6
Se metió en la cama con dificultad, se sentía exhausta después de la ducha. Por fin, la habían trasladado a su dormitorio de cinco estrellas, lo que debía alegrarla y, en verdad, lo hacía. El problema era Colton, no sabía cómo advertirle de la mudanza. Esa noche se toparía con una habitación vacía. En el mejor de los casos, desaparecería desconcertado; en el peor, la buscaría como un loco. Menudo panorama.
Su amigo llevaba una semana sin faltar a su lado. Por qué lo hacía era todo un misterio. En su fuero interno quería creer que le interesaba de ella algo más que su violín. Aunque, no quería engañarse, apenas se conocían.
La señora que la ayudó con el baño se paró delante de la cama y extrajo un televisor enorme del mueble que había a sus pies.
—Karina Wallis entrevista esta tarde a Colton Reed —le dijo muy bajito —. No puede perderse el programa.
Se quedó muda por la sorpresa. El tono de la mujer dejaba entrever que conocía las incursiones nocturnas del cantante a su habitación.
—Gracias, es muy amable —contestó cortada.
Realmente, sería estupendo contemplarlo sin que él se diera cuenta. Siempre que lo hacía la pillaba y después se sentía como una imbécil integral.
De forma inesperada, la imagen de Brad apareció en su cabeza. Lo echaba de menos, le había gustado sentirse amada y deseada… Estaba fatal, ese hombre ni la amaba ni la deseaba; es un maldito gigoló, se recordó enfadada.
Interceptó una lágrima caprichosa y cerró los ojos. Cuando se sintiera mejor hablaría con él, aunque, ¿qué se le reprocha a una persona que no te ha dicho jamás que te ama? A su manera, fue honesto con ella.
—Hora del calmante —oyó decir a la enfermera que acababa de entrar en la habitación.
La mujer le sonrió y ella dejó la mente en blanco.
El sonido de una voz conocida hizo que abriera los ojos.
¿Colton?
¡Menos mal que la había encontrado! No quería admitirlo pero el cambio de habitación la tenía preocupada. Tenía que pedirle su número de teléfono.
Miró a su alrededor y comprendió que se había quedado dormida después de la medicación. El individuo que hablaba estaba en la pantalla del televisor, no en su habitación.
La decepción la hizo removerse en la cama. Ese día no debía esperar que su puerta se abriera con decisión, ni que la mirara con aquella expresión radiante que, por cierto, ahora dedicaba a una rubia llena de curvas imposibles.
Su amigo se había engalanado a conciencia. Camisa blanca de manga larga apenas remangada, vaquero negro ajustado y cinturón de marca. Además, se había recogido el pelo en una coleta, lo que dejaba al descubierto la belleza de su cara. Su atractivo y su complexión atlética la hicieron suspirar, no parecía real. La mujer que lo entrevistaba también debía pensarlo porque no conseguía borrar la risita bobalicona de su cara. Lo peor es que Colton era plenamente consciente y lo estaba disfrutando. Vale, más que disfrutando, ese engreído estaba coqueteando descaradamente con la rubia siliconada.
Trató de prestar atención a lo que decían, pero era difícil porque su malestar crecía por momentos.
—Cuéntanos, ¿cuándo comienza la gira y qué países vais a visitar? —preguntó la mujer ampliando la sonrisa de forma exagerada.
Jackie observó la mirada del cantante a su escote y lo tuvo claro, se lo estaba pasando en grande. Cuando comenzaban a rechinarle los dientes, le sorprendió ver también al resto del grupo. Hasta ese momento la cámara sólo había enfocado a Colton.
—La primera actuación está prevista para el 15 de agosto, en el Palalottomatica de Roma, después seguiremos con Milán —interrumpió Nick Hynes con gesto sereno. No parecía llevar muy bien el tonteo de su colega—. Se trata de un tour europeo: Budapest, Viena, Múnich, Praga, Polonia… En realidad, la gira es tan extensa que sólo la conoce nuestro representante. —Rió el hombre con encanto.
La presentadora pareció reparar en ese momento en el bajista porque le dedicó a él su siguiente sonrisa arrebatadora. El resto del grupo parecía aceptar con resignación la alternancia entre uno y otro. Jackie no recordaba el nombre del chico que estaba junto a Colton, pero lo vio sacudir su coleta cuando sus colegas empezaron a competir por las monerías de la chica.
—¿Habéis encontrado ya sustituto para Fred Hart?
Las sonrisas de los hombres desaparecieron por completo. Un silencio prolongado se extendió por el estudio y la presentadora trató de llenarlo parloteando sin mucho sentido. No la dejaron hacer el tonto mucho tiempo, en cuestión de segundos recobró el ritmo de la entrevista. ¡Maldita tecnología! ver a la rubia en su salsa era ideal para acabar con la libido de cualquiera.
—Decidnos, ¿vamos a disfrutar de un nuevo violín o utilizaréis las grabaciones de Hart?
Los hombres se miraron entre sí, estaba claro que les molestaba que se nombrara a su compañero. Jackie notó las reticencias y se preguntó qué le habría pasado al violinista, porque se trataba de él, de eso no tenía ninguna duda.
—Afortunadamente, le hemos encontrado un digno sucesor —afirmó Colton sonriendo de nuevo—. A propósito, estás invitada a los dos conciertos—añadió cambiando de tema—. Será un auténtico placer contemplarte desde el escenario.
La chica se derritió con el galanteo, comenzó a pasarse la lengua por los labios y a tocarse el pelo. Por si no fuera suficiente, la cámara mostró al cantante en el momento justo en que su cara adoptaba una expresión de lo más explícita y sexual.
Fue suficiente para Jackie.
Deprimida, apagó el televisor. Ahora deseaba llorar y no alcanzaba a comprender el motivo.
Se despertó con la sensación de que alguien la estaba mirando.
¡Colton!, se dijo animada. Abrió los ojos y se sentó en la cama.
Habían pasado dos días y no lo echaba de menos.
Volvió a repetírselo por millonésima vez. Estaba segura de haber leído en algún sitio que aquello daba resultado aunque, después de cuarenta y ocho horas de práctica salvaje, se sentía autorizada para asegurar que tal afirmación era rotundamente falsa. Se acostaba pensando en el rockero y se levantaba de la misma manera. Claro, que también podía ser agradecimiento. No tenía amigos y no sabía muy bien lo que debía sentir cuando alguien se comportaba como el cantante con ella.
—Debes estar mucho mejor si te espabilas con ese brío —le dijo la enfermera que inspeccionaba el suero con una sonrisa.
Se sintió absurdamente decepcionada. No creía que fuera posible, pero ahora se sentía más sola que una semana atrás.
Intentó cerrar los ojos de nuevo pero no se lo permitieron. Una mujer vestida con una bata verde llegó en ese momento y la acompañó hasta la ducha.
Era nuevo poder tocarse el pelo. Se miró el brazo izquierdo y se le escapó un pequeño gemido. El bulto del codo se había reducido hasta casi desaparecer. No podía creer lo que veía. El eco de su música invadió cada poro de su piel y, de pronto, toda su tensión desapareció, quizá fuera posible el milagro y no necesitara una operación. Volvería a tocar, podía sentir el tacto aterciopelado de su violín y el sonido deslizándose entre sus dedos.
Comenzó a llorar como una tonta. La señora debía estar acostumbrada a reacciones similares porque le apretó la mano y salió de la habitación en silencio. Sólo entonces se derrumbó en el suelo de la ducha y dejó que el agua barriera todos sus miedos.
Parecía un sueño, pero se estaba recuperando… de todo.
Horas más tarde, permanecía recostada en uno de los bancos del jardín. Se había negado a que la trasladaran en una silla de ruedas y ahora estaba sufriendo las consecuencias; no podía respirar ni mantenerse recta pero le daba igual, era feliz.
Levantó la cabeza para que la luz del sol bañara su cara. Esa mañana le retiraron el suero y empezó a ser consciente de que lo peor había pasado. Se sentía agotada pero llena de una extraña energía. Ahora, solo le quedaba recuperar su vida, valerse por sí misma y no dar cuentas a nadie. El pensamiento la hizo sonreír. Después de lo que acababa de superar se sentía capaz de cualquier cosa.
El sonido de unas voces apagadas consiguió que abriera los ojos. Unos metros más abajo, Elvira Martelli hablaba con Colton. Se irguió cuanto pudo y miró mejor. No había duda, era el cantante. Su amigo negaba con vehemencia y la psicóloga aguardaba impaciente. El rostro tenso y preocupado de la mujer la alarmó. No podían estar hablando de ella sin su consentimiento, por lo que solo podía tratarse de él.
¿Qué le sucedía a ese hombre?
Quizá fuera la razón de que llevara varios días sin verlo.
Los vio reanudar la marcha y alejarse de su vista.
Por un instante, estuvo a punto de salir corriendo detrás de él. Sin embargo, algo se lo impidió, no lograba apartar de su cabeza la sensación tan extraña que experimentaba cuando el muchacho la sostenía contra su cuerpo y la ayudaba a vencer los espasmos que la paralizaban por dentro. Ni siquiera Brad había conseguido que se sintiera tan…cuidada y protegida.
Se hundió en el banco. En realidad, le aterraba descubrir que lo que experimentaba cuando el cantante estaba cerca no se debiera a la deshabituación o a la amistad. Ahora, por ejemplo, con sólo verlo se le había disparado el pulso y se había sonrojado. Menuda estupidez.
Prefirió ignorar sus pensamientos y centrarse en el aroma de las flores que tenía delante. Hacía siglos que no se sentía tan bien consigo misma. Tenía toda una vida por delante y ardía en deseos de empezar a vivirla. Sin Max, sin Brad, sin sus padres, no se lo podía creer.
—Te vas a quemar si no tienes cuidado.
Se puso la mano a modo de visera y sonrió nerviosa.
—Es agradable sentirme viva de nuevo.
Colton se sentó a su lado. Parecía agotado.
Una vez que dejó de ver puntitos dorados lo observó minuciosamente y el resultado no le gustó. El cantante apretaba tanto las mandíbulas que sus mejillas vibraban con fuerza. Notó su pelo revuelto y entonces cayó en la cuenta de que llevaba la misma ropa que en el programa de televisión. Estaba pálido como un muerto, las manos le temblaban y sus labios se habían transformado en una línea delgada de tanto apretarlos.
Algo andaba mal. Muy mal, a tenor de su camisa arrugada y ya no tan blanca.
—Chico, lo del otro día tuvo que ser apoteósico. No quiero pensar mal, pero más que con una presentadora parece que te hayas topado con una vampira —trató de bromear—. Lo siento, pero no tendrías peor pinta si te hubieran chupado la sangre.
Colton la miró fijamente. Hasta ese momento había evitado sus ojos.
—¿Viste el programa? —Su incomodidad lo delataba, estaba claro que no quería hablar de ello y estaba igual de claro que había algo más—. Me siento bien, quizá algo cansado. — Sonrió sin ganas—. Ya me he enterado de que has superado la primera fase y de que te han trasladado. Enhorabuena, es una gran noticia.
Jackie asintió con energía. Claro que había contemplado aquel descarado coqueteo. Para su desgracia, no lograba olvidar el gesto cargado de sensualidad que su reciente amigo le había dedicado a aquella despampanante mujer.
—Sí, parece que mi cielo también vuelve a ser azul —repitió sus palabras intentando hacerlo reaccionar pero solo obtuvo una mueca casi imperceptible.
Era difícil de creer que aquel fuera el mismo Colton, alegre y desenvuelto, que se había colado en su habitación unos días atrás. Este no le sostenía la mirada y se diría que estaba a punto de salir corriendo.
—Quería hablar contigo. Se trata de la gira —dijo el cantante mientras daba vueltas a un anillo de plata que llevaba en su dedo meñique—. Sé que no estás viviendo tu mejor momento y no deseo agobiarte. Podemos dar por anulado el contrato, no es necesario añadir más presión sobre tus doloridos hombros.
La voz del hombre, carente de matices, la inquietó. Quizá, por eso, se encontró contestando sin pensar demasiado en lo que decía.
—Te lo agradezco, pero voy con vosotros. —Sonrió con timidez—. Mis brazos están mucho mejor. Hoy he tocado como hacía tiempo que no recordaba. —Lo miró con ansiedad—. Estaré encantada de acompañaros. Si todavía confías en mí, claro está.
Permaneció callada mientras estudiaba su reacción. Un semblante serio y crispado le dio la respuesta.
Colton respiró despacio, “Si todavía confías en mí”. Confianza… estuvo a punto de aullar de impotencia. Había ido hasta allí para despedirse de ella, y hete aquí la palabra maldita, confianza. Esa en la que él había fallado.
La miró a los ojos. Leyó tal angustia en ellos que apartó los suyos con rapidez. No podía defraudarla, aunque tampoco deseaba que formara parte del grupo, ya no.
—Decídete —susurró Jackie atenazada por el miedo—. Pero, antes de que lo hagas, no olvides que era… que soy la mejor.
Había bajado la voz hasta casi perderla. Nunca habían dudado de su competencia profesional, aquello era nuevo para ella.
Lo vio arrugar el ceño y pasarse la mano por el pelo. ¡Oh, mierda! Era cierto, no la quería a su lado, podía verlo en su cara. ¿Por qué tuvo que esperar sus palabras sin perderse ni un solo detalle? Con lo fácil que hubiera sido contemplar el horizonte.
Iba a llorar y era lo último que deseaba. ¿Cómo podía abandonarla con aquella facilidad después de todo lo que habían compartido? Ella no dejaba de pensar en él. Se mordió el interior de las mejillas e impostó un gesto sosegado. La había visto en sus peores momentos pero mantendría su dignidad a salvo.
Col trató de sonreír. Sabía que se arrepentiría pero era incapaz de decepcionarla. Sus pupilas húmedas y dilatadas le dieron el empujón que necesitaba.
—De acuerdo —cedió preocupado—. Empezamos en una semana. Ahora debo marcharme, han surgido algunos problemas y debería estar con los chicos tratando de solucionarlos. Cuídate.
Jackie contempló su espalda y no tuvo valor para detenerlo. El hombre que la ceñía cada noche contra su cuerpo y la acariciaba hasta hacerla sentir bien se había esforzado por no rozarla siquiera. Se quedó allí sentada con la sensación de que había sucedido algo que escapaba a su control.
En realidad, quería formar parte de la banda para agradecerle lo que había hecho por ella, pero después de lo que acababa de suceder, ya no estaba tan segura. Si ese chico había cambiado de opinión y no quería que los acompañara y ella no quería acompañarlos…Entonces, ¿por qué demonios había aceptado una oferta caducada y, prácticamente, lo había obligado a cargar con ella?
No podía imaginar otra cosa que la soledad. No podía estar sola después de todo lo que había vivido.
Como una autómata, se dirigió a su cuarto. No lograba entender la situación. ¿Qué le había sucedido a ese chico en los días que no se habían visto para pasar de buscar su compañía… a no querer verla nunca más?
No lograba asimilar lo que decía una chica preciosa y muy delgada, que sonreía a los pocos presentes como si estuviera leyendo un guión de cine en lugar de estar reconociendo sus debilidades más inconfesables.
Esa mañana había comenzado el tratamiento psicológico. Antes de formar parte de aquel grupo, le habían hecho firmar una docena de documentos que la obligaban a guardar secreto de todo cuanto se dijera o hiciera en aquella habitación.
Escuchando ahora a aquella escuálida criatura comprendió el porqué de tanta firma. La muchacha practicaba sexo sin control y el alcohol y las drogas formaban parte de su ADN particular. Observándola, se preguntó si sería capaz de desnudar su alma con tanta facilidad. Decidió que no sería ese día.
Miró a su alrededor, incluyéndola a ella, eran cuatro personas y el terapeuta, un hombre bajito y delgado que tenía el pelo tintado de un color demasiado negro. Sus compañeros masculinos miraban a la desafortunada actriz con simpatía. Si no fuera tan extremo lo que contaba la chica, hubiera asegurado que estaban disfrutando con sus revelaciones.
Formaban un círculo pequeño, por eso cuando la muchacha dejó de hablar, el silencio resultó opresivo y molesto. Jackie bajó los ojos al suelo, no estaba dispuesta a ser la siguiente.
—¿Thomas, deseas contarnos cómo te sientes esta mañana?
La voz del médico la inquietó, era profunda y persuasiva. Sintió miedo, no iba a poder negarse sin parecer descortés. Maldita sea.
—Estoy seguro de que la nueva está deseando entretenernos con sus problemillas—espetó el tipo que tenía frente a ella —. Lo siento, Samuel, pero esta vez paso, me muero por conocer sus adicciones.
Nada en su protegida vida la había preparado para enfrentarse a una personalidad como aquella. El chico era atractivo y no había duda de que lo sabía. Moreno, de ojos grandes y claros y mentón cuadrado. Parecía el típico niño malo de cualquier película de éxito.
Jackie lo contempló y sólo encontró indiferencia, la más absoluta de las indiferencias, para ser más exactos.
—Hoy es tu primera sesión, no es necesario que intervengas si no te encuentras con el ánimo suficiente —le indicó el psicólogo sin perder la compostura—. Thomas lo sabe perfectamente, esta es su tercera estancia entre nosotros.
El muchacho sonrió sin que sus ojos reflejaran más que una terrible frialdad. Aquel individuo le recordó a Max, su prepotencia y su arrogancia eran similares. Nunca más iba a ser avasallada por tipos de aquella calaña.
—No puedo dejar que Thomas muera por mi causa. —Conseguir que no le temblara la voz le dio el valor que le faltaba para mirar a su compañero—. Hola, me llamo Jackie, toco el violín y me temo que me he convertido en una adicta al opio en un vano intento de continuar con mi carrera y con mis brazos al mismo tiempo.
Con esas palabras consiguió que el muchacho la contemplara con auténtico interés.
—Puedes explicarnos lo que has querido decir o dejarlo para otra sesión —indicó el terapeuta con un gesto amable—. Debes sentirte libre de hacer lo que realmente desees.
Jackie apartó los ojos de Thomas y se centró en el terapeuta. Lo creyó, no era una treta para hacerla hablar. Ese hombre no deseaba forzar la situación, y ya puestos, ella tampoco. Así, que sonrió y asintió, pero no abrió la boca. Si el imbécil que tenía enfrente quería saber algo más, debía de esperar a que se sintiera más fuerte.
Salieron sin prisas de la sala. El chico que la había interpelado no volvió a mirarla, ni siquiera cuando se situó a su lado y anduvo junto a ella unos metros. Jackie fue consciente de su altura y de que se conservaba en forma, al menos hacía deporte, pensó con ironía. El otro chico, sin embargo, lucía escuálido y desgarbado. Nada que ver con el adonis que la acompañaba.
—Vamos a tomar unos refrescos —le soltó de repente la actriz—. Puedes acompañarnos, aunque debo advertirte que estos hombres son míos —matizó bajito—. Aquí no comparto.
Jackie la miró para comprobar si estaba bromeando. Vale, su gesto desafiante le dijo que no bromeaba en absoluto.
¿Dónde se había metido?
—Creo que me he perdido —trató de razonar—. Acabas de comprometerte a no mantener relaciones hasta que empieces a controlar de nuevo… Y has admitido que no estás bien. No lo entiendo.
Pryscila Lohse la miró con suspicacia.
—Estoy en este maldito lugar obligada por mi nuevo contrato. Si no hay rehabilitación no hay película y de algo tengo que vivir. —Rió encantada—. En unas semanas estaré lista para reintegrarme a la sociedad y podremos decir que he quedado como nueva. Se trata de un juego cuyas reglas conocemos todos: la clínica, los productores y yo. ¡Dios mío! no pongas esa cara, no puedes ser tan ingenua si estás aquí.
Jackie comprendió de golpe que la única que se había tomado en serio aquel juego había sido ella. Los chicos la miraban con la misma expresión perpleja que la actriz. Odió a Max con todas sus fuerzas, ella no se merecía ser tratada como una yonqui mimada e irresponsable. Lo único que había hecho en toda su vida era respetar un horario y ensayar; lloviera, nevara, hiciera frío o calor, ella y su violín siempre cumplían con las expectativas. Nada que ver con aquel grupo de inmaduros que jugaban a huir de la vida.
No trató de disimular, tampoco tenía por qué hacerlo. Los miró como si los contemplara por primera vez y se dijo a sí misma que nunca sería como ellos.
—Había olvidado que tengo que acercarme a recepción —dijo muy segura, sobre todo porque era verdad—. Dejaré el refresco para otro día.
Thomas la miró con tanto odio que Jackie se preguntó si ese hombre la conocía de algo.
—No parece que Reed te provoque tanto rechazo —le soltó de forma abrupta—. No te equivoques, él es peor que cualquiera de nosotros.
¿Cómo diablos se había enterado de su relación con Colton? Primero la auxiliar y ahora ese sujeto. Empezaba a creer que en aquel sitio había muchos documentos sobre privacidad pero pocos secretos.
Pryscila sonrió de forma maliciosa y el otro chico torció el gesto. Jackie esperó a que Thomas el Odioso se explayara, pero no sucedió. Tanta firma y tanta confidencialidad debían servir para algo.
—De nuevo, debo agradecerte el interés—susurró como si no le importaran sus palabras—. Pero me esperan en recepción.
Se alejó de aquellos tres sabiendo que no volvería a compartir intimidades con ellos. Ya estaba harta de personas que querían hacerle daño. No le otorgaría ese poder a cualquiera, había aprendido bien la lección.
Agradeció que Admisión estuviera en la otra punta del complejo, así pudo tranquilizarse. Su mundo protegido y tutelado no la había preparado para codearse con tales especímenes y se encontraba más afectada de lo que estaba dispuesta a admitir.
Cuando llegó a recepción, se percató de que ni siquiera tenía la respiración agitada. Se sentía mucho mejor y lo demostró corriendo hacia su cuarto acompañada de un paquete muy bien envuelto que le habían entregado sin ninguna nota. La ansiedad se adueñó de ella, sólo Colton sabía dónde se encontraba y después de su visita no había vuelto a saber de él.
No lo pudo evitar pero la decepción apareció en forma de sorpresa. Se trataba de un equipo de música que podía haberle prestado él mismo. Hubiera bastado con dedicarle dos horas de su tiempo.
Miró en el interior del embalaje e incluso le dio la vuelta a la caja por si una nota renuente aparecía por arte de magia, pero no fue así. Allí no había más que un lector de CD/SACD acompañado de partituras y de un sofisticado y carísimo equipo de altavoces.
Suspiró ansiosa, Colton quería que escuchara la música del grupo y no había escatimado en tecnología punta. Nada menos que Súper Audio CD. Debía sentirse muy seguro de lo que hacía si deseaba que escuchara hasta el último acorde con la máxima precisión y nitidez.
Estudió la colección de discos compactos perfectamente ordenados en un estuche negro y seleccionó el que tenía el número uno escrito con un rotulador indeleble. Se trataba de grabaciones de estudio, esas que no llegan al gran mercado y que se convierten en el prínceps de cada obra.
Tomó asiento en el suelo y, apoyada en la cama, se dispuso a escuchar por primera vez el sonido que debía acompañar con su violín.
¡Oh, Dios mío! era Colton hablando.
Con una rapidez sobrehumana buscó el mando que había dejado en una silla y apagó el aparato. La voz del solista la sobresaltó, esperaba directamente que sonara alguna melodía, no que bromeara con sus compañeros y recitara unas palabras. Sin aliento y con el corazón a punto de un infarto, pulsó de nuevo el botón. La profunda y bella voz de su amigo consiguió estremecerla hasta los huesos. Sonriendo y con lágrimas en los ojos, escuchó con atención: «La música es sinónimo de libertad, de tocar lo que quieras y como quieras, siempre que sea bueno y tenga pasión, que la música sea el alimento del amor».
Jackie reconoció las famosas palabras de Kurt Cobain. Lo que no supo fue descifrar las que dijo Colton a continuación: «La música es la lluvia que rocía el alma y moja el corazón, lluvia de espíritu y lluvia de salvación. Rain, amigos, o mejor, Acid Rain».
El rugido de una guitarra irrumpió con fuerza. En cuestión de segundos el resto de instrumentos la seguía con extraordinaria vitalidad. Lamentablemente, ella no estaba para apreciar el sonido, temblaba de agitación.
¿Rain? ¿Eso era ella para el cantante? ¿Música? No tenía mucho sentido. ¿La llamaba así porque tocaba el violín? ¿Quizá, por qué lo tocaba más que bien?
Después de escuchar en bucle el discurso de Colton llegó a la conclusión de que era un simple sinónimo, algo así como virtuosa. ¡Menuda desilusión! Ella buscando significados encriptados y se trataba de una manera agradable de decirle que hacía sonar bien las cuerdas de un violín.
Necesitaba centrarse y volver a la realidad. Y lo trató con todas sus fuerzas pero le resultó imposible, hasta el punto de no reconocer ni un solo acorde. Dos canciones más tarde, se encontraba en la misma situación, dándole vueltas al término y buscando en internet todas las acepciones de la palabra. Ni siquiera le molestaba la animación de fondo que, por momentos, le pareció algo estridente para lo que estaba acostumbrada.
No llegó a ninguna conclusión, la lluvia era lluvia, maldita sea, aunque todo aquello le había servido para conocer el poema más bello que sobre la lluvia se podía escribir. Era de Federico García Lorca y sus palabras le entibiaron el corazón, ojalá y Colton se refiriera a la misma rain que el poeta, porque esa sí que era especial.
Estaba tan hecha polvo que prefirió abandonar la habitación y ser la primera en cenar. Comió a toda prisa y sin hambre. Vio a sus compenetrados compañeros y les devolvió el saludo con la cabeza. En legítima defensa, más que por otra cosa, no se le ocurrió acercarse a ellos. Cuando abandonó el salón y para terminar de empeorar el día, una profunda y oscura nube descargó una lluvia furiosa que la puso como una sopa antes de llegar a su cuarto.
¿Lluvia de espíritu y lluvia de salvación? Pues ella la sentía más bien como divinas heridas de diamante, se dijo de forma sarcástica mientras se secaba la cabeza con la toalla. En ese momento estaba más de acuerdo con García Lorca que con su querido amigo.