Kim se le rompió el corazón. Nena. Estaba hablando con ella. Con Nicole. Se dirigió al dormitorio con la intención de decir a George exactamente lo que pensaba de él, el muy hijo de puta, que jugaba a dos barajas.
–Ya, estabas trabajando -dijo George-. Vaya sorpresa. De todos modos, gracias por devolverme la llamada, Nic. Creo haber ciado con una forma de encontrar a Harry.
Harry. El compañero de George. El que había huido con Alessandra Lamont. Allí estaba. Aquélla era la información que llevaba se manas esperando conseguir. Kim se quedó congelada en el sitio, de pie junto a la puerta del dormitorio. No quería escuchar, no quería saber nada. No deseaba tener que traicionar a George, aunque fuera un hijo de puta que jugaba a dos barajas.
–Estaba viendo una birria de película de última hora de la noche, sobre una batalla por la custodia de un hijo, y de pronto me acordé. Justo antes de ir a Paul’s Rivei Harry recibió una carta de unos abogados que le decían que se había presentado una petición al juzgado para poner en tela de juicio la custodia de sus hijos. También decía
algo acerca de un cambio de apellido. Esa petición tendría que contener datos públicos, ¿no? Habrán utilizado los verdaderos apellidos de los niños, Shaun y Emily O’Dell, y su dirección figurará en la petición, ¿no? Eso tiene que ser fácil de encontrar, quiero decir, sólo hay que buscar en los archivos del condado. Ya sé que Colorado es un estado muy grande, pero seguramente tendrán los archivos informatiza dos… Y cuando encontremos a Harry…
George guardó silencio por espacio de unos instantes, y cuando volvió a hablar su voz había adquirido un extraño tono grave.
–Será mejor que esto me valga un ascenso, jefa. – Rió, pero sin humor-. Ya, está bien. infórmame de lo que suceda.
Colgó el teléfono, y Kim se apresuró a retroceder y apartarse de la puerta lo más silenciosamente que pudo. Entró en la cocina, abrió el frigorífico y miró su interior como si estuviera buscando algo de comer.
George se quedó parado en seco al verla, en precario equilibrio sobre sus muletas.
–Kim. Vaya, ¿cuándo has llegado? Ella levantó la vista hacia él.
–Ah, hola, cariño. Acabo de llegar. Vengo muerta de hambre.
Él permaneció en silencio, observándola.
–Estoy pensando en salir a comprar unas rosquillas.
–Oh -repuso él-. ¿En serio? ¿No está lloviendo? Además, tenemos las galletas ésas que te gustan…
Kim miró la nevera con el ceño fruncido.
–No, creo que me apetecen rosquillas.
Delante de las tiendas de rosquillas abiertas las veinticuatro horas había una cabina telefónica. Podría llamar a uno de los hombres de Trotta mientras aún tenía la información fresca en la cabeza. Shaun y Emily O’Dell. Una petición al juzgado. Cambio de apellido, custodia. Colorado. No quiso pensar en lo que aquella llamada telefónica su pondría para Alessandra Lamont; sólo podía pensar en lo que Michael le haría a ella si se enterase de que tenía la información y se la había ocultado. Y es que iba a enterarse. Siempre se enteraba.
George se sentó pesadamente junto a la mesa de la cocina, como si volviera a dolerle la pierna.
–¿Así que vas a, digamos, volver a salir a estas horas de la noche? ¿Lloviendo? ¿Por unas rosquillas?
Kim cerró el frigorífico.
–¿Quieres tú?
–No -respondió él en voz baja. Se quedó mirando fijamente la mesa, y cuando volvió a levantar la vista hacia Kim, ella habría jurado por un momento que iba a echarse a llorar.
No era posible que supiera que había oído la conversación por teléfono, aquella conversación con su ex mujer, Nicole, de la que aún se guía enamorado, con la que hablaba y se reunía cada vez que tenía la oportunidad. El muy cabrón. Merecía que lo traicionaran, ¿no?
–Regresaré antes de que te des cuenta -le dijo.
Se apresuró a ir hasta el ropero a sacar la gabardina, cogió las llaves de la mesa que había junto a la puerta y salió del apartamento.
La escalera que partía del cuarto piso estaba profusamente iluminada, igual que la calle mojada. La lluvia había disminuido hasta convertirse en una leve llovizna, y de camino a la cabina telefónica Kim se volvió a mirar las ventanas del apartamento de George. Lo vio allí de pie, sólo una silueta recortada, viendo cómo se iba. George alzó una mano en lo que pudo ser un saludo, pero ella se dio la vuelta rápida mente, se ciñó el cuello de la gabardina y fingió no ver nada, no inmutarse por nada.
Alessandra mantuvo los ojos fuertemente cerrados cuando despertó, con el fin de mantener alejada la realidad durante tanto tiempo como le fuera posible.
Harry no iba a estar allí, todavía en su cama, todavía tendido a su lado. Pero mientras mantuviera los ojos cerrados, podía fingir que sí estaba.
Escuchó unos instantes, pero en el apartamento reinaba el silencio. No se oía el agua correr en el cuarto de baño, la cocina no producía el típico chisporroteo de calentar el agua en el hervidor, no tenía nadie a su lado que se agitara ni suspirara.
Abrió los ojos.
Tal como esperaba, Harry se había ido.
No había ninguna nota, ninguna señal de que hubiera estado allí; tan sólo la levísima rozadura de su rostro sin afeitar en la barbilla de ella, tan sólo su aroma y el cálido recuerdo de su contacto en la piel.
Había perdido. Si él había podido marcharse después de aquella noche, había perdido definitivamente.
Y pronto Harry partiría para Nueva York, y no regresaría. Puede que no regresara jamás.
Incapaz de contener las lágrimas, Alessandra se metió en la ducha y se lavó, deseando que fuera igual de fácil lavarse a Harry del corazón.
Harry supo exactamente el momento en que Allie lo descubrió.
Estaba acercándose al cruce de Gulch y Main cuando él llegó a su altura, y ella pisó el freno de la camioneta de Merry Maids un poco demasiado fuerte.
La parada siguiente de Allie era una amplia casa de estuco en la avenida Killingworth. Permaneció largo rato sentada en el interior de la camioneta, como si aguardase a que él se acercara.
Pero Harry no se movió.
No podía moverse. Si se acercara, echaría totalmente por tierra el objetivo de aquella especie de vigilancia. Además, ¿qué podía decir a Allie? ¿Gracias por otra de las experiencias sexuales mejores de toda mi vida?
Tras una mirada al coche de Harry, Allie por fin llevó el carro de la limpieza hasta la puerta principal y desapareció en el interior. Pasó por lo menos una hora y media hasta que salió de nuevo, y volvió a mirar a Harry con ademán titubeante, como si esperara verlo salir de su coche y dirigirse hacia ella a charlar.
El siguió sin moverse.
Por la forma en que Alije se subió a la camioneta y por el modo en que tomó de nuevo la calle, dedujo que estaba enfadada.
La parada siguiente fue al doblar la esquina. Esa vez, en lugar de sacar el carro de la limpieza de la parte trasera del vehículo, Allie se bajó de la cabina del conductor y se encaminó hacia el coche de Harry.
Ah, mierda.
–¿Acaso pretendes fingir simplemente que lo de anoche no ha ocurrido? – Hablaba en tono tajante, con el rostro en tensión, miran do por la ventanilla abierta del coche-. Así, sin más, hemos vuelto a esta supuesta normalidad, ¿no? Tú te mantienes a distancia, y no hablamos a no ser que tú… que tú… me jodas, ¿verdad?
Las últimas palabras terminaron siendo un susurro. Allie estaba tan alterada, tan destrozada, que Harry tuvo que cerrar los ojos con la esperanza de protegerse así del sentimiento de culpa, pero sabía que no iba a servir de nada. Sabía que no debería haberse quedado con ella la noche anterior. Sabía que sería un error tremendo.
–Mira, fuiste tú el que me dijo que me quedara, fue idea tuya.
Pero debería haberse ido, sin embargo había sido totalmente incapaz de hacerlo. Toda su fuerza de voluntad desaparecía completa mente ante aquella mujer, y eso lo tenía aterrorizado.
–¿Ibas a seguirme todo el tiempo hasta el lunes y luego marcharte? – le preguntó Allie, con los ojos llenos de lágrimas y de esperanza a la vez, como si de verdad creyera que Harry podía decir que no. No, esa noche iba a ir a su casa a cenar, ¿y qué más? ¿Confesarle que estaba totalmente enamorado de ella, y que a pesar de eso, o precisamente a causa de eso, seguía pensando irse a Nueva York? Y, dejándose llevar ya por la fantasía, luego le explicaría amablemente su obsesiva necesidad de llenar el horrible vacío que le había dejado la muerte de Kevin persiguiendo a Michael Trotta, y se lo explicaría de forma que ella lo entendiera.
Pero Allie no lo entendería. No lo entendería nadie. Ni siquiera lo entendía él mismo.
Contempló fijamente el rostro claro, contraído, de Allie, y supo que si no se enfadaba iba a romper a llorar.
–No estoy seguro de lo que quieres que haga -le dijo en tono áspero-. ¿Mandarte flores? No es mi estilo. ¿Proponerte que nos casemos, quizá? ¿Mentir y prometerte mi amor inquebrantable? No veo de qué sirve jugar esos jueguecitos. El lunes me largaré de aquí, y ya me he despedido.
Vio cómo moría totalmente la esperanza en los ojos de Allie, y supo sin lugar a dudas que había ido demasiado lejos. Finalmente, había matado lo que ella sentía por él.
Allie dio media vuelta, con movimientos rígidos, y Harry supo que aunque ella ya le había dicho anteriormente que no se molestara en regresar, esta vez, si lo dijera, lo diría en serio.
Y claro, ella se volvió y dijo:
–Esta noche tendré puestos cierres en las ventanas. – Y seguida mente se fue hacia su furgoneta sin mirar atrás.
Capitulo 19
–¿Dejo un poco de sitio para que se ponga crema en el café?
–No, gracias -respondió Harry-, pero si le sobra algo de cafeína que añadir, tal vez un sobre de cafeína en polvo que tenga por ahí…
La chica que estaba detrás del mostrador lo miraba como si fuera un asesino en serie suelto, a punto de sacar su colección de orejas humanas del bolsillo de la chaqueta.
–Es broma -dijo Harry-. No ha sido más que una broma. Pagó el café, encontró una tapa de plástico y un manguito de cartón para no quemarse y salió al fuerte resplandor del sol del mediodía.
Atinó a ver su reflejo en la puerta de cristal. Dios, tenía una pinta horrorosa. Llevaba más de una semana sin afeitarse, y no se había duchado ni cambiado de ropa desde la mañana anterior. Ya le estaba volviendo a crecer el pelo, perdiendo la forma que le había dado Allie, y le salía tieso y de punta, como si tuviera siempre los dedos metidos en un enchufe. Ciertamente, tenía el aspecto de ir a sacarse una colección de orejas humanas del bolsillo.
La camioneta de Allie estaba aparcada enfrente del taller de Renny Miller. Había estado limpiando la trastienda, y ahora charlaba con Renny junto a las grandes puertas de la entrada. El lenguaje corporal de Renny era inconfundible. Constantemente intentaba acercarse, apoyando su cuerpo alto y larguirucho contra la pared, haciendo casi todo excepto abrazar a Allie.
Allie parecía sumamente incómoda y hacía todo lo que podía para apartarse, pero Renny seguía agobiándola.
Harry estaba deseando ir allí y largarle un puñetazo en la cara.
Pero Alije llevaba todo el día actuando como si él fuera invisible, y sospechaba que si intervenía, sería él quien terminaría recibiendo un puñetazo. Y con razón. No podía tener las dos cosas.
Se apoyó en el coche y tomó un sorbo de café dejando que le que mase la garganta. No se acordaba de cuándo había comido por última vez. Llevaba demasiado tiempo a dieta de cafeína.
–¡Papi! ¡Papi!
Harry se volvió y allí, viniendo por la acera, corriendo hacia él con una enorme sonrisa en la cara, estaba Emily.
Emily.
No podía creerlo. La pequeña, hostil y ceñuda Emily le sonreía. Por alguna razón se había acordado de él, por alguna razón había establecido la conexión de que él era el individuo que había jugado con ella a la pelota en el patio, en Nueva York. Era él el individuo que le había dado de comer tan tarde por la noche y que le había cambiado tantos pañales. Era él quien le había cantado aquella nana que no había con seguido dormirla porque los dos se estaban riendo a carcajadas.
–¡Mira mis botas de vaquero! – chilló Emily. Llevaba una cola de caballo de la que se escapaban unos cuantos mechones de pelo castaño oscuro que le caían sobre los ojos, exactamente igual que cuando tenía dos años.
Harry se incorporó, dejó el café sobre el techo del coche y se acercó a ella, dispuesto a alzarla cuando ella saltara a sus brazos, tal como hacía al verlo llegar para la visita diaria, después del divorcio.
Pero la pequeña no lo hizo. Pasó de largo, esquivándolo igual que un jugador de rugby profesional, y entonces Harry se dio cuenta de que no se había dirigido a él; de hecho, ni siquiera lo había reconocido. Su sonrisa se esfumó y, por un instante, cuando Emily volvió a mirarlo, vio una chispa de miedo y desconfianza en sus ojos.
Se quedó allí de pie, contemplando cómo Emily corría en dirección a las grandes puertas del taller de Renny, gritando:
–¡Allie! ¡Marge me ha dejado montar un caballo grandísimo!
Había dicho Allie, no papi. Dios, su cerebro le había jugado una mala pasada. Mientras él se quedaba allí mirando, como un completo idiota, su hija se lanzó a los brazos de Alije.
Y Allie se había dado cuenta. Lo miró por encima del hombro de Emily al tiempo que abrazaba a la pequeña, sabiendo que él pensaba que su hija había ido hacia él corriendo para que le diera un abrazo.
Pero Emily no lo había reconocido en absoluto. Para ella sólo era otro desconocido de la calle, otro peligro potencial. Alguien de quien debía huir, no alguien hacia el que echar a correr. Y eso le dolía a Harry más de lo que hubiera pensado. Por primera vez lo hizo ser consciente del verdadero coste que le habían supuesto las dos últimas semanas.
Había detenido a Frank Riposa y a Thomas Huang; el uno estaba muerto, el otro se enfrentaba a acusaciones criminales que lo meterían en la cárcel para el resto de su vida. Pero Allie había estado en lo cierto desde el principio. Aunque no había sido él quien disparó la bala, vio morir a Riposa, vio cómo se le escapaba la vida a borbotones sobre una acera de Nueva York. Pero eso no le había devuelto a Kevin, tan sólo lo había puesto enfermo.
Se había permitido a sí mismo creer que el solo hecho de mirar a Shaun y a Emily le iba a doler demasiado. Tenía miedo de que el solo hecho de mirarlos le recordara todo lo que había perdido. En su mente, superponía el rostro de Kevin al de ellos, y había creído que haría lo mismo cuando estuviera con ellos, había creído que todos se limitarían a fingir que Shaun ocuparía el lugar de Kevin, algo totalmente imposible desde todo punto de vista. Shaun no era Kevin, pero Kevin nunca se había parecido a Shaun. Durante la pasada semana, Harry había estado obsesionado no con Kevin, sino con la imagen de Shaun, de pie allí, mirándolo fijamente a los ojos, lo bastante fuerte y duro para decirle que se fuera a la mierda, para decirle que ya estaba harto de él. Kevin jamás habría hecho algo así, ni en un millón de años, dado el caso de que se invirtieran los papeles. No tenía agallas para ello.
Había sido culpa de hombres como Riposa, Huang y Trotta que hubieran perdido las vidas de Kev y Sonya, pero Harry era el único responsable de la pérdida de sus otros dos hijos.
Siempre había culpado a aquellos jefes mafiosos del desastre en se había convertido toda su vida, pero la verdad era que su propia incapacidad para hacer frente a la tragedia, su rechazo a seguir adelante, su obsesión por la venganza y su total pérdida de esperanza le habían provocado un daño mucho más profundo.
Solo él era el responsable de la completa devastación de su vida.
Un hijo que lo odiaba a muerte.
Una hija que no lo reconocía por la calle.
Una mujer que podría haberlo amado, que podría haberle de mostrado la noche anterior cuánto lo amaba, darle el más preciado de los regalos, un regalo que él no quería ver, y mucho menos aceptar.
Ahora esa mujer lo estaba mirando, pero sólo con una expresión de lástima en los ojos. Había desaparecido el amor; él lo había matado completamente.
Se dio la vuelta, temiendo ponerse a vomitar en medio de la calle.
Entonces vio a Marge a su espalda. Ella también lo había visto todo. Retrocedió, consciente de que ella le estaba diciendo algo, pero incapaz de oír nada por encima del estruendo de sus oídos.
Abrió la portezuela del coche, entró y arrancó el motor. Tenía que huir de allí, inmediatamente.
Salió del aparcamiento y la taza de café cayó hacia delante, chocó contra el capó y se rompió igual que un globo lleno de agua, salpican do de café el parabrisas.
Pero Harry no se detuvo. No podía detenerse. Se limitó a conectar los limpiaparabrisas y prosiguió su marcha.
Aquella tarde el camino de vuelta a casa, a pie, desde la oficina de Merry Maids fue especialmente largo. Allie estaba agotada, tanto física como emocionalmente, y la bolsa de la compra que acarreaba le resultaba más pesada a cada paso.
Harry se había ido.
No lo había visto en toda la tarde, después del incidente en el taller de Renny Miller. Cielo santo, la expresión de su rostro había bastado para que le entrasen ganas de pasarse llorando una semana entera.
Había pensado que tal vez él se le acercase, que tal vez se sentase allí mismo y se presentase a Emily para empezar a reconstruir lo que había perdido. Pero en lugar de eso había salido huyendo.
Esta vez estaba segura de que se había ido definitivamente.
Se negó a preocuparse. No iba a preocuparse. No iba a…
En aquel momento vio el coche de Harry aparcado en un ángulo torcido junto al bordillo de su apartamento. El corazón le dio un vuelco y se le aceleró el pulso. Se detuvo un instante, cerró los ojos brevemente y se obligó a recordar. Y una porra. ¿Qué más daba que Harry siguiera allí? No le importaba.
Pero a medida que se fue acercando, vio que el automóvil estaba vacío. Harry no se encontraba dentro, repantigado detrás del volante.
Se negó a preocuparse, pero no pudo evitar apretar el paso. No le importaba, pero para cuando dobló la esquina ya iba corriendo.
Entonces vio a Harry, sentado en los peldaños de madera que conducían a la puerta del apartamento. Estaba recostado contra la barandilla, como si estuviera demasiado cansado para mantenerse erguido. Con todo, se enderezó al verla.
Allie se paró en seco.
Tenía un aspecto horrible, peor que cuando lo había visto en el centro urbano horas antes. Tenía el semblante grisáceo y los ojos hinchados y enrojecidos. Había estado llorando. El intentó ocultarlo, pero le temblaban las manos.
–Qué tal, Allie -dijo, como si estar allí fuera algo cotidiano, ni rutinario, en lugar del milagro increíble que era.
Allie dejó la compra en el suelo.
–Harry.
En persona habría interpretado la desesperación que ardía en aquellos ojos como una invitación a rodearlo con sus brazos. Pero con Harry, no podía suponer nada, no podía arriesgarse a despertarse al día siguiente y descubrir que se había equivocado. Otra vez.
De manera que se quedó allí mirándolo.
Harry no le sostuvo la mirada. Paseó la vista alrededor, y sólo ocasionalmente se topó con los ojos de ella, y unas pocas veces abrió la boca como si fuera a hablar.
Allie aguardó, con la esperanza, Dios lo quisiera, de que Harry no se levantara y se fuera.
Harry se balanceaba adelante y atrás levemente, igual que un corredor a punto de iniciar un sprint, se aclaró la garganta y por fin habló:
–Tú me dijiste en cierta ocasión… -Se le rompió la voz y volvió a aclararse la garganta, contrayendo con furia los músculos de la mandíbula para apretar los dientes-. Me dijiste que… hum… que…
Su mirada se clavó en la de ella, y por espacio de una fracción de w indo Alije vio más allá de aquella fachada de tipo duro, aquel lenguaje soez, aquella actitud despectiva, el hombre desnudo y perdido que había dentro.
–Que cuanto te necesitara, te lo dijera -terminó en un susurro apenas audiable.
Se obligó de nuevo a levantar la vista, se obligó a mirarla directamente a los ojos a pesar de que ahora le temblaban más que las manos, a pesar de que las lágrimas asomaban a sus ojos.
–Te necesito, Al -susurró-. Te necesito de verdad.
Allie le puso delante la sopa. Harry tomó la cuchara, pero no porque tuviera hambre, sino sólo porque ella parecía desear que comiera algo.
Allie estaba en silencio, sentada al otro lado de la mesa de la cocina, esperando a que él le hablara. Para eso estaba allí, ¿no? Para hablar con ella, para estar con ella, para que ella lo abrazase.
Dios, cuánto deseaba que lo abrazase.
Pero Allie había tenido mucho cuidado de no tocarlo, de no acercarse demasiado, mientras abría la puerta del apartamento y lo conducía al interior de su casa.
Su casa. Aquel minúsculo apartamento era un hogar. Llevaba allí poco más de una semana, y los muebles eran todos de segunda mano, pero de algún modo se las había arreglado para transformar aquel lugar en su casa. Había libros por todas partes, los carteles de las pare des despedían color y calidez. Hasta el aire olía a ella.
Harry dejó la cuchara y volvió a cogerla, pues necesitaba desesperadamente algo a que agarrarse.
–Me alegro de que hayas venido -dijo Allie en voz queda, librándolo de la responsabilidad de tener que hablar el primero-. Pero tengo que ser sincera contigo, Harry. Lo que necesitáis en realidad es la ayuda de un profesional; tú, Shaun y Emily. Y Marge. Ella también forma parte de esto. Tienes que averiguar qué es lo que quieres…
–Ya sé lo que quiero. – Alzó la vista hacia ella y agarró la cuchara con tanta fuerza que le tembló la mano-. Quiero recuperar mi vida.
–No puedes -replicó Alije con sus ojos azules llenos de compasión-. Pero puedes volver a empezar. No es tan malo, ¿sabes?
Harry no lo sabía, pero ella sí. Ella lo había hecho. Era increíble- mente fuerte, increíblemente valiente, increíblemente dura. Mucho más dura que él.
–Nunca vas a volver a tener con Shaun y con Emily la misma relación que tuviste hace dos años -continuó Allie-, pero puedes tener otra nueva, otra que podría ser incluso mejor que lo que tenías para empezar. Mira, yo tengo amigas aquí, en Hardy -le dijo, como si aquel hecho aún la sorprendiera-, Marge, Natalie y Annarose Gerty. Y estoy… estoy escribiendo un libro. Sólo voy por la página diez porque he estado muy ocupada trabajando, pero… -Sonrió tímidamente, incapaz de sostener la mirada de Harry-. Digo yo que por qué no intentarlo, ¿no?
–Eso es estupendo, Allie -dijo Harry sintiendo que las lágrimas le escocían los ojos. Dios, por favor, no podía echarse a llorar-. A mí me parece maravilloso.
Allie lo miró de nuevo, y fue como si hubiera decidido conscientemente dejar que viera su interior.
–Griffin se habría reído de mí -dijo-. Si alguna vez le hubiera dicho algo así, se habría reído y quizá me hubiera dado una palmadita en la mano.
–Si yo alguna vez te doy una palmadita en la mano -le dijo Harry-, tienes mi permiso para pegarme un tiro.
Aparentemente aquello lo había dicho mayormente en broma, pero lo que implicaban aquellas palabras daba miedo. Si yo alguna vez… Implicaban que ciertamente habría alguna vez.
Sabía que ella había captado aquel mensaje implícito, pues se quedó muy quieta por espacio de unos instantes. Pero luego volvió a mirarlo.
–¿Qué vas a hacer, Harry? – le preguntó en voz baja.
–¿Tu… -Harry tuvo que parar a aclararse la garganta y reprimir las lágrimas que amenazaban con escapar. Procuró parecer impasible, dar la impresión de que la respuesta a aquella pregunta no iba a desgarrarle el corazón. Pero por mucho que lo intentó, le tembló la voz al decir-: ¿Tú crees que Shaun y Emily me perdonarán alguna vez? – Lo perdonaría ella, Allie. No podía preguntarle también aquello, no podía arriesgarse a que ella le respondiera que no.
Allie extendió el brazo por encima de la mesa y le cogió la mano.
–Estoy segura de que sí -dijo-. Son tus hijos, Harry. Va a ser difícil, y llevará un tiempo, pero te perdonarán. Sobre todo si tú no les dejas otra opción. – Su sonrisa era decididamente acuosa-. Creo que deberías irte a vivir con ellos. Es tu casa, son tus hijos… Múdate. – Se le quebró la voz-. Es decir… si es que has decidido quedarte.
–Quiero atrapar a Trotta -dijo él, con la necesidad de ser sincero aunque ella no lo entendiera-. Quiero cazarlo, Allie, lo deseo con todas mis fuerzas.
Le estaba agarrando la mano a Allie con tal fuerza que también a ella debían de dolerle los dedos, pero no intentó desasirse.
–¿Quieres atraparlo más de lo que deseas recuperar a tus hijos?
–No, pero casi -admitió Harry-. Ya sé que está jodido, pero… -Llevaba tanto tiempo alimentándose de la rabia y la venganza a modo de combustible, que no podía dejarlo sin más. Quería pescar a Trotta, ardía en deseos de cazar a aquel bastardo.
Pero Allie no lo condenaba, se limitaba a dejarle su mano.
–¿Y qué vas a hacer? – le preguntó otra vez.
–Soy muy bueno en lo que hago -le dijo él-. Aunque en realidad odio trabajar para el FBI. Pero soy muy bueno, lo sé, por eso resulta muy difícil pensar en dejarlo. ¿No es una putada?
–No -contestó Allie.
–Sí lo es. – Fue él quien soltó la mano por fin-. Se me dan muy mal las relaciones personales, desde siempre. ¿Y qué estoy pensando hacer? Abandonar algo que sé que se me da bien para hacer algo en lo que nunca he conseguido actuar correctamente.
–No se te dan mallas relaciones…
–Sí. No hay más que fijarse en mi historial. Sonya. Dios, todo mi matrimonio fue de chiste. Mira, no supe si Emily era hija mía hasta que nació e hicimos las pruebas de paternidad. Sonya me dijo que yo tenía la culpa de que ella hubiera empezado a acostarse con otros, de que estuviera buscando la intimidad que yo no le daba.
Allie guardó silencio y lo dejó hablar.
–No sé qué es lo que quería -prosiguió Harry, manteniendo las lágrimas a raya con la cólera-. Quiero decir, sinceramente no tengo ni la menor idea de qué era lo que yo no le daba, y eso me tiene muerto de miedo, porque significa que voy a seguir cometiendo siempre el mismo error con todas las personas con las que intente tener alguna relación, ¿entiendes? Kevin era la única persona con la que yo podía simplemente estar, la única persona con la que no tenía que estar constantemente fingiendo.
Y lo mismo había ocurrido con Allie, pero no se atrevió a decirlo.
–A lo mejor era culpa de Sonya -dijo Allie con suavidad-. A lo mejor, tú has sido estupendo en la relación y era Sonya la que tenía problemas. O también puede ser que se tratara de algo intermedio, en parte culpa tuya, en parte de ella. Desde luego, tiene todo el aspecto de que ella tenía parte de la culpa, porque, según mi experiencia, la manera de fortalecer una relación no es lanzándose a la cama de otro.
–Tengo la sensación de estar desembrollando algo -dijo Harry. Nunca había hablado de aquello con nadie.
–En cierta ocasión me dijiste que ya era hora de que me despojarse de Alessandra Lamont. Bueno, pues es posible que ya sea hora de despojarse un poco de Harry O’Deil.
Harry sacudió la cabeza en un gesto negativo. No estaba seguro de poder hacer tal cosa.
–¿Qué es lo que quieres hacer de verdad? – volvió a preguntar le Allie-. ¿Qué deseas en realidad, Harry? Se trata de tu vida, te toca a ti decidir. Quédate o vete, pero si te vas, te pido que me hagas el favor de irte ahora.
Harry la miró, sentada delante de él. El cabello le caía sobre los ojos e iba sin maquillaje. La camiseta le ocultaba el cuerpo y los vaqueros se los había comprado en las rebajas de los grandes almacenes.
Allie no quería que se fuera. En aquel gesto de la barbilla de fingida indiferencia, vio que en realidad tal indiferencia no existía. ¿Qué quería? Quería no serle indiferente a ella, eso seguro.
–Quiero quedarme -dijo, y la verdad desnuda de aquellas palabras reveló todavía mucho más de sí mismo-. Por favor. – Le tembló la voz como a un niño de cuatro años-. ¿Puedo quedarme?
–Me parece que por fin se ha dormido -dijo Allie a Marge-. Se ha dado una ducha y se ha afeitado, y lo he obligado a que comiera algo. Él quería ir ahí esta misma noche a hablar con Shaun, pero lo he dicho que no creía que te fueras mañana a Denver hasta eso del mediodía. Creo que lleva más de una semana sin dormir, y francamente, tiene un aspecto horrible. Le he dicho que temía que diera a Shaun un susto de muerte. Es más probable que parezca humano por la mañana.
Marge guardó silencio durante unos instantes en el otro extremo.
–Hemos estado unas cinco horas hablando -le dijo Allie-. Sabe que Shaun necesita algo más que una excusa, y al parecer está abierto a lo que haga falta. Si conoces algún consejero familiar, quizás alguien de la universidad, con quien Shaun se sintiera cómodo, para acudir con Harry…
Ella y Harry habían hablado durante largo rato acerca de las diversas formas de reconstruir la relación con sus hijos, pero no habían tratado en absoluto la cuestión de qué iba a suponer para ellos el hecho de que se quedase en Hardy.
–No puedo prometerte que Shaun vaya a recibirlo con los brazos abiertos -dijo Marge por fin-. Pero me cercioraré de que esté en casa mañana por la mañana. Que Dios te bendiga, Allie. ¿Podrás traer a Harry a eso de las diez?
–Yo no soy la responsable de esto -le dijo Allie a su amiga-. Harry va a ir porque quiere ir. Y… agárrate fuerte, Marge, porque está pensando en irse a vivir ahí.
–Oh, gracias a Dios. – La voz de Marge se oía enronquecida por las lágrimas-. Y gracias a ti. Puede que no creas que eres la responsable de esto, pero eres una buena amiga para él.
Una buena amiga. Cuando colgó el teléfono, Allie sabía que tenía que tener cuidado de no ser demasiado buena amiga de Harry. Éste estaba durmiendo en su cama y, por su propio bien, esa noche tendría que acampar en el sofá. No pensaba acostarse con él; no podía arriesgarse a hacerse daño a sí misma de nuevo.
Sacó la ropa de Harry de la lavadora de la cocina y la metió en la secadora. Se vistió el pijama en el cuarto de baño, se lavó la cara y se cepilló los dientes. A continuación entró en el dormitorio para coger una manta del armario y llevarse una de las almohadas de la cama. Se movió sin hacer ruido, aunque Harry estaba completamente exhausto y Allie no creía que fuera a despertarse con nada.
Pero se equivocaba.
Harry se rebulló y se dio la vuelta, como si se hubiera obligado a sí mismo a permanecer por lo menos semidespierto, escuchándola a ella, esperándola.
–Allie, ¿puedo abrazarte?
En su cabeza resonó el eco de las palabras que había pronunciado Harry la noche anterior. ¿Es eso inteligente? Una vez más, la respuesta fue un sonoro no. Pero a veces lo correcto no era lo más inteligente.
Se deslizó en la cama al lado de Harry, con la necesidad de sentir sus brazos tanto como él necesitaba abrazarla.
Harry la estrechó entre sus brazos y ella lo oyó suspirar.
Y sin pronunciar otra palabra, se quedó dormido.
Y Allie permaneció tendida en la oscuridad, amándolo, aun cuando sabía que no era lo más inteligente qué podía hacer.
Capitulo 20
Dios, no debería estar allí.
Harry tenía el rostro enterrado en el cabello de Allie, las piernas entrelazadas con las suyas, los brazos aún fuertemente enroscados al rededor de ella, cuando la claridad matinal iluminó las paredes del dormitorio.
¿Qué diablos estaba haciendo allí?
Entonces se acordó. Había venido la noche anterior, hecho un total desastre. Ella lo había llevado adentro, le había dado de comer y lo había lavado, y después lo había dejado hablar y despotricar durante horas y horas. Allie escuchó, hizo preguntas y lo ayudó a escoger entre las diversas opciones, lo ayudó a trazar un plan de batalla para dar comienzo al resto de su vida. Había hecho todo aquello por él, incluido meterse con él en la cama cuando se lo pidió. Lo había hecho aun que no le debía nada… excepto tal vez una buena patada en el trasero.
Allie se agitó, se volvió hacia él al tiempo que abría los ojos, y de repente se quedó petrificada, como si Harry fuera la última persona del mundo que esperaba encontrarse en su cama de nuevo.
–Hola -dijo él. Una obertura brillante. Ingeniosa, pero concisa.
Allie llevaba uno de aquellos tontos pijamas de franela que tanto parecían gustarle, pero él había deslizado la mano por debajo de la camisa para posarla en la suavidad de su espalda. A aquella distancia, las pecas que le salpicaban la nariz y las mejillas resultaban tan adorables, y el azul de sus ojos tan cerca de la perfección, que estuvo a punto de parársele el corazón.
Allie lo miró a los ojos durante largos instantes, escrutando, y luego movió la cabeza en un gesto negativo.
–Harry, no quiero…
Él la besó, pues no quería saber qué era lo que no quería. Allie se resistió por una centésima de segundo antes de derretirse contra él. Y cuando Harry profundizó en el beso, ella lo acompañó.
No era muy adecuado por parte de él obrar de aquel modo, no era muy adecuado que le quitase aquel pijama de franela para sentir la suavidad de su piel contra su cuerpo. No era muy adecuado que la tocase como la estaba tocando, que la besara con más pasión, más profunda mente, que se situase entre sus piernas y la penetrase con un único y suave impulso al tiempo que ella levantaba las caderas, invitándolo a hacer precisamente eso.
Entonces se apresuró a retirarse de inmediato. ¿Qué estaba haciendo? En lo que a aquella mujer se refería, perdía absolutamente el control.
–Un condón -dijo.
–En el cajón de arriba -respondió Allie.
Si existía un récord mundial del Guiness en ser el más rápido haciendo aquello, Harry debió de batirlo, sin duda alguna.
Con todo, Allie lo atrajo de nuevo hacia ella como si hubiera tardado diez años en lugar de diez segundos, y en cuestión de breves momentos lo tuvo exactamente donde lo tenía antes de que la cordura se hiciera cargo de la situación. Comenzó a moverse debajo de él, despacio, con languidez. Era una delicia, un ritmo soñoliento y perfecto para aquella hora de la mañana. Harry se movió junto con ella, pero igual de despacio, dentro de su cuerpo, y Allie se ciñó más fuerte a su abrazo.
–Sí -susurró.
Una cosa que tenía Allie, en lo que respectaba al sexo, era que sabía lo que quería y no era nada tímida a la hora de obtenerlo. Aun así, Harry la interrumpió antes de que hablara.
–¿Qué quieres? – le preguntó, alzando la cabeza para mirarla-. Dime lo que ibas a decir.
Ella tenía los ojos semicerrados y emitió un suave gemido de placer cuando él la penetró de nuevo.
–Iba a decir que no quiero hacer el amor contigo en este preciso momento -le dijo, y sonrió traviesamente-. Creo que no está de más suponer que no estaba siendo del todo sincera.
Harry titubeó.
–¿Estas segura, Allie? Porque…
¿Por qué? ¿Porque le importaba más de lo que la había hecho creer? Porque aquello no era simplemente sexo sin pensar, era hacer el amor, lo había sido desde el principio. Simplemente, él había estado demasiado ciego para verlo.
Estaba enamorado de aquella mujer, totalmente, perdidamente enamorado.
La noche anterior había estado hablando de quedarse en la ciudad, de lo difícil que era para él renunciar a la caza de Michael Trotta, de cuál sería la mejor manera de recuperar el cariño y la confianza de Shaun y Emily. Pero había sido demasiado gallina para expresar sus sentimientos hacia Allie, le dio demasiado miedo preguntar qué podía hacer para recuperar la confianza de ella y, tal vez, ganarse su amor; le dio demasiado miedo decirle que la quería, mencionar el matrimonio, temía que ella lo mirase de nuevo con aquella expresión de compasión en los ojos.
Así que no dijo nada en absoluto.
Allie lo apretó más contra sí, hacia el interior de su cuerpo, y a Harry le entraron ganas de llorar de placer.
–Bésame, Harry -murmuró.
Harry así lo hizo, con tanta dulzura y ternura como le fue posible, con la esperanza de que con aquel beso ella supiera cuán verdaderamente la amaba.
Shaun se detuvo en seco al entrar en la cocina.
–Buenos días -dijo Harry.
De todas las personas que esperaba ver sentadas a la mesa de la cocina, su padre ocupaba probablemente el número ciento cuarenta y dos de la lista.
Su reacción de sobresalto fue dar media vuelta y salir de allí para regresar al piso de arriba, pero en vez de eso fue hasta el armario y lo abrió, fingiendo una calma total para decidirse entre los Cheerios, Raisin Bran o Frosted Flakes, cuando en realidad no tomaba nada más que Cheerios en el desayuno.
–¿Quién te ha dejado entrar? – preguntó aún vuelto de espaldas.
Oyó a Harry removerse en su silla.
–En realidad, tengo una llave. – Se aclaró la garganta-. Lo cual es muy apropiado teniendo en cuenta que voy a mudarme a vivir aquí.
–¿Aquí? – Shaun se volvió para mirarlo de frente.
–Sí. – Estaba claro que Harry había hecho un esfuerzo para asearse antes de venir. Llevaba el pelo recién cortado, la cara cuidadosa mente afeitada y los vaqueros todavía rígidos por estar recién lavados.
–¿Vas a vivir aquí?
–Sí.
–¿Quieres decir… siempre que estés en la ciudad?
–Sí.
Shaun volvió a los cereales. Por supuesto que era aquello lo que había querido decir. Y por supuesto, Harry estaba en la ciudad sólo una vez al año.
–Sí, claro.
–Lo cual va a suceder todo el tiempo de ahora en adelante -agregó Harry-, teniendo en cuenta que el lunes voy a enviar a mi jefe un fax para comunicarle que dimito.
Todo el tiempo. Shaun sintió que lo inundaba la esperanza, pero la aplastó sin contemplaciones. Si algo había aprendido en los dos últimos años, era que la esperanza sólo acentuaba el dolor de la decepción.
Bajó los Cheerios del armario, y con movimientos rígidos abrió la caja y vertió una porción de ellos en un cuenco.
–Vas a dejar tu trabajo, ¿y se supone que así va a arreglarse todo? ¿Te trasladas aquí, y nos convertimos en una familia feliz? Así sin más, te conviertes en el jefe de la pandilla de Emily y, ah, sí, claro, incluso podrías ser el entrenador de mi equipo de béisbol.
–Lo haré, si es eso lo que quieres.
Shaun golpeó el cuenco contra la mesa y los cereales salieron volando.
–No, papá, no es eso lo que quiero, porque no tengo ningún equipo de béisbol. El que jugaba al béisbol era Kevin. Siento decepcionarte, pero yo no soy Kevin. Yo soy bailarín, da la casualidad de que me gusta bailar. – Sacó la leche del frigorífico y echó un poco en el cuenco, derramándola por los bordes-. Y no, antes de que me lo preguntes, el hecho de que baile no significa que sea homosexual, ¿de acuerdo? – Se sentó a la mesa y empezó a meterse cucharadas de ce reales en la boca.
–Ve más despacio -dijo Harry-. Ésa es una buena forma de provocarse un dolor de estómago. Ya sé que eres bailarín, y supongo que como sólo tienes catorce años, todavía está fuera de lugar preguntarte por tus inclinaciones sexuales. Pero a lo mejor estoy equivocado, yo soy el primero en reconocer que no he mantenido mucho el contacto.
Shaun lanzó un bufido.
–¡Qué forma tan fina de decirlo!
Harry se aclaró la garganta; tal vez aquello no fuera tan fácil como fingía que era.
–Tengo entendido que hoy tienes una audición en Denver para una compañía de danza de verano.
Shaun lo miró fijamente desde el otro lado de la mesa.
–¿Te has enterado de eso? Harry asintió.
–Ya sé que no eres Kevin. No quiero que seas Kevin. Él era… -Se aclaró la garganta y se obligó a sonreír-. Era una de esas personas que lo tenían todo fácil, ya sabes. Toda su vida. Para él todo era siempre pan comido: el colegio, los deportes, las relaciones sociales. Nunca tenía que luchar por nada, y por eso nunca fue particularmente bueno en nada. Si había algo que uno le deseara, era que tuviera un poco de fricción en su vida. Resulta fácil dejarse llevar cuando todo sale como uno quiere, pero cuando hay que plantar cara y pelear… entonces es cuando uno se hace hombre.
Hizo una pausa, aguardando hasta que Shaun levantara la cabeza, hasta que se enfrentase a su mirada.
–Eso lo veo en ti, hijo -continuó-. A ti no te asusta mirarme a los ojos. Diablos, ni siquiera te da miedo escupirme a los ojos. Y eso es bueno. Me siento orgulloso de ti por eso. Ojalá hubiera estado aquí para ayudarte a pelear, pero tú lo has hecho más que bien por tu cuenta. Y tengo entendido que eres uno de los mejores bailarines del norte de Colorado. También estoy orgulloso de eso.
Shaun apartó su silla de la mesa y dejó el cuenco de cereales en el fregadero. Cogió un trapo y limpió la mesa, haciendo tiempo, temiendo que se le rompiese la voz, temiendo hacer ver a su padre lo hondo que habían calado aquellas palabras.
–Bueno, eso resulta conmovedor, Harry, pero dos años es demasiado tiempo para que ahora puedas comprar tu derecho a volver Con sólo una perorata emotiva.
–Soy consciente de eso -dijo Harry en voz baja-. Ya sé que no va a ser fácil, pero yo también soy un luchador, Shaun, y te digo que vamos a ir a un consejero familiar. Si es necesario, pienso luchar contra esa mierda de petición que has presentado para cambiar de apellido y de custodia. Estoy en casa, lo siento, y no te quepa duda de que vamos a solucionar esto, aunque acabe con nosotros.
Shaun luchó contra las lágrimas que acudieron a sus ojos, luchó contra la esperanza que seguía intentando crecer dentro de él.
–No sabes cuánto deseo creerte.
–No tienes por qué creerme. Estoy aquí. No voy a irme a ninguna parte.
–No hagas esto a medias -le dijo Shaun con voz trémula a pesar de sus intentos por mantenerla firme-. Si vas a hacerlo a medias, si vas a volverte a Nueva York la semana que viene o el mes que viene, o incluso el año que viene, vete ahora mismo, ¿vale?
–Te estoy diciendo que no voy a…
–Justo después del accidente, justo después de que murieran mamá y Kevin, cuando nos trasladamos aquí con Marge, no podía dormir por las noches -dijo Shaun a su padre-. Sabía que tú estabas en Nueva York, persiguiendo a los hombres que habían matado a mamá y a Kevin. Y estaba muy asustado. Me pasaba las noches despierto, torturándome con la preocupación de que tú también ibas a morir. Pasé como un año casi vomitando cada vez que sonaba el telé fono, porque estaba seguro de que iba a ser la llamada que nos comunicaría que habías muerto. Pero entonces comprendí que en realidad no importaba, porque ya no estabas aquí. La parte de ti que era mi padre murió el mismo día que mamá y Kev. – Se le rompió la voz de nuevo, y se detuvo para respirar hondo y aclararse la garganta-. Todavía no puedo quitarme esta extraña sensación cada vez que te veo. Es como una obsesión programada, una visión anual de un fantasma del pasado.
–Eso duele -dijo Harry. No se molestó en ocultar las lágrimas que le humedecían los ojos.
–Sí -dijo Shaun en tono seco-. A mí también me duele aún. – Aclaró el cuenco bajo el grifo-. Así que si has pensado exhumarte y mezclarte entre los vivos, será mejor que te quedes hasta que Emily termine la secundaria. Si no puedes hacer eso, márchate ahora.
–Estaré aquí cuando regreses de Denver -le dijo Harry.
–Lo creeré cuando lo vea. – Shaun se dirigió hacia la puerta-. Perdona, tengo que preparar la bolsa de viaje.
–Que tengas suerte, hijo -dijo Harry-. Te quiero. Shaun se detuvo un momento, pero no miró atrás.
–Eso está todavía en tela de juicio.
–¡Harry espera! – Estaba entrando en el coche cuando Marge salió al porche, bajó las escaleras y vino corriendo por el camino de hormigón-. Me parece que debes entrar a oír una cosa.
–¿No puede esperar? Iba precisamente a recoger mis cosas del motel y liquidar…
–Hay como dos docenas de mensajes para ti en el contestador. Anoche desconecté el timbre del teléfono y dejé el contestador puesto, porque de vez en cuando recibo llamadas de broma de algunos de mis estudiantes. No he vuelto a conectarlo hasta ahora, y…
Lo que decía no tenía lógica.
–¿Mensajes? ¿Para mí? Nadie conoce este número, nadie sabe que estoy aquí.
–Era alguien que llamaba de la oficina del FBI. Deberías estuchar los mensajes, Harry.
Lo que implicaban aquellas palabras lo hicieron, literalmente, tambalearse sobre los talones. Menos mal que tenía allí el coche, por que de lo contrario se habría caído al suelo. De algún modo, alguien del FBI había dado con su paradero. ¿Pero cómo? Se empujó a sí mismo hacia delante y corrió a la casa.
–Hubo llamadas para ti cada media hora -continuó Marge, siguiéndolo-. La última ha sido hace sólo unos minutos. Dicen que es urgente.
Dios, no tenía importancia cómo habían dado con él. Lo importante era que si el FBI había conseguido encontrarlo, Michael Trotta no tardaría en hacerlo también. Cielo santo, tenía que ir a buscar a Allie.
–Mete a Shaun y a Emily en el coche ahora mismo. No hagas maletas, no hagas nada, sólo meteos en el coche y marchaos. – Harry llamó a gritos mientras subía las escaleras-: ¡Shaun! ¡Emily! ¡Bajad aquí ahora mismo! Es hora de irse. – Se sacó del bolsillo el montón de calderilla que llevaba siempre y se lo dio a Marge-. Compra lo que necesites, pero no utilices ninguna tarjeta de crédito. No te quedes en el hotel donde tenías previsto. No vayas a la audición de Shaun…
–¿Qué? – dijo Shaun descendiendo los escalones. Emily venía detrás de él, todavía en pijama y con el pelo enmarañado alrededor de su carita, con un gesto de recelo.
–Vete a Denver, a la oficina del FBI -prosiguió Harry-. Solicita protección, diles quiénes sois y que yo temo que Michael Trotta pueda utilizaros para llegar hasta Allie. Se llama en realidad Alessandra Lamont, y Trotta quiere matarla. Ha puesto a su cabeza un precio de dos millones de dólares. – Se volvió hacia Shaun-. Lo siento, hijo.
–¡Dijiste que ibas a dejarlo!
–Y así es -replicó Harry-, pero alguien ha olvidado decírselo a Michael Trotta.
–¡No me creo ni una palabra de esto!
Harry agarró a Shaun por el brazo y tiró de él hacia el coche de Marge.
–Por favor -le dijo-, necesito que me ayudes. Trotta os cogerá a ti y a Emily y matará a Marge sin pestañear siquiera, sólo para de mostrarme que va en serio. Tenéis que iros ahora mismo. No os paréis, id directamente hasta Denver. ¿Lo entiendes?
Shaun asintió con la cara pálida mientras Marge ayudaba a Emily a ponerse el cinturón de seguridad.
Harry estrechó a su hijo en un fuerte abrazo.
–Iré justo detrás de vosotros con Allie y cuando lleguemos allí lo explicaré todo, ¿de acuerdo?
Shaun se apretó contra él.
–Ten cuidado, papá.
–Lo tendré. – Se inclinó hacia el interior del coche y tocó brevemente a Emily en el pelo. La niña alzó la vista con los ojos muy abiertos.
–¿Allie es el presidente? – preguntó.
Harry no tuvo oportunidad de responder, no tuvo oportunidad de pensar siquiera por qué había hecho Emily aquella pregunta. Marge arrancó para salir del camino de entrada, y Harry corrió a la casa para llamar a la oficina del FBI en Farthing y averiguar qué demonios estaba ocurriendo.
Allie fue andando al centro urbano cot la esperanza de encontrar a Annarose Gerty antes de que saliera del supermercado. Había ido a casa de la anciana para decirle que iba a tener que anular sus planes esa noche, pero no estaba en casa. En circunstancias normales, Alije no habría cambiado de planes, pero aquello no era muy normal. Sospechaba que tras su conversación con Shaun, Harry iba a necesitar la compañía de un alma amiga. Desesperadamente. La señora Gerty lo entendería. Y Allie -qué idiota era- terminaría de nuevo en la cama con él esa noche, definiendo de nuevo la palabra «amiga». Lanzó un suspiro.
Iba a tener que decírselo, iba a tener que decirlo en voz alta. Te quiero. Y luego él podría ayudarla a hacer frente al hecho. Pero aún no. Hasta que él tuviera controlada la relación con sus hijos. Sería una crueldad lanzarle encima otra bomba emocional de neutrones.
Cerró los ojos por un instante, rezando para que Shaun no hiciera pedazos a Harry y lo dejara completamente irreconocible.
Vio a Hunter tumbado tranquilamente en la acera, delante de la puerta del supermercado, atado apenas aun parquímetro. Bien. Eso quería decir que la señora Gerty estaba dentro y que…
En aquel momento la sangre se le heló en las venas.
En el pasado, siempre que oía aquella expresión le parecía exagerada.
Pero no lo era.
La sensación le provocó un ligero hormigueo en las manos y en los pies, pero por algún motivo no se quedó petrificada en el sitio; por algún motivo continuó caminando a pesar de ver allí a Ivo, al otro lado de la calle, enfrente de la tintorería.
Ivo. El pistolero de Michael Trotta. Inconfundiblemente alto, con unos pómulos inconfundibles y unos ojos inolvidables. Salía de un sedán negro de lujo junto con otros cuatro hombres. Se separaron y cada uno tomó una dirección distinta, Ivo directamente hacia ella.
–Por el amor de Dios -dijo George-. ¿Me estás diciendo que ésta es la primera vez que lo oyes? ¿Que nadie de esa oficina te lo ha notificado?
–No me lo han notificado aún -rugió Harry al teléfono-. He intentado llamar al número que dejaron en el contestador, pero la jodida línea estaba ocupada. Tengo que ir a buscar a Allie. Dime sola mente, y rápido, ¿es muy grave?
–Es grave -respondió George-. Hemos dado con tu paradero por medio de…
–Los datos del juzgado -terminó Harry-. Las peticiones que presentaron los abogados de Shaun. Los datos son de orden público. Mierda. Lo sabía. Sabía que algo había fallado, algo de lo que no me di cuenta. ¡Maldita sea!
–Se supone que el equipo de Colorado debería ofrecerte protección -le dijo George-. Vigilancia. Todo. Otra trampa con Alessan dra Larnont como cebo. Dios, voy a matar a Nicole. Harry, ya hemos filtrado tu paradero a Trotta. Ese hijo de puta está totalmente descontrolado. No tiene ninguna lógica, pero ha subido el precio por matar a Alessandra a tres millones. Si sus hombres no están ya ahí, lo estarán pronto. Se supone que los agentes de la oficina local deberían estar esperándolos.
Harry no se despidió. Sólo colgó el teléfono y echó a correr.
A Allie le latía el corazón con tal fuerza que no oía el ruido de los coches que pasaban por la calle.
Por el rabillo del ojo vio que Ivo se detenía un momento esperando un hueco entre el tráfico, antes de cruzar. Se dirigía hacia ella. Agachó la cabeza y encorvó los hombros, tal como le había enseñado Harry.
Oh, Dios, ¿cómo podía haber dado con ella? Harry estaba con vencido de que se encontraban a salvo.
Por el rabillo del ojo vio que Ivo la miraba directamente. Vio que la miraba de nuevo, con mayor interés y entornando ligeramente los ojos.
El cielo tenía un color azul más intenso y más oscuro de lo que nunca había visto en Nueva York. El sol de la mañana le daba directa mente en el rostro, el aire era fresco y limpio, un hermoso día de primavera. Hacía un día perfecto, y Alessandra hizo una inspiración tras otra, consciente de que cada una de ellas podía ser la última.
Santo cielo, no quería morir.
Ivo giró levemente para encaminarse recto hacia ella e introdujo la mano en el bolsillo, tal vez para coger su pistola.
No, no quería morir.
Entonces lo vio.
Hunter.
Atado a un parquímetro justo delante de ella.
El perro se levantó al verla acercarse y tiró de la correa. Ladró solamente una vez, pero una vez fue suficiente para enseñar sus dientes afilados como cuchillas.
Aun así, Allie no se dejó amilanar. Luchó contra todos sus instintos de huir y fue hacia el perro, sabiendo que aquel animal, el objeto de las más terroríficas pesadillas de su infancia, tenía el poder de salvarle la vida.
Y, santo Dios, ella quería vivir.
Se arrodilló junto a Hunter y se abrazó a su cuello, cerrando los ojos mientas el perro acercaba su enorme boca con aquellos enormes dientes.
Y entonces la lamió. Su lengua le resultó áspera y graciosa, y al abrir los ojos vio que Hunter parecía sonreírle.
Por el rabillo del ojo vio que Ivo se desviaba. Sabía que Alessandra Lamont tenía más miedo a los perros que a ninguna otra cosa en el mundo. Lo que no sabía era que Alessandra le tenía más miedo a él que a los perros.
Abrazó a Hunter con más fuerza.
–Gracias -le susurró.
Hunter le lamió la oreja.
Allie se incorporó y le hizo una última caricia en la cabeza, procurando parecer natural, como si acariciar a perros en la cabeza fui mase parte de su vida cotidiana. Y acto seguido, con movimientos lentos, empleando la forma de andar de Alice Plotkin, con los hombros encorvados y arrastrando los pies, se encaminó en la dirección contraria a Ivo.
Logró dejar atrás el taller de Renny Miller y llegar casi hasta la es quina de la calle MacDouglas. Habría seguido andando, y estaría ya en terreno libre y despejado, pero en aquel momento…
–¡Yuju!
Oh, Dios, no. Era la señora Gerty.
Allie no se dio la vuelta. Agachó aún más la cabeza y arrastró los pies un poco más deprisa.
–¡Yuju! Allie!
Aquélla era la razón por la que Harry había querido que adopta se un nombre como Bárbara. Bárbara no se parecía nada a Alessandra, era completamente distinto. Era un nombre seguro.
Allie se detuvo al llegar a la esquina, rezando por que cambiara el semáforo para poder cruzar, prometiendo a Dios que si le permitía seguir viva, se cambiaría el nombre por el de Bárbara.
–¡Yuju! ¡Allie!
Vio su imagen reflejada al pasar por delante del gran cristal del escaparate de la farmacia y también a la señora Gerty agitando la mano, y que no había nadie en la acera entre ellas dos.
Vio que Ivo se había dado la vuelta y que ahora echaba a andar en dirección a ella, volviendo a meter la mano en el bolsillo, apretando el paso.
Allie no esperó a que cambiara el semáforo. Giró hacia la calle MacDouglas y corrió para salvar la vida.
Harry vio primero a Ivo.
Bajaba corriendo por la calle principal, haciendo gestos, y enseguida descubrió al menos a otros dos hombres al otro lado de la calle. Ivo les estaba diciendo que fueran a buscar el coche, y Harry com prendió que tenía que darse prisa.
Entonces la vio a ella.
Allie, corriendo por MacDouglas como si disputara el oro olímpico.
Harry dobió la esquina al mismo tiempo que Ivo.
Ivo sacó la pistola, frenó en seco, la equilibró con ambas manos y apuntó a Allie.
Harry hizo lo único que podía hacer. Decidió interceptarlo, subió el coche a la acera y se interpuso al disparo de Ivo.
La bala se incrustó en el coche con un ruido sordo, y Allie se volvió alarmada, pero su alarma se convirtió rápidamente en alivio al ver que era Harry el que estaba detrás del volante. Éste detuvo el automóvil con un chirrido, abrió la portezuela de un empujón y Allie se lanzó al interior. Antes de que pudiera cerrar la puerta de nuevo él ya estaba pisando el acelerador a fondo.
–Oh, Dios -decía Alije-. Oh, Dios. Oh, Harry, ¡es Ivo!
–Ya lo sé. – Tenía que tomar una decisión: dirigirse a la comisa ría de policía o tomar la autopista para ir a la oficina del FBI en Farthing. La comisaría era muy pequeña, no tenía más de dos agentes de servicio. No era posible que estuvieran equipados para hacer frente a Ivo y a dos de sus hombres. O más. Existía la posibilidad de que Ivo llevara consigo a más de dos hombres-. ¿Has visto cuántos pistoleros lo acompañaban?
–Había cuatro más.
Cuatro. Dios santo. De acuerdo, la autopista. Llevaba cierta ven taja, él conocía aquellas carreteras mejor que ellos, podría llegar a la oficina que tenía el FBI en Farthing en menos de tres horas.
–¿Cómo lo has sabido? – le preguntó Allie. Tenía una expresión muy rara en la cara-. Me refiero a que yo te he dicho: «Es Ivo», y tú has contestado: «Ya lo sé». ¿Cómo lo has sabido?
–Mierda -dijo Harry cuando apareció un coche grande y negro en el espejo retrovisor, avanzando demasiado deprisa para ser un coche cualquiera-. Allie, ¿No habrás visto qué coche conducía Ivo?
Ella se volvió a mirar.
–Ése -dijo.
–Sujétate. – Harry puso una velocidad más larga y se movió por la calle residencial como si ya estuviera rodando por la autopista. Su coche compacto tenía claramente ventaja sobre los demás, pues podía adelantar a otros coches, incluso con tráfico encontra, con solo esquivarlos hábilmente. No resultaba nada divertido para los que adelantaba, pero fue aumentando la distancia que lo separaba del trasantlántico negro con ruedas que conducía Ivo.
Aun así, no hacía falta ser un genio para darse cuenta de adonde se dirigían. Por supuesto, existía un cincuenta por Ciento de probabilidades de que Ivo pensara que iban hacia Denver en vez de a Fart hing, situada al este.
Tomaron la entrada a la autopista sobre dos ruedas rozando casi una camioneta que estaba ya allí y arañando el guardarraíl. Allie se agarró a la asas para las manos, con el semblante pálido.
Una vez en la autopista, Harry pisó a fondo. Su automóvil corría mucho, y tomó una delantera de muchos kilómetros a Ivo. El motor trucado se bebía la gasolina, pero bien merecía la pena en ocasiones como aquélla. Podía coger los ciento cincuenta sin pestañear y…
–Mierda.
Allie cerró los ojos por un instante y sacudió la cabeza en un gesto negativo.
–Odio que digas eso. Nunca significa nada bueno.
–Esta mañana tenía el depósito lleno -dijo él-. Pero ahora la aguja señala que está casi vacío, y se ha encendido la reserva. Esa bala ha debido de alcanzar la parte de abajo del depósito. Llevamos quince kilómetros perdiendo gasolina.
Y seguían perdiéndola, muy deprisa.
Harry miró alrededor. Estaban en medio de ninguna parte, adentrándose en las colinas de las jodidas Montañas Rocosas. La siguiente salida al este de Hardy se encontraba por lo menos a veinte kilómetros. No conseguiría recorrer veinte kilómetros, por lo menos yendo a casi ciento cincuenta por hora. Y tampoco iba a recorrer veinte kilómetros yendo más despacio, si es que quería evitar que él y Allie acabasen cada uno con una bala de Ivo en la cabeza.
–¿Y dónde están los refuerzos? – preguntó Allie en tono tenso-. ¿No se supone que ahora es cuando deberían llegar los refuerzos y terminar con esto?
–Ojalá. Me temo que estamos solos.
–¿No hay refuerzos? – Estaba furiosa. Totalmente cabreada. No la censuró por ello.
–No. Vamos a tener que perderlos en…
–¿Me estás diciendo que has vuelto a organizarme un montaje, hijo de puta, y no has preparado refuerzos?
Dios, ¿es que ella pensaba que…
–Allie, te juro que yo no he tenido nada que ver con…
–¿Y yo debo creerte? ¿Que ahora tú no tienes nada que ver, aun que es exactamente igual que lo que sucedió la otra vez?
En aquel momento se disparó la alarma sonora de la reserva de gasolina, una serie de pitidos demasiado agradables, teniendo en cuenta lo apurado de la situación. Hicieran lo que hicieran para salir de aquélla, tenían que hacerlo ya.
–Está bien, Allie -dijo Harry-. Vamos a salirnos de la carretera. Necesito que te concentres en esa idea y te sujetes bien.
–¡Dios, te odio! ¡No puedo creer que me haya fiado de ti!
Por la izquierda se aproximaba una colina especialmente grande, una Montaña Rocosa pequeñita. Harry se acercó a ella yendo todavía a ciento cincuenta por hora, buscando un ensanchamiento del arcén, uno de esos sitios en los que daban la vuelta los patrulleros. Vio uno, pero no aminoró lo suficiente y dejó un buen rastro de neumático en la calzada. Metió la marcha atrás y reculó haciendo gemir al motor. No había tráfico en el otro lado de la autopista, y aunque lo hubiera habido, se habría metido de cabeza en él. El barco negro de Ivo podía aparecer en cualquier momento por el cambio de rasante, y entonces estarían muertos.
Atravesó ambos carriles y salió del asfalto de la carretera resbalando en un parche de hierba suave, y se lanzó hacia el monte a toda velocidad.
Si tenían muy buena suerte, buena de verdad, Ivo y sus pistoleros continuarían hacia Denver y no pararían hasta llegar allí. Si tenían sólo un poco, Ivo y sus gorilas enfilarían hacia el este, pero pasarían de largo. Estarían a medio camino de Farthing antes de darse cuenta de que no iban a alcanzar a Harry porque Harry ya no estaba delante de ellos.
Pero Harry tenía que contar con la perspectiva peor: que Ivo se imaginara que habían dado un giro de ciento ochenta grados y viera las marcas de los neumáticos que se dirigían hacia el monte y encontrase el coche. Allie y él tenían que escapar monte arriba y apartarse del coche lo más rápido que pudieran.
Se apeó para abrir el maletero, y se llenó los bolsillos de la chaqueta con abundante munición, luego cogió los prismáticos y una bolsa que siempre llevaba llena de barritas energéticas y chicle con cafeína.
–En la guantera hay un mapa. Cógelo -ordenó a Allie. Allie, que lo odiaba. No la censuró; en aquel momento él también odiaba. Debería haberlo sabido. En cuanto vio aquella carta (le los ahoga dos y leyó la frase «petición al juzgado», debería haberse dado cuenta de que ahora cualquiera, incluido Michael Trotta, podía dar con sus hijos, y así dar con él y por consiguiente con Allie.
En el maletero había dos jerseys de más. Lanzó uno a Allie se ató el otro alrededor de la cintura. Allí hacía frío por las noches, y cabía pensar que todavía andarían por allí cuando se pusiera el sol. Si es que para entonces no estaban muertos.
Allie se puso el jersey en silencio. Le alargó el mapa a Harry con gesto austero para que él se lo guardara en el bolsillo. En silencio, y con gesto austero, lo odiaba.
–Yo no te he preparado ningún montaje.
Su expresión no cambió.
Tal vez aquello fuera culpa suya, pero iba a costarle mucho con vencer a Allie de que no le había organizado ningún montaje. Y en aquel preciso momento necesitaba concentrarse en otra tarea: la de seguir vivos.
Revisó su arma.
–Vamos.
Echó a andar monte arriba y le tendió una mano a Allie para ayudarla a subir.
Ella no la aceptó.
En realidad no había previsto que la aceptara.
Capitulo 21
Las ramas de los árboles iban golpeando en el rostro de Allie mientras intentaba avanzar al ritmo de Harry.
Él subía sin esfuerzo por una cara de la empinada colina, como si escalar montañas fuera algo que hacía todos los días. Como si prepararle montajes a su amante fuera algo que hacía todos los días.
Allie no podía creerse que hubiera vuelto al punto de partida, que le hubieran arrebatado la vida que había intentado reconstruir, que es tuviera de nuevo huyendo para sobrevivir.
No se creía que hubiera sido tan tonta como para cometer dos veces el mismo error.
Harry se detuvo al alcanzar la cumbre de un repecho, y aguardo a que ella llegase a su altura mientras enfocaba los prismáticos en la autopista que se veía allá abajo.
–En este punto, imagino que se habrán dirigido primero hacia Denver -le dijo cuando ella se le acercó-. Me da en la nariz que darán la vuelta después de unos veinticinco kilómetros, cuando vean que no dan con nosotros. Ivo no sabe que mi coche tiene el motor truca do… Bueno, por lo menos cuando tiene el depósito de gasolina in tacto.
Hablaba como si nada hubiera cambiado entre ellos, como si fueran un par de amigos que habían salido a pasar el día montando en bicicleta por los bosque, como si ella no estuviera a una fracción de segundo de perder los nervios, partirle la cara, empujarlo montaña abajo y romper a llorar.
–Estará pensando que es una mierda de coche -dijo Harry- que probablemente no es capaz de correr a más de noventa sin empezar de desmontarse. Así que dará la vuelta y se dirigirá a Farthing. Sólo quiero verlo pasar, y luego podremos regresar a Hardy haciendo auto-stop.
–¿Y después, qué? – preguntó Allie, incapaz de evitar que le temblara la voz.
Harry apartó los ojos de los prismáticos para mirarla.
–Sé que esto no te va a gustar, pero creo que tendremos que volver a ponerte bajo custodia, por lo menos durante un tiempo…
–No. Prefiero coger el dinero ahora -le dijo ella-, el dinero ese que querías darme. Lo cogeré y desapareceré. – Ahora sí podía hacerlo, sabía cómo hacerlo.
Harry la miró otra vez.
–Allie, si te encontrasen cuando…
–Te han encontrado a ti, Harry. Aunque estoy segura de que han recibido cierta ayuda, ¿no es así?
–De mí, desde luego que no. Espera, ahí vienen. – Harry se llevó los prismáticos a la cara de nuevo.
Allie vio cómo se acercaba el coche negro, el único que circulaba por la carretera en uno u otro sentido. Avanzaba rápidamente por el carril derecho, y pasó de largo.
Gracias a Dios. Harry y ella estaban a salvo, al menos de momento. Alije se dejó caer sobre el tronco podrido de un árbol.
–Mierda.
Allie cerró los ojos.
–No -dijo-. No digas eso.
–Se han parado -informó Harry-. Y… Maldita sea, están dando marcha atrás.
Allie se levantó. Así era, estaban dando marcha atrás hasta el lugar de la carretera en que Harry y ella habían dado la vuelta.
–¿Cómo lo han sabido?
–Por las huellas de los neumáticos. – Harry habló con voz tensa. Cuando pisó los frenos para dar la vuélta, había dejado unas marcas de caucho reciente en el pavimento que brillaban como si fueran balizas-. Son como auténticas flechas que señalan en esta dirección. – Se sujetó los prismáticos.
–Tal vez no vean el coche.
–Y tal vez los extraterrestres les hayan borrado la memoria con sus armas avanzadas. – Harry la agarró por el brazo y tiró de ella colina arriba-. ¡Vamos, hay que moverse!
–¡Maldita sea! ¡Maldita sea!
Kim entró en el apartamento con cautela, pero George estaba solo. Se encontraba en la sala de estar, gritando al teléfono.
–Me importa un bledo que Nicole esté en una reunión importante, ni aunque estuviera en una conferencia privada con Dios en persona. Interrúmpala. Llámela por el busca. ¡Haga que se ponga a este teléfono ahora mismo!
Paseaba arriba y abajo frente a las ventanas, valiéndose de una sola muleta pero cojeando mucho. No vio a Kim, no se dio cuenta de que estaba allí.
Estaba muy alterado. Quería hablar con Nicole.
–No, no puede devolverme la llamada. Si usted me cuelga o me pone en espera, iré en persona. Y créame, amigo, no le va a gustar que vaya.
Después permaneció en silencio, escuchando a alguien al otro extremo de la línea, o esperando. Kim también esperó. Se quedó pegada en el sitio, debido a un deseo enfermizo de enterarse de que era lo que George tenía tanta urgencia por decir a su ex mujer.
Mientras ella lo miraba, George tensó los hombros y pareció agarrar el teléfono con más fuerza.
–Maldita -dijo en un tono de una aspereza poco habitual-. Me dijiste que se estaban ocupando de todo en Colorado. Me prometiste, incluso me juraste que esto no volvería a fallar, pero acaba de llamarme Harry. No hay ningún montaje. Lo que ha habido es un intento sin ningún entusiasmo de ponerse en contacto con él, y ese intento ha fallado, y ahora está solo.
Lo que estaba diciendo George era tan distinto de lo que Kim había esperado que dijera, que tardó unos instantes en comprenderlo.
–¿Qué pensabas? – escupió George-. ¿El plan consistía en dejar que Alessandra Lamont muriera? ¿Creías que ibas a obtener mayor notoriedad con este caso si la acusación era de asesinato en lugar de simple conspiración para cometerlo? ¡Dios, he terminado contigo para siempre! Sé que estas dispuesta a sacrificar nuestra relación por tu carrera, pero no tenía ni idea de que estuvieras dispuesta a dejar morir a alguien. Dios santo, y no una persona sola, sino dos. Porque tú sabes tan bien como yo que Harry está con ella, y que cuando empiecen a silbar las balas no va a echar a correr para ponerse a salvo.
Calló un instante y escuchó brevemente antes de interrumpir:
–Y una mierda. Ya sé por qué no estoy yo allí, pero ¿por qué no estás tú? ¿Cómo has podido hacer esto? – Se le quebró la voz e hizo una pausa-. No lo sabías. Eso no es suficiente, Nic. Este caso era tuyo, se supone que debías saberlo. – Otra pausa-. Si me entero de que sabías esto, y me enteraré, eres historia, nena. Escúchame bien, porque no pienso repetirlo. Si has tomado parte en esto, más vale que recojas tus cosas de la oficina ahora mismo. Márchate mientras puedas, y vete muy lejos, porque yo no quiero verter la cara nunca más.
Pulsó el botón para cortar la comunicación, y acto seguido se volvió y arrojó el teléfono al otro extremo de la sala. El aparato se estrelló contra la pared a escasos centímetros de donde estaba Kim.
La expresión de George era terrible, nunca lo había visto tan alterado. No pidió disculpas por haber tirado el teléfono, no dijo nada; se limitó a quedarse allí de pie, con la respiración agitada y mirándola fijamente a ella.
Kim no sabía qué decir. Le daba miedo hablar, revelar de algún modo que sabía demasiado acerca de aquel caso, acerca de la pobre, la desdichada Alessandra Lamont.
–Me parece que tal vez haya contribuido a matar a mi compañero -dijo George-, y también a Alessandra. – Rió, pero su risa se pareció más a un sollozo-. Bonita manera de devolverle el favor, ¿eh? Ella me salva la vida, y yo me aseguro a fondo de que muera.
Se dio la vuelta, y Kim dio un paso hacia él. Sabía que no era el momento oportuno, pero tenía que saberlo.
–George… ¿Le has dicho que has terminado con ella?
Él se volvió con una mirada y un tono de voz curiosamente inexpresiva.
–Sí -dijo-. Claro. ¿Por qué no esparcir un poco el dolor? Se me ha olvidado decirte que Nic es mi ex mujer. Ya sabes, la que me tenía colgado aún. Excepto que ya llevo un tiempo curado de ella. – Rió de nuevo, otra expulsión de aire teñida de dolor-Ahora sólo tengo que pensar en una forma de curarme de ti.
Aquello era una locura. Harry estaba literalmente arrastrando a Allie montaña arriba, con cinco asesinos profesionales pegados a sus talones.
Era cierto que aquella montaña era grande y que aquellos bosques eran muy extensos, pero Harry sabía que no sería demasiado difícil que les siguieran la pista, teniendo en cuenta que estaban dejando un rastro del tamaño de un elefante a través de la vegetación.
Y eso, si Ivo no había contratado a un rastreador del lugar para incorporarlo a su equipo. Y probablemente lo habría hecho. Tanto Ivo como Michael Trotta eran hombres meticulosos, no se les habría pasado por alto la posibilidad de que la caza de Alessandra Lamont terminase en las montañas de Colorado. Y si uno de aquellos otros cuatro hombres era realmente un rastreador, sería capaz de seguirlos por mucho cuidado que pusieran ellos.
–¿Qué vamos a hacer? – inquirió Allie, jadeando mientras subía-. En realidad no crees que podamos dejarlos atrás, ¿verdad? Y son cinco. Seguramente se separarán.
–No tenemos muchas alternativas. – Harry la ayudó a saltar por encima de un tronco caído. Allie ya no rechazaba su mano, lo cual podía ser buena o mala señal; probablemente mala, pues había hablado de coger el dinero y desaparecer… si es que salían vivos de aquélla.
Dios quisiera que salieran vivos.
–Podríamos escondernos -dijo Alije.
–Nos encontrarían -replicó Harry.
–Bueno, podríamos buscar un sitio, no sé, una cueva o algo así, donde pudiéramos mantenerlos a raya con tu arma.
–¿Y esperar que el FBI nos encontrase antes de que ellos regresaran al coche a sacar el lanzagranadas que llevan en el maletero?
Allie guardó silencio durante unos instantes y se concentró en continuar subiendo, sirviéndose de ambas manos para ascender por aquella interminable pendiente.
–Entonces, ¿qué opciones tenemos, exactamente?
–Seguir andando.
–¿Eso es todo? – Le faltaba poco para que su enfado saliera a la superficie, y tuvo un repentino acceso de rabia-. ¿Jodes todos los casos de esta manera, o es que yo tengo algo que hace que muestres tu lado incopetente?
–Yo no he preparado nada de esto -le dijo Harry por enésima vez-. Si lo hubiera hecho, habría refuerzos. Créeme.
–He dejado de creerte. Te he creído dos veces, ¿y conoces el dicho? «Si me engañas una vez, vergüenza para ti; si me engañas dos, vergüenza para mí.» Yo he inventado una tercera parte que dice: «Si me engañas tres, pégame un tiro».
Harry rió. Pero fue lo peor que pudo hacer.
–¿Te parece divertido? Es casi seguro que vamos a morir, ¿y a ti te parece divertido? – Estaba furiosa-. Me dijiste que aquí estaría segura, y te creí. ¡Hice más que creerte, me acosté contigo, una vez, y otra, y otra! Oh, Dios, durante todo ese tiempo tú probablemente te reías y…
–Allie, tienes que creerme, yo no he preparado esto. Lo ha hecho George. George conocía la existencia de la carta que recibí de los abogados, y probablemente se imaginó que en el juzgado habría expedientes en los que figurarían los nombres y la dirección de Shaun y de Emily. Y este desastre me huele también a Nicole Fenster. Pero te juro que yo no sabía nada. Por nada del mundo te prepararía yo un montaje. Y tampoco era mi intención acostarme contigo. Quiero decir que no fue algo planeado y que…
Ya, y eso tampoco estaba sirviendo precisamente de ayuda. Parecía que los momentos de amor que habían compartido hubieran sido una especie de accidente, algo así como «vaya, lo siento, ¿cómo es que he terminado con la polla ahí dentro?».
Seguramente no había nada que pudiera decir para lograr que Allie lo creyera. Pero quería que lo creyera. Era muy probable que los dos acabaran muertos, y Harry no quería que Alije muriera odiándolo.
Cuando coronaron la montaña, Harry divisó un retazo de azul por debajo de ellos.
Un río.
Allá abajo había un río.
Quizá, sólo quizá, por lo menos Allie no tendría que morir.
–¿Sabes nadar? – le preguntó Harry.
–¿Qué? ¿Por qué?
–Maldita sea, Allie, limítate a contestar a la jodida pregunta. Ella se encogió, y Harry experimentó una punzada de remordimiento. Tenía la intención de mejorar su forma de hablar, pero nunca se había puesto a ello en serio. Ahora era probable que ya no tuviera la oportunidad de hacerlo.
–Perdona -dijo en voz baja-. Allie, siento mucho todo esto. Creí de verdad que aquí estábamos seguros. Ya te lo dije, yo no arriesgaría de este modo las vidas de mis hijos. Ni tampoco arriesgaría la tuya, porque…
Allie lo estaba mirando, y Harry advirtió aquella familiar chispa de esperanza en sus ojos; esperanza de que él dijera las palabras que tenía atascadas en la garganta. A pesar de todo lo que había dicho, Allie deseaba creerlo, y Harry sabía que lo único que tenía que hacer era decirlo.
–Yo no te prepararía un montaje así -dijo otra vez, exprimiendo las palabras, esperando que el hecho de hablar le proporcionara el impulso que necesitaba- porque estoy enamorado de ti.
Harry la quería.
Harry la amaba.
Allie asintió con un gesto y miró al lugar por donde habían venido, montaña abajo, por donde Ivo y sus hombres podían aparecer en cualquier momento.
–Sí, ya sé -dijo Harry, agarrándola de la mano y arrastrándola consigo hacia la otra ladera de la montaña-. Necesito perfeccionar mi sentido de la oportunidad, pero es que he creído que no iba a haber…
–No. – Allie se negó a dejar que continuara-. No vamos a morir. No te atrevas a renunciar, Harry. Vamos a conseguirlo. Porque yo también te quiero.
Él la atrajo hacia sí y la besó, un beso suave pero demasiado corto.
–Lo siento -dijo de nuevo-, pero tenemos que seguir avanzando.
Allie afirmó con la cabeza. Sentía deseos de abrazarse a él, de be sano intensamente, de sentir sus brazos alrededor del cuerpo. Pero aquello tendría que esperar. Con todo, era mucho mejor que pelearse. Mucho mejor. Dios del cielo, creía a Harry.
Cuando Harry se volvió hacia ella, vio que tenía lágrimas en los ojos
–Mira, no quiero parecer catastrofista, pero a veces el amor no es suficiente, Allie. Ojalá fuera lo único que necesitáramos, pero…
–Podemos salir de ésta. – La voz le tembló por la fuerza de su esperanza.
–Sí. – Harry aspiró profundamente-. Es posible que salgamos de ésta. – Soltó la mano de Allie y se sacó el mapa del bolsillo, lo desplegó y continuó bajando la colina-. ¿Así que sabes nadar?
–Sí -contestó ella-. Sé nadar. No muy bien, pero lo bastante para flotar.
–Tenemos una nueva alternativa. – Aminoró la marcha para señalar una delgada línea azul del mapa y luego montaña abajo-. Nos dirigimos a este arroyo. ¿Lo ves en el mapa? No es muy importante, pero llega hasta Hardy si lo sigues en dirección este. Y si vas andando por el agua, no dejarás ningún rastro que ellos puedan seguir. Si hace falta, nada. Cuando llegues a Hardy, ve directamente a la policía.
–Aguarda. Lo dices como si fuera a hacerlo yo sola. ¿Es que no vas a venir conmigo?
–Yo me dirigiré más hacia el oeste, hasta esas montañas, dejando un rastro para esos tipos.
–Pero… ¡si te encuentran, te matarán!
–Es posible, pero no te matarán a ti, y en este momento ésa es mi prioridad. – Resbaló de nuevo sobre las hojas secas-. Dios, bajar es casi tan duro como subir. – Se guardó el mapa en el bolsillo y volvió a agarrar a Alije de la mano-. Mira, Allie, si no dejo yo otro rastro, supondrán que los dos hemos seguido el río. De esta manera, por lo menos tú tienes una posibilidad de escapar.
Allie hizo un gran esfuerzo para mantener el tono de voz calmo y controlado.
–Sí, pero a quien persiguen es a mí. Eres tú quien debería seguir el río.
A Harry le resbaló un pie, y a punto estuvo de arrastrar consigo a Allie ladera abajo antes de conseguir frenar.
–Lo siento, ésa no es una opción.
Allie tiró por la ventana la calma y el control. ¿Cómo era posible que estuviesen hablando de aquello?
–Pues yo digo que sí lo es.
–De ninguna manera pienso dejar que mueras por mí -le dijo Harry-. Dios santo.
–Ah, ¿y entonces qué? ¿Se supone que yo sí debo dejar que mueras tú por mí? Olvídalo, Harry. O lo hacemos juntos, o no lo hacemos.
Harry resbaló de nuevo, y esa vez los dos cayeron al suelo. Sujetó a Alessandra intentando protegerla de las ramas que los golpeaban a su paso y de las piedras que alfombraban el lecho del bosque, mientras se deslizaban colina abajo.
Tropezó con otro árbol, uno más grande, directamente en las costillas, y a través de la neblina de dolor consiguió rodearlo con su brazo libre. Dios, otra vez las costillas. La misma costilla. Por supuesto. Precisamente ahora que empezaba a sentirse mejor. Pero entonces se acordó: Allie lo amaba. El dolor era cosa insignificante.
–¿Estás bien? – preguntó a Allie. Ella tenía el pelo delante de los ojos y los brazos alrededor del cuello de él. Dejó escapar una exclamación, Harry forcejeó para incorporarse y…
–Oh, mierda.
Un metro más, y los dos se habrían despeñado por el borde de un precipicio. Harry se agarró al árbol al tiempo que sujetaba a Allie y miró hacia el vacío.
Se trataba de una pared vertical de roca que descendía unos cien metros en picado hasta el río que brillaba al fondo con la luz del sol. No era un arroyo pequeño que uno pudiera vadear con sólo mojarse los pies; la delgada línea azul del mapa resultó ser engañosa. Era un río ancho y profundo, de rápida corriente y aguas bravas hasta donde alcanzaba la vista. Era el típico río en el que uno podía ahogarse, el típico río cuyas aguas podían cubrirlo a uno por encima de la cabeza y arrastrarlo al fondo…
Allie le tiró del brazo.
–Vamos -le dijo-. Tenemos que encontrar otro modo de bajar.
Era asombroso, ciertamente. Resultaba increíble, pero Harry la amaba aún más por aquello. Alije era capaz de ver el río y seguir teniendo esperanzas. No lo veía como el final del camino, el final de sus posibilidades… como lo veía él. Allie no lo veía como lo que él sabía que era: el final de las vidas de ambos.
George estaba sentado en el sofá sosteniéndose la cabeza entre las manos.
Kim sabía que no le quedaba otro remedio: tenía que decírselo. George tenía que saber que lo que le había sucedido a su compañero y a Alessandra Lamont no era enteramente culpa de él; era principalmente culpa de ella.
Resultaba de lo más irónico. Estaba preparada para hablar a George de las exigencias de Michael Trotta, pero no lo había hecho porque creía que él aún estaba enamorado de Nicole. Sintió celos -punto final- y lo traicionó.
Tomó asiento a su lado, pero él no levantó la cabeza.
–Tengo que contarte una cosa que he hecho -dijo en voz baja-. Es algo de lo que estoy avergonzada.
George siguió sin alzar la vista. Era mejor así. Ya iba a ser bastan te duro decírselo incluso sin tener que mirarlo a los ojos.
–Oí tu conversación con Nicole -le dijo-. Cuando le dijiste cómo encontrar a tu socio. – George levantó la cabeza, y entonces fue Kim la que miró para el suelo-. Pasé esa información a Trotta -confesó-. El me dijo que si no le contaba todo lo que había oído, me ha ría desear estar muerta. Ya sé que debería haber acudido a ti y pedirte ayuda, pero… no lo hice. Tenía mucho miedo y estaba muy celosa. Creía que te estabas viendo otra vez con Nicole y…
Las lágrimas rodaban por sus mejillas, y por fin encontró valor para mirar a George con la esperanza de ver compasión y comprensión en sus ojos.
Pero no vio nada. Ninguna emoción, ninguna luz, ningún calor, nada.
–Lo sé -dijo George-. He sabido todo el tiempo que trabajabas para Trotta. ¿Por qué crees que te permití mudarte aquí?
Kim estaba sin habla. ¿George… lo sabía?
George sonrió, pero sus ojos no se alteraron.
–Sorpresa, nena. Estando aquí, todo este tiempo, creías estar utilizándome, pero en realidad el que utilizaba era yo. ¿La llamada telefónica que oíste? Se trataba de un montaje. Estábamos suministrando esa información a Trotta a través de ti. Yo sabía que estabas en casa, y sabía por qué tenías tantas ganas de comer rosquillas. Hiciste justo lo que yo esperaba que hicieras. Espero que te haya pagado bien.
George lo sabía…
–Recoge tus cosas y márchate -le dijo George en tono inexpresivo-. Será mejor que te lleves el dinero que hayas obtenido de Trotta y te vayas de la ciudad. Desaparece. Debería ponerte las esposas y detenerte. Y si vuelvo a verte, eso será precisamente lo que haré. – Se puso de pie-. Voy a darte cinco minutos, y después iré a por las esposas.
Kim no podía creerlo, no podía creer que aquello estuviera ocurriendo.
–Pero… yo te quiero. Y tú me quieres a mí. Sé que me quieres.
–Sí -dijo George, colocándose las muletas bajo los brazos y saliendo de la habitación-. Esta vida es una auténtica mierda, ¿a que sí?
–¿Y ahora qué? – preguntó Allie.
Harry negó con la cabeza. No podía creer que hubieran llegado tan lejos.
Habían descendido trabajosamente hasta un estrecho saliente situado a unos seis metros por encima de la corriente del río y, sin duda alguna, no había adonde ir después de eso.
–Tenemos que regresar -dijo Harry-. Probar una ruta distinta.
Aquello de tener esperanzas resultaba contagioso, y mucho más agradable que la alternativa, que consistía en tumbarse en el suelo a esperar a que Ivo y sus colegas les metieran una bala en el cerebro.
Con un poquito de esperanza, podía fingir que Alije y él tenían futuro. Con un poco más de esperanza, veía ya sus días y sus noches llenos del calor y la belleza de Allie. Y de amor. Dios, ella lo amaba. ¿Cómo no iba a tener la esperanza de vivir felices para siempre, durante más tiempo que los cuarenta minutos que había calculado en un principio que tardaría Ivo en alcanzarlos?
Teniendo esperanzas, podía fingir que era sólo cuestión de tiempo que pudieran regresar a Hardy. Se mudaría a casa de Marge Shaun y Emily, y dejaría que creciera su relación con Allie. No se darían ninguna prisa, y tal vez dentro de un año o así, cuando Allie es tuviera preparada, se casarían.
Dios, esperaba que ella quisiera casarse con él. Esperaba pasar el resto de su vida al lado de Allie.
Lo cierto era que, si salían vivos de aquélla, tendrían que marcharse de la ciudad. Trotta sabía que estaban en Hardy, de modo que tendrían que esconderse de nuevo, en algún lugar distinto. Shaun y Imily se enfadarían, y también Marge, probablemente. Iba a ser más difícil que nunca ganarse de nuevo su confianza. Y en cuanto a Alie… Ya le había dicho, sin discusión, que no quería casarse con él.
Aun así, podía albergar esperanzas.
Pero entonces sucedió. Un disparo. Una bala se incrustó en la repisa.
Harry tiró de Allie contra la pared del precipicio y la protegió contra las esquirlas de roca que salieron despedidas. Una de ellas lo hirió en la pierna y le provocó un fuerte escozor. Pero el escozor no era nada comparado con el dolor agudo que sintió al ver destrozadas sus esperanzas.
No había salida. Había fallado a Allie. Estaban temporalmente protegidos por la pared que se elevaba por encima de ellos, y él disponía de munición suficiente para mantener a raya a quienquiera que descendiera hasta aquella repisa, pero sólo era cuestión de tiempo que Ivo enviase un tirador de élite a la montaña, a la otra orilla del río. Desde allí, un hombre armado con un rifle de gran potencia podría apuntar a Harry y a Allie como objetivos de una cancha de tiro.
No había esperanza. Estaban muertos. Con todo, extrajo su pistola y efectuó un disparo de advertencia hacia el estrecho sendero que conducía a aquel saliente.
–Supongo que no podemos dar marcha atrás -dijo Allie, casi en tono resuelto-. Así que tendremos que ir hacia delante.
¿Hacia delante? Delante no había nada.
Allie debió de percibir el escepticismo en los ojos de Harry, por que le dio un beso.
–Podemos saltar al río.
–¿A ese río? Ningún ser humano que esté en sus cabales saltaría a ese río. – Volvió a disparar.
–De eso se trata. No nos seguirán. Desde luego, si saltamos des de más arriba de donde están ellos.
–Nos ahogaremos.
–No -replicó ella-. No necesariamente. Yo nado lo bastante bien. Me quedaré contigo.
–No -dijo Harry-. No, de ningún modo.
–Al menos tendremos una posibilidad. Si nos quedamos aquí, nos matarán de un tiro. – Lo besó de nuevo-. Ya sé que te asusta, y tienes razón, podríamos morir. Pero yo prefiero la posibilidad de morir a la seguridad de morir. Al menos, si saltamos, hay esperanza.
Esperanza.
Al menos había esperanza.
Ciertamente, era una esperanza completamente absurda, imposible. Saltarían de aquel precipicio a aquel río y tal vez, sólo tal vez, lograran sobrevivir.
Harry miró a Allie a los ojos y vio brillar aquella loca esperanza. Y ya que iba a aceptar, bien podía arriesgarse a pedir a lo grande:
–Cásate conmigo. – Ella lo miró como si hubiese hablado en chino-. Saltaré si te casas conmigo.
Allie rompió a reír y se tapó la boca con la mano, como si se encontraran al borde de una situación imposible, como si creyera de verdad que existía alguna posibilidad de que algún día se casaran.
Ivo había dejado de dispararles, probablemente para ahorrar munición. Harry sabía que era sólo cuestión de tiempo que enviase uno de sus hombres a cruzar el río. Y entonces ya no tendría forma de proteger a Allie, ningún sitio donde esconderse. Ninguna esperanza.
–¿Lo deseas de verdad? – quiso saber ella.
–Sí-contestó, y maldito fuera si aquella esperanza no se le que daba metida en el pecho y lo impulsaba a creer que aquello era verdaderamente posible.
Allie afirmó con la cabeza.
–Me encantaría casarme contigo. – Había lágrimas en sus ojos cuando le sonrió.
Harry la besó apasionadamente. Podían lograrlo. Guardó la pistola en su funda, respiró hondo y agarró a Allie de la mano.
Ella sonrió.
Él asintió.
Y juntos saltaron al vacío.
Capitulo 22
Allie se ciñó un poco más la manta, sentada en la sala de interrogatorios de la oficina del FBI en Farthing, mientras contemplaba los carteles de personas buscadas que colgaban de las paredes.
Uno de los rostros le pareció familiar, pero no recordaba dónde lo había visto. Era un hombre moreno de pelo corto, con ojos oscuros y unos pómulos muy pronunciados. Decididamente, era de herencia hispana. ¿Sería uno de los hombres que había visto con Ivo en Hardy?
Señor, aquello era justo lo que necesitaba: la culpa y la responsabilidad de haber metido al enemigo público número cuatro en un soñoliento pueblo como Hardy, Colorado.
Se estremeció. Tenía frío, estaba cansada, tenía hambre, y los ojos inexpresivos del Hombre Más Buscado de América le ponían el vello de punta, pero cuando Harry entró de nuevo en la habitación y le sonrió, se sintió más feliz de lo que recordaba haberse sentido nunca.
Harry tenía el aspecto de estar tan mal como ella. Completamente desaliñado y medio ahogado. Tenía la ropa mojada y las deportivas le hacían un curioso ruido al andar.
Estaba maravilloso.
Otro hombre le salió al paso y se lo llevó a un aparte para decirle algo en voz baja al oído. La sonrisa de Harry se desvaneció.
Allie no oía lo que decía, pero logró leerle los labios. Mierda.
Ay, señor, ¿qué iba a pasar ahora?
–Ivo y sus chicos se han escapado -le dijo Harry a bocajarro al tiempo que se sentaba a la mesa junto a ella-. Ha sido una jod… Perdona. Ha sido una persecución tremenda por todo el estado, y ni si quiera hemos dado con el coche que conducía Ivo. – Le tomó la mano-. Esto significa que la cosa no ha acabado. No tenemos a Trotta, y él sigue buscándote.
Bajó los ojos hacia los dedos entrelazados de ambos, y cuando volvió a mirar a Allie, su mirada era seria.
–Necesito pedirte una cosa -dijo-. Pero antes quiero que sepas que, respondas lo que respondas, no tiene nada que ver contigo ni conmigo, y no va a cambiar lo que yo siento por ti. Sólo necesito que contestes con sinceridad, ¿de acuerdo?
Allie afirmó con la cabeza.
–Existen muchas especulaciones sobre la razón por la que Trotta no ha renunciado a eliminarte -dijo. Era obvio que estaba escogiendo con cuidado las palabras-. Acabamos de recibir un mensaje de un informador de Nueva York de que el precio de tu cabeza ha ascendido a cinco millones de dólares.
Allie no podía creerlo.
–¿Cinco millones? ¿De dólares?
Harry asintió.
–Esto no es el típico golpe de castigo que uno ve todos los días. Aquí está ocurriendo algo más, y la gente piensa que ha de haber alguna relación personal entre tú y Michaei Trotta, alguna especie de relación íntima.
–No, Harry -dijo Allie, comprendiendo lo que le estaba preguntando-. No la hay, ni la ha habido. Yo no he tenido ninguna relación personal con él. No pude haberla tenido, ni querría tampoco. El estaba casado, y yo también.
Harry le apretó la mano.
–Lo siento, pero tenía que preguntártelo.
–Es una pregunta válida. ¿Por qué querrá gastar cinco millones de dólares en verme muerta?
Harry sacudió la cabeza negativamente.
–¿Es posible que Griffin tuviera alguna información que te pasó a ti de algún modo? Pero no, eso no serviría de nada ante el tribunal, no sería más que un rumor. ¿Hay algo que hayas visto u oído, algún documento, alguna cinta que tuviera Griffin…?
Entonces Allie experimentó la revelación como un fogonazo, y se puso de pie.
–Enrique. Enrique no sé qué.
–¿Quién?
Allie señaló los carteles de los hombres que buscaba la policía, en concreto el del hispano.
–Ahí es donde lo he visto. – No había más que añadirle un bigote fino y dejarle crecer el pelo hasta la altura de la barbilla. Sí, sin duda alguna-. En la oficina de Michael Trotta. Yo me marchaba, y él estaba intentando escapar. Iba esposado y sangraba mucho. Creo que le habían disparado, además de darle una paliza. Tenía la cara… -Sacudió la cabeza-. Me manchó de sangre la blusa y el pantalón. Me dijo que se llamaba Enrique algo. ¿Montone? ¿Montoy?
Harry fue hasta la pared, a los carteles que la cubrían, superpuestos unos a otros.
–¿Enrique Montoya? – Arrancó el cartel de la pared y se lo dio a Allie-. ¿Me estás diciendo que Enrique Montoya estaba en la oficina de Michael Trotta cuando tú fuiste allí?
Allie afirmó con la cabeza y pasó los dedos rápidamente por las letras impresas en el cartel. Una recompensa de cien mil dólares por conducir al arresto y el procesamiento de la persona o personas responsables de la muerte del agente del FBI Enrique Montoya. Monto ya desapareció en Florida a mediados de marzo y apareció muerto varias semanas más tarde en Nueva York. Los informes de la autopsia sitúan la fecha de su muerte el…
Allie levantó la mirada hacia Harry.
–Murió el mismo día en que yo estuve en la oficina de Michael.
Harry ya estaba al teléfono.
–Necesito hablar con Christine McFall. Sí, hola, Chris. Soy Harry O’Dell. Sí, todavía estoy coleando. – Hizo una pausa-. No, por favor, no me llames señor. De acuerdo, muy bien, llámame señor, pero contéstame a una pregunta, ¿vale? – Otra pausa-. Necesito in formación acerca de los bienes personales de Alessandra Lamont. ¿Quedó algo en la casa de Farmingdale después del incendio? ¿Algo de ropa en los armarios que pudiera haber retenido restos de material explosivo y se haya guardado como prueba? – Hizo un gesto de asentimiento-. Estoy buscando un pantalón y una blusa que tienen manchas de sangre y… -Miró a Allie-. ¿De qué color?
–No -dijo ella, comprendiendo de pronto por qué se lo preguntaba-. No estaban en la casa. Tenía tan poca ropa que no podía tirar esas prendas, de modo que las llevé a la tintorería. Aunque la dependienta me dijo que no iba a poder sacar las manchas del todo. Han pasado semanas, pero es probable que todavía esté allí la ropa.
–¿Qué tintorería es?
–Huff’s. Está en Main Street, cerca del antiguo cine.
–Chris -dijo Harry al teléfono-. Ve a una tintorería que se llama Huff’s, en Main Street de Farmingdale, y recoge el pedido de Alessandra Lamont, una blusa y un pantalón de señora. Mételos en una bolsa para pruebas y llévalos al laboratorio. Que hagan las pruebas del ADN en las manchas de sangre que encuentren. Estamos bastante seguros de que esa sangre pertenece a Enrique Montoya. Sí, eso he dicho. Es de Montoya. Infórmame de lo que averigües. – Colgó el auricular y se volvió hacia Allie-. Con esa prueba y tu testimonio, por fin tenemos pillado a Trotta.
George tiró el informe sobre la mesa de Nicole.
–Kim Monahan. Retira los cargos de conspiración que pesan contra ella. Ahora mismo.
Ella lo miró con frialdad.
–Dame una buena razón para ello.
–Porque yo te lo pido.
–Bueno, bueno. Está claro que te importa mucho esa chica.
–Sólo hazlo, Nic. Si no lo haces, jamás te permitiré borrar el de sastre de Alessandra Lamont.
Nicole sólo consiguió parecer aburrida.
–No fue culpa mía. Andrew Beli, de la oficina de Washington, creyó que saldríamos beneficiados al dar a conocer públicamente que habíamos detenido a Trotta por una acusación de asesinato. Por su puesto, él afirma que tomó la decisión de no ofrecer protección basándose en el hecho de que Lamont había rechazado la protección en el pasado.
–Fue un montaje. Filtramos información porque creíamos que habría allí un equipo especial para interceptar el atentado. Deberías haber hecho un seguimiento del caso, y lo sabes. Has tenido mucha suerte de que Alessandra y Harry O’Dell no hayan resultado muertos. Y también tienes mucha suerte de que Harry deje el FBI. Si volviese aquí, tendría todo el derecho del mundo de darte de patadas en el trasero y para que lo vieran todos los de esta oficina.
Nicole tuvo por fin la decencia de parecer avergonzada.
–Sí, bueno, es verdad que tengo suerte, ¿eh? Yo misma me lo repito todo el tiempo.
Habló con amargura. Pero a George no le importó. Lo que ella lamentase de su vida, incluido el hecho de perderlo a él, se lo había hecho a sí misma. Se colocó las muletas y dio media vuelta para marcharse.
–George.
Se volvió de nuevo.
–Considera retirados los cargos contra Kim -dijo Nic en voz baja-. Ya puedes sacarla de donde la tengas escondida.
Él movió la cabeza en un gesto de negación
–No, se ha ido. Yo… le dije que se fuera.
Y ella se había ido. Igual que Nicole, Kim lo había abandonado sin luchar en absoluto.
–Lo siento -dijo Nic-. Creía que ella y tú… Bueno, la noche en que me pediste que fuera a verte, la noche en que me dijiste que pensabas que Kim tenía algo que ver con Trotta… Antes de que me comtaras eso, estaba segura de que ibas a anunciarme que te casabas denuevo. Ya sabes, con Kim. Parecíais muy felices juntos.
–Trotta le estaba pagando para que estuviera conmigo. Lo sospeché prácticamente desde el principio. Todo fue puro fingimiento.
Sí, y tal vez, si lo repetía lo suficiente, él mismo acabaría creyéndoselo.
–Pero tú parecías…
–¿Feliz? – George soltó un bufido-. Vamos, Nic. Estaba viviendo con una mujer como un tren que me la mamaba con sólo chasquear los dedos, mientras otra persona pagaba la factura. ¿Por qué no iba a parecer feliz?
–Creo que tenías la esperanza de que ella no le pasara la información a Trotta.
Nicole había dado en el clavo. George había rezado para que, llegado el momento, Kim no lo traicionara. Pero en lugar de encararse con ella para hablar de su relación con Trotta, la puso a prueba. Esperó hasta que la oyó entrar en casa, y entonces fingió estar al teléfono con Nicole, dejando que Kim oyera una información que querían pasar a Trotta. Y efectivamente, ella había salido inmediatamente a pasar dicha información. Tenían grabaciones de su conversación telefónica con uno de los ayudantes de Trotta.
Había albergado la esperanza de que Kim acudiera a él; había creído que ella lo amaba. Pero nunca lo reconoció, sobre todo ante Nicole.
–Creo que esa chica ha conseguido hacerte daño -le dijo Nicole. Sus ojos mostraban una expresión muy triste, como si estuviera sinceramente apenada. Debía de ser un efecto de la iluminación-. ¿Es posible que tengas corazón, después de todo?
–¿Quién, yo? – dijo George, y echó a andar para salir del despacho-. Ni por lo más remoto. Tú y yo, nena, somos dos desalmados.
Harry seguía al teléfono cuando Allie salió de la ducha.
Era un extraño déjà vu; alguien le había dejado un pijama sobre la cama, igual que la primera vez. Se lo puso y salió a la sala de estar secándose el pelo con una toalla.
–No -estaba diciendo Harry-, Shaun, no es culpa tuya. Tú no tenías ni idea de que el hecho de presentar esa petición pudiera… -Calló unos instantes-. Sí, ya sé que es un asco, y siento que tengas que dejar a tus amigos. Pero a lo mejor podemos sentarnos todos juntos a pensar dónde queremos vivir y… -Suspiró y se frotó la frente-. Sí, Marge también. De acuerdo. De acuerdo, sí, hasta mañana. – Colgó el teléfono con un suspiro-. Shaun está muy enfadado. No quiere empezar desde cero en una ciudad nueva.
–Yo también voy a tener problemas con eso.
–Lo siento -dijo Harry.
–No es culpa tuya.
–Ya lo sé, pero de todos modos lo siento. Ha llamado George, y él también lo siente.
–¿Qué tal está? – preguntó Allie, mirándose en el espejo. Le estaba creciendo el pelo. En realidad, ya empezaba a parecer humana, y eso quería decir que era hora de cortárselo otra vez. Esta vez, quizá con un aire despeinado, revuelto. Una vez, cuando era pequeña, le cortaron el pelo de aquella forma y le quedaba horrible.
–Ya tiene la pierna mucho mejor. Le he dicho que eso era estupendo, porque pensaba ir a verlo para romperle la otra. Por lo visto, le ha parecido bien.
Allie lo miró.
–¿No pensarás ir a Nueva York de verdad?
–No -contestó rápidamente-. No, sólo estaba, ya sabes, me tiendo un poco las narices en sus cosas. Para hacerle saber que lo he perdonado.
–¿Diciéndole que ibas a romperle la pierna?
–Estaba muy alterado. Temí que si nos poníamos demasiado sentimentales nos echásemos a llorar en cualquier momento. – Harry permaneció inmóvil, contemplando a Allie durante largos instantes. Por fin esbozó una sonrisa torcida-. Naturalmente, puede que yo me eche a llorar de todos modos. Todavía no puedo creerme que de verdad lo hayamos conseguido.
–Yo sí. No lo dudé ni por un segundo. – Allie reflexionó un momento, reconsiderando, recordando el miedo que había pasado en aquel río helado, sabiendo que Harry no aguantaba mucho nadando-. Bueno, salvo quizá cuando caímos al agua.
Harry se aclaró la garganta y desvió el rostro ligeramente.
–Oye, Allie, quiero que sepas que no pienso hacerte cumplir la promesa que me hiciste estando en aquella repisa. Quiero decir, en aquel momento creía seriamente que íbamos a morir, y fue una especie de fantasía, ¿entiendes?
Allie tardó unos momentos en darse cuenta de que Harry estaba hablando de la propuesta de matrimonio.
–¡Ah! – dijo-. No. Cuando dije que quería casarme contigo, lo dije en serio. Pero si tú no lo dijiste de corazón… -Aspiró profunda mente-. Yo no puedo tener hijos, acuérdate, de modo que si querías…
–No -replicó Harry-. Dios, no es eso lo que he querido decir. Yo… me muero por casarme contigo, pero mi vida es un completo de sastre. Llevo más o menos una hora en el paro, y mi vida familiar es un circo. Uno de mis hijos me odia, el otro no me reconoce por la calle.
–Shaun no te odia.
–No le gusta nada marcharse de Hardy. Contaba con entrar en esa compañía de danza y… -Movió la cabeza negativamente-. Creo que lo que intento decir es que no soy precisamente un buen partido.
–Yo tampoco soy un buen partido -repuso Alije-. Y menos mal. Ya lo he sido antes, un trofeo para otra persona, y no resultaba nada divertido. – Fue hasta el bar y abrió una botella de agua tónica-. En cuanto a lo de tener niños, ya sabes que siempre he tenido la esperanza de poder adoptar…
–Oye, eso es perfecto, porque por lo visto mis hijos quieren ser adoptados.
–Me refiero a un bebé.
–Ya lo sé, sólo he hecho un chiste malo.
–Yo no puedo bromear con esto, Harry. Puede que sea hipersensible a causa de lo que ocurrió con Griffin, pero no podría soportar de nuevo algo parecido.
–Allie.
Se dio la vuelta y vio que Harry no se había movido. Estaba allí de pie, junto al teléfono, con los vaqueros empapados y la camiseta ya casi seca, el pelo hecho un desastre y el corazón abierto de par en par ante ella, reflejado en sus bellos ojos castaños.
–Quiero que te cases conmigo porque te quiero -le dijo-, no porque esté buscando una máquina de hacer niños. Quiero que seas mi amante y mi amiga, no un trofeo que poner en una estantería, y deseo desesperadamente que me ayudes con el lío que tengo con mis hijos. Quiero que sean los hijos de los dos. Y si decides que quieres un bebé dentro de un año, o de cinco, o de diez, yo te ayudaré a adoptar uno, y lo querré tanto como quiero a Shaun y a Emily. – Sonrió-. Y que conste que yo personalmente estoy deseando no tener que volver a usar jamás ningún anticonceptivo, durante el resto de nuestra larga vida.
Allie aguardó para ver si había terminado.
No había terminado.
–Va a suponer mucho trabajo. No quiero quitarle importancia al asunto. No resulta fácil vivir conmigo. Y sé que en este momento tampoco es fácil vivir con Shaun, y que…
–Hablas como si quisieras disuadirme -dijo Allie.
Harry permaneció en silencio por espacio de unos instantes, y cuando volvió a mirarla no intentó disimular la incertidumbre que se leía en sus ojos.
–Me da miedo decepcionarte.
Allie le tendió la mano.
–Ya has saltado de un precipicio conmigo hoy mismo. Vamos, Harry. Vamos a lanzarnos otra vez.
Harry rió.
Y le cogió la mano.
Y la besó.
La caída libre nunca fue tan agradable.
Epílogo
Shaun buscó a Harry y Allie detrás del escenario, después de la función.
No vio a Harry, pero en el otro extremo de la sala divisó a su hermana Emily, de ocho años, que todavía era lo bastante pequeña para ir a hombros de su padre. La niña lo saludó con la mano y le hizo el gesto de «pulgares arriba».
Aquella noche había bailado especialmente bien.
Tal vez fuera por el hecho de saber que su familia se encontraba entre el público, o quizá por haber regresado a Hardy por primera vez en más de cuatro años. Siempre había deseado bailar sobre el gran escenario de la universidad, y por fin lo había conseguido.
No había visto gran cosa del pueblo cuando llegó en el autobús de los Maestros del Zapateado a altas horas de la noche. Y había pasa do la mayor parte del día ensayando. Estuvo bien, habían hecho unas cuantas gracias en el número inicial. Pero quería pasar por la antigua casa, tal vez bajar hasta las canchas de baloncesto…
–¿Shaun Novick?
Giró en redondo.
–Dios mío, eres tú.
La joven que tenía a su espalda era casi tan alta como él, que medía cerca de metro noventa. Tenía el cabello castaño, largo y abundante, que le caía en cascada sobre los hombros, un cuerpo de diosa y los ojazos más increíbles que había visto en sus dieciocho años de vida.
–O’Dell -replicó, me apellido O’Dell.
–¿Pero antes era Novick, no? No podría haber otro Shaun como tú, que baile igual que tú… -Sonrió, y a Shaun se le secó la boca. La joven tenía una sonrisa asombrosa-. Te has puesto lentillas. Yo también.
Shaun la miró a los ojos más detenidamente y…
–¿Mindy?
–Recibí tu carta -le dijo ella-. Te habría contestado, pero no me diste tu dirección.
–No podía -dijo él-. Lo siento.
–Ya lo sé. Me explicabas lo de ese hombre que perseguía a tu padre y… bueno… quisiera haber podido escribirte también, eso es todo. – Lo recorrió de arriba abajo con la mirada-. ¿Estoy estropeando tu tapadera al reconocerte aquí?
Shaun sonrió.
–Michael Trotta, el mafioso, murió unos tres meses después de ir a la cárcel. Desde entonces nos hemos acostumbrado a usar nuestros nombres reales. – Calló un momento-. ¿Y a ti qué tal te ha ido? ¿Qué estás haciendo aquí? ¿Sigues viviendo en Hardy?
–Sí. He venido a casa a pasar las vacaciones de Navidad. Pero dentro de unas dos horas tengo que tomar el avión de regreso a la universidad. Obtuve una beca para la UCLA. – Le obsequió con otra de aquellas sonrisas asombrosas-. Estoy en el equipo femenino de baloncesto.
–Eso es genial. – Shaun no podía dejar de sonreírle-. Sólo tienes dos horas, ¿eh? Qué lástima.
–De hecho, mi madre ha ido al aparcamiento a recoger el coche. Tengo que irme. – Le tendió la mano-. Me alegro mucho de haber tenido la oportunidad de verte. Ha sido una actuación estupenda.
De ninguna manera iba a estrecharle la mano. Shaun la atrajo a sus brazos.
Fue precisamente lo correcto. Mindy lo abrazó con el mismo entusiasmo, y cuando se apartó estaba riendo.
–Dios, en octavo curso estaba colada por ti. Si me hubieras dado un abrazo como éste, me habría muerto y habría ido al cielo.
–Me porté fatal contigo. No puedo creer que no me odies.
Ella le tocó la cara.
–Te perdoné, ¿no te acuerdas?
Shaun no quería soltarla.
–Sí, me acuerdo.
–¿Arreglaste las cosas con tu padre?
Shaun asintió.
–Sí, estamos genial. Harry lo está haciendo muy bien, está aquí. Y también están Allie, Emily y Sam, mi nuevo hermano. Harry y Allie acaban de adoptar un bebé.
–¿Allie?
–Mi madrastra. Tú la conociste, trabajaba para tu madre, limpiando casas.
Mindy asintió.
–Ah, sí, es verdad.
–Ahora es escritora. Su segundo libro saldrá en junio. Éste va a ser importante, lo presiento, ¿sabes?
–¿Así que Allie se casó con tu padre? Eso es genial.
–Hace cuatro años -explicó Shaun-. Nada más marcharnos. Es una mujer increíble, yo estoy loco por ella. A veces desearía que Harry no se hubiera casado con ella, para poder casarme yo.
–Hum -dijo Mindy, entornando los ojos al mirarlo-. ¿Eso quiere decir que sigues sin ser homosexual?
Shaun tuvo que echarse a reír y miró a Mindy con intención.
–¿Tú que crees?
Mindy se sonrojó, pero le cogió la mano izquierda y le escribió su número de teléfono en la palma.
–Me encantaría verte otra vez. ¿Me llamarás si alguna vez vas a Los Ángeles?
–Puedes estar segura de que iré a Los Ángeles, de que te llamaré y de que sigo sin ser homosexual.
–Y tú puedes estar seguro de que todavía estoy colada por ti. – Le dedicó otra de aquellas sonrisas de un millón de dólares al tiempo que desaparecía entre la multitud.
Shaun la observó marcharse hasta que llegó a la salida. Entonces se volvió y le hizo un saludo con la mano. Mira tú por dónde. Mindy MacGregor.
–¿Has apuntado su número? – le preguntó Harry a su espalda.
Shaun alzó la mano izquierda.
Harry le choco los cinco.
–Has estado magnífico. – Dio un fuerte abrazo a Shaun-. Estoy muy orgulloso de ti. – Retrocedió un poco para mirarlo-. ¿Ocurre con mucha frecuencia? ¿Que las mujeres te persigan y te escriban su número de teléfono en distintas partes del cuerpo?
Shaun rió y tomó a Emily en brazos para abrazarla.
–Por lo general, no dejo que me escriban nada encima.
–Ésta es diferente, ¿eh?
–Harry -dijo Allie, pasando a Sam al otro brazo-, ¿no la has reconocido? Era Mindy MacGregor.
Harry miró a Allie y después a Shaun.
–¿Esa era tu amiga Mindy, la de las gafas?
–Me acuerdo de Mindy -dijo Em- Olía siempre muy bien.
–Sí, y sigue oliendo muy bien -dijo Shaun a su hermana.
–¿Sigue jugando al baloncesto? – inquirió Allie.
–En la UCLA.
–Vaya con Mindy. Siempre supe que superaría aquella etapa torpona. – Allie se volvió a Harry-. Tú no llegaste a conocerla de verdad, pero era una niña que no se rendía nunca. Era la peor jugadora de baloncesto del mundo, pero practicaba mucho y jamás perdía la esperanza. – Dio un beso a Shaun en la mejilla-. Llámala enseguida y pídele que se case contigo.
Shaun rió.
–Sí, mamá.
Harry había rodeado a Allie con un brazo. Incluso después de cuatro años, no podía estar cerca de ella sin tocarla. Hacían que estar enamorado pareciera algo ciertamente estupendo.
–Gracias por venir -les dijo Shaun-. Sé que no ha sido fácil venir hasta aquí con el bebé y el apretado horario de trabajo de Harry.
La empresa de servicios de seguridad de Harry estaba despegando por fin.
–Esto me ha venido bien -dijo Harry-. Estoy aprendiendo a delegar.
Allie sonrió.
–Has estado increíble -dijo Harry a su hijo-. Como si no lo supieras. Aun así, no nos lo habríamos perdido por nada del mundo.
Shaun sonrió y abrazó a su padre otra vez.
–Ya lo sé.