—Un ciego esperaba la era de los finales —dijo Sagaz—, reflexionando sobre la belleza de la naturaleza.

Silencio.

—Ese hombre soy yo —advirtió Sagaz—. No estoy ciego físicamente, sino desde un punto de vista espiritual. Y esa definición es realmente muy inteligente, si lo piensas.

Silencio.

—Esto es mucho más satisfactorio —dijo—, cuando tengo vida inteligente a quien puedo llenar de asombro y embelesar con mi aguda verborrea.

La criatura, una fea especie de cangrejo-lagarto, de la roca de al lado hizo chasquear su pinza, un sonido casi vacilante.

—Tienes razón, por supuesto —dijo Sagaz—. Mi público habitual no es particularmente inteligente. Sin embargo, eso era también el chiste obvio, triste de ti.

La fea criatura correteó por la roca, dirigiéndose hacia el otro lado. Sagaz suspiró. Era de noche, lo cual era normalmente un buen momento para las llegadas teatrales y la filosofía llena de significado. Por desgracia para él, allí no había nadie a quien visitar ni con quien filosofar, teatralmente o de otro modo. Un riachuelo borboteaba cerca, uno de los pocos cursos de agua permanentes en esta extraña tierra. Extendiéndose en todas direcciones había ondulantes colinas, marcadas por los surcos del agua y con valles cubiertos por una extraña especie de zarzas. Había muy pocos árboles allí, aunque más al sur un auténtico bosque brotaba en las pendientes desde las alturas.

Un par de cantarines emitían sonidos temblorosos allí cerca, y Sagaz sacó su flauta y trató de imitarlos. No pudo, no exactamente. El trino era demasiado parecido a la percusión, un rápido repiqueteo: musical, pero no parecido al de la flauta.

De todas formas, las criaturas parecían alternar con él, respondiendo a su música. ¿Quién sabía? Tal vez tenían inteligencia rudimentaria. Esos caballos, los ryshadios… le habían sorprendido. Se alegraba de que aún hubiera algunas cosas que pudieran hacerlo.

Finalmente soltó la flauta y reflexionó. Un público de feas criaturas parecidas a cangrejos-lagartos y unos cuantos cantarines era un público, después de todo.

—El arte es fundamentalmente injusto —dijo.

Un cantarín continuó trinando.

—Veréis, fingimos que el arte es eterno, que hay en él algún tipo de persistencia. Una Verdad, podríamos decir. El arte es arte porque es arte y no porque nosotros digamos que es arte. No voy demasiado rápido para vosotros, ¿no?

«Trino».

—Bien. Pero si el arte es eterno y lleno de significado e independiente, ¿por qué depende tanto del público? ¿Habéis oído la historia del granjero que visitó la corte durante el Festival de la Descripción?

«¿Trino?».

—Oh, no es una gran historia. Absolutamente olvidable. Principio estándar, el granjero que visita la gran ciudad, hace algo embarazoso, tropieza con la princesa y, completamente por accidente, la salva de ser atropellada. Las princesas de estos cuentos nunca parecen capaces de mirar por dónde van. Creo que tendrían que contratar a un fabricante de lentes de renombre y procurarse un par de gafas adecuadas antes de intentar cruzar las calles.

»Pues bien, como esta historia es una comedia, el hombre es invitado al palacio para recibir una recompensa. Hay varias situaciones tontas, que terminan con el pobre granjero limpiándose en el excusado con una de las más bellas pinturas realizadas jamás, y luego sale y ve que todos los ojos claros están mirando un marco vacío y comentando lo hermosa que es la obra. Risotadas y aplausos. Saludo y reverencia. Lárgate antes de que alguien piense demasiado en el cuento.

Esperó.

«¿Trino?».

—Bueno, ¿no lo entiendes? —dijo Sagaz—. El granjero encontró el cuadro cerca del excusado, así que supuso que se usaba para eso. Los ojos claros encontraron el marco vacío en el salón de arte, y asumieron que era una obra maestra. Puedes decir que es una historia tonta. Lo es. Eso no invalida que sea verdad. Después de todo, yo suelo ser bastante tonto… pero también soy casi siempre sincero. La fuerza de la costumbre.

»Expectativa. Esa es la verdadera alma del arte. Si le puedes dar a un hombre más de lo que espera, entonces te alabará toda la vida. Si puedes crear un aire de expectación y alimentarlo adecuadamente, tendrás éxito.

»En cambio, si tienes fama de ser demasiado bueno, demasiado habilidoso… cuidado. El arte superior estará en sus cabezas, y si les das una pizca menos de lo que imaginaron, de pronto habrás fracasado. De repente eres inútil. Un hombre encuentra una sola moneda en el barro y habla de ello durante días, pero cuando le llega una herencia y es un uno por ciento menor de lo que esperaba, entonces se sentirá estafado.

Sagaz sacudió la cabeza, se levantó y se sacudió el gabán.

—Dame un público que haya venido a que lo entretengan, pero que no esperen nada especial. Para ellos, seré un dios. Esa es la mejor verdad que conozco.

Silencio.

—Podría usar un poco de música —dijo—. Como efecto dramático, ya sabes. Viene alguien, y quiero estar preparado para dar la bienvenida.

El cantarín, complaciente, empezó de nuevo su música. Sagaz inspiró profundamente, luego adoptó la pose adecuada: perezosa expectación, calculado aire de sabiduría, insufrible arrogancia. Después de todo, tenía una reputación y tenía que intentar mantenerla.

El aire ante él se difuminó, como calentado en un anillo cerca del suelo. Una veta de luz giró en el anillo, formando una ola de casi dos metros de altura. Se desvaneció inmediatamente: en realidad, era solo una imagen residual, como si algo brillante hubiera aparecido girando muy rápidamente dentro del círculo.

En el centro apareció Jasnah Kholin, muy erguida.

Tenía las ropas desgarradas, el pelo recogido en una sola trenza, la cara salpicada de quemaduras. El vestido había sido hermoso en tiempos, pero para entonces había quedado reducido a harapos. Se lo había recortado por las rodillas y se había cosido un guante con algo improvisado. Curiosamente, llevaba una especie de bandolera de cuero y una mochila. Sagaz dudó de que las tuviera cuando comenzó su viaje.

Ella gimió largamente y luego miró hacia el lado, donde estaba Sagaz.

Él le sonrió.

Jasnah extendió la mano en un abrir y cerrar de ojos, la bruma se formó en torno a su brazo y adoptó la forma de una espada larga y fina que apuntó al cuello de Sagaz.

Él alzó una ceja.

—¿Cómo me has encontrado? —preguntó Jasnah.

—Estabas causando bastante revuelo en el otro lado —dijo Sagaz—. Ha pasado mucho tiempo desde que los spren tuvieron que tratar con alguien vivo, sobre todo con alguien tan exigente como tú.

Ella exhaló, luego insistió con la espada.

—Dime lo que sabes, Sagaz.

—Una vez me pasé casi un año dentro de un estómago enorme, mientras era digerido.

Ella frunció el ceño.

—Es una de las cosas que sé. Deberías ser más concreta en tus amenazas. —Bajó la mirada mientras ella retorcía la hoja esquirlada, haciendo girar la punta, todavía hacia él—. Me extrañaría que ese cuchillito tuyo fuera ninguna amenaza real para mí, Kholin. Pero puedes agitarlo si quieres. Quizá te haga sentirte más importante.

Ella lo estudió. Entonces la espada se disolvió en bruma. Bajó el brazo.

—No tengo tiempo para ti. Se avecina una tormenta, una tormenta terrible. Puede que traiga a los Portadores del Vacío a…

—Ya está aquí.

—Condenación. Tenemos que encontrar Urithiru y…

—Ya ha sido encontrada.

Ella vaciló.

—Los Caballeros…

—Refundados —dijo Sagaz—. En parte por tu aprendiza, que, he de añadir, es exactamente el setenta y siete por ciento más agradable que tú. Hice una encuesta.

—Estás mintiendo.

—Vale, fue una encuesta bastante informal. Pero la fea criatura cangrejo-lagarto te dio muy poca nota por…

—En las otras cosas.

—Yo no digo ese tipo de mentiras, Jasnah. Lo sabes. Es lo que te resulta tan molesto de mí.

Ella lo inspeccionó, luego suspiró.

—Es parte de lo que me resulta tan molesto de ti, Sagaz. Solo una parte muy pequeña de un río grande, grandísimo.

—Solo lo dices porque no me conoces muy bien.

—Lo dudo.

—No, de verdad. Si me conocieras, ese río de molestia sería obviamente un océano. Da igual. Sé cosas que tú no sabes, y creo que puede que tú sepas algo que yo no sé. Eso nos proporciona lo que se llama sinergia. Si puedes contener tu malestar, puede que los dos aprendamos algo.

Ella lo miró de arriba abajo, luego frunció los labios y asintió. Echó a andar hacia la ciudad más cercana. Tenía un buen sentido de la orientación, esta mujer.

Sagaz la alcanzó.

—Te darás cuenta de que estamos al menos a una semana de distancia de la civilización. ¿Era necesario que te Nominaras tan lejos en mitad de ninguna parte?

—Anduve un poco apurada en el momento de mi huida. Tengo suerte de estar aquí.

—¿Suerte? Yo no diría tanto.

—¿Por qué?

—Probablemente estarías mejor en el otro lado, Jasnah Kholin. La Desolación ha llegado, y con ella, el final de esta tierra. —La miró—. Lo siento.

—No lo sientas hasta que veamos cuánto puedo salvar. ¿La tormenta ha llegado ya? ¿Los parshmenios se han transformado?

—Sí y no —respondió Sagaz—. La tormenta debería alcanzar Shinovar esta noche, y luego avanzará por la tierra. Creo que la tormenta causará la transformación.

Jasnah se detuvo.

—No sucedió así en el pasado. He aprendido cosas en el otro lado.

—Tienes razón. Esta vez es diferente.

Ella se lamió los labios, pero por lo demás hizo un buen trabajo conteniendo su ansiedad.

—Si no está sucediendo como antes, entonces todo lo que sé podría ser falso. Las palabras de los spren podrían ser inadecuadas. Los registros que busco podrían carecer de sentido.

Él asintió.

—No podemos depender de los antiguos escritos —dijo ella—. Y el supuesto dios de los hombres es una invención. Así que no podemos mirar a los cielos en busca de salvación, pero al parecer tampoco podemos mirar al pasado. Entonces ¿dónde podemos hacerlo?

—Estás muy convencida de que no hay ningún Dios.

—El Todopoderoso es…

—Oh —dijo Sagaz—, no me refiero al Todopoderoso. Tanavast era un buen tipo (me invitó a beber una vez), pero no era Dios. Admito, Jasnah, que comprendo tu escepticismo, pero no estoy de acuerdo con él. Solo creo que has estado buscando a Dios en los lugares equivocados.

—Supongo que vas a decirme dónde crees que debería buscar.

—Encontrarás a Dios en el mismo lugar donde vas a encontrar la salvación de este caos —dijo Sagaz—. Dentro del corazón de los hombres.

—Curiosamente, creo que puedo estar de acuerdo con eso, aunque sospecho que por motivos diferentes a los que das a entender. Tal vez este paseo no sea tan malo como me había temido.

—Tal vez —dijo él, mirando hacia las estrellas—. Digan lo que digan, al menos el mundo ha elegido una noche hermosa para terminar…

Fin del Libro segundo de EL ARCHIVO DE LAS TORMENTAS

Palabras radiantes
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