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Tácito y Probo
Nadie esperaba tan dramático final para el emperador que tantos beneficios había reportado al Imperio. Su muerte sorprendió a las tropas, que no tenían un sucesor a mano. Encomendaron al Senado la tarea de nombrar emperador, elección que recayó finalmente en el senador de rango más antiguo, Marco Claudio Tácito, de setenta y cinco años de edad. Por mucho que se propusiera hacer este hombre de avanzada edad, los pocos meses que duró en el poder le permitieron simplemente controlar las tribus germánicas que amenazaban en las fronteras. Al frente de las tropas romanas estaba Marco Aurelio Probo, hijo de un centurión, y que luchó valientemente contra los bárbaros. A la muerte de Tácito le sucedió en el poder, que ejerció con mano dura y eficacia. Después de cinco años de campañas, la paz parecía asegurada y llegó incluso a pensar en dirigirse hacia Persia. No dejaba que los soldados estuvieran inactivos, de modo que distribuyó entre ellos tareas diversas: la construcción de calzadas, la plantación de viñas y desecamiento de zonas pantanosas. Algunos de los soldados aceptaron de mala gana la orden de limpiar los canales de Egipto para una mejor provisión de cereales. La limpieza de los canales no era, verdaderamente, lo que más les apetecía a ciertos soldados. Y mataron a Probo, mientras este inspeccionaba un terreno en el que plantar viñedos.
Después de Probo ascendió al trono Marco Aurelio Caro, quien mostró un absoluto desprecio al Senado al no esperar a que este aprobara su elección. Caro nombró inmediatamente como sucesores a sus dos hijos, Marco Aurelio Carino y Numeriano. El primero recibió el encargo de proteger la Galia, y el segundo se dirigió hacia Persia acompañado de su padre. En Persia logró grandes éxitos este emperador, que se apoderó de la capital, Ctesifonte. Muerto al año siguiente, asumieron el poder sus dos hijos. Se firmó la paz en Persia, y el ejército romano regresó a Roma. Pero los dos hijos de Marco Aurelio Probo no corrieron mejor suerte que su padre, y acabaron trágicamente sus días.
El principado que nació de la mano de Augusto estaba definitivamente agotado. La pretensión de dominar el mundo, el orbis terrarum, objetivo soñado por todos los grandes dominadores de Occidente desde los tiempos de Alejandro Magno, movió a emperadores como Nerón, Trajano o Caracalla, impidiendo que Roma llegara a un acuerdo con los partos y luego con los persas. Estas luchas incesantes entre las dos únicas potencias de la época contribuyeron a debilitar a ambos Estados y a impedir su pleno desarrollo. No obstante, la parte oriental del Imperio sufrió menos que la occidental, ya que entre las diversas guerras había en oriente intervalos de paz. Aunque la confrontación entre romanos y partos hubiera podido solucionarse mediante un arreglo, las incursiones bárbaras hubieran sido siempre una dura prueba para el ejército romano.
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Moneda de bronce con el busto de Marco Aurelio Caro, sucesor de Probo. Caro una vez en el gobierno mostró un absoluto desprecio al Senado al no esperar a que éste aprobara su elección. Inmediatamente después, nombró como sucesores a sus dos hijos, Marco Aurelio Carino y Numeriano.
En el interior de Roma se produjo una situación fluctuante igual que en su política exterior. Hasta la época de Trajano la curva seguía una trayectoria ascendente; la pax romana se mantuvo casi ininterrumpidamente en todas las provincias, y el aliciente de promoción social mantenía en activo la participación de todos. Durante el reinado de Trajano y de sus sucesores, el Imperio alcanzó la edad de oro. La época de los Antoninos fue la que añoraban los romanos cuando veían el rumbo incierto que tomaba el Imperio a un ritmo vertiginoso. Con los Severos empezó la decadencia, excepto en África. Roma iba perdiendo protagonismo porque los emperadores ya no podían establecer la corte en la capital, puesto que tenían que recorrer el Imperio de un extremo a otro para defender sus fronteras. Y durante el mandato de Caracalla, la concesión de la ciudadanía romana a todos los habitantes libres del Imperio constituyó un primer golpe importante al predominio de la ciudad de Roma.
La ausencia de los emperadores que estaban de campaña durante largas temporadas, el éxodo de las clases pudientes, que se retiraron a sus fincas en el campo; la reducción de los efectivos que constituían la guarnición de Roma, cuyos soldados pretorianos seguían al soberano en calidad de guardia personal, redujeron a Roma a la simple categoría de una ciudad más entre muchas otras. La idea del Imperio romano no se identificaba ya con sus murallas, sino con la persona individual del emperador que cada vez se atribuía caprichosamente más poderes. Hacía falta, pues, que un hombre enérgico y con ideas nuevas subiera al trono de Roma. Este hombre llegó. Y se llamaba Diocleciano.