Harry la estaba mirando, estudiando su rostro desnudo, liso, sus ojos castaños tan intensos. Era como si la multitud que los rodeaba hubiera dejado de existir, como si ellos fueran las dos únicas personas que había en aquel lugar de comida rápida. Le tocó el cabello y le llevó un mechón suelto por detrás de la oreja.
–El corte de pelo de verdad que es horrible -le dijo.
Ella cerró los ojos.
–Sí, creo que ya lo has mencionado antes.
–Pero no es más que pelo.
–Habló el rey de los bien peinados. – Alessandra alzó una mano y le quitó la gorra de béisbol. El cabello de Harry, como siempre, salía disparado en todas direcciones.
Él se encogió de hombros.
–A lo mejor deberíamos dejarnos el pelo a juego, como dos indios.
Alessandra tuvo que reírse.
Harry la tocó otra vez, con dedos tibios y ligeramente ásperos en la mejilla de ella.
–Sigues siendo muy guapa -le dijo con suavidad-. Demasiado guapa. Y eso me asusta, porque si alguien te mira un poco de cerca…
–Movió la cabeza negativamente.
Y una vez más, Alessandra no supo cómo reaccionar.
–¿Y estás diciendo esto -dijo por fin- porque te mueres por joderme?
Harry lanzó una carcajada.
–Ay, Dios -exclamó-. En serio tengo que vigilar lo que digo. Si he conseguido que tú pronuncies esa palabra que empieza por j, es que debo de utilizarla demasiado.
–No entiendo qué es lo que quieres.
–Bueno, cuando lo entiendas dímelo, porque ni yo mismo lo sé.
–Amigos -dijo Alessandra cuando estaban a unos ciento cincuenta kilómetros al oeste del Mickey Ds en el que se habían detenido a comer. Se volvió para mirarlo de frente-. Eso es lo que quiero yo, Harry. Quiero que seamos amigos.
Harry le dirigió una mirada. Ella lo estaba mirando muy fijamente, con el semblante muy serio, como si temiera que él le dijera que no, que no quería ser su amigo.
–Creía que eso es más o menos lo que somos. Quiero decir, aparte del hecho de que tú todavía no me has perdonado por haberte utilizado como cebo para cazar a Trotta.
Alessandra asintió, todavía muy seria.
–Te perdonaré si tú me prometes que no volverá a ocurrir. Nunca.
Harry le tendió la mano.
–Trato hecho.
Ella deslizó los dedos en los de él con gesto inseguro, y le estrechó apenas la mano antes de retirar la suya. Luego respiró hondo.
–En cuanto a lo que dijiste antes… -empezó.
Harry sabía exactamente de qué estaba hablando.
–Allie, estaba pasado de rosca. De verdad que siento haberte incomodado.
–Para mí sería mucho más fácil en este momento que dejásemos las cosas claras. Me gustaría…
–Soy un hombre adulto -le dijo Harry-. No tienes por qué preocuparte, puedo…
–Dejar el sexo fuera de todo esto.
–Conservar los pantalones abrochados.
–Bien -dijo ella.
–Bien -dijo él, intentando buscar una sola razón por la que la ausencia total de sexo en su relación era ciertamente algo que estaba bien. La mejor que se le ocurrió fue que Allie lo quería así. Y lo raro era que aquélla era una razón lo bastante buena.
George juró en voz baja y apagó la televisión con asco.
–Hay que joderse que la única semana que estoy en el hospital tenga que ser la anterior al comienzo de la temporada de béisbol. No ponen nada decente, sólo programas de entrevistas y carreras de bicicletas de montaña. Si quisiera ver carreras de bicicletas para niños de trece años, habría tenido una familia.
Kim levantó la mirada de la revista que estaba hojeando.
–Pobre cariñito, estás aburrido.
–Aburrido, maniático y muriéndome por fumarme un cigarro.
Le habían ido quitando casi del todo los medicamentos para el dolor que lo dejaban con la sensación de estar flotando cómodamente por encima de la cama y de su cuerpo. La pierna le dolía y le picaba alternativamente. Estaba harto de la comida del hospital y ya no aguantaba más el que entrasen a todas horas de la noche a tomarle la tensión y a examinarle los vendajes. Coleguita.
–Pobre George. – Kim dejó la revista y se inclinó hacia delante obsequiándole una sonrisa comprensiva y una vista sin obstáculos de la pechera de la blusa.
George experimentó una punzada de culpa. Ella había sido de lo más amable con él, había pasado con él cada minuto del horario de visitas, tres días seguidos. Había tomado una habitación en un motel cercano al hospital, pagando un precio que probablemente no podría permitirse, sólo para estar con él. Y en cambio, cada vez que la miraba, deseaba que fuera Nicole.
Nicole, que ni siquiera se molestaba en llamarlo por teléfono.
–Yo sé lo que a mí me gusta hacer cuando estoy aburrida -le dijo Kim con una sonrisa maliciosa. Acercó su silla e introdujo mano por debajo de la ligera sábana de algodón que cubría a George.
–Hum -dijo éste. Sintió sus dedos fríos en ci muslo. Bajó una mano para atrapar la de Kim antes de que ella encontrase el borde del camisón del hospital-. Estas puertas no tienen cerradura.
–¿Y?
–Pues que estas puertas no tienen cerradura.
–Eso lo hace más emocionante -susurró ella-. Imagínate que podrían descubrirnos en cualquier momento.
–A eso me refiero precisamente.
–Eso no sería aburrido.
–En eso llevas razón, es verdad, pero es que… a lo mejor a mí me resulta un poco «no aburrido».
Kim se puso de pie y cerró la cortina que rodeaba la cama.
–¿Qué tal así?
Hablaba en serio. George rió.
–Dios, esto es una locura.
–Es que estoy un poco loca. Creía que ya lo sabías.
Se sentó, esta vez en el borde la cama. Apartó la manta teniendo cuidado con la pierna herida.
–Kim…
–No irás a decirme que no lo haga, ¿verdad?
Se inclinó hacia delante para besarlo suavemente en la boca, re creándose, al tiempo que le levantaba poco a poco el camisón. Lo besó otra vez. En la barbilla. En la garganta. En el pecho. En el estómago. Le sonrió antes de bajar la cabeza una vez más.
George aspiró profundamente y cerró los ojos. Kim tenía razón en una cosa: desde luego que ya no estaba aburrido.
Nicole entró en el hospital, con el estómago agitado por la prisa.
George iba a sobrevivir. Lo sabía. Según sus médicos, lo estaba haciendo notablemente bien, se estaba curando adecuadamente, sin señal alguna de infección, con pronóstico favorable. Aun así, sabía que hasta que entrase en su habitación, hasta que lo mirase a los ojos y viera por sí mismo que realmente se encontraba bien, no iba a poder levantarse.
Los últimos días habían sido horribles. Le había llevado cinco ve más tiempo del normal llevar a cabo las triviales tareas que tenía
realizar. Durante sus reuniones en D.C., su concentración había estado en otra parte. Su mente se encontraba varios cientos de kilómetros al norte, en el estado de Nueva York.
Se obligó a sí misma a no correr al entrar en el ascensor que lleva ha a la planta de George.
–¿Me estás diciendo que la primera vez que Griffin fue a tu casa ya era un matón? – Harry estaba comiendo bocaditos de queso de la bolsa, y
tenía las yemas de los dedos teñidas de color anaranjado-. Dios, cómo me he puesto. Con esto no hacen falta los tintes. Tendrían que meter estas cosas con el dinero en caso de un robo a mano armada en un banco. Estoy marcado de por vida.
–No era exactamente un matón. – Alessandra le dedicó una son sonrisa torcida -. Era más bien un rompepelotas.
–¿Griffin? – Harry sacudió la cabeza en un gesto negativo-. Sigo sin entenderlo.
–Trabajaba para un bufete de abogados que asistía a algunos de clientes en el cobro de deudas. La primera vez. que le vi, estando todavía en el instituto, le entregó a mi padre unos documentos para que los firmase, una especie de solicitud de una segunda hipoteca. La tasa de interés era de risa, por lo elevada, pero servía para pagar a la gente que lo extorsionaba. Mi padre no estaba obligado a firmar, pero si no firmaba, el siguiente individuo que llamase a la puerta vendría con un bate de béisbol en lugar de un maletín.
Harry tenía un aspecto casi tan deplorable como Alessandra. Tenía el mentón cubierto de una sombra que era más que una perilla pero menos que una barba crecida, y los ojos inyectados de sangre. Hacía más de veinticuatro horas que habían efectuado la única parada en el motel, y mientras que Alessandra había dormido a ratos desde entonces, Harry no. A medida que se fueron acercando a Colorado, Alessandra se preguntó si él tendría la intención de seguir conduciendo sin parar.
–Así que Griffin estableció una segunda hipoteca -adivinó Harry-, probablemente llevándose un porcentaje de la empresa hipotecaria y del corredor de apuestas, y terminó saliendo y después casándose con la hija menor de edad del pobre idiota. Menudo trato.
–En realidad, mi padre no consiguió la hipoteca.
Harry apartó la vista de la carretera.
–¿Ah, no?
–Y Griffin ni siquiera me pidió salir hasta que cumplí los dieciocho, aunque yo sabía que lo estaba deseando. Estaba loco por mí.
–Dejó escapar un suspiro-. Por lo menos al principio.
–No tenemos por qué hablar de esto, si no quieres. Ella lo miró a los ojos.
–De verdad -añadió-. Si te vas a sentir mal, dejémoslo así.
Para ser un hombre cuyo modo por defecto era el humor irreverente, podía ser notablemente sensible, paradójicamente amable.
–No hay tanto que contar -dijo Alessandra-. Griffin pagó las deudas de mi padre. A mí me apuntó a clases de locución, me inscribió en un colegio para señoritas…
–¿Un colegio para señoritas? – rió Harry-. Dios, no sabía que existieran todavía. Debiste de aburrirte como una ostra.
–Me halagaba que Griffin tuviera tantas atenciones conmigo. Estaba claro que tenía un alto concepto de mí.
–Te estaba convirtiendo en su pequeña creación -replicó Harry-. Transformándote en el modelo de esposa trofeo.
–A mí no me importaba, por lo menos en aquella época. El día en que cumplí dieciocho años, Griffin me llevó a cenar y me pidió que me casara con él.
–¿Y tú… querías…? – Volvió a comenzar-. ¿Tuviste que casarte con él? Quiero decir que la presión tuvo que ser muy fuerte, si él se había gastado todo ese dinero contigo y con tu familia.
–No -se apresuró a decir Alessandra-. No, yo quería casarme con él. – Al menos, aquello era algo de lo que había logrado convencerse-. Él era todo lo que mi madre llevaba años diciéndome que me convenía. Cuando uno lo oye tantas veces, Harry, acaba creyéndoselo. A mí me habían repetido que la única manera de salir adelante en la vida era valiéndome de mi físico. Casarme con un hombre rico y ser la esposa perfecta para que no me abandonara cuando me hiciera vieja. No era lo bastante lista para hacer ninguna otra cosa, eso también me lo repitieron un montón de veces.
–Y ahora sabes que se equivocaban, ¿no? – preguntó Harry-. Tú eres una de las personas más inteligentes que conozco. Te pasas todo el tiempo leyendo. Jamás he conocido a nadie que lea tan rápido como tú.
Alessandra sonrió.
–Es curioso lo bien que me sienta eso… Ya sabes, oírtelo decir a ti. Cuando estaba en el instituto, si un profesor me felicitaba por un trabajo que había hecho bien, yo pensaba algo así como: «Vale, lo que sea, ¿pero qué te parece esta nueva sombra de ojos que llevo puesta?». – Rompió a reír-. Era verdaderamente idiota, porque no me daba cuenta de que tenía otras alternativas, otras opciones. Nunca se me ocurrió acudir a la clase de escritura creativa del colegio, aunque me encantaba escribir, porque sólo iban quienes sacaban sobresalientes. Así que ni siquiera lo intenté. Jamás se me ocurrió decir: «Un momento, no quiero casarme con Griffin», y no porque tuviera nada contra él, sino porque no quería casarme. Simplemente, siempre di por sentado que me casaría, no pensaba que pudiera escoger a ese respecto. Y él parecía el hombre perfecto: guapo, rico, bien relaciona do… Y de verdad creía que estaba enamorada. Naturalmente, yo era una niña.
–Él era mucho mayor que tú. ¿Eso no te molestaba?
–No hasta más tarde, hasta que me di cuenta de que toda nuestra relación estaba construida sobre la premisa de que él me decía lo que tenía que hacer, y yo lo hacía sin cuestionario. Me casé con él con diecinueve años, pensando que aquello me convertiría en una persona adulta de manera instantánea. Al fin y al cabo, allí estaba yo, una mujer casada. Pero io único que hice fue prolongar mi infancia durante otros siete años. Prácticamente no tomé ninguna decisión durante mi matrimonio. No tenía voz.
Suspiró nuevamente. Había hecho grandes esfuerzos por hacer que funcionase su matrimonio, hasta el punto de descuidar sus necesidades personales.
–Pero cuando tenía dieciocho años, Griffin era mi príncipe azul particular. Era muy guapo y de clase alta, tenía dinero y un trabajo estupendo… o eso creía yo. Sinceramente, no me daba cuenta de para quién estaba trabajando, Harry. – Se corrigió-. Por lo menos al principio.
–Pero con el tiempo sí lo supiste.
–Sí -contestó ella-. Con el tiempo lo supe.
Pero no lo dejaste. Harry no lo dijo en voz alta, pero Alessandra lo oyó de todos modos.
–Yo le quería -dijo en voz queda-. Pero ¿sabes una cosa, Harry? Él no me quería a mí. Sólo le gustaba poseerme, y cuando me convertí en una persona con defectos, se deshizo de mí.
–Era un idiota. – El tono que empleó Harry no dejaba lugar a la discusión-. Quiero decir, fíjate en lo que hizo. Realizó malas inversiones a diestro y siniestro, y perdió todos sus activos líquidos. Podría haber vendido ese mausoleo al que tú llamabas hogar para reducir sus gastos, pero en vez de eso continuó invirtiendo y perdiendo hasta la camisa. De modo que, ¿qué hace a continuación? ¿Qué solución se le ocurre al genio de las finanzas? Roba un millón de dólares a Michael Trotta. Eso no sólo es morder la mano que lo alimenta, sino que además es una jodida estupidez. ¿Te sorprende que te dejara tirada a ti? No. Porque estaba claro que tenía un tornillo suelto.
–Nuestro matrimonio hacía tiempo que no funcionaba -le dijo Alessandra-. Si Griffin no me hubiera dejado, yo lo habría dejado a él. No enseguida, pero me gusta pensar que sí con el tiempo. Habría sido lo bastante fuerte para separarme de él. Pero todavía no estaba preparada para abandonarlo. No sé, quizá tuviera miedo, o puede que estuviera cometiendo otro error más, aguantando cuando ya no había esperanza Tal vez no debería haberme permitido a mí misma amarlo.
–No se puede escoger a quién se ama ni con qué intensidad. Yo lo he aprendido a base de golpes.
–¿Con tu ex mujer?
–No. – Harry se cambió al carril derecho-. Oye, vamos a pa rar a comer algo que no me tiña los intestinos de color anaranjado chillón.
–No es justo. Después de todo lo que te he contado yo de Griffin… No puedes terminar la conversación justo cuando se pone interesante para mí.
–¿Quieres apostar? – Tomó la rampa de salida y se dirigió al aparcamiento de uno más de los interminables McDonalds-. Necesito café. Estoy empezando a ver doble. – Estacionó el coche y se volvió a mirar a Alessandra-. ¿Quieres conducir tú un rato?
Alessandra se sorprendió.
–¿Te fías de mí?
Él extendió un brazo por encima de ella para abrir la guantera y sacar la cartera.
–Si no me fiara de ti, ¿te lo habría preguntado?
–No.
–Correcto. – Le entregó un billete de diez dólares-. La gana dora va por el café, y el perdedor de la gorra de béisbol llama a Nueva York para ver cómo sigue George.
–Harry. ¿Cómo vamos a ser amigos de verdad, si no quieres hablar de ti?
Harry salió del coche.
–¿Cómo voy a hablar de mí estando tan preocupado por el pobre George, tumbado en esa cama del hospital, probablemente su friendo terribles dolores…? – Cerró la portezuela, pero volvió a abrirla de inmediato-. Oye, tráeme también uno de esos pasteles de manzana, ¿ quieres?
Nicole respiró hondo al llegar frente a la puerta de la habitación de George. Oyó sonar un teléfono dentro. Un timbre, luego dos, luego tres. Y cuatro. Si estaba dormido, seguro que el teléfono lo habría despertado.
Pasó por su lado una enfermera llevando una bandeja de medicinas pasillo abajo, y al llegar a su altura se detuvo.
–¿Necesita algo?
Volvió a sonar el teléfono.
–Vengo a ver a George Faulkner -dijo Nicole-. ¿Le están haciendo alguna prueba, o algo así?
–No, está dentro de la habitación. No tiene más que entrar.
Cuando empujó la puerta, por fin había dejado de sonar el teléfono, pero en la habitación reinaba el silencio. Era doble, pero la primera cama estaba vacía.
–¿Hola?
Hubo un breve revuelo de movimientos furtivos al otro lado de una delgada cortina que rodeaba la cama situada en el extremo más alejado de la habitación. ¿Estaría allí el médico? ¿O una enfermera, cambiándole el vendaje?
–¿George?
De detrás de la cortina emergió una mujer morena alisándose la falda y arreglándose el pelo.
–¿Qué ya es la hora del baño con esponja de George? – preguntó.
Aquella mujer no era médico ni enfermera. Ni mucho menos. Era Kim, la cabaretera. La malvada gemela de Nicole.
Kim llevaba de hecho una blusa con dibujo de leopardo. Nicolc no creía haber visto ninguna igual fuera de un bar barato o un club nocturno. La fina tela se tensaba sobre sus increíblemente generosos senos dejando muy poco a la imaginación. Los pantalones que llevaba eran tan ajustados que podrían confundirse con un tatuaje, y los zapatos lucían un tacón alto y puntiagudo. Zapatos «jódeme», Como los llamaba George. Qué apropiado.
Nicole la dejó a un lado sin pronunciar palabra y se abrió paso a través de la cortina. Y allí estaba George, sentado en la cama, con un tubo intravenoso todavía pinchado en el brazo, vestido con un camisón del hospital y tapado hasta la cintura con una manta. Su delgado rostro se veía recién afeitado, pero tenía el pelo inusualmente revuelto. Además, unas gotas de sudor perlaban su frente y su aristocrático labio superior.
Era evidente lo que habían estado haciendo él y Doña Mamada.
Bajo la atenta mirada de Nicole, la cabaretera cogió su bolso del alféizar de la ventana y se retocó la pintura de los labios.
Nicole juró para sus adentros por no haberse esperado aquello, por haberse permitido tontamente hacerse la ilusión de que George estaría esperando su visita, de que se alegraría de verla. Se maldijo a sí misma por meterse en una situación en la que él había conseguido herirla. Otra vez.
–Bueno -dijo. Los años de práctica para ocultar sus sentimientos le permitieron emplear un tono superficial-. Por lo visto, ya estás mejor.
George estaba sinceramente sorprendido de verla. Sorprendido, y también terriblemente mortificado. Estaba sentado en una postura incómoda, tratando de esconder la obvia prueba física de que ella había entrado cuando le estaban haciendo un servicio, por así decirlo, en su habitación, precisamente.
–Es evidente que no.
A su espalda, Kim se aclaró la garganta. George pareció sentirse todavía más violento.
–Oh -dijo-. Sí. Nic, ésta es Kim Monahan. Kim, Nicole Fenster. Nicole es mi…
–Jefa -intervino ella-. Soy la jefa de George. – Por nada del mundo iba a darle a Morritos Chupones la satisfacción de saber que era la ex mujer de George.
–Encantada de conocerla. – Kim se acercó un poco más e hizo ademán de ofrecerle la mano, pero Nicole retrocedió y se volvió para mirar a George. No tenía la menor intención de estrecharle la mano a la otra. Demasiado bien sabía dónde acababa de meter aquella mano.
–¿Qué estás haciendo aquí? – preguntó George.
–Necesito saber dónde demonios está Harry. – Gracias a Dios que tenía una buena excusa. Se volvió hacia Kim-. ¿Le importa…?
–Si no hay más remedio…
–Temo que no -replicó Nicole en el tono más amable que pudo. Kim no se dio ninguna prisa en recoger su bolso. Fue hasta Georgey lo besó plenamente en la boca. Desde la ventana, Nicole veía la autopista interestatal a lo lejos, y los diminutos coches que circulaban raudos por ella.
–No te preocupes, cariño, ya volveré -oyó susurrar a Kim.
Seguidamente Kim se marchó cerrando bien la puerta.
A George le temblaba la mano cuando intentó enjugar discreta mente una gota de sudor que le rodaba por un lado de la cara.
–Esa terapia física tiene que resultar muy dura -dijo Nicole en tono áspero.
–Oye, Nic. Lo siento, pero no sé dónde está Harry -dijo Geor ge en voz baja.
–Es tu compañero, George. Haz un esfuerzo.
–Me parece… no lo sé con seguridad…, que ha ido a ver a sus hijos. Tenía una especie de follón con ellos.
–¿Puede haberse llevado consigo a Alessandra Lamont? – preguntó Nic-. ¿Había algo entre ellos?
–No. Creo que ella quería empezar algo, pero Harry no lo ha permitido. No sé qué diablos le pasa. Sé que a él también le gusta.
–Necesito que le hagas una llamada.
–No tengo su número de teléfono -repuso George-. Y tú tampoco, no figura en su expediente personal. Es un poco paranoico con lo de dar información acerca de dónde están sus hijos.
–Alguien tiene que saberlo.
–No, Nic, ha tenido mucho cuidado con eso. Incluso cuando los llama por teléfono utiliza un número especial codificado que hace que la llamada salte de un sitio a otro y resulte imposible de localizar, y que tampoco se pueda saber adónde llama ni desde dónde llama. Creo que le cuesta como un millón de dólares el minuto, pero él dice que merece la pena. Dios, ojalá me dejaran fumar.
–Así que no podemos ponernos en contacto con él. – Nicole empezó a pasear-. Mierda.
George cambió de postura en la cama, dolorido.
–¿Qué es lo que pasa?
–Necesitamos encontrar a Alessandra Lamont -contestó ella
Ayer vino un informador a decirnos que ha subido el precio que han puesto a la bonita cabeza de la señora Lamont. De forma significativa. Ahora es más de dos millones de dólares.
–¿Por el millón de dólares que robó su marido, y que se pagó en su totalidad? – Lanzó un silbido bajo-. Eso no parece lo más correcto.
Nicole se detuvo al pie de la cama.
–Ya. Aquí está pasando algo más que nosotros desconocemos. Esto es personal… y suena a desesperación. No podemos dejar que se nos escape esta oportunidad. Si Trotta está desesperado, cometerá errores.
–Así que tú piensas que si podemos volver a prepararle un montaje a Alessandra, esta vez cogeremos a Trotta.
–Merece la pena intentarlo. – Comenzó a pasearse de nuevo-. Si te llama Harry, averigua solamente dónde se encuentra. No quiero que sepa lo que está ocurriendo. Si en efecto ha comenzado una relación con la señora Lamont…
–Tal vez fuese mejor soltar a Alessandra -dijo George-. Dejarla desaparecer.
–No creerás que Trotta se va a conformar con «dejarla desaparecer», ¿no?
George suspiró.
–No.
Observaba fijamente a Nicole, el semblante serio, sus luminosos ojos castaños ensombrecidos. Estaba guapo con el pelo revuelto. Es taba guapo allí sentado, con los ojos llenos de vida, mucho mejor de lo que estaría dentro de un ataúd. Y Nicole comprendió amargamente en un flash de lucidez que prefería con mucho verlo vivo y teniendo relaciones sexuales con otra que verlo muerto.
–Me alegro de que estés bien. – Tuvo que luchar denodadamente para que la emoción no se le filtrase en la voz.
La voz de George sonó ronca:
–Nic, tenía la esperanza de que vinieras.
Su mirada era cálida…, demasiado cálida. Como si realmente le importara; como si no fuera él quien la había dejado a ella; y como si el muy hijo de puta no acabara de meter el pene en la boca de otra mujer sólo unos minutos antes.
–Es una lástima que no haya esperado diez minutos, para que hubieras llegado tú antes.
Ella le dirigió su mirada más glacial y se encaminó hacia la puerta sin decir siquiera adiós.
–Eh, ¿no ibas a dejarme conducir?
Harry miró por la ventanilla a Alessandra, que estaba de pie al lado del coche sosteniendo dos enormes vasos de café. Su sonrisa se desvaneció al ver la cara de Harry.
–Oh, no -dijo-. ¿Es que George…?
Harry sacó un brazo por la ventanilla, cogió los vasos de café caliente y los depositó en los soportes que tenía el automóvil a tal efecto.
–No he conseguido hablar con George.
–¿Entonces?
–Entra, ¿de acuerdo?
Alessandra rodeó el coche por delante, se deslizó en el asiento del pasajero y cerró la portezuela. Tenía los ojos más agrandados que nunca, los labios tensos por la ansiedad.
–¿Cuál es la mala noticia, Harry? Dímelo.
A Harry no se le ocurría ninguna forma de hacerle más fácil lo que tenía que decirle, de modo que lo dijo sin más.
–Han adoptado ya a Jane Doe, Allie.
Ella se echó a reír.
–¡Oh, Dios santo! – Cerró los ojos y se llevó una mano a la garganta-. Estaba segura de que ibas a decirme que se había muerto. Pero que la hayan adoptado… Eso es… -Las lágrimas acudieron a sus bellos ojos-. Eso es una buena noticia. – Comenzó a temblarle el labio inferior-. ¿Quién la ha adoptado? ¿Lo sabes? ¿Te lo han dicho?
–No han querido darme el nombre, pero la enfermera con la que he hablado me ha dicho que parecían gente muy agradable.
–Estoy… Estoy muy contenta. – Luchaba con gran esfuerzo contra las lágrimas. Cada uno de los músculos de su cuerpo estaba en tensión. Tenía los hombros tan contraídos que al propio Harry le dolió el cuello.
Levantó una mano hacia ella.
–Allie…
Harry puso las manos sobre el volante.
–Mira, Allie, es normal que te sientas triste por esto. Sé lo mucho que querías adoptar tú a esa niña.
–Ya -dijo ella con voz trémula-. Como si alguna vez fuera a tener esa posibilidad.
–Lo siento.
–Ya -volvió a decir Alessandra, desviando la mirada-. Ya lo sé.
–Fijó la vista en el paisaje, todavía luchando contra el llanto-. ¿Te importa que no conduzca en este momento?
Harry sentía un deseo tan fuerte de abrazarla que le dolían los dientes.
–No, no me importa.
Alessandra asintió.
–Genial.
Harry giró la llave y arrancó el coche. Reculó para salir del aparcamiento y del área comercial. En cuarenta y cinco segundos estaban otra vez en la autopista.
Aceleró hasta ciento diez por hora, mantuvo los ojos fijos en la carretera y fingió no ver que a Alessandra la habían vencido las lágrimas y que estaba llorando en silencio, con la cara vuelta. Quería abrazarla, pero ella había dejado claro que no quería aquella clase de con suelo procedente de él.
Y era una pena, porque en aquel preciso momento también a él
podría haberle servido de mucho un buen abrazo.
Capitulo 12
Shaun abrió la puerta principal esperando encontrarse con el cartero o con un mensajero, esperando a cualquier persona excepto a Mindy MacGregor.
Pero era ella. Mindy Montaña, más grande que la vida, de pie en el porche para que la viese la clase de octavo curso entera.
La chica sonrió.
–Hola. ¿Quieres ir al parque a lanzar unas canastas?
Mindy estaba siempre empeñada en sacarle partido a su estatura. Jugaba al baloncesto todos los días, hasta cuando llovía. No parecía darse cuenta de que por mucho que practicase, no mejoraba. Era demasiado lenta y desmañada.
–Tengo un par de dólares -añadió-. Podríamos llegarnos después hasta el 7-Eleven a tomar un helado.
Sonrió de nuevo, esta vez con menos seguridad, y Shaun se dio cuenta de que se había quedado embobado. Estaba allí de pie con la boca abierta y colgando, completamente aturdido por la impresión.
En los últimos días se había mostrado amable con Mindy. Se había tropezado con ella en la biblioteca y, en el rincón de atrás, donde nadie pudiera verlos, la había ayudado a entrar en Internet para buscar información acerca de reconstrucciones de la batalla de Gettysburg de la guerra civil. Ella apenas conocía nada de la red, y él se tomó el tiempo necesario para explicarle lo de los buscadores y los sitios web. Hablaron de música, y también del tipo de baile que practicaba.
Le habló de la chica pelirroja que había conocido en California, haciendo que pareciera que era su novia. Incluso le puso un nombre. Lisa. Habló de Lisa como si estuvieran prácticamente comprometidos.
Creyó que la cosa iba a quedar así, pero hoy Mindy lo buscó después del coro y le prestó un CD de un grupo que cantaba a capella y que pensaba que le gustaría. El ni siquiera le había echado un vistazo, y mucho menos lo había escuchado. Se había limitado a guardárselo en la mochila y salir pitando.
Pero ella lo siguió a casa.
Estaba de pie en el porche de la entrada, con la bicicleta aparcada junto a la verja.
Para que la viera todo el mundo.
Era obvio que la chica creía que él era tan solitario y patético y es taba tan desesperado por tener amigos como ella. Pero no era así. Él no era como Mindy, él no necesitaba amigos. Él no quería amigos. Sobretodo, no quería amigos como Mindy MacGregor, Dios santo.
–Coge tu bici -le dijo Mindy-. También podemos ir andando, si quieres…
Ahora que sabía que él no era material potencial para servir de novio, estaba mucho más relajada, más segura de sí misma. Eso estaba bien, pero Shaun deseó que ojalá se fuera a otra parte con aquella seguridad en sí misma.
–Esto… hm… -le dijo-. Lo siento, es que… no puedo. – Rá pido, piensa en un buen motivo-. Tengo… hm… deberes y… y va a venir a yerme mi padre y tengo que ordenar mi habitación. – Brillan te. Auténticamente genial. La visita de un padre constituía una innegable excusa de buena fe.
Mindy sonrió otra vez, pero ya con mucha menos confianza en sí misma.
–Bueno, no me importa ayudarte a ordenar tu habitación. Dicen que cuatro ojos ven más que dos. Y cuando se trata de ordenar, cuatro manos valen más que dos, ¿no? Además, a mí se me da muy bien eso de ordenar y limpiar. Mi madre es la dueña de una empresa de limpieza. Yo la ayudo siempre que se le pone enferma alguna empleada.
Si entrase en casa, su bicicleta se quedaría allí fuera para que la viese todo el que pasara por delante. Lo único que faltaba era que pasara Ricky o Josh, o cualquiera de sus amigos gilipollas, y a la mañana siguiente el colegio entero sabría que Mindy Montaña había pasado la tarde en casa del Pitufo.
Dios santo.
Pero si rechazaba el ofrecimiento de ayuda, Mindy comprendería que lo de ordenar la habitación no era más que una excusa, y eso heriría sus sentimientos.
–A lo mejor. – Se aclaró la garganta-. A lo mejor podrías llevar la bicicleta a la parte de atrás, detrás del garaje. A Marge, mi tía, no le gusta que dejen bicicletas en la entrada.
Mindy dio media vuelta, y allí estaba el triciclo de Emily, justo al lado de su bici de diez velocidades. Y cuando volvió a mirar a Shaun, éste comprendió, al ver sus ojos ampliados por las gafas, que ella sabía que la razón por la que él quería que llevase la bicicleta a la parte posterior de la casa no tenía nada que ver con Marge; y también sabía por qué no quería ir a lanzar unas canastas con ella.
Shaun no quería que lo viesen con ella. No quería que nadie supiera que eran amigos.
La llamarada de dolor que vio en los ojos de Mindy le provocó a Shaun un profundo malestar en el estómago. Dios, él no era mejor que Ricky y Josh. No, él era peor; Ricky y Josh no le habían dado a Mindy falsas esperanzas siendo amables con ella, como había hecho él.
–No me importa trasladar la bicicleta -dijo Mindy. Compuso la boca en una sonrisa vacía-. Esto… Nos vemos en la puerta de atrás, ¿vale?
Ahora Shaun se sintió todavía peor. Mindy sabía la verdad, pero tenía tantas ganas de tener un amigo que estaba dispuesta a dejar que la tratasen como una mierda. Debería haberle propinado un puñetazo en la cara, tirarlo al suelo y escupir sobre los restos sanguinolentos que quedaran de él gritando de rabia. Pero en vez de eso movió su bicicleta sin decir palabra.
Al verla doblar la esquina de la casa Shaun sintió deseos de llamarla, de decirle que esperase, que no pasaba nada si dejaba la bicicleta en la entrada. ¿Qué diablos le importaba lo que pensaran los de más? Pero entonces vio a Andy Horton bajando por la calle con sus patines, y cerró la puerta rezando para que Mindy moviera un poco tan deprisa su enorme trasero.
Y odiándose profundamente a sí mismo.
Era un completo cobarde, un absoluto perdedor. No le extrañaba que su padre no quisiera venir a verlo.
–Háblame de tus hijos.
Alessandra conducía sujetando el volante con ambas manos, un poco más despacio de lo que le gustaba a Harry. Éste seguía mirando hacia atrás para ver qué era lo que le impedía a Allie cambiarse al carrilrápido. Nunca había coches en él.
Aún tenía los ojos hinchados y con aspecto de cansados por llorar, y la nariz ligeramente enrojecida a pesar de que había dormido por lo menos una hora después de desahogarse llorando.
–Conduces demasiado despacio -le dijo.
–No cambies de tema.
–Acelera. Me estás poniendo nervioso.
–Lo haré si me hablas de tus hijos.
Harry lanzó un suspiro.
–Está bien. Dios. Shaun está en octavo curso, y se parece a su madre. Emily está en segundo año del parvulario. Se parece a mí, la pobre, es morena y bajita.
Alessandra lo miró.
–Tú no eres bajito.
–Según George, sí lo soy. Vale, no me importa. ¿Sabes lo que dicen de los hombres bajitos?
–No, y no quiero saberlo, porque será algo grosero, ¿verdad? – Puso los ojos en blanco-. Pero probablemente será gracioso. Está bien, dímelo. ¿Qué dicen de los hombres bajitos?
–Me has pillado. Maldita sea, esperaba que lo supieras tú.
Alessandra se echó a reír. A él le encantaba hacerla reír. En aquel momento supuso una victoria particularmente agradable, ya que esta ba muy triste por la adopción. de Jane.
–Creía que ibas a correr un poco más -le dijo-. Aunque será mejor que te advierta de que el motor está trucado. Si no estás atenta, antes de que te des cuenta se te pondrá a ciento cuarenta.
–Gracias por la información. Pero creía que tú ibas a hablarme de tus hijos.
–¿Tienes que entrenarte para ser tan irritante -preguntó Harry-, o es algo que te sale de forma natural?
–Es una parte muy pensada de mi tapadera. Alice Plotkin es una
persona decididamente irritante. Dios sabe lo mucho que me irrita a mí, así que es justo que te irrite también a ti. – Volvió a mirarlo-. Por eso he decidido hablar así a partir de ahora -agregó en un tono agudo, chillón.
–Olvídalo. No eres tú la que tiene que ser graciosa. El gracioso soy yo.
–No estoy tratando de ser graciosa -replicó ella en el mismo tono-. Sólo intento ser concienzuda, convertirme en Alice Plotkin en todos los aspectos posibles.
–Para ya -dijo Harry-. Dios, ayúdame. Me siento como el doctor Frankenstein… «Cielo santo, ¿qué he creado?»
Alessandra rió una vez más, y Harry se dio cuenta con un sobre salto de que se lo estaba pasando bien. Estaba recorriendo el país en coche y divirtiéndose. Una paradoja totalmente imposible.
Le gustaba Alessandra. Era una locura, que le gustase de verdad la señora de Griffin Lamont. Era más de lo que él había creído, mucho más. De hecho, no recordaba la última vez que se había equivocado tanto en su primera impresión de una mujer.
El mundo de ella se había terminado. Prácticamente le habían robado la vida. Y sin embargo seguía adelante, se negaba a quedarse atrapada en el dolor o en la profunda injusticia que suponía todo aquello.
–Háblame de tus hijos -le dijo con su voz normal-. Nos estamos acercando, quiero saber lo que tengo que esperar.
Harry se encogió de hombros.
–No estoy muy seguro de lo que quieres saber de ellos. Alessandra se mordió el labio inferior. Tenía unos labios preciosos, llenos y elegantemente formados.
Nada de sexo. No había que pensar en el sexo. No había que pensar en capturar aquel labio con sus dientes y… Harry desvió la mira da y se puso a hurgar en la guantera buscando el mapa.
–Bueno -dijo ella despacio-. Cómo son físicamente, qué personalidad tienen. Empieza por lo básico. Luego podemos pasar a cuestiones más difíciles, tales como qué tal han llevado la tragedia de perder primero a su madre y a Kevin, y después a ti.
Harry se ofendió.
–A mí no me han perdido.
Alessandra no dijo nada, tan sólo se limitó a mirarlo.
–De acuerdo -dijo él a la defensiva-. No he ido mucho a verlos, pero tampoco es igual que si estuviera muerto y no fuera a volver nunca.
Ella seguía sin decir nada, de modo que Harry volvió a las preguntas fáciles. ¿Cómo son físicamente? No estaba seguro. Ya no.
–Shaun es más bien callado -dijo, pensando en voz alta-. Siempre le ha gustado leer… De hecho prefiere leer. Kev y yo estábamos en el patio jugando con un balón, y Shaun simplemente se sentaba en el suelo con un libro. Era bastante bueno jugando al béisbol. Yo entrené a su equipo para la pequeña liga hace unos años. Es muy rápido, pero no muy bueno en las bases, por desgracia. Sin embargo, es bueno bateando, por la velocidad.
–¿Juega todavía?
–No lo sé -admitió Harry-. La última vez que hablé con Marge, me dijo que había conseguido uno de los papeles principales del musical del colegio. – Se echó a reír-. Eso me dejó totalmente alucinado… No tenía ni idea de que el chico supiera cantar, con lo callado que era siempre. Quiero decir, ¿qué hace un chico tímido como él subido a un escenario? Siento habérmelo perdido.
Alessandra volvió a mirarlo. No pronunció palabra, pero él sabía lo que estaba pensando. Su hijo había obtenido un papel importante en el musical del colegio, ¿y él se lo había perdido? ¿Qué clase de padre era?
Un padre de mierda. De eso no cabía duda.
–Las personas calladas no siempre son tímidas. A lo mejor son calladas porque no consiguen meter baza -dijo Alessandra-. Yo tuve un tío abuelo que medía uno noventa y cinco y era el hombre más grande, más ruidoso y más gracioso que he conocido en mi vida. Tenía una mujercita diminuta, mi tía Fran, que siempre se limitaba a sentarse a un lado y sonreír, y nunca decía gran cosa. Pasó una Navidad en nuestra casa, pocos años después de que muriera el tío Henry, y recuerdo que me quedé sorprendida al hablar con ella, porque era aun más graciosa que mi tío. Lo que ocurría era que cuando él estaba presente, ocupaba tanto espacio que ella nunca sentía la necesidad de hablar.
–¿Y tú crees que Shaun era callado porque Kev y yo siempre hacíamos mucho ruido? – Harry sacudió la cabeza en un gesto de negación, respondiendo a su propia pregunta-. Ya. Emily también hacía
mucho ruido. Sólo tenía dos años, pero yo la llamaba «Bocazas». Era como una fierecilla extraterrestre que siempre estaba ceñuda o riendo, nunca algo intermedio, y… -Le dolió el estómago-. Odio hablar de esto.
–¿Odias hablar de tus hijos?
–No, quiero decir que odio hablar de cómo era todo… antes. Dios. Mira, me partí el culo para que el divorcio fuera bien, para que todos saliésemos bien parados, para continuar siendo una familia aun que Sonya y yo ya no estuviéramos juntos. Lo conseguimos pasándolas realmente jodidas, y me acuerdo de que unos días antes pensé que… lo peor ya había pasado. Pero entonces fue cuando me llamaron para que fuera a identificar los cadáveres y… ¿No podemos hablar de otra cosa?
–Eso debió de ser muy duro para ti. No me imagino lo que tiene que ser perder un hijo. Y Kevin era tu favorito.
–¿Qué pasa, ahora resulta que Alice Plotkin se ha vuelto psicoanalista de pronto? Vamos a dejar el tema, ¿vale? Además, se supone que los padres no tienen favoritos. – Hizo mucho ruido al desplegar el mapa. Pero ni siquiera eso borró el hecho de que Alessandra tenía razón: Kevin era su favorito, resultaba muy evidente.
Harry había fingido que la relación entre ambos era especial por que Kev era el mayor, pero era más que eso. Poseían el mismo sentido del humor, el mismo amor por lo absurdo, los mismos gustos. Los dos intentaban incluir a Shaun en las cosas que hacían juntos, pero aun cuando éste se les unía, era siempre un poco demasiado joven, demasiado fuera de la onda de ellos.
Le resultaba muy difícil enfrentarse a Shaun, porque éste tenía que saber que Kev era el favorito de su padre; tenía que saber que la muerte de Kevin había afectado a Harry como jamás lo afectaría la suya. Y el sentimiento de culpa por aquel detalle era casi demasiado para Harry.
–¿Cómo era? – preguntó Allie-. Kevin, quiero decir. ¿Alguna vez tienes la oportunidad de hablar de él?
Harry negó con la cabeza. No. Procuraba no mencionar siquiera su nombre. Dolía demasiado.
–¿Quieres hablarme tú de Jane?
Alessandra lo miró de nuevo.
–Me encantaría. Apenas tenía una semana de edad cuando la conocí. Su madre salió del hospital pocas horas después de dar a luz y no regresó nunca. Durante los dos primeros meses resultó difícil saber si lograría sobrevivir, pero luego comenzó a ponerse más fuerte, y yo hacía siempre una parada en la guardería para cogerla en brazos y dar le un biberón.
»Veamos. Es morena y de ojos castaños, y tiene una de esas son risas que lo hacen a uno sentirse bien. Quiero decir que me miraba como si yo fuera la persona más maravillosa del mundo. – Calló por un instante-. Yo habría dado todo por poder llevármela a casa con migo.
Volvió a mirar a Harry como diciendo: ¿Lo ves? Yo sí que puedo hablar de Jane.
–Ya, bueno, Jane por lo menos está viva -dijo Harry a la defensiva. Lamentó haber dicho aquello en cuanto las palabras salieron de su boca. Sonaba como si dijera: «Mi dolor vale más que el tuyo», y aquello no era lo que había querido decir-. Perdona -dijo rápida mente-. Es que…
–Me imagino a Kevin como una versión pequeña de ti mismo -dijo Allie, dándole una oportunidad para redimirse. Él aspiró profundamente.
–No -dijo-. En realidad no se parecía a mí. Tenía el pelo de un color parecido al que llevas tú ahora. No era un muchacho especial mente guapo, era como si hubiera heredado lo peor de Sonya y de mí. Mi nariz, su barbilla. Qué pena. Pero siempre estaba sonriendo, y cuando sonreía su cara de pronto cobraba sentido. Entonces sí que era guapo. Era una de esas personas que siempre ven la botella medio llena, ¿entiendes? Un optimista.
Dios, ahora que estaba hablando, ya no podía cerrar la boca.
–Además, era un atleta asombroso. Poseía un brazo increíble para lanzar. Era un chico de catorce años, y yo ya estaba soñando con las Ligas Mayores. Quiero decir que no era como uno de esos padres neuróticos con la Pequeña Liga, que se les llena la boca de espuma y hablan con los seleccionadores, pero cuando me permitía tener mis pequeñas fantasías, me imaginaba a Kevin jugando con los Mets. – Harry rió-. Siempre fue pequeño para su edad, pero estaba empezando a crecer y andaba con aquella figura desgarbada, sin saber qué hacer con los brazos y las piernas. Se encontraba en un punto en el que estaba pasando de niño a adolescente, ¿comprendes? Ya no tenía cara de niño. Se empezaba a ver algún atisbo del hombre que iba a ser algún día, y… -Se le quebró la voz-. Dios, y así, sin más, va y se muere.
Alessandra dejó que el silencio los envolviera a ambos, que Harry dispusiera de unos minutos para afligirse y luego recobrar la compostura.
–Parece ese tipo de persona que se sentiría irritada al pensar que tú ibas a desperdiciar el resto de tu vida intentando vengarte.
Harry la miró fijamente, como si Alessandra acabara de anunciar su intención de unirse a una secta satánica.
–No me mires así -lo castigó ella-. Seguro que jamás te has parado a pensarlo, ¿a que no? El hecho de que Kevin odiase que tú es tuvieras obsesionado por vengar su muerte hasta el punto de no tener ya vida propia.
–Perdóname -dijo Harry-. ¿Acaso te he pedido tu opinión? He debido de perderme la parte en la que te la he pedido.
–¿Vas a entregar la custodia de Shaun y Emily a tu hermanastra? – preguntó Alessandra.
–Oh, Dios -exclamó Harry-. ¿Cómo diablos has…? – Pero contestó él mismo a la pregunta-. Te lo ha dicho George. Voy a matar a ese cabrón.
–Son ellos los que te necesitan, Harry. Ya sé que es posible que no quieras oír esto, pero Kevin ya no te necesita.
Harry desvió el rostro y miró fijamente por la ventanilla igual que había hecho ella unas horas antes. Al cabo de varios minutos de grave silencio, Alessandra encendió la radio. Estaba claro que había dicho más que suficiente.
George encendió la luz y cogió los cigarrillos y el libro de la mesilla de noche. Procuró no molestar a Kim, pero ésta se rebulló.
–¿Quieres que te traiga algo, cariño? – le preguntó con voz soñolienta-. ¿Vuelve a dolerte otra vez?
No existía ninguna «otra vez». Le dolía, y punto. Era lógico que le doliera la pierna; al fin y al cabo, le habían hecho un agujero en ella. Sencillamente, no había esperado que fuera a dolerle tanto, durante tanto tiempo, incluso después de haber salido del hospital.
De todas formas, no había nada que pudiera hacer Kim.
–Aún no es la hora de tomar la siguiente pastilla. – Prendió un cigarrillo y le dio una larga calada, volviendo la cabeza para no echar le el humo a Kim-. ¿Por qué no vuelves a dormirte? Voy a leer un rato… si es que no te molesta la luz.
Kim se izó sobre un codo y la sábana resbaló de sus senos abundantes y perfectos.
–Si quieres, podría comprarte algo más fuerte que esa birria de receta que te ha dado el médico.
–Perdona, ¿te has olvidado de que estás hablando con un agente federal? No he oído nada. – Alargó la mano para coger el cenicero.
–Por lo menos deberían haberte dado Percodán.
–No necesito fármacos. Sobre todo los ilegales, gracias.
La ventana del dormitorio estaba abierta, y el aire de la noche era fresco. Bajo la mirada de George, el cuerpo de Kim reaccionó al frío y sus pezones se endurecieron y se volvieron puntiagudos. Ella retiró un poco más la sábana para ofrecerle una visión más amplia.
–También podríamos probar con… ¿Cómo decían en ese anuncio? ¿ «Un método holístico para controlar el dolor»?
Fue a tocar a George, pero éste le agarró la muñeca con una mano y le levantó d rostro de nuevo a la altura de los ojos.
–Oye, no estaría mal que sencillamente hablemos. Ella parecía totalmente confusa.
–¿Que hablemos?
–No me interpretes mal -le dijo George-. Me gusta mucho, pero no todo lo que hacemos tiene que terminar siempre en sexo. De hecho, le quita un poco de emoción, tú ya me entiendes.
Kim no lo entendía.
–¿No te gusta que te lo haga?
Aquello era algo que ningún hombre diría que no le gustaba.
–No, Kim. Acabo de decir que me gusta mucho. Muchísimo.
–A mí también.
George rompió a reír.
–Bueno, eso es estupendo. Espero que así sea. Quiero decir que imagino que también te gusta a ti, de lo contrario no lo harías, ¿no?
Kim miró a otra parte.
Vaya, aquello se ponía interesante.
–¿Te has fijado en que excepto una o dos ocasiones en nuestra relación, ha sido rara la vez que hemos practicado el sexo de verdad, ya sabes, el coito? Siempre practicamos el sexo oral, y yo no soy nunca el que da. Te toco, tú te apartas, y después me distraes del todo. – La observó fijamente-. ¿No te parece que es un poco injusto? Kim seguía sin mirarlo a los ojos.
–Desde que te hirieron, me parece que te hago menos daño si… -Se interrumpió y se encogió de hombros-. ¿Quieres que te sea sincera? Lo prefiero así.
–¿Prefieres haberme proporcionado como unos cien orgasmos, y que yo te haya dado a ti sólo dos?
–¿Quieres hacérmelo a mí? – Por la forma en que lo dijo, parecía resultarle una idea tan atractiva como si hablara de tortura.
–En este momento quiero hablar.
A Kim se le iluminó la cara.
–Si quieres, tú puedes hablar, y yo puedo…
–Tengo que reconocer que queda totalmente fuera de mi experiencia rechazar una oferta así -repuso él, no queriendo saber exacta mente qué podía ella hacer mientras él hablaba. Kim era inusitada mente creativa en lo referente al sexo oral, y él estaba ya más que medio excitado. Con todo, no sabía casi nada de aquella mujer que apenas se había movido de su apartamento.
–Pero es casi medianoche -prosiguió George. Aplastó la colilla del cigarro contra el cenicero y depositó éste en la mesilla de noche Me duele la pierna como un demonio, y sólo quiero quedarme aquí tumbado, abrazado a ti y charlando un rato. ¿Podemos hacer eso, por favor?
Los ojos castaños de Kim se veían enormes en su cara. En silencio, se instaló en el hueco de su brazo y apoyó la cabeza en su hombro, dejando que su mano descansara con cierta rigidez sobre su pecho. Estaba demasiado tensa.
–No sé gran cosa de ti -dijo George, dejando caer la mejilla sobre la sedosa suavidad del cabello de Kim, acariciándole la espalda con los dedos en un intento de relajarla. ¿De qué tenía miedo?-. Ni si quiera sé dónde te has criado.
–Aquí mismo -contestó ella-. Siempre he vivido aquí, en Nueva York.
–¿Y nunca has querido vivir en otro sitio? – inquirió él-. Su pongo que una bailarina de tu talento ya estaría a estas alturas camino de Atlantic City. O incluso en Las vegas. No es por criticar, pero el Club de la Fantasía tiene un nivel más bien bajo.
Kim levantó la cabeza.
–Dios, me encantaría ir a las Vegas.
–¿Y qué es lo que te retiene aquí?
La tensión que ya la abandonaba regresó de inmediato.
–Nada. Todo. No lo sé. – Volvió a enterrar la cabeza contra el cuerpo de George y cerró con fuerza los ojos.
George percibió un destello de alarma.
–Kim… -Se aclaró la garganta-. Hm… No estarás agarrándote a Nueva York por mi causa, ¿verdad? Porque, y tengo que ser sincero contigo, no ha cambiado nada desde la primera noche que pasamos juntos. Sigo sin… No hay posibilidad de que… No ha cambiado nada. No tenemos futuro.
–Eso ya lo sé. – Kim volvió a levantar la cabeza y buscó la mirada de George-. Tú todavía estás colgado de tu ex.
George tuvo que echarse a reír.
–De todas las cosas más absurdas… Yo nunca he dicho eso. Ella le apartó suavemente el pelo de la cara.
–No tenías necesidad de decirlo.
Él la miró fijamente durante unos momentos, preguntándose qué más sabría de él.
–Está bien -dijo por fin-. Ya sabes mi profundo, siniestro secreto. Ahora es justo que me reveles el tuyo. ¿Por qué nunca quieres hacer otra cosa en la cama, además de… bueno, lo que ya haces?
Ella se mordió el labio y lo miró fijamente, como si estuviera pensando qué decir exactamente. Optó por lo que tenía que ser la verdad.
–No me gusta… ya sabes, hacer… lo otro. – Se encogió de hombros-. Simplemente… no me gusta.
–¿Por qué no? Quiero decir, yo… En fin, creo que no he concido a nadie a quien no le gustara el sexo.
–No tiene nada que ver contigo -le dijo ella en tono sincero.
–Bueno, menos mal. – George la miró. Estaba tendida a su lado, casi desnuda. Poseía uno de los cuerpos más increíbles que había visto en toda su vida. Era un cuerpo construido para el sexo, todas las posturas, todos los estilos, todo el tiempo.
–Me produce la sensación de no poder respirar -intentó explicarse-. Me asusta, me entra el pánico. No me gusta esa sensación, así que no intento hacerlo. No… ya sabes, no llego al clímax. Simple mente… lo finjo si es necesario. Pero si tú quieres de verdad…
–No. Por Dios, si te hace sentirte mal, no supone ninguna diversión para mí.
–A algunos hombres no les importa.
–Bueno, yo no soy cualquier hombre.
Kim esbozó una sonrisa casi de timidez.
–Ya, supongo que no.
–Y entonces… lo otro… Ya sabes, lo del sexo oral. ¿De verdad te gusta hacerlo, o es simplemente la opción menos mala?
Kim no titubeó.
–Oh, no, me gusta.
–¿Estas segura de que estás siendo sincera conmigo?
–Me gusta -repitió-. Supongo que me gusta saber que aunque tú seas más grande que yo, soy yo la que tiene… no sé, poder, supongo.
–De modo que tiene que ver con el hecho de controlar -dijo George-. Quieres ser tú la que manda. Eso es… interesante.
–¿Tú me consideras interesante?
–Sí. Y también pienso que debe de haberte ocurrido algo muy malo, probablemente cuando eras pequeña.
Kim no dijo nada, pero George vio por la expresión de sus ojos que había acertado justo en la diana.
–Si alguna vez quieres hablar de ello -le dijo en voz baja- me tienes a tu disposición. No voy a irme a ningún sitio por el momento.
Kim afirmó con la cabeza.
–Tengo una pregunta más que hacerte -dijo él, apartándole c pelo de la cara para poder mirarla a los ojos-. Si sabes que Sigo estando colgado de mi ex, ¿por qué estás aquí exactamente?
Ella apoyó la cabeza en su pecho y escuchó los latidos de su corazón.
–Me gusta que me necesites -le respondió-. Y me gusta mucho que no me necesites demasiado.
–Debería hacerlo.
La voz de Harry sacó a Alessandra de su ensoñación. Se apartó de las gotas de lluvia que mojaban la ventanilla y reflejaban las luces de los otros coches que circulaban por la carretera, y lo miró.
Harry había dormido un poco. El día anterior, mientras ella conducía. Pero todavía mostraba un aspecto horrible. Las bolsas que tenía bajo los ojos eran oscuras y pronunciadas, los ojos mismos estaban inyectados en sangre. Y además, aquel día llevaba el pelo especial mente mal. Su boca era una línea severa, rodeada por aquella aspereza que no llegaba a ser una barba completa.
Pero cuando Harry sintió que posaba en él su mirada en medio de la silenciosa oscuridad, se volvió y le dedicó una sonrisa muy leve, de una tristeza conmovedora.
–Quiero decir que no puedo seguir engañándome, ¿sabes? Mis hijos necesitan estabilidad y, bueno, si leyeras mi expediente personal, verías que la palabra estabilidad no es que aparezca con mucha frecuencia.
Estaba hablando de entregar la custodia de los niños a su hermanastra. No, ¿qué era lo que había dicho? Marge no era pariente suyo ni siquiera por matrimonio. Pero fuera hermana o no, ¿cómo podía estar pensando siquiera en ceder a sus hijos?
–Probablemente, no deberías tomar decisiones importantes estando tan cansado -dijo Alessandra en tono diplomático-. ¿Por qué no nos limitamos a llegar allí y salir de una vez de este puto coche? Eso ya te haría sentir mejor. Puedes dar un abrazo a tus hijos y luego echar te a dormir y ver si sigues pensando lo mismo por la mañana.
–Puto -dijo Harry-. Has dicho «puto» coche. – Rió-. He ahí otro claro ejemplo de mi perniciosa influencia.
–Si eso fuera un ejemplo de tu perniciosa influencia -lo informó Alessandra-, te habría sugerido que llegáramos y saliéramos del jodido coche. O quizá, que saliéramos del coche de una jodida vez, lo cual significa algo totalmente distinto, ¿no?
Harry soltó una carcajada, tal como ella esperaba que hiciera.
–Sabes, dicho por ti suena casi educado.
–Vas a tener que vigilar esa lengua cuando estés con tus hijos.
–Lo haré -dijo él-. Lo hago. Lo sé.
Harry volvió a guardar silencio, su risa se desvaneció rápidamente. Los limpiaparabrisas se movían a un ritmo que de pronto resultó demasiado ruidoso en medio de aquella quietud.
–Estoy muerto de miedo -dijo. Se estaban acercando a una salida, y cruzó el coche al otro lado de la carretera señalizando el giro-. Allie, lo siento, pero tenemos que parar. No puedo presentarme delante de Marge con esta pinta, en medio de la noche. Para cuando lleguemos a Hardy será casi la una y media, y eso no está bien.
Hardy. El nombre de su nuevo lugar de residencia era Hardy, Colorado.
El reloj del salpicadero indicaba pocos minutos pasadas las doce. Estaban cerca, muy cerca. Dios, esperaba que Hardy fuera más sofisticado que algunos de aquellos grupitos de casa prefabricadas que habían visto junto a la carretera y que pasaban por ser ciudades.
–Creo que es una buena idea detenernos a pasar la noche -con vino Alessandra-. Te sentirás mejor si te afeitas y te cambias de ropa. Si quieres, incluso puedo cortarte el pelo. No es que se me dé muy bien, pero sinceramente, no puede empeorar mucho.
Harry la miró con una sonrisa ladeada.
–Cuando lo dices de esa manera, ¿cómo voy a negarme?
Capitulo 13
–Oye -dijo Harry-. Se supone que ibas a cortarme el pelo, no a criticar mi guardarropa.
Alessandra se volvió y le dirigió una mirada que transmitía a la vez compasión y desdén.
–¿Qué guardarropa? Unos vaqueros de recambio apelotonados en una masa irreconocible, tres camisetas arrugadas, dos pares de calcetines, uno de ellos con agujeros en los dedos y el otro con agujeros en los talones, y dos calzoncillos de seda no constituyen siquiera lo más básico de un guardarropa.
Harry se frotó la cabeza con la toalla y seguidamente se puso a vendarse de nuevo las costillas con sumo cuidado.
–Apuesto a que no sabías que yo era de los que llevan calzoncillos de seda.
Alessandra se cuidó de no hacer caso, mientras contemplaba con gesto de disgusto las tres camisetas limpias, todas ellas descoloridas y arrugadas, como si ponérselas fuera a proporcionarle un aspecto más presentable.
–Creo que deberíamos comprarte algo nuevo para que te lo pongas mañana. Algo como un pantalón caqui resultaría informal, aunque no tanto como un vaquero. Y un poio, de aire deportivo pero con cuello. Eso te quedaría muy bien. Algo en color rojo…
–Es una buena idea -la interrumpió Harry-. En teoría.
Ella dejó de ignorarlo.
–¿Por qué sólo en teoría?
–Casi se me ha acabado el dinero. Necesitamos echar gasolina y desayunar, y si no estás muy cansada, esta noche me encantaría tomarme una cerveza o dos. – Incluso con la puerta bien cerrada, Harry oía la música procedente del bar que había junto a la oficina del motel. Alguien estaba tocando música de Travis Tritt a través de un sistema de sonido que estaba a todo volumen-. Cuando estemos en Hardy, podré sacar dinero del banco. Tengo una cuenta a nombre de Marge a la que puedo acceder. Pero hasta entonces no podemos permitirnos mucho de nada.
Alessandra no quería rendirse.
–Entonces iremos primero al banco, compraremos la ropa y…
–Marge tiene mi tarjeta bancaria.
Aquello la detuvo sólo temporalmente.
–De acuerdo, entonces iremos a una lavandería. Podemos permitirnos gastar unos cuantos dólares en lavar tus vaqueros, ¿no? Puedes ponerte unos vaqueros limpios y una de mis camisetas nuevas. Todas son de la talla supergrande para hombre. No estarás maravilloso, pero podrás pasar. Sobre todo después de que te cortemos el pelo.
–¿Cómo dices? Creía que ibas a cortármelo tú. Si esperas que yo te ayude a…
–Puedes ayudarme sentándote aquí. – Alessandra sacó la raquítica silla que había delante de una cómoda y un espejo, y la palmeó a modo de invitación.
Harry se sentó.
Alessandra se puso a examinarlo desde todos los ángulos, entre cerrando los ojos y mordiéndose ligeramente el labio inferior. Él hizo una mueca al verse en el espejo. Tenía mejor aspecto ahora que se había afeitado, pero no mucho mejor.
–Estoy hecho una mierda.
Los ojos de Alessandra se encontraron con los suyos en el espejo.
–Será mejor que vayas practicando con un vocabulario menos grosero.
–Estoy hecho un asco.
Alessandra sonrió.
–Eso no es mucho mejor que digamos.
Ahora lo estaba tocando, peinando su cabello aún húmedo, pasando los dedos por él, viendo su longitud. Tenía un tacto increíble- mente agradable.
–No sé decirlo de otra manera. Parezco una especie de monstruo sacado de La noche de los muertos vivientes.
Alessandra intentó centrarle la cabeza, concentrada y con el ceño fruncido. Se inclinó desde atrás, y Harry percibió la blandura de sus senos contra la nuca. Si tenía suerte, a lo mejor Allie se quedaba así, sin moverse, para siempre.
–No estás tan mal -le dijo ella-. Sólo cansado. Un poco de Visine, unas rodajas de pepino en los ojos por la mañana…
–¿Pepino?
–No te muevas. – Se echó hacia atrás.
–¿Has dicho pepino? ¿En los ojos? – Procuró mantener la cabeza perfectamente quieta, observando a Alessandra en el espejo mientras ésta tomaba las tijeras que habían comprado en una farmacia de veinticuatro horas.
Empezó a cortarle el pelo, despacio al principio.
–Es un antiguo truco de belleza. Ayuda a reducir la hinchazón y las bolsas bajo los ojos. El preparado H también tiene muy buenos resultados.
–¡Ah, no, de ningún modo voy a ponerme ungüento para las hemorroides en la cara! Ni pepinos.
–Es posible que mejores durmiendo una noche entera.
–Las posibilidades de que ocurra eso se reducen a cero -replicó Harry-. No debería haber dormido en el coche. Ahora no voy a poder dormirme.
Sobre todo con ella acostada en la cama de aliado. Aquello, combinado con el hecho de saber que iba a enfrentarse con sus hijos a la mañana siguiente… Sin duda alguna, aquélla iba a ser una de las noches más largas de su vida.
–Cuando termine podemos ir a tomar una copa. – Alessandra barrió parte del pelo que le había caído sobre los hombros desnudos, y Harry sintió el frescor de sus dedos largos y elegantes en la piel. Estaban empezando a crecerle de nuevo las uñas; había dejado de mordérselas, como si la ansiedad hubiera disminuido un poco con la decisión de disfrazarse del todo. Las llevaba muy cortas, pero esmera (lamente limadas-. No tengo inconveniente. Quizás eso te ayude a relajarte.
Harry sabía exactamente de qué manera quería intentar relajarse aquella noche… y tenía que ver con el hecho de que ella lo tocase justo así, pero por todo el cuerpo. Por desgracia, aquello no iba a suceder. Allie quería dejar el sexo fuera de la relación entre ambos. De forma sorprendente, tenía razón en muchas cosas, pero en aquel caso estaba totalmente equivocada.
La suya podría ser una relación sexual perfecta. Estaban cerca el uno del otro, pero no demasiado; se conocían lo bastante bien para ver sus defectos y reconocer sus diferencias, para saber que cualquier cosa que empezasen no podría ser permanente. No habría falsas esperanzas, ni decepciones futuras.
Pero ni siquiera pensaba plantear aquella posibilidad otra vez. Había prometido no presionar, había prometido ser bueno. A menos que fuera ella la que cambiase de idea, aquella noche no iba a tener relaciones sexuales con Allie.
Al día siguiente, sin embargo, tendría la oportunidad de meter- se en su camiseta. Era una lástima que no fuera ella quien la llevara puesta.
–¿Por qué sonríes? – inquirió Alessandra.
Harry sacudió negativamente la cabeza.
–¡No te muevas! – Y se inclinó hacia delante para colocarle de nuevo la cabeza.
Ah, sí. Harry cerró los ojos.
Nadie se fijó en ella.
Cuando Alessandra siguió a Harry al interior del bar, arrastrando los pies tal como él le había enseñado, unas pocas personas levantaron la vista, pero inmediatamente la apartaron de nuevo y no le prestaron mayor atención. No merecía una segunda mirada.
Trató de decirse a sí misma que aquello era una buena cosa. Había conseguido el anonimato necesario para seguir viva. Con todo, una parte de ella, una parte considerable, sentía ganas de llorar.
–¿Quieres una cerveza? – le gritó Harry para hacerse oír por encima de la música machacona.
Alessandra odiaba la cerveza. Pero la anodina Alice Plotkin no era de las que se toman una copa de vino, si es que había vino en un lugar como aquél. Se obligó a sonreír y asintió con la cabeza.
Harry frunció el ceño y dijo algo que ella no logró entender con aquel ruido. Lo miró con gesto interrogante, y él se acercó un poco más.
–Que no sonrías -le dijo. Estaba tan cerca, que ella notaba su aliento en el oído.
–¿Por qué no?
Pero Harry ya se había apartado y se encaminaba hacia la barra.
El corte de pelo que llevaba estaba bien. Estaba guapo. Un poco cansado, tal vez, pero muy guapo. De hecho, había llamado la atención de más de una mujer de la barra. Aquello sí que era verdadera mente irónico.
Ella le había cortado el pelo lo suficiente para que no importase que se le pusiera de punta. Aquel nuevo corte le favorecía. Destacaba sus ojos y lo hacía parecer un poco peligroso. La camiseta descolorida que llevaba se le pegaba a los músculos de la espalda y de los hombros, y los vaqueros… Los vaqueros le quedaban muy bien.
La mujer que tenía a su lado en la barra era una pelirroja que obviamente había aprendido a maquillarse en la Escuela de Payasos Barnum y Bailey. Se inclinó hacia Harry, sonriendo mientras le hablaba. Él le devolvió una sonrisa de oreja a oreja, y ella se volvió para mirar a Alessandra al tiempo que seguía hablándole, cruzando dos piernas muy poco interesantes de mirar y dejando que la minifalda que llevaba se le subiera un poquito.
Alessandra miró a otra parte. No quería ver cómo Flarry tornaba nota de las piernas de la pelirroja.
Dios, aquello era más difícil de lo que había esperado.
Resultaba mucho más fácil ser Alice Plotkin cuando estaba a so las con Harry. No la miraba de forma distinta ahora que ya no iba maquillada ni vestida con ropa elegante. De hecho, lo pilló observándola cuando creía que no miraba más ahora que antes. Y sentada en el coche, hablando de lo que fuera, no importaba que no tuviera la imagen de una miss. En el coche, a menudo se olvidaba de que llevaba un corte de pelo horrible. En el coche, cuando Harry le sonreía como si le gustara de verdad, no se sentía asustada y desvalida.
Algo chocó contra su brazo, y al darse la vuelta lo vio de pie detrás de ella, sosteniendo dos jarras de cerveza. Cogió una.
–¿Quieres sentarte a una mesa? – gritó Harry.
Alessandra afirmó con la cabeza, tristemente consciente de que la pelirroja los seguía con la mirada todo el tiempo.
El suelo estaba pegajoso. La decoración consistía en madera basta y unos cuantos espejos mugrientos dispuestos aquí y allá. A aquel aspecto general contribuía la mala iluminación. Las mesas eran pequeñas y redondas, con patas desiguales que las hacían bascular a un lado y a otro. Harry depositó su cerveza sobre una que estaba situada cerca de la salida de atrás, junto a los servicios, y retiró una silla para Alessandra.
Ella se sentó.
–No deberías hacer eso.
–¿El qué? – Acercó su silla a la de ella. La acercó demasiado… pero lo necesario si querían hablar.
Alessandra le gritó al oído.
–Que no deberías…
Harry se apartó de repente y estuvo a punto de tirar la cerveza al suelo. Le hizo una seña para que se acercara, le acercó la boca al oído y le dijo:
–No grites. Si te acercas mucho, no tienes necesidad de gritar, ¿de acuerdo?
Harry hablaba en un tono más bajo que el normal, y aquello daba la ilusión de intimidad. Era como si estuviera en sus brazos, como si acabara de levantar la cabeza después de besarla.
–Bueno, ¿y qué era eso que no debo hacer? – continuó Harry. Volvió la cabeza para ofrecerle el oído.
Olía increíblemente bien a pesar de no llevar loción para el afeitado. Puestos a pensarlo, no recordaba que Harry usara dicha loción. Olía al jabón barato que ponían en la habitación del motel, al champú de oferta que había comprado para no utilizar el de marca que gastaba ella. Olía a Harry; limpio y sincero.
–No deberías acercarme la silla, ni tampoco abrirme la puerta -le dijo.
Él se apartó ligeramente para mirarla, con el rostro a escasos centímetros del de ella. Incluso con aquella poca luz, Alessandra vio que tenía los ojos castaños y sólo castaños. No tenían manchas doradas ni verdes, sino tan sólo un color chocolate uniforme.
Harry la estudió con mirada intensa y después volvió a inclinarse hacia ella, proyectando su aliento tibio sobre el cuello.
–¿No crees que Alice Plotkin se merece esos gestos de respeto?
–Se supone que es invisible.
–Para mí no es invisible.
Una vez más, Harry se retiró un poco y la calidez de sus ojos pareció provocar en Alessandra un calor que surgía de dentro. Su mira da se posó en su boca, y Alessandra supo con toda certeza que iba a besarla. Dentro de un momento, iba a atraerla hacia él y besarla. No se le ocurría nada que deseara más.
Cortarle el pelo había supuesto una auténtica tortura. Él estaba allí sentado, sin camisa, con las costillas vendadas, sin darse cuenta de lo sexy que estaba. En más de una ocasión le tocó ios duros músculos de los hombros y de la espalda, valiéndose de la peregrina excusa de quitarle ios pelillos caídos.
En algunas ocasiones… está bien, más que en algunas ocasiones, aquellos pelillos eran imaginarios.
Tocar a Harry era como tocar la electricidad. No quería parar. Tenía el pelo denso y suave, y la piel como seda sobre acero.
Seda. Calzoncillos de seda. Santo cielo. El hecho de imaginar a Harry con sus calzoncillos de seda resultaba abrumador. Pero en realidad no la sorprendía que usara calzoncillos de seda; era lógico que bajo aquella fachada exterior dura y rugosa hubiera algo suave y delicado como la seda.
Sostuvo su mirada durante lo que se le antojó una eternidad. acordándose de cómo la había besado la vez anterior, casi feliz por la emoción de repetirlo.
Harry se movió, pero en lugar de moverse hacia ella y cubrirle la boca con la de él, se recostó bruscamente en su silla.
No la besó.
Y tampoco la miró. Paseó la mirada por el local, miró su cerveza e incluso bebió un poco, tamborileando con los dedos en la mesa al ritmo de la música chillona.
¿Qué acababa de suceder allí?
Alessandra siguió la mirada de Harry, creyendo que algo lo había distraído y… Uno de los espejos estaba situado en el sitio preciso. Alessandra se miró a sí misma, sus ojos, su cara pálida. Dios, tenía un pelo horrible. Tenía todo horrible. No le extrañó que Harry no hubiera querido besarla.
Pero tener tan mal aspecto era buena cosa, se recordó a sí misma. Excepto que, en aquel preciso momento, le producía una sensación horrible
Tenía que acordarse de Ivo, acordarse de la mirada de aquellos ojos suyos en el supermercado, acordarse del modo en que apuntó di rectamente a ella con su arma y disparó. Si fuera por Ivo, ahora esta ría muerta. Andaba por allí todavía, quizás estuviera buscándola en aquel mismo instante. Que la encontrara y la matara… eso sí que era mala cosa. Tener un aspecto horrible no pasaba de ser sólo una incomodidad.
Harry golpeó la mesa con los nudillos, y ella lo miró sobresalta da. Le señaló con un gesto la cerveza sin tocar.
–¿No vas a beberte eso? – No hizo ningún movimiento hacia ella, Alessandra le leyó los labios.
Negó con la cabeza y empujó la jarra hacia él. Harry la agarró por el asa con cuidado de no tocar su mano.
Harry tomó un buen trago de la cerveza de Alessandra, maldiciéndose a sí mismo, maldiciéndola a ella, maldiciendo el hecho de no tener bastante dinero para tomar dos habitaciones separadas en el motel. Llevaban en la carretera el tiempo suficiente para haberse relajado. Si Ivo se las había arreglado para seguirlos, ya habría aparecido a aquellas alturas. Y si no los había seguido, no iba a encontrarlos precisamente en aquel momento. El coche de Harry era a prueba de ras treadores; era de la marca y el modelo más corrientes que se veían por la carretera. Había cambiado varias veces la matrícula por otra de la colección que tenía en el maletero, y también varió el color en un taller mientras Alessandra estaba en la peluquería.
Pero todo aquello no era más que paja. No tenía bastante dinero para dos habitaciones individuales. Y Allie no estaba en peligro por Ivo; la única persona que estaba en peligro allí era él. Estaba en peligro de ponerse totalmente en ridículo. Una vez más.
En aquel momento se abrió la puerta trasera con un porrazo y Harry se derramó la cerveza sobre la pechera de la camiseta. Las luces del local arrancaron débiles destellos al cañón de no uno, sino tres… no, cuatro, rifles.
Estaba equivocado. Allie no estaba a salvo del peligro. Había cometido un error, y probablemente iba a costarles la vida a ambos. La empujó al suelo y se arrojó encima de ella al tiempo que sacaba su arma de la parte de atrás de la cinturilla de los vaqueros.
Cuatro contra uno, no… seis. Mierda, ¡eran seis hombres armados! Podría haberse enfrentado a cuatro si utilizara de una sola vez su
cupo de hacer milagros, ¡pero seis! Tendría que disparar el primero y continuar disparando incluso si lo alcanzaban.
Se dirigían todos directamente a él, llevando el mismo rifle raro y…
Todos llevaban el cañón apuntando hacia abajo.
Harry titubeó, a punto de salpicar la pared con los sesos del primero de ellos, recorriendo sus caras en busca de los ojos claros de Ivo.
Pero Ivo no estaba allí. Eran todos hombres jóvenes, de veintipocos años, y no lo miraban a él ni a Allie. Reían…
Pasaron por su lado, y entonces comprendió por qué los rifles le parecieron tan raros.
Eran rifles para disparar balas de pintura. Aquellos payasos no eran hombres de Trotta. Eran unos gilipollas que carecían de cerebro suficiente para saber que no debían entrar armados en un bar, aunque fuera por deporte.
Bajó el arma al tiempo que contemplaba cómo el camarero de la barra y otros individuos se dirigían hacia los de los rifles. Los seis fueron acompañados directamente a la puerta principal.
Allie estaba aferrada a él. Harry la había empujado contra la pared y la había inmovilizado con su propio cuerpo.
–Dios mío -jadeó-. Creí que…
–Ya lo sé. Yo también. Dios, he estado a punto de matarlos.
Se apartó de Alessandra, consciente de que la estaba aplastando, consciente de la suavidad de su cuerpo contra el suyo. Hizo una mueca de dolor al volver a guardarse la pistola. Desde luego, chocar contra el suelo de aquella forma no era precisamente lo que había querido decir el médico cuando le aconsejó que tratase con cuidado su costilla rota.
Resultaba extraño. Nadie se había dado cuenta. Se habían arroja do inmediatamente al suelo, había sacado una arma mortal, y nadie del bar los había mirado siquiera. Mierda, a lo mejor Allie sí que era invisible.
Allie le tocó el pecho, someramente al principio, luego más fuerte, apretando la mano contra la tela de la camiseta empapada de cerveza.
–Esta vez no llevas chaleco antibalas.
Alessandra temblaba todavía más que él.
Harry negó con la cabeza.
–Así es.
–¡De ahora en adelante, ponte uno! – Había más que miedo en sus ojos. Había furia. Alessandra estaba claramente enfurecida, y gritaba lo bastante para que él la oyera por encima de la música.
Tenía los ojos arrasados en lágrimas, a un paso de perder los nervios. Tal vez fuera invisible y nadie se diera cuenta, pero él no iba a correr aquel riesgo.
Se levantó de la silla y arrastró a Alessandra consigo en dirección a la puerta trasera.
El aire de la noche era fresco y limpio. El nivel de decibelios disminuyó instantáneamente cuando Harry cerró la puerta tras ellos.
–No he traído ningún chaleco antibalas -le dijo a Alessandra. El aparcamiento de la parte de atrás estaba tenuemente iluminado por un letrero de neón que parpadeaba sin cesar.
–Entonces será mejor que compres uno. Mañana.
Harry rió ante aquella vehemencia. Grave error.
–No te rías de mí, ¡estoy hablando en serio!
–Allie, no puedo ir sin más a comprar uno al supermercado de la esquina.
–¿No lo entiendes? ¡Si esos hombres hubieran venido a por mí, te habrían matado!
–Pero no venían…
–¡No se te ocurra nunca, jamás, volver a hacerlo! ¡No te atrevas a morir por mí!
Hablaba en serio. Hacía esfuerzos para no llorar, para que no se le escaparan las lágrimas.
–Prométemelo -dijo acaloradamente. A punto estuvo de golpear el suelo con el pie-. ¡Tienes que prometérmelo, Harry!
–La cosa es -repuso él con cuidado- que se me ocurren cosas peores. Verás, es que siento… siento cierto afecto hacia ti, y… -Se encogió de hombros.
Por fin ganaron las lágrimas, y empezaron a resbalarle en silencio por la cara. Parecía estar a punto de que se le doblasen las rodillas, y Harry hizo lo único que podía hacer. La rodeó con sus brazos.
–Eh -le dijo-. Eh, vamos, Allie: No pasa nada. Ha sido una falsa alarma. Los dos estamos bien, todo el mundo se encuentra a salvo, y…
–Yo también siento cierto afecto hacia ti -susurró ella, y a Harry casi se le paró el corazón-. No podría soportar que te sucediera algo. Tu amistad significa mucho para mí.
Harry rió. Amistad. Claro. Por un momento había tenido la audacia de pensar que…
Allie se agarró de su cuello, levantó el rostro y…
Por espacio de unos tres segundos, Harry se quedó allí como un idiota, incapaz de reaccionar, incapaz de comprender. Entonces, sus sinapsis cerebrales entraron en acción y se dio cuenta de que sí, que Alessandra lo estaba besando.
Una vez que se hizo la luz en su cerebro, la reacción no tardó en llegar. Atrajo a Alessandra con fuerza en un abrazo que no tenía absolutamente nada que ver con la amistad y todo con el hecho de que deseaba estar dentro de ella desde el momento mismo en que la miró a los ojos.
La besó con hambre, ladeando la cabeza para inhalarla por completo, saliendo al encuentro de la explosión de pasión de ella. La sensación de su lengua entrando audazmente en su boca hizo que las rodillas se le aflojaran del todo, y sintió que perdía el equilibrio.
La apretó más plenamente contra él, cerrando las manos entorno a la suave redondez de sus nalgas, besándola aún con más intensidad, más profundidad. Ella emitió un leve sonido que le nació de la garganta, un gemido suave que expresaba con gran exactitud todo lo que estaba sintiendo.
Tenía el sabor del fuego, dulce y caliente, como la idea que él tenía del paraíso. Alessandra deslizó las manos por debajo de la camiseta, frías contra la piel desnuda, al tiempo que se aferraba a su muslo con las piernas, aplastándose contra él, en un mensaje inconfundible.
No era una pregunta, pero él la contestó de todos modos.
–Oh, sí -jadeó.
Oh, sí, un sí fabuloso, increíble, maravilloso. Era la invitación que necesitaba para introducir también las manos por debajo de la camiseta de ella, para tocar la asombrosa suavidad de su piel, para palpar suavemente la plenitud de sus pechos.
Ella hizo otra vez aquel sonido suave, sexy, y se apretó más contra la mano de él.
Harry la arrastró consigo a una zona más profunda de las sombras que bordeaban el edificio, atrapó con los dedos uno de sus ya en hiestos pezones y con la otra mano levantó a Alessandra contra él. Ella abrió las piernas, él presionó entre ellas, acomodando su dura excitación entre la blandura de su carne, aplastándola contra los bloques de hormigón.
–Oh, Harry -jadeó Alessandra-. Oh, por favor…
Introdujo una mano entre los cuerpos de ambos, desabrochó el botón de los vaqueros de Harry y le bajó la cremallera de la bragueta antes de que él pudiera impedírselo.
¡Santo cielo, estaban en el aparcamiento!
Pero entonces ella lo tocó. La educada, la refinada Alessandra Lamont, fría como el hielo, le había bajado los pantalones y lo había agarrado con los dedos en medio del aparcamiento de un bar barato. Que alguien lo despertase, tenía que estar soñando.
Pero entonces ella lo acarició, y supo que no era ningún sueño. Era quizá la realidad más maravillosa que había experimentado nunca. Alessandra estaba lanzada, sin vergüenza alguna, directa a lo que quería, totalmente ajena al resto del mundo.
Cuando lo soltó, fue sólo para desabrocharse ella los pantalones, y Harry se echó hacia atrás ligeramente y la sujetó por las muñecas. Tenía la respiración agitada, y apoyó la frente en la frente de Allie. Dios.
–Harry -susurró Alessandra-. ¿Podemos ir a la habitación? Porque estoy que me muero por… -Se apretó más contra él-. Ya Sabes…
Harry rió, y seguidamente la tomó en brazos y la levantó del suelo.
Capitulo 14
Alessanddra cerró la puerta apoyándose en ella, tirando ya de la camiseta de Harry, muy consciente de que él se esforzaba por quitarle a ella la suya, lo cual era prácticamente imposible si se estaban besando.
Pero no podía dejar de besarlo. No quería dejar de besarlo. Ella deseaba. Ya mismo. Sentía ganas de reír y llorar a un tiempo, pero se conformó con besar a Harry.
Jamás le había sabido la cerveza tan rica como en los labios de Harry.
Él encontró el cierre del sujetador, lo soltó y dejó escapar un ge mido al cubrir a Alessandra con las manos. La tocó con la mezcla justa de suavidad y rudeza, y se liberó del beso para inclinarse hacia abajo y atraerla a su boca hambrienta.
Alessandra llevaba los vaqueros tan flojos que se le cayeron a los tobillos, pero los de Harry estaban pegados a los muslos. No importaba; le bajó los calzoncillos de seda al mismo tiempo que se quitaba ella las bragas. Y luego volvió a tocarlo.
La sensación que le producían los labios y la lengua de Harry succionando con fuerza su pecho era exquisita, pero no suficiente. Las manos de Harry le recorrieron el cuerpo, ligeramente ásperas contra su piel, tocándola en todas partes excepto donde ella deseaba ser tocada, lo cual la estaba volviendo completamente loca. Tomó la mano de Harry y la situó directamente entre sus muslos, y él alzó la cabeza para mirarla.
A lo largo de los últimos días, ella había pasado bastante tiempo mirándolo a él a los ojos. A pesar de haber tenido un mal comienzo, lo conocía muy bien, quizá mejor que nadie en el mundo. Pero nunca había visto nada remotamente parecido al ardor que vio ahora en sus ojos. Aquella intensidad lo hacía parecer un poco peligroso, le daba la ligera apariencia de un desconocido. Y por primera vez desde que había empezado a besarlo en el aparcamiento, Alessandra experimentó una ráfaga de agitación.
Pero entonces Harry sonrió, y volvió a ser él mismo. La tocó, con suavidad al principio, luego más fuerte, más profundo, acariciándola con la yema del dedo, y su sonrisa se desvaneció cuando la miró a los ojos y después miró su cuerpo desnudo en sus brazos.
Una vez más, aquellas caricias resultaban un delirio de placer, pero seguían sin ser lo que ella deseaba. Movió las caderas para atraer lo más hacia su interior, al tiempo que volvía a tirar de sus pantalones.
–Por favor, Harry. ¿Podemos…?
–Claro. Tengo condones en la mochila. – Harry se separó de ella, forcejeó un momento con los pantalones a la altura de los tobillos, y se dirigió a saltitos hacia la cama, donde cayó de espaldas en un intento de liberar una pierna.
Pero Alessandra se había cansado de esperar. Mientras Harry se sentaba para quitarse de una vez los calzoncillos y los pantalones, ella se sentó a horcajadas sobre él y lo besó apasionadamente en la boca. No se cansaba de besarlo. Pero no quería pensar qué podía significar aquello. Harry la rodeó con sus brazos. No parecía posible que unos brazos tan grandes, con aquellos músculos tan definidos, pudieran abrazarla sin hacerle daño. Pero no era daño precisamente lo que le estaba haciendo.
Alessandra sintió su excitación entre los cuerpos de ambos al tiempo que lo besaba. Su boca era suave al besar sus labios, su cuello, sus senos. Sólo hizo falta un levísimo ajuste del cuerpo, y Alessandra se inclinó para rodearlo por completo, para llenarse de él. Aquello era lo que ella quería.
–Eh -dijo Harry-. ¡Eh, Allie, el condón!
Ahora que había llegado hasta allí, ya no estaba dispuesta a parar.
–No necesitamos condón. No puedo quedarme embarazada, ¿no te acuerdas? – Comenzó a moverse encima de Harry, empujándolo cada vez más profundo.
–Oh, Dios -dijo él, recorriéndole la espalda con las manos, moviéndose con ella-. Sexo seguro. Esto no es precisamente sexo seguro. Tengo que ponerme un condón.
–He estado siete años casada. – Si Harry intentaba detenerla, no iba a ser moviéndose de aquella forma. Era una sensación maravillosa, perfecta-. Y tú no has tenido relaciones sexuales desde 1996.
–Ya, pero entre 1995 y 1996, no tengo ni idea de con quién estuvo acostándose mi mujer. – Se llenó las manos con los senos de Alessandra-. Quiero decir, aparte de mí. Y había una lista bastante larga.
Oh, Dios.
–Debía de ser verdaderamente tonta.
–Eso podría decir yo de Griffin. Creo que probablemente ya he dicho eso de Griffin. Excepto que me parece que utilicé la palabra «gilipollas». – Esbozó una mueca-. Sonya y Griffin. Vaya par de perdedores. ¿Pero por qué estamos hablando de ellos? Sabes, creo que les debemos a los dos disfrutar esta noche de un sexo realmente incomparable, sólo para demostrar lo perdedores que eran.
Alessandra le presionó los hombros de forma que él se tendiera de espaldas sobre la cama, y lo llevó a profundidades imposibles, asombrosas de su cuerpo. Se oyó a sí misma gemir.
–Oh, sí -murmuró Harry-. Oh, Dios, haz eso otra vez.
Alessandra lo hizo.
–¿Eso?
–Oh, sí. Eso está claramente entre lo que se puede definir como incomparable. Aunque será mejor que lo repitas unas veinte o, digamos, cincuenta veces, sólo para estar seguro.
Alessandra rió.
–¿Siempre haces el amor hablando todo el tiempo?
–Te prometo que, si me dejas ponerme ese condón, emplearé la boca para cosas mucho mejores.
Ella se levantó del todo.
–Ve, pero date prisa.
Harry cruzó la habitación casi dando volteretas, y en su prisa volcó todo el contenido de la mochila. Mientras Harry abría el emboltorio de aluminio y se ponía el preservativo, Alessandra se quedó petrificada al verse en el espejo.
El pelo. Se había olvidado del horrible pelo que llevaba. Le colgaba lacio alrededor de su rostro sin maquillar, y la hacía parecer tan atractiva como un perro de aguas. Señor, debería por lo menos haber entrado en el cuarto de baño a pintarse un poco. Estaba horrorosa.
Se puso de pie, sin saber muy bien qué hacer. No tenía nada de malo arreglarse un poco en la intimidad de su habitación, ¿no? Pero la idea de perder quince minutos o más -volvió a mirarse el cabello; decididamente, sería más- en el cuarto de baño justo en aquel momento no le parecía muy buena. Aun así, no era ella la que tenía que mirarla. Era Harry.
Pero éste estaba ya regresando hacia ella, sonriendo de aquel modo en que sólo Harry sabía sonreír. La agarró por la muñeca y se dejó caer con ella sobre la cama.
–Ahora me toca a mí estar encima.
–Apaga la luz -dijo Alessandra.
Él le estaba besando los pechos, tocándola con la lengua de una forma que la estaba dejando sin aliento.
–¿Qué?
Alessandra se zafó de él.
–Ya la apago yo. – El interruptor se encontraba junto a la puerta. Lo accionó, y la habitación quedó totalmente a oscuras. Las cortinas no dejaban pasar nada de claridad procedente del aparcamiento.
–¿No es un poco tarde para volverte tímida de pronto? – La voz de Harry la rodeó en la oscuridad.
Ella permaneció al lado de la puerta.
–Es que… que…
Harry solió un resoplido desdeñoso.
–Ya sé lo que significa eso. – Encendió la luz de la mesilla-. ¿Qué es lo que te pasa? Te miras en el espejo, y de repente no tengo ni idea de quién eres. Seguro que no es la mujer que veo yo.
–Me miro al espejo, y la persona que veo es tan… -Sacudió la cabeza en un gesto de negación-. Por mi aspecto, no puedo creer que nadie pueda desearme. No como pareces desearme tú.
–¿Qué parezco desearte? – Harry se miró a sí mismo-. ¿Es esto sólo parecer desearte? Mejor harías en venir aquí y comprobarlo, porque en lo que se refiere a desearte, esto no deja lugar a dudas.
Alessandra rió suavemente, incrédula.
–Verás, es que… Sé que eres muy amable, por eso…
–Sí, siempre tengo erecciones para ser amable. Ven aquí, y seré más amable todavía. – Harry le tendió la mano-. Vamos.
Alessandra fue hacia él.
–¿Podemos apagar la luz?
–¡No! ¿Estás loca? – No era aquélla la respuesta que esperaba Alessandra. Harry le sujetó la mano con fuerza para que no se escapara-. Quiero verte -le explicó-. Me encanta mirarte, y acabo de descubrir que mirarte cuando estás desnuda es un placer especial.
Se llevó la mano de ella a la boca y la besó, luego le dio la vuelta y besó la palma, la muñeca, el brazo.
–Hay un par de cosas que deben quedar claras -continuó, mientras le besaba la cara interna del codo, el brazo, el hombro-. Me encanta tu corte de pelo porque te ayuda a esconderte de Trotta. Y pienses lo que pienses tú, a mí me parece que estás todavía más hermosa sin maquillar. Así que no podemos apagar la luz. Quiero poder ver tu cara mientras te corres.
Ya había llegado hasta su cuello, y cuando ella alzó la barbilla para facilitarle el acceso, Harry supo que había ganado. Pero, Dios, si aquella mujer creía que no debería hacer el amor con la luz encendida porque no estaba guapa, es que estaba chiflada.
La besó en los labios lo más dulce y suavemente que pudo, volviendo a tumbarla con él en la cama. Ansiaba estar de nuevo dentro de ella, pero no hizo más que besarla y recorrer levemente su hermoso cuerpo con las manos. El hecho de que ella lo hubiera deseado antes con tanto ardor, y de que se hubiera mostrado tan atrevida, le había provocado una erección increíble, y quería volver a sentirlo.
Alessandra no tardó mucho en excitarse completamente de nuevo. Ahondó el beso y atrajo a Harry hacia sí para acunarlo entre sus piernas. Acercó su cabeza al pecho y arqueó el cuerpo en muda súplica cuando él la tocó ligeramente con la lengua.
Introdujo una mano entra ambos y la cerró alrededor de Harry para guiarlo.
–Allie, mírame -susurró él, y ella abrió los ojos.
Se enterró lentamente dentro de Alessandra, penetrando despacio en su hogar, sin dejar de mirarla a los ojos. El leve sonido que produjo ella era de lo más sensual, su voz estaba enronquecida por el placer al pronunciar su nombre.
Harry no recordaba la última vez que se había sentido tan vivo.
La sonrisa de Alessandra era trémula, pero era una sonrisa. Cuando levantó una mano para tocar la cara de Harry, brillaron las lágrimas en sus ojos. Por supuesto, ella luchó por reprimirlas; a aquellas alturas, Harry no esperaba menos de ella.
Era una mujer asombrosa, una mezcla fascinante de blandura y dureza, de dulzura y fuerza. E inseguridad. No era perfecta, lo cual era verdaderamente irónico. Su constante sentimiento de ser imperfecta constituía su mayor imperfección.
Al contemplarla fijamente, sintió una incómoda opresión en el pecho, pero era más debido al dolor sordo de la costilla rota. Estaba dispuesto a hacer lo que fuera por ella, por mantenerla a salvo.
Incluso morir.
Todavía mirándola a los ojos, comenzó a moverse, despacio al principio, más rápido después, captando lo que ella iba necesitando.
A Allie le gustaba el sexo duro y rápido. Aquello estaba bien, porque a él le gustaba lo mismo. Y estaba mal, porque no tardó mucho en aferrarse con las uñas, más bien con desesperación, al borde del precipicio del orgasmo.
Ella lo besó apasionadamente, acercando la boca de él a la suya, intentando entrar en él igual que él había entrado en ella. Fue un beso de total abandono, de rendición completa, de pasión sin límites. Harry, durante aquel beso, trató de luchar contra su necesidad de desahogarse, trató de sostenerse tenazmente al borde de aquel precipicio, de darle todo lo que ella deseaba, y más. Quería darle la experiencia sexual más increíble de toda su vida, ver cómo se debatía debajo de él, pero cuando ella lo besó de aquel modo, con el corazón en la mirada, con toda la pasión de su alma, no pudo más.
El desahogo lo arrasó igual que una gigantesca ola, lo levantó y absorbió el aire de sus pulmones con su energía. Sintió que ella lo se guía casi de inmediato, sintió cómo se agarraba a él con más fuerza, oyó que gritaba su nombre. Estaba demasiado aturdido para experimentar alivio alguno por el hecho de no haberla dejado tirada del todo. No podía hablar ni pensar con coherencia. Pero poco a poco fue cediendo el estruendo que lo rodeaba, y poco a poco fue cayendo en la cuenta de que estaba aplastando a Alessandra.
Aunque a ella no parecía importarle.
Cuando levantó la cabeza, ella le sonrió.
Los músculos de la cara eran algunos de los que aún podía controlar, y le devolvió la sonrisa. Se habría retirado de encima de ella, pero Alessandra lo retuvo en el sitio y alzó la cabeza para depositarle un ligero beso en los labios.
Entonces lo supo. Justo en aquel momento. Justo cuando los labios de ella rozaron los suyos, comprendió que tenía un problema verdaderamente serio. Fuera lo que fuera lo que había sucedido allí, había sido mucho más importante que aquellas situaciones casuales, cotidianas, en las que el agente del FBI de vacaciones hacía aquellas cosas con un ex testigo presencial, sólo para matar el aburrimiento.
–Enhorabuena -dijo Allie, besándolo otra vez.
–¿Qué? ¿Por qué?
Volvió a sonreír y le tocó la mejilla.
–No sé… Simplemente me parece lo más apropiado que decir después de tres años de celibato. Es una lástima que no tengamos una botella de champán para celebrarlo. – Su sonrisa se tomó más cálida-. Haría un brindis, algo así como «para que no pasen otros tres años sin hacerlo otra vez».
Harry rió al tiempo que rodaba hacia un costado y la rodeaba con sus brazos.
–Por si acaso no ha quedado lo bastante claro -dijo Alessandra acurrucándose contra él, suspirando al sentir cómo sus dedos le subían y bajaban por la espalda desnuda-, me declaro a favor de que no esperes otros tres años.
Retirada. Retirada. Una alarma lejana sonó dentro de la cabeza de Harry. Alessandra se estaba acercando demasiado, estaba dando por sentado que aquello era el comienzo de una relación, y Dios sabía que eso sólo significaría problemas.
Alessandra levantó la cabeza y le ofreció otra de aquellas sonrisas matadoras.
–De hecho, estoy a favor de que no esperes siquiera tres horas.
Harry la besó. ¿Qué iba a hacer, después de que ella dijera una cosa así, que le ponía el vello de punta ante la perspectiva? ¿Es que podía pasar sin besarla?
–¿Sabes qué es lo curioso? – preguntó ella, apoyando la cabeza sobre un codo para mirarlo.
Harry negó con la cabeza y se perdió en la calma de sus ojos de color azul mar.
–Desde que empezó todo esto, me he resignado a no llevar el nivel de vida que llevaba antes, ya sabes: una casa enorme, tres coches, montones de dinero. Creí que iba a tener que trabajar duro para no hacer comparaciones y andar siempre con escaseces. – Le acarició la mejilla-. Pero de pronto me encuentro en el mejor sitio que he esta do en toda mi vida.
Aquellas palabras deberían haberlo hecho saltar de la cama y echar a correr por las montañas; aquella alarma que oía dentro de su cabeza debería haberle aflojado el cerebro. Pero, en vez de eso, casi se veía ahogada por los latidos de su corazón, por el rugir de la sangre en las venas. Y en vez de desear salir corriendo, lo que deseó fue besarla otra vez.
Y eso fue lo que hizo.
Sin lugar a dudas, estaba metido en un buen apuro, pero los apu ros jamás le habían sabido tan bien.
–No sabe dónde está su compañero. – Kim cerró los ojos procuran do mantener un tono de voz calmado, casi práctico, de pie junto a la cabina telefónica situada a cuatro manzanas del apartamento de Geor ge, en medio del aire fresco de la noche-. Si quieres, me quedaré cerca de él, pero yo pienso que…
–No te pago para que pienses. – La voz normalmente suave de Trotta se notaba tensa-. Tú pégate a Faulkner como una lapa, síguelo a toda partes. Utiliza esa aspiradora que tienes en lugar de boca, día y noche si es necesario. Tarde o temprano, averiguará dónde ha escondido O’Dell a Alessandra, y quiero que tú estés encima de él en ese momento.
Con un chasquido, Michael cortó la comunicación.
Kim estaba sudando. Tenía empapadas las axilas de su blusa de seda favorita sólo por haber hablado con él por teléfono. Permaneció allí de pie por espacio de largos instantes, todavía con el auricular en la oreja, recuperando su equilibrio mental.
¿Quién era aquella mujer que estaba buscando Trotta? ¿Y por qué diablos estaba tan empeñado en encontrarla?
Kim había visto su foto en un expediente que había sobre la mesa de George. Alessandra Lamont era una de aquellas rubias hermosas, gélidas y frígidas, era el tipo de mujer que a Michael le hubiera gusta do llevar al lado, aunque fuera la esposa de otro, aunque probablemente se la mamase con el mismo entusiasmo que un hámster muerto.
Su marido había birlado un millón de dólares delante de las narices de Trotta. ¿Lo habría hecho porque sabía que su mujer se tiraba a aquel jefe de la mafia? ¿Se trataría de aquello, nada más? ¿Celos y venganza? Michael había asesinado al marido, Kim no tenía la menor duda al respecto. ¿Lo habría matado por el dinero, o es que simple mente aprovechó la oportunidad de quedarse con la rubia? Pero ahora Alessandra había huido con el compañero de George, con lo que tal vez pusiera en marcha otro ciclo de celos y venganza.
Kim conocía a Michael lo suficiente para saber que huir no era nunca una opción; nadie podía huir lo bastante lejos, nadie podía esconderse para siempre.
Por fin colgó el teléfono y se arregló el cabello al tiempo que se dirigía de vuelta al apartamento de George. Tenía que acordarse de hacer una parada en el supermercado a comprar helado; aquélla era la excusa que le había dado a George para salir en mitad de la noche, y resultaría muy extraño que volviese sin él.
Su vida estaba hecha un lío, no cabía la menor duda. A menudo deseaba ser otra persona, hacerse cargo de su existencia, de su vida, como por arte de magia. Pero hoy estaba contenta de ser Kim y no Alessandra Lamont. Fuera lo que fuera lo que aquella mujer había significado para Michael, se escondiera donde se escondiera, fuera cual fuera la razón por la que él quería encontrarla, Alessandra Lamont estaba acabada.
Capitulo 15
–¿Allie? ¿Estás despierta todavía?
Alessandra sonrió. No dejaba de ser curioso. Estaba empezando a gustarle de verdad que Harry la llamase así.
–Sí.
Estaba acurrucada contra él, y Harry tenía una mano posesiva mente alrededor de su seno y una pierna encima de la suya.
–He estado pensando. – Su voz sonó ronca a causa de la hora que era, su aliento cálido contra la nuca.
Señor, lo único que tenía que hacer era sentir su aliento para desearlo de nuevo. Notó cómo el pezón se le endureció bajo la mano de Harry.
Pero no era ella solamente. Aquella inexorable atracción era mutua. Sintió el peso de la creciente excitación de él contra la pierna. Harry se movió levemente, como si tratara de ocultarla, pero no había forma de que ella no se diera cuenta. Harry retiró la mano de su seno y volvió a apoyar la pierna en su lado de la cama, cambiando de potura de modo que quedó sentado pero sin tocarla.
Alessandra se volvió hacia él, echando de menos su calor.
–Ya sé que es un poco tarde para decir esto -empezó. Antes había dejado encendida la luz del baño y la puerta abierta un centímetro, de modo que la habitación no estaba a oscuras del todo. Pero tal como estaba sentado, su rostro quedaba totalmente en sombras-. Y probablemente debería haberlo dicho antes de… en fin, de haber hecho lo que…
–De haber hecho el amor -dijo Alessandra.
–Eso es -dijo él, cambiando ligeramente de postura-. Verás, bueno, eso es algo de lo que tenemos que hablar, porque lo que me ha venido a la cabeza es decir «después de habernos pegado un jodido revolcón», y hay mucha diferencia entre las dos definiciones de la misma cosa. Cuando se hace el amor… hay ciertas promesas que el otro no cumple. Mira, no quiero que tengas una idea equivocada de lo que está pasando aquí. Yo no puedo hacerte promesas, Allie. Lo siento, debería habértelo dicho cuando todavía estábamos con la ropa puesta.
Respiró hondo, y ella se limitó a esperar que continuara.
–Me siento mal por decirte esto ahora, ¿sabes? Pero te juro que no ha sido intencionado. Tú me gustas, me gustas de verdad, demasiado para perderte el respeto en ese sentido. Es que… Llevo tanto tiempo deseándote, y de repente tú vas y te entregas a mí. No estaba pensando en las expectativas que pudieras tener tú, no estaba pensando en nada.
No la amaba. Harry le estaba diciendo que no la amaba, y Alessandra estuvo a punto de echarse a reír a carcajadas.
Demasiados hombres le habían dicho aquello de «te quiero». Se valían de eso para atraerla a sus brazos durante una hora, una noche o tal vez más. Lo había oído con tanta frecuencia, ya desde que era una adolescente, que no tardó mucho en saber que no significaba nada. Lo que amaban era su aspecto físico, amaban la idea de ser vistos con una mujer tan guapa como ella. Aunque decían que la amaban, no la amaban a ella.
Pero en toda su vida ningún hombre, ni siquiera Griffin, con el que había estado casada siete largos años, le había dicho jamás que le gustaba.
Hasta ahora.
A Harry le gustaba de verdad. Aquello no tenía nada que ver con su aspecto físico, ¿cómo iba a tenerlo, con la pinta que llevaba ahora? Le gustaba a Harry. Le gustaba Allie, la persona que había dentro.
Jamás había sentido el corazón tan henchido.
Y jamás se había sentido tan insegura y asustada. ¿Había encontrado aquella relación potencialmente maravillosa con aquel hombre realista, sincero, dolorosamente atractivo, sólo para apartarla de su camino inmediatamente?
–Desde el principio he sabido que tarde o temprano tendrías que regresar a Nueva York, así que supongo que mi única expectativa era que terminásemos en la cama durante la semana o así que permanecieras en la ciudad -dijo Alessandra escogiendo con cuidado las palabras. Subió la manta para cubrirse los pechos, consciente de que él la estaba mirando, consciente de que ella no estaba oculta por las sombras-. Pero si no quieres que…
–Eh -la interrumpió Harry-. No he dicho eso. Mientras esté aquí, me meteré todas las noches en tu cama, si tú me dejas. Lo único que no quería era, ya sabes, que tú empezases a escoger la vajilla, porque no es por ahí por donde va esto.
–Harry, créeme, yo no quiero casarme contigo.
No quería casarse con nadie, por lo menos durante unos años. Sería una locura meterse en una relación permanente en aquella etapa de su vida. Ni siquiera tenía una identidad aún. Todavía le duraba la impresión de haber descubierto quién era en realidad, quién iba a ser durante el resto de su vida. Necesitaba conocerse a sí misma antes de poder ser eficaz como pareja de alguien, ¿no? Y además, estaba ocultándose.
–Acabo de pasar siete años casada -continuó-. Y por más que tú me gustes también, tengo la sensación de que nuestra relación se parecería mucho a la que acabo de tener. Por muy tentador que resulte que cuiden de una, no quiero volver a ser la posesión de nadie.
Harry guardó silencio durante unos instantes.
–Bueno, me siento un poco insultado por el hecho de que creas que la relación conmigo se parecería a la que tenías con Griffin. Pero es una tontería sentirse insultado, porque es un detalle que no viene al caso, ¿no? No vamos a pasar de aquí. – Señaló con un gesto la cama donde estaban tumbados.
–Quizá no debiéramos establecer reglas acerca de lo que vamos o no vamos a hacer -dijo Alessandra, aún con cuidado-. Quizá podamos ir decidiendo sobre la marcha. A mí me gusta estar contigo, me haces reír y eres muy bueno en la cama. Y tú has dicho que yo también te gusto, de modo que… -Sintió que se ruborizaba al decirlo en voz alta. Le gustaba a Harry-. De modo que pasemos la semana próxima haciendo… Bueno, puedes llamarlo como quieras, yo prefiero llamarlo «hacer el amor».
–Sin promesas -volvió a decir Harry.
Había muchas cosas que ella no quería prometerle. No quería prometerle que no fuera a hacer algo muy insensato y enamorarse de él; no quería prometerle que no fuera a intentar que él también se enamorase de ella. Enamorarse de verdad. Amor verdadero, del que empieza como un simple gustarse y crece basado en el respeto.
La encantaba que Harry la respetase, casi tanto como el hecho de gustarle.
–Voy a hacerte una sola promesa -le dijo al tiempo que se sen taba sobre él a horcajadas dejando resbalar la sábana-: tengo la intención de dejarte dormir muy poco durante la próxima semana.
Harry rió y la atrajo hacia él.
–Ésa es una promesa que puedo aceptar sin problemas -contestó, y acto seguido la besó largamente en la boca.
–¿Qué diablos es esto? – Kim estaba en la puerta del comedor, con el abrigo de imitación de piel cerrado, mirando fijamente el festín que aguardaba sobre la mesa.
–Vaya, sí que has regresado rápido -sonrió George, extendiendo las manos-. He pensado que, como no puedo llevarte a cenar, podía hacer que la cena viniera a nosotros.
–¿Cenar? – dijo Kim-. ¿Esto es una cena? ¡Jesús, María y José, George! – Cruzó como una bala el pasillo, en dirección al dormit rio.
No era la reacción que había esperado George. Se había imagina do que se llevaría una sorpresa agradable, que se sentiría complacida de ver que él se había tomado tantas molestias para agradarla. Se colocó las muletas bajo las axilas y la siguió.
–Es comida italiana, de La Venitia. A ti te encanta La Venitia.
Kim giró en redondo para encararse con él, y George se dio cuenta de que debajo del abrigo no llevaba más que un tanga de terciopelo rojo y zapatos de tacón a juego.
–Me has dado un susto de muerte. Salgo del escenario, y me encuentro a Carol con un mensaje de que has llamado, que necesitas que venga a casa inmediatamente, que es urgente. ¡Urgente, George! Me da un ataque al corazón, pensando que te has caído, que se te han abierto los puntos y te estás desangrando. Te llamo, y la puta línea comunica. Ni siquiera me molesto en cambiarme, cojo el abrigo y salgo disparada. No he podido encontrar un taxi… y he tenido que venir
corriendo todo el camino. – Se quitó el abrigo y lo arrojó sobre la cama. Sus pechos desnudos estaban cubiertos del brillo artificial que se aplicaba para bailar, y lanzaban destellos a cada agitada inspiración. Se sentó y se quitó los zapatos-. Y ahora estoy sudando como un cerdo y tengo ampollas en los pies del tamaño de una patata.
George se sentó a su lado en la cama y dejó las muletas en el suelo.
–Oh, nena, cuánto lo siento. No tenía idea de que fueras a preocuparte tanto. Sólo quería que vinieras rápidamente a casa, mientras la comida estaba caliente.
Bajó el brazo y tomó en sus manos el pie de Kim. Ella había exagerado sólo un poco respecto de las ampollas. Aunque la piel no se había abierto, se la veía enrojecida e inflamada.
–Deja que te ponga un paño frío -dijo George-. Y me parece que tengo alguna crema en el botiquín.
–Ya voy yo. – Su enfado desapareció tan pronto como George la tocó, y ahora empleaba un tono que parecía que iba a echarse a llorar. Hizo ademán de levantarse, pero él la obligó a sentarse de nuevo.
–No, voy yo. Me arreglo bastante bien con las muletas. Además, es culpa mía. Tú siéntate, deja que cuide de ti por lo menos una vez, ¿de acuerdo?
Ella asintió en silencio y se secó las lágrimas que le habían anega do los ojos.
George evitó mirarse en el espejo del cuarto de baño mientras mojaba una toalla con agua fría. Aquella noche estaba saliendo exactamente lo contrario de lo que había planeado. Había querido tener un detalle agradable con Kim, y en vez de eso la había alterado completamente. Había querido sentarse con ella a la mesa del comedor y charlar, dejar a un lado su relación física en la medida de lo posible. Había querido seguir insistiendo en la idea de que no todas las noches debían terminar con una mamada por parte de ella.
Y en lugar de eso, iba a regresar allí dentro a sentarse en la cama, con Kim vestida tan sólo con un tanga microscópico. Dios, ya estaba excitado. Ella no tardaría ni una décima de segundo en darse cuenta, y se abalanzaría sobre él.
Y aunque Kim había insistido en lo contrario, George seguía sin creerse del todo que de verdad le gustara el sexo, del tipo que fuera.
Maniobró torpemente para salir del baño. Kim se había dejado caer sobre la cama y estaba tumbada mirando al techo, con los pies inmóviles en el suelo. Volvió la cabeza para mirar a George cuando éste entró en la habitación, con el rímel corrido ligeramente debajo de los ojos, lo que le daba un aire aún más exótico y sexy que de costumbre.
Por supuesto, el hecho de que estuviera casi desnuda también ayudaba.
–¿Te he dicho lo total, absoluta, increíblemente arrepentido que estoy? – le dijo George al tiempo que se sentaba a su lado-. Échate un poco hacia atrás, ¿quieres?
Ella, obediente, se movió hacia atrás en la cama, y él le subió un pie sobre sus rodillas y apretó la toalla mojada contra sus talones.
–¿Qué tal así? – le preguntó-. ¿Mejor?
Ella afirmó con la cabeza.
–Creí que… había sucedido algo horrible -dijo Kim de nuevo con un hilo de voz. Era una actriz, pero en aquel momento no estaba actuando. Los ojos se le volvieron a llenar de lágrimas-. George, ¿te importaría abrazarme?
Bueno, veamos. ¿Le importaría tocar toda aquella piel suave y brillante? ¿ Le importaría palpar la suavidad de aquellos senos de diosa contra su pecho? ¿Le importaría besar delicadamente aquellos labios llenos e inhalar el dulce aroma de su perfume? No, A George no le importaba en absoluto. La besó, incapaz de abstenerse de recorrer le la espalda con la mano, hasta más allá de la suave curva de las nalgas. Dios, qué cuerpo.
Siempre ponía mucho cuidado en tocarla con suavidad, siempre con delicadeza. Ahora que sabía a qué atenerse, en ningún momento la oprimió al abrazarla; se cercioró de que pudiera liberarse de él en el momento en que quisiera.
Dejó que fuera Kim la que ahondara el beso.
Él continuó acariciándola, pasándole la mano por la espalda y después por el torso, rozando levemente la forma en V de las bragas con la yema misma de los dedos, subiendo hacia la suavidad de su estómago, tocando apenas los senos, dejando sólo una sombra de sensación en el pezón, subiendo luego hacia el cuello, el hombro, otra vez la espalda. Y de nuevo a empezar.
Ella dejó escapar un suspiro y se relajó contra él.
–Eso es muy agradable.
–Mmnn. Podría pasar la noche entera haciéndolo, si quieres.
Notó que Kim abría los ojos, pues sus pestañas le rozaron el cuello.
–¿Haciendo esto… solamente? ¿La noche entera?
–Y disfrutaría de cada minuto. – George la besó con suavidad en la frente.
Cuando sus dedos le rozaron los pechos nuevamente, ella emitió un leve sonido de placer y se apretó contra él para que la tocase de ver dad. Pero George no se permitió llenarse la mano, no se llevó el pezón a la boca, como estaba deseando hacer. Lo que él deseaba tendría que esperar.
–Eres tú la que tiene el control, nena -susurró, bajando de nuevo la mano-. Dime o muéstrame lo que quieres que haga, y yo lo haré, justo como a ti te gusta. Y si quieres que pare, pararé.
Se permitió detenerse un instante sobre el suave montículo de las bragas de terciopelo antes de subir de nuevo hacia el estómago. Ella no retrocedió, de modo que deslizó la mano otra vez hacia abajo y volvió a tocarla, aún sin hacer presión, aún por encima de la braga.
Kim hizo un ruido, que surgió del fondo de su garganta, que podía indicar dolor o miedo, y se apresuró a replegarse hasta el estómago y se puso a trazar círculos alrededor del ombligo.
–¿Querías que parase? – preguntó-. ¿Es eso lo que querías?
–No -contestó Kim tan bajito que él casi no la oyó.
Le tocó los pechos de nuevo, esta vez los dos, no tan livianamente como antes, pero todavía con cuidado de ser suave. Los pezones estaban endurecidos por el deseo, y él los humedeció con la punta de la lengua al tiempo que bajaba la mano en dirección a la braga y recorría el borde de la tela con un dedo.
–¿Puedo?
Kim estaba temblando, haciendo inspiraciones cada vez más profundas.
–Sólo voy a tocarte así. – Se lo mostró por fuera de las bragas, la misma caricia tenue-. ¿De acuerdo?
Contuvo la respiración, aterrorizado y entusiasmado a un tiempo al ver que Kim se fiaba tanto de él. Rezó para que no estuviera haciendo aquello porque pensara que era lo que él quería; rezó para ser capaz de hacerla ver que lo que le había ocurrido en el pasado, fuese lo que fuese, no tenía nada que ver con el sexo ni con el placer, sino con el poder y la violencia. Y que aunque pudieran parecer dos cosas similares en la superficie, en realidad constituían dos actos totalmente diferentes.
George no tenía mucho que darle, pero podía darle aquel conocimiento, aquella verdad. Si es que ella se lo permitía.
Continuó tocándola, y ella abrió las piernas ligeramente para él. Sólo un poco, luego un poco más.
–Voy a considerar eso como un sí -susurró, deslizándole las bragas por los muslos. Ella las apartó del todo con los pies, otro signo de aceptación, y entonces comenzó a acariciarla. Levemente. Con suavidad. Tal como le había prometido.
Tocarla era como tocar el satén, suave, cálido, perfecto. Y ella se guía sin retroceder, Le besó los pechos, tirando suavemente de los pezones con los labios. Kim gimió y levantó las caderas para rozarse contra sus dedos, sorprendiéndolo a él y todavía más a sí misma.
Entonces se quedó petrificada, y George alzó la cabeza para mirarla a los ojos. Kim aún tenía la respiración agitada, aún temblaba. Cuando George la miró, se humedeció los labios y le ofreció una son risa trémula.
–Dios mío -le dijo.
George le sonrió a su vez, y experimentó una oleada de placer tan intenso que casi se le llenaron los ojos de lágrimas. Resultaba verdaderamente asombroso. Tenía una erección del tamaño de la lanzadera espacial, y sin embargo era su corazón lo que parecía explotarle en el pecho.
–¿Más?
Kim afirmó con la cabeza.
Presionó más hondo con los dedos, mirándola a los ojos, mientras usaba el pulgar para acariciarla lentamente.
–Oh-jadeó ella. Volvió a humedecerse los labios-. ¿Puedes…?
–Sí -respondió George-. Lo que quieras, nena, sin duda alguna, sí.
Kim de hecho se ruborizó.
–¿Puedes hacer que resulte igual de agradable con tu… ya sabes?
Lo sabía.
–Sí.
Rodó sobre su espalda y sacó un preservativo del cajón de la mesilla de noche con una mano, mientras con la otra seguía tocando a Kim. Se abrió los pantalones y se puso el condón, todo con una mano, en un abrir y cerrar de ojos.
–Cuando digas que paremos, paramos -le dijo otra vez al tiempo que la colocaba de costado y se acomodaba detrás de ella. Así no estaría encima, así no se sentiría aprisionada e impotente.
Y no dejó de tocarla, siempre con suavidad, rodeándola con un brazo. Se apretó contra ella desde atrás y la penetró lentamente, sólo con la punta de su excitación, y volvió a retirarse igual de despacio. Repitió el movimiento, un poco más profundo, con cuidado de no moverse demasiado deprisa.
Kim emitió un leve ruido, y cuando George volvió a hacerlo, se movió a la par que él. No se puso tensa, no retrocedió, no le dijo que parase. Despacio, con una lentitud imposible, George le hizo el amor. Cada caricia parecía durar una vida entera en la que vivía, moría y volvía a vivir.
Kim empezó a alcanzar el clímax teniéndolo a él dentro, y George sintió que también a él le llegaba el orgasmo, pero se esforzó por no darse prisa. Tenía la sensación de que el cerebro iba a explotarle con toda certeza. La siguiente arremetida lo llevó muy cerca del orgasmo, mientras Kim seguía temblando alrededor de él, y por fin se corrió en una erupción de placer tan intensa que vio luces y colores tras los ojos cerrados.
Pero su placer físico no fue nada en comparación con la alegría de saber que había llevado a aquella mujer a un lugar que no conocía.
–Dios mío -decía Kim-. Dios mío. No lo sabía, no tenía ni idea.
Se volvió hacia él con sus bellos ojos castaños arrasados en lágrimas. Estaba temblando, y él la abrazó, todavía suavemente, todavía cerciorándose de que ella supiera que podía liberarse de su abrazo.
Pero Kim alzó una mano para acariciarle el rostro, con la voz teñida por la sorpresa.
–Estás llorando.
Así era.
Lo besó.
–Dios mío, George -susurró, dejando resbalar las lágrimas-. ¿Qué voy a hacer? No quiero enamorarme de ti.
Shaun entró en el cuarto de jugar y se encontró con Mindy boca abajo en el sofá, viendo La isla de Gilligan.
–Me parece que esta vez sí van a conseguir salir de la isla -le dijo. Tenía la cabeza colgando por delante del sofá y las largas piernas estiradas contra la pared que había detrás. La gravedad estaba haciendo cosas curiosas con sus senos.
Shaun miró a otra parte, incómodo al pensar que Mindy tuviera senos. En realidad, no pensaba en ella como una chica, no como pensaba en la pelirroja de California.
–El profesor ha construido una radio con cocos -informó Mindy-. Si es listo, lo único que necesita es usar uno de los sujeta dores con aro de Ginger para convertirlo en antena.
Shaun se acercó a la ventana que estaba debajo de los aleros de la entrada, y se agachó ligeramente para no golpearse en la cabeza.
–Odio decirte esto, Mindy, pero no conseguirán salir de la isla.
–Bueno, ¿y para qué iban a querer salir? – contestó ella-. Están en el paraíso. Verás, yo me preguntaba por qué el profesor no elegía a Mary Ann. Quiero decir, ¿a qué estaba esperando? Estaba claro que ella era la persona más agradable de la isla. Pero luego lo entendí: el profesor es homosexual. En todos estos años le ha gustado Gilligan.
Shaun no dijo nada, sino que se limitó a mirar desde el punto aventajado de la ventana del tercer piso, contemplando la calle a la que daba la casa. No había tráfico. No pasaban coches. Nada se movía.
–Bueno -dijo Mindy. Recuperó la postura boca arriba al tiempo que quitaba el sonido del televisor con el mando a distancia-. Has debido de dejarte el sentido del humor en la cocina.
Shaun no la miró.
–No creo que resulte especialmente graciosa la idea de que alguien sea homosexual.
Mindy guardó silencio, y cuando él se volvió para mirarla, sus ojos eran todavía más enormes que nunca detrás de las gafas. Era extraño. Rara vez se percataba ya del efecto que causaban las gafas en los ojos de Mindy. En los últimos tres días había pasado la tarde en su casa, y ahí estaba de nuevo, el sábado por la mañana. En vez de ponerlo furioso, descubrió que su compañía le gustaba. Le gustaba darse la vuelta y encontrarla allí. Hasta le gustaban los chistes tontos que hacía.
La mayor parte del tiempo.
–No -dijo-. Yo no soy homosexual. ¿Por qué siempre cree la gente que lo soy? – Respondió él mismo a la pregunta-: ¿Porque me gusta bailar? Eso es una idiotez.
–No pasa nada por que lo seas -repuso Mindy suavemente-. Yo seguiré siendo amiga tuya.
Amiga. Mindy era amiga suya y lo sería a pesar de todo, y él se guía obligándola a esconder la bicicleta detrás de la casa y entrar furtivamente por la puerta trasera. Habían hablado de toda clase de cosas muy personales y particulares, y sin embargo él nunca le había de vuelto más que un cortés gesto de saludo cuando se cruzaban por los pasillos del colegio. Jamás se sentaba con ella para comer, aunque era frecuente que ambos comieran solos.
Tal vez Mindy fuera amiga suya, pero en realidad él no era un verdadero amigo.
Para su completo horror, se le llenaron los ojos de lágrimas, y se apresuró a volverse hacia la ventana.
–Estás deprimido porque todavía no ha llegado tu padre -dijo Mindy en el mismo tono de voz.
–No creo que venga -admitió por fin Shaun para sí mismo. Sí, había jugado a decirse a sí mismo que era fuerte, que era capaz de hacer frente a la realidad, que no se creería que Harry iba a venir a verlo de veras hasta que lo tuviera delante. Pero la verdad era que había albergado la esperanza.
Hasta había rezado.
Había fingido que lo hacía por Emily, pero realmente era él quien deseaba que viniera Harry; era él quien deseaba que su papá llegara y lo arreglara todo.
Pero Harry no iba a ir.
En cualquier momento sonaría el teléfono, y Harry pondría una excusa y…
–¡Mindy! – Em estaba justo al otro lado de la puerta, gritando lo bastante como para arrancarla de sus goznes-. ¿ Estás ahí dentro?
Aunque Shaun estaba más lejos, fue más rápido y llegó antes a la puerta para abrirla.
–¡No grites! La tía Marge está trabajando -dijo-. Dios, ¿cómo es posible que alguien tan pequeño pueda hacer tanto ruido?
Emily se quedó donde estaba, sosteniendo en las manos una caja que era casi tan grande como ella.
–Vengo a ver a Mindy.
–Oh, Em, gracias. – Mindy hizo a Shaun a un lado y tomó la caja-. Me has traído los…
–¿Álbumes de fotos? – Shaun no se lo podía creer. Lo único que le faltaba ahora era sentarse con su hermana pequeña a ver unas fotos tomadas cuando su vida era algo más que esta insoportable mezcla de tristeza, miedo y dolor. Fotos de su madre abrazándolo, con la risa iluminando las caras de ambos.
Dios, cuánto la echaba de menos. Y también echaba de menos a Kevin. Las lágrimas, que últimamente nunca estaban muy lejos de la superficie, se le agolparon en la garganta.
De ninguna manera podía hacer aquello en aquel momento, de ninguna manera podía sentarse con Emily e inventar más mentiras sobre por qué Harry no iba a verlos más a menudo. Papá la quería, por supuesto que sí, pero es que estaba demasiado ocupado con su trabajo tan importante. Estaba demasiado ocupado en salvar al mundo, y eso significaba que no podía pasar ni un triste día con ellos, de los trescientos sesenta y cinco del año.
Le tembló la voz cuando se volvió a mirar a Mindy:
–¿Le has pedido a Em que trajera los álbumes de fotos?
Mindy parecía perpleja.
–¿Tiene algo de malo?
Shaun miró ceñudo a su hermana pequeña.
–Ya sabes que tienes que pedir permiso a Marge para tocar esas cosas.
–Ha sido culpa mía -terció Mindy-. Quería ver cómo era tu padre.
Él también. Deseaba desesperadamente ver qué aspecto tenía su padre últimamente. Pero maldita la posibilidad que tenía de que sucediera algo así.
–Sentía curiosidad -continuó Mindy.
–¿No deberías ocuparte de tus malditos asuntos? – escupió Shaun, dando rienda suelta a su frustración en un estallido de violencia-. Siempre estás aquí, siempre metiéndote en medio, siempre curioseando y metiendo la nariz en todo. La Ballenato, ocupando el doble de espacio en mi sofá. ¡Yo no te he pedido que vengas! ¿Por qué no te vas a tu casa y me dejas en paz?
Emily le tiró de la camiseta.
–No digas palabrotas. No digas palabrotas.
Se zafó de la mano de su hermana con un manotazo, más fuerte de lo que debería.
–¿Sabes una cosa, Em? Se suponía que papá iba a venir a vernos, pero no va a venir. Y no es porque tenga un trabajo tan importante, es porque no nos quiere. Probablemente estará tumbado en alguna parte, demasiado borracho para levantarse de la cama. No trabaja para el presidente. ¡El motivo por el que no viene es que es un gilipollas que no se preocupa por nosotros ni una mierda!
–No digas mierda -susurró Emily con los ojos llenos de lágrimas, sosteniéndose la mano golpeada contra el pecho.
–El gilipollas eres tú. – Mindy lo apartó a un lado, tomó a Emily en brazos y salió corriendo de la habitación.
Shaun sintió un malestar en el estómago y toda su ira se transformó al instante en vergüenza. Dios santo, ¿qué había dicho? ¿Qué había hecho? Sintió que le flaqueaban las piernas, y se dejó caer en el sofá.
La televisión seguía encendida, aún con el volumen bajado, y con los chillones colores de los sesenta, Gilligan hacía gestos a la cámara al tiempo que el capitán le propinaba un coscorrón en la cabeza con su gorra.
Harry no había dormido bien.
Cuando Alessandra se despertó, con sólo verlo supo que si había dormido algo, había sido sólo a ratos y nervioso.
Aquel hombre se había lanzado sin miedo delante de ella la noche anterior. Estaba preparado para utilizar su cuerpo para detener las que iban dirigidas a ella, no había pestañeado siquiera al enfrentarse con calma a la muerte. Y había hecho lo mismo cuando saltó delante del fusil de Ivo.
Pero a la hora de enfrentarse a sus hijos, estaba aterrorizado.
–Todo va a salir bien -le dijo.
–Puede ser. Pero no va a resultar fácil -replicó él en tono quedo.
Alessandra le acarició el pelo, admirando el aire sexy que tenía ahora con aquel nuevo corte, incluso revuelto después de dormir. Al menos uno de ellos iba a tener el pelo bien.
–Yo creo que debes ser sincero con ellos en cuanto a por qué no has ido a verlos. Y también creo que deberíais acudir todos a un psicólogo para superar el dolor.
Harry se sentó y sacó los pies de la cama, dándole la espalda a ella. Alessandra apenas lo oyó cuando dijo:
–¿Y si ya es demasiado tarde?
–Mientras uno esté vivo, no existe ese concepto. – Y lo creía con todo el corazón. Harry no dijo nada, y ella le tocó la espalda-. Si quieres, puedo sostenerte la mano.
Harry cerró los ojos, deseando poder quedarse allí sentado para siempre.
–Ya, puede que te tome la palabra.
Aquello era una sublime tontería. Sus hijos eran niños. Lo único que tenía que hacer era explicarse; bueno, más bien tratar de explicarse. No estaba seguro de que pudiera explicar algo. Pero eran niños, y él era su padre. Lo perdonarían, y entonces podrían empezar de nuevo.
Iría a verlos con mayor frecuencia. Una vez al mes, por lo menos. Y así también podría ver a Alije, podrían continuar su actual norelación casi de modo indefinido. Le gustó aquella idea.
Alessandra se inclinó hacia él, lo abrazó estrechamente desde atrás y lo besó en la mejilla.
–Si me necesitas, dímelo.
Harry la contempló mientras ella entraba desnuda en el cuarto de baño y cerraba la puerta tras de sí. No había sido sincero del todo la noche anterior, ni con ella ni consigo mismo. La vehemente reacción de Alessandra a la sugerencia de que tal vez podía sentirse interesada por la idea del matrimonio lo había molestado bastante. ¿Qué clase de pirado era él para decepcionarse cuando Allie tuvo la reacción que esperaba? Pero lo cierto es que se sintió decepcionado, y herido por la absoluta certeza con que Allie le había dicho que no quería casarse con él.
Se había pasado la noche meditando largamente sobre ello, entre sus otras meditaciones sobre Shaun y Emily. Pensando de modo rea lista, sabía que no podía ser que una mujer como Alessandra Lamont quisiera de un hombre como él nada más que sexo rápido y apasiona do. Desde luego, él no formaba parte de ningún club de millonarios, ni mucho menos. Odiaba su trabajo, y su vida familiar estaba a punto de estallar en pedazos. Con la excepción de su vida sexual recién re verdecida, no había una sola parte de su existencia que no estuviera hecha añicos.
Y también su vida sexual estaba a punto de convertirse en humo, a causa de su soberana estupidez. Sí, estaba al borde de joder la única cosa buena que había hecho.
Estaba enamorándose de Alessandra Lamont. De todas las idioteces que podía cometer, sabía que aquélla era la peor. Sabotearía totalmente su amistad con ella.
Si me necesitas, dímelo, le había dicho.
Sí que la necesitaba. Con desesperación. Pero de ninguna manera iba a decírselo.
–Supongo que no ha habido noticias de Harry. – Nicole se sentó en el borde del sofá verde musgo de George. Aquel sofá había sido de los dos, y aquella había sido su sala de estar, antes del divorcio. Allí habían hecho el amor, delante de la televisión, más veces de las que podía enumerar.
George encendió un cigarrillo y miró en dirección a la cocina, donde Kim estaba preparándoles una taza de té. Té. Era absurdo, la cabaretera haciendo té en lo que había sido su cocina. Pero Nicole habría aceptado hasta una taza de arsénico con tal de que Kim saliera de la habitación.
–No -respondió George, y bajó la voz-. Pero he estado pensando, intentando acordarme de algo que hubiera dicho. No sé si servirá de mucho, pero en una ocasión, cuando estaba totalmente trompa, mencionó algo sobre Colorado.
–Colorado es un estado muy grande. – Nicole disipó el humo con la mano.
George se alzó de hombros.
–Es lo más que puedo decirte.
–Sigue pensando.
–Lo haré. No tengo mucho más que hacer, aparte de practicar ci sexo pervertido, claro.
Lo decía sólo para fastidiar a Nicole. Esta le dedicó una sonrisa absolutamente impertérrita, vagamente desinteresada.
–Oye, ¿has visto las cortinas nuevas? – dijo George-. ¿Puedes creerte que por fin tengo cortinas?
En todos los años que habían vivido allí, Nicole jamás había con seguido poner cortinas en la sala de estar. Hacia el final de su matrimonio, discutieron amargamente al respecto. George se lo arrojó a la cara como ejemplo de que ella no estaba nunca dispuesta a dedicar algo de tiempo a mejorar su vida en común. De todas las discusiones más absurdas, aquélla se había llevado la palma.
Las cortinas nuevas eran de un tono verde y blanco sucio que casi hacían juego perfectamente con el sofá.
–Son muy bonitas.
–Ah, ¿te gustan? – Llegó Kim trayendo tres tazas en una bandeja. La bandeja había sido un regalo de bodas de una tía de George, Jennifer; las tazas eran unas que habían comprado en un mercadillo de artesanía durante la luna de miel. Kim sonrió a George, y sus ojos cobraron una expresión dulce-. Me divertí mucho haciéndolas.
–¿Las has hecho tú? – dijo Nicole, y acto seguido se dio mentalmente una bofetada por haber proferido un evasivo sonido de aceptación.
George se lo estaba pasando en grande con aquello.
–Me gusta coser. También me gusta pasearme desnuda por la noche -explicó Kim, poniendo cara de no haber roto un plato al tiempo que depositaba las tazas sobre la mesa situada junto a la tumbona de George-, pero me resultaba gracioso hacerlo sin tener cortinas en las ventanas. Tenía la sensación de estar dando un espectáculo gratis.
–No me extraña -murmuró Nicole.
Kim dejó la bandeja de la tía Jennifer en el centro de la mesita. En ella había también un platito con galletas caseras.
–Por favor, sírvete tú misma. No estaba segura de si querías azúcar o limón.
Miró a George, de nuevo con aquella expresión de dulzura. Era como si él se hubiera convertido de repente en Elvis, o en Dios, o en alguien equivalente.
–A Nic le gusta solo -dijo George devolviendo a Kim una son risa que implicaba secretos compartidos-. Me parece que ella cree que así le saldrá pelo en el pecho.
Kim tenía los ojos desorbitados.
–¿Y para qué quieres tener pelo en el pecho?
–Yo también me he preguntado eso mismo -musitó George-. Coge una galleta -le dijo a Nicole-. Son increíbles. Kim es una cocinera genial. – Se volvió hacia Kim-. A Nic se le da bien poner a hervir el agua.
Cuando Nicole se levantó, se volvió hacia Kim y mintió:
–Lo siento, voy a tener que saltarme el té. Ha sido… un placer volver a verte. ¿Puedes hacerme el favor de dejarme otro minuto a so las con George? Ya sabes, todos esos secretos del FBI…
–¿Por qué no pides comida china para el almuerzo, nena? – su girió George-. Puedes usar el teléfono del dormitorio.
De hecho le dio una palmadita en el trasero cuando ella pasó jun to a su silla, y de hecho a Kim pareció gustarle.
Nicole se reclinó en el sofá y esperó a oír que Kim cerraba la puerta del dormitorio antes de volverse hacia George.
–Bueno, me has hecho sentirme mal de verdad, está claro que ella es todo lo que yo no fui nunca. Excepto, ¿sabes qué, George? Que no me siento mal. Me importa un carajo. Así que has encontrado a Trixie Amita de Casa. Cocina, cose, se desnuda, folia…, todo a la vez. Estoy segura de que para ti eso es estupendo, pero mírame a los ojos y lee mis labios. Para mí no significa nada. Enhorabuena, esta vez has conseguido hacer daño a alguien, sólo que ese alguien no soy yo. Es Kim.
George permanecía allí sentado, con el semblante vacío de toda expresión, la pierna herida extendida y el cigarrillo entre los dedos, mirándola fijamente.
–¿Has terminado?
–No. ¿Qué va a pasar cuando te canses de este juego? Es evidente que está loca por ti, que espera que te cases con ella. A no ser que seas tan retorcido como para continuar representando esta farsa hasta que la muerte os separe, vas a destrozar emocionalmente a esa chica. Y no me gusta nada decirlo, George, pero tengo la impresión de que es una buena chica, una tonta, pero en el fondo es buena. Sé un hombre por una vez en tu vida y sé sincero respecto a lo que estás haciendo.
George sonrió.
–Que sea un hombre. Resulta curioso. Nunca tuve la oportunidad de ser un hombre, tú siempre me robabas ese papel.
Frustrada, Nicole se volvió con intención de marcharse.
–Nic.
Se detuvo, pero no se dio la vuelta. No podía soportar mirarlo, no podía soportar mirar lo que se habían hecho el uno al otro con tanta ira y tanto dolor.
–Soy una mierda -dijo él con suavidad-. Me oigo a mí mismo decir cosas que sé que van a hacerte daño, y no puedo evitar decirlas. Pero lo que tengo con Kim ya no tiene nada que ver contigo y conmigo. Tenías razón, así fue como empezó, pero luego, ella… hm… Enfin, estos últimos días han sido… Dios. – No pudo enfrentarse a la mirada de Nicole-. Maldita sea, estoy en un lío, Nic, y necesito hablar de ello contigo.
Oh, Dios. Estaba enamorado de aquella cabaretera. Nicole sintió que el corazón dejaba de latirle poco a poco.
–Esta noche tiene que actuar -prosiguió George-. Su pase comienza a las diez y media. ¿Puedes venir diez minutos antes de esa hora?
Quería decirle que él y Kim iban a casarse. De eso se trataba.
–Tendré que consultar mi agenda -dijo mientras se dirigía hacia la puerta manteniendo un tono neutro, profesional, como si sus últimas esperanzas de reconciliarse con el único hombre al que había amado en toda su vida no acabaran de esfumarse para siempre.
–Esto es importante.
–Estoy segura de que así lo crees tú -repuso ella, y salió del único sitio que había considerado su hogar.
Capitulo 16
No era de extrañar que la buena de Marge intentase fingir que la situación era completamente normal.
Harry se apoyó en la barandilla del porche, con las manos en los bolsillos y el corazón en la garganta, incapaz de apartar los ojos de Emily.
La niña estaba sentada junto a Marge, medio escondida detrás de su tía, contemplando en silencio a su padre como si fuera el mismo diablo en persona. Era preciosa. Todavía era muy pequeñita, pero ya había perdido una buena parte de su aire de bebé. Ahora era una niña, pero, igual que cuando gateaba, su expresión seguía siendo de ferocidad. Se le veía la carita sucia y cruzada por algunos surcos claros, rastro de algún reciente llanto. Muy reciente. Todavía se estaba sorbiendo.
–No debería resultar muy difícil encontrar un apartamento en esta época del año -estaba diciendo Marge a Allie-. En el centro hay una universidad pequeña, y algunos estudiantes ya no regresan después de las vacaciones de primavera. El resto se irán al mes siguiente, así que los caseros que disponen de una vivienda vacía están más bien desesperados.
Harry le dirigió a Emily una sonrisa interrogante.
Pero la pequeña se replegó detrás del brazo de Marge.
Harry sabía que era demasiado esperar que la niña saltara a sus brazos, pero aquello resultaba ridículo. No se habría olvidado de él completamente. ¿O sí?
–Algo me dice que voy a necesitar un trabajo antes de poder encontrar un apartamento -dijo Allie. Harry iba a tener que decirle que trabajase más el tema de la voz; pronunciaba demasiado bien. Y por la forma en que se sentaba, tan recta, con las piernas cruzadas…
–¿A qué te dedicas? – inquirió Marge.
Harry consultó su reloj.
–¿Y qué le ha pasado a Shaun?
–Emily, tesoro, vete corriendo a ver por qué no viene tu hermano -ordenó Marge a la niña en tono amable.
–Ha dicho «mierda» -los informó Em-. Y «gilipollas». – Miró a Harry como si estuviera calibrando su reacción, o quizá para insinuar que él lo era. ¿Quién podía saberlo, siendo tan pequeña?
Harry mantuvo el semblante perfectamente compuesto.
–Por favor, ve a buscarlo -le dijo Marge.
–¿Le pasa algo? – preguntó Em, casi esperanzada.
–No, no le pasa nada -contestó Marge con aquella paciencia que el propio Harry había tenido en otro tiempo-. Tú ve a buscarlo y nada más, vamos.
Em miró una vez más a Harry al tiempo que abría la puerta de rejilla, y la dejó cerrarse de golpe tras ella.
Harry levantó la vista y se encontró con que Allie lo estaba observando sin poder disimular una sonrisa. Él también habría sonreído, pero le dolía demasiado el estómago. Lo más probable era que Emily no lo hubiera reconocido. No había nadie a quien culpar de aquello excepto él mismo, había dejado pasar demasiado tiempo. Dos años era media vida entera de Emily.
–Supongo que Shaun es tu hijo -dijo Allie.
–No lo sé muy bien. – Dirigió una mirada desafiante a su hermanastra agarrando la barandilla que tenía detrás con las dos manos-. ¿Qué dices tú, Marge? ¿Shaun sigue siendo hijo mío?
–Creo que mejor deberías preguntárselo a Shaun. – Marge se volvió hacia Allie, como si estuvieran sentados en una fiesta en el jardín-. Perdona, ¿qué has dicho que haces?
–Bueno… No estoy segura -admitió Allie. Miró a Harry con cara de preocupación por él-. Me encuentro en una especie de período de transición, acabo de salir de una… una mala relación. Me temo que no poseo muchas cualificaciones, ni estudios, y… -Se esforzó por sonreír-. Supongo que estaba pensando en algo como vendedora… o tal vez camarera…
Dios santo, ¿por qué tardaba tanto Shaun? ¿Es que no le importaba que Harry estuviera allí?
Allie seguía observándolo, consciente de que la pequeña charla de Marge lo estaba poniendo enfermo. Depositó sobre la mesa su vaso de limonada y se levantó para ir junto a él. Deslizó una mano en la suya y se la apretó ligeramente.
Hasta el momento aquello estaba siendo horroroso. Harry no necesitaba expresarlo en voz alta, sabía que Allie se lo veía en los ojos. Ésta asintió levemente y le apretó la mano con más fuerza. Lo sabía.
Marge lo sabía también, pero su manera de afrontar la tensión consistía en adoptar una actitud normal. Y lo normal era charlar un poco con Allie.
–La madre de uno de los amigos de Shaun es propietaria de Merry Maids, una empresa de limpieza -dijo-. Siempre está bus cando ayuda. Es un trabajo duro, pero el sueldo es mucho mejor que el de las vendedoras o incluso las camareras. La mayoría de los pues tos de camarera están en la zona universitaria, y créeme, los estudiantes no dan buenas propinas. Yo doy clases en ese centro, por si Harry no te lo ha dicho.
–Así que un servicio de limpieza, ¿eh? – rió Harry. Lo absurdo que sonaba que Alessandra Lamont limpiara las casas de otras personas para ganarse la vida hizo que se olvidase de su disgusto, y miró a Allie esperando verla divertida ante aquella idea. Pero en lugar de eso, ella estaba asintiendo a lo que había dicho Marge.
–Pues no -dijo, una clara invitación a proseguir la charla, igual que hacía Marge-. Me ha dicho que eras escritora.
–Es posible que no lo supiera -replicó Marge-. No he conseguido el puesto de profesora hasta el mes de septiembre pasado. Naturalmente, ha transcurrido casi un curso escolar completo.
–¿El nombre de esa empresa que busca empleadas es Merry Maids? – preguntó Allie, tal vez intentando desviar la conversación del agujero apenas disimulado en el que se había metido Marge.
–No puedes hablar en serio -intervino Harry.
Ella lo miró, su ojos tenían exactamente el mismo tono de azul que el cielo.
–¿Por qué no? Necesito un trabajo. No tengo dinero, Harry. Tengo que hacer algo.
–¿Pero limpiar casas? – Se echó a reír-. No sé, Allie. Ni si quiera has visto el pueblo. ¿Cómo sabes siquiera que vas a querer que darte?
–Tenía entendido que el plan consistía en que me quedase -replicó ella en tono tranquilo-. Ya sé que ni tienes que marcharte pronto, pero…
–¿Tienes que marcharte pronto? Vaya, eso sí que es una sorpresa.
El niño que abrió la puerta de rejilla era casi tan alto como él. Harry se lo quedó mirando, y tardó varios segundos en asimilar el hecho. Shaun. Aquel adolescente larguirucho al que le estaba cambiando la voz era Shaun.
Emily volvió a sentarse en el columpio, cerca de Marge, con los ojos muy abiertos y expresión acusadora.
Harry estaba sin habla.
Shaun, no.
–Bueno, Harry, ¿y qué tal estás? – dijo el chico, con su rostro casi demasiado apuesto contraído en una expresión de hostilidad, y sus ojos verdes, tan parecidos a los de Sonya, con una mirada de dureza tras unas gafas de montura metálica. En lugar de tenderle la mano para que se la estrechara, se cruzó de brazos y escondió adrede las manos en las axilas-. Ha sido un detalle por tu parte dejarte caer por aquí. – Consultó su reloj con un gesto teatral-. Pero, oh, vaya, no quisiera entretenerte. Ya llevas aquí diez minutos, eso es por lo menos el doble de lo que estuviste la última vez. Hasta dentro de un año, papá.
Dio media vuelta y se alejó bajando los peldaños del porche.
A Harry le entraron ganas de vomitar. Se merecía la furia de Shaun.
–Lo siento -dijo en voz baja-. Ya sé que en estos años he cometido unos cuantos errores, pero si te vas sin hablar conmigo no tendremos ninguna posibilidad de arreglar esto.
Shaun giró en redondo y se encaró con él.
–¿Unos cuantos errores? Has cometido un montón de errores, uno por cada maldito día que no has estado aquí…
–Shaun, no hables así a tu padre. – La voz de Marge impuso autoridad-. Por lo menos delante de Emily y de mí.
El chico guardó silencio al instante, pero estaba claro que tenía mucho más que decir.
–Déjalo hablar -dijo Harry.
–No de ese modo -replicó Marge en tono severo-. Shaun, habla como es debido o cierra la boca.
El genio de Harry solió una chispa.
–Puedo tratar yo solo con mi hijo, muchas gracias.
–¿De verdad, Harry?
–¿Crees que ese es el problema? – preguntó, hecho una furia y deseando que Marge no lo estuviera mirando con tanta preocupación, tanta dulzura, tanto amor, maldita sea. ¿Cómo podía amarlo y sin embargo querer quitarle a sus hijos?-. ¿Crees que ya no soy capaz de tratar a mis hijos, y por eso quieres la custodia legal? – Allie le puso una mano en el brazo, él sintió sus dedos fríos en contraste con el calor de su piel. La apartó con un empujón-. ¿Qué demonios te pasa? ¿Cómo diablos has podido hacer esto, Marge?
–Ha sido idea mía.
Harry se volvió y se quedó mirando a su hijo. ¿Idea suya?
Shaun mostraba una sonrisa amarga.
–Tía Marge intentó convencerme de lo contrario. Yo habría presentado la petición para el cambio de apellido hace seis meses, pero ella me dijo que esperase, que hablase primero contigo. Pero por lo visto tú no querías hablar conmigo, así que… -Se encogió de hombros-. Fui a ver a un abogado por mi cuenta.
–¿Cambiar de apellido? – repitió Harry estúpidamente-. ¿Quieres cambiarte el apellido?
–Emily ni siquiera sabe que su verdadero apellido es O’Dcll. Llevamos tanto tiempo siendo Shaun y Emily Novick, que supongo que bien podríamos hacerlo legal. Pero el abogado me dijo que no podía hacer nada sin tu permiso. Entonces fue cuando surgió el asunto de la custodia. Me dijeron que aunque soy menor de edad, podría presentar una demanda para la transferencia de la custodia, sobre la base de abandono.
–Abandono. – Harry no podía respirar. No había sido Marge la que había presentado aquellos papeles. Había sido Shaun. Su propio hijo.
–Una palabra desagradable, ¿verdad, Harry? – Los ojos de Shaun brillaron de desprecio-. Pero describe muy bien la situación, ¿no crees? A no ser que tú tengas una excusa mejor para haber desaparecido durante dos años.
Harry no podía hablar. ¿Qué iba a decir? Detrás de él, en el columpio, Emily había empezado a llorar en silencio. Sus sollozos apagados constituían una banda sonora apropiada para aquella escena, al tiempo que Harry miraba fijamente el semblante implacable de Shaun.
–Yo… lo siento -dijo por fin en un tono que era poco más que un susurro.
–Oh, eso lo cambia todo -dijo Shaun con sarcasmo.
–Shaun, no sé…
–Yo sí -le dijo su hijo-. Sé que ya es demasiado tarde. Sé que ya no quiero ser un O’Deli. Y sé que no quiero que tú seas mi padre.
Demasiado tarde. A pesar de lo que le había dicho Allie, Harry había llegado demasiado tarde.
–De modo que vuelve a meterte debajo de la piedra de la que has salido y déjanos en paz a Emily y a mí. Estamos mejor sin ti.
«Estamos mejor sin ti.»
Fue la puñalada final para aquel corazón ya herido. Era una verdad que Harry no podía negar. Estaban mejor sin él, en todos los sentidos.
Miró a su alrededor, la pintura de la barandilla que empezaba a desconcharse, el doloroso azul de aquel cielo perfecto de primavera, a Marge que abrazaba a Emily contra sí, con la cabeza gacha e inmóviles ambas en el columpio. A Allie, que estaba pálida como la cal y tenía los ojos muy abiertos, esperando a ver qué iba a decir él, qué iba a hacer.
No había nada que pudiera hacer. Era demasiado tarde.
Bajó los escalones, pasó por delante del duro semblante de Shaun, y se dirigió a la calle, donde estaba aparcado el coche. No lo había cerrado con llave, pues en aquella parte de la ciudad no era necesario. Se cercioró de ese detalle antes de comprarle aquella casa a Marge, hacía dos años.
Sacó la mochila del asiento de atrás y abrió la cremallera del bolsillo delantero, extrajo los documentos de la custodia, los separó y estampó su firma en la línea de puntos.
–Harry. – Allie echó a andar hacia él, con una expresión de total consternación en los ojos.
Él dejó caer los papeles al suelo, en el camino de entrada.
–He terminado -dijo.
Ni Shaun, ni Marge ni Emily se movieron. Los tres parecían estatuas, de lo inmóviles que estaban. Por otro lado, Alije se lanzó hacia él como un tren de mercancías.
Harry subió al coche y arrancó el motor, con la esperanza de poder introducir la marcha y salir disparado antes de que Allie consiguiera llegar a él. Dios, bien podría dejarla también a ella.
Pero no fue lo bastante rápido, y Allie se arrojó al interior del automóvil una fracción de segundo antes de que él pisara el pedal del acelerador.
Salió como una bala, dejando enormes marcas de neumáticos en la calle, con el único deseo de alejarse de allí.
–¡Por Dios, Harry! – Alessandra se vio empujada contra él. Consiguió a duras penas volver a su asiento y ajustarse el cinturón de seguridad-. ¿Cómo has podido hacer esto? – Agitó los documentos de la custodia que había recogido del suelo-. ¿Cómo has podido firmar para abandonar a tus hijos?
Harry no contestó. Se limitó a meter la marcha siguiente, avanzando de forma peligrosa por las calles de aquella zona residencial.
–¡Harry maldita sea, frena!
Él no la miró, no aminoró la velocidad, no hizo nada más que fijar la vista en la carretera con el ceño fruncido, la mirada dura, la boca en una mueca severa, el semblante enfurecido.
–De modo que ya está, ¿no? Firmas los papeles, te vas y no miras atrás.
–Eso es.
–¡No me puedo creer que te rindas así sin luchar!
–Pues créetelo. – Tomó una curva cerrada para entrar en una calle principal haciendo chirriar los neumáticos traseros. En lugar de reducir la velocidad, pisó aún más el acelerador, tomando las curvas demasiado deprisa.
–Harry, por favor. Aquí el límite de velocidad es…
–Si no te gusta, puedes salir del jodido coche.
Derrapó e invadió el carril contrario al doblar una curva, y apareció un camión que tuvo que hacer un viraje repentino y que pasó de largo tocando furioso el cláxon.
–¡Ya basta! – gritó Alessandra, furiosa con Harry por poner en peligro su vida, furiosa consigo misma por creer que podría convencerlo de que la escuchara, de que siquiera se tomaría la molestia de es cuchar-. ¡Para este coche ahora mismo! ¡Puedes matarte tú si quieres, pero yo quiero seguir viva!
Si algo había aprendido en las últimas semanas, era que deseaba intensamente, indiscutiblemente, seguir viva.
Harry hizo otro viraje para entrar en el aparcamiento de un restaurante situado en la ladera de la colina y frenó derrapando en la gravilla. Se quedó con la vista fija al frente, a través del parabrisas, con los músculos de las mandíbulas contraídos.
–Si no te gusta mi forma de conducir, como te he dicho, sal del coche.
Se estaba deshaciendo de ella. Tal cual, iba a abandonarla igual que había abandonado a sus propios hijos.
–¿Cómo puedes hacer esto? – dijo Alessandra con voz trémula-. ¿Cómo puedes simplemente marcharte y dejar a tu familia? – podía abandonarla a ella, ahora que acababan de empezar?-. ¿Cómo has podido pasar dos años, dos años enteros, sin ver a esos niños tan guapos, para dedicarte a un trabajo que yo sé que odias? ¿Es que no los has visto? ¿No te has dado cuenta de lo especiales que son? ¿Sabes siquiera lo fuerte y valiente que ha tenido que ser Shaun para enfrentarse a ti de esa forma? ¿Has mirado siquiera a Emily a los ojos, no has visto lo mucho que deseaba que la agarraras y le dieras un abrazo? ¿Qué es lo que te pasa? – Ya estaba llorando. No podía evitar llorar-. ¿Cómo es que no comprendes que esos niños deberían ser lo primero sin duda alguna en tu lista de prioridades? Dios, yo vendería mi alma al diablo por tener un hijo, y tú, que tienes dos, estás dispuesto a deshacerte de ellos. ¡Lucha por ellos, Harry! ¿Cómo puedes no luchar? Has luchado tanto y durante tanto tiempo para vengar a tu hijo muerto, ¡y sin embargo no vas a hacer nada por los que tienes aún vivos! Es mucho lo que tienes, pero no lo ves, tú sólo te fijas en lo que no tienes. Yo no tengo ninguno, no tengo nada, literalmente, ahora no tengo nada; pero ¿sabes una cosa? Aun así tengo más que tú, porque tengo esperanza. Miro al futuro, y veo la posibilidad de cosas mejores. Sueño con cosas mejores. Tú tienes esas cosas mejores en tus propias manos, y las tiras para ponerte a perseguir fantasmas del pasado.
Se detuvo sólo para tomar aliento, lista para continuar. Estaba dispuesta a hablar sin parar hasta que se le pusiera la cara azul, con tal
de hacer comprender a Harry que estaba cometiendo un tremendo error.
Pero él la cortó:
–¿Qué sabes tú de pérdidas? – Se volvió y la miró, y ella vio en sus ojos una abrumadora carga de dolor y rabia-. ¿Cómo te atreves a sentarte ahí y fingir que sabes lo que es perder a un hijo?
–Tienes razón -susurró Alessandra-. No sé nada de eso. Pero sí sé que me aseguraría muy bien de que perder a uno no significara perder a los tres. Me aseguraría muy bien de que no significara pasar me la vida echando por tierra todo lo bueno que se me presentara por delante.
Harry soltó una carcajada áspera.
–Oye, tú has sido algo bueno, pero no tanto.
Alessandra se encogió como si le hubieran asestado un puñetazo.
Harry no sabía por qué aquellas palabras tenían que molestarla tanto; ella acababa de decirle que no tenía nada ni nadie en su vida, de modo que estaba claro que no consideraba que la noche anterior hubiera sido nada especial ni que él fuera alguien importante para ella.
Alessandra abrió la puerta del coche, y en cuanto lo hizo Harry supo sin una sombra de duda que, a pesar de lo que acababa de decir, lo último que deseaba en aquel momento era que ella se apeara del coche.
Pero ya era demasiado tarde para pedir disculpas, demasiado tarde para poner freno al torrente de palabras teñidas de furia que salió de su boca.
–¿Qué quieres que haga? – le preguntó-. ¿Que vuelva y obligue a Shaun a aceptar mis excusas? Ya has oído lo que ha dicho. No basta con decir lo siento.
Alessandra buscó un pañuelo de papel en los bolsillos y sacó las manos vacías.
–Pues averigua lo que debes decir. – Su tono era calmo, como si aquella asquerosa mentira que él había dicho de que ella no era tan buena le hubiera restado fuerzas para luchar-. Consulta a un psicólogo. Te dolerá, y te llevará tiempo, y será mucho más difícil que huir, pero por Dios, saldrás conservando tu familia intacta, en lugar de des trozada, como ahora. – Por fin se rindió y se limpió la nariz con el dorso de la mano.
Harry no podía mirarla a los ojos.
–Sí, quizá después de que atrape a Trotta…
Entonces Alessandra volvió a enfurecerse y alzó la voz.
–¡Y después de Trotta será otra persona, otro tipo que podría haber estado allí, que podría saber algo de la conspiración que terminó matando a Kevin! ¿Cuándo vas a parar?
–Allie, necesito atrapar a ese tipo.
Ella estuvo a punto de escupirle.
–Sí, ya sé lo mucho que necesitas atraparlo. Yo misma fui casi una víctima de tu último intento. Ahora estás dispuesto a sacrificar a tu familia. No sé por qué me sorprende tanto, supongo que no aprendo nunca. Mira, a estas alturas, no me sorprendería en absoluto des cubrir que me has preparado otro montaje para intentar de nuevo cazar a Trotta.
–Yo no haría eso. Te prometí que…
–¿Y lo que les prometiste a tus hijos? Por el solo hecho de haberlos traído a este mundo, les hiciste promesas que no estás cumpliendo.
–¿Y qué pasa con las promesas a mí mismo?
Alessandra cogió su bolso del asiento trasero.
–Ésas son siempre las primeras que deberían estar comprometidas, las que nos hacemos a nosotros mismos. Porque Dios sabe que nuestras motivaciones no son siempre puras.
–Tengo que regresar a Nueva York dentro de una semana o así.
Ella se puso la correa del bolso sobre el hombro.
–¿Y por qué esperar? Márchate hoy. Ah, y no te molestes en buscarme si alguna vez vuelves por aquí.
–¿Qué vas a hacer, volver andando desde aquí? – preguntó Harry, que no estaba dispuesto a dejar a Alije sin más, a hacer frente al ultimátum que ella le había dado. No quería no volver a verla, pero era cierto que tenía que regresar a Nueva York.
–Sí.
–Está más lejos de lo que crees.
–Iría andando a la luna antes de volver a meterme en este coche contigo.
–Hablo en serio, Allie. Hay por lo menos seis kilómetros, sin acera.
Ella le devolvió su expresión de princesa de hielo. Aunque no funcionó demasiado bien con aquellos ojos llorosos y la nariz colorada.
–Bueno, en ese caso, puede que tarde un poco en llegar. Pero alegaré. Al contrario que tú, yo no echo a correr a mitad de camino, cuando las cosas se ponen feas.
–Oh, por el amor de Dios…
–Que tengas una vida feliz, Harry.
Cerró la portezuela de golpe y echó a andar en dirección al restaurante. Harry introdujo la marcha y la siguió al tiempo que se inclinaba para abrir la ventanilla.
–Entonces, ¿qué? ¿Vas a ponerte a trabajar limpiando casas?
–No parece que tenga mucho donde elegir aquí. – Aunque no dejaba de caminar, continuaba hablándole.
Allie, espera, No me dejes. Pero no pudo pronunciar aquellas palabras; resultaba demasiado duro, lo dejaba desnudo.
–No deberías limpiar casas. Deberías escribir. Escribes bien.
Ella se detuvo y lo miró.