18

Allie encontró la doncella que necesitaba, aunque no era lo que estaba buscando en el diminuto patio trasero del casino, al que había ido para recoger a Harriet. Puesto que ya era la institutriz oficial de la niña, Allie tenía la sensación de que se lo debía al capitán Endicott: debía vigilar mejor a la pupila del capitán. Aunque ni Harriet ni el perro estaban en el pequeño recinto, Allie se quedó allí un momento de todos modos. Ya que su empleo debía empezar oficialmente en unos minutos, necesitaba unos instantes para reflexionar sobre los últimos acontecimientos.

Se sentó en el duro banco del patio, sin apenar notar el aire frío ni las malas hierbas que se extendían por el jardín. Había un rosal alto y chupado que se inclinaba sobre el muro trasero de piedra, un rosal sin flores y con las hojas marrones y marchitas. Pero Allie no lo vio, en su mente solo veía a un hombre alto y erguido, con el pelo castaño.

Aquel hombre estaba haciendo lo que nunca había querido hacer (tomar prestada la casa de su hermano, quizá tomar prestado también el dinero de su hermano), por ella, no por Harriet. A Harriet ya la salpicaba el escándalo del asesinato de su madre a manos de su propio tío. Incluso aunque el nuevo lord Hildebrand regresara de la India convertido en un hombre rico y reformado, era probable que a Harriet nunca la llegaran a considerar una compañía adecuada para las otras hijas de la aristocracia; no importaría demasiado que viviera en un casino o en un castillo. Y la niña era demasiado pequeña para que todo aquello la afectara demasiado.

A Allie sí que tenía que importarle, y a Jack también. El capitán se estaba sacrificando, y con él su orgullo, para que ella pudiera conservar un poco del suyo. Con solo pensarlo a Allie casi se le llenaban los ojos de lágrimas. No, eso era por la brisa fría. No iba a ponerse a llorar porque alguien fuera amable con ella, ¿verdad?

Habían pasado años desde la última vez que a alguien le había importado Allie tanto como para poner el interés de la joven por encima de todo, y resultaba que eso precisamente era lo que estaba haciendo el propietario de una casa de juego. Un bribón con buen corazón, ¡un jugador que había decidido apostar por ella, una simple institutriz! Jack Endicott era el hombre más agradable que había conocido Allie jamás. También era el libertino más empedernido, claro está, pero no por eso dejaba de ser amable y bondadoso. Allie no pudo evitar sentirse conmovida.

Tampoco podía evitar la calidez que sentía en su interior, y que le permitía ignorar la gélida temperatura del patio, al recordar todavía la tierna caricia de los labios de Jack en su muñeca.

Si la gente apenas había notado la existencia de Allie desde la muerte de su padre, menos personas todavía habían visto en ella a una mujer. El profesor de baile francés que enseñaba en la escuela de la señora Semple había intentado muchas veces robarle un beso y el hermano mayor de lady Beatrice la había pellizcado una vez, pero, por lo general, las maestras no terminaban de amantes de nadie.

Y resultaba que un auténtico conquistador de Londres quería seducirla a ella, la corrientita Allie Silver. Por lo menos eso era lo que había dicho el conquistador en cuestión. Y también había dicho que no lo haría porque él era un caballero y ella una dama.

Solo con saber que Jack la consideraba una dama, a Allie le subía la temperatura dos grados enteros. Saber que la deseaba, que no era la única afectada por aquel beso, hacía que le hirviese la sangre. Un hombre que podía tener a todas las Rochelles Poitiers que desease, la deseaba a ella. El pecho de Allie quizá no pudiera compararse con el de la señorita Poitier en abundancia pero, ah, vaya si sabía henchirse. Por primera vez en su vida, aparte de cuando le dio una bofetada al hermano de lady Beatrice, Allie sintió el poder de ser mujer. Podía atraer a un hombre, excitar a un hombre, despertar los sentidos de un hombre.

Por desgracia, también sentía por primera vez el poder y la sugestión de un hombre atractivo. ¡Pero si casi se había olvidado hasta de su nombre cuando Jack le había dado un simple beso en la muñeca! Quizá habría dejado que Jack la sedujera (otra vez) pero el señor Downs había entrado en el vestíbulo para comentar que debían pedir más vino.

Pues claro que Jack no iba a seducirla. En lugar de eso, había apelado a los pocos escrúpulos que le quedaban y la iba a mandar a otro sitio, que era lo más correcto y prudente... y lo más puritano también. Allie había encontrado todo un donjuán y resultaba que se le convertía en un decepcionante don Mejor No.

Allie se echó una buena regañina por albergar pensamientos tan indignos. Estaba salvada, había recuperado el lugar que le correspondía como mujer respetable que era. La deseaban como mujer pero no como fresca. Debería sentirse aliviada.

¿Entonces por qué estaba llorando?

Aquellas lágrimas cálidas quizá fueran suyas pero los sollozos desde luego no. A ella no se le había roto el corazón, se dijo Allie, solo lo tenía un poco desgastado por los bordes, como la capa. Se la ciñó un poco más, pero los sonidos continuaron. Después oyó un gemido intercalado entre los sollozos y un ruego ahogado, alguien necesitaba ayuda.

Era obvio que el ruego no estaba destinado a ella, pero Allie no podía hacer caso omiso de aquel llanto lastimero.

—¿Hay alguien ahí? —exclamó.

Los sonidos cesaron.

—¿Necesita algo?

No hubo respuesta.

Allie se quedó sentada y esperó hasta que creyó oír a alguien sorbiendo por la nariz. Se acercó al lado del muro de donde le parecía que procedía el sonido y volvió a llamar. Esa vez le pareció oír un ruido ahogado, como si arrastraran algo o alguien se alejara a gatas. Allie sabía que debería entrar en el casino e ir a buscar a Calloway, a Downs o a uno de los nuevos vigilantes si el capitán Endicott estaba ocupado. Eso era lo que le habría ordenado hacer a Harriet. Pero estaban todos muy ajetreados y Jack ya se había molestado bastante por ella por un día. Además, quizá todo fueran imaginaciones suyas.

Allie estudió la tapia del jardín. No era muy alta, poco más que ella. Aunque tampoco podría ver nada aunque saltara. Pero las piedras eran irregulares y fáciles de escalar... si eras un hombre con pantalones, un mono o Harriet. Mientras se remangaba la falda del vestido para que no la molestara, Allie se dijo que se habría puesto furiosa con Harriet por hacer algo así.

Tendría que comprarse guantes nuevos en cuanto Harriet y ella estuvieran instaladas en su nueva casa así que Allie no se preocupó por rasgarse más los que tenía al trepar por las ásperas piedras. A medio camino, y sujetándose con el brazo derecho a las piedras de arriba, la maestra pudo mirar por fin al otro lado. Había un callejón estrecho entre la tapia de piedra del jardín del Rojo y Negro y una verja de madera que pertenecía a la casa que lindaba con la propiedad. El espacio entre ambas tapias era lo bastante ancho para un hombre o un caballo, pero no para un carruaje. Unos cuantos barriles, una plancha de madera y unos trapos salpicaban la zona. Allie pensó que quizá así había sido como había llegado el pirómano a la puerta de atrás, trepando por la tapia. Quizá hubiera dejado los trapos y el barril para intentarlo otra vez, pero los detectives de Bow Street ya habrían inspeccionado el callejón, ¿no?

Decidió preguntarlo por la mañana en lugar de comprobarlo por sí misma. Subirse a la tapia no había sido muy difícil, pero jamás podría saltarla y después girar para bajar trepando también. Además, ¿y si por el otro lado las piedras eran lisas, sin huecos en los que apoyar manos y pies? Allie estaba dispuesta a gastarse parte de su salario en unos guantes nuevos pero un vestido y una capa costarían demasiado, si estropeaba los que tenía en aquella absurda subida. Y todavía le dolían las manos.

Pero entonces el montón de trapos se movió. Y gimió.

Cielos, era una chica. Allie vio el caballo largo y rubio... ¿o era rojo? ¡No, eso era sangre! La maestra trepó por la tapia y saltó al suelo sin dudarlo. Terminó con una rodilla despellejada, un tobillo dolorido por el aterrizaje y simples jirones donde antes tenía guantes pero ella estaba bien. La chica no.

La jovencita tenía una brecha en la sien, un labio partido, un ojo tan hinchado que se le había cerrado y manchas de lágrimas entre la suciedad que le cubría las mejillas. Temblaba envuelta en un fino vestido, sin chal, rebeca o manto de ningún tipo. Allie se quitó la capa y cubrió a la chica. Por lo que Allie veía bajo la suciedad, la sangre y los golpes, no podía tener mucho más de diecisiete años. Dios bendito, ¿y si era la hermana de Jack, que intentaba encontrarlo?

Allie se inclinó y acarició con suavidad la mejilla de la chica.

—Voy a ir en busca de ayuda, cielo, pero ¿cómo te llamas?

—Patsy, señora, pero váyase, ande. Si Fedder me encuentra, le dará una paliza a usté también. Yo me iré en cuanto pueda. —Patsy intentó levantarse pero gritó de dolor cuando se apoyó en un brazo.

—No, quédate aquí. Voy a buscar a alguien.

—¡No, que seguro que me mata!

—Ese tal Fedder. ¿Es tu marido? ¿Tu hermano? ¿Tu jefe?

Patsy se echó a llorar otra vez mientras Allie le presionaba la herida de la cabeza con un pañuelo para intentar detener la hemorragia.

—No, no es más que un mal hombre que conocí cuando llegué a Londres. Dijo que me iba a llevar con una amiga suya que acogía a chicas recién llegadas del campo y las ayudaba a encontrar trabajo.

—Oh, no.

Patsy asintió.

—Así de inocente era yo, señora, qué sabía yo.

—¿Pero intentaste escapar?

—Fue horrible. Tenían cerrojos en las puertas, él y la vieja. —La muchachita sollozaba con sentimiento y se había puesto a temblar otra vez.

Allie también estaba temblando, pero no de frío sino de cólera.

—¿Te forzó? —le preguntó a la chica, dispuesta a desollar vivo al tal Fedder si conseguía ponerle las manos encima.

—No era eso lo que quería. Quería que fuese con otros hombres, ¡por dinero! Yo no soy de esas. ¡Mi madre me mataría! Entonces el que casi me mata fue Fedder, cuando mordí a aquel tipo. Así que salté por la ventana y me escapé. Venía tras de mí, hasta que encontré este callejón. Puse un barril atravesado en la entrada para que no mirara aquí pero puede que mire cuando no me encuentre por ninguna parte. ¡Por favor, señora, no deje que me encuentre!

—No te encontrará, no si yo puedo evitarlo. Conmigo estarás a salvo. —Allie lo pensó un momento antes de preguntar—: ¿Tienes hermanos?

—Tres hermanos, señora, y dos hermanas pequeñas. Por eso vine a Londres, para encontrar un trabajo y que me paguen y así poder mandar dinero a casa. Mi pa ‘ tiene la fiebre de los pulmones por culpa de las minas y yo no quiero que los chicos tengan que ir.

Patsy tenía una familia, que no era la familia de Jack, y estaba acostumbrada a los niños…

—¿Querrías trabajar como niñera y como criada para todo? ¿Ayudar con la cocina y la limpieza?

—¿Por un sueldo honesto? No se me ocurre nada más que quisiera hacer, señora.

Entonces estás contratada. Ahora todo lo que tenemos que hacer es meterte como sea en la casa sin que nadie te vea, darte unos cuantos días para curarte y estarás lista para venir con la señorita Hildebrand y conmigo a nuestro nuevo alojamiento. —Allie decidió no mencionar la magnificencia de su nueva vivienda para no asustar todavía más a la muchachita—. Allí no te encontrará nadie, e incluso si te encuentra Fedder, no tendrás que volver a irte con él. —Jack les había asignado un lacayo que actuaría también como centinela, así que Allie no estaba prometiendo la protección personal de Jack ni comprometiendo el buen nombre y la fortuna de su hermano. Al menos, no del todo.

Lo que sí estaba haciendo era gastar el dinero de Jack en contratar a una mujer desconocida para meterla en la casa del conde. Allie decidió que sería mejor presentarle la chica a Jack cuando esta tuviera mejor aspecto y no se sintiera tan mal.

Pero primero, claro estaba, tenía que meterla en la casa sin que el tal Fedder la viera. Sacarla del callejón y doblar la esquina hasta la puerta principal del club les llevaría demasiado tiempo en el estado en que estaba Patsy, y además resultarían demasiado visibles. Los transeúntes se fijarían en una joven maltratada que entrara en el Rojo y Negro, una notoriedad que no les hacía falta a ninguna de las dos. Allie no creía poder saltar la tapia de piedra otra vez y era obvio que Patsy no podría. Diantres, ¿dónde estaba Harriet cuando hacía falta un marimacho?

—Tendrás que quedarte aquí un minuto mientras yo voy a buscar ayuda —le dijo Allie a la jovencita.

Patsy se aferró a la mano de la maestra.

—¿Volverá?

—Lo prometo. —A menos que Jack la matara por poner otro desastre en su vida.

Allie tuvo que forcejear bastante para mover el barril de la estrecha entrada. La desesperación de Patsy debía de haberle dado fuerzas, pensó Allie, que apenas consiguió que el obstáculo cediera lo suficiente para meterse entre el barril y la pared. Después miró hacia ambos lados por si Fedder seguía buscando a la chica. ¡Diantre, debería haber preguntado qué aspecto tenía el malnacido! Un hombre muy grande con una chaqueta de piel de topo bajaba por la manzana, pero en dirección contraria, gracias a Dios, así que Allie se apresuró hacia la entrada principal de la casa de juego. Intentó no correr para no llamar la atención de Fedder, si es que era él, aunque supuso que tampoco se pondría a perseguir a una remilgada institutriz; pensaría que estaba corriendo para huir del frío porque se le habría olvidado la capa.

¿La puerta roja o la puerta negra? Jack y Downs habían bajado a la bodega pero de eso ya hacía un rato. Y el de la piel de topo era un tipo grande. Downs no era ningún enclenque pero lo cierto era que cojeaba. Allie no tenía ni idea de dónde estaba el detective de Bow Street ni los otros vigilantes. Y Jack... Bueno, la institutriz no quería molestarlo en ese momento.

Así que llamó con los nudillos a la puerta roja, la de las visitas, donde reinaba el hombre más grande, más malo y más amedrentador que ella conocía. Serpiente abrió la puerta y la miró furioso.

—Ya sabe que se supone que no debe usar esta...

Allie se habría asustado si no hubiera sido por el diminuto gatito negro que se acurrucaba en la gigantesca mano de Calloway y la cesta que tenía a los pies.

—El capitán Jack le prometió a Harriet un gato —dijo el hombretón mientras intentaba que no se le notara mucho la vergüenza cuando el gatito le clavó las uñas en la camisa para subirle hasta el cuello—. Sabía dónde había escondido a este su madre así que fui a buscarlo. Digo yo que merece la pena que te arañen un poco para deshacernos de la mocosa. Anda por ahí, molestando al cocinero, así que no lo sabe todavía. Será culpa suya, señora, si esta noche no cenamos.

—Olvídese de la cena, de Harriet y del gatito. Necesito que venga conmigo.

—Yo no puedo dejar mi sitio. Y lo sabe, señorita. —El gatito había trepado hasta la cabeza de Calloway, que parecía que llevaba peluquín.

—No le queda más remedio. Es una cuestión de vida o muerte. Y de encontrar a alguien que cuide de Harriet cuando yo no pueda.

Calloway le pasó el gatito, cogió una cachiporra corta que guardaba junto a la puerta para casos de emergencia y la siguió a la calle.

—Oh, no, ahí está el hombre de la chaqueta de piel de topo. Si es Fedder, no podemos dejar que vea lo que estamos haciendo.

—¿Fedder el chulo? ¿La ha molestado, señorita? —Calloway se pasó la cachiporra de una mano a otra.

—No, a mí no. Pero dese prisa, se ha dado la vuelta.

Cuando el hombre se alejó en dirección contraria, Allie llevó a Calloway a la parte posterior de la casa mientras le contaba la fuga de Patsy por el callejón. Calloway movió el pesado barril de un solo empujón y siguió a Allie hasta el lado de Patsy. Soltó una sarta de maldiciones cuando vio el estado de la jovencita. La niña se encogió de miedo y se acurrucó contra la tapia de piedra hasta que Allie la tranquilizó diciéndole que el señor Serpiente (el señor Calloway) era un amigo que la iba a ayudar a entrar en la casa.

—¿Ah, sí? El capitán Jack me va a arrancar el pellejo.

—Pues no podemos dejar a la pobre chica aquí, ¿no le parece?

Calloway le pasó a Allie la cachiporra, que la maestra sujetó con torpeza mientras a la vez intentaba sostener al gatito, que se retorcía y protestaba con furia.

—Shh, bobito. Conseguirás que Fedder venga a investigar.

Y entonces Patsy se echó a llorar otra vez.

—¡Esta vez me va a matar, seguro!

Calloway la cogió para que se callara. Después se la echó al hombro y se aseguró de que quedara cubierta, sobre todo el pelo, por la capa oscura de Allie.

—Vaya a mirar, señorita Silver.

Allie se asomó al costado del edificio que había junto a la calle. No vio a nadie que pareciera sospechoso y tampoco vio a ninguno de los centinelas nuevos.

—¿No se suponía que íbamos a tener más vigilantes? —dijo al tiempo que le hacía una seña a Calloway para indicarle que no había moros en la costa.

—Pero solo por la noche —dijo el grandullón mientras llevaba a Patsy como si no pesara más que el gatito. Salieron del callejón los tres y se apresuraron a doblar la esquina. Por desgracia, se olvidaron de poner el barril en su sitio.

Fedder se había dado la vuelta. Vio el callejón abierto, vio un pañuelo manchado de sangre y salió corriendo otra vez hacia la calle justo cuando Allie con el gatito y Calloway con su carga se metían en el club.

—¡Eh! —gritó Fedder.

Calloway cerró la puerta de una patada tras ellos.

—¿Puede caminar, señorita? —le preguntó a Patsy mientras la dejaba en el suelo—. Porque será mejor que me quede aquí y disuada a esa escoria, por si se le ocurre pensar que vio algo. —Después cogió la cachiporra de manos de Allie, quien puso al gatito en su cesta antes de ayudar a toda prisa a Patsy a subir las escaleras hasta las habitaciones que compartía con Harriet.

—Esta es Patsy —le dijo a su pupila cuando Harriet entró en tromba en la salita—. Va a ser nuestra nueva doncella y si le hablas a alguien de ella no podrás quedarte con el gatito que te ha encontrado el señor Calloway.

—¿Serpiente me ha encontrado un gatito? ¿No es maravilloso? —gritó la pequeña mientras corría escaleras abajo antes de que Allie pudiera decirle que subiera después con agua caliente, vendas y el linimento de los armarios del cocinero.

—Sí que lo es —dijo Patsy con expresión soñadora en el ojo que no le habían cerrado de un golpe.

Mientras Allie ayudaba a Patsy a ponerse el único camisón que le sobraba y Harriet presentaba a Joker y al gatito, Jack se preparaba para una noche de fuertes apuestas en las partidas del club. Pero antes dio instrucciones a los nuevos centinelas para que mantuvieran los ojos abiertos por si aparecía algún personaje sospechoso.

—¿Qué hay de esa escoria que está desmayada en la esquina?

—¿Borracho?

—No a menos que tuviera tal curda que se pegara él solo un porrazo en la cabeza con una farola.

—Si está muerto, llamad a la guardia. Si no, quitadlo de ahí, dejadlo en cualquier otro sitio. Este es un establecimiento con clase. No queremos que los clientes del club vean nada tan feo.

Iban a ver cosas mucho peores poco después.

Los salones todavía no se habían llenado del todo pero Jack ya estaba sentado a una mesa, con una creciente pila de monedas y fichas muy de agradecer delante de él cuando se oyó una conmoción en la puerta. El capitán apenas apartó la vista de la mano de cartas, concentrado en intentar recordar lo que se había jugado ya. Calloway podía ocuparse de lo que fuera.

Pero Fedder había vuelto con refuerzos. La discusión aumentó de volumen.

—¡Ya te he dicho que aquí no tenemos a ninguna puta! —gritaba Calloway—. Este es un club privado para caballeros, no para gente de tu calaña, Fedder. Ya te he dicho que te largues, y si no te vas, te lo voy a decir otra vez con los puños.

—Quiero a la zorra que se fugó de mi casa, Patsy.

A Jack no le quedó más remedio que levantarse. Sus clientes estaban murmurando ante semejante descortés interrupción. Fue a colocarse junto a Calloway, que era más grande que él. El capitán sabía que juntos suponían una fuerza formidable. Jack hizo una mueca de desagrado al ver a aquel vil proxeneta con la venda en la cabeza.

—Me estás costando dinero, Fedder, así que vete a gimotear a otra parte.

—Y tú también me estás costando dinero a mí, malditos seáis tú y tu remilgado club. Esa chica vale una fortuna. Recién llegada del campo y pura como la nieve.

Jack se sintió asqueado, aquello le recordaba la fina línea que lo separaba de babosas como Fedder.

—Aquí no tenemos a ninguna Patsy, ni fulanas baratas. Así que ahora lárgate de aquí.

Fedder intentó darle un empujón para pasar y comprobarlo por sí mismo, pero Jack no pensaba permitírselo. Lo cogió por la chaqueta de piel de topo y Calloway se puso delante del bruto que Fedder había llevado consigo.

—He dicho que tu Patsy no está aquí. Si quieres discutirlo fuera, será un placer complacerte.

Downs ocupó el lugar que Calloway había dejado en la puerta, pero algunos de los jugadores dejaron sus mesas y lo apartaron para salir y apostar por el resultado de la inminente refriega. Jack le dio a uno su chaqueta para que la sangre de Fedder no la manchara. El malnacido ya había estropeado su buena racha en el juego, no iba a estropear también las costosas ropas de Jack, que pensó por un instante en la promesa que había hecho de no volver a usar la violencia contra el prójimo. Claro que Fedder no era ningún prójimo, era un parásito, una sanguijuela que les chupaba la sangre a jovencitas indefensas. Jack pensó en el destino incierto de su hermana, en lo que le podría haber acontecido a la señorita Silver, o a Harriet con los años. El primer puñetazo fue suyo.

Mientras Calloway contenía al otro hombre, Jack volvió a asestar otro puñetazo. Fedder no estaba a la altura del antiguo oficial, no sin su matón.

—Patsy no está aquí. —Jack puntuaba las palabras con golpes. Fedder estaba en el suelo—. Y ahora vete y no vuelvas.

El otro matón se llevó a Fedder a rastras mientras Jack volvía a ponerse la chaqueta y los apostantes saldaban cuentas.

—¿De qué iba todo eso, Calloway? —preguntó Jack mientras se envolvía los nudillos ensangrentados con el pañuelo e intentaba sonreír a los clientes para que regresaran a sus mesas, a perder el dinero que necesitaba el casino—. ¿Por qué iba a pensar que tenemos a su Patsy? Todo el mundo sabe que aquí no se aceptan vírgenes.

—Todo el mundo salvo la señorita Silver, me parece a mí.