Capítulo

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FirebringersLenses 

 

 

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...

¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA AAA!!!!!!!!!!!!!

Los soldados mokianos nos urgieron a entrar por la puerta de cristal, mientras varios de ellos vigilaban con atención al ejército que teníamos detrás. Dentro del escudo protector, una empalizada de tres metros de altura rodeaba la ciudad. El muro de madera estaba maltrecho y roto, quemado por algunos puntos, y parecía haber soportado una buena batalla antes de que colocaran la cúpula de cristal encima.

En cuanto pasamos por la puerta, los soldados la cerraron.

Uno de ellos gritó hacia el muro:

—¡Han llegado unos Smedry! ¡Van con una crístina! ¡Lady Aydee ha regresado!

Otros transmitieron los gritos, que recorrieron la fila de andrajosos guerreros que había encima del muro. Los hombres que me rodeaban olvidaron toda suspicacia y sintieron una chispa de esperanza.

—Señor Smedry —dijo uno—, ¿son una avanzadilla? ¿Cuántas tropas nos envía Nalhalla?

—¿Hay más soldados con usted? —preguntó otro en tono optimista.

—¿Han movilizado a los caballeros de Cristalia? —preguntó un tercero—. ¿Cuándo llegarán?

—Pues... —dije mientras me quitaba las gafas de otorgador y la gente seguía preguntando.

—Estamos solos —respondió Bastille bruscamente—. No hemos traído más ayuda, los caballeros no se han movilizado y ahora no tenemos tiempo para hablar del tema.

Todos guardaron silencio. Bastille tiene un don para cargarse las conversaciones; en realidad, tiene un don para cargarse lo que sea.

—Lo que quiere decir —intervine mientras le lanzaba una mirada asesina— es que hemos venido a ayudar y que esperamos que nos sigan más fuerzas. Pero, por ahora, somos solo nosotros.

Los soldados parecían abatidos.

—Siento no haberlo dejado entrar más deprisa, señor Smedry —se disculpó uno de los hombres—. Daba la impresión de que tenían presa a la joven Aydee, y no sabíamos bien qué estaba pasando.

«Ah, claro —pensé—. Habría sido más lógico enviarla a ella delante, ya que es de la ciudad.» En fin, no se puede esperar de mí que esté en todo, y menos teniendo en cuenta lo estópido que soy.

No lo habréis olvidado, ¿verdad? No me obliguéis a deletrearlo todo mal otra vez para demostrároslo.

Vimos que una puerta se abría a lo lejos, en el muro de madera, y que por ella salía un contingente de mokianos con lanzas encendidas para iluminar la noche. Los soldados que nos rodeaban hicieron sitio a los recién llegados, y me di cuenta de que respetaban al hombre que los dirigía. Era alto, llevaba la larga melena negra recogida en una coleta y atada con una cuerda con cuentas. Se había pintado líneas negras en el rostro, tenía un pecho fuerte y musculoso, y, como la mayoría de los mokianos, vestía un sencillo pareo atado a la cintura, en rojo y azul. Me resultaba vagamente familiar.

—Así que es cierto —dijo al detenerse frente a nosotros, con la lanza ardiente a un lado—. Bienvenido, señor Alcatraz Smedry, a nuestra ciudad condenada. Ha elegido un momento muy interesante para visitarnos. Señora Bastille, su hermana se alegrará de verla, aunque dudo que las circunstancias le permitan disfrutar del momento. Señor Kazan, sea bienvenido, como siempre, a Tuki Tuki.

—¿Nos conocemos? —preguntó Kaz, entornando los ojos.

—Soy el general de la guardia de la ciudad de Tuki Tuki —respondió el hombre, que tenía una voz profunda e imponente—. Lo he visto muchas veces, aunque dudo que se haya fijado en mí. Es probable que haya visto mi cara, pero nunca nos han presentado. —Después miró a Aydee y le hizo un gesto con la cabeza—. Niña, tu valiente misión te honra. Ya estamos comunicados con la embajada de Nalhalla.

Aydee se ruborizó.

—Gracias, Maje... estooo..., general Mallo.

—Sin embargo, no esperábamos que regresaras —añadió él con aire severo—. Deberías haberte quedado en Nalhalla, donde estarías a salvo.

Mi prima se ruborizó aún más.

—¡Pero mi primo necesitaba un piloto! ¡Tenía que venir a Mokia!

—Sí —dijo Mallo sin más—, he recibido un informe de la embajada sobre su urgente partida. ¿Vacaciones para visitar los baños de lodo? Suena ridículo, incluso para un Smedry.

Me tocó ruborizarme a mí.

—General —expliqué—, existe otra razón para nuestra visita. Necesito hablar con la reina lo antes posible... y, después, utilizar un momento su cristal de comunicador. Quizá pueda conseguirles ayuda para superar este asedio.

Los soldados que nos rodeaban se animaron, y el general me estudió un momento.

—Muy bien. El clan de los Smedry es amigo de la realeza mokiana desde hace tiempo, incluso somos familia. Siempre es bienvenido.

Reunió a los soldados y nos condujo hasta las puertas de la ciudad.

—Me gustaría poder hacerle una gran presentación de la ciudad, señor Smedry —dijo el general Mallo al entrar en Tuki Tuki—, pero me temo que no es momento para visitas turísticas. Así que permítame decir tan solo una cosa: bienvenido a la Ciudad de las Flores.

Levantó una mano a la vez que me invitaba a atravesar la puerta.

Estábamos a los pies de una suave colina. Alcé la vista hacia la carretera principal, que subía por ella hasta llegar al palacio. Las flores crecían prácticamente por todas partes: los edificios, que tenían forma de cabañas, estaban cubiertos de enredaderas que se entrelazaban con los juncos de las paredes, y de ellos brotaban coloridas flores de hibisco. A lo largo de la carretera había lechos de flores del paraíso. Detrás de los edificios se veía una hilera de enormes árboles cuyas ramas se extendían por encima de los tejados. Allí crecían montones de flores moradas que colgaban sobre la carretera, reunidas en racimos, como uvas. Era maravilloso.

 

ChAPlus.1Final 

 

—Guau —dije—. ¡Menos mal que no soy alérgico!

El general Mallo gruñó e hizo un gesto con su lanza llameante para indicarnos que lo siguiéramos. A mí me parecía que ir por ahí con aquella lanza era un poco peligroso, pero ¿quién era yo para decir nada? Al fin y al cabo, iba con un mortífero Talento de los Smedry metido dentro todo el tiempo.

—Por suerte, señor Smedry —comentó Mallo mientras caminábamos—, nuestras flores son hipoalergénicas.

—¿Cómo lo consiguieron? —pregunté.

—Se lo pedimos amablemente.

—Ah, vaaale.

—Fue mucho más difícil de lo que parece, Alcatraz —añadió Aydee—. ¿Sabes cuántas especies de flores hay en la ciudad? ¡Seis mil! Nuestros floralingüistas tuvieron que aprender todos sus idiomas.

—¿Floralingüistas? —repetí.

—¡Hablan con las flores! —exclamó Aydee, emocionada.

—Como que me lo imaginaba —respondí—. ¿Y qué dicen?

—Bueno, suelen divagar mucho y utilizar palabras rebuscadas —dijo Mallo—, aunque lo cierto es que sin mucha sustancia, a pesar de lo bello y recargado de su discurso.

—Entonces..., estooo... —repuse.

—Sí, utilizan un lenguaje muy florido —corroboró Mallo.

Zasca, me había estrellado contra el chiste como un pájaro que se la pega contra una puerta corredera de cristal a ciento veinte kilómetros por hora. A mi lado, Bastille puso los ojos en blanco.

Kaz silbó mientras contemplaba la ciudad.

—Más cosas hay en el cielo y la tierra... Ay, lo siento, me está costando superar el capítulo anterior. En fin, que me encanta venir a Tuki Tuki. No hay nada igual; siempre se me olvida lo bella que es.

—Quizás antes fuera maravilloso visitarla —repuso Mallo, aún más solemne que antes—, pero el asedio nos lo ha puesto difícil a todos. ¿Ve cómo cuelgan nuestras majestuosas rididalias? El cristal de protector permite que entre la luz, pero las plantas perciben que están encerradas. Toda la ciudad se marchita bajo la opresión de los Bibliotecarios.

Efectivamente, muchas de las flores que adornaban la calle parecían decaídas. Cuando por fin me repuse de la primera impresión de Tuki Tuki, me fijé en otras consecuencias del asedio. Patios abiertos en los que la gente estaba despierta, a pesar de la hora, cortando vendas para después hervirlas en enormes tinas. El sonido de los herreros que fabricaban armas. La mayoría de los hombres junto a los que pasábamos —y muchas de las mujeres— llevaban vendas y portaban armas. Lanzas con largas crestas que parecían dientes de tiburón a los lados, o espadas y hachas de madera, también con laterales serrados.

Por cierto, si os preguntáis de dónde sacan los mokianos tantos dientes de tiburón, implica usar niños de cebo, sobre todo niños que se saltan todo el libro para leer primero las páginas del final. Seguro que vosotros no lo haríais nunca. Sería completamente estopidirrible.

Muchos de los que pasaban saludaban con la mano a Aydee, y ella respondía del mismo modo. Su familia, los Smedry mokianos, era muy conocida. Al final llegamos al palacio, que parecía una cabaña muy grande, construida con gruesos juncos. Tenía una corona de flores rojas sobre el tejado de paja.

Ahora bien, es probable que os estéis preguntando lo mismo que yo: ¿cabañas? ¿No se suponía que los mokianos eran los habitantes más eruditos y científicos de los Reinos Libres? ¿Qué hacían viviendo en cabañas?

Supuse que, evidentemente, habría una buena explicación.

—Entonces, estos edificios estarán hechos de juncos mágicos especiales reforzados, ¿no? Parecen cabañas, pero, en realidad, son tan robustos como castillos, ¿verdad?

—No —respondió Mallo—. No son más que cabañas.

—Ah. Pero tendrán cristal extensible dentro, ¿no? ¿Parecen pequeñas por fuera, pero son enormes por dentro?

—No. No son más que cabañas.

Fruncí el ceño.

—Nos gustan las cabañas —añadió Mallo, encogiéndose de hombros—. Sí, claro, podríamos construir rascacielos o castillos, pero ¿por qué? ¿Para separarnos del cielo con paredes de piedra y acero?

—Tiene sentido —dijo Bastille—. Las cabañas son más avanzadas que los edificios en los que vivías en las Tierras Silenciadas, Smedry. En primer lugar, por el aire acondicionado automático, y...

—No —la interrumpió Mallo—. Con todos mis respetos, joven caballero, debemos aprender a dejar de decir cosas como esas. Nos gusta fingir que lo que tenemos nosotros es mejor que lo que tienen los Bibliotecarios, pero fueron ese tipo de comparaciones y los celos que inspiraron lo que dio inicio a esta guerra. —Miró al frente, hacia el palacio—. En Mokia hemos elegido vivir así. No porque sea «primitivo» o «avanzado», sino porque es lo que nos gusta. Cuanto más complejas son las cosas que rodean tu vida (los hogares, los vehículos, las cosas que metes en tu hogar y en tu vehículo), más tiempo pasas con ellas. Y menos tiempo dejas para el pensamiento y el estudio.

Parpadeé, ya que me sorprendía oír esas palabras de boca de un enorme mokiano pintado para la guerra y armado con una lanza. A mi lado, Bastille cruzó los brazos, pensativa. Sus afirmaciones de que todo lo que había en los Reinos Libres era mejor que lo que había en las Tierras Silenciadas me habían sorprendido desde el día en que nos conocimos. Había supuesto que así era como pensaban en los Reinos Libres, pero empezaba a darme cuenta de que Bastille tenía una... forma muy especial de ver el mundo.

Eso significa que está pirada, pero no puedo escribir que está pirada, porque, si lo hago, me pegará un puñetazo. Así que, bueno, mejor olvidad que escribí esta parte, ¿eh?

Llegamos a los escalones de entrada a palacio, donde nos esperaba una mujer. Me resultaba familiar, también, aunque esta vez sí que sabía por qué: se parecía mucho a su hermana, Bastille. Alta y esbelta, Angola Dartmoor era unos diez años mayor que Bastille y vestía un pareo mokiano amarillo y negro, con una flor a juego en el pelo. Portaba un cetro real de ornamentada madera tallada.

Era preciosa. Tenía una larga melena rubia, más o menos del tono de los macarrones con queso, y esbozaba una sonrisa amplia y auténtica..., más o menos la que se te queda cuando comes macarrones con queso. Parecía irradiar luz, como si cogieras un cuenco de macarrones con queso y le metieras dentro una bombilla. Su piel era suave y tierna como...

Vale, puede que no sea buena idea escribir cuando tienes hambre. El caso es que Angola era una belleza. Sin duda, una de las mujeres más guapas que había visto.

 

ChAPlus.2Final 

 

Bastille me pegó un pisotón.

—¡Ay! —me quejé—. ¿A qué viene eso?

—Deja de mirar con la boca abierta a mi hermana —gruñó ella.

—¡No lo hacía! ¡Solo expresaba mi agrado!

—Pues exprésalo un poco menos. Y deja de babear.

—No estoy... —Me callé de golpe cuando Angola bajó flotando con elegancia las escaleras para unirse a nosotros—. No estoy babeando —siseé en voz más baja, antes de inclinarme—. Majestad.

—¡Señor Smedry! —respondió ella—. ¡He oído hablar mucho de ti!

—Ah..., ¿sí?

No contestó, sino que apoyó sus elegantes manos en los hombros de su hermana.

—Y Bastille, después de tantos meses escribiéndote para que me visitaras, ¿te decides a venir ahora? ¿Durante un asedio? Debería haber sabido que el peligro te atraería. ¡A veces me pregunto si no te atrae tanto como aquellos a los que proteges!

Bastille se ruborizó.

—Vamos —añadió Angola—, sois bienvenidos a las pocas comodidades que Mokia puede ofrecer. Tomaremos un refrigerio matutino y debatiremos sobre las noticias que traigáis. Quieran los Aumakua que sean buenas, ya que no hemos tenido muchas en los últimos días.

Debo hacer una aclaración, ya que quizás os haya sorprendido que Angola hiciera una referencia tan clara a la religión. Al fin y al cabo, no he hablado mucho sobre religión en estos libros.

Ha sido a posta, sobre todo desde el punto de vista de la supervivencia. He descubierto que hablar de religión se parece mucho a llevar una máscara de receptor de béisbol: ambas cosas dan vía libre a la gente para lanzarte cosas (y, en el caso de la religión, a veces esas «cosas» son rayos).

Por desgracia, en los últimos años he desarrollado una rara aflicción conocida como pedantería crónica (es como la dislexia, solo que más fácil de deletrear, sobre todo si no tienes dislexia). Es por esta trágica enfermedad terminal por lo que soy incapaz de leer o escribir sobre nada sin hacer comentarios estópidos de listillo al respecto.

Debido a mi aflicción, he creído prudente no tocar el tema de la religión, porque, si me pusiera a hablar de ello, tendría que hacer chistes al respecto. Y quizás eso ofendería a alguien, ya que la gente se toma su religión muy en serio. Así que mejor no hablar de ella en absoluto.

Por lo tanto, no os pienso contar en qué se parece la religión a los ataques de vómito fulminantes (fiu, menos mal que no he dicho eso, podría haber quedado muy ofensivo).

Angola saludó con la cabeza a Kaz y a Aydee, dándoles la bienvenida con una sonrisa, y después subió con elegancia los escalones, dando por sentado que la seguiríamos.

—Guau —dije—, ¿siempre es tan...?

—¿Asquerosamente regia? —preguntó Bastille en voz baja—. Sí, incluso antes de casarse.

—Bueno, entiendo por qué el rey se casó con ella. Qué pena no poder conocerlo.

Bastille miró de reojo a Mallo. Fue solo un segundo, pero lo capté. Fruncí el ceño y me volví para examinar al general e intentar averiguar qué había llamado la atención de Bastille. De nuevo, me resultaba familiar. De hecho...

—¡Tú eres el rey! —exclamé, señalándolo.

—¿Qué? —preguntó Mallo con voz tensa—. No, los caballeros de Cristalia pusieron a salvo al rey hace semanas.

Se le daba fatal mentir.

—Ah, sí, ya decía yo que me sonaba —dijo Kaz—. ¡Majestad! Cenamos juntos una vez hace algunos años, ¿recordáis? Mi padre derramó zumo de arándanos en vuestro traje de gala.

El hombre parecía avergonzado.

—Será mejor que entremos —dijo—. Está claro que debo explicaros unas cuantas cosas.

Ah, y por si os lo estabais preguntando, se parecen en que las dos cosas te hacen hincarte de rodillas.