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Juliano el apóstata,
el emperador incomprendido

Apenas tuvo el Imperio a dos emperadores cristianos cuando de nuevo se produjo una vuelta al paganismo. Los cristianos eran mayoría en Oriente, pero en Occidente las raí ces cristianas eran todavía muy débiles. Juliano, sobrino de Constantino, se educó lejos de la corte imperial después del asesinato de toda su familia en 337. Como protegido del obispo Eusebio de Nicomedia, el joven príncipe recibió una educación cristiana austera y rígida. De ella le quedó grabado el poder del aparato eclesiástico con su jerarquía y sus ceremonias, pero también las debilidades de una iglesia desunida.

Juliano era un joven reservado e introvertido, que empezó a frecuentar los santuarios de misterios paganos y las aulas de la Universidad de Atenas. Fue entonces cuando Constancio lo llamó y lo puso al frente de las tropas, atemorizadas por las incursiones de las tribus germánicas. Su brillante actuación le dio una fama inmediata, que acabó en su reconocimiento con futuro soberano.

El primer objetivo de Juliano fue convertir la corte de Constantinopla en el centro desde el que el emperador pudiera regir al mundo como sacerdote y profeta de Zeus y también como filósofo. Enemigo del lujo y fanático de la economía, Juliano se entregó a una vida sencilla y austera. Despidió a los eunucos que, según él, eran tan molestos como las moscas en verano. Y redujo considerablemente el número de policías. Devolvió a los paganos todos los bienes que les habían sido incautados, y volvió a construir los templos destruidos por Constantino. Su primera medida para derrotar a los obispos, a quienes consideró siempre muy ignorantes, fue sin duda revolucionaria; Juliano sabía que la teología cristiana había nacido del contacto con la filosofía griega. Por ello, prohibió a los maestros de retórica cristianos enseñar a Homero, y les permitió únicamente apoyar sus enseñanzas en la interpretación de los textos bíblicos. Esta medida fue calificada de despiadada, pero Juliano trataba con ella de aislar a los cristianos en un mundo aparte, con esta especie de segregación moral. Su finalidad era que los cristianos fuesen vistos como personas raras y poco convenientes para desempeñar cargos públicos, mientras que los paganos iban adquiriendo protagonismo en una sociedad cada vez más organizada.

Los cristianos se burlaban de las acciones emprendidas por su emperador extravagante tanto por sus ideas como por su aspecto (se reían de su barba inmensa). El objetivo de Juliano de establecer una perfecta jerarquía del sacerdocio pagano no llegó a término. Partió hacia la guerra, para enfrentarse contra los persas. En el caluroso verano del 363, Juliano cayó herido en plena batalla. Antes de expirar, pudo exclamar: «¡Venciste, galileo!». Y así mu rió, dirigiendo sus últimas palabras a Cristo. Tenía treinta y dos años de edad. A pesar de haber permanecido escasamente dos años en el trono, conocemos muchísimo de la personalidad de Juliano gracias a los numerosos escritos que dejó. Por otra parte, los cristianos explotaron en sus cartas y panegíricos la figura de Juliano, porque representaba la derrota del paganismo.