En la ciudad de Narak, la gente cerró las ventanas mientras la noche caía y la tormenta acechaba. Introdujeron trapos bajo las puertas, colocaron en su sitio los puntales de refuerzo, clavaron fuertes travesaños de madera en las ventanas.
Eshonai no se unió a los preparativos, sino que se quedó ante la vivienda de Thude, escuchando su informe. Él acababa de regresar de la reunión con los alezi y había concertado un encuentro para discutir la paz. Eshonai había querido enviar a alguien antes, pero los Cinco deliberaron y se quejaron hasta que tuvo ganas de estrangularlos a todos. Por fin, accedieron a dejarla enviar un mensajero.
—Siete días —dijo Thude—. La reunión tendrá lugar en una meseta neutral.
—¿Lo viste? —preguntó Eshonai, ansiosa—. ¿A la Espina Negra?
Thude negó con la cabeza.
—¿Y al otro? —preguntó Eshonai—. ¿El absorbedor?
—Ni rastro de él tampoco. —Thude parecía preocupado. Miró hacia el este—. Será mejor que te marches ya. Podré darte más detalles después de que pase la tormenta.
Eshonai asintió y apoyó la mano en el hombro de su amigo.
—Gracias.
—Buena suerte —dijo Thude al Ritmo de la Resolución.
—Para todos nosotros —respondió ella mientras él cerraba la puerta, dejándola sola en una ciudad oscura y aparentemente vacía. Eshonai comprobó el escudo de tormenta que llevaba a la espalda, luego se sacó del bolsillo la esfera con el spren cautivo de Venli y armonizó al Ritmo de la Resolución.
Había llegado el momento. Corrió hacia la tormenta.
Resolución era un ritmo majestuoso con una intensa sensación de importancia y poder que iba en aumento. Eshonai dejó Narak, y al llegar al primer abismo saltó. Solo la forma de guerra tenía la fuerza para esos saltos: para que los trabajadores llegaran a las mesetas exteriores y cultivaran alimento, usaban puentes de cuerda que retiraban y guardaban antes de cada tormenta.
Aterrizó sin dejar de correr, sus pisadas al ritmo de la Resolución. La muralla de tormenta apareció en la distancia, apenas visible en la oscuridad. Saltaron los vientos, presionando contra ella, como para contenerla. En lo alto, los vientospren revoloteaban y danzaban en el aire. Eran heraldos de lo que habría de venir.
Eshonai saltó dos abismos más, luego redujo el ritmo y ascendió hasta la cima de una colina baja. La muralla de tormenta dominaba el cielo nocturno, avanzando a velocidad terrible. La enorme mancha de oscuridad mezclaba escombros con lluvia, un estandarte de agua, roca, polvo, y plantas caídas. Eshonai se descolgó de la espalda el enorme escudo que llevaba.
Para los oyentes, había cierto romanticismo en salir a la tormenta. Sí, las tormentas eran terribles, pero todo oyente tenía que pasar varias noches en ellas, a solas. Las canciones decían que quien buscara una nueva forma debía ser protegido. Ella no estaba segura de si era verdad o ficción, pero las canciones no impedían que la mayoría de los oyentes se escondieran en una grieta en la roca para evitar la muralla de tormenta y salieran una vez había pasado.
Eshonai prefería un escudo. Era más parecido a enfrentarse al Jinete. Este, el alma de la tormenta, era el que los humanos llamaban Padre Tormenta, y no era uno de los dioses de su pueblo. De hecho, las canciones lo llamaban traidor, un spren que había decidido proteger a los humanos en vez de a los oyentes.
Con todo, su pueblo lo respetaba. Mataría a quien no lo hiciera.
Eshonai colocó la base del escudo contra un saliente de roca en el suelo, apoyó el hombro contra él, agachó la cabeza, y se preparó, retrasando un pie. Su otra mano sujetaba la piedra con el spren dentro. Habría preferido llevar su armadura esquirlada, pero por algún motivo tenerla puesta interfería con el proceso de transformación.
Sintió y oyó que se aproximaba la tormenta. El suelo tembló, el aire rugió. Trozos de hojas la barrieron con una ráfaga helada, como exploradores ante un ejército que fuera a atacar detrás, teniendo al ulular del viento como grito de batalla.
Cerró los ojos con fuerza.
El viento chocó contra ella.
A pesar de la postura y de sus músculos preparados, algo crujió contra el escudo y le dio la vuelta. El viento se apoderó de él y se lo arrancó de los dedos. Eshonai retrocedió tambaleándose, luego se arrojó al suelo, el hombro contra el viento, la cabeza gacha.
Los truenos resonaron contra ella mientras el feroz viento trataba de arrancarla de la meseta y arrojarla por los aires. Mantuvo los ojos cerrados, ya que dentro de la tormenta todo era negro menos los destellos de los relámpagos. No se sentía protegida. El hombro contra el viento, acurrucada contra la cima de una colina, parecía que el viento hacía todo lo posible para destruirla. Las rocas se aplastaban contra la oscura meseta, sacudiendo el suelo. Todo lo que Eshonai podía oír era el rugido del viento en sus oídos, recalcado de vez en cuando por los truenos. Una terrible canción sin ritmo.
Mantuvo Resolución armonizada en su interior. Al menos la sentía, aunque no la oyera.
La lluvia que caía como puntas de flechas golpeó su cuerpo, rebotando en su casco y su armadura. Apretó los dientes contra el gélido frío y aguantó. Lo había hecho muchas veces antes, bien cuando se transformaba o cuando realizaban el ocasional ataque sorpresa contra los alezi. Podría sobrevivir. Iba a sobrevivir.
Se concentró en el ritmo dentro de su cabeza, aferrándose a unas rocas mientras el viento trataba de expulsarla de la meseta. Demid, antaño compañero de Venli, había iniciado un movimiento donde la gente que quería transformarse esperaba dentro de edificios hasta que la tormenta llevaba un rato en su apogeo. Solo salían cuando el estallido inicial de furia había pasado. Era arriesgado, ya que nunca se sabía cuándo se produciría el punto de transformación.
Eshonai nunca lo había intentado. Las tormentas eran violentas y peligrosas, pero también eran momentos de descubrimiento. Dentro de ellas, lo familiar se convertía en algo grandioso, majestuoso y terrible. Eshonai no anhelaba entrar en ellas, pero cuando tenía que hacerlo, la experiencia siempre le parecía emocionante.
Alzó la cabeza, los ojos cerrados, y mostró el rostro a los vientos, sintiéndolos arrasarla, sacudirla. Sintió la lluvia en la piel. El Jinete de las Tormentas era un traidor, sí, pero no se puede ser traidor si antes no has sido amigo. Estas tormentas pertenecían a su pueblo. Los oyentes eran de las tormentas.
Los ritmos cambiaron en su mente. En un momento, todos se alinearon y se convirtieron en lo mismo. No importaba con cuál armonizara, oía el mismo ritmo: simples y firmes latidos. Como los de un corazón. El momento había llegado.
La tormenta se desvaneció. Viento, lluvia, sonido… desaparecieron. Eshonai se levantó, empapada, los músculos helados, la piel entumecida. Sacudió la cabeza, chorreando agua, y miró al cielo.
El rostro estaba allí. Infinito, expansivo. Los humanos hablaban de su Padre Tormenta, pero no lo conocían como hacían los oyentes. Tan ancho como el mismo cielo, con ojos llenos de incontables estrellas. La gema que Eshonai tenía en la mano se llenó de luz.
Poder, energía. Eshonai imaginó que la recorría, llenándola de vida. Lanzó la gema al suelo, rompiéndola y liberando el spren. Se esforzó por controlar la sensación adecuada. Como la había entrenado Venli.
¿DE VERDAD ES ESTO LO QUE QUIERES? La voz reverberó a través de ella como un trueno que restallase.
¡El Jinete le había hablado! Eso sucedía en las canciones, pero no… nunca… Armonizó Apreciación, pero naturalmente era el mismo ritmo. Latido. Latido. Latido.
El spren escapó de su prisión y revoloteó a su alrededor, desprendiendo una extraña luz roja. Fragmentos de rayos brotaron de él. ¿Furiaspren?
Esto estaba mal.
SUPONGO QUE DEBE SER, dijo el Jinete de la Tormenta. IBA A SUCEDER.
—No —dijo Eshonai, apartándose de ese spren. En un momento de pánico, apartó de su mente los preparativos que Venli le había enseñado—. ¡No!
El spren se convirtió en un rayo de luz roja y la golpeó en el pecho. Tentáculos de rojo se desplegaron.
NO PUEDO DETENER ESTO, dijo el Jinete. TE PROTEGERÍA, PEQUEÑA, SI TUVIERA ESE PODER. LO SIENTO.
Eshonai jadeó, los ritmos escaparon de su mente, y cayó de rodillas. Sintió que la atravesaba. Era la transformación.
LO SIENTO.
Las lluvias vinieron de nuevo y su cuerpo empezó a cambiar.